Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 32

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otro romero, que velase una noche en Sancta Clara de Moguer y hiciese
decir una misa, porque tambien aquella es casa donde los marineros,
del Condado especialmente, tienen devocion. Echaron los garbanzos y
uno señalado con una cruz, el cual sacó el Almirante, y así quedó por
dos veces obligado á ir á cumplir las dichas romerías. Despues desto,
fatigándolos más el miedo y angustia de la mar, el Almirante y toda
la gente hicieron voto, de que si los llegase á tierra, en la primera
salir todos en camisa y procesion, á hacer oracion y darle gracias en
una Iglesia que fuese de la invocacion ó nombre de Nuestra Señora, la
Vírgen María; y porque la tormenta crecia, y ninguno pensaba escapar,
allende los votos comunes, cada uno hacia en especial su voto, segun
la devocion que Dios le infundia. Ayudaba al aumento del peligro y
temor, que venia el navío con falta de lastre, que es la piedra y
peso que ponen abajo porque no se trastorne, y ande, como calabaza,
liviano, y esta es una cosa para los que navegan muy peligrosa; causó
esta liviandad, en parte, haberse aliviando la carga por ser ya comidos
los bastimentos y bebida el agua y el vino, lo cual, por cudicia de
gozar del próspero viento que entre las islas tuvieron, no proveyó el
Almirante de mandar lastrar ó echar peso de piedra en las carabelas,
como tenia propósito cuando estaba cerca ó en paraje de las islas de
las mujeres, donde queria ir, como arriba se hizo mencion. En este paso
escribe el Almirante cosas, cierto, de compasion, por las angustias en
que estaba; refiere las causas que le ponian temor de que allí, Nuestro
Señor no quisiese que pereciese, y otras que le daban esperanza de
que Dios lo habia de llevar y poner en salvo, para que tales nuevas,
y tan dignas de admiracion como llevaba á los Reyes, no pereciesen en
aquella mar. Parecíale quel deseo grande que tenia de llevar nuevas tan
nuevas y tan grandes, y mostrar que habia salido verdadero en lo que
habia dicho, y proferídose á descubrir, le ponia miedo grandísimo de
lo no conseguir, y que cada mosquito, decia, que le podia perturbar
é impedir, atribuyéndolo esto á su poca fé y desfallecimiento de
confianza de la providencia divinal; confortábanle, por otra parte, las
mercedes que Dios le habia hecho en darle tanta victoria descubriendo
lo que descubierto habia, y cumpliéndole todos sus deseos, habiendo
pasado en Castilla por sus despachos muchas y grandes adversidades, y
que como ántes hobiese puesto su fin, y enderezado su intencion y su
negocio á Dios, y Dios le habia oido, y al cabo concedido todo lo que
le habia suplicado, debia creer que, por su bondad, le perfecionaria
los bienes y mercedes que le habia comenzado; mayormente habiéndole
librado á la ida, cuando tenia mayor razon de temer, de los trabajos
que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos á una vez
estaban determinados de se volver y alzarse contra él, haciéndole
mil protestaciones, y el eterno Dios le dió esfuerzo y valor contra
todos, y otras cosas de mucha maravilla que Dios habia mostrado en él
y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas sabian de
las personas de su casa. Todas estas son sus palabras, del Almirante,
aunque algunas, con su estilo simple y humilde, que dan testimonio
de su bondad; así que, acúsase á sí mismo de temer la tormenta, pues
tantas razones tenia para confiar, pero la flaqueza y congoja, dice él,
no me dejaban asegurar el ánima. Dice más, que tambien le daba gran
pena dos hijos que tenia en Córdoba, al estudio, que quedaban huerfanos
de padre y madre en tierra estraña, y los Reyes no sabian los servicios
que los habia hecho en aquel viaje, y las nuevas tan prósperas que
les llevaba, para que se moviesen á los remediar. Por esto y porque
supiesen Sus Altezas como Nuestro Señor le habia dado victoria de todo
lo que deseaba descubrir de las Indias, y supiesen que ninguna tormenta
habia en aquellas partes (lo cual dice que se puede cognoscer por
la hierba y árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la
mar), y porque si se perdiese con aquella tormenta, los Reyes hobiesen
noticia de su viaje, usó de la siguiente industria. Tomó un pergamino y
escribió en él todo cuanto pudo de lo que habia hallado y descubierto,
rogando mucho á quien lo hallase, que lo llevase á los reyes de
Castilla; este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien,
y mandó traer un gran barril de madera, y lo puso en él sin que alguna
persona supiese lo que era, sino que pensaron todos que era alguna
devocion, y así lo mandó echar en el mar; despues, con los aguaceros y
turbionadas, se mudó el viento al gueste, y andaria á popa, sólo con el
trinquete, cinco horas con la mar muy brava; andaria este jueves en la
noche, 13 leguas. Cosa es de notar la diferencia del viaje, que á la
venida destas Indias hizo ser tan suave, que pensaron todos que nunca
podia haber tormenta en aquesta mar, y algunos temian que no habian de
tener vientos para tornar en Castilla; no lo dijo ni experimentó así el
Almirante cuando en su cuarto viaje descubrió á Veragua, como, si Dios
me diese vida, se dirá, porque de las más terribles tormentas que se
cree haber en todas las mares del mundo, son las que por estas mares
destas islas y tierra firme suele hacer, como parecerá, y experimentan
cada dia los que las navegan. Maravillosas, finalmente, son las cosas
de Dios y la órden y providencia que tiene en sus obras; cierto, si
las tormentas que suele hacer por acá, aquel primer viaje hobieran y
experimentáran aquellos tan impacientes marineros que consigo traia,
ménos sufrieran la dilacion de aquel tan nuevo y luengo viaje, como
se les hizo, y, á la primera que les asomara, no hobiera duda, sino
que luego volvieran las espaldas, y entónces tuviera mayor peligro el
Almirante en su vida, si porfiara á detenerlos; pero proveyólo Dios,
como suele, las cosas que hacer determina, y trájolos hasta descubrir y
ver estas tierras, como si vinieran por un rio.


CAPÍTULO LXX.[33]

Viernes, salido el sol, 15 de Febrero, vieron tierra por delante,
á la parte del lesnordeste, y, como suele cada dia acaecer entre
los marineros, que por maravilla en la cuenta de las leguas y en el
recognoscer las tierras concuerdan; unos decian que era la isla de la
Madera, otros, que era la roca de Sintra, en Portugal, junto á Lisboa;
pero el Almirante, á quien Dios habia puesto en este viaje por guia, se
hallaba estar con las islas de los Azores, y creia ser aquella tierra
una dellas, como fué verdad, puesto que los pilotos ya navegaban por
la tierra de Castilla. Estarian cinco leguas de la tierra que vian;
esta, en la verdad, era la isla de Sancta María, que es una de las de
los Azores. Andaba la mar siempre altísima, y el Almirante y todos
con su angustia, dando muchos bordos, que son vueltas de una parte á
otra, que no se hace sin grandes trabajos y peligros cuando la mar es
tormentosa, y esto hacia por alcanzar alguna parte de la tierra, que ya
se cognoscia ser isla. Salido el sol, sábado, tomó la vuelta del Sur
por llegarse á ella, porque, por la gran niebla y cerrazon, ya no la
vian; luego se les descubrió por popa otra isla, de la cual estarian
ocho leguas. Anduvo todo este dia trabajando de la misma manera, no
pudiendo tomar tierra por el demasiado viento que les hacia; al decir
de la Salve, que acostumbran los marineros cada noche decirla por su
devocion, luego, despues de anochecido, vieron algunos lumbre en la
tierra, pero toda esta noche anduvieron barloventeando sobre la isla;
en esta noche reposó algo el Almirante, porque desde el miércoles, ni
habia dormido ni podido dormir, y este es el mayor de los trabajos que
tienen los buenos pilotos, y que llevan á su cargo regir los navíos.
Quedaba muy tollido de las piernas por estar siempre desabrigado, al
agua y al frio, ayudaba á esto, por el poco comer, la poca substancia
que en los miembros tenia. Anduvo todo el domingo, y, á la noche, llegó
á la isla, puesto que, por la gran escuridad, no pudo recognoscer qué
isla fuese; andúvola rodeando para ver donde, para tomar agua y leña,
surgiria, y al fin surgió con una ancla, que luego perdió, por la mar
grande y las peñas que habia, que le fué muy penoso sobre las muchas
penas que se tenia. Tornó á dar la vela y barloventear toda la noche,
y despues del sol salido, lúnes, 18 de Febrero, surgió otra vez de la
parte del Norte de la isla, y envió la barca á tierra y hobieron habla
con la gente de la tierra, y allí supieron ser la isla de Sancta María,
y enseñáronles el puerto donde habian de poner la carabela. Dijo la
gente de la tierra, que se maravillaban cómo podian haber escapado,
segun la tormenta que debian de haber padecido, que jamás otra tan
grande habian por allí sentido. Dice aquí el Almirante, que aquellos
de la isla mostraban grande alegría, y daban gracias á Dios por el
descubrimiento del Almirante que habia hecho destas Indias, pero, en
la verdad, todo era fingido, como parecerá en el siguiente capítulo.
Aquí se cognosció como el Almirante habia venido y carteado más cierto
en la cuenta de su viaje que todos los que traia consigo, y esto era
porque le velaba mejor que todos ellos, que es el punto principal que
los pilotos han de mirar para dar buena cuenta de sí, conviene á saber,
no dormir, como fué dicho; aunque fingió el Almirante haber andado más
camino del que habian andado, por desatinar á los pilotos y marineros
que carteaban, y quedar él por mas cierto de aquella navegacion y
derrota, como quedaba, y con razon, porque ninguno trajo su camino
cierto. En todas estas cosas, el Almirante daba contino muchas gracias
á Dios.


CAPÍTULO LXXI.

Aquí es de considerar, que como el rey D. Juan de Portugal no tuvo
en nada el descubrimiento y ofertas quel Almirante al principio le
ofreció, y pasaron las cosas que arriba en los capítulos 28 y 29 se
dijeron, y vido que al fin los reyes de Castilla lo admitieron y
despacharon, dando todo favor y navíos y lo demas que para hacer el
viaje convino, y estaba el dicho rey D. Juan ya informado y avisado
del camino ó derrotas quel Almirante habia de hacer, por la relacion
quél mismo, cuando esto trató con él, le hizo, y considerando que á
la vuelta podia y habia de venir forzadamente, ó por la Guinea, ó por
las islas de cabo Verde, ó por la de la Madera, ó por alguna de las
de aquellas islas de los Azores, parece que debia de haber mandado en
todas las partes y lugares quél por este mar Océano tenia, que cada
y cuando por alguno dellos el Almirante volviese, lo prendiesen y se
lo enviasen preso á Portugal, ó como cosa semejante, porque, segun
parece, no osaran hacer lo que hicieron los de aquella isla, si el
Rey no se lo hobiera así mandado, teniendo el Rey y reino de Portugal
paces asentadas con Castilla. Así que, este lúnes, despues del sol
puesto, vinieron á la costa ó playa de la mar tres hombres, y capearon
ó llamaron á la carabela como que querian haber habla con ellos; el
Almirante mandó ir la barca en tierra y recibirlos en ella, los cuales
trajeron un presente de refresco, especialmente gallinas y pan fresco,
que enviaba el Capitan de la isla al Almirante, que se llamaba Juan
de Castañeda, encomendándosele mucho y diciendo que le cognoscia muy
bien, y que por ser de noche no venia á verlo, pero que en amaneciendo
le vernia á visitar con más refresco, y traeria tres hombres que de
la barca la primera vez habian quedado, porque, por el gran placer de
oirles contar las cosas de su viaje, no los habia enviado. El Almirante
hizo mucha honra á los tres mensajeros, y mandóles dar camas aquella
noche en la carabela, porque era tarde y estaba léjos la poblacion;
y porque el jueves pasado, cuando se vido en el angustia de la gran
tormenta, hicieron el voto y votos de susodichos, entre los cuales
fué el voto de que en la primera tierra donde hobiese casa de Nuestra
Señora saliesen en camisa, etc., acordó el Almirante que la mitad de la
gente de la carabela fuese á cumplirlo á una casita que estaba junto
con la mar, como ermita, porque, despues de aquellos vueltos, saliese
él, con la otra mitad de la gente, á hacer lo mismo. Luego, mártes, de
mañana, 19 de Febrero, y dia de Carnestolendas, viendo el Almirante ser
tierra segura, confiando en las ofertas del Capitan y en la paz que
habia entre Portugal y Castilla, envió la mitad de la gente á tierra,
y rogó á los tres portogueses que fuesen á la poblacion y les trujesen
un clérigo para que les dijese misa, los cuales salidos, iban todos
en camisa en cumplimiento de su romería; y estando en la ermita en su
oracion, saltó con ellos todo el pueblo, dellos á caballo y dellos
á pié, con el dicho su Capitan, y á todos los prendieron. Despues,
estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él en
tierra, para cumplir su promesa, con la otra parte de la gente, hasta
las once horas del dia, viendo que no venian comenzó á sospechar, ó
que los detenian, ó que la barca era quebrada, ó perdida, porque toda
la isla es cercada de altas peñas; esto no podia ver el Almirante,
porque la ermita estaba detras de una punta ó cerro que entra dentro
en la mar, y encubre los navíos, ó la ermita dellos. Mandó levantar el
ancla y dió la vela hasta en derecho de la ermita, y vido muchos de
caballo, que se apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron
á la carabela para prender al Almirante; levantóse el Capitan de los
portogueses en la barca, y pidió seguro al Almirante, dijo el Almirante
que se lo daba, pero ¿qué innovacion era aquella, que no via ninguno
de su gente en la barca? y añidió el Almirante, que subiese y entrase
en la carabela, porque él haria todo lo quél quisiese. Pretendia el
Almirante con buenas palabras atraerlo á que entrase en la carabela
por prenderlo, para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe
dándole seguro, pues, habiéndole él ofrecido paz y seguridad, lo habia
quebrantado. El Capitan portogués, como habia hecho la maldad y venia
con mal propósito y peor intencion, no osó poner su persona en aquel
peligro. Desque vido el Almirante que no se llegaba á la carabela,
rogóle que le dijese por qué le detenia por fuerza su gente, habiéndole
dado palabra de tanta seguridad, y teniendo los Reyes asentadas paces
entre sus reinos, Portugal y Castilla, de lo cual el rey de Portugal
recibiria enojo, pues en la tierra de los reyes de Castilla recibian
los portogueses todo buen tratamiento, y conversaban y trataban seguros
como en su tierra, y que los reyes de Castilla le habian dado cartas de
recomendacion para todos los Príncipes y señores, y naciones del mundo,
las cuales le mostraria si quisiese llegar más á la carabela, y que él
era Almirante, de los dichos señores Reyes, del mar Océano y Visorey
de las Indias quél venia de descubrir, que ya eran de Sus Altezas, de
todo lo cual le mostraria las provisiones firmadas de sus nombres, con
sus manos, y selladas con sus reales sellos, las cuales le mostró desde
la carabela; y que los Reyes estaban en mucha paz y amistad con el rey
de Portugal, y que le habian mandado en sus instrucciones, que donde
quier que hallase navíos de Portugal, les hiciese todo el placer, honra
y buena compañía que pudiese, pero que, dado que él no le quisiese
restituir su gente, no por eso dejaria de ir á Castilla, porque harta
gente tenia para cumplir su navegacion, y que él y sus portogueses
serian bien castigados por haberle hecho tan malvada obra contra
derecho de las gentes y toda razon. Entónces, respondió el Capitan de
los portogueses: «No cognoscemos acá al rey é reina de Castilla, ni sus
cartas, ni le habian miedo, ántes les darian á entender qué cosa era
Portugal;» cuasi amenazando. Desto tuvo el Almirante gran sentimiento,
sospechando si se habian rompido las paces, ó hobiese habido algun
alboroto ó daños entre ambos los reinos, despues dél, para este
descubrimiento, partido; él les respondió á estas vanas y soberbias
palabras, en servicio de sus Reyes, lo que le pareció responderles.
Torno el Capitan otra vez á levantarse desde algo más léjos, y dijo
al Almirante que fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que
él hacia y habia hecho, el Rey su señor se lo habia enviado á mandar
que lo hiciese; desto hizo el Almirante á todos los de la carabela
testigos. Añidió el Almirante al Capitan y á todos ellos, que les daba
su fe y palabra, como quien era, que no saldria de la carabela hasta
que llevase un ciento de portogueses á Castilla presos, y que en cuanto
pudiese trabajase de despoblar aquella isla: y con esto se volvió el
Almirante á surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo
y viento era muy áspero y contrario para hacer otra cosa.


CAPÍTULO LXXII.

Mandó aderezar el navío y hinchir las pipas vacías de agua de la mar,
en lugar de piedra, que apesgasen el navío, que los marineros llaman
lastre, porque es muy peligrosa cosa no estar la nao apesgada de
lastre, porque á cada paso se puede y está en peligro de se trastornar;
y desayudábale mucho estar en muy mal puerto, donde temió mucho que se
le cortasen las amarras ó cables, que son las maromas con que están
atadas las anclas, y en fin así se le cortaron, y, constreñido desta
necesidad, dió la vela, miércoles, á 20 de Febrero, la vuelta de la
isla de Sant Miguel, para buscar algun puerto donde se pudiese algo
mejor reparar del viento y mar que hacia, puesto que en todas aquellas
islas de los Azores no lo hay bueno, y el mayor remedio que hay es
huir de la tierra á la mar, malo ó bueno que sea el navío, si no es
tan malo que hayan por fuerza de sabordar en tierra, que es dar con el
navío en tierra para salvarse el que pudiere. Y esto es muy peligroso
para donde hay peñas, y, ya que no las haya, no suele escapar el que
no sabe nadar, porque, si el navío es grande, no puede llegarse á
tierra ménos de un estado, y dos, y tres, y poco ménos, comunmente;
así que anduvo todo aquel miércoles, todo el dia hasta la noche, con
gran viento y gran mar, y ni pudo ver la tierra de donde habia salido
ni la otra de Sant Miguel que iba á buscar, que está de la isla de
Sancta María obra de 12 leguas, por la gran niebla y cerrazon que
habia, que causaba la espesura del terrible viento. Iba el Almirante,
segun él aquí dice, con harto poco placer, porque no tenia sino tres
marineros que supiesen de la mar, como quedaban todos los demas en la
dicha isla de Sancta María, y los que allí demas traian eran gente de
tierra; está toda aquella noche á la corda, que es, las velas tendidas
pero vuelven de tal manera el navío, como de esquina, al viento, que
no puede andar, y en esto trabaja mucho el navío, y la gente padece
mucho trabajo, en especial la gente de tierra no acostumbrada á andar
por la mar. Padeció esta noche gran tormenta y peligro, por las dichas
causas de mar y viento, y andar á la corda; dice que en esto le hizo
Nuestro Señor mucha merced, que la mar ó las olas della venian por sola
una parte, porque si cruzaran de una parte y otra, como las pasadas,
muy mayor peligro y daño padeciera. Despues del sol salido, otro dia,
jueves, visto que no parecia la isla de Sant Miguel, acordó tornarse
á la de Sancta María, por ver si podia cobrar su gente y la barca, y
las anclas y amarras que allí habia dejado y se le habian rompido, y,
cierto, él andaba á muy gran riesgo faltándole la barca y las anclas,
porque faltar la barca es gran peligro para tomar agua y otras cosas de
tierra, y no pueden hacer, aún en la mar, alguna cosa sin ella, y para
escaparse en ella cuando el navío se pierde; y sin las anclas no pueden
llegarse á tierra ni tomar puerto, por ocasion de lo cual, se les
ofrecen multitud y diversidad de peligros, muy propincuos á perecer.
Maravíllase el Almirante de ver tan grandes y tan frecuentes tormentas
y malos tiempos por aquellas islas y partes de los Azores, mayormente
habiendo gozado todo aquel invierno, en las Indias, de tan suaves
aires y tiempos, y siempre sin surgir ó echar anclas, sino de cuando
en cuando, y una sola hora no vido la mar que no pudiesen andar por
ella en una artesa; lo mismo le acaeció cuando iba á descubrir, hasta
las islas de Canaria, que tuvo gran trabajo de mar y vientos, pero,
despues de pasadas, siempre tuvo la mar y los vientos de maravillosa
suavidad y templanza. Miró que, como arriba se dijo en el capítulo 37,
lo que temian los marineros era, que no habian de hallar vientos para
volverse, segun la suavidad y blandura y continuacion, siempre para
el Poniente, de las brisas; y al cabo concluye aquí el Almirante, que
bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos, que el Paraíso
terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperatísimo,
así que, aquestas tierras que él habia descubierto, dice él, es el fin
de Oriente. Surgió, pues, en la isla de Sancta María, en el puerto de
ántes, el mismo jueves, y vino luego á la costa de la mar un hombre y
comenzó á capear, desde unas peñas, diciendo que no se fuesen de allí,
y desde á poco vino la barca con cinco marineros, y dos clérigos, y un
escribano, los cuales pidieron seguro. Dado por el Almirante, subieron
á la carabela, y, porque era noche, durmieron allí, á los cuales el
Almirante hizo la honra y buen acogimiento que pudo; á la mañana, le
requirieron que les mostrase poder de los reyes de Castilla, para que á
ellos constase, como, con poder Real, habian hecho aquel viaje. Sintió
el Almirante hacer aquello para dar color y excusarse de la vileza que
le habian hecho, como que tuvieron causa y razon para hacerlo, puesto
que ellos no pretendian sino haber al Almirante á las manos, porque así
se lo debia de haber mandado su rey de Portugal, pues vinieron con la
barca armada, sino que cognoscieron que no les fuera bien dello porque
el Almirante estuvo bien sobre aviso. Finalmente, por cobrar su gente y
la barca, hobo de disimular y sufrir amostrarles la carta general del
Rey y de la Reina, que llevaba para todos los Príncipes y señores, de
recomendacion donde quiera que llegase, y otras provisiones reales, y
dióles de lo que tenia y fuéronse á tierra contentos; luego libertaron
todo la gente y la enviaron con la barca á la carabela, de los cuales
supo el Almirante que dieran mucho por prenderle, y, si lo prendieran,
nunca, por ventura, se viera en libertad; y esto, dijo el Capitan de
aquella isla, que así se lo habia mandado el rey de Portugal, su señor.
Comenzó á bonanzar la tormenta del tiempo, alzó las anclas y fué á
rodear la isla para buscar algun abrigo y surgidero para tomar leña y
piedra para lastrar y apesgar la carabela, y no pudo tomar surgidero
hasta hora de completas, sábado, y, surgido, porque la mar era muy
alterada y brava, no pudo llegar la barca á tierra.


CAPÍTULO LXXIII.

Domingo, 24 de Febrero, al rendir de la primera vela ó guardia, que es
cerca de la media noche, comenzó á ventear gueste y Sudueste, vecinos
y mensajeros del Sur, el cual es mucho peligroso en aquellas islas, si
le esperan los navíos las anclas echadas, por esto mandó levantarlas y
tender las velas; y, cognosciendo que le hacia tiempo, acordó de poner
la proa en el camino de Castilla, y dejando de se proveer de leña y de
piedra por ahorrar tiempo; y así mandó gobernar á la vía del leste.
Anduvo esta noche, hasta salido el sol, lúnes, que serian seis horas
y media, 7 millas por hora, que fueron 45 millas y media, y hasta la
noche á 6 millas por hora, que montaron 28 leguas. Lúnes, con la noche
pasada, navegó 32 leguas, con la mar llana, por lo cual daba gracias á
Dios. Vínoles á la carabela una ave muy grande que juzgó el Almirante
parecer águila. El mártes, con la noche pasada, que comenzó despues
del sol puesto, navegó á su camino al leste, la mar llana, de que daba
muchas gracias á Dios; anduvo 33 leguas, con algunos aguaceros, algo
volviendo al lesnordeste, dos vientos ménos, que se llama la media
partida por los marineros. El miércoles y jueves, 27 y 28 de Febrero,
anduvo fuera de camino á una parte y á otra por los vientos que le
ocurrieron contrarios; comenzó á tener gran mar y mucho trabajo, y
apropincuábasele más cuanto más se acercaba á Castilla. Hallábase del
cabo de Sant Vicente 125 leguas, y 80 de la isla de la Madera, y 106
de la de Sancta María, de donde habia partido. Viernes, 1.º de Marzo,
con la noche pasada, anduvo al leste, cuarta del Nordeste, que cuasi
era su via, 35 leguas. El sábado, con la noche pasada, corrió 48
leguas, por que se comenzaba la mar y el viento á arreciar. Sábado, en
la noche, vino una grande y súbita turbiada, ó golpe de tempestad,
que le rompió todas las velas, por lo cual se vido él y todos en
grande peligro de perderse, mas Dios los quiso librar, como dice en
su navegacion. Hechó suertes para enviar un romero á Sancta María
de la Cinta, que es una casa devota con quien los marineros tienen
devocion, que está en la villa de Huelva, y cayó la suerte sobre el
Almirante, como solia. No parece sino que andaba Dios tras él, dándole
á entender que por él hacia todas aquellas tormentas, para humillarle
y que no tuviese presuncion de sí mismo, ni atribuyese algo de todo lo
que habia descubierto, y gran hazaña, que mediante Dios, hecho habia,
sino que todo lo refiriese á aquel grande y poderoso Dios, que lo
habia escogido por ministro é instrumento para obra, tan nunca otra
tan grande y señalada, ni vista ni oida, que hombre temporalmente
hiciese, mostrando al mundo otro mundo, para que el mundo tambien,
estimando ser sólo, no se desvaneciese. Y es cierto que cada vez que
estas cosas me paro á pensar, que es con mucha frecuencia, yo no me
acabo ni harto de admirar, así como ni de, á su egregia y singularísima
obra, atribuir encarecimiento; tampoco de considerar los inmensos é
intolerables trabajos, y diversa multitud frecuentísima de angustias y
aflicciones que, desde que comenzó á intentar este descubrimiento, á
este varon se ofrecieron y siempre padeció hasta que los dejó con la
vida. Tornando al cuento de su camino, esta noche, domingo, crecióle
tanto la deshecha y espantosa tormenta de mar y de viento, que tuvo por
casi cierto que ni él, ni hombre de los que con él iban, escapara para
llevar las nuevas. Veníanles las mares altísimas de dos partes, y los
vientos con tan terrible ímpetu y veemencia, que parecia que levantaban
la carabela sobre los aires. Afligian tambien la mucha agua que del
cielo caia, y los temerosísimos truenos y relámpagos, pero, como dice,
plugó á nuestro Señor de lo sostener. Anduvo, con estos peligros y
temores de cada hora se perder, á árbol seco sin velas, donde la mar y
el viento los echaba, hasta la media noche que Dios los consoló con ver
los marineros, que, aunque de noche y escura grande, vieron tierra;
entónces, por huir della, que es gran peligro de noche estar cerca de
tierra, mandó dar el papahigo, que es un poco de vela, por desviarse y
andar algo, aunque con grande peligro y espanto, hasta que amaneciese
y recognosciesen la tierra y entrasen en algun puerto donde salvarse
pudiesen. Lúnes, de mañana, en amaneciendo, que se contaron 4 dias de
Marzo, recognoscieron la tierra, que era la roca de Sintra, que es
junto con la boca del rio y puerto de Lisbona, donde, forzado por huir
de tanto peligro y tormenta como siempre hacia, determinó de entrar en
el puerto, porque aún no pudo parar en la villa de Cascaes, que está
en la entrada y boca del rio Tajo. Entrados un poco dentro, echó las
anclas, dando todos infinitas gracias á Dios que los habia escapado
de tan grande y tan cierto peligro. Venian los de aquel pueblo á
congratularse con ellos, y daban loores al Señor que los habia librado,
teniendo por maravilla haberse escapado; y dijéronles, que, desque los
vieron en el peligro que venian toda aquella mañana, hicieron plegarias
y suplicaciones, á Dios, por ellos. A hora de tercia, vino á pasar á
rastelo dentro del rio de Lisbona, donde supo, de la gente de la mar,
que jamás habian visto invierno de tan recias y desaforadas tormentas,
y que se habian perdido en Flandes 25 naos, y otras estaban allí que
salir no habian podido; luego escribió al rey de Portugal que estaba
en el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa, cómo los reyes de
Castilla, sus señores, le habian mandado que no dejase de entrar en los
puertos de Su Alteza á pedir lo que hobiese menester, por sus dineros,
y que le suplicaba le mandase dar licencia para ir con la carabela á
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