Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 28

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los navíos puedan entrar; y en la boca tiene siete brazas. Hay en él
tres ó cuatro isletas, que puede llegarse la nao ó alguna dellas hasta
poner el bordo, sin miedo, junto con las peñas, y entra en él un rio
grande; dice, en fin, que es el mejor puerto del mundo, al cual llamó
Puerto de la Mar de Sancto Tomás, porque hoy era su dia, y díjole Mar,
por la grandeza. Dice más, que, alrededor deste puerto, es todo poblado
de gente muy buena y mansa, y sin armas buenas ni malas.» Estas son sus
palabras.


CAPÍTULO LVII.
El rey Guacanagarí, que fué uno de los cinco Grandes de la Española,
tenia sus pueblos y casa cerca de allí, envióle á rogar que fuese á
su casa por verlo, con un Embajador suyo y con él un presente con
oro.--Respondió el Almirante que le placia.--Envió seis cristianos
á un pueblo.--Hicieron gran recibimiento y dieron cosas y algunos
pedacitos de oro.--Vinieron aqueste dia más de 120 canoas, llenas de
gente, á los navíos.--Todas traian que dar y ofrecer á los cristianos,
etc.

En amaneciendo, sábado, 22 de Diciembre, hizo dar las velas,
partiéndose para ir en busca de las islas que los indios le decian
que tenian mucho oro, pero no le hizo tiempo y tornó á surgir; envió
á pescar la barca con la red. El señor y Rey de aquella tierra, que
tenia, diz que, un lugar cerca de allí, le envió una gran canoa llena
de gente, y en ella una persona principal, criado suyo, á rogar
afectuosamente al Almirante que fuese con sus navíos á su tierra,
y que le daria cuanto tuviese. Este Rey era el gran señor y rey
Guacanagarí, uno de los cinco Reyes grandes y señalados desta isla, el
que creemos que señoreaba toda la mayor parte de tierra que está por
la banda del Norte, por donde el Almirante por estos dias navegaba. Á
este Rey debió mucho el Almirante, por las buenas obras que le hizo,
como luego parecerá. Envióle, con aquel su criado y Embajador, un
cinto que en lugar de bolsa traia una carátula, que tenia dos orejas
grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz; este cinto era de
pedrería muy menuda, como aljófar, hecha de huesos de pescado, blanca
y entrepuestas algunas coloradas, á manera de labores, tan cosidas en
hilo de algodon, y por tan lindo artificio, que, por la parte del hilo
y revés del cinto, parecian muy lindas labores, aunque todas blancas,
que era placer verlas, como si se hobiera tejido en un bastidor, y
por el modo que labran las cenefas de las casullas en Castilla los
brosladores, y era tan duro y tan fuerte, que sin duda creo, que no
le pudiera pasar, ó con dificultad, un arcabuz; tenia cuatro dedos en
ancho, en la manera que se solian usar en Castilla, por los Reyes y
grandes señores, los cintos labrados en bastidor, ó tejidos de oro,
é yo alcancé á ver alguno dellos. Así que, viniendo la canoa y aquel
mensajero á la nao, topó con la barca, y luego, como para captar la
benevolencia de los cristianos (como sea gente de muy franco corazon y
cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, que parece que en
pedirles algo les hacen gran merced; esto dice aquí el Almirante), dió
luego el dicho cinto á un marinero para que lo trajese al Almirante, y
viniéronse juntas la barca y la canoa á la nao. Recibiólos el Almirante
con mucha alegría, y primero que los entendiesen pasó alguna parte del
dia; finalmente, acabó de entender por señas su embajada. Determinó
partirse otro dia, domingo, 23 de Diciembre, para allá, puesto que de
costumbre tenia de nunca salir de puerto, domingo, (por su devocion, y
no por supersticion, dice él), pero por condescender á los ruegos de
aquel gran señor, agradeciéndole tan buena voluntad, y por la esperanza
que tenia, dice él, que aquellos pueblos habian de ser cristianos por
la voluntad que muestran, y ser de los reyes de Castilla, y porque
los tenia ya por suyos, porque le sirvan con amor, les queria agradar
y hacer todo placer. Ántes que hoy partiese, envió el Almirante seis
cristianos á una poblacion muy grande, tres leguas de allí, porque el
señor della vino el dia pasado á ver al Almirante, y díjole que tenia
ciertos pedazos de oro y que se los queria dar. Con estos cristianos,
dice el Almirante, que envió su Escribano por principal, para que no
consintiese hacer á los indios cosa indebida, porque como fuesen tan
francos y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les bastaba
que por un cabo de agujeta y por un pedazo de vidro y de escudilla, y
por otras cosas de no nada, les daban los indios cuanto querian, pero
que aún sin darles se lo querian todo tomar, y el Almirante, mirando
al franco y gracioso corazon con que daban lo que tenian, que por
seis contezuelas de vidro daban un pedazo de oro, habia mandado que
ninguna cosa recibiesen dellos, que por ella no les diesen alguna en
pago. Así que, llegados á la poblacion los seis cristianos, el señor
della tomó luego por la mano al Escribano y llevólo á su casa, yendo el
pueblo todo, que era muy grande, acompañándolos. Mandóles luego dar de
comer, y todos los indios les traian muchas cosas de algodon, labradas
y en ovillos hilado. Despues que fué tarde, dióles tres ansares muy
gordas el señor, y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos gran
número de gente, y les traian todas las cosas que en el pueblo habian
rescatado, y á ellos mismos porfiaban de traerlos á cuestas, y de
hecho lo hicieron por algunos rios y lugares que toparon lodosos. El
Almirante mandó dar para el señor algunas cosas, y así los dejó á todos
con muy gran contentamiento, creyendo verdaderamente que habian venido
del cielo, y, en ver los cristianos, se tenian por bienaventurados.
Vinieron este dia más de 120 canoas, todas cargadas de gente, á los
navíos, y todas traian que dar y ofrecer á los cristianos, comida de
pan y pescado, y agua en cantarillos de barro, muy bien hechos y por
defuera pintados como de almagra, y algunas simientes, como especias
(estas debian ser la pimienta que llamaban axí, la última aguda), y
echaban, diz que, un grano en una escudilla de agua y bebian, mostrando
que era muy sana.


CAPÍTULO LVIII.
Estaban esperando la ida del Almirante allí tres Embajadores del rey
Guacanagarí.--No pudiendo partir el Almirante, envióle las barcas
con ciertos cristianos para que le desculpasenu.--Fué extraño el
recibimiento que Guacanagarí con toda su gente les hizo.--Dióles
dádivas de cosas de oro y otras.--Tornadas las barcas, levantó las
velas para ir allá.--Supo nuevas, ántes que partiese, de las minas de
Cibao.--Repite maravillas de la bondad de los indios y de la gravedad
y cordura de los señores entre ellos, etc.

Debia de haber enviado más mensajeros el dicho rey Guacanagarí, con
el ansia que tenia de ver los cristianos en su casa, de los cuales,
diz que, estaban esperando allí tres, y quisiera el Almirante mucho
partir aquel domingo, 23 de Diciembre, por dar placer al dicho Rey,
pero no le hizo buen tiempo. Acordó enviar con ellos las barcas con
gente, y al Escribano á dar razon al Rey porqué no iba; entretanto que
las barcas iban, invió dos indios de los que consigo, de las otras
islas, traia, á las poblaciones que estaban por allí, cerca del paraje
de los navíos, y estos volvieron, con un señor, á la nao, con nuevas
que en aquella isla Española habia gran cantidad de oro, y que á ella
lo venian á comprar de otras partes. Vinieron otros que confirmaron
haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que tenian en cogerlo.
Todo aquello entendia el Almirante con pena, pero todavia creia que en
estas partes habia mucha cantidad de oro (no estaba engañado aún en lo
que habia en esta isla, como despues se dirá), porque en tres dias,
que allí estuvo, en aquel puerto de Sancto Tomás, habia habido buenos
pedazos de oro. Dice así: «Nuestro Señor, que tiene en las manos todas
las cosas, vea de me remediar, y dar como fuere su servicio». Cierto,
siempre mostraba el Almirante ser devoto y tener gran confianza en
Dios. Dice, que hasta aquella hora de aquel dia, haber venido á la nao,
más de mil personas en canoas, y más de quinientos nadando, estando
más de una legua desviada de tierras, y todas traian que dar, y, un
tiro de ballesta ántes que llegasen á la nao, se levantaban en las
canoas en pié y tomaban en las manos lo que traian diciendo á voces:
«Tomad, tomad.» Juzgaba que habian venido cinco señores, ó hijos de
señores, con toda su casa, mujeres y niños, á ver los cristianos.
Tenia por cierto el Almirante, que si aquella fiesta de Navidad
pudiera estar en aquel puerto, que viniera toda la gente desta isla,
la cual estimaba ya por mayor que la de Inglaterra, y no se engañó.
Hallaron las barcas, en el camino, muchas canoas, con mucha gente que
venian á ver los cristianos, del pueblo del dicho rey Guacanagarí,
donde ellos iban, los cuales se tornaron con ellos á la poblacion.
Fuéronse delante las canoas, como andan mucho con sus remos, para dar
nuevas al Rey de la ida de los cristianos en las barcas. Finalmente,
los salió á recibir el Rey, y, entrados en la poblacion, hallaron que
era la mayor y más bien ordenada de calles y casas que hasta allí
habian visto, y ayuntados en la plaza, que tenian muy barrida, todo
el pueblo, que serian más de 2.000 hombres, é infinitas mujeres y
niños, miraban los cristianos con grandísimo regocijo y admiracion,
trayéndoles de comer y beber, de todo lo que tenian. Hizo mucha honra
este Rey á los cristianos, y todos los del pueblo; dióles á cada uno,
el Rey, paños de algodon, que vestian las mujeres, y papagayos para el
Almirante, y ciertos pedazos de oro. Dábanles tambien, los populares,
paños de algodon de los mismos, y otras cosas de sus casas, y lo que
los cristianos les daban, por poco que fuese, lo recibian y estimaban
como reliquias. Cuando en la tarde se querian los cristianos volver
y despedir, el Rey les rogaba mucho que se holgasen allí hasta otro
dia, y lo mismo importunaba todo el pueblo. Vista su determinacion de
venirse, acompañáronles gran número de indios, llevándoles á cuestas
todas las cosas quel Rey y los demas les habian dado, hasta las barcas,
que estaban en la boca de un rio. Hasta aquí, no habia podido entender
el Almirante, si este nombre Cacique significaba Rey ó Gobernador,
y otro nombre que llamaban Nitayno, si queria decir Grande, ó por
hidalgo ó Gobernador; y la verdad es, que Cacique era nombre de Rey,
y Nitayno era nombre de caballero y señor principal, como despues se
verá, placiendo á Dios. Lúnes, 24 de Diciembre, víspera de Navidad,
ántes de salido el sol, mandó levantar las anclas con el viento terral,
para ir á ver al Guacanagarí, cuyo pueblo debia, creo yo, de estar de
aquel puerto y Mar de Sancto Tomás, obra de cuatro ó cinco leguas. Dice
aquí el Almirante, interrumpiendo el discurso del viaje, que entre los
muchos indios, que ayer, domingo, vinieron á la nao, que testificaban
que habia en esta isla oro, nombrando los lugares donde se cogía,
vido uno que le pareció más desenvuelto, y más gracioso en hablar, y
que con más aficion y alegría parecia que hablaba; al cual trabajó
de alagar mucho, y rogarle que se fuese con él á mostrarle las minas
del oro. Este trujo otro compañero ó pariente consigo, y debian de
conceder irse con él en la nao, aunque no lo dice claro el Almirante.
Estos dos indios, entre los otros lugares que nombraban tener minas
de oro, señalaban uno que llamaron Cibao, donde afirmaban que nacia
mucha cantidad de oro, y que el Cacique ó Rey de allí traia, diz que,
las banderas de oro, pero que era léjos de allí. Oido el Almirante
este nombre Cibao ser tierra donde nacia oro, de creer es que se le
regocijó el corazon y dobló su esperanza, acordándose de la carta
ó figura que le envió Paulo, físico, de la isla de Cipango, de que
arriba, cap. 12, hicimos larga mencion. Los indios tenian mucha razon
en loar la provincia de Cibao de rica de oro, aunque decian más de lo
que sabian, por haber más oro en ella de lo que ellos habian visto ni
oido; porque como los indios desta isla no tuviesen industria de coger
oro, como se dirá, nunca supieron ni pudieron saber lo mucho que habia,
que fué cosa, despues, de admiracion. La lejura ó distancia de allí
hasta Cibao no era mucha, porque no habria obra de 30 leguas, y estas,
como los indios no solian salir muy léjos destas tierras, en esta isla
bien pudieron temer la dicha distancia, y señalarla por léjos. En este
lugar, dice á los Reyes, entre otras, el Almirante, estas palabras:
«Crean Vuestras Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni
mas mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría, porque luego
los harán cristianos, y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus
reinos; que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra
en tanta cantidad, que yo no sé cómo lo escriba, porque yo he hablado
en superlativo grado de la gente y de la tierra de Juana, á que ellos
llaman Cuba, mas hay tanta diferencia dellos y della á esta, en todo,
como del dia á la noche. Ni creo que otro ninguno que esto hobiese
visto, hobiese hecho, ni dijese ménos de lo que yo tengo dicho y digo.
Que es verdad que es maravilla las cosas de acá, y los pueblos grandes
desta isla Española (que así la llamo, y ellos la llaman Bohío), y
todos de muy singularísimo trato, amorosos y habla dulce, no como los
otros, que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura
hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos se tiñen, algunos
de negro, y otros de otro color, y los más de colorado (he sabido que
lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal), y las casas y lugares
tan hermosos, y con señorío en todos, como juez ó señor dellos, y
todos le obedecen que es maravilla. Y todos estos señores son de pocas
palabras y muy lindas costumbres, y su mando es, lo más, con hacer
señas con la mano y luego es entendido, que es maravilla.» Todas estas
son palabras formales del Almirante. Razon es de advertir aquí, cuantas
veces repite los loores de la mansedumbre, humildad, obediencia,
simplicidad, liberalidad y bondad natural destas gentes, como quien por
vista de ojos, muchas veces lo experimentaba el Almirante. El pintarse
de negro y otros colores, sin duda lo acostumbraban por se defender
del sol, y porque con aquellas colores se les paraban las carnes muy
tiestas, y no se cansaban tan presto en los trabajos. En las guerras
tambien se teñian de aquellas colores, como abajo, placiendo á Dios,
parecerá.


CAPÍTULO LIX.
Noche de Navidad, echóse á dormir de muy cansado.--Descuidóse el
que gobernaba, da en un bajo la nao, cerca del puerto del rey
Guacanagarí.--Huyeron con la barca los marineros, desmamparando la
nao.--No los quisieron los de la otra carabela recibir, y sabido por
el Rey la pérdida de la nao, fué extraña y admirable la humanidad y
virtud que mostró al Almirante y á los cristianos, y el socorro que
mandó dar y poner para descargarla toda, y la guarda que hizo poner en
todas las cosas, que no faltó agujeta.--Certifica el Almirante á los
Reyes, que en el mundo no puede haber mejor gente ni mejor tierra, etc.

Anduvo este dia, lúnes, y un pedazo de la noche que llamamos Noche
Buena de Navidad, aunque fué harto trabajosa para el Almirante esta,
donde Dios le comenzó á aguar los placeres y alegrías que por aquí cada
hora le daba, que, cierto, debian de ser inestimables, viéndose haber
descubierto unas tierras tan felices y tantas gentes bienaventuradas de
su naturaleza (si fueran dichosas de que á cognoscerlas y tractarlas,
segun razon, acertáramos, ó nosotros fuéramos venturosos para que Dios
no nos dejara de su mano), y de donde podia el Almirante cada dia asaz
conjeturar y esperar grandísimos y generalísimos bienes espirituales
y temporales. Ansí que, anduvo este dia y parte desta noche con poco
viento, casi calma, hasta llegar una legua ó legua y media del pueblo
del rey Guacanagarí, que tanto verlo deseaba, y él, que iba no con
ménos deseos y ánsia. Estando sobre cierta punta de la tierra, hasta
dado el primer cuarto de las velas, que seria á las once de la noche,
velando siempre el Almirante, viendo que no andaba nada y la mar era
como en un escudilla, acordó de echarse á dormir, de muy cansado, y que
habia dos dias y una noche que sin dormir estaba desvelado. De que vido
el marinero que gobernaba, que el Almirante se acostaba para dormir,
dió el gobernario á un mozo grumete, y fuése tambien á dormir; lo que
el Almirante siempre prohibió en todo el viaje, que, ni con calma ni
con viento, no diesen los marineros el gobernario á los grumetes; lo
mismo hicieron todos los marineros, visto que el Almirante reposaba y
que la mar era calma. El Almirante se habia acostado por estar seguro
de bancos y de peñas, porque, cuando el domingo envió las barcas al
rey Guacanagarí, habian visto la costa toda los marineros, y los bajos
que habia, y por dónde se podia pasar desde aquella punta al pueblo
del Rey dicho, lo que no habian hecho en todo el viaje. Quiso Nuestro
Señor, que á las doce horas de la noche, que las corrientes que la mar
hacia llevaron la nao sobre un banco, sin que el muchacho que tenia el
gobernario lo sintiese, aunque sonaban bien los bajos que los pudiera
oir de una legua. El mozo sintió el gobernario tocar en el bajo, y oyó
el sonido de la mar, y dió voces, á las cuales levantóse primero el
Almirante, como el que más cuidado siempre tenia, y fué tan presto,
que aún ninguno habia sentido que estaban encallados; levantóse luego
el Maestre de la nao, cuyo era aquel cuarto de la vela, mandóle luego
el Almirante, y á todos los marineros, que halasen el batel ó barca
que traian por popa, y que tomasen un ancla y la echasen por popa,
porque por aquella manera pudieran, con el cabrestante, sacar la nao;
el cual, con los demas, saltaron en el batel, y temiendo el peligro,
quítanse de ruido, y vánse huyendo á la carabela, que estaba de
barlovento, que quiere decir, hácia la parte de donde viene el viento,
media legua. El Almirante, creyendo que habian hecho lo que les habia
mandado, confiaba de por allí presto tener remedio, pero cuanto ellos
lo hicieron de malvadamente, lo hicieron de bien, fiel y virtuosamente
los de la carabela, que no los quisieron recibir é les defendieron
la entrada; luego, á mucha priesa, los de la carabela saltaron en su
barca y vinieron á socorrer al Almirante y á remediar la nao; los otros
vinieron aún despues, con su confusion y vergüenza. Ántes que los unos
y los otros llegasen, desque vido el Almirante que huian dejándole en
tan gran peligro, y que las aguas menguaban y la nao estaba ya con la
mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mastel y alijar
de la nao todo cuanto pudieron, para la alivianar y ver si podian
sacarla; pero como las aguas menguaban de golpe, cada rato quedaba la
nao más en seco, y así no la pudieron remediar, la cual tomó lado hácia
la mar traviesa; puesto que la mar era poca por ser calma, con todo,
se abrieron los conventos, que son los vagos que hay entre costillas y
costillas, y no se abrió la nao. Si viento ó mar hobiera, no escapara
el Almirante, ni hombre de los que con él quedaron, y si hicieran el
Maestre y los demas lo que les habia mandado, de echar el ancla por
popa, cierto, la sacara, porque cada dia se halla por experiencia ser
este, para el tal conflicto, el remedio. Envió luego el Almirante
á Diego Arana, de Córdoba, Alguacil mayor del armada, y á Pero
Gutierrez, repostero de la casa real, en el batel, á hacer saber al rey
Guacanagarí, que lo habia enviado á convidar, el desastre y fortuna que
le habia sucedido. El Almirante fué á la carabela para llevar y salvar
la gente de la nao, y, como avivase ya el viento, y quedase aún gran
pedazo de noche por pasar, y no supiese que tanto se extendia el banco,
acordó de andar barloventeando hasta que fuese de dia. Estaba de donde
la nao se perdió, la poblacion del rey Guacanagarí, legua y media;
llegados los cristianos y hecha relacion al Rey del caso acaecido,
diz que, mostró grandísima tristeza y cuasi lloró, y, á mucha priesa,
mandó á toda su gente que tomasen cuantas canoas grandes y chicas
tenia, que fuesen á socorrer al Almirante y á los cristianos, y así,
con maravillosa diligencia, lo hicieron; llegaron las canoas é infinita
gente á la nao, diéronse tanta priesa á descargar, que en muy breve
espacio la descargaron. Fué, dice el Almirante, admirable y tempestivo
el socorro y aviamiento que el Rey dió, así para el descargo de la nao,
como en la guarda de todas las cosas que se sacaban y ponian en tierra,
que no faltase una punta de alfiler, como no faltó cosa, chica ni
grande; y él mismo, con su persona y con sus hermanos, estaba poniendo
recaudo con las cosas que se sacaban, y mandándole tener á toda su
gente que en ello entendia. De cuando en cuando enviaba una persona,
ó de sus parientes ó principal, llorando, á consolar al Almirante,
diciéndole, que le rogaba que no hobiese pesar ni enojo, porque él le
daria cuanto tuviese. Dice aquí el Almirante, estas palabras á los
Reyes: «Certifico á Vuestras Altezas, que en ninguna parte de Castilla
tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar una
agujeta.» Estas son sus palabras. Mandó poner todas juntas las cosas
que desembarcaban, cerca de las casas, entre tanto que se vaciaban
algunas casas, que mandó vaciar, para donde se metiese y guardase todo.
Mandó asimismo, que estuviesen hombres armados de sus armas, que son
flechas y arcos, en rededor de toda aquella hacienda, que velasen y
la guardasen toda la noche. Él, con todo el pueblo, lloraban, dice el
Almirante, tanto son gente de amor y sin cudicia, y convenibles para
toda cosa, que certifico á Vuestras Altezas, que en el mundo creo que
no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman á sus prójimos como á sí
mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre
con risa; ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres
los parió, mas crean Vuestras Altezas, que entre sí tienen costumbres
muy buenas, y el Rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan
continente, que es placer de verlo todo; y la memoria que tienen, y
todo lo quieren ver, y preguntan qué es y para qué.» Estas todas son
palabras del Almirante.


CAPÍTULO LX.
Visitó el Rey al Almirante con gran tristeza.--Consolólo mucho,
diciéndole que su hacienda estaba á buen recaudo, que todo lo demas
se desembarcaria luego.--Vinieron canoas de otros pueblos, que
traian muchos pedazos de oro para que les diesen cescabeles y cabos
de agujetas.--Como vido el Rey que el Almirante se alegraba mucho,
le dijo que ahí estaba Cibao, que le daria mucho.--En oyendo Cibao,
creia que era Cipango.--Rogóle el Rey que saliese á tierra, veria sus
casas.--Hízole hacer gran recibimiento.--Pónele una gran caratula de
oro, como corona, en la cabeza, y otras joyas al pescuezo, y á los
cristianos reparte pedazos de oro.--Determinó el Almirante hacer allí
fortaleza, etc.

Otro dia, miércoles, dia de Sant Estéban, 26 de Diciembre, vino el
rey Guacanagarí á ver al Almirante, que estaba en la carabela _Niña_,
lleno de harta tristeza y cuasi llorando: con rostro compasivo,
consolándole con una blandura suave, segun por su manera de palabras
y meneos pudo darle á entender, le dijo, que no tuviese pena, que él
le daria todo cuanto tenia, y que habia dado á los cristianos, que
estaban en tierra con la hacienda que se desembarcaba, dos muy grandes
casas para meterla y guardarla, y que más daria si fuesen menester, y
cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao y ponerlo en tierra
y cuanta gente quisiese, y que ayer habia mandado poner en todo muy
buen recaudo, sin que nadie osase tomar una migaja de un bizcocho
ni de otra cosa alguna; tanto, dice el Almirante, son fieles y sin
cudicia de lo ageno, y así era, sobre todos, aquel Rey, virtuoso.
Esto dice el Almirante. Entretanto que él hablaba con el Almirante,
vino otra canoa de otro lugar ó pueblo que traia ciertos pedazos de
oro, los cuales queria dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no
deseaban; la razon era, porque los indios desta isla, y aún de todas
las Indias, son inclinatísimos, y acostumbrados á mucho bailar, y,
para hacer son que les ayude á las voces ó cantos que bailando cantan
y sones que hacen, tenian unos cascabeles muy sotiles, hechos de
madera, muy artificiosamente, con unas pedrecitas dentro, los cuales
sonaban, pero poco y roncamente. Viendo cascabeles tan grandes y
relucientes, y tan bien sonantes, más que á otra cosa se aficionaban,
y, cuanto quisiesen por ellos ó cuanto tenian, curaban, por haberlos,
de dar; llegando cerca de la carabela, levantaban los pedazos de oro
diciendo: «Chuque, chuque cascabeles,» que quiere decir: «Toma, y daca
cascabeles.» Y aunque aquí ni en este tiempo acaeció lo que contaré,
porque fué despues, cuando el Almirante vino el siguiente viaje á esta
isla poblar, pero, pues viene á propósito, quiérolo decir. Vino un
indio á rescatar con los cristianos un cascabel, y trabajó de sacar
de las minas, ó buscar entre sus amigos hasta medio marco de oro, que
contiene 25 castellanos ó pesos de oro, que traia envueltos en unas
hojas ó en un trapo de algodon, y, llegado á los cristianos, dijo que
le diesen un cascabel, y que daria aquel oro, que traia allí, por él;
ofrecido por uno de los cristianos un cascabel, teniendo en la mano
izquierda su oro, no queriéndolo primero dar, dice: «daca el cascabel,»
extendiendo la derecha; dánselo, y, cogido, suelta su medio marco de
oro, y vuelve las espaldas y dá á huir como un caballo, volviendo
muchas veces la cabeza atras; temiendo si iban tras él, por haber
engañado al que le dió el cascabel por medio marco de oro. Destos
engaños quisieran muchos cada dia los españoles de aquel tiempo, y
aún creo que los de este no los rehusarian Tornando al propósito, al
tiempo que se querian volver las canoas de los otros pueblos, rogaron
al Almirante que les mandase guardar un cascabel hasta otro dia (parece
que temiendo que se acabarian con la priesa), porque traerian cuatro
pedazos de oro tan grandes como la mano; holgó el Almirante de los
oir, é mezcló la pena que de su adversidad tenia, con la esperanza
que de las nuevas de haber tanto oro se le recrecia. Despues vino un
marinero, de los que habian llevado la ropa de la mar á tierra, el
cual dijo al Almirante, que era cosa de maravilla ver las piezas de
oro que los cristianos que estaban en tierra con la ropa, de haber
rescatado por casi nada, tenian, y que, por una agujeta y por un cabo
della, les daban pedazos que pesaban más de dos castellanos, y que
creia que no era nada, con lo que esperaban que desde á un mes habrian.
Toda cosa de laton estimaban en más que otra ninguna, y por eso, por
un cabo de agujeta, daban sin dificultad cuanto en las manos tenian;
llamábanle turey, como á cosa del cielo, porque al cielo llamaban
turey; olíanlo luego como si en olerlo sintieran que venia del cielo;
y finalmente, hallaban en él tal olor, que lo estimaban por de mucho
precio, y así hacian á una especie de oro bajo que tenia la color
que tiraba á color algo morada, y que ellos llamaban guanin, por el
olor cognoscian ser fino y de mayor estima. Como el rey Guacanagarí
vido quel Almirante se comenzaba á alegrar de su tristeza, con las
muestras y nuevas que del oro le traian, holgábase mucho y dijo al
Almirante, por sus palabras y señas, quél sabia donde cerca de allí
habia mucho oro, que tuviese buen corazon, y que le haria traer cuanto
oro quisiese; para lo cual, diz que, le daban razon, y especialmente
habia mucho en Cibao, mostrando que ellos no lo tenian en nada, y que
por allí en su tierra lo habia. Oyendo el Almirante á Cibao, siempre
se le alegraba el corazon, estimando ser Cibao la isla que él traia en
su carta, y la que, segun Paulo, físico, imaginaba; y así no entendia
que aquel cerca fuese provincia desta isla, sino que fuese isla por
sí. Comió el Rey con el Almirante en la carabela, y despues rogó al
Almirante que se fuese con él á tierra, á ver su casa, gente y tierra.
Salidos, hiciéronle muy gran recibimiento y honra, y llevólo á su casa,
y mandólo dar colacion de dos ó tres maneras de frutas, y pescado, y
caza, y otras viandas que ellos tenian, y de su pan, que llaman cazabí;
llevólo á ver unas verduras y arboledas muy graciosas junto á las
casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos. El Rey ya
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