Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 14

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palabras: «En fin, nuestro Señor Dios, que á todo bien dá remuneracion,
quiso que por el trabajo que tenian tomado por su servicio, aquel dia
alcanzasen victoria de sus enemigos y paga y galardon de sus trabajos
y despensas, captivando y prendiendo 155 ánimas y otras muchas que
mataron defendiéndose y otros que huyendo se ahogaron.» ¿Qué mayor
insensibilidad puede ser que aquesta? por servir á Dios, dice, que
mataron y echaron á los infiernos tantos de aquellos infieles, y
dejaron toda aquella tierra puesta en escándalo y odio del nombre
cristiano y llena de toda tristeza y amargura. Ellos eran solamente
30 hombres, que no se podian dar á manos á maniatar aquellas gentes
pacíficas, por lo cual dejaron allí algunos con parte de los presos
y los otros llevaron á los navíos, donde hicieron grandes alegrías,
y tornaron las barcas á llevar los que restaban. En esto se verá ser
pacíficos y sin armas, que 30 hombres portogueses venidos de fuera,
captivasen 150 personas que estaban descuidadas en sus casas. De allí
fueron á otra isla, cerca, llamada Tider á hacer otra tal presa, pero
fueron primero sentidos y halláronla toda vacía, que habian huido á
la tierra firme, que estaría obra de ocho leguas. Dieron tormento á
alguno de aquellos moros, ó lo que eran, para que descubriesen dónde
hallarian mas gente, y andando por allí de isla en isla, dos dias, y
con saltos que hicieron en la tierra firme, prendieron y captivaron
otras 45 personas, y, tornándose para Portugal, tomaron el camino 15
pecadores y una mujer; por manera que trajeron robados y salteados,
captivos, sin haberlos ofendido ni deberles cosa del mundo, sino
estando aquellas gentes sin armas y en sus casas pacíficas y seguras,
216 personas. Llegados á Portugal, el Lanzarote fué recibido del
Infante con tanta honra, que por su misma persona lo armó caballero
y le acrecentó en mucha honra. Otro dia, el capitan Lanzarote dijo
al Infante: Señor, bien sabe vuestra merced como habeis de haber la
quinta parte destos captivos que traemos y de lo demas que habemos en
esta jornada ganado y en aquella tierra, donde, por servicio de Dios y
vuestro, nos enviastes, y agora porque, por el luengo viaje y tiempo
que ha que andamos por la mar, vienen fatigados y más por el enojo y
angustia que, por verse ansí fuera de su tierra y traer captivos y por
no saber cuál será su fin, segun podeis considerar, en sus corazones
traen, mayormente que vienen muchos enfermos y asaz maltratados, por
todo esto me parece que será bueno que mañana los mandeis sacar de las
carabelas y llevar en aquel campo, fuera de la villa, donde se harán
dellos cinco partes, y vuestra merced se llegará allí y escogereis la
que mejor os pareciere y contentare. Á lo cual el Infante respondió,
que le placia; y otro dia de mañana el dicho Capitan Lanzarote mandó á
los maestres de las carabelas que todos los sacasen y llevasen al dicho
campo; y primero que hiciesen las partes sacaron un moro, el mejor
dellos, en ofrenda á la iglesia del lugar, que era la villa de Lagos,
donde aquestos salteadores todos vivian, y donde vinieron á descargar,
donde debia estar á la sazon el Infante: y otro moro de los captivos
enviaron á Sant Vicente del Cabo, donde, segun dicen, siempre vivió
muy religiosamente; por manera que de la sangre derramada y captiverio
injusto y nefando de aquellos inocentes, quisieron dar á Dios su parte
como si Dios fuese un violento é inícuo tirano, y le agradasen y
aprobase, por la parte que dellos le ofrecen, las tiranias, no sabiendo
los miserables lo que está escripto: _Immolantis ex iniquo oblatio
est maculata, et non sunt beneplacitæ subsanationes injustorum. Dona
iniquorum non probat Altissimus, nec respicit in oblationes iniquorum,
nec in multitudine sacrificiorum eorum propiciabitur peccatis. Qui
offert sacrificium ex substantia pauperum quasi qui victimat filium in
conspectu patris sui_, etc. Esto dice el Eclesiástico en el capítulo
34: No aprueba Dios los dones de los que, con pecados y daños de sus
prójimos, ofrecen á Dios sacrificio de lo robado y mal ganado, ántes
es ante su acatamiento el tal sacrificio como si al padre, por hacerle
honra y servicio, le hiciesen pedazos al hijo delante; y porque aquel
mozo que dieron á Sant Vicente del Cabo y otros muchos dellos y todos
fueran despues sanctos, no excusaban á los que los habian salteado ni
alcanzarian por ello remision de sus pecados, porque aquella obra no
era suya sino puramente de la bondad infinita de Dios que quiso sacar
tan inestimable bien de tan inexpiables males. Esta es regla católica
y de evangélica verdad, que no se ha de cometer el mas chico pecado
venial que se puede hacer, para que dél salga el mayor bien que sea
posible imaginar, cuanto ménos tan grandes pecados mortales. Tornando
al propósito quiero poner aquí á la letra, sin poner ni quitar palabra,
lo que cuenta en su corónica donde arriba lo alegué el susonombrado
Gomez Canes desta presa y gente que trujo captiva el dicho Lanzarote,
que segun creo, estuvo á ello presente y lo vido por sus ojos; el
cual exclamando dice así: ¡Oh celestial padre, que, sin movimiento
de tu divinal excelencia, gobiernas toda la infinidad de la compañía
de tu sancta ciudad y que traes apertados los quicios de los orbes
superiores, extendidos en nueve esferas, moviendo los tiempos de las
edades breves y luengas como te place! yo te suplico que mis lágrimas
no sean en daño de mi conciencia, que no por la ley de aquestos, mas su
humanidad constriñe la mia que llore con lástima lo que padecen, y si
las brutas animalías, con su bestial sentimiento por instinto natural,
cognoscen los daños de sus semejantes, ¿qué quereis que haga mi humana
naturaleza viendo ansí ante mis ojos aquesta miserable compañía,
acordándome que son todos de la generacion de los hijos de Adan? Al
otro dia que era 8 de Agosto, muy de mañana, por razon del calor,
comenzaron los marineros á concertar sus bateles y sacar aquellos
captivos y llevarlos, segun les habia sido mandado; los cuales, puestos
juntamente en aquel campo, era una cosa maravillosa de ver; entre ellos
habia algunos razonablemente blancos, hermosos y apuestos, otros ménos
blancos que querian parecer pardos, y otros tan negros como etiopes,
tan disformes en las caras y cuerpos que ansí parecian á los hombres
que los miraban que veian la imágen del otro hemisferio más bajo.
Mas, ¿cuál sería el corazon, por duro que pudiese ser, que no fuese
tocado de piadoso sentimiento, viendo ansí aquella compañía? que unos
tenian las caras bajas, llenas de lágrimas, mirando los unos contra
los otros, gimiendo dolorosamente, mirando los altos cielos, firmando
en ellos sus ojos, bramando muy alto, como pidiendo socorro al Padre
de la naturaleza, otros herian su rostro con las palmas, echándose
tendidos en medio del suelo, otros hacian sus lamentaciones en manera
de canto, segun costumbre de su tierra; y puesto que las palabras
de su lenguaje, de los nuestros no pudiesen ser entendidas, bien se
conocia su tristeza, la cual, para más se acrecentar, sobrevinieron
los que tenian cargo de los partir, y comenzaron á apartar unos de
otros para hacer partes iguales; para la cual, de necesidad convenia
apartar los hijos de los padres, las mujeres de los maridos y los
hermanos unos de otros: á los amigos ni parientes no se guardaba alguna
ley, solamente cada uno se ponia á donde la suerte le echaba. ¡Oh
poderosa fortuna, que andas y desandas con tu rueda compasando las
cosas del mundo como te place, siquiera pon ante los ojos de aquesta
gente miserable algun conocimiento de las cosas que han de venir en los
siglos postrimeros, para que puedan recibir alguna consolacion en medio
de su gran tristeza! Y vosotros que trabajais en esta partija, tened
respeto y lástima sobre tanta, y mirad cómo se aprietan unos con otros,
que apénas los podeis desasir. ¿Quién podria acabar aquella particion
sin muy gran trabajo? que tanto que los tenian puestos á una parte,
los hijos que veian los padres de la otra, levantábanse reciamente é
íbanse para ellos; las madres apretaban los otros hijos en los brazos,
echábanse con ellos en tierra, recibiendo heridas sin sentirse de
sus propias carnes, porque no les fuesen quitados los hijos; y ansí,
trabajosamente, se acabaron de partir, porque demás del trabajo que
tenian de los captivos, el campo era lleno de gente, tanto del lugar
como de las aldeas y comarcas al rededor, los cuales dejaban aquel dia
descansar sus manos, en que estaba la fuerza de su ganancia, solamente
por ver alguna novedad, é con estas cosas que veian, unos llorando é
otros razonando, hacian tan gran alboroto que turbaban los Gobernadores
de aquella partija. El Infante era allí encima de un poderoso caballo,
acompañado de sus gentes, repartiendo sus mercedes como hombre que
de su parte no queria hacer tesoro; que de 46 almas que cayeron á su
quinto, en muy breve hizo dellas su partija, porque toda la principal
riqueza tenia en su contentamiento, considerando con muy gran placer á
la salvacion de aquellas ánimas, que ántes eran perdidas. Ciertamente
que su pensamiento no era vano, que como ya digimos, tanto que estos
tenian cognoscimiento del lenguaje, con poco movimiento se tornaban
cristianos. Yo que esta historia he juntado en este volúmen, he visto
en la villa de Lagos mozos y mozas, hijos y nietos de aquestos, nacidos
en esta tierra, tan buenos y verdaderos cristianos como si descendieran
desde el principio de la ley de Cristo, de generacion de aquellos,
que primero han sido baptizados. Aunque el lloro de aquestos por el
presente fuese muy grande, en especial despues que la partija fué
acabada, que llevaba cada uno su parte, y algunos de aquellos vendian
los suyos, los cuales eran llevados para otras tierras, y acontecia
que el padre quedaba en Lagos y la madre traian á Lisboa y los hijos
para otras partes, en el cual apartamiento su dolor acrecentaban en
el primer daño, con todo esto, por la fe de Cristo que recibian, y
porque enjendraban hijos cristianos, todo se volvia en alegría, y que
muchos dellos alcanzaron despues libertad. Todo esto pone á la letra
y en forma el susodicho Gomez Canes, portogués historiador, el cual
parece tener poca ménos insensibilidad que el Infante, no advirtiendo
que la buena intincion del Infante, ni los bienes que despues sucedian,
no excusaban los pecados de violencia, las muertes y damnacion de los
que muertos sin fé y sin sacramentos perecieron, y el captiverio de
aquellos presentes, ni justificaban tan grande injusticia. ¿Qué amor y
aficion, estima y reverencia tenian ó podian tener á la fe y cristiana
religion, para convertirse á ella, los que ansí lloraban y se dolian,
y alzaban las manos y ojos al cielo, viéndose ansí, contra ley natural
y toda razon de hombres, privados de su libertad y mujeres y hijos,
patria y reposo? y de su dolor y calamidad, el mismo historiador
y la gente circunstante lloraban de compasion, mayormente viendo
el apartamiento de hijos á padres, y de mujeres y padres á hijos.
Manifiesto es el error y engaño que aquellos en aquel tiempo tenian, y
plega á Dios que no haya durado y dure hasta nuestros dias; y segun ha
parecido, el mismo historiador en su exclamacion muestra serle aquella
obra horrible, sino que despues parece que la enjabona ó alcohola
con la misericordia y bondad de Dios; la cual, si algun bien despues
sucedió, lo producia y este todo era de Dios, y del Infante y de los
salteadores, que enviaba, todos los insultos, latrocinios, y tiranías.
Cuenta este mismo coronista, que hicieron los portogueses otros muchos
viajes á aquella costa, y que desde el dicho cabo Blanco hasta el cabo
de Santa Ana, que serán obra de treinta leguas, y despues hasta cerca
de ochenta, los confines de Guinea, hicieron tantos saltos, entradas,
robos y escándalos, que toda aquella tierra despoblaron, dellos por
los que mataban y captivaban y llevaban á Portogal; dellos por meterse
la tierra adentro, alejándose cuanto podian de la costa de la mar.
Buenas nuevas llevarian, y se derramarian por todos aquellos reinos y
provincias, de los cultores de Jesucristo y de su cristiandad.


CAPÍTULO XXV.

El año siguiente de 445 invió el Infante un navío, el cual llegó á
la isla dicha de Arguim, y metióse el Capitan con 12 hombres en un
batel para ir á la tierra firme, que está dos leguas de la isla, y
llegado, metióse en un estero, y cuando menguó la mar quedó el batel en
seco; viéronlo la gente de la tierra, vinieron contra él 200 hombres
y matáronle á él y á siete de los doce, y los demás se salvaron por
saber nadar: y éstos fueron los primeros que mataron justamente de los
portogueses, por cuantos los portogueses habian muerto y captivado
con la injusticia que arriba parece por lo dicho. Ninguno que tenga
razon de hombre, y mucho ménos de los letrados, dudará de tener
aquellas gentes todas contra los portogueses guerra justísima. El año
siguiente 46, envió el Infante tres carabelas, y su hermano el infante
D. Pedro, que era tutor del rey D. Alonso, su sobrino y regente del
reino, mandó á los que iban que entrasen en el rio del Oro y trabajasen
por convertir á la fe de Cristo aquella bárbara gente, y cuando no
recibiesen el baptismo asentasen con ellos paz y trato. Aquí es de
notar otra mayor ceguedad de Portogal que las pasadas, y aún escarnio
de la fe de Jesucristo; y esto parece, lo uno, porque mandaban los
Infantes, á los que solian enviar á saltear y robar los que vivian en
sus casas pacíficos y seguros, como idóneos apóstoles, que trabajasen
de traer á la fe los infieles ó moros, que nunca habian oido della, ó
si tenian della noticia, ántes desto, que habian fácilmente de dejar
la suya y la nuestra recibir: lo segundo, que les mandaba traerlos á
la fe, como si fuera venderles tal y tal mercaduría y no hobiera más
que hacer; lo tercero, que habiéndoles hecho las obras susodichas,
tan inícuas, tan de sí malas y tan horribles, no considerasen los
Infantes cuales voluntades, para recibir los sus predicadores, que tan
buenos ejemplos de cristiandad les habian dado, podian tener. Cosa
es esta mucho de considerar, y por cierto harto digna de lamentar.
Así que, ni quisieron los de la tierra recibir la fé, ni aún quizá
entendieron en su lengua lo que se les decia, ni hacer paz ni tener
trato con gente que tantos y tan irreparables males y daños les hacia,
y esto hicieron con mucha razon y justicia; y para que esto, cualquiera
que seso tuviere, lo conozca y apruebe, deberé aquí de notar que á
ningun infiel, sea moro, alárabe, turco, tártaro ó indio ó de otra
cualquiera especie, ley ó secta que fuere, no se le puede ni es lícito
al pueblo cristiano hacerle guerra, ni molestarle, ni agraviarle con
daño alguno en su persona ni en cosa suya, sin cometer grandísimos
pecados mortales, y ser obligados, el cristiano ó cristianos que
lo hicieren, á restitucion de lo que les robáren y daños que les
hicieren, sino es por tres causas justas, ó por cualquiera dellas, y
regularmente no hay otras; y las que algunos fingen, fuera destas,
ó son niñerías ó gran malicia, por tener ocasiones ó darlas para
robar lo ajeno y adquirir estados no suyos y riquezas iniquísimas. La
primera es, si nos impugnan, é guerrean é inquietan la cristiandad
actualmente ó en hábito, y esto es que siempre están aparejados para
nos ofender, aunque actualmente no lo hagan, porque ó no pueden ó
esperan tiempo y sazon para lo hacer, y estos son los turcos y moros
de Berbería y del Oriente, como cada dia vemos y padecemos; contra
estos no hay duda ninguna sino que tenemos guerra justa, no sólo
cuando actualmente nos la muevan pero aún cuando cesan de hacerlo,
porque nos consta ya por larguísima experiencia su intincion de nos
dañar, y esta guerra nuestra contra ellos no se puede guerra llamar,
sino legítima defension y natural. La segunda causa es, ó puede ser,
justa nuestra guerra contra ellos si persiguen, ó estorban, ó impiden
maliciosamente nuestra fe y religion cristiana, ó matando los cultores
y predicadores della, sin causa legítima, ó haciendo fuerza por fin de
que la renegasen, ó dando premio para que la dejasen y recibiesen la
ley suya; todo esto pertenece al impedimento y persecucion de nuestra
sancta fe; por esta causa ningun cristiano duda que no tengamos justa
guerra contra cualesquiera infieles, porque muy mayor obligacion
tenemos á defender y conservar nuestra sancta fe y cristiana religion
y á quitar los impedimentos della, que á defender nuestras proprias
vidas y nuestra república temporal, pues somos mas obligados á amar á
Dios que á todas las cosas del mundo. Dije «maliciosamente» conviene
á saber, si tuviésemos probabilidad que lo hacen por destruir la
nuestra y encumbrar y dilatar la suya; dije «sin causa legítima»
porque si matasen y persiguiesen á los cristianos por males y daños
que injustamente dellos hobiesen recibido, y por esta causa tambien
padeciesen los predicadores, aunque sin culpa suya, no en cuanto son
predicadores de Cristo, sino en cuanto son de aquella nacion que los
han ofendido sin saber que sean inocentes, ni que haya diferencia del
fin de los unos ni de los otros, injustísima sería contra ellos nuestra
guerra, como sería injusto culpar y querer descomulgar ó castigar, y
por ello pelear contra aquel ó aquellos, que, por defenderse á sí ó á
los suyos y á sus bienes, matasen clérigos ó religiosos que en hábito
de seglares venian en compañía de los que los querian matar ó robar, ó
en otra manera los afrentar y damnificar; manifiesto es que los tales
ni eran descomulgados, ni culpables, ni castigables. La tercera causa
de mover guerra justa á cualesquiera infieles el pueblo cristiano, es
ó sería ó podria ser por detenernos reinos nuestros ó otros bienes,
injustamente, y no nos los quisiesen restituir ó entregar, y esta es
causa muy general que comprende á toda nacion y la autoriza la ley
natural para que pueda tener justa guerra, una contra otra; y puesto
que toda gente y nacion por la misma ley natural sea obligada, primero
que mueva guerra contra otra, á discutir y á ponderar y averiguar la
razon que tiene por sí y la culpa de la otra, y si la excusa y está
purgada por la antigüedad, porque no ella, sino sus pasados tuvieron
la culpa, y ella posee con buena fe, porque ignora el principio de
la detencion por la diuturnidad de los tiempos, la cual examinacion,
y no cualquiera sino exactísima, de necesidad, debe preceder (por ser
las guerras plaga pestilente, destruicion y calamidad lamentable del
linaje humano) mucho mayor y más estrecha obligacion tiene la gente
cristiana, para con los infieles que tuvieren tierras nuestras, de
mirar y remirar, examinar y reexaminar la razon y justicia que tiene,
y hacer las consideraciones susodichas, y allende desto los escándalos
y daños, muertes y damnacion de sus prójimos, que son los infieles, y
los impedimentos que se les ponen para su conversion; y la perdicion
tambien de muchos de los cristianos, que por la mayor parte parece
no ir á las guerras con recta intincion, y en ellas cometen, aunque
sean justas, diversos y gravísimos pecados: porque el pueblo cristiano
no parezca anteponer los bienes temporales, que Cristo posponer y
menospreciar nos enseñó, á la honra divina y salud de las ánimas, que
tanto nos encomendó y mandó. Por manera, que supuesto que sin engaño
nos constase algunos infieles tener nuestras tierras y bienes y no nos
las quisiesen tornar, si ellos estuviesen contentos con los términos
suyos y no nos infestasen, ni, por alguna vía eficaz, maliciosamente
impidiesen ó perjudicasen nuestra fe, sin duda ninguna por recobrar
cualquiera temporales bienes dudosa sería, delante, al ménos, del
consistorio y fuero de Dios, la justicia de la tal guerra. Aplicando
las razones susodichas á las obras tan perjudiciales que á aquellas
gentes hacian los portogueses, que no eran otras sino guerras crueles,
matanzas, captiverios, totales destruiciones y anichilaciones de muchos
pueblos de gentes seguras en sus casas y pacíficas, cierta damnacion
de muchas ánimas que eternalmente perecian sin remedio, que nunca los
impugnaron, ni les hicieron injuria, ni guerra, nunca injuriaron ni
perjudicaron á la fe, ni jamás impedirla pensaron, y aquellas tierras
tenian con buena fe porque ellos nunca dellas nos despojaron, ni quizá
ninguno de sus predecesores, pues tanto distantes vivian de los moros
que por acá nos fatigan, porque confines son de Etiopía, y de aquellas
tierras no hay escritura ni memoria que las gentes que las poseen las
usurparon á la Iglesia, ¿pues con qué razon ó justicia podrá justificar
ni excusar tantos males y agravios, tantas muertes y captiverios,
tantos escándalos y perdicion de tantas ánimas, como en aquellas pobres
gentes, aunque fuesen moros, hicieron los portogueses? ¿No más de por
que eran infieles? gran ignorancia y damnable ceguedad, ciertamente,
fué esta. Tornando al propósito de la historia, para cumplir con este
capítulo, aquellos tres navíos se tornaron á Portugal con un negro,
que fué el primero que rescataron allí de los moros, y otro navío
salteó por allí un lugar, de donde llevó á Portugal 20 personas. En
este mismo año de 46, un Dinis Fernandez, movido por las mercedes que
el Infante hacia á los que descubrian, determinó con un navío ir é
pasar adelante de todos los otros que habian descubierto, el cual pasó
el rio de Saiaga, donde otros habian llegado, que está junto al cabo
Verde, 90 leguas adelante del cabo Blanco, y este rio divide la tierra
de los moros Azenegues de los primeros negros de Guinea, llamados
Jolophos; vido ciertas almadías ó barcos de un madero, en que andaban
ciertos negros á pescar, de los cuales, con el batel que llevaba, por
popa, alcanzó uno, en que estaban cuatro negros, y éstos fueron los
primeros que, tomados ó salteados por los portogueses, á Portugal
vinieron; y puesto que el dicho Dinis Fernandez halló mucho rastro y
señales de espesas poblaciones, y pudiera, si quisiera, saltear gente
y hacer esclavos, pero, por agradar más al Infante, no quiso gastar
su tiempo sino en descubrir tierra más adelante; y navegando vido un
señalado Cabo que hacia la tierra, y salia hácia el Poniente, al cual
llamó cabo Verde, porque le pareció mostrar no sé qué apariencias de
verduras. Este es uno de los nombrados Cabos y tierras que hay en
aquella costa de África y Guinea. Y porque á la vuelta del dicho Cabo
hallaron contrarios tiempos de los que traian, que los impidieron pasar
adelante, acordó el Capitan tornarse á Portugal; y llegáronse á una
isleta, junta con el dicho cabo Verde, donde mataron muchas cabras,
que fué harto refresco y ayuda para su vuelta. Y segun parece querer
decir Juan de Barros, en el cap. 9.º de su primer libro y 1.ª década,
éste trujo más negros de cuatro salteados, porque dice que aqueste
Capitan tornó á Portugal con nuevas de la novedad de la tierra que
habia descubierto, y con la gente que llevaba de negros, no rescatados
de los moros como otros que habian traido al reino, sino tomados en
sus propias tierras; por manera que debia de traer más de los cuatro,
y ansí parece que no hacian diferencia de los negros á los moros, ni
la hicieran en cualquiera nacion que halláran: todos los robaban y
captivaban, que no llevaban otro fin sino su interés proprio, y hacerse
ricos á costa de las angustias ajenas y sangre humana. Recibió grande
alegría el Infante con las nuevas y presa que Dinis Fernandez trujo,
y hízole mercedes; y dicen que nunca pensaba dar mucho, sino poco,
por mucho que diese, á los que le traian destas nuevas; y por estas
mercedes se animaban mucho muchos del reino á ir é ponerse á grandes
trabajos y peligros en estos descubrimientos, por servirle. Dicen que
siempre mandaba y amonestaba, que á las gentes de las tierras que
descubriesen no les hiciesen algun agravio, sino que con paz y amor
tratasen con ellos, pero vemos que lindamente se holgaba de los saltos
y violencias que hacian y de los muchos esclavos que traian robados
é salteados; llevaba dellos su quinta parte y hacia mercedes á los
salteadores y tiranos, y ansí todos aquellos pecados aprobaba, y por
eso su intencion buena, que dicen que tenia, para excusa de lo que él
ofendia poco le aprovechaba.


CAPÍTULO XXVI.

En el mismo año de 446 envió el Infante otro navío y descubrió adelante
del cabo Verde 60 leguas, y despues envió otro que pasó 100, todos
los cuales hicieron grandes estragos, escándalos, robos y captiverios
y destrucciones de pueblos tambien en los negros, porque no habia
moros del cabo Verde adelante; tantas y más y muy graves ofensas que
siempre en sus descubrimientos hacian contra Dios y en daños gravísimos
de sus prójimos. Perseveró el infante D. Enrique susodicho en estos
descubrimientos, tan nocivos á aquellas gentes, por cuarenta años
cumplidos y más (comenzólos siendo de edad de diez y ocho ó veinte años
y vivió sesenta y tres) dejó descubierto, sin las islas de Puerto Santo
y la de la Madera, por la costa de África y Etiopía, desde el cabo del
Boxador, que está en 37° de altura desta parte de la equinoccial, hasta
la Sierra Liona que está de la otra parte de la equinoccial en 7° y dos
tercios, que hacen 370 leguas. Dentro de estas leguas dejó descubierta
la malagueta, la cual, ántes que se descubriese, la llevaban los moros
de allí viniendo por ella y atravesando la region de Mandinga y los
desiertos de Libia, grandes y luengas tierras, y la llevaban á vender á
Berbería, y de allí se proveia Italia, y por ser tan preciosa especia,
la llamaban los italianos granos del paraíso. En este tiempo y por
estos años de 1440 hasta 46 fueron descubiertas las siete islas de los
Azores; no he hallado cómo ni por quien, más de que el rey D. Alonso
V de Portugal, sobrino del dicho Infante, que ya habia salido de la
tutoría y reinaba ya, de edad de diez y siete años, y por el año de
1448, segun dice Gomez Canes, dió licencia al dicho Infante en el año
de 1449 para que las pudiese mandar poblar, donde ya el Infante habia
mandado echar ganados para que multiplicasen.[23] Y sin duda son estas
las islas Cassitéridas ó Cattitéridas, de que hace mencion Estrabon en
el fin del lib. III de su _Geografía_, donde dice que los fenices ó
Cartaginenses, que vivian en nuestra isla de Cáliz, las descubrieron
y las tuvieron algun tiempo encubiertas por el estaño y plomo que
dellas rescataban, las cuales despues los romanos oyeron y enviaron á
ellas; y parece que lleva razon ser estas, porque dice Estrabon que
estaban estas islas en el mar alto, hácia el Norte, frontero al cabo
ó punta de Galicia, que llamamos hoy el cabo de Finisterre, sobre el
puerto de la Coruña, y así es, que casi están frontero, un grado ó dos
de diferencia; en ellas dice Estrabon que vivia una gente lora ó baca
de color, vestida de túnicas hasta los piés, la cintura tenian á los
pechos, andaban con bordones en las manos, comian comida de pastores,
abundaban de estaño y de plomo, etc; esto dice Estrabon. Dice tambien
que eran diez, pero agora no parecen sino siete; puédense haber hundido
las tres, como ha acaecido en el mundo muchas veces. En este tiempo
tambien se descubrieron las islas de cabo Verde por un Antonio de
Nolle, genovés, noble hombre, que habia venido á Portugal con dos naos,
y trujo un hermano suyo que se llamaba Bartolomé de Nolle y un Rafael
de Nolle, su sobrino, los cuales, desde el dia que salieron de Lisboa,
en diez y seis dias llegaron á la isla que nombraron de Mayo, porque
la descubrieron primer dia de Mayo, y el dia de Sant Felipe y Santiago
hallaron la otra, y por eso la nombraron la isla de Santiago; y porque
ciertos criados del infante D. Pedro, hermano del susodicho infante D.
Enrique, habian tambien ido á descubrir por aquella vía, descubrieron
las otras islas comarcanas destas, que todas las principales son siete
y otras chiquititas hasta diez. Llámanse las islas de cabo Verde
porque estan frontero del dicho Cabo al Poniente; las dos dichas de
Mayo y Santiago están leste queste en 15° desta parte de la línea
equinoccial, las demas en 16 y 17, como son Buena Vista, Sant Nicolás,
Santa Lucía, Sant Vicente y Santanton; la isla del Fuego é isla Fuerte,
están en 14°: dista la más cercana cerca de 100 leguas del Cabo, y
algunas 160, al ménos la postrera. Dice Juan de Barros, portogués, en
el lib. II, cap. 1.º de su primera década, que estas son las islas que
los antiguos geógrafos llamaban las Fortunadas, pero cierto asáz claro
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