Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 34

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de Sevilla con los indios, y con lo demas. Tomó comienzo la fama á
volar por Castilla, que se habian descubierto tierras que se llamaban
las Indias, y gentes tantas y tan diversas, y cosas novísimas, y que
por tal camino venia el que las descubrió, y traia consigo de aquella
gente; no solamente de los pueblos por donde pasaba salia el mundo á lo
ver, pero muchos de los pueblos, del camino por donde venia, remotos,
se vaciaban, y se hinchian los caminos para irlo á ver, y adelantarse
á los pueblos á recibirlo. Los Reyes, por los memoriales que desde
Sevilla recibieron suyos, proveyeron que comenzase á aparejar lo que
para el viaje segundo convenia, y escribieron á D. Juan Rodriguez
de Fonseca, Arcidiano de Sevilla, hermano del mayorazgo de Coca y
Alaejos, D. Alonso de Fonseca, y de Antonio de Fonseca, Contador
mayor de Castilla, sobrino de D. Alonso de Fonseca, Arzobispo de
Sevilla, personas muy generosas, que, por su generosidad y prudencia,
y servicios que siempre trabajaron hacer á la Corona real, fueron
siempre queridos y privados de los reyes. Este D. Juan de Fonseca,
aunque eclesiástico y Arcidiano, y despues deste cargo que le dieron
los Reyes de las Indias, fué Obispo de Badajoz y Palencia, y al cabo
de Búrgos, en el cual murió, era muy capaz para mundanos negocios,
señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar,
que era más oficio de vizcainos que de Obispos, por lo cual siempre
los Reyes le encomendaron las armadas que por la mar hicieron miéntras
vivieron. A este mandaron que tuviese cargo de aparejar tantos navíos,
y tanta gente, y tales bastimentos y las otras cosas, conforme á lo
que el Almirante habia en sus memoriales señalado. Dióse la priesa que
más pudo para llegar á Barcelona, adonde llegó mediado Abril, y los
Reyes estaban harto solícitos de ver su persona; y, sabido que llegaba,
mandáronle hacer un solemne y muy hermoso recibimiento, para el cual
salió toda la gente y toda la ciudad, que no cabian por las calles,
admirados todos de ver aquella veneranda persona ser de la que se
decia haber descubierto otro mundo, de ver los indios y los papagayos,
y muchas piezas y joyas, y cosas que llevaba, descubiertas, de oro,
y que jamás no se habian visto ni oido. Para le recibir los Reyes,
con mas solemnidad y pompa, mandaron poner en público su estrado y
sólio real, donde estaban sentados, y, junto con ellos, el Príncipe D.
Juan, en grande manera alegres, acompañados de muchos grandes señores,
castellanos, catalanes, valencianos y aragoneses, todos aspirando
y deseosos que ya llegase aquel que tan grande y mucha hazaña, y
que á toda la cristiandad era causa de alegría, habia hecho. Entró,
pues, en la cuadra donde los Reyes estaban acompañados de multitud
de caballeros y gente nobilísima, entre todos los cuales, como tenia
grande y autorizada persona, que parecia un Senador del pueblo romano,
señalaba su cara veneranda, llena de cañas y de modesta risa, mostrando
bien el gozo y gloria con que venia. Hecho grande acatamiento primero,
segun á tan grandes Príncipes convenía, levantáronse á él como á uno
de los señores grandes, y despues, acercándose más, hincadas las
rodillas, suplícales que le den las manos; rogáronse á se la dar,
y, besadas, con rostros letísimos mandáronle levantar, y, lo que fué
suma de honor y mercedes de las que Sus Altezas solian á pocos grandes
hacer, mandáronle traer una silla rasa y asentar ante sus reales
presencias. Referidas con gran sosiego y prudencia las mercedes que
Dios, en ventura de tan católicos Reyes, en su viaje le habia hecho,
dada cuenta particular, la que el tiempo y sazon padecia, de todo su
camino y descubrimiento, denunciadas las grandezas y felicidad de las
tierras que habia descubierto, y afirmándoles las muchas más que habia
de descubrir, en especial que por entónces la isla de Cuba estimó ser
tierra firme, segun que abajo se dirá; mostradas las cosas que traia,
que no habian sido vistas, sacando la gran muestra de oro en piezas
labradas, aunque no muy polidas, y muchos granos gruesos y menudo por
fundir, como se sacaba de la tierra, que traia, y certificando la
infinidad que se mostraba en aquellas tierras haber, y confianza que
tenia que en sus tesoros reales se habia de reponer, como si ya debajo
de sus llaves lo dejara cogido; y asimismo, lo que más de ponderar y
precioso tesoro era, la multitud y simplicidad, mansedumbre y desnudez,
y algunas costumbres de sus gentes, y la disposicion aptísima y
habilidad que dellas cognosció para ser reducidas á nuestra sancta y
católica fe, de las cuales estaban presentes los indios que consigo
llevó; todo lo cual, oido y ponderado profundamente, levántanse los
católicos y devotísimos Príncipes, y hincan las rodillas en el suelo,
juntas y, alzadas las manos, comienzan á dar, de lo íntimo de sus
corazones, los ojos rasados de lágrimas, gracias al Criador; y, porque
estaban los cantores de su Capilla real proveidos aparejados, cantan
_Te Deum laudamus_ y responden los menestriles altos, por manera que
parecia que en aquella hora se abrian y manifestaban y comunicaban con
los celestiales deleites. ¿Quién podrá referir las lágrimas que de los
reales ojos salieron, de muchos grandes de aquellos reinos que allí
estaban y de toda la Casa real? ¡Qué júbilo, qué gozo, qué alegría bañó
los corazones de todos! ¡Cómo se comenzaron unos á otros á animar y
á proponer en sus corazones de venir á poblar estas tierras y ayudar
á convertir estas gentes! porque oian y vean que los serenísimos
Príncipes, y singularmente la sancta reina doña Isabel, por palabras
y las muestras de sus heróicas obras, daban á todos á cognoscer que
su principal gozo y regocijo de sus ánimas procedia de haber sido
hallados dignos ante el divino acatamiento, de que, con su favor y
con los gastos (aunque harto pocos) de su real Cámara, se hobiesen
descubierto tantas infieles naciones y tan dispuestas, que en sus
tiempos pudiesen cognoscer á su Criador, y ser reducidas al gremio de
su sancta y universal Iglesia, y dilatarse tan inmensamente su católica
fe y cristiana religion. Grandes alegrías vinieron miéntras reinaron
estos bienaventurados Reyes á sus reales corazones, aunque, para el
colmo de sus merecimientos, se las mezclaba Dios siempre con hartas y
grandes tristezas y amarguras, para mostrar que tenia singular cuidado
de su especial aprovechamiento; así como el nacimiento del príncipe
D. Juan; ver la cruz de Jesucristo puesta en el Alhambra de Granada,
cuando tomaron, despues de tan inmensos trabajos, aquella gran ciudad
y todo aquel reino; los casamientos de las serenísimas Infantas, sus
hijas, mayormente de la Reina Princesa, y el nacimiento del príncipe D.
Miguel, que nació della; la venida del rey D. Felipe, siendo Príncipe;
el nacimiento del emperador D. Cárlos, que al presente, en el mundo
triunfa, hijo del dicho señor rey D. Felipe y de la reina nuestra
señora doña Juana, segunda de los dichos católicos Reyes, y otros
gozos que Dios esta vida les quiso dar. Pero, cierto, á lo que yo he
siempre sentido, el que recibieron deste miraculoso descubrimiento no
fué mucho que aquellos inferior, ántes creo que á muchos dellos, en
cualidad y cantidad, excedió, porque iba muy fundado y cementado en
la espiritualidad de la honra y gloria del divino nombre, y del mucho
aprovechamiento y dilatacion que se esperaba de la sancta fe católica,
y de la conversion de infinito número de ánimas, mucho más, cierto,
que en el reino de Granada, cuanto más grande y extendido es este
Nuevo Mundo, que la poca cantidad y límites tan estrechos que contiene
aquel reino y chico rincon, y siempre los gozos que son causados por
Dios y van fundados en Dios y sobre cosa espirituales, son más íntimos
y más intensos, y que más se sienten por las ánimas bien dispuestas
y que más duran; y tanto son mayores y más dulces y consolativos y
duraderos, cuanto la causa dellos es más propincua y acepta á Dios,
y más honra y gloria resulta por ella á su divino nombre, como este
de que hablamos, que ni pudo ser mayor, porque ¿qué más universal que
alcanzó á todo el mundo cristiano? ni la causa puede ser otra que á
Dios sea más agradable. Acrecentó sin comparacion esta inmensa y nueva
alegría, ordenar Nuestro Señor que viniese en tal cuyuntura y sazon,
que el católico rey D. Fernando estaba ya del todo sano de una cruel
cuchillada que un loco malaventurado le habia dado en el pescuezo,
que, si no tuviera un collar de oro de los que entónces se usaban, le
cortába toda la garganta, por imaginacion que el demonio le puso, que,
si lo mataba, habia él de ser Rey; de la cual herida, Su Alteza llegó á
punto de muerte, y, como estaba recien sano, hacíanse por todo el reino
inestimables alegrías y regocijos. Yo vide en Sevilla hacer otra fiesta
como la que se hace el dia del _Corpus Christi_, y fué tan señalada
que, en muchos de los tiempos pasados, cosas tan nuevas y diversas
festivas, ni de tanta solemnidad, nunca fueron imaginadas. Así que,
ordenó la Providencia divina, para causar á los Reyes y á todos sus
reinos inestimable materia de gozo, que concurriesen dos tan insignes,
y regucijables, y nuevas causas que derramasen por todo género de
personas tanta copia y veemencia de espiritual y temporal alegría.
Finalmente, dieron licencia los serenísimos Reyes al Almirante, por
aquel dia, que se fuese á descansar á la posada, hasta la cual fué de
toda la corte, por mandado de los Reyes, honoríficamente acompañado.


CAPÍTULO LXXIX.

Otro dia, y despues otros muchos, venia el Almirante á Palacio y
estaba con los Reyes muchas horas informando y refiriendo, muy en
particular, las cosas que le acaecieron en su viaje, y todas las islas
que descubrió, y en qué partes y puertos dellas estuvo; la disposicion
y mansedumbre de sus gentes, la docilidad que dellas cognosció, y,
cuán aparejadas para recibir la fe, que fuesen creia, y que, á lo que
él pudo entender, tenian cognoscimiento alguno de haber un Dios y
Criador en los cielos. Refirióles el recibimiento tan humano, y ayuda
no ménos pía que tempestiva, del rey benignísimo Guacanagarí, cuando
llegó á los puertos de su reino y se le perdió la nao en que él iba, y
consuelo que le hacia, y las demas obras de hospitalidad virtuosísima
que siempre, hasta que se volvió á Castilla, le hizo; la esperanza que
tenia de descubrir muchas más ricas y largas tierras, en especial,
que fuesen tierra firme, como lo hizo; afirmando creer que la isla de
Cuba era firme tierra, y el principio della ser cabo de Asia, puesto
que al cabo aquella salió isla, y otras muchas y grandes cosas que á
las preguntas é inquisicion de los Reyes respondia. Tractaron con él
todas las cosas que, para su tornada y poblacion y descubrimiento de
lo que tenia por cierto restar por descubrir, convenia. Todo lo que al
Almirante pareció, y segun él dictaba, significaba, suplicaba y pedia,
así los Reyes lo ordenaban, mandaban, disponian y concedian. Proveyeron
luego los Reyes católicos, como esta materia de gozo por toda la
cristiandad comunmente se difundiese, pues á toda era comun la causa
de la alegría, y esto se habia de conseguir, dando á la cabeza della,
el Vicario de Jesucristo, Sumo Pontífice Alexandro VI, destos tesoros
divinos que habia Dios concedídoles, larga y particular noticia; y
así, como verdaderos hijos de la Iglesia, estos bienaventurados Reyes
despacharon sus correos, con sus cartas, como enviaran á descubrir
aquel Nuevo Mundo á este varon egregio, para tan extraño, y nuevo, y
dificilísimo negocio, de Dios escogido, el cual descubrió tantas y
tan felices tierras, llenas de naciones infinitas, con todo el suceso
del viaje, y cosas mirables en él acaecidas. El romano Pontífice, con
todo su sancto y sublime Colegio de los Cardenales, oidas nuevas tan
nuevas, que consigo traian la causa de profunda leticia, ¿quién podrá
dudar que no recibiese indecible y espiritual alegría, viendo que
se le habian abierto tan amplísimas puertas del Océano, y parecido
el mundo encubierto, rebosante de naciones, tantos siglos atras
escondidas, infinitas, por las cuales se esperaba ser ampliado y
dilatado gloriosamente el imperio de Cristo? Cosa creible, cierto,
es, que diese á Dios, dador de los bienes, loores y gracias inmensas,
porque en sus dias habia visto abierto el camino para el principio de
la última predicacion del Evangelio, y el llamamiento ó conduccion á
la viña de la Sancta Iglesia de los obreros que estaban ociosos en
lo último ya del mundo, que es, segun la parábola de Cristo, la hora
undécima. Báñase toda la corte romana en espiritual regocijo; y de allí
sale este hazañoso hecho, por todos los reinos cristianos, volando, se
divulga, en todos los cuales, no es contra razon creer haberse hecho
jocundísimo sentimiento, recibiendo parte de causa de jubilacion tan
inaudita. Luego el Vicario de Cristo socorrió, con la largueza y mano
apostólica, con la plenitud de su poderío, confiando en aquel que todos
los reinos en sus manos tiene, cuyas veces ejercita en la tierra, de
lo que á su apostólico oficio y lugar del sumo pontificado incumbia,
para que obra tan necesaria y digna, como era la conversion de tan
numerosa multitud de tan aparejados infieles, y la edificacion de la
sancta Iglesia por estas difusísimas indianas partes, comenzada ya,
en alguna manera, por nuestros gloriosos Príncipes, con debida órden
y convenibles medios, su próspero suceso, segun se esperaba, con la
autoridad y bendicion apostólica, con efecto de cristiandad y conato
diligentísimo, se prosiguiese; para efecto de lo cual, mandó despachar
su plúmbea Bula, en la cual loa y engrandece el celo é intenso cuidado
que, á el ensalzamiento de la sancta fe católica, tener mostraban
nuestros católicos Príncipes, mucho ántes por la Sede apostólica
cognoscido, aún con derramamiento de su propia y real sangre, como, en
la recuperacion del reino de Granada de la tiranía de los mahometanos,
se habia visto. Congratúlase tambien el sancto Pontífice de el felice
descubrimiento destas tierras y gentes, en los dias de su pontificado
y en ventura, y con favor y propias expensas de los católicos Reyes, y
por industria y trabajos de Cristóbal Colon, de toda loa y alabanza muy
digno, haber acaecido. Señaladamente que aquestas infieles naciones,
descubiertas, fuesen tan aptas y dispuestas por ser tan pacíficas y
domésticas, y tener algun cognoscimiento del Señor de los cielos, que
todas las cosas proveia, para ser al verdadero Dios, por la doctrina
de su fe, traidas y convertidas, segun que los Reyes escribian.
Exhorta, eso mismo, en el Señor, á los dichos católicos Príncipes
muy encarecidamente, y conjúralos por el sagrado baptismo que habian
recibido, por la recepcion, del cual eran y son obligados, como otro
cualquier cristiano, á obedecer y cumplir los mandados apostólicos así
como á los de Jesucristo, y por las entrañas del mismo Redentor del
mundo; en el cual conjuro y exhortacion se contiene é incluye un muy
estrecho y obligatorio precepto, que no ménos, por el quebrantamiento
dél, que á pecado mortal obliga. Por este precepto les manda y
requiere atentamente, que, negocio tan piadoso y obra tan acepta al
beneplácito divino, con suma diligencia prosigan, y, prosiguiéndola,
lo principal, que siempre tengan ante sus ojos como fin ultimado que
Dios pretende y su Vicario, y cualquiera cristiano Príncipe obligado
es á pretender, sea, que á los pueblos y reinos y gentes dellos, que
en estas islas y tierras firmes viven y vivieren naturales dellas,
induzcan y provoquen á recibir la cristiana religion y fe católica,
pospuestos todos cualesquiera peligros y trabajos, cuanto más los
particulares temporales intereses, que, por alcanzar ó proseguir este
fin, se pudieran ofrecer; teniendo Sus Altezas esperanza firme, que
Dios, que los mostró y eligió más que á otro Príncipe del mundo tantas
infieles naciones, para que á su conocimiento y culto se los trajesen,
todos sus pensamientos y obras, y todo lo que en este felice negocio
hacer propusieren, favorecerá y dará la conclusion próspera que se
desea. Y porque, más libremente y con más autoridad, este cuidado y
carga tomasen á sus cuestas, y mejor lo pudiesen efectuar, y, como
en cosa, en alguna manera propia, trabajasen con esperanza de haber
algun temporal interese (que es lo que suele dar ánimo, y aviva la
voluntad, especialmente donde se han de ofrecer trabajos, dificultades
y gastos de gran cantidad, y tambien porque ninguno milita á su costa y
estipendio, como dice Sant Pablo), de su propio mutu, y mera libertad
apostólica, constituyó y crió á los dichos católicos Reyes, y á sus
sucesores de Castilla y Leon, Príncipes supremos, como Emperadores
soberanos, sobre todos los Reyes, y Príncipes, y reinos de todas estas
Indias, islas y tierras firmes, descubiertas y por descubrir, desde
cien leguas de las islas de los Azores y las de cabo Verde, hácia el
Poniente, por el cabo de aquellas cient leguas imaginada una línea ó
raya, que comienza del Norte y vaya hácia el Sur, por todo aqueste
orbe. Añidió cierta condicion: que se entiende con tanto que hasta el
dia del nacimiento de Nuestro Redentor de 1493 años, inclusive, cuando
fueron las dichas tierras descubiertas por el susodicho descubridor
Cristóbal Colon, por mandado y favor y espensas de los dichos católicos
reyes de Castilla y Leon, D. Hernando y Doña Isabel, no hobiesen sido,
por algun otro cristiano Rey ó Príncipe, actualmente poseidas, porque,
en tal caso, no fué intencion del Vicario de Cristo, como ni debe ser,
quitar ni perjudicar el tal derecho adquirido y accion, á quien de
los cristianos Príncipes ántes pertenecia; y así la Sede apostólica
concedió y donó y asignó á los dichos señores Reyes, y á sus herederos
y sucesores, la jurisdiccion y auctoridad suprema sobre todas las
ciudades, villas y castillos, lugares, derechos, jurisdicciones,
con todas sus pertenencias, cuanto fuese y sea necesario para la
predicacion é introduccion, ampliacion y conservacion de la fe y
religion cristiana, y conversion de los vecinos y moradores naturales
de todas aquestas tierras, que son los indios. Finalmente, todo aquello
les concedió, donó y asignó, que el Sumo Pontífice tenia, y dar,
conceder y asignar podia. Despues de la dicha concesion y asignacion
hecha, impúsoles un terrible y espantoso formal precepto, mandándoles,
en virtud de sancta obediencia, que no importa ménos de necesidad y
peligro de su propia condenacion, que provean y envien á estas islas y
tierras firmes (así como Sus Altezas lo prometian, cuando hicieron la
dicha relacion, por su propia y espontánea policitacion, y no dudaba
la Sede Apostólica, por su grande devocion y real magnanimidad, que
así lo cumplieran), personas, varones buenos y temerosos de Dios,
doctos, peritos y bien entendidos en lo que se requiere para la dicha
conversion, experimentados asimismo para instruir y doctrinar los
vecinos y moradores, naturales destas tierras, en la fe católica, y
los enseñar y dotar de buenas costumbres, poniendo en ello toda la
debida diligencia; y, allende desto, concluye el Sumo Pontífice sus
letras apostólicas, con mandar, so pena de excomunion _latæ sententiæ
ipso facto incurrenda_ (que quiere decir, que, para ser descomulgado,
no es menester otra sentencia ni declaracion alguna, más de hacer el
contrario), contra cualquier Príncipe cristiano, que sea Rey, que sea
Emperador, ó otra cualquier persona de cualquiera estado y condicion
que sea, que á estas dichas Indias, descubiertas y por descubrir,
vinieren por mercaderías ó negociaciones, ó por cualquiera otra causa
que ser pueda, sin especial licencia de los dichos señores reyes de
Castilla ó de sus herederos. Todas estas cláusulas, y lo más deste
capítulo, contiene la dicha Bula y apostólicas letras de la dicha
concesion y donacion, segun parece por la copia della; la cual Bula fué
dada en el Palacio Sacro, cerca de Sant Pedro, á 4 dias de Mayo del
dicho año de 1493 años, en el año primero de su pontificado.


CAPÍTULO LXXX.

Entretanto que de la Sede apostólica venía respuesta y aprobacion del
dicho descubrimiento, y concesion de la autoridad y supremo principado,
sobre aquel orbe, á los reyes de Castilla y Leon, para procurar la
predicacion del Evangelio por todo él, y la conversion de las gentes
que en él viven, como está dicho, los Reyes entendian con Cristóbal
Colon en su despacho para su tornada á las indias; y porque quisieron
ser y parecer, por tan gran servicio como les habia hecho, agradecidos,
y para cumplir lo que con él habian puesto y asentado y prometido,
mandáronle confirmar todo el dicho asiento, y privilegios, y mercedes
que le habian concedido en la capitulacion que sobre ello se hizo
en la ciudad de Sancta Fé, teniendo cercada los Reyes la ciudad de
Granada, ántes que el Almirante fuese á descubrir; porque no fué otra
cosa, sino un contrato que los Reyes hicieron con él, prometiendo el
de descubrir las dichas tierras, y los Reyes dándole cierta suma de
maravedís para lo que, para el viaje, habia menester, y prometiéndole
tales y tales mercedes, si él cumpliese lo que prometia: cumplió lo
que prometió, y los Reyes confirmáronle las mercedes que le habian
prometido. El contrato y las mercedes prometidas, parecen arriba en
el cap. 27, donde se dice, que á 17 dias de Abril, pasó el contrato
en la villa de Sancta Fé, y á 30 dias del mismo mes le confirmaron
las dichas mercedes y asiento, y mandaron dar carta de privilegio
real, firmada y sellada en Granada, como se dijo. Agora, en Barcelona,
venido de descubrir, los Reyes, referido el dicho asiento que habian
mandado hacer, y concedieron, en la villa de Sancta Fé, y confirmaron
en Granada, dicen ansí: «É agora, porque plugo á Nuestro Señor, que
vos hallastes muchas de las dichas islas, y esperamos que, con la ayuda
suya, que fallareis é descubrireis otras islas y tierra firme en el
dicho mar Océano á la dicha parte de las Indias, nos suplicastes é
pedistes, por merced, que vos confirmásemos la dicha nuestra carta,
que de suso vá encorporada, é la merced en ella contenida, para vos é
vuestros hijos é descendientes _et infra_; é Nos, acatando el riesgo
é peligro en que por nuestro servicio vos pusisteis, en ir á catar
é descubrir las dichas islas é tierra firme, de que habemos sido y
esperamos ser de vos muy servidos, é por vos hacer bien é merced, por
la presente, vos confirmamos á vos é á los dichos vuestros hijos, é
descendientes, é sucesores, uno en pos de otro, para agora é para
siempre jamás, los dichos oficios de Almirante del dicho mar Océano, é
de Visorey é Gobernador de las dichas islas y tierra firme que habeis
hallado é descubierto, é de las otras islas y tierra firme que, por vos
é por vuestra industria, se fallaren é descubrieren de aquí adelante
en la dicha parte de las Indias. É es nuestra merced é voluntad que
hayades é tengades vos, é despues de vuestros dias, vuestros hijos
y descendientes é sucesores, uno en pos de otro, el dicho oficio de
Almirante del dicho mar Océano, que es nuestro, que comienza por una
raya é línea que Nos habemos hecho marcar, que pasa desde las islas de
los Azores y las islas de cabo Verde, de Setentrion en Austro, de polo
á polo. Por manera que todo lo que es allende de la dicha línea, al
Occidente, es nuestro y nos pertenece, y ansí, vos facemos é creamos
nuestro Almirante é á vuestros hijos é sucesores, uno en pos de otro,
de todo ello, para siempre jamás. É ansimismo vos facemos Visorey é
Gobernador, é despues de vuestros dias á vuestros hijos é descendientes
é sucesores, uno en pos de otro, de las dichas islas y tierra firme
descubiertas é por descubrir, en el dicho mar Océano, á la parte de
las Indias, como dicho es, y vos damos la posesion, ó cuasi posesion
de todos los dichos oficios, de Almirante é Visorey é Gobernador, para
siempre jamás, é poder é facultad para que en las dichas mares podais
usar y ejercer é usedes del dicho oficio de nuestro Almirante, etc.»
Otras muchas preeminencias, facultades y mercedes, que, al propósito,
Sus Altezas le conceden muy copiosamente, como Príncipes verídicos y
agradecidos á tan grandes y señalados servicios como el Almirante les
hizo; fué hecha y despachada la dicha carta de privilegio en la ciudad
de Barcelona á 28 dias del mes de Mayo de 1493 años. Diéronle asimismo
muy hermosas insignias ó armas, de las mismas armas reales, castillos
y leones, y destas, con las que tenia de su linaje antiguo, con otras,
que significaron el dicho laborioso y mirable descubrimiento, mandaron
formar un escudo, que no hay muchos más hermosos que él en España; en
el cual está un castillo dorado en campo colorado, y un leon en campo
blanco, el cual leon está dorado, y las anclas doradas en campo azul,
y una banda azul en campo dorado. Constituyeron los católicos Reyes á
dos hermanos, que el Almirante tuvo, nobles y caballeros, y diéronles
facultad y privilegio que los llamasen Dones. El uno fué D. Bartolomé
Colon, que despues crearon Adelantado de todas las Indias, como abajo
se dirá, y el otro se llamó D. Diego Colon; asáz bien cognoscidos
mios. En todo el tiempo que estuvo el Almirante en Barcelona, lo
aumentaban cada dia los Reyes en más honra y favores; díjose, que
cuando el Rey cabalgaba por la ciudad, mandaba que fuese el Almirante
á un lado de Su Alteza y del otro el Infante, fortuna que era de su
sangre real, lo que no se permitia á otro grande ninguno. Cognosciendo
estas mercedes, honras y favores, que los Reyes hacian al Almirante,
como á quien tan bien los habia ganado y merecido, todos los grandes
lo honraban y veneraban, y no veian placer que le hacer; convidábanlo
á comer consigo, cada uno cuando lo podia haber, dello, por servir á
los Reyes, quien veian que tanto le honraban y amaban, dello, porque
veian que todos alcanzaban parte del servicio que habia hecho á los
Reyes y beneficio á toda España, dello, por apetito de querer saber
particularizadamente las grandes y mirables tierras, y gentes, y
riquezas que habia descubierto, y las maravillas que le acaecieron,
yendo y viniendo en su viaje. Triunfaba entónces en aquellos reinos
de Castilla, y florentia en la corte, el Ilustrísimo Cardenal y
Arzobispo de Toledo, D. Pero Gonzalez de Mendoza, hermano del duque del
Infantado, persona muy insigne y grande, no solo en cuanto á la sangre
generosa de donde venia, como es manifiesto ser los señores de aquella
casa, pero mayor y más señalado en sus hechos generosos y notables,
tanto, que él parecia sólo tener á toda España en paz, y amor, y
gracia, y obediencia de los católicos Reyes; y especialmente á los
Grandes del reino, como los Reyes habia poco que comenzaban á reinar, y
habia habido guerras terribles con Portugal, en tiempo que hobo lugar
de concebir, alguno del reino, diversas opiniones, muerto el rey D.
Enrique IV, en las cuales, el nobilísimo Cardenal sirvió muy mucho á
los Reyes y con gran felicidad, por lo cual fué muy amado y privado de
las personas reales, con justísima razon. Era tanta su sabiduría, su
industria, su gracia y afabilidad, tambien su autorizada y graciosa
presencia, porque era de los hermosos y abultados varones que habia en
toda España, y con esto la honrosa estima y reputacion, y reverencia
que todos le tenian, que nunca dejaba Grande ni caballero estar
resabiado ni descontento de los Príncipes que luego no lo aplacaba,
lo soldaba, lo atraia á dejar la pena que le penaba, y reducia á la
gracia y servicio de Sus Altezas; y, aunque á los Reyes fuese grave el
disimular, ó perdonar, ó el no negar las mercedes que se les pedian,
todo lo traia á debida, y consona, y felice conclusion, todo lo
soldaba, todo lo convenia, todo lo apaciguaba, todo lo ponia en órden
muy ordenada, por lo cual todo el reino le nombraba meritísimamente el
ángel de la paz. Por estas causas, y por sus muchos merecimientos, de
los católicos Reyes era muy amado, y el más privado y favorecido sin
estímulo de envidia de alguno, pequeño ni grande, que de su prosperidad
le pesase; lo que pocas veces suele acaescer en los que de los Reyes
son singularmente privados, porque todos lo amaban y querian, y se
gozaban de su privacion y eminencia sobre los Grandes, porque ellos y
todos conocian ser sus bienes bien de todos. Era munificentísimo en los
gastos y aparato de su casa, hacia contínuamente plato muy suntuoso á
todos los Grandes y generosos, y que eran dignos de su mesa nobilísima
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