Historia de las Indias (vol. 1 de 5) - 17

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quizá por sus deméritos no quisiese Dios privarle de ser medio de
tantos bienes como entendia de sus trabajos salir, lo que siempre en
cualquiera obra buena debe todo cristiano tener; la tercera, por la
falta de las cosas necesarias que en semejantes lugares, como es la
corte, suele ser más intolerable ó poco ménos que el morir; la cuarta,
y sobre todas, ver cuanto de su verdad y persona se dudaba, lo cual á
los de ánimo generoso es cierto ser, tanto como la muerte, penoso y
detestable. Parece sin duda alguna que donde tanto bien se ofrecia y
tan poco se aventuraba, porque para todos los gastos que al presente
se habian de hacer, lo que pedia no llegaba ó no pasaba de dos cuentos
de maravedís, debieran los Reyes de aceptar demanda tan subida, pues
ni pedia los dineros para sacarlos en moneda del reino, ni para él
comer ó gozar dellos, sino para emplearlos en comprar y aparejar tres
navíos y las cosas para el viaje necesarias, ni queria hacer el viaje
con otra gente que con la de Castilla; y las mercedes tan grandes,
que en remuneracion de sus servicios pedia, no eran absolutas sino
condicionales, ni luego de contado sino que pendian del cuento futuro
como las albricias penden de sí cuando las piden y prometen, dellas
mismas debieran de mover á tener en poco lo que luego se gastaba,
puesto que al cabo todo se perdiera, mayormente siendo el ofreciente
persona tan veneranda en su aspecto, tan bien hablada, cuerda y
prudente. Las razones desta inadvertencia me parece que podriamos
asignar brevemente; la una, la falta de las ciencias matemáticas, de
noticia de las historias antiguas que los que tuvieron el negocio
cometido tenian; la segunda, la estrechura de aquellos tiempos que
tambien hacia los corazones estrechos, porque como todos los Estados,
por la penuria del dinero que por aquel tiempo España padecia, tan
tasados y medidos tuviesen sus proventos y por consiguiente ó por los
casos que ocurrian de nuevo, ó por los que siempre la sublime potencia
cuanto más alta, tanto más teme que le han de sobrevenir, réglanse y
tásanse con ellos los gastos, por tanto parecia á los que debian á ello
las personas reales inducir que se perdia gran suma en aventurar cosa
tan poquita por esperanza tan grandísima, puesto que por entónces, por
la falta primero dicha, no creida. Fué la segunda causa, que negocio
tan calificado y de inestimable precio impidió que por aquel tiempo
no se concediese, conviene á saber, las grandes ocupaciones que los
Reyes, como ya se dijo, en aquellos dias y aun años con el cerco de la
gran ciudad de Granada tuvieron, porque cuando los Príncipes tienen
cuidados de guerra, ni el Rey ni el reino quietud ni sosiego tienen, y
apénas se dá lugar de entender aún en lo á la vida muy necesario, ni
otra cosa suena por los oidos de todos en las cortes sino consejos,
consultas y ayuntamientos de guerra, y este solo negocio á todos los
otros suspende y pone silencio; la tercera y mas eficaz y verdadera,
y de todas principalísima causa es, y ansí en la verdad debió de ser
la ley, conviene á saber, que Dios tiene en todo su mundo puesto, que
ningun bien en esta vida por chico que sea se puede conseguir de alguna
persona sino con gran trabajo y dificultad, para darnos á entender
la Providencia divina, que, si los bienes temporales por maravillas
sin sudores y trabajos se adquieren, no nos maravillemos si los
eternos y que no tienen defecto alguno ni ternán fin, sin angustias
y penalidades alcanzar no los pudiéremos, porque, cierto, las cosas
muy preciosas no por vil precio se pueden comprar, mayormente siempre
tuvo y tiene y terná la suso nombrada ley é divina regla su fuerza y
vigor firmísimo, en las cosas que conciernen á nuestra santa fe, como
parece en la dificultad incomparable que á los principios tuvo la
predicacion evangélica, dilatacion y fundacion de la Iglesia; lo uno,
porque nadie se glorie ni pueda presumir que sus obras, industria y
trabajos serian para ello bastantes, si la divina gracia y sumo poder
no asistiese, y como principal y universal ó primera causa no fuese
el movedor y final efectuador de la misma obra santa que conseguir el
mismo Dios pretende, por lo cual deja los negocios, que más quiere que
hayan efecto, llegar casi hasta el cabo que parece ya no tener remedio
ni quedar esperanza de verlos concluidos con próspero fin, empero
cuando no se catan los hombres, socorriendo con su favor, los concluye
y perfecciona, porque conozcan que dél sólo viene todo buen efecto y
toda perfeccion; lo otro, porque los que escoge para servirse dellos
en las tales obras ayunten mayor aumento de merecimientos; lo otro,
porque contra los negocios más aceptos á Dios y que más provechosos
son á su santa Iglesia, mayor fuerza pone para los impedir el ejército
de los infiernos conociendo que poco tiempo le quedaba ya, como se
escribe en el Apocalipsi, todo en fin, para sacar bienes de los males,
como suele permitirlo y ordenarlo la Providencia y bondad divina.
Pues como este descubrimiento fuese una de las más hazañosas obras
que Dios en el mundo determinaba hacer, pues un orbe tan grande y una
parte del universo, desto tan inferior, y la mayor parte, á lo que se
cree, de todo él, tan secreta y encubierta hasta entónces dispusiese
descubrir, donde habia de dilatar su santa Iglesia y quizá del todo
allá pasarla, y resplandecer tanto su santa fe dándose á tan infinitas
naciones á conocer, no es de maravillar que tuviese á los principios
como ha tenido tambien á los medios, como parecerá, tan innúmeros
inconvenientes y que la susodicha regla ó ley de la divina Providencia,
inviolablemente se guardase por las razones dichas en esta negociacion.
Tornando á la historia; residió Cristóbal Colon de aquella primera vez
en la corte de los reyes de Castilla, dando estas cuentas, haciendo
estas informaciones, padeciendo necesidades y no ménos hartas veces
afrentas, más de cinco años sin sacar fruto alguno; el cual no pudiendo
ya sufrir tan importuna é infructuosa dilacion, mayormente faltándole
ya las cosas para su sustentacion necesarias, perdida toda esperanza
de hallar remedio en Castilla, y con razon, acordó de desamparar la
cortesana residencia, de donde se partió, con harto desconsuelo y
tristeza, para la ciudad de Sevilla, con la intencion que luego se
dirá.


CAPÍTULO XXX.
En el cual se contiene, como Cristóbal Colon vino á la ciudad de
Sevilla y propuso su demanda al Duque de Medina Sidonia, el cual,
puesto que muy magnánimo y que habia mostrado su generosidad en
grandes hechos, ó porque no la creyó, ó porque no la entendió no
quiso aceptarla.--Como de allí se fué al Duque de Medinaceli, que al
presente residia en el Puerto de Santa María: entendido el negocio
lo aceptó y se dispuso para favorecerlo, y sabido por la reina Doña
Isabel, mandó al Duque que no entendiese en ello que ella lo queria
hacer, etc.

Contado hemos en el capítulo precedente, como Cristóbal Colon vino á
la corte de los reyes de Castilla y propuso su descubrimiento ante
las personas reales, y las repulsas y trabajos y disfavores que allí
padeció por muchos años por defecto de no comprender la empresa
que les presentaba, ni entender la materia que se les proponia á
aquellos á quien los Reyes cometieron la informacion della; el cual,
venido á la ciudad de Sevilla, como tuviese noticia de las riquezas
y magnanimidad del duque de Medina Sidonia, D. Enrique de Guzman,
el cual por aquella causa obraba cosas egregias y de señor de gran
magnificencia, como fué proveer copiosamente por mar y por tierra al
real y cerco que los Reyes católicos tenian puesto sobre la ciudad
de Málaga, que estaba en gran necesidad de bastimentos y dineros,
y por eso se dijo ser muy mucha causa el dicho Duque de la toma de
aquella ciudad, y tambien descercó al marqués de Cáliz don Rodrigo de
Leon, el cual estaba cercado de todo el poder del rey de Granada, en
Alhama, así que propuesto su negocio Cristóbal Colon, ante el dicho
Duque, ó porque no lo creyó, ó porque no entendió la grandeza de la
demanda, ó porque como estaban ocupados todos los grandes del reino,
mayormente los de Andalucía, con el cerco de la ciudad de Granada y
hacian grandes gastos, aunque no habia en aquellos tiempos en toda
España otro señor que más rico fuese (y segun la fama publicaba, tenia
gran tesoro allegado); finalmente, pareció no atreverse á lo que tan
poca mella hiciera en sus tesoros, y tanto esclareciera el resplandor
de su magnificencia y multiplicara la grandeza de su estado. Dejado el
duque de Medina Sidonia, acordó pasarse Cristóbal Colon al duque de
Medinaceli, D. Luis de la Cerda, que á la sazon residia en su villa del
Puerto de Santa María; este señor puesto que no se le habian ofrecido
negocios en que la grandeza de su ánimo y generosidad de su sangre
pudiese haber mostrado, tenia empero valor para que ofreciéndosele
materia obrase cosas dignas de su persona. Este señor, luego que supo
que estaba en su tierra aquel de quien la fama referia ofrecerse á los
Reyes, que descubriria otros reinos y que serian señores de tantas
riquezas y cosas de inestimable valor é importancia, mandóle llamar,
y haciéndole el tratamiento, que, segun la nobleza y benignidad suya,
y la autorizada persona y graciosa presencia del Cristóbal Colon,
merecia, informóse dél muy particularizadamente, por muchos dias, de
la negociacion, y tomando gusto el generoso Duque en las pláticas que
cada dia tenia con Cristóbal Colon, y más y más se aficionando á su
prudencia y buena razon, hobo de concebir buena estima de su propósito
y viaje que deseaba hacer, y tener en poco, cualquiera suma de gastos
que por ello se aventurasen, cuanto más siendo tan poco lo que pedia.
En estos dias, sabiendo que no tenia el Cristóbal Colon para el gasto
ordinario abundancia, mandóle proveer en su casa todo lo que le fuese
necesario. Habíanle llegado hasta allí á tanto estrecho los años que
habia estado en la corte, que, segun se dijo, algunos dias se sustentó
con la industria de su buen ingenio y trabajo de sus manos, haciendo
ó pintando cartas de marear, las cuales sabia muy bien hacer, como
creo que arriba tocamos, vendiéndolas á los navegantes. Satisfecho,
pues, el magnífico y muy ilustre Duque de las razones que Cristóbal
Colon le dió, y entendida bien, aunque no cuanto era digna, la
importancia y preciosidad de la empresa que acometer disponia, teniendo
fe y esperanza del buen suceso della y prosperidad; determina de no
disputar más si saldria con ella ó no, y, magnífica y liberalmente
como si fuera para cosa cierta, manda dar todo lo que Cristóbal Colon
decia que era menester, hasta 3 ó 4.000 ducados, con que hiciese
tres navíos ó carabelas proveidas de comida para un año y para más,
y de rescates, y gente marinera, y todo lo que más pareciese que era
necesario; mandando con extrema solicitud se pusiesen los navíos, en
aquel rio del Puerto de Santa María, en astillero, sin que se alzase
manos dellos hasta acabarlos. Esto ansí mandado y comenzado, porque
más fundado y autorizado fuese su hecho, envió por licencia Real,
suplicando al Rey y á la Reina tuviesen por bien que él con su hacienda
y casa favoreciese y ayudase aquel varon tan egregio, que á hacer
tan gran hazaña y á descubrir tantos bienes y riquezas se ofrecia,
y para ello tan buenas razones daba, porque él esperaba en Dios que
todo resultaria para prosperidad destos reinos y en su Real servicio.
Pero porque la divina Providencia tenia ordenado que con la buena
fortuna de tan excelentes Reyes, y no con favor y ayuda de otros sus
inferiores, aquestas felices tierras se descubriesen, íbales quitando
los impedimentos que á favorecer esta obra en parte les estorbaban,
porque ya entónces iban al cabo de la guerra del reino de Granada, y
andaban en tratos para que los injustos poseedores moros, que tantos
años habia que usurpado y tiranizado lo tenian, se lo entregasen.
Como viesen que se les aparejaba alguna tranquilidad y reposo de tan
espesas turbaciones, solicitudes, cuidados y trabajos, como despues
que comenzaron á reinar, padecido habian, con el inestimable gozo que
de propincuo recibir esperaban de ver, como vieron, la Cruz de Nuestro
Salvador Jesucristo puesta sobre el Alhambra de Granada; oida por Sus
Altezas, mayormente y con más aficion por la serenísima y prudentísima
Doña Isabel, digna de gloriosa é inmortal memoria, la peticion del
dicho Duque, y que recogia y aplicaba para sí como una buena ventura
el cuidado de expedir é solicitar y llegar al cabo tan piadosa armada,
considerando la dicha ilustrísima Reina que podia el negocio suceder en
alguna egregia y hazañosa obra (ordenándolo Dios así, que queria que
estos reinos de tan inmensa grandeza no los hobiesen sino Reyes), por
persuasion, segun se dijo, del generoso Cardenal, D. Pero Gonzalez de
Mendoza, y tambien diz que ayudó mucho el susodicho doctísimo maestro
fray Diego de Deza, maestro del Príncipe, fraile de Santo Domingo, y
despues Arzobispo de Sevilla; mandó la Reina escribir al dicho Duque,
tenerle su propósito y deliberacion en gran servicio, y que se gozaba
mucho tener en sus reinos persona de ánimo tan generoso y de tanta
facultad, que se dispusiese á emprender obras tan heróicas (como
quizá que la grandeza y magnanimidad de los vasallos suela resultar
en gloria y autoridad de los Príncipes y señores), pero que le rogaba
él se holgase que ella misma fuese la que guiase aquella demanda,
porque su voluntad era mandar con eficacia entender en ella, y de su
Cámara real se proveyese para la expedicion semejante las necesarias
expensas, porque tal empresa como aquella no era sino para Reyes.
Por otra parte mandó despachar sus letras graciosas para Cristóbal
Colon, mandándole que luego sin dilacion, para su corte se partiese.
Mandó ansimismo y proveyó que de su Cámara real se pagase al Duque
lo que hasta entónces en los navíos y en lo demas hobiese gastado, y
mandó que aquellos mismos se acabasen, y en ellos, diz, que Cristóbal
Colon hizo su descubrimiento y camino. No se puede creer el pesar que
hobo desto el Duque, porque cuanto en ello más entendia, tanto más
le crecia la voluntad de lo proseguir, é mucho más de verlo acabado.
Pero, como sabio, desque más hacer no pudo, conformóse con la voluntad
de la Reina, creyendo tambien, como cristiano, que aquella era la
voluntad de Dios, y ansí, acordó haber en ello paciencia. Esto así,
en sustancia me contó muchos años há, en esta isla Española, un Diego
de Morales, honrada y cuerda persona, que vino á ella primero que yo,
casi de los primeros, y era sobrino de un mayordomo mayor que tenia
el Duque dicho, que creo se llamaba Romero, el cual diz que habia sido
el que primero dió relacion al Duque de lo que Colon pretendia, y fué
causa mucha que le oyese largamente y se persuadiese á aceptar lo que
ofrecia.


CAPÍTULO XXXI.
En el cual se contiene otra via diversa de la del precedente capítulo,
que algunos tuvieron para quel Cristóbal Colon fuese de los reyes
de Castilla admitido y favorecido, conviene á saber, que visto que
el Duque de Medina Sidonia no le favorecia, que se fué á la Rábida
de Palos donde habia dejado su hijo con determinacion de irse al
rey de Francia; y que un guardian del dicho monesterio de La Rábida
que se llamaba fray Juan Perez, le rogó que no se fuese hasta que
él escribiese á la Reina; envió la Reina á llamar al guardian y
despues á Cristóbal Colon y envióle dineros.--Llegado, hobo muchas
disputas.--Tórnase á tener por locura.--Despiden totalmente á
Cristóbal Colon.--Nótase la gran constancia y fortaleza de ánimo de
Cristóbal Colon, etc.--Dá el autor ántes desto alguna conformidad de
tres vías que parecen diversas como esto al cabo se concluyó.

Dicho habemos en el capítulo ántes deste la manera que se tuvo para
que los Reyes se determinasen á aceptar la empresa de Cristóbal Colon,
segun supimos de persona de las antiguas en esta isla y á quien yo no
dudé ni otro dudara darle crédito. En este quiero contar otra vía,
segun otros afirmaron, por la cual vino el negocio á tornarse á tratar
y los Reyes sufriesen otra vez á oirle, puesto que tambien por allí
se desbarató y con más desconsuelo y mayor amargura del mismo Colon.
Puédese colegir parte desta vía de algunas palabras que de cartas
del dicho Cristóbal Colon para los Reyes he visto, mayormente de las
probanzas que se hicieron por parte del Fiscal del Rey, despues que
el almirante D. Diego Colon, primer sucesor del primero, movió pleito
sobre su estado y privilegios al Rey; y puesto que en algunas cosas
parezca con la primera ser hasta incompatible, no por eso será bien
condenar del todo aquella que no hobiese acaecido, porque aunque no
llevase todo el discurso como se ha referido, puede haber sido que el
duque de Medinaceli hobiese la dicha empresa al principio admitido,
y despues, por algunos inconvenientes ó cosas que acaecieron, que no
constan, habérsele impedido. Finalmente, de la primera y desta segunda
y de la tercera, que en el siguiente capítulo se referirá, podrá
tomar el que esto leyere la que mejor le pareciere, ó de todas tres
componer una, si, salva la verisimilitud, compadecer se pudiere; ó que,
despedido del duque de Medina Sidonia ó del de Medinaceli, saliese
descontento sobre el descontento que trujo de la corte Cristóbal Colon,
segun los que dijeron que fué á la villa de Palos con su hijo, ó á
tomar su hijo, Diego Colon, niño, lo cual yo creo. Fuese al monesterio
de La Rábida, de la órden de San Francisco, que está junto á aquella
villa, con intencion de pasar á la villa de Huelva, á saber, con un su
concuño, casado, diz que, con una hermana de su mujer, é de allí pasar
en Francia á proponer su negocio al Rey, y si allí no se le admitiese
ir al Rey de Inglaterra, por saber tambien de su hermano Bartalomé
Colon, de quien hasta entónces no habia tenido alguna nueva; salió un
Padre, que habia nombre, fray Juan Perez, que debia ser el Guardian del
monesterio, y comenzó á hablar con él en cosas de la corte como supiese
que della venia, y Cristóbal Colon le dió larga cuenta de todo lo que
con los Reyes y con los Duques le habia ocurrido, del poco crédito que
le habian dado, de la poca estima que de negocio tan grande hacian, y
como lo tenian todos por cosa vana y de aire y todos los de la corte,
por la mayor parte, lo desfavorecian. Haciendo alguna reflexion entre
sí, el dicho Padre, cerca de las cosas que á Cristóbal Colon oia,
quísose bien informar de la materia y de las razones que ofrecia,
y, porque algunas veces Cristóbal Colon hablaba puntos y palabras
de las alturas y de astronomía y él no las entendia, hizo llamar á
un médico ó físico, que se llamaba Garci Hernandez, su amigo, que,
como filósofo, de aquellas proposiciones más que él entendia; juntos
todos tres platicando y confiriendo, agradó mucho al Garci Hernandez,
físico, y por consiguente al dicho Padre Guardian, el cual diz que,
ó era confesor de la Serenísima Reina, ó lo habia sido, y con esta
confianza rogó instantísimamente al dicho Cristóbal Colon que no se
fuese, porque él determinaba de escribir á la Reina sobre ello, y que
hasta que volviese la respuesta se estuviese allí en el monasterio de
La Rábida. Plugo á Cristóbal Colon hacerlo así, lo uno porque como ya
hobiese seis ó siete años que andaba en la corte negociando ésto, y
sintiese la bondad de los Reyes, y la fama de sus virtudes y clemencia
por muchas partes se difundia, por lo cual deseaba servirles, y via
que no por falta de Sus Altezas sino de los que les aconsejaban, no
entendiendo el negocio, no se lo admitian, y tenia aficion al reino
de Castilla, donde tenia sus hijos que mucho queria; y lo otro por
excusar trabajos y dilacion, yendo de nuevo á Francia, aunque ya
rescibido habia cartas del rey de Francia, segun él dice en una carta
que escribió á los Reyes, creo que desde esta isla Española, diciendo
ansí: «Por servir á Vuestras Altezas yo no quise entender con Francia
ni Inglaterra, ni Portugal, de los cuales Príncipes vieron Vuestras
Altezas las cartas, por mano del doctor Villalano.» Y ansí parece que
todos tres Reyes le convidaron y llamaron, aunque en diversos tiempos,
ofreciéndose á querer ser informados, y aceptaron el negocio. Ansí que,
tornando al propósito, cogieron un hombre que se llamaba Sebastian
Rodriguez, piloto de Lepe, para que llevase la carta del Guardian á
la Reina. Desde á catorce dias tornó el hombre con la respuesta de la
Reina, por lo cual parece que la corte estaba en la villa de Sancta
Fe, como los Reyes estuviesen ocupados en la guerra de Granada y cerca
del cabo della. Respondió la Reina al dicho Padre fray Juan Perez,
agradeciéndole mucho su aviso y buena intencion, y celo de su servicio,
y que le rogaba y mandaba que luego, vista la presente, viniese á la
corte ante Su Alteza, y que dejase con esperanza á Cristóbal Colon de
buena respuesta en su negocio, hasta que Su Alteza lo escribiese. Vista
la carta de la Reina, el dicho Padre fray Juan Perez, á media noche,
se partió secretamente, y, besadas las manos á la Reina, platicó Su
Alteza con él mucho sobre el negocio, y al cabo, diz que, se determinó
de darle los tres navíos y lo demas que Colon pedia. Pero el que esto
depuso, que fué Garci Hernandez, no debiera de saber lo que en la corte
pasó, sino como vido que el Guardian no volvió á Palos hasta quel
negocio se concluyó, juzgó que de aquella hecha se habia conconcluido;
para efecto de lo cual escribió la Reina á Cristóbal Colon, y envióle
20.000 maravedís en florines para con que fuese, y trújolos Diego
Prieto, vecino de la dicha villa de Palos, y diólos al dicho Garci
Hernandez, físico, para que se los diese. Recibido este despacho,
Cristóbal Colon fuese á la corte, y el Guardian dicho y algunas
personas, puesto que eran pocas, que le favorecian, suplican á la Reina
que se torne á tratar dello. Hiciéronse de nuevo muchas diligencias,
júntanse muchas personas, hobiéronse informaciones de filósofos, y
astrólogos, y cosmógrafos (si con todo entónces algunos perfectos en
Castilla habia), de marineros y pilotos, y todos á una voz decian
que era todo locura y vanidad, y á cada paso burlaban y escarnecian
dello, segun que el mismo Almirante, muchas veces á los Reyes en sus
cartas, lo refiere y testifica. Hacia más difícil la aceptacion deste
negocio lo mucho que Cristóbal Colon, en remuneracion de sus trabajos
y servicios é industria, pedia, conviene á saber, estado, Almirante,
Visorey y Gobernador perpetuo, etc. cosas, que, á la verdad, entónces
se juzgaban por muy grandes y soberanas, como lo eran, y hoy por tales
se estimarian, puesto que mucha fué entónces la inadvertencia, y hoy
lo fuera, no considerándose que si pedia esto, no era sino como el que
pide las albricias dellas mismas (como arriba, hablando del rey de
Portugal, digimos): llegó á tanto el no creer ni estimar en nada lo
que Cristóbal Colon ofrecia, que vino en total despedimiento, mandando
los Reyes que le dijesen que se fuese en hora buena. El principal, que
fué causa desta ultimada despedida, se cree haber sido el susodicho
Prior de Prado y los que le seguian, de creer es que no por otra causa
sino porque otra cosa no alcanzaban ni entendian. El cual, despedido
por mandado de la Reina, despidióse él de los que allí le favorecian;
tomó el camino para Córdoba con determinada voluntad de pasarse á
Francia y hacer lo que arriba se dijo. Aquí se puede bien notar la
gran constancia y ánimo generoso, y no ménos la sabiduría de Cristóbal
Colon, y tambien la certidumbre, como arriba fué dicho, que tuvo de su
descubrimiento, que viéndose con tanta repulsa y contradiccion afligido
y apretado de tan gran necesidad, que quizá aflojando en las mercedes
que pedia, contentándose con ménos, y que parece que con cualquiera
cosa debiera contentarse, los Reyes se movieran á darle lo que era
menester para su viaje, y en lo demas lo que buenamente pareciera que
debiera dársele, se le diera, no quiso blandear en cosa alguna, sino
con toda entereza perseverar en lo que una vez habia pedido; y al cabo,
con todas estas dificultades, se lo dieron, y ansí lo capituló, como si
todo lo que ofrecia y descubrió, segun ya digimos, debajo de su llave
en un arca lo tuviera.


CAPÍTULO XXXII.
En el cual se trata como segunda vez absolutamente fué Cristóbal Colon
de los Reyes despedido y se partió de Granada desconsolado, y como un
Luis de Santangel, escribano de las raciones, privado de los Reyes, á
quien pesaba gravemente no aceptar la Reina la empresa de Cristóbal
Colon, entró á la Reina y le hizo una notable habla, tanto que la
persuadió eficazmente, y prestó un cuento de maravedís á la Reina para
el negocio, y la Reina envió luego á hacer volver á Cristóbal Colon, y
otras cosas notables que aquí se contienen.

Despedido esta segunda vez, por mandado de los Reyes, Cristóbal Colon,
y sin darle alguna esperanza, como en la otra le dieron, de que en
algun tiempo se tornaria á tratar dello, sino absolutamente, acompañado
de harta tristeza é disfavor, como cada uno podrá considerar, salióse
de la ciudad de Granada, donde los Reyes habian ya con gran triunfo y
gloria de Dios, y alegría del pueblo cristiano, entrado á dos dias del
mes de Enero, segun dice el mismo Cristóbal Colon en el principio del
libro de su navegacion primera; en el mismo mes de Enero, digo, que
salió para proseguir su ida de Francia. Entre otras personas de los que
le ayudaban en la corte y deseaban que su obra se concluyese é pasase
adelante, fue aquel Luis de Santangel, que arriba digimos, escribano de
raciones. Este recibió tan grande y tan excesiva pena y tristeza desta
segunda y final repulsa, sin alguna esperanza, como si á él fuera en
ello alguna gran cosa y poco ménos que la vida; viendo así á Cristóbal
Colon despedido, y no pudiendo sufrir el daño y menoscabo que juzgaba
á los Reyes seguirse, ansí en perder los grandes bienes y riquezas que
Cristóbal Colon prometia si acaecia salir verdad y haberlos otro Rey
cristiano, como en la derogacion de su real autoridad que tan estimada
en el mundo era, no queriendo aventurar tan poco gasto por cosa tan
infinita, confiando en Dios y en la privanza ó estima que los Reyes de
su fidelidad y deseo de servirles sabia que tenian, confiadamente se
fué á la Reina y díjole desta manera: «Señora, el deseo que siempre
he tenido de servir al Rey mi señor y á Vuestra Alteza, que si fuere
menester moriré por su real servicio, me ha constreñido á parecer ante
Vuestra Alteza y hablarle en cosa que ni convenia á mi persona, ni dejo
de conocer que excede las reglas ó límites de mi oficio, pero á la
confianza que siempre tuve de la clemencia de Vuestra Alteza y de su
real generosidad, y que mirará las entrañas con que lo digo, he tomado
ánimo de notificarle lo que en mi corazon siento, y que otros quizá muy
mejor lo sentirán que yo, que tambien aman fielmente á Vuestras Altezas
y desean su prosperidad como yo su siervo mínimo; digo, Señora, que
considerando muchas veces el ánimo tan generoso y tan constante de que
Dios adornó á Vuestras Altezas para emprender cosas grandes y obras
excelentísimas, héme maravillado mucho no haber aceptado una empresa
como este Colon ha ofrecido, en que tan poco se perdia puesto que vana
saliese, y tanto bien se aventuraba conseguir para servicio de Dios
y utilidad de su Iglesia, con grande crecimiento del Estado real de
Vuestras Altezas y prosperidad de todos estos vuestros reinos, porque
en la verdad, Señora serenísima, este negocio es de calidad, que si lo
que tiene Vuestra Alteza por dificultoso ó por imposible á otro Rey se
ofrece, y lo acepta y sale próspero, como este hombre dice, y, á quien
bien lo quiere entender, dá muy buenas razones para ello, manifiestos
son los inconvenientes que á la autoridad de Vuestras Altezas y daños
á vuestros reinos vernian. Y esto ansí sucediendo, lo que Dios no
permita, Vuestras Altezas toda su vida de sí mesmas ternian queja
terrible, de vuestros amigos y servidores con razon culpados seríades,
á los enemigos no les faltaria materia de insultar y escarnecer, y
todos, los unos y los otros, afirmar osarian que Vuestras Altezas
tenian su merecido; pues lo que los Reyes sucesores de Vuestras Altezas
podrán sentir é quizá padecer, no es muy escuro á los que profundamente
lo consideran. Y pues este Colon, siendo hombre sabio y prudente y de
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