Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 21

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á los Pinzones para principal autor deste grande é importantísimo
negocio, sino á Colon, como podemos conjeturar por muchas cosas de las
dichas, y otras más que se dirán, y ansí, como á su principal ministro,
concedió el don de sufrimiento y longanimidad, para que perseverase en
lo que tantos años lo habia conservado, como ha parecido. Ansí que,
vista la tierra, bajaron todas la velas, quedándose los navíos con el
papahigo, que dicen los marineros, de la vela mayor, sacadas todas las
bonetas, y anduvieron barloventeando hasta que fué de dia.


CAPÍTULO XL.
En el cual se trata de la cualidad de la isla que tenian delante, y de
la gente della.--Como salió en tierra el Almirante y sus Capitanes de
los otros dos navíos, con la bandera real y otras banderas de la cruz
verde.--Como dieron todos gracias á Dios con gozo inestimable.--Como
tomaron posesion solemne y jurídica de aquella tierra por los Reyes
de Castilla.--Como pedian perdon al Almirante los cristianos de los
desacatos que le habian hecho.--De la bondad, humildad, mansedumbre,
simplicidad y hospitalidad, disposicion, color, hermosura de los
indios.--Como se admiraban de ver los cristianos.--Como se llegaban
tan confiadamente á ellos.--Como les dió el Almirante de las cosas de
Castilla y ellos dieron de lo que tenian.

De aquí adelante será razon de hablar de Cristóbal Colon de otra manera
que hasta aquí, añidiendo á su nombre el antenombre honorífico, y á
su dignísima persona la prerogativa y dignidad ilustre, que los Reyes
tan dignamente le concedieron, de Almirante, pues con tan justo título
y con tantos sudores, peligros y trabajos, pretéritos y presentes, y
los que le quedaban por padecer, lo habia ganado, cumpliendo con los
Reyes mucho más, sin comparacion de lo que les habia prometido. Venido
el dia, que no poco deseado fué de todos, lléganse los tres navíos á
la tierra, y surgen sus anclas, y ven la playa toda llena de gente
desnuda, que toda el arena y tierra cubrian. Esta tierra era y es una
isla de 15 leguas de luengo, poco más ó ménos, toda baja sin montaña
alguna, como una huerta llena de arboleda verde y fresquísima, como
son todas las de los lucayos que hay por allí, cerca desta Española, y
se extienden por luengo de Cuba muchas, la cual se llamaba en lengua
desta isla Española, y dellas, porque cuasi toda es una lengua y manera
de hablar, Guanahaní, la última sílaba luenga y aguda. En medio della
estaba una laguna de buen agua dulce de que bebian; estaba poblada
de mucha gente que no cabia, porque, como abajo se dirá, todas estas
tierras deste orbe son suavísimas, y mayormente todas estas islas
de los lucayos, porque ansí se llamaban las gentes de estas islas
pequeñas, que quiere decir, cuasi moradores de cayos, porque cayos en
esta lengua son islas. Ansí que, cudicioso el Almirante y toda su gente
de saltar en tierra y ver aquella gente, y no ménos ella de verlos
salir, admirados de ver aquellos navíos, que debian pensar que fuesen
algunos animales que viniesen por la mar, ó saliesen della. Viernes, de
mañana, que se contaron 12 de Octubre, salió en su batel armado y con
sus armas, y la más de la gente que en él cupo; mandó tambien que lo
mismo hiciesen y saliesen los capitanes Martin Alonso y Vicente Yañez.
Sacó el Almirante la bandera real, y los dos Capitanes sendas banderas
de la cruz verde, que el Almirante llebaba en todos los navíos por seña
y divisa, con una _F_, que significa el rey D. Fernando, y una _I_, por
la reina Doña Isabel, y encima de cada letra su corona, una del un cabo
de la cruz, y otra del otro.
Saltando en tierra el Almirante y todos, hincan las rodillas, dan
gracias inmensas al todopoderoso Dios y Señor, muchos derramando
lágrimas, que los habia traido á salvamento, y que ya les mostraba
alguno del fruto que, tanto y en tan insólita y prolija peregrinacion
con tanto sudor y trabajo y temores, habian deseado y suspirado, en
especial D. Cristóbal Colon, que no sin profunda consideracion dejára
pasar las cosas que le acaecian, como quiera que más y mucho más, la
anchura y longaminidad de su esperanza se le certifica viéndose salir
con su verdad, y que de costumbre tenia de magnificar los beneficios
que recibia de Dios, y convidar á todos los circunstantes al hacimiento
de gracias. ¿Quién podrá expresar y encarecer el regocijo que todos
tuvieron y jubilacion, llenos de incomparable gozo é inextimable
alegría, entre la confusion de que se veian cercados por no le haber
creido, ántes resistido é injuriado al constante y paciente Colon?
¿Quién significará la reverencia que le hacian? ¿el perdon que con
lágrimas le pedian? ¿las ofertas que de servirle toda su vida le
hacian? y, finalmente, ¿las caricias, honores y gracias que le daban,
obediencia y subjeccion que le prometian? Cuasi salian de sí por
contentarle, aplacarle, y regocijarle; el cual, con lágrimas los
abrazaba, los perdonaba, los provocaba todos á que todo lo refiriesen
á Dios; allí le recibieron toda la gente que llevaba por Almirante
y Visorey é Gobernador de los reyes de Castilla, y le dieron la
obediencia, como á persona que las personas reales representaba, con
tanto regocijo y alegría, que será mejor remitir la grandeza della á la
discrecion del prudente lector, que por palabras insuficientes quererla
manifestar. Luego el Almirante, delante los dos Capitanes y de Rodrigo
de Escobedo, escribano de toda el armada, y de Rodrigo Sanchez de
Segovia, veedor della y de toda la gente cristiana que consigo saltó en
tierra, dijo que le diesen por fe y testimonio, como él por ante todos
tomaba, como de hecho tomó, posesion de la dicha isla, á la cual ponia
nombre Sant Salvador, por el Rey é por la Reina sus señores, haciendo
las protestaciones que se requerian segun que más largo se contiene
en los testimonios que allí por escrito se hicieron. Los indios que
estaban presentes, que eran gran número, á todos estos actos estaban
atónitos mirando los cristianos, espantados de sus barbas, blancura
y de sus vestidos; íbanse á los hombres barbados, en especial al
Almirante, como, por la eminencia y autoridad de su persona, y tambien
por ir vestido de grana, estimasen ser el principal, y llegaban con las
manos á las barbas maravillándose dellas, porque ellos ninguna tienen,
especulando muy atentamente por las manos y las caras su blancura.
Viendo el Almirante y los demas su simplicidad, todo con gran placer
y gozo lo sufrian; parábanse á mirar los cristianos á los indios, no
ménos maravillados que los indios dellos, cuánta fuese su mansedumbre,
simplicidad y confianza de gente que nunca cognoscieron, y que por
su apariencia, como sea feroz, pudieran temer y huir dellos; como
andaban entre ellos y á ellos se allegaban con tanta familiaridad y
tan sin temor y sospecha, como si fueran padres y hijos; como andaban
todos desnudos, como sus madres los habian parido, con tanto descuido
y simplicidad, todas sus cosas vergonzosas de fuera, que parecia no
haberse perdido ó haberse restituido el estado de la inocencia, en que
un poquito de tiempo, que se dice no haber pasado de seis horas, vivió
nuestro padre Adan. No tenian armas algunas, sino eran unas azagayas,
que son varas con las puntas tostadas y agudas, y algunas con un diente
ó espina de pescado, de las cuales usaban más para tomar peces que
para matar algun hombre, tambien para su defension de otras gentes,
que, diz que, les venian á hacer daño. Desta gente que vivia en estas
islas de los lucayos, aunque el Almirante da testimonio de los bienes
naturales que cognosció dellas, pero cierto mucho más, sin comparacion,
despues alcanzamos de su bondad natural, de su simplicidad, humildad,
mansedumbre, pacabilidad é inclinaciones virtuosas, buenos ingenios,
prontitud ó prontísima disposicion para recibir nuestra sancta fé
y ser imbuidos en la religion cristiana; los que con ellos mucho
en esta isla Española, conversamos, ansí en las cosas espirituales
y divinas, diversas veces, comunicándoles la cristiana doctrina, y
administrándoles todos los siete sanctos Sacramentos, mayormente
oyendo sus confesiones, y dándoles el Santísimo Sacramento de la
Eucaristía, y estando á su muerte, despues de cristianos, como abajo
en el segundo libro, cuando destas islas y gente dellas, que digimos
llamarse lucayos hablaremos, placiendo á nuestro Señor, parecerá. Y
verdaderamente, para, en breves palabras, dar noticia de las buenas
costumbres y cualidad que estos lucayos y gente destas islas pequeñas,
que así nombramos, tenian, y lo mismo la gente de la isla de Cuba,
aunque todavía digo, que á todas hacia ventaja esta de los lucayos,
no hallo gentes ni nacion á quien mejor la pueda comparar, que á la
que los antiguos y hoy llaman y llamamos Seres, pueblos orientales
de la India, de quien por los autores antiguos se dice ser entre sí
quietísimos y mansísimos; huyen de la conversacion de otras gentes
inquietas, y por este miedo no quieren los comercios de otros, mas de
que ponen sus cosas en las riberas de un rio sin tratar con los que las
vienen á comprar del precio, sino que segun que les parece que deben
de dar le señalan, y ansí venden sus cosas, pero no compran de las
ajenas. Entre ellos no hay mujer mala ni adúltera, ni ladron se lleva á
juicio, ni jamás se halló que uno matase á otro; viven castísimamente,
no padecen malos tiempos, no pestilencia; á la mujer preñada nunca
hombre la toca ni cuando está en el tiempo de su purgacion; no comen
carnes inmundas, sacrificios ningunos tienen; segun las reglas de la
justicia, cada uno es juez de sí mismo, viven mucho y sin enfermedad
pasan desta vida, y por esto los historiadores los llaman sanctísimos y
felicísimos. De lo dicho son autores Plinio, lib. VI, cap. 17, y Solino
en su _Polistor_, cap. 63; Pomponio Mella, lib. III, cap. 6.º, _in
fine_; Strabon, lib. XV; Virgilio, _in secundo Georgicorum_; y Boecio
II, _De Consolatione_, metro 5.º, y Sant Isidro, en el lib. XIX, cap.
27, hacen mencion dellos, y, más largo que todos, Amiano Marcelino,
lib. XXIII, de su Historia. De todas estas calidades de los Seres, yo
creo por cierto que, de pocas ó ningunas, carecian las gentes, que
habitaban naturales de los lucayos, y si miráramos en aquellos tiempos
en ello, quizá halláramos que en otras excedian á los Seres. De lo
dicho parece ser falso lo que dijo Hernan Perez, marinero, vecino que
fué desta ciudad de Sancto Domingo, desta isla Española, que no habia
saltado en tierra el Almirante en aquella isla de Guanahaní, ni en
otra hasta Cuba, segun refiere Oviedo en su Historia, como aún de sí
parecerá cosa no creible, que una tierra tan nueva y tan deseada, y
con tantos trabajos y angustias hallada, no quisiese verla entrando en
ella. Este Hernan Perez no debió de hallarse en este descubrimiento,
sino venir otro viaje, pues una cosa tan manifiesta y razonable de
creer niega, sino que debia de fingir haber venido con el Almirante
aquel viaje, y, cuando en esto afirmó lo que no era, siendo tan claro
el contrario, podráse colegir de aquí argumento para creer no todo
lo que Oviedo dijere de las cosas de aquellos tiempos, pues todo lo
que dice lo tomó del dicho Hernan Perez, que muchas veces alega, al
cual, en esto que dice de no haber saltado el Almirante en tierra,
no cree el mismo Oviedo. Tornando, pues, á nuestro propósito de la
historia, trujeron luego á los cristianos de las cosas de comer, de
su pan y pescado, y de su agua, y algodon hilado, y papagayos verdes
muy graciosos, y otras cosas de las que tenian (porque no tienen más
de lo que para sustentar la naturaleza humana, que ha poco menester,
es necesario). El Almirante, viéndolos tan buenos y simples, y que en
cuanto podian eran tan liberalmente hospitales, y con esto en gran
manera pacíficos, dióles á muchos cuentas de vidro y cascabeles, y
algunos bonetes colorados y otras cosas con que ellos quedaban muy
contentos y ricos. El cual, en el libro desta su primera navegacion,
que escribió para los Reyes católicos, dice de aquesta manera: «Yo,
porque nos tuviesen mucha amistad, porque cognoscí que era gente que
mejor se libraria y convertiria á nuestra sancta fé con amor que por
fuerza, les dí á algunos dellos unos botones colorados y unas cuentas
de vidro, que se ponian al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor
con que hobieron mucho placer, y quedaron tanto nuestros, que era
maravilla; los cuales despues venian á las barcas de los navíos, adonde
nos estábamos, nadando, y nos traian papagayos, y hilo de algodon en
ovillos, y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras
cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidro y cascabeles: En
fin, todo lo tomaban y daban de aquello que tenian, de buena voluntad,
mas me pareció que era gente muy pobre de todo; ellos andan todos
desnudos, como su madre los parió, y tambien las mujeres, aunque no
vide mas de una, harto moza, y todos los que yo vide eran mancebos, que
ninguno vide que pasase de edad de treinta años, muy bien hechos, de
muy hermosos y lindos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos
y cuasi como sedas de cola de caballos y cortos los cabellos traen por
encima de las cejas, salvo unos pocos, detras, que traen largos, que
jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de
los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y
dellos de colorado, y dellos de lo que hallan; dellos se pintan las
caras, y dellos los cuerpos y dellos solos los ojos, y dellos sola la
nariz; ellos no traen armas, ni las cognoscen, porque les amostré
espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No
tienen algun hierro, sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas
dellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos
todos á una mano son de buena estatura de grandeza, y buenos gestos,
bien hechos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que
veo que muy presto dicen todo lo que les decia, y creo que ligeramente
se harian cristianos, que pareció que ninguna secta tenian etc.» Todas
estas son palabras del Almirante. Cerca de lo que dice, que no vido
viejos, debia de ser que no querian parecer, aunque despues dice que
vido algunos. Es de saber, que todas aquellas islas de los lacayos eran
y son sanísimas, que habia en ellas hombres y mujeres vejísimos, que
cuasi no podian morir por la gran suavidad, amenidad y sanidad de la
tierra, é yo vide algunos dellos; y es tan sana aquella tierra, que
algunos españoles, siendo hidrópigos en esta isla, que no podian sanar,
se iban á alguna de aquellas islas, y desde á poco tiempo, como yo
los vide, volvian sanos. Cerca de lo que dice el Almirante, que eran
de hermosos gestos y cuerpos, es cierto así, que todos los vecinos y
naturales dellas, por la mayor parte, y de mil no se sacará uno de
hombres y mujeres que no fuesen muy hermosos de gestos y de cuerpos.
Ansí lo torna el Almirante á certificar en otro capítulo, diciendo:
«Todos de buena estatura gente muy hermosa, los cabellos no crespos,
salvo correntios y gruesos, y todos de la frente y cabeza muy ancha,
y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ninguno negro salvo de la
color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues estan leste
gueste con la isla del Hierro, en Canaria, so una línea; las piernas
muy derechas, todas á una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha,
etc.» Estas son sus palabras. Pareció[28] tambien aquesta gente, por
su simplicidad y mansedumbre, á la de una isla que cuenta Diódoro en
el lib. III, capítulo 13 de su Historia, de la cual dice maravillas.
Esta isla fué descubierta por ciertos griegos captivos en Etiopía, y
enviados en una barca ó navecilla pequeña, por cierto oráculo que los
etiopes habian tenido, los cuales, navegando cuatro meses de Etiopía
por el mar Océano hácia el Mediodia, despues de muchas tormentas y
peligros, llegaron á una isla redonda, de 5.000 estadios, que hacen 210
leguas, fertilísima y beatísima, la gente de la cual, en barcas, se
vino luego á recibillos; rescibiéronlos y tratáronlos benignísimamente
y conmutaron con ellos de lo que traian dándoles de lo que tenian;
aquella gente tenia cuatro codos de cuerpo, eran hermosos en todos sus
miembros, carecian de pelos sino era en la cabeza, y cejas, y párpados
y barba, tenian horadadas las orejas y la lengua cortada por medio á la
luenga, de su naturaleza, que parecia tener dos lenguas, y así hablaban
no sólo como hombres, sino como aves cantaban, y lo que maravillosa
cosa era, que hablaban con dos hombres disputando ó respondiendo
diversas cosas sin errar, juntamente, á uno con la una parte de la
lengua, y al otro con la otra. Tienen de costumbre vivir hasta cierta
edad, y llegados á ella, ellos mismos se dan la muerte; hay cierta
hierba, sobre la cual, si alguno se echa, viénele luego un muy suave
sueño y ansí muere: las mujeres tienen comunes, y ansí todos tienen
por propios todos los hijos, y como ninguno entre ellos tiene ambicion
ó señalada afeccion á persona alguna, viven concordes sin revueltas,
pacíficamente. Otras cosas refiere Diódoro, de la isla y de la gente,
dignas de ser leidas.


CAPÍTULO XLI.
En el cual se contiene como vinieron muchos indios á los navíos, en
sus barquillos, que llaman canoas, y otros nadando.--La estimacion que
tenian de los cristianos, creyendo por cierto que habian descendido
del cielo, y por esto cualquiera cosa que podian haber dellos, aunque
fuese un pedazo de una escudilla ó plato, la tenian por reliquias y
daban por ello cuanto tenian.--Hincábanse de rodillas y alzaban las
manos al cielo, dando gracias á Dios y convidábanse unos á otros
que viniesen á ver los hombres del cielo.--Apúntanse algunas cosas
notables, para advertir á los lectores de la simiente y ponzoña
de donde procedió la destruicion destas Indias.--Y cómo detuvo el
Almirante siete hombres de aquella isla.

Vuelto el Almirante y su gente á sus navíos, aquel viernes, ya tarde,
con su inextimable alegría dando gracias á nuestro Señor, quedaron
los indios tan contentos de los cristianos y tan deseosos de tornar
á verlos, y á ver de sus cosas, no tanto por lo que ellas valian ni
eran, cuanto por tener muy creido que los cristianos habian venido
del cielo, y por tener en su poder cosa suya traida del cielo, ya que
no podian tener consigo siempre á ellos, y así creo que se les hizo
aquella noche mayor que si fuera un año. Sábado, pues, muy de mañana,
que se contaron trece dias de Octubre, parece la playa llena de gente,
y dellos venian á los navíos en sus barcos y barquillos que llamaban
canoas (en latin se llaman _monoxilla_), hechas de un sólo cabado,
madero de buena forma, tan grande y luenga que iban en algunas 40 y
45 hombres, dos codos y más de ancho, y otras más pequeñas, hasta ser
algunas donde cabia un solo hombre, y los remos eran como una pala de
horno, aunque al cabo es muy angosta, para que mejor entre y corte el
agua, muy bien artificiada. Nunca estas canoas se hunden en el agua
aunque estén llenas, y, cuando se anegan con tormenta, saltan los
indios dellas en la mar, y, con unas calabazas que traen, vacian el
agua y tórnanse á subir en ellas. Otros muchos venian nadando, y todos
llevaban, dellos papagayos, dellos ovillos de algodon hilado, dellos
azagayas, y otros otras cosas, segun que tenian y podian, lo cual todo
daban por cualquiera cosa que pudiesen haber de los cristianos, hasta
pedazos de escudillas quebradas y cascos de tazas de vidro, y, ansí
como lo recibian, saltaban en el agua temiendo que los cristianos de
habérselo dado se arrepintiesen; y dice aquí el Almirante, que vió
dar diez y seis ovillos de algodon hilado, que pesarian más de un
arroba, por tres ceptis de Portogal, que es una blanca de Castilla.
Traian en las narices unos pedacitos de oro; preguntóles el Almirante
por señas donde habia de aquello, respondian, no con la boca sino con
las manos, porque las manos servian aquí de lengua, segun lo que se
podia entender, que yendo al Sur ó volviendo la isla por el Sur, que
estaba, diz que, allí un Rey que tenia muchos vasos de oro. Entendido
por las señas que habia tierra al Sur y al Sudueste y al Norueste,
acordó el Almirante ir allá en busca de oro y piedras preciosas,
y dice más aquí, que defendiera que los cristianos de su compañía
no rescataran el algodon que dicho es, sino que lo mandara tornar
para Sus Altezas si lo hobiera en cantidad. Es aquí de considerar,
para adelante, que como el Almirante hobiese padecido en la corte
tan grandes y tan vehementes contradicciones, y al cabo la Reina,
contra opinion y parecer de los de su Consejo y de toda la corte, se
determinase á gastar eso poco que gastó, aunque por entónces pareció
mucho, como arriba se ha dicho, los cuales tuvo siempre por adversarios
muy duros y eficaces despues adelante, abatiendo y anichilando su
negocio, no creyendo que estas tierras tenian oro ni otra cosa de
provecho, mayormente viendo despues que los Reyes gastaban en los
otros viajes mucha suma de dinero y no les venia provecho alguno,
persuadian á Sus Altezas que dejasen de proseguir aquesta empresa,
porque, segun vian, en ella se habian de destruir é gastar. Por manera,
que muchas más angustias y tribulaciones, y más recias impugnaciones,
sin comparacion, pasó despues, en la prosecucion del negocio, que
ántes que los Reyes se determinasen á le favorecer é ayudar, segun
que parecerá adelante. Ansí que, por esta causa, el Almirante nunca
pensaba ni desvelaba y trabajaba más en otra cosa que en procurar cómo
saliese provecho y rentas para los Reyes, temiendo siempre que tan
grande negociacion se le habia al mejor tiempo de estorbar, porque
via que si los Reyes se hartaban ó enojaban de gastar, no la habian
de llevar al cabo; por lo cual, el dicho Almirante se dió mas priesa
de la que debiera en procurar que los Reyes tuviesen ántes de tiempo
y de sazon rentas y provechos reales, como hombre desfavorecido y
extranjero (segun él muchas veces á los mismos católicos Reyes por sus
cartas se quejó), y que tenia terribles adversarios junto á los oidos
de las reales personas, que siempre lo desayudaban; pero no teniendo
tanta perspicacidad y providencia de los males que podian suceder,
como sucedieron, por excusacion de los cuales se debiera de arriesgar
toda la prosecucion y conservacion del negocio, y andar poco á poco,
temiendo más de lo que se debia temer la pérdida temporal, ignorando
tambien lo que no debiera ignorar concerniente al derecho divino y
natural, y recto juicio de razon, introdujo y comenzó á asentar tales
principios, y sembró tales simientes, que se originó y creció dellas
tan mortífera y pestilencial hierba, y que produjo de sí tan profundas
raíces, que ha sido bastante para destruir y asolar todas estas Indias,
sin que poder humano haya bastado á tan sumos é irreparables daños
impedir ó atajar. Yo no dudo que si el Almirante creyera que habia de
suceder tan perniciosa jactura como sucedió, y supiera tanto de las
conclusiones primeras y segundas del derecho natural y divino, como
supo de cosmografía y de otras doctrinas humanas, que nunca él osara
introducir ni principiar cosa que habia de acarrear tan calamitosos
daños, porque nadie podrá negar él ser hombre bueno y cristiano;
pero los juicios de Dios son profundísimos, y ninguno de los hombres
los puede ni debe querer penetrar. Todo ésto aquí se ha traido por
ocasion de las palabras susodichas del Almirante, para que los que
esta Historia leyeren, adviertan y cognozcan el orígen, medios y fin
que las cosas destas Indias tuvieron, y alaben al todopoderoso Dios,
no sólo por lo que hace pero tambien por lo que permite, y teman mucho
los hombres de que se les ofrezcan ocasiones con colores de bondad, ó
por excusar daño alguno, conque puedan ofender, mayormente dando asa
donde la humana malicia halle principio y camino para ir adelante y con
que se excusar; y para no incurrir en tales inconvenientes, necesario
es nunca cesar de suplicar por la preservacion dellos á Dios. Tornando
al propósito de la historia, domingo, de mañana, 14 dias de Octubre,
mandó el Almirante aderezar el batel de la nao en que él venia y las
dos barcas de las carabelas, y comenzó á caminar por el luengo de la
costa de la isla, por el Nornordeste, para ver la otra parte della,
que estaba hácia el leste, y especular qué por hallí habia. Y luégo
comenzó á ver dos ó tres poblaciones, y gran número de gente, hombres
y mujeres, que venian hácia la playa, llamando los cristianos á voces,
y dando gracias á Dios; los unos, les traian agua fresca, otros,
cosas de comer, otros, cuando vian que no curaban de ir á tierra,
se lanzaban en la mar, y, nadando, venian á las barcas, y entendian
que les preguntaban por señas si eran venidos del cielo; y un viejo
dellos quiso entrarse y entró en el batel, é irse con ellos, otros,
con voces grandes, llamaban á otros hombres y mujeres, convidándolos
y diciéndoles: venid y vereis los hombres que vinieron del cielo,
traedlos de comer y de beber. Vinieron muchos hombres y muchas mujeres,
cada uno trayendo de lo que tenia, dando gracias á Dios, echándose en
el suelo, y levantaban las manos al cielo, y despues, dando voces,
llamándolos que fuesen á tierra. Todas estas son palabras formales del
Almirante, refiriendo lo que aquí refiero; pero el Almirante, por ir
á ver un grande arracife de peñas que cerca toda la isla en redondo,
no curó de ir á tierra como los indios pedian. Dentro deste arracife,
dice el Almirante, haber puerto segurísimo, en que cabrian todas las
naos de la cristiandad y estarian como en un pozo; miró dónde se podia
hacer fortaleza, y vido un pedazo de tierra que salia á la mar, ancho
en lo que salia y angosto el hilo por el cual salia, que se pudiera en
dos dias atajar y quedara del todo hecho isla. Esta manera de tierra
llaman los cosmógrafos península, que quiere decir cuasi isla, esto
es, cuando de la tierra firme sale algun pedazo de tierra angosto, y
lo postrero della se ensancha en la mar; en este pedazo de tierra, diz
que, habia seis casas. Dice aquí el Almirante, que no via ser necesario
pensar en hacer por allí fortaleza, por ser aquella gente muy simple y
sin armas, como Vuestras Altezas, dice él, verán por siete que yo hice
tomar para los llevar y deprender nuestra habla y volverlos, salvo que
Vuestras Altezas, cuando mandaren, puédenlos todos llevar á Castilla
ó tenerlos en la misma isla captivos, porque 50 hombres los ternan
todos sojuzgados y les harán hacer todo lo que quisieren. Estas son
palabras del Almirante, formales. Dos cosas será bien aquí apuntar;
la una, cuán manifiesta parece la disposicion y prontitud natural que
aquellas gentes tenian para recibir nuestra sancta fe, y dotarlos é
imbuirlos en la cristiana religion y en todas virtuosas costumbres, si
por amor y caridad y mansedumbre fueran tratadas, y cuanto fuera el
fruto que dellas Dios hobiera sacado; la segunda, cuán léjos estaba el
Almirante de acertar en el hito y punto del derecho divino y natural,
y de lo que, segun esto, los Reyes y él eran con estas gentes á
hacer obligados, pues tan ligeramente se determinó á decir, que los
Reyes podian llevar todos los indios, que eran vecinos y moradores
naturales de aquellas tierras, á Castilla, ó tenerlos en la misma
tierra captivos, etc. Cierto, distantísimo estaba del fin que Dios y su
Iglesia pretendia en su viaje, al cual, el descubrimiento de todo este
orbe y todo cuanto en él y cerca dél se hobiese de disponer, se habia
de ordenar y enderezar. Vido por allí tantas y tan lindas arboledas
verdes, que decia ser huertas, con mucha agua, más graciosas y hermosas
que las de Castilla por el mes de Mayo. Destos que con tanta confianza
en las barcas, como á ver y adorar gente del cielo, se entraron, detuvo
el Almirante siete, y con ellos se vino á la nao. Por lo que despues
pareció, que cuando podian huir se huian, parece bien que los detuvo
contra su voluntad, y si estos eran casados y tenian mujeres y hijos
para mantener, y otras necesidades, ¿como esta violencia se podia
escusar? parece que, contra su voluntad, en ninguna manera, por bien
alguno que dello se hobiera de sacar, no se debiera hacer. Preguntados
estos, que así detuvo, si habia otras islas por allí, respondieron por
señas que habia muy muchas, y contaron por sus nombres mas de ciento.
Alzó las velas el Almirante con todos sus tres navíos, y comenzó á ver
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