Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 12

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ellos habian estado en Portogal y habian recibido del infante don
Enrique mucha merced y muy buen tratamiento, y que por servirle harian
todo cuanto pudiesen. Oidas estas ofertas, acordaron de descubrirles
su propósito, diciendo, que ellos determinaban de saltear los Canarios
de la Palma, que les rogaban que fuesen con ellos, llevando alguna
gente á los ayudar y favorecerlos; los Gobernadores ó señores Canarios
de la Gomera, respondieron que les placia, por servir al Infante, y
estos se llamaban Piste y Bruco, y juntan buen golpe de su gente, y
éntranse en los navíos con los portogueses, y los navíos doce ó quince.
Llegados los navíos al puerto de la isla de la Palma, cuando amanecia,
por consejo de los Capitanes Canarios de la Gomera, dieron sobre unos
pastores que guardaban unos grandes hatos de ovejas, ántes que fuesen
sentidos, los cuales huyeron luégo hácia un valle, donde habia gente
dellos; van los Canarios de la Gomera tras ellos, por unas breñas ó
peñas ásperas, y siguiendo los portogueses, despeñáronse algunos, que
se hicieron pedazos, de los portugueses, y algunos de los Canarios
de la Gomera; allegada mucha gente, como sintieron las armas de los
portogueses, no osaban llegar á ellos, sino desde léjos, peleaban con
piedras y varas, los portogueses les tiraban, pero tan ligeros eran en
hurtar el cuerpo, que no podian herir á ninguno. Finalmente, prendieron
17 personas, y con ellos y entre ellos una mujer de espantosa grandeza,
la cual se creyó que era la reina de la isla, ó señora de alguna parte
della. Con esta buena presa, habida con tanto riesgo y escándalo de
aquella gente y infamia de la cristiandad, se tornaron á la Gomera, y
dejados los capitanes Canarios y su gente donde los habian tomado, un
Capitan de los portogueses, que se llamaba Juan de Castilla, porque
venia descontento de la pequeña presa que en la Palma tomaron, y
tambien para rehacer ó recompensar en algo los gastos que aquel viaje
de la Guinea, donde iba, que se tornó del camino, habia hecho, acordó
de hacer en la misma Gomera otra mejor presa; y puesto, dice Juan de
Barros, que á todos los del armada pareció maldad que hiciese tanto
mal á aquellos de quien habia recibido beneficio, pero venciendo la
cudicia al agradecimiento, en esto le pareció no perjudicar tanto á
los que debia y tener ménos fealdad su tiranía, que no quiso hacer
en aquel puerto su plagiario salto, sino fuese á la otra parte de la
misma isla Gomera, y estando seguros los vecinos della, salteó 21
ánimas, y alza sus velas y vínose con ellas á Portugal. Sabido por el
Infante su maldad, fué muy indignado contra los Capitanes, y mandó que
á costa dellos todos los Canarios que trajeron captivos, los vistiesen
y los tornasen á las tierras y islas de donde los habian tan fea é
injustamente tomado; porque como el Infante, segun dice Juan de Barros,
habia hecho por causa destas gentes, de los Canarios, tantos gastos,
sentia mucho cualquiera ofensa que se les hacia, mejor dijera Juan
de Barros, que por parecerle mal tan nefanda injusticia. Pero desto,
poco sentia el Infante y los portogueses en aquellos tiempos, pues
creian, y ansí lo cometian, que por traerlos á la fé, guerrearlos, y
escandalizarlos y sojuzgarlos podian.


CAPÍTULO XX.

Habiendo tratado en los capítulos precedentes del descubrimiento de las
islas de Canaria y de sus principios, en estos dos siguientes, será
bien decir algo brevemente del cielo y suelo, y bondad de la tierra y
de las condiciones, manera de vivir, é religion alguna, de la gente,
natural dellas. Cuanto á lo primero, estas islas son siete, aunque la
Historia portoguesa susodicha, dice que eran doce; son, Lanzarote,
Fuerte Ventura, Gran Canaria, Tenerife, que llamaban los portogueses,
la isla del Infierno, porque salía, y sale hoy algunas veces, por el
pico de una sierra altísima que tiene, algun fuego: esta sierra, se
cree ser de las más altas que se hayan visto en el mundo. La otra es
la isla de la Gomera, la sexta la isla de la Palma, y la séptima y mas
occidental, es la isla del Hierro; esta no tiene agua de rio, ni de
fuente, ni pozos, ni llovediza de que la gente ni ganados se sustenten,
sino por un admirable secreto de naturaleza, y aun por mejor decir
es un milagro patente, porqué causa natural no parece que se pueda
asignar desto, está siempre todo el año proveida divinalmente de agua
muy buena, que sustenta en abundancia los hombres y las bestias. Está
una nubecita siempre encima y sobre un árbol, cuando está junto con
el árbol, parece estar algo alta del árbol, cuando se desvian, parece
que está junto dél y casi todo lleno de niebla. El árbol tiene de
grueso más de tres cuerpos de hombres, tiene muchos brazos y ramas muy
gruesas extendidas; las hojas parecen algo á la hechura del laurel ó
del naranjo; ocupará con su sombra más de ciento y cincuenta pasos en
torno; no parece á árbol alguno de los de España. En lo que responde
del suelo, á cada brazo y rama de árbol tienen hechas sangraderas
corrientes, que van todas á dar á un estanque ó alberca, ó balsa
hecha por industria humana que está en medio y en circuito del árbol.
Aquella nubecita hace sudar y gotear todas las hojas y ramas del árbol,
toda la noche y el dia, más á las mañanas y á las tardes, algo ménos á
medio dia, cuando se alza el sol; llueve á sus tiempos en esta isla,
y para recoger esta agua llovediza tienen los vecinos hechas algunas
lagunillas en muchas partes de la isla, donde se recogen las lluvias,
y desto beben mucha parte del año hombres y ganados, y cuando se les
acaba el agua llovediza tienen recurso al agua del estanque que ha
goteado del árbol, sin la cual no podrian vivir, ni los hombres ni las
bestias; entónces dan á cada vecino por medida tantas cargas ó cántaros
de agua conforme á la gente y ganados que tiene y há menester. Cabrán
en el estanque ó alberca mas de mil pipas que serán veinticinco ó
treinta mil cántaras de agua; es agua dulcisima toda la que gotea del
árbol. Está allí una casa, en la cual vive un hombre que es guarda del
estanque, porque se pone en la guarda de aquel agua mucho recaudo. Las
islas demás, tienen su agua de arroyos y fuentes la que han menester,
no sólo para beber, pero para los ingenios de azúcar que los vecinos
españoles allí tienen, que no son muchos, y no los hay en todas ellas.
El cielo y suelo dellas es favorable, templado, alegre, fértil y ameno;
no hace frio ni calor demasiado, sino fresco en todo el año, y para
quien otras mejores tierras no ha visto, serán muy agradable y suave
la vivienda dellas. Están todas entre 28° hasta 29°, desta parte de la
equinoccial, sola la del Hierro está en 27°. Están casi en una renglera
todas del Oriente al Poniente, que dicen los marineros leste queste;
distan las dos primeras, Lanzarote y Fuerte Ventura, de la tierra
firme africana, obra de quince ó veinte leguas, y de la punta ó cabo
que antiguamente llamaron del Boxador, de que abajo se hará mencion,
está Fuerte Ventura quince leguas. Del cielo y suelo destas islas de
Canaria, y de sus prósperas calidades ó condiciones, hobo gran fama y
fueron en grande manera celebradas, loadas y encarecidas en los pasados
antiquísimos tiempos. Lo que se refiere dellas será bien aquí decirlo.
Dellas cuenta Sant Isidro, libro XIV, cap. 6.º _De las Ethimologias_,
que de su propia naturaleza producen los frutos muy preciosos; las
montañas y alturas dellas eran vestidas y adornadas de vides, debian de
ser monteses, que en latin se llaman _labruscas_. El trigo y la cebada
y otras muchas especies de hortalizas y verduras, que los hombres
suelen comer, habia tantas como suelen estar llenos los campos de
hierba. Plutarco en la vida de Sertorio, como arriba se dijo, refiere
más á la larga las cualidades y felicidad destas islas, de las cuales
dieron nuevas unos marineros que topó Sertorio casi á la boca del rio
de Sevilla, y dellas dice ansí Plutarco: _Gades transvectus extremam
Iberiæ oram tenuit haud multum super Betidis fluvii ostia, qui Atlanti
cum intrans mare nomen circumiacenti Iberiæ, tradit. Hoc in loco nautæ
quidam Sertorio obviam, fiunt, tunc forte redeuntes ex Atlanticis
insulis, quas Beatas vocant. Duæ quidem hæ sunt parvo inter se divisæ
mari, decem millibus stadiorum à Lybia distantes. Imbres illis rari
mediocresque. Venti autem plurimum suaves ac roriferi solum vero pingüe
nec arari modo plantarive facile, sed etiam ex se absque ullo humano
studio fructum producit, dulcem quidem et otiosam multitudinem nutrire
sufficientem. Aer sincerus ac temperatus et mediocri mutatione per
tempora contentus; nam qui à terra perflant venti Boreasque et Aquilo
propter longinquitatem, vasta et inania incidentes spatia, fatigantur
et deficiunt prius quam ad eas insulas pervenerint; qui vero à mari
perflant argeste et zephiri refrigerantes raros quidem et temperatos
imbres ex pelago afferunt. Plurima vero per humiditatem æris cum summa
facilitate nutriunt, ut etiam apud barbaros increbuerit fides: ibi
Elisios Campos et beatorum domicilia ab Homero decantata. Hæc igitur
cum audisset Sertorius mirabilis cum cupido cœpit insulas eas adire
incolereque et illic quiete vivere, sine Magistratibus et bellorum
curis. Cujus animum cum intuerentur Cilices, homines nequaquam pacis
aut quietis, sed rapinarum avidi, statim in Lybiam navigarunt_,
etc. Quiere decir, hablando de las dos destas islas, que debian ser
Lanzarote y Fuerte Ventura, porque, como dije, son las más propincuas
á Libia, que es la tierra firme de África, que están quince ó veinte
leguas, que hacen los diez mil estadios que dice Plutarco, poco más
ó ménos, porque cada estadio tiene ciento y veinticinco pasos; por
manera, que no supieron ni tuvieron noticia de las otras cinco, que
son, las más dellas, mejores. Las lluvias, dice Plutarco, en ellas
raras y moderadas; los vientos muy suaves, y que causaban en las
noches rocío; el suelo grueso y de su natura fértil y aparejado para
no sólo ser arado y cultivado, plantado y sembrado, pero que producia
de sí mismo sin alguna humana industria frutos dulces y para mantener
multitud de hombres ociosos, y que no quieran trabajar, bastantes. El
aire purísimo y templado y que en todo el año casi era de una manera
sin haber diferencia, con poca mudanza, porque los vientos que venian
de sobre la tierra de hácia Francia ó Flandes, que son el Norte y sus
colaterales, por la distancia de donde nacian y pasaban por la mar,
vacua de tierras, cuando llegaban en las Canarias, ya venian cansados
y apurados, y ansí eran templados y sanos; los que hácia el mar Océano
ventaban, como eran los que llaman argeste y cephiro, y sus colaterales
que son occidentales, refrescando las islas causaban y traian consigo
aguas y lluvias templadas, y por la humedad de estos aires con suma
facilidad criaban muchas cosas. De oir tanta fertilidad y felicidad de
estas islas, los bárbaros concibieron y tuvieron por probable opinion,
que aquellas islas de Canarias eran los Campos Elíseos, en que el poeta
Homero afirmaba estar constituidas las moradas y Paraiso, que despues
de esta vida se daban á los bienaventurados. Por esta razon se solian
llamar por los antiguos, las dichas islas de Canaria, Bienaventuradas,
ó, segun Sant Isidro y Ptolemeo y otros muchos antiguos filósofos
y cosmógrafos é históricos, las Fortunadas, cuasi llenas de todos
los bienes, dichosas, felices, y bienaventuradas por la multitud de
los frutos y abundancia de las cosas para sustentacion, consuelo y
recreacion de la vida humana.
Es aquí de saber que fué una opinion muy celebrada entre los antiguos
filósofos que creian la inmortalidad del ánima, que, despues de esta
vida, las ánimas de los que virtuosamente habian vivido en este mundo,
tenian sus moradas aparejadas en unos campos fertilísimos y amenísimos
donde todas las riquezas y bienes poseian en abundancia, carecientes
de toda otra cosa que fuese á su voluntad contraria; y segun Gregorio
Nazianzeno en la 8.ª oracion fúnebre sobre la muerte de Sant Basilio,
esta opinion tomaron los filósofos griegos de los libros de Moises,
como nosotros el Paraiso, puesto que con diversos nombres, errando,
lo mostrasen; estos llamó aquel ilustre y celebratísimo poeta Homero,
en el libro que intituló _Odissea_, donde tracta de Ulise, lib. IV
de aquella obra, los Campos Elíseos, que quiere decir moradas de los
justos y píos, y estos decian que eran los prados donde se criaba la
hierba _asphodelo_, por sus grandes virtudes y efectos medicinales,
de los antiguos celebratísima, que tambien nombraban _Heroyon_, cuasi
divina, consagrada, segun los Griegos, á los dioses infernales y á la
diosa Proserpina; y á ésta, con la diosa Diana, en la isla de Rodas,
coronaban por grande excelencia, segun refiere Rodigino en el lib.
VII, cap. 8.º de las «Lecciones antiguas.» Desta preciada hierba
_asphodelo_, quien quisiere ver las propiedades, lea, en el lib. XXII,
cap. 22, de la «Natural Historia», á Plinio. Á estos Campos Elíseos
introduce Homero, en el libro arriba dicho, haber vaticinado Proteo,
dios de la mar, hijo de Océano y Thetios, que era adivino, que habia de
ir á gozar Menelao, rey de Esparta, ciudad de la provincia de Laconia,
de la region de Acaya, marido de Elena, por la cual se destruyó
Troya. Destos campos y prados de deleites, fingian los poetas, ó los
creian ser dignos, Minos, rey de Creta, y Rhadamantus, rey de Licia,
por el celo insigne y grande que tuvieron con efecto de la ejecucion
de la justicia; por la misma causa los fingieron tambien haber sido
constituidos jueces de los infiernos, y que viesen la punicion de los
dañados. Estos Campos Elíseos, asignaba Homero estar en España, por las
riquezas de los metales, fertilidad, grosedad y opulencia de la tierra,
de la cual, admirándose Posidonio, (histórico, que escribió despues
de Polibio en tiempo de Estrabon), decia, que en los soterráneos de
España moraba, no el infierno, sino el Pluton mismo, conviene á saber,
el dios de la opulencia y riquezas. Ansí lo refiere Rodriginio Lelio,
en el lib. XVIII, cap. 22, de las «Lecciones antiguas.» Los versos de
Homero son estos:
_Non Menalae tibi concessum numine divum,
Argos apud vitæ supremam claudere lucem,
sed te cœlestes ubi conspicitur Rodamantus
Elisium in campum ducem ad ultima terræ.
Hic homini facilem victum fert optima tellus,
non nivis aut hiemis, tempestas ulla nec imbres,
sed zephiri semper spirantes leniter auras,
Oceanus mittens florentia corpora reddit_, etc.
Lo último de la tierra, dice por España, porque en aquellos tiempos
así se tenia, excepto la isla de Thule. Allí, Homero dice, provee á
los hombres fácilmente de comida la muy buena tierra; no hay nieve,
ni invierno, ni tempestad, ni lluvias demasiadas, sino vientos
occidentales, blandos y suaves que produce de sí el mar Océano y hace
los cuerpos florecer y sanos, etc. Más largo recita las calidades
de los Campos Elíseos, Xenócrates, discípulo de Platon, refiriendo
á Gobrías, persiano, suegro de Darío, ántes que fuese Darío rey, el
conjuro con Darío, segun cuenta Herodoto al principio de su lib. VII.
Este Gobrías, siendo Gobernador ó guarda de la isla Delos, en tiempo
de Xerges, halló escritas unas tablas de metal, el cual, conviene á
saber, Xenócrates, dice así: _Ubi ver quidem assiduum variis omnis
generisque fructibus viget, ibidem que læti frontes præmittentibus
undis blanditer obmurmurant, et prata virentibus herbis, variis
depicta coloribus. Neque desunt philosophantium cœtus, poetarumque
et musarum cori, suavissimè concinentes. Jocunda et grata convivia;
tum potantium venusti ac hilares cœtus, lætitia vero inviolabilis et
vitæ suavitas maxima. Necnon frigoris illic aut æstus nimium, sed cœli
perfectio, salubritate aeris et calore solis omnia æque amena atque
temperata. Et hæc est beatorum sedes, ubi expiatis animis semper
misteria celebrantur_, etc. Quiere decir, que en los Campos Elíseos
siempre es verano; hay todo género de frutas, las fuentes alegres
que manan bullendo con suave y blando sonido; los prados de verdes
y hierbas pintados con varios colores; allí hay ayuntamientos de
filósofos, coros de poetas y sciencias que cantan suavísimos cantos;
allí alegres y agradables convites, hermoso regocijo con gracia de
los que beben, inviolable y perpétua alegría, suavidad de la vida muy
grande; no hay frio ni estío demasiado, sino perfeccion y templanza del
cielo, porque la igualdad del aire y del calor del sol, todas las cosas
templa y amenas hace. Estas son las moradas y sillas de los justos y
bienaventurados, donde, con los ánimos limpios, los divinos misterios
siempre son celebrados. Virgilio tambien toca de estos Campos en el 6.º
de las _Eneidas_:
_Hic locus est parteis ubi se via findit in ambas:
dextera quæ ditis magni sub mœnia tendit,
hic iter Elisium nobis, ac læva malorum
exercet pœnas, et ad impia Tartara mittit._
Poco les faltaba á estos filósofos de referir las cosas del cielo y
verdaderas moradas de los justos, si alcanzáran por la fe los secretos
de la bienaventuranza. De maravillar y de loar es justamente, que,
por razon natural, gente sin gracia y sin fe, cognosciesen, que á los
que virtuosamente viviesen y en esta vida se guiasen por razon, se
les daba en la otra, como á los malos pena (segun Virgilio allí, é
prosigue Gobrías), perpetuo galardon. Y lo que más es de considerar,
que alcanzasen que la principal parte de su premio consistiese con
los ánimos ocuparse en la divina contemplacion. En el Evangelio, dijo
Cristo nuestro Redentor: «Bienaventurados los limpios de corazon,
porque serán dispuestos y aptos para contemplar á Dios.» Desta doctrina
de los filósofos, se derivó por todos los hombres aquella fama y
opinion de los Campos Elíseos ó moradas de los bienaventurados, donde
iban las ánimas despues que deste mundo salian; puesto que entre
muchas naciones solamente tuviesen que las ánimas iban despues de
muertos los hombres á parar en aquellos Campos, sin hacer diferencia
de malos á buenos, ó de buenos á malos. Esta opinion tienen hoy los
moros y turcos, creyendo que á los que guardasen la ley de Mahoma,
se les ha de dar un paraíso de deleites, tierra amenísima de aguas
dulces, so cielo puro y templado, lleno de todos manjares que desearse
pueden, siendo servidos con vasos de plata y oro, en los de oro
leche y en los de plata vino rubio; los ángeles los han de servir de
ministros ó coperos; los vestidos de seda y púrpura, y de las doncellas
hermosísimas, cuantas y cuales quisieren, y de todas las cosas otras
que podrian desear, conforme á su voluntad, cumplidamente. Pero mucho
discrepan de la limpieza de corazon y aptitud para los ejercicios
espirituales y contemplacion que los susodichos filósofos, arriba,
de los Campos Elíseos entendieron. Y mejor y más propincuos andaban
destos Campos Elíseos los indios, de quien determinamos principalmente
hablar en esta Corónica, como aparecerá, si Dios diere favor y tiempo,
adelante.


CAPÍTULO XXI.

Cuanto á lo quo toca decir de las costumbres, y condiciones, y ritos
de los Canarios, segun refiere la dicha Historia portoguesa, en todas
las susodichas islas habria hasta trece ó catorce mil hombres de pelea,
y bien podemos creer que habria por todos, chicos y grandes, cerca
de cien mil ánimas. Los moradores y naturales de Gran Canaria tenian
dos hombres principales que los gobernaban; á uno llamaban Rey é á
otro Duque. Traia el Rey un ramo de palma en la mano por insignia y
corona real. Para el regimiento y gobernacion de la tierra elegíanse
ciento y noventa hombres, y cuando alguno dellos moria eligíase otro,
del linaje de aquellos que gobernaban, que entrase en su lugar. Estos
enseñaban al pueblo lo que habian de creer y obrar cerca de su religion
y de las cosas que tocaban á la conversacion de los otros hombres, y
ninguna cosa les era lícito creer ni hacer, más ni ménos de lo que
aquellos ciento y noventa les notificaban, que debian obrar y creer:
tenian cognoscimiento de un Dios y Criador de todas las cosas, el cual
daba galardon á los buenos y pena á los malos, y en esto concordaban
todos los de aquellas islas, puesto que en los ritos y cerimonias
discordaban. Las mujeres no podian casarse sin que primero les hiciese
dueñas uno de aquellos ciento y noventa que los gobernaban, y para
presentarlas habian de venir muy gordas y cebadas de leche con que las
engordaban, y si no venian gordas ó venian flacas, decíanlas que se
tornasen, por que no estaban para casar por tener el vientre estrecho
para concebir y criar hijos grandes; por manera que no tenian por
aptas para ser casadas á todas las que tenian la barriga chica. Y por
ventura, esta costumbre tuvo su orígen de cierta gente de los Penos,
que son, ó eran naturales de Etiopía, donde habia este uso, que las
vírgenes ó doncellas, que se habian de casar, se presentaban al Rey
para que la que le plugiese, primero que el esposo que la habia de
haber, la hiciese dueña; y desto puede haberse argumento, porque, no
de otra parte sino de la de África que se poblasen estas islas, pues
están tan cerca, es de creer. Andaban en cueros vivos, pero tapaban
las partes vergonzosas con unas hojas de palmas teñidas de diversos
colores; rapábanse las barbas con unas piedras agudas; hierro no
tenian, y si algun clavo ó otra cosa de hierro podian haber, teníanlo
en mucho y hacian anzuelos dél; oro, ni plata, ni otro metal, no lo
querian y si algo habian, luégo lo hacian instrumentos para obrar algun
artificio de lo que les eran menester. Trigo y cebada tenian en grande
abundancia, pero faltábales industria para amasar pan, y por esto la
harina comian cocida con carne ó con manteca de los ganados. Tenian
hatos de ganados, especialmente cabras y ovejas en abundante copia.
Estimaban por cosa fea ó injuriosa desollar los ganados, por lo cual,
para este oficio de carnicero ponian los esclavos que prendian en las
guerras, y, cuando estos faltaban, escogian y forzaban los hombres mas
viles del pueblo que lo hiciesen; los cuales vivian apartados, que no
comunicaban con la otra gente del pueblo. Las madres no criaban los
hijos de buena gana, sino hacian que mamasen las tetas de las cabras
y cuasi todos eran así criados. Peleaban con piedras y con unos palos
cortos y usaban de mucha industria en el pelear, y esfuerzo. Los que
vivian en la isla de la Gomera, en algunos ritos y costumbres con los
dichos se conformaban, pero diferian en otros; su comer era comunmente
leche, hierbas y raíces de juncos, y culebras, ratones y lagartos. Las
mujeres les eran cuasi comunes, y cuando unos á otros se visitaban,
por hacer fiesta á los visitantes, ofrecíanles sus mujeres de buena
gana los visitados. De aquella comunion tan franca y voluntaria,
procedió ley y costumbre entre ellos, que no heredaban los hijos sino
los sobrinos, hijos de las hermanas. Todo su tiempo expendian en
cantar y en bailar, y en uso de las mujeres, y esto tenian por su
bienaventuranza. Los de la isla de Tenerife tenian, de mantenimiento
de trigo y de cebada y de muchas otras legumbres, y de ganados grandes
hatos, de cuyas pieles se vestian, asáz abundancia. Estas gentes se
distinguian en ocho ó nueve linajes ó bandos; cada uno tenia su propio
Rey, é, muerto aquel, elegian otro. Al tiempo que querian enterrar
el Rey muerto, habíalo de llevar á cuestas el mas honrado del pueblo
y enterrarlo, y, puesto en la sepultura, todos á una decian á voces,
«¡véte á la salvacion!» Tenian mujeres propias; todo su ejercicio era
en bandos, y por esta causa eran muy guerreros, más que los de las
otras islas, y ansimismo vivian por mas razon en todas las cosas. Los
de la isla de la Palma serian hasta quinientos hombres, ménos políticos
y razonables que los de las otras, puesto que conformaban con algunos
en las costumbres; su comida era hierba y leche y miel; hicieron
muchos saltos, como arriba se dijo, en esta isla, y prendieron muchos
captivos que vendieron por esclavos los portogueses[20]. El Petrarca,
que como se dijo en el cap. 17, hace mencion destas Canarias, en el
lib. II, cap. 3.º _De vita solitaria_, escribió, que la gente dellas
era poco ménos que bestias y que vivian más por instinto de natura
que por razon, y vivian en soledades por los montes con sus ganados;
bien parece que algunos autores, aunque tienen autoridad y crédito en
lo principal que escriben, si hablan en lo que han oido por relacion,
yerran en la sustancia de la verdad: no parece que los Canarios era
gente tan bestial como habia oido el Petrarca, y lo que cerca dellos y
de sus costumbres dicen los historiadores portogueses parece deberse
creer, pues los portogueses al principio los comunicaron. Alonso de
Palencia, coronista, en el fin de su Universal Vocabulario, en latin
y en romance, hace mencion, que escribió las costumbres y falsas
religiones maravillosas de los Canarios, pero no parece que han salido
á luz estas obras suyas que allí menciona. Y lo dicho baste cuanto á
las islas de Canaria.


CAPÍTULO XXII.

Pues habemos interpuesto en esta nuestra historia el descubrimiento
de las islas Fortunadas ó de Canaria y de la gente dellas, porque
haya dellas noticia alguna en nuestro vulgar castellano, pues ni
en él, ni en historia escripta en latin, se hallará escripto tan
particularmente ni tan á la larga lo que aquí habemos dicho dellas,
y parece no ser fuera de propósito referirlo, como quiera que cada
dia, hablando destas Indias, hemos de topar con ellas, por la misma
razon me ha parecido escribir tambien algo de las islas y tierras
deste mar Océano, adonde nos acaece veces frecuentes aportar, puesto
que pertenezcan á los portogueses. Éstas son las islas de la Madera,
y la que llaman Puerto Santo, y las que decimos de los Azores, y las
de cabo Verde; y tambien la navegacion y descubrimiento que hicieron
los portogueses, y cuando la comenzaron por la costa de Guinea, y en
qué tiempo se descubrió el cabo de Buena Esperanza, de que muchas
veces habemos arriba tocado: cuya noticia, segun estimo, á los que son
amigos de saber cosas antiguas no será desagradable. Para lo cual, es
primero de suponer que en tiempo del rey D. Juan de Portugal, primero
deste nombre, y del rey D. Juan II de Castilla, que reinaron por el
año de 1400 de nuestro Salvador Jesucristo, aunque el rey D. Juan de
Castilla comenzó á reinar por el año de 407, no estaba descubierto,
de la costa de África y Etiopía, á la parte del Océano, más de hasta
el cabo ó Promontorio que llamaban en aquellos tiempos el cabo de No,
cuasi queriendo decir que ya, de allí adelante, ó no habia más tierra,
ó que no era posible adelante de allí pasar; por el temor que toda
España tenia entónces de navegar, apartándose de tierra, porque no
solían ni osaban hacerse ó engolfarse, apartándose de tierra, á la
mar, como de aquel Cabo adelante vuelva la tierra, encorvándose á la
mano izquierda, cuasi hácia atras, y, no viendo la tierra cada hora,
temblaban y creian que de allí adelante todo era mar: y tanto se temia
por los navegantes apartarse de la tierra y pasar, de aquel cabo de No,
adelante, que habia este proverbio entre los portogueses marineros:
_Quem passar o cabo de Nam, ou tornara ou nam_; quien pasare el cabo de
No ó volverá ó no. Y aunque por las tablas de Ptolomeo se habia ó tenia
noticia del promontorio ó cabo Hesperionceras, que agora nombramos de
Buena Esperanza, dudábase si la tierra de África, por aqueste Océano,
se continuaba con la del cabo de Buena Esperanza. Está aquel cabo de
No frontero y cuasi en renclera con la isla de Lanzarote, que es de
las primeras de las Canarias, como arriba se dijo, leste queste ó de
Oriente á Poniente, y dista della 50 leguas. Y porque cuando Dios
quiere dar licencia á las cosas para que parezcan, si están ocultas, ó
se hagan, si segun su divinal decreto conviene hacerse para gloria suya
y provecho de los hombres, suele proveer de las necesarias ocasiones,
por ende aparejó para esto la siguiente ocasion: En este tiempo, el
dicho rey D. Juan de Portugal, determinó de pasar con ejército allende
del mar, contra los moros, donde tomó la ciudad de Cepta, llevando
consigo al infante D. Enrique, su hijo, el menor de tres que tenia; el
cual, segun las historias portoguesas, era muy virtuoso, buen cristiano
y aún vírgen, segun dicen, celoso de la dilatacion de la fé y culto
divino, aficionado mucho á hacer guerra á los moros. Este Infante
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