Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 22

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muchas islas que no sabia á cuál primero ir, todas muy fértiles y muy
hermosas, llanas como vergeles; miró por la mar que estaba de aquesta
7 leguas, á donde llegó, lúnes 15 de Octubre, al poner del sol, á la
cual puso por nombre la isla de Sancta María de la Concepcion. Saltó en
tierra, mártes 16 de Octubre, en amaneciendo, y tomó posesion en nombre
de los reyes de Castilla della, de la misma manera y con la solemnidad
que habia hecho en la de Sant Salvador, puesto que, como dice él mismo,
no habia necesidad de tomar la posesion más de en una, porque es visto
tomarla de todas. Los indios que llevaba de Sant Salvador, dice que le
habian dicho que en esta isla habia mucho oro, y que la gente della
traia manillas, en los brazos y piernas, de oro, aunque él no lo creia,
sino que lo decian por huirse como algunos dellos lo hicieron. Por
manera, que como vieron los indios que tanto seles preguntaba por oro,
entendieron que los cristianos hacian dello mucha estima, y por esto
respondian con su deseo, porque parasen cerca, para que de allí más
fácilmente se pudiesen escapar para su isla. Salian infinitos indios
á verlos, traíanles de todo cuanto tenian, eran así desnudos y de la
misma manera que los de la otra isla, y desque vido que no habia oro,
y que era lo mismo que lo pasado, tornóse á los navíos. Estaba una
canoa al bordo de la carabela _Niña_, y uno de los indios que habian
detenido de la isla de Sant Salvador, que el Almirante parece que habia
puesto allí en aquella carabela, saltó á la mar, y métese en la canoa
y vase en ella, y la barca tras él, que, por cuanto pudieron remar, no
pudieron alcanzarlo, y, llegado cerca de tierra, deja la canoa y váse
á tierra; salieron tras él y no pudieron haberlo. Otro, diz que, se
habia huido la noche ántes, y ansí parece que eran detenidos contra
toda su voluntad. Volviendo, vieron otra canoa con un indio que venia
á rescatar algodon, dióle el Almirante un bonete colorado y cuentas
verdes, y cascabeles, haciéndoselos poner en las orejas y las cuentas
al pescuezo, y no le quiso tomar su ovillo de algodon, y ansí fué muy
contento á predicar la bondad de los cristianos.


CAPÍTULO XLII.
En el cual se tracta de una isla que parecia grande, á la cual
puso nombre la Fernandina, y viniendo á ella toparon un indio en
una canoa, tomáronlo en la nao, y, contento, enviáronlo delante y
dió las nuevas en la Fernandina, y como surgieron los navíos ya de
noche.--Nunca cesaron en toda la noche de venir canoas y gentes á ver
los cristianos y traerles de lo que tenian.--Saltaron en tierra los
marineros con barriles por agua.--Con gran alegría se la mostraban
los indios y los ayudaban.--La gente era como la pasada, pero, diz
que, más doméstica, y más aguda, y más dispuesta.--No les cognoscieron
secta alguna.--Tenian paños de algodon; las mujeres casadas cubrian
sus vergüenzas, las doncellas no.--La manera de las camas.--De un
árbol que contiene diversidad de árboles en sí.--Dáse la razon dél,
maravillosa.--De las culebras y perros de aquella isla.--Vieron mas
gente.--La manera de sus casas, etc.

Viniendo á la isla de Sancta María, vido el Almirante otra isla muy
grande, obra de 8 leguas ó 9 hácia el gueste, en la cual le dijeron los
indios, que traia de Sant Salvador, que habia mucho oro, y que traian
en ella las manillas y axorcas que le habian dicho de la de Sancta
María, y creyó que allí hallaria la mina donde se criaba y cogia el
oro; por lo cual, partió para ella, mártes, cerca del medio dia, y
llegó á ella otro dia por la mañana, miércoles 17 de Octubre; porque
tuvo calma no pudo llegar con dia. En este camino, entre la isla de
Sancta María y ésta, á quien puso nombre la isla Fernandina, toparon
un sólo indio en una canoa chiquita, que llevaba del pan de aquellas
tierras, que es cazabí, como el desta isla Española de que despues se
hará mencion, y una calabaza de agua y otras cosas de las suyas, y, en
una cestilla, traia unas contezuelas verdes, y dos blancas, moneda de
Castilla, de lo cual cognoscieron que aquel venia de Sant Salvador y
habia pasado por la de Sancta María y iba á la Fernandina á dar nuevas
de los cristianos; el cual, como habia andado mucho remando sólo en
su canoita, y debia de venir fatigado, vínose á la nao del Almirante,
y luégo mandó que lo metiesen á él y á su barquillo dentro, donde le
mandó dar de comer pan y miel y de beber vino, y se le hizo todo el
regalo que se pudo hacerle, con darle de las cuentas y otras cosas de
rescates, y llevólo en la nao hasta cerca de la tierra; y, dice el
Almirante aquí, por que dé buenas nuevas de nosotros, y cuando Vuestras
Altezas, placiendo á nuestro Señor, envien acá, aquellos que vinieren
reciban honra y nos den de todo lo que hobiere. Cerca de la isla,
dejólo ir; el cual habia predicado tantos bienes de los cristianos, que
llegado el Almirante y los otros navíos, y surgido ya de noche á vista
de una poblacion, en toda la noche nunca cesaron de venir canoas llenas
de gente á los navíos, trayendo comida y agua, y todo lo que tenian.
El Almirante mandaba dar á cada uno de comer y algunas cuentecillas de
vidro en un hilo ensartadas, sonajas de laton, que valen en Castilla un
maravedí, y agujetas, todo lo cual tenian por cosa celestial. A hora de
tercia envió el batel de la nao á tierra á traer agua, y los indios,
con gran voluntad, les mostraron donde la habia, y ellos mismos con
mucha alegría traian los barriles á cuestas hasta los bateles, y no
sabian en qué hacerles placer. Esta isla pareció al Almirante que era
grandísima, porque vido della 20 leguas, y que la entendia de rodear y
trabajar de hallar á Samoeto, que, diz que, era la isla ó ciudad donde
habia el oro, porque ansí lo decian los indios que traian consigo, de
la de Sant Salvador y de la isla de Sancta María; la gente desta isla,
que llama grande, á que puso nombre Fernandina, dice que es semejante
á la de las islas pasadas, en habla y costumbres, puesto que, diz que,
le parecia más doméstica y de más trato, y más sotiles, porque los via
mejor regatear sobre los precios y paga de las cosillas que traian que
los que hasta entónces habia visto. Halló tambien que tenian paños de
algodon hechos como mantillas, y la gente, diz que, más dispuesta,
y las mujeres tienen por delante su cuerpo una cosita de algodon
que escasamente les cubre sus vergüenzas. Cerca deste paso, como el
Almirante andaba de corrida por estas islas, no alcanzaba del todo la
manera del traje destas gentes. Esto es ansí, que todos los hombres
de aquellas islas de los lucayos y desta isla Española y de Cuba, y
la de Sant Juan, y la de Jamaica, eran todos desnudos sin traer cosa
que les cubriese cosa de sus cuerpos; las mujeres doncellas tampoco
traian ni cubrian cosa, solas las corruptas ó dueñas se cubrian las
vergüenzas, ó con ciertas faldetas bien hechas y labradas de tela de
algodon, que les tomaban desde el ombligo hasta medio muslo, ó, cuando
más no podian ó tenian, cubrian las partes bajas con ciertas ojas;
desto se tractará más, placiendo á Dios, cuando hablaremos desta isla
Española. Dice más el Almirante de la gente desta isla Fernandina, lo
que de las pasadas, que no les cognoscia secta alguna, y que creian
que muy presto se tornarian cristianos, porque ellos son de muy buen
entender. De la isla, dice, ser llana, muy verde y fertilísima, y que
no ponia duda que todo el año sembraban panizo y lo cogian y ansí
todas las cosas, y bien atinaba á la verdad, porque todo el año en
aquellas, y en esta Española, y en todas las de los alrededores y aún
lejanas, ó la mayor parte del año, ó al menos dos veces, se sembraba
y cogia el grano del maíz que aquí el Almirante llama panizo. Vido
aquí muchos árboles muy diferentes de los de Castilla, y dellos que
tenian los ramos de muchas maneras y todos en un tronco ó en un pié, y
un ramito de una manera y otro de otra, y tan disforme, que era, diz
que, la mayor maravilla del mundo cuanta era la diversidad de la una
manera á la otra, y que aquellos no eran enxeridos, porque los indios
no curaban dellos, ántes todos estaban en los montes; la razon desto
alcanzamos despues en esta isla Española, la cual el Almirante no pudo
en aquel tiempo y viaje cognoscer, y es esta, que hay un árbol en estas
tierras que se llama, en lengua de indios desta Española, cupey, como
despues placiendo á Dios diremos, el cual, en muchas cosas, es muy
diferente de todos los otros; este produce cierta fruta que comen los
pájaros, la cual tiene ciertas pepitas, estas pepitas echan los pájaros
de sí cuando estercolizan, estando sentados en otros árboles, y las
pepitas que se detienen en los árboles, que no caen abajo al suelo,
sin tierra alguna prenden en los mismos árboles, y ansí como prenden
sale de cada una una raíz muy derecha hácia bajo, y vá á buscar la
tierra creciendo y descendiendo hasta hallarla, aunque sea el árbol
de donde comenzó de cient estados; y esta raíz es sin algun ñudo, muy
lisa y derecha, como una muy derecha lanza, de la cual se han hecho
muy buenas lanzas. Llegada á la tierra, métese por ella y hace raíces
retuertas como los otros árboles, y despues torna á subir hácia arriba
á buscar su árbol donde cayó la pepita, y del cual procedió, y allí
críase un árbol de su misma naturaleza, y él, criado y llegado á la
edad que le constituyó la naturaleza, produce su fruto; y ansí parecen
ambos un árbol que tiene diversas especies ó naturalezas. Tambien
dijo, que habia en aquella mar disformes maneras de peces, algunos
de figura de gallos, de finas colores, azules, amarillas, coloradas
y de todas colores, y otros pintados de mill maneras, las colores,
diz que, tan finas, que no habrá hombre que no se maraville y reciba
gran descanso de verlos; tambien habia ballenas. Bestias en tierra no
vido ningunas de ninguna manera, salvo papagayos y lagartos. Ansí es
verdad, que no habia en todas aquellas islas, bestias, sino eran una
manera de conejos de hechura de ratones, aunque más grandes, mucho de
los cuales se dirá cuando hablaremos de esta isla Española y de la isla
de Cuba. Culebras habia muchas y muy desproporcionadas de grandes y
gordas, pero muy mansas y cobardes, y destas, diz que, un mozo de la
nao vido una; ovejas ni cabras ni otra especie de animales, diz que,
no vido, puesto que, diz que, no estuvo allí sino medio dia; aunque
estuviera más, no las viera, porque ninguna otra hay más de las dichas.
Fué despues el Almirante con todos tres navíos para rodear esta isla
Fernandina, y saltó en tierra con todas las barcas en otra parte della,
y halló ocho ó diez hombres en tierra, los cuales luego vinieron á los
cristianos y mostraron la poblacion, que estaba cerca, y envió gente,
armada della, y della con los barriles que habia hecho sacar para
provision de agua. Miéntras ellos iban, el Almirante andaba mirando,
y admirando de ver tanta hermosura de florestas, y de tan graciosos
y verdes árboles, diferentes unos de otros y que algunos parecian á
algunos de Castilla, y con tanta frescura como en el Andalucía por
Mayo, que le parecia que no podia ser cosa más deleitable y agradable
en el mundo. De la gente, dice, que toda era una con la que en las
otras islas habia visto, ansí desnudos y de las mismas condiciones y
estatura, daban de lo que tenian fácilmente por cualquiera cosa que
les diesen; los que fueron de los navíos á traer el agua dijeron al
Almirante, que habian estado en sus casas, y que las tenian de dentro
muy barridas y limpias, y que sus camas y paramentos de casa eran como
redes de algodon. Estas llamaban en esta Española, hamacas, que son de
hechura de hondas, no tejidas como redes, los hilos atravesados, sino
los hilos á la luenga sueltos, que pueden meter los dedos y las manos,
y de palmo á palmo, poco más ó ménos, atajados con otros hilos tupidos,
como randas muy bien artificiadas de la hechura de los arneros que en
Sevilla se hacen de esparto. Estas hamacas tienen un buen estado de
cumplido ó de largo, y á los cabos deste largo, dejan, de los mismos
hilos della, muchas asas, y en cada asa ponen unos hilos delgados de
cierta otra cosa, más recia que el algodon, como de cáñamo, y estos
son tan luengos como una braza de cada parte, y al cabo de todos ellos
júntanse como en un puño, y deste puño de los postes de las casas los
atan de ambas partes, y ansí quedan las hamacas en el aire, y allí
se echan; y como ellas sean, las buenas, de tres y de cuatro varas y
más en ancho, ábrenlas cuando se echan como abririamos una honda que
fuese muy grande, pónense atravesados como en sosquin, y ansí sobra de
la hamaca con que cobijarse, y, porque no hace frio alguno, bástales.
Para quien usa dormir en ellas cosa es descansada, puesto que no debe
ser sana, por la humedad del suelo, que aunque esté alta, del que no
puede estar mas de medio estado porque se pueda subir en ella, penetra
el cuerpo humano, y aunque se pusiese en alto en un sobrado, todavía
por la humedad de la noche haria daño; á lo ménos, son muy limpias,
y, para por los caminos, aún en Castilla, los veranos, serian harto
estimadas. Las casas son de madera y paja muy luenga y delgada, hechas
del modo de una campana, por lo alto angostas y á lo bajo anchas, y
para mucha gente bien capaces, dejan por lo alto respiradero por donde
salga el humo, y encima unos caballetes ó coronas muy bien labradas y
proporcionadas, ó son, como dice el Almirante, de hechura de alfaneques
ó pabellones, y ambas son buenas semejanzas. Finalmente, para de madera
y paja, no pueden ser mas graciosas, ni más bien hechas, más seguras,
limpias ni más sanas, y es placer verlas y habitarlas, y hacian algunas
para los señores; y, despues en esta isla Española, hicieron los indios
para los cristianos tan grandes y tales, que pudiera, muy bien y muy
á su placer, el Emperador en ellas aposentarse. Allí hallaron que las
mujeres casadas traian aquellas medias faldetas de algodon, que arriba
digimos, las muchachas ó doncellas no tenian cubierto nada. Habia
perros, dice el Almirante, mastines y blanchetes, pero porque lo supo
por relacion de los marineros que fueron por agua, por eso los llamó
mastines, si los viera no los llamára, sino que parecian como podencos;
estos y los chicos nunca ladran, sino que tienen un gruñido como entre
el gaznate, finalmente, son como los perros de España, solamente
difieren en que no ladran. Vieron un indio que tenia en la nariz un
pedazo de oro, como la mitad de un castellano, y parecióles que tenia
unas letras, y dudó el Almirante si era moneda, y riñó con ellos
porque no se lo rescataron, ellos se excusaron que fué por temor; pero
engañáronse creyendo que eran letras algunas rayas que debiera tener,
como ellos solian, á su manera, labrarlo, porque nunca jamás, en todas
estas Indias, se halló señal de que hobiese moneda de oro, ni de plata,
ni de otro metal. Concluye aquí el Almirante, y dice á los Reyes:
«Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor, y más fértil, y
templada, y llana, y buena que haya en el mundo.»


CAPÍTULO XLIII.
En el cual se trata como el Almirante dió vuelta al leste ó Levante,
porque le informaron los indios que la isla de Samoeto era más grande
que la Fernandina, y quedaba atras, y esto parece que Dios le tornaba
porque viese á Cuba y á la Española.--Llegados á Samoeto, sintieron
suavísimos olores, y vieron la isla ser graciosísima.--Mataron dos
sierpes, que son las iguanas, y qué cosa es.--Huyeron los indios
sentidos los cristianos.--Tornaron á venir sin miedo.--Estimaron que
habian descendido del cielo.--Tuvo relacion, segun él creia que lo
entendia, que habia allí minas de oro, y estuvo esperando que el Rey
de la isla viniese allí.--Halló ligualoe y mandó cortar dello.--Aquí
supo nuevas de la isla de Cuba y de la Española.--Creyó que era la
isla de Cipango, donde pensó que hallaria gran suma de oro, y perlas y
especeria.--Las razones por donde con razon se movió á lo creer y que
allí venian naos grandes del Gran Khan.--Puso por nombre á esta isla
la Isabela.--Fuese della en demanda de Cuba, etc.

Porque los indios que habia tomado en la primera isla de Guanahaní, ó
Sant Salvador, le decian y afirmaban por señas que la isla de Samoeto,
que atrás quedaba, era más grande que la Fernandina, y que debian de
volver á ella (y ellos debiánlo de hacer por acercarse más á su tierra,
de donde los habia sacado), acordó el Almirante dar la vuelta hácia
el leste; y ansí, alzó las velas, y vuelve al Levante, y parece que
Dios le guiaba porque topase con la isla de Cuba, y de allí viniese
á descubrir esta isla Española, que es la más felice, ó de las más
felices y grandes, graciosas, ricas, abundosas, deleitables del mundo.
Ansí, que el viernes, 19 de Octubre, vieron una isla á la parte del
leste, sobre la cual fueron, y pareció un cabo della redondo y hondo,
al cual puso el Almirante nombre cabo Hermoso, y allí surgió. Esta
isla llamaron Samoet, ó Samoeto, de la cual, dice el Almirante, que
era la más hermosa que nunca vió, y que si las otras de hasta allí
eran hermosas, esta más, y que no se le hartaban ni cansaban los
ojos de mirar tierras y florestas y verduras tan hermosas. Esta isla
era más alta de cerros y collados que las otras, y parecia de muchas
aguas; creia que habia en estas islas muchas hierbas y árboles para
tinturas, y para medicinas y especerías, que valdrian en España mucho,
porque llegando, que llegó, al dicho cabo Hermoso, dice el Almirante
que sintieron venir olor suavísimo de las flores y árboles de la
tierra, que era cosa suavísima y para motivo de dar muchas gracias á
Dios. Decian, diz que, aquellos hombres que tomó en Sant Salvador,
que la poblacion estaba dentro en la isla, donde residia el Rey
della, que andaba vestido de mucho oro. Bien parece que no entendian
el Almirante ni los demas á los indios, ó quizá ellos lo fingian por
agradarle, como vian que tanta diligencia ponia en preguntar por el
oro. Entendia tambien que aquel Rey señoreaba todas aquellas islas,
aunque todavía, decia el Almirante, que no daba mucho crédito á sus
decires, ansí, por no los entender bien, como por cognoscer que eran
tan pobres de oro, que poco les parecia mucho. Dice, que con ayuda de
Dios, entiende volver á España para Abril, y por eso no se detiene
á mirar en particular todas las islas, puesto que si hallaba oro ó
especería en cantidad, se deternia tanto cuanto bastase para llevar á
los Reyes todo lo que pudiese. De donde parece, cuán cuidadoso estaba
y andaba siempre de llevar ganancia y provecho á los Reyes, por la
causa principalmente, arriba en el capítulo 29, dicha. Puso á esta
isla de Samoeto, la Isabela, en la cual no pudo salir el sábado por
no hallar buen surgidero hasta el domingo, 21 de Octubre. Dice della
maravillas por su frescura, hermosura y fertilidad, diciendo que,
aunque las pasadas eran hermosas, esta mucho más. Vieron unas lagunas
de agua dulce, todas cercadas de arboledas graciosísimas, oian cantar
los pajaritos, de diversas especies de los de Castilla y aves muchas,
con gran dulzor, que parecia que hombre no se quisiera mudar de allí.
Pasaban tantas manadas de papagayos que cubrian el sol, y otras muchas
aves de diversas especies, que era cosa de maravilla. Andando en cerco
de una de las lagunas, vido el Almirante una sierpe de siete palmos
en largo, la cual, como vido la gente, huyó al agua, y, porque no era
honda, con las lanzas la mataron, hizo salar el cuero para traerlo á
los Reyes. Esta sierpe, verdaderamente es sierpe, y cosa espantable,
cuasi es de manera de cocodrilo ó como un lagarto, salvo que tiene,
hácia la boca y narices, más ahusada que lagarto. Tiene un cerro desde
las narices hasta lo último de la cola, de espinas grandes, que la
hace muy terrible; es toda pintada como lagarto, aunque más verdes
escuras las pinturas; no hace mal á nadie y es muy tímida y cobarde;
es tan excelente cosa de comer, segun todos los españoles dicen, y
tan estimada, mayormente toda la cola que es muy blanca cuando está
desollada, que la tienen por más preciosa que pechugas de gallina ni
otro manjar alguno; de los indios no hay duda, sino que la estiman
sobre todos los manjares. Con todas sus bondades, aunque soy de los
más viejos destas tierras y en los tiempos pasados me ví con otros
en grandes necesidades de hambre, pero nunca jamás pudieron conmigo
para que la gustase; llámanla los indios desta isla Española iguana.
Fueron á una poblacion cerca de allí, é como la gente della sintiese
los cristianos, desmamparan sus casas, escondieron todo lo que pudieron
de sus alhajas en el monte, y huyeron todos de espanto. Despues,
tornaron algunos, viendo que no iban tras ellos, y uno se llegó mas
confiadamente á los cristianos, al cual hizo dar el Almirante unos
cascabeles y unas cuentecillas de vidro, de lo cual se contentó mucho,
y, por mostrarle mas amor, pidieron que trujese agua. Vinieron luego
á la nao con sus calabazas llenas de agua, y diéronla con alegría y
muy buena voluntad; mandóles dar el Almirante á cada uno su sarta
de cuentas, y dijeron que volverian en la mañana. Tenia voluntad el
Almirante de rodear esta isla de Samoeto, Isabela, para ver si podia
tener habla con el Rey que creia haber en ella, para probar si podia
dél haber el oro que traia ó tenia, y segun lo que habia entendido á
los indios que traia consigo de la isla de Sant Salvador, la primera
que descubrió. Estaba por allí otra isla muy grande que llamaban Cuba,
la cual creia que era Cipango, segun las señas que, diz que, le daban,
y segun tambien él entendia; diz que, habia naos grandes y mareantes
muchos: de otra tambien le decian que era grande, que nombraban
Bohío, á las cuales queria ir á ver, y segun hallase recaudo de oro y
especería, determinaria lo que habia de hacer, aunque, diz que, todavía
tenia determinado de ir á la tierra firme, y á la ciudad de Quisay,
y dar las cartas de Sus Altezas al Gran Khan, y pedir respuesta y
volver con ella. Por aquí parece que se le hizo el camino más cercano
de lo que él pensaba, y el mundo más largo, y no estar la tierra
del Gran Khan derechamente al gueste ó Poniente, como el florentino
le habia escrito, y, en la figura que le envió pintada, le habia
certificado, porque, aunque pasada toda esta nuestra tierra firme, se
pueda ó pudiera ir por tierra á los reinos del Gran Khan, cesando los
impedimentos que podrian ofrecerse por el camino, como son desiertos,
si los hobiese, ó grandes lagunas, ciénagas, montañas ó minerales, de
los que se dijeron en el cap. 6.º, ó muchos animales bravos, y cosas
semejantes; pero más parece que los reinos del Gran Khan están más
á la parte del Austro que del Poniente, por lo que ya sabemos de la
tierra que los portogueses y nosotros por el Poniente y Austro hemos
descubierto. La isla de Cuba, bien entendia ser grandísima, porque
tiene más de 300 leguas en luengo, y esta Española, que aquí llama
Bohío, tambien más grande y más felice, aunque no tan luenga, como
diremos, placiendo á Dios, cuando dellas en particular hablaremos. El
llamarla Bohío, no debia entender á los intérpretes, porque por todas
estas islas, como sea toda ó cuasi toda una lengua, llamaban bohío á
las casas en que moraban, y á esta gran isla Española, nombraban Hayti,
y debian ellos de decir que en Hayti, habia grandes bohíos, conviene
á saber, que en esta isla Española eran grandes las casas, como sin
duda las habia á maravilla. Estuvo esta noche, lúnes, 22 de Octubre,
aguardando si el Rey de aquella isla de Samoeto, ó otras personas, diz
que, traerian oro ó otra cosa de substancia, y vinieron muchos indios
semejantes á los pasados, desnudos y pintados de diversas colores como
los otros; traian ovillos de algodon, y trocábanlos con los cristianos
por pedazos de tazas de vidro, y de escudillas de barro, algunos dellos
tenian algunos pedazos de oro puestos en las narices, el cual daban
de buena voluntad por un cascabel de los de pié de gavilan; cualquiera
cosa que ellos podian haber de los cristianos tenian por preciosa, por
tener á gran maravilla su venida como los otros de las otras islas,
teniendo por cierto que habian descendido del cielo. Halló en esta isla
lignaloen, y mandó cortar dello cuanto se halló, y yendo á tomar agua
de una laguna que allí estaba cerca, Martin Alonso, mató una sierpe
de otros siete palmos como la otra, que segun digimos, es, segun la
estiman todos, manjar precioso y se llama iguana. Determinó, mártes, 23
de Octubre, de se partir de aquella isla que llamó la Isabela, porque
le pareció que allí no debia de haber mina de oro, puesto que creia que
debia de tener especería, por la multitud de los árboles tan hermosos
y llenos de fruta de diversas maneras, y por no los cognoscer llevaba
muy gran pena; sólo cognoscia el ligualoe, del cual mandó tambien
allí cortar lo que se pudo para llevar á los Reyes. Ansí que, por ir
á la isla de Cuba, de quien grandes cosas le parecia que le decian
los indios que llevaba, y por hallar tierra de grande trato y muy
provechosa, como la buscaba (y creia que Cuba era la isla de Cipango,
segun las señas que entendia darle los dichos indios de su grandeza
y riqueza, por la relacion y pintura, que digimos en el cap. 12, que
le invió Paulo, físico, florentin), quiso alzar las velas, sino que
no tuvo viento y llovió mucho aqueste dia, y dice que no hacia frio
de noche cuando llovia, ántes hacia calor de dia. Y es aquí de saber,
que, como arriba se dijo en el dicho cap. 12, el almirante D. Cristóbal
Colon, á la carta mensajera y á la figura ó carta de marear pintada,
que le invió el dicho Paulo, físico, dió tanto crédito, que no dudó de
hallar las tierras que enviaba pintadas, por las premisas y principios
tantos y tales, como arriba pareció, que él de ántes tenia, y segun la
distancia ó leguas que habia hasta aquí navegado, concordaba cuasi al
justo con el sitio y comarca en que el Paulo, físico, habia puesto y
asentado la riquísima y grande isla de Cipango, en el circuito de la
cual, tambien pintó y asentó innumerables islas, y despues la tierra
firme. Y como viese tales islas primero, y le dijesen y nombrasen
los indios otras más de ciento, ciertamente tuvo razon eficacísima
el Almirante de creer que aquella isla da Cuba, que tanto los indios
encarecian y señalaban por tan grande, y despues que topó con esta isla
Española, tuvo mayor y más urgente razon que fuese cualquiera destas la
de Cipango, y por consiguiente, creyó hallar en ella grandísima suma
de oro y plata, y perlas y especería, las cuales, en la dicha figura
tenia pintadas; y por tanto, muchas veces hace mencion en el libro de
su primera navegacion, el Almirante, del oro y de especerías que creia
hallar, y cuantos árboles via, todos ser de especería juzgaba, y por no
los cognoscer, dice, que iba muy penado. Esperaba tambien hallar, y,
de las palabras de los dichos indios que no entendia, se le figuraba
que decian haber allí naos grandes de mercaderes y de lugares de muchos
tractos. Con esta esperanza, mártes, á la media noche, alzó las velas y
comenzó á navegar al guessudoeste, y anduvo el miércoles poco, porque
llovió, y lo mismo el jueves, 25 de Octubre, y hasta las nueve del dia
navegaria 10 leguas poco más. Despues, de las nueve adelante, mudó el
camino al gueste, y andarian, hasta las tres deste dia, 11 leguas, y
entónces vieron tierra 5 leguas della, y eran siete ó ocho islas en
luengo, todas de Norte á Sur, á las cuales llamó, por el poco fondo
que tenian las islas de Arena; dijéronle los indios que habria de allí
á Cuba andadura de dia y medio de sus barquillos ó canoas: surgió en
ellas el viernes. Sábado, 27 de Octubre, salido el sol, mandó levantar
las velas para ir su camino de Cuba desde aquellas islas de Arena, y
hasta poner del sol anduvieron 17 leguas al Sursudueste, y, ántes de la
noche, vieron tierra de Cuba, pero no quiso el Almirante llegarse más
á tierra, por el peligro que hay siempre de tomar la tierra que no se
sabe, de noche, mayormente que llovia mucho y hacia grande escuridad ó
cerrazon, y por esto anduvieron toda la noche al reparo.


CAPÍTULO XLIV.
En el cual se tracta, como se llegó el Almirante á la tierra de
la isla de Cuba y le puso por nombre Juana.--De la órden que tuvo
hasta allí en poner los nombres á las tierras que descubria.--Como
entró en un rio y puerto muy hermoso.--Saltó en tierra.--Huyeron
los indios de dos casas que por allí hallaron.--Loa la hermosura de
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