Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 13

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comenzó á tener inclinacion de inquirir y preguntar á los moros, con
quien allí trataba, de los secretos interiores de la tierra dentro
de África, y gentes y costumbres que por ella moraban, los cuales le
daban relacion de la nueva y fama que ellos tenian, que era la tierra
extenderse mucho adelante, dilatándose muy léjos hácia dentro de la
otra parte del reino de Fez, allende el cual se seguian los desiertos
de África, donde vivian los alárabes; á los alárabes se continuaban
los pueblos de los que se llamaban acenegues, y estos confinaban con
los negros de Joloph, donde se comienza la region de Guinea, á la cual
nombraban los moros Guinauha, del cual nombre tomaron los portogueses y
comenzaron á llamar la tierra de los negros, Guinea; así que, cuanto el
Infante curioso era en preguntar, por adquirir noticia de los secretos
de aquella tierra, y más frecuentes informaciones recibia, tanto más su
inclinacion se encendia y mayor deseo le causaba de enviar á descubrir
por la mar la costa ó ribera de África, pasando adelante del dicho
cabo de No. Para efecto de lo cual, determinó de inviar cada un año un
par de navíos á descubrir la dicha costa adelante; y de algunas veces
que envió navíos, con gran dificultad pudieron llegar, descubriendo
hasta otro cabo ó punta de tierra, á que pusieron nombre el cabo del
Boxador, obra de 60 leguas adelante del cabo dicho que nombraban de
No. No podian pasar de allí, aunque lo probaban y trabajaban, por
razon de las grandes corrientes y vientos contrarios; y tambien no
lo porfiaban mucho, porque, como volvia encorvándose la tierra mucho
hácia el leste, temian de hacerse á la mar, no osando apartarse de
la tierra, por la poca experiencia que tenian; y deste mucho bojar
por allí aquella costa, le llamaron el cabo del Boxador. Tuvieron
otro inconveniente, que los amedrentaba mucho; ver por adelante unas
restringas ó arracifes de peñas en la mar, y faltándoles industria
para desecharlas, como pudieran si la tuvieran, por no se hacer algo
á la mar no lo osaban acometer; y segun cuenta Gomez Canes de Juraza,
en el lib. I, capítulo 5.º de su Corónica portoguesa, que fué y la
escribió en tiempo del rey D. Alonso V de Portugal, era fama y opinion
de marineros que era imposible pasar al dicho cabo del Boxador, porque
la mar, á una legua de tierra, era tan baja, que no tenia más de una
braza de agua, y las corrientes muy grandes y otras dificultades
que imaginaban, sin ser verdad, por las cuales en ninguna manera se
atrevian á lo pasar. Pasáronse en esto bien doce años, dentro de los
cuales el Infante puso mucha gran diligencia y hizo grandes gastos,
enviando muchas veces navíos; y muchos caballeros, por servirle, se
movian á ir, y otros á armar navíos y carabelas por ir á descubrir la
dicha costa, y, en fin, ninguno en aquel tiempo se atrevió á pasar el
dicho cabo del Boxador. A la vuelta que volvian, hacian muchos saltos
en los moros que vivian en aquella costa; otras veces rescataban negros
de los mismos moros; otras, y las que podian, los hacian, como arriba
se dijo, en las Canarias, de lo cual dicen que el Infante recibia mucho
enojo, porque siempre mandaba que á las tierras y gentes que llegasen
no hiciesen daños ni escándalos, pero ellos no lo hacian ansí por la
mayor parte. Y esta es la ceguedad, como arriba tocamos, que ha caido
en los cristianos mundanos, creer que por ser infieles los que no son
baptizados, luego les es lícito saltearlos, robarlos, captivarlos y
matarlos; ciertamente, aunque aquellos eran moros, no los habian de
captivar, ni robar, ni saltear, pues no eran de los que por las partes
de la Berberia y Levante, infestan y hacen daño á la cristiandad, y
eran otras gentes estas, diferentes de aquellas en provincias y en
condicion muy distante; y bastaba no tener nuestras tierras, como no
lo eran las de Etiopía, ni hacernos guerra, ni serles posible hacerla,
ni sernos en cargo en otra manera, para ser aquellos portogueses, de
necesidad de salvarse, obligados á no guerrearlos, ni saltearlos, ni
hacerles daño alguno, sino á tractar con ellos pacíficamente, dándoles
ejemplo de cristiandad, para que desde luego que vían aquellos hombres
con título de cristianos, amasen la religion cristiana y á Jesucristo,
que es en ella adorado, y no darles causa con obras de sí mismas tan
malas, hechas contra quien no se las habia merecido, que aborreciesen
á Cristo y á sus cultores, con razonable causa. Tampoco miraban los
portogueses, que por cognoscer los moros la cudicia suya, de haber
negros por esclavos, les daban ocasion de que les hiciesen guerra ó
los salteasen con más cuidado, sin justa causa, para se los vender por
esclavos; y este es un peligroso negocio y granjería en que debe ser
muy advertido y temeroso, cuando contratare y tuviere comercio con
algun infiel, cualquier cristiano. Tornando, pues, á nuestro propósito
en el año de 1417 ó 18, dos caballeros portogueses, que se llamaban,
Juan Gonzalez y Tristan Vazquez, ofreciéronse, por servir al Infante,
de ir á descubrir y pasar adelante del cabo del Boxador. Salidos de
Portugal en un navío: navegando la via de África, antes que llegasen á
la costa della, dióles un tan terrible temporal y deshecha tormenta,
con la cual se vieron totalmente sin alguna esperanza de vida, y
andando desatinados sin saber donde estaban, perdido el tino y la vía
ó camino que llevaban, corriendo, á árbol seco, sin velas, donde las
mares ó las olas querian echarlos, cuando no se cataron halláronse cabe
una isla que nunca jamás se habia descubierto, la cual nombraron la
isla del Puerto Santo. Viendo el sitio della y la bondad y clemencia
de la tierra y aires, y estar despoblada, porque, segun dice Juan de
Barros, historiador portogués, aborrecian ser poblada de tan fiera
gente como la de las Canarias (quisieran ellos que fueran gatos que no
rescuñaran por tener mas lugar de robarlos y captivarlos), fué tanta
el alegría que recibieron estimando haber hecho una gran hazaña, como
en la verdad entónces fué por tal tenida, que dejaron de proseguir su
viaje, y volviéronse muy alegres á dar las nuevas al Infante; el cual,
como era, segun se dice, buen cristiano, viendo que por medio suyo Dios
daba tierras nuevas á Portugal para que se extendiese el divino culto
y que se iba cumpliendo lo que mucho deseaba, fueron inestimables las
gracias y loores que á Dios daba. Augmentaban más su grande gozo las
nuevas, que, de la dicha isla, aquellos dos caballeros le referian, ser
dignísima de poblarse, los cuales luego se le ofrecieron de ir ellos
en persona con mas gente y las cosas necesarias para poblarla. Visto
esto, el Infante mandó aparejar tres navíos con cuantas cosas pareció
convenir para poblar de nuevo tierra despoblada, y dió el un navío á un
caballero muy principal de casa del infante D. Juan, su hermano, que
se ofreció tambien á ir á poblar en la dicha isla, llamado Bartolomé
Perestrello de que arriba en el cap. 4.º hicimos mencion, y á cada uno
de los caballeros que la habian descubierto dió el suyo, todos tres
muy cumplidamente aderezados. Entre otras cosas que llevó el Bartolomé
Perestrello, para comenzar su poblacion, fué una coneja hembra preñada,
en una jaula, la cual parió por la mar, de cuyo parto todos los
portogueses fueron muy regocijados teniéndolo por buen prenóstico, que
todas las cosas que llevaban habian bien de multiplicar, pues aún en
el camino comenzaban ver fruto dellas. Este fruto fué despues tanto y
tan importuno que se les tornó en gran enojo y en casi desesperacion de
que no sucederia cosa buena de su nueva poblacion, porque fueron tantos
los conejos que de la negra, una y sola coneja, se multiplicaron, que
ninguna cosa sembraban ó plantaban que todo no lo comian y destruian.
Esta multiplicacion fué tanta y en tan excesiva numerosa cantidad, por
espacio de dos años, que teniéndola (como lo era), por pestilencial
é irremediable plaga, comenzaron todos á aborrecer la vida que allí
tenian, y, viendo que ningun fruto podian sacar de sus muchos trabajos,
casi todos estuvieron por se tornar á Portugal; lo que al fin hizo el
dicho Bartolomé Perestrello, quedándose los otros para más probar,
porque la divina Providencia tenia determinado por medio dellos
descubrir otra isla, donde su santo nombre invocar y ser alabado.
Partido Bartolomé Perestrello, acordaron los dos caballeros, Juan
Gonzalez y Tristan Vazquez, de ir á ver unos nublados que habian muchos
dias considerado, que parecian cerca de allí, sospechando que debia de
ser alguna tierra, porque así parece llena de niebla la tierra que se
ve por la mar. De los cuales nublados ó celajes habia muchas opiniones,
porque unos decian que eran nublados de agua, otros humidades de la
mar, otros tierra, como suele siempre haber en semejante materia entre
los que navegan y son ejercitados por la mar. Aguardaron, pues, tiempo
de bonanza, que dicen los marineros cuando la mar está llana ó en
calma, y en dos barcas que habian hecho de la madera de la misma isla
del Espíritu Santo, llegando á los nublados, hallan que era una muy
graciosa isla llena toda de arboledas hasta el agua, por lo cual le
pusieron nombre la isla de la Madera, que despues y agora tanto fué y
es provechosa y nombrada. Despues de andada parte de la costa della y
buscados algunos puertos, volviéronse á la del Puerto Santo y de allí
á Portogal, á dar nuevas de la nueva isla al Infante; con las cuales
fué señalada el alegría que recibió, y, con licencia de su padre, el
rey D. Juan, les hizo mercedes de armas y privilegios señalados y
Gobernadores, al uno de la una parte de la isla y al otro de la otra;
donde llegaron á ser muy ricos, y, en hacienda y estado, ellos y sus
herederos, prósperos y poderosos. Llegados estos caballeros á la dicha
isla de la Madera, en el año de 1420, comenzaron su poblacion, y
para abrir la tierra que tan cerrada estaba y espesa de las cerradas
arboledas, pusieron fuego en muchas partes de la isla, y de tal manera
se encendió, que sin poderlo atajar, lo que mucho ellos quisieran, á
su pesar ardió contínuos siete años, de donde sucedió que aunque fué
provechoso á los de entónces, pero á los que despues vinieron y hoy son
causóse gran daño, por los ingenios de azúcar que requieren infinita
leña, de la cual tuvieron y tienen muy grande falta. Esto sintiendo
bien, el dicho Infante, hubo dello gran pesar y mandó que todos los
vecinos plantasen matas de árboles, con lo cual pudieron el daño hecho
en alguna manera restaurar. La fertilidad de la isla fué y es tanta,
y debria ser al principio muy mayor, que de sólo el quinto del azúcar
que se pagaba al maestrazgo de la órden de Cristo á quien el Rey la
dió, cuyo Maestre era el dicho Infante, era 60.000 arrobas de azúcar,
y este fruto dicen que daba obra de tres leguas de tierra. Terná toda
la isla de luengo veinte y cinco leguas, y de ancho, á partes, cerca de
doce, y váse ensasgostando hasta tres ó cuatro. Es aquí de saber, que
el reino de Portugal nunca supo qué cosa era abundancia de pan, sino
despues que el Infante pobló esta isla y las islas de los Azores y cabo
Verde, que todas estaban desiertas y sin poblacion; y de ellas se ha
traido á Portugal gran número de azúcar y madera, y llevado por toda
la Europa los marineros del Algarve, segun dice Gomez Canes de Jurara,
historiador. El Infante hizo merced al dicho caballero, Bartolomé
Perestrello, que tornase á poblar sólo él la isla de Puerto Santo,
creyendo que le hacia mayor merced que á los otros dos, puesto que le
salió ménos útil y más trabajosa que la de la isla de la Madera á los
otros, lo uno por la dicha plaga de los muchos conejos que con ningun
remedio los podia vencer, porque en una peña que está junto con la
isla le acaeció matar un dia 3.000, lo otro por no tener la isla rios
aparejados para hacer regadíos y agua mucha, como requiere para criar
las cañas de que se hace los azúcares y para moler los ingenios. Tiene
mucho trigo y cebada y muchos ganados, y dicen que se halla en ella el
árbol de donde sale la resina colorada, que llamamos sangre de drago, y
mucha miel y cera.


CAPÍTULO XXIII.

En este tiempo habia en todo Portugal grandísimas murmuraciones
del Infante, viéndole tan cudicioso y poner tanta diligencia en el
descubrir de la tierra y costa de África, diciendo que destruia el
reino en los gastos que hacia, y consumia los vecinos dél en poner
en tanto peligro y daño la gente portoguesa, donde muchos morian,
enviándolos en demanda de tierras que nunca los reyes de España pasados
se atrevieron á emprender, donde habia de hacer muchas viudas y
huérfanos con esta su porfía. Tomaban por argumento, que Dios no habia
criado aquellas tierras sino para bestias, pues en tan poco tiempo en
aquella isla tantos conejos habia multiplicado, que no dejaban cosa que
para sustentacion de los hombres fuese menester. El Infante, sabiendo
estas detracciones y escándalo que por el reino andaban, sufríalo con
paciencia y grande disimulacion, volviéndose á Dios, segun dice Juan
de Barros, atribuyéndolo á que no era digno de que por su industria
se descubriese lo que tantos tiempos habia que estaba escondido á los
reyes de España; pero con todo eso sentia en sí cada dia más encendida
su voluntad para proseguir la comenzada navegacion, y firme esperanza
que Dios habia de cumplir sus deseos. Con esta esperanza tornó á enviar
navíos con gente á descubrir, rogando á los Capitanes que trabajasen
de pasar el cabo del Boxador, que tan temeroso y dificultoso á todos
se les hacia de pasar. Algunos iban y no pasaban, y hacian presa en
los moros que podian saltear y en otros en las islas de Canaria; otros
venian y pasaban el estrecho de Gibraltar y trabajaban de hacer saltos
en la costa del reino de Granada, y con esto se volvian á Portugal; y
como arriba se dijo, en estas ocupaciones, sin sacar el fruto que el
Infante y los portogueses deseaban, se gastaron los doce años y más,
desde el año de 18 hasta el de 32.
En el año de 1433 mandó el Infante armar un navío, que llaman _Barca_,
en que envió por Capitan un escudero suyo, que se llamaba Gilianes,
y este fué á las islas de Canaria y salteó los que pudo, y trájolos
á Portugal captivos (y destos tales saltos se quejaba el rey D. Juan
de Castilla, como parece por sus cartas), y desto dicen que desplugo
mucho al Infante. El año de 1434 tornó á mandar el Infante aparejar y
armar la dicha _Barca_ (segun cuenta el historiador portogués Gomez
Canes y el mismo Juan de Barros, lib. I, cap. 4.º), y encargó mucho al
dicho Gilianes, prometiéndole muchas mercedes si pasase el dicho cabo
del Boxador, haciéndole el negocio fácil, y que las dificultades que
los marineros que en el capítulo[21] digimos que ponian, debian ser
burla, porque no sabian otra navegacion ni derrota sino la de Flandes,
que estaba cabe casa, fuera de la cual, ni sabian entender aguja ni
regir carta de marear. Este Gilianes tomó el negocio de buena voluntad,
determinando de ponerse á cualquier trabajo y peligro por pasar el
dicho Cabo, por servir y dar placer al Infante, y no parecer ante él
hasta que le trajese dello alguna buena nueva; el cual se partió de
Portugal con este propósito, y llegando hasta el dicho Cabo, ayudóle
Dios, con que le hizo buen tiempo, y, aunque con trabajo, finalmente
pasó el Cabo dicho, del Boxador, y vido que la tierra volvia sobre
la mano izquierda, y parecia buena, por lo cual saltó en su batel y
fué á ella, y vídola que era muy verde, apacible y graciosa: no halló
gente ni rastro de alguna poblacion. De aquí cognoscieron ser falsa la
opinion que los marineros habian sembrado, ó de peñas y arracifes en la
mar, ó no haber más tierra adelante del cabo del Boxador, ó ser tierra
estéril é no digna de morarla ni verla hombres; cogió ciertas hierbas
muy hermosas y trújolas en un barril, con tierra, que se parecian á
otras que habia en Portugal que llamaron ó llamaban la hierba de Santa
María. Venido el dicho Gilianes al reino y dado cuenta de su viaje,
y como habia pasado el Cabo, y que habia tierra adelante, y tierra
fertilísima y digna de poblar, no arenales como decian, mostrando la
tierra del barril, fué inestimable el gozo que el Infante recibió y el
rey D. Duarte, su hermano, el cual de placer hizo donacion á la Órden
de Cristo, cuyo Gobernador y Maestre era el Infante, de todas las
rentas espirituales de las dos islas de la Madera y de Puerto Santo,
lo cual confirmó el Papa, y al Infante hizo el Rey merced por los dias
de su vida de las dichas islas, con mero mixto imperio, jurisdiccion
civil y criminal. Hizo el Infante gran fiesta con las hierbas ó rosas
que trujo Gilianes, al cual hizo mercedes, porque se tuvo este pasar
el dicho Cabo, aunque fué muy poco lo que pasó, por cosa muy señalada.
Informado el Infante por el Gilianes, de aquella navegacion no ser
tan imposible como la hacian los que la temian, y que habia tierra
adelante, y buena tierra, y que los arracifes que por aquella costa
estaban, se desechaban y finalmente que la mar era navegable, determinó
de tornar á enviar al dicho Gilianes en compañía de un caballero,
Copero suyo, que se llamaba Alonso Gonzalez, que puso por Capitan de
una barca ó navío bueno. Los cuales partidos llegaron con buen tiempo
al dicho cabo del Boxador, y pasaron obra de treinta leguas adelante,
que fué para entónces gran hazaña; salieron en tierra y hallaron rastro
de hombres y de camellos, como que iban de camino de una parte á otra,
los cuales, vista bien la disposicion de la tierra, ó porque ansí les
fué mandado por el Infante, ó porque tuvieron necesidad, sin hacer otra
cosa se volvieron á Portugal. En el año siguiente de 435 los tornó á
enviar, encargándoles mucho que trabajasen de ir adelante hasta que
topasen con tierra poblada y de haber alguna lengua della; pasaron
adelante doce leguas más de las treinta que el viaje ántes deste habian
pasado, adonde hallaron tierra descubierta ó rasa sin montes, y allí
acordaron echar dos caballos, en los cuales el Capitan mandó cabalgar
dos mancebos, que eran de quince á diez y siete años, y porque fuesen
más ligeros no quiso que llevasen armas defensivas, solamente llevaron
lanzas y espadas, mandándoles que solamente descubriesen tierra, y que
si viesen alguna persona, que sin su peligro la pudiesen prender, la
trajesen; los cuales poco despues de salidos toparon 19 hombres, cada
uno con su dardo en la mano á manera de azagayas, y como dieron de
súpito sobre ellos no tuvieron lugar de se esconder, y pareciéndoles
que era cobardía volver las espaldas arremetieron con ellos y los
moros aunque espantados de tan gran novedad pelearon defendiéndose
valientemente, de los cuales quedaron muchos heridos por los mozos
cristianos, y uno dellos salió herido por los moros de una azagaya.
Este fué el primer escándalo é injusticia y mal ejemplo de cristiandad
que hicieron en aquella costa, nuevamente descubierta, á gente que
nunca los habia visto, los portogueses, para que con justa razon toda
la tierra se pusiese en aborrecimiento de los cristianos, y desde en
adelante por su defensa con justicia matasen á cuantos cristianos haber
pudiesen; y ansí pusieron un inmortal é irremediable impedimento para
que aquellos recibiesen en algun tiempo la fe, de lo que, sí dieran
ejemplo de cristianos y, como lo dejó mandado en su Evangelio Cristo,
comenzáran á tratar con ellos pacíficamente, aunque aquellos fuesen
moros, pudiérase tener alguna esperanza. Desde el año de 1435 y 36
hasta el de 40, porque por la muerte del rey D. Duarte de Portugal,
hubo en aquel reino grandes revueltas y discordias, no pudo el Infante
ocuparse más en este descubrimiento. El año de 41 envió un navío y en
él por Capitan un Anton Gonzalez, Guarda-ropa suyo, para que fuese
por la tierra adelante, y si pudiese prendiese alguna persona de la
tierra para tomar lengua, y sino que cargase el navío de cueros de
lobos marinos y de aceite, porque habia por allí admirable numerosidad
dellos, y valian entónces en Portugal mucho. Fueron estos y saltaron
en cierta parte, hallaron un moro que llevaba un camello delante sí
y luego una mora; vieron luego cierto número de moros, y los moros
á ellos; ni los unos ni los otros no quisieron ó osaron acometer,
llevándose los dos captivos al navío. Sobrevino otro navío enviado
por el Infante al mismo fin, saltaron en tierra de noche diciendo
con gran grita ¡Portogal! ¡Portogal! ¡Santiago! ¡Santiago!, dan de
súpito en cierta cantidad de moros, mataron tres y captivaron diez, y
volviéronse á los navíos muy gloriosos y triunfantes, dando gracias á
Dios por haberles predicado el Evangelio á lanzadas. Y es cosa de ver,
los historiadores portogueses cuanto encarecen por ilustres estas tan
nefandas hazañas, ofreciéndolas todas por grandes sacrificios á Dios.
Era, segun cuentan, maravilla, ver cuando llegaron á los brazos los
portogueses con los moros, como se defendian los moros con los dientes
y con las uñas con grandísimo coraje. El un navío destos prosiguió el
descubrimiento y descubrió hasta un Cabo, que llaman hoy cabo Blanco,
que distará del Boxador ciento y diez leguas. Vueltos todos á Portogal
recibiólos el Infante con gran alegría y hacíales mercedes, no curando
de los escándalos y daños que hechos dejaban.


CAPÍTULO XXIV.

En el año de 1442, viendo el Infante que se habia pasado el cabo del
Boxador y que la tierra iba muy adelante, y que todos los navíos que
inviaba traian muchos esclavos moros, con que pagaba los gastos que
hacia y que cada dia crecia más el provecho y se prosperaba su amada
negociacion, determinó de inviar á suplicar al Papa Martino V, que
habia sido elegido en el Concilio de Constancia, donde cesó la scisma
que habia durado treinta y ocho años, con tres Papas, sin saberse
cuál dellos fuese verdadero Vicario de Cristo, que hiciese gracia
á la Corona real de Portogal de los reinos y señoríos que habia y
hobiese desde el cabo del Boxador adelante, hácia el Oriente y la
India inclusive; y ansí se las concedió, segun dicen las historias
portoguesas, con todas las tierras, puertos, islas, tratos, rescates,
pesquerías y cosas á esto pertenecientes, poniendo censuras y penas
á todos los Reyes cristianos, Príncipes, y señores y comunidades que
á esto le perturbasen; despues, dicen, que los Sumos Pontífices,
sucesores de Martino, como Eugenio IV, y Nicolás V y Calixto IV, lo
confirmaron. Despues desto, viendo algunos del reino de Portogal que se
habia pasado el cabo del Boxador, y que aquella mar se navegaba sin los
temores y dificultades que se sospechaban de ántes, y tambien que con
los saltos que hacian, en el camino por la costa, donde llegaban, se
hacian ricos, y más que con esto agradaban en grande manera al Infante,
comenzaron á armar navíos á su costa é ir á descubrir; idos y venidos
otros y otros, que mandaba ir el Infante, entre otros fué enviado un
Anton Gonzalez, porque entre los captivos que habian traido trajeron
tres que prometieron dar muchos esclavos negros por su rescate, más
de cien personas negros, y cada diez, de diversas tierras, una buena
cantidad de oro en polvo, el cual fué el primer oro que en toda aquella
costa se hobo; por lo cual llamaron desde entónces aquel lugar el rio
del Oro, aunque no es rio, sino un estero ó brazo de mar que entra por
la tierra, obra de seis leguas, y dista este lugar del cabo del Boxador
cincuenta leguas. Con este retorno y nuevas que trujo, mayormente del
oro, fué señalada el alegría que el Infante hobo; el cual, despachó
luégo á un Nuño Tristan, que habia descubierto el cabo Blanco, segun
arriba digimos en fin del capítulo precedente, y éste llegó al cabo
Blanco, y pasó ocho ó diez leguas y vido una isleta, junto á la tierra
firme, de cuatro ó cinco que por allí estaban, que en lengua de la
tierra se llamaba Adeget, que agora llaman Arguim; y yendo á ella vido
pasar 25 almadías ó barcas de un madero, llenas de gente, que en lugar
de remos remaban con las piernas, de que todos se maravillaron. Estas,
luégo pensaron que eran aves marinas, pero despues de visto lo que
era, saltan en el batel siete personas y van tras ellos; tomaron las
catorce con que hincheron el batel, lleváronlos al navío y van tras las
otras, y alcanzáronlas tambien en una isleta, que estaba cerca desta
otra, de manera que dejaron despoblada toda la isla; y los dias que
por allí estuvieron, fué en otra isla cerca destas, que llamaron isla
de las Garzas, despoblada, donde mataron infinitas dellas, porque no
huian dellos, ántes estaban quedas cuando las tomaban y mataban, por no
haber visto gente vestida. Desta isla hacian saltos en la tierra firme,
más no pudieron saltear más personas, porque estaba ya toda la tierra
alborotada, y estas mismas palabras dice su coronista, Juan de Barros.
De aquí se verá qué disposicion tenian aquellas gentes, y con qué ánimo
y voluntad oirian la predicacion de la fe y con qué amor acogerian á
los predicadores della. Con esta hermosa presa, y muy bien ganada, á mi
parecer, se volvió al reino de Portugal, dejadas descubiertas, adelante
de las otras, veinte y tantas leguas más, donde fué muy graciosamente
del Infante recibido, y con alegría de todo el reino, porque cuando
la ceguedad cae en los corazones de los que rigen, mayormente de los
príncipes, necesaria cosa es que se cieguen y no vean lo que debrian
ver los pueblos. Con estas nuevas, de que se enriquecian los que
andaban en aquel descubrimiento y trato, ya comenzaban los pueblos á
loar y bendecir las obras del Infante, diciendo que él habia abierto
los caminos del Océano y de la bienaventuranza donde los portogueses
fuesen bienaventurados, porque desta naturaleza ó condicion imperfecta
somos los hombres, mayormente en esta postrera edad, que donde no
sacamos provecho para nosotros, ninguna cosa nos agrada de todo lo que
los otros hacen, pero cuando asoma el propio interes ó hay esperanza
dél, tornamos de presto á mirar las cosas con otros ojos. Así acaecia
en estas navegaciones con el Infante á los portogueses; él á lo que
mostraba, dicen, que las hacia por celo de servir á Dios y traer los
infieles á su cognoscimiento, puesto que no guardaba los debidos
medios, y ansí creo yo cierto, que más ofendia que servia á Dios,
porque infamaba su fe y ponia en aborrecimiento de aquellos infieles la
religion cristiana, y por una ánima que recibiese la fe á su parecer
que quizá y aun sin quizá, no recibia el baptismo sino de miedo y por
manera forzada, echaban á los infiernos ante todas cosas muchas ánimas:
y que él tuviese culpa y fuese reo de todo ello, está claro, porque
él los enviaba y mandaba y, llevando parte de la ganancia y haciendo
mercedes á los que traian las semejantes cabalgadas, todo lo aprobaba,
y no cumplia con decir que no hiciesen daño, porque esto era escarnio,
como de sí parece, así que todo el pueblo ántes que no vía provecho
murmuraba, y despues de visto glorificaba.
Entre otros insultos y gravísimos males y detestables injusticias,
daños y escándalos de los portogueses en aquellos descubrimientos por
aquellos tiempos, contra los moradores de aquellas tierras, inocentes
para con ellos, fuesen moros ó indios, ó negros ó alárabes, fué uno
que ahora diremos muy señalado. El año de 1444, segun cuenta Juan
de Barros, lib. I, cap. 8.º de su primera década, y Gomez Canes de
Jurara, en el lib. I, cap.[22] que lo pone más largo, los vecinos más
principales y más ricos de la villa de Lagos en Portugal, movieron
partido al Infante, que les diese licencia para ir á aquella tierra
descubierta, y que de lo que trajesen de provecho le darian cierta
parte. Concediólo el Infante, y armaron seis carabelas, de las cuales
hizo el Infante Capitan á uno que se llamaba Lanzarote, que habia sido
su criado. Partidos de Portugal llegaron á la isla que ya digimos de
las Garzas, víspera de Corpus Christi, donde mataron muy gran número
dellas, por ser tiempo cuando ellas criaban, y de allí acordaron
de dar sobre una isla que se llamaba de Nar, que de aquella estaba
cerca, donde habia mucha gente poblada. Dia, pues, de Corpus Christi
(en buen dia buenas obras,) dan al salir del sol sobre la poblacion
y los que estaban seguros, diciendo: Santiago, San Jorge, Portugal.
Las gentes, asombradas de tan grande y tan nuevo sobresalto y súbita
maldad, los padres desmamparaban los hijos, y los maridos las mujeres,
las madres escondian los niños entre los herbazales y matas, andando
todos atónitos y fuera de sí, y dice un coronista portogués estas
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