El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la Civilización Europea (Vols 1-2) - 03

Total number of words is 4739
Total number of unique words is 1423
34.3 of words are in the 2000 most common words
49.0 of words are in the 5000 most common words
57.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
experimentar á causa del contacto considerables mudanzas.
Observad, empero, cuán de otra manera sucede en Europa: una revolución
en un país afecta todos los otros; una idea salida de una escuela pone
en agitación á los pueblos, y en alarma á los gobiernos: nada hay
aislado; todo se generaliza, todo se propaga, tomando con la misma
expansión una fuerza terrible. He aquí por qué no es posible estudiar
la historia de un pueblo, sin que se presenten en la escena todos los
pueblos; no es posible estudiar la historia de una ciencia, de un arte,
sin que se compliquen desde luego cien relaciones con otros objetos que
no son ni científicos, ni artísticos: y es porque todos los pueblos se
asimilan, todos los objetos se enlazan, todas las relaciones se abarcan
y se cruzan; he aquí por qué no hay un asunto en un país en que no
tomen interés, y aun parte si es posible, todos los demás; y he aquí
por qué, concretándonos á la política, es y será siempre una idea sin
aplicaciones la de _no intervención_; pues no se ha visto jamás que
cada cual no procure intervenir en todos los negocios que le interesan.
Estos ejemplos, tomados de los órdenes políticos, literarios y
artísticos, me parecen muy á propósito para dar á entender mi idea
sobre lo que ha sucedido con respecto al orden religioso; y, si bien
despojan al Protestantismo de ese manto filosófico con que se le ha
querido cubrir aun en su cuna; si le quitan todo derecho á suponerse
como un pensamiento que, lleno de previsión y de proyectos grandiosos,
encerraba grandes destinos, tampoco rebajan en nada su gravedad y su
extensión, en nada limitan el hecho; antes sí indican la verdadera
causa de que se haya presentado con aspecto tan imponente.
Desde el punto de vista que acabo de señalar, todo se descubre en
su verdadero tamaño: los hombres apenas figuran, casi desaparecen;
los abusos se ofrecen como son: ocasiones y pretextos; los planes
vastos, las ideas altas y generosas, los esfuerzos de independencia se
reducen á suposiciones arbitrarias; el cebo de las depredaciones, la
ambición, las rivalidades de los soberanos, juegan como causas más ó
menos influyentes, pero siempre en un orden secundario: ninguna causa
se excluye; sólo que se las coloca á todas en su lugar, no se permite
la exageración en su influencia, y, señalándose una principal, no
deja de mirarse el hecho como de tal naturaleza, que en su nacimiento
y desarrollo debieron de obrar un sinnúmero de agentes. Y, cuando se
llega á una cuestión capital en la materia; cuando se pregunta la causa
del odio, de la exasperación, que han manifestado los sectarios contra
Roma; cuando se pregunta si esto no revela algunos grandes abusos
de su parte, si no hace sospechar su sinrazón, se puede responder
tranquilamente: que siempre se ha visto que las olas en la tormenta
braman furiosas contra la roca inmóvil que las resiste.
Tan lejos estoy de atribuir á los abusos la influencia que muchos
les han asignado con respecto al nacimiento y desarrollo del
Protestantismo, que estoy convencido de que, por más reformas legales
que se hubieran hecho, por más condescendiente que se hubiera
manifestado la autoridad eclesiástica en acceder á demandas y
exigencias de todas clases, hubiera acontecido, poco más ó menos, la
misma desgracia.
Es necesario haber reparado bien poco en la extrema inconstancia y
movilidad del espíritu humano, y haber estudiado muy poco su historia,
para desconocer que era ésta una de aquellas grandes calamidades que
sólo Dios, por providencia especial, es bastante á evitarlas.[5]


CAPITULO III

La proposición sentada al fin del capítulo anterior me sugiere un
corolario, que, si no me engaño, ofrece una nueva demostración de la
divinidad de la Iglesia católica.
Se ha observado como cosa muy admirable la duración de la Iglesia
católica por espacio de 18 siglos, y eso á pesar de tantos y tan
poderosos adversarios; pero quizá no se ha notado bastante que,
atendida la índole del espíritu humano, uno de los grandes prodigios
que presenta sin cesar la Iglesia, es la unidad de doctrina en medio
de toda clase de enseñanza, y abrigando siempre en su seno un número
considerable de sabios.
Llamo muy particularmente sobre este punto la atención de todos los
hombres pensadores; y estoy seguro de que, aun cuando yo no acierte
á desenvolver cual merece este pensamiento, encontrarán ellos aquí
un germen de muy graves reflexiones. Tal vez se acomodará también
este modo de mirar la Iglesia, al gusto de ciertos lectores, pues
prescindiré enteramente de los caracteres que se rocen con la
revelación, y consideraré el Catolicismo, no como religión divina, sino
como escuela filosófica.
Nadie que haya saludado la historia de las letras, me podrá negar que,
en todos tiempos, haya tenido la Iglesia en su seno hombres ilustres
por su sabiduría. En los primeros siglos, la historia de los Padres de
la Iglesia es la historia de los sabios de primer orden, en Europa, en
África y en Asia; después de la irrupción de los bárbaros, el catálogo
de los hombres que conservaron algo del antiguo saber, no es más que un
catálogo de eclesiásticos; y, por lo que toca á los tiempos modernos,
no es dable señalar un solo ramo de los conocimientos humanos, en que
no figuren en primera línea un número considerable de católicos. Es
decir, que, de 18 siglos á esta parte, hay una serie no interrumpida
de sabios, que son católicos, ó que están acordes en un cuerpo de
doctrina formado de la reunión de las verdades enseñadas por la Iglesia
católica. Prescindiendo ahora de los caracteres de divinidad que la
distinguen, y considerándola únicamente como una escuela, ó una secta
cualquiera, puede asegurarse que presenta en el hecho que acabo de
consignar, un fenómeno tan extraordinario, que, ni es posible hallarle
semejante en otra parte, ni es dable explicarle como comprendido en el
orden regular de las cosas.
Seguramente que no es nuevo en la historia del espíritu humano, el que
una doctrina, más ó menos razonable, haya sido profesada algún tiempo
por un cierto número de hombres ilustrados y sabios: este espectáculo
lo hemos presenciado en las sectas filosóficas antiguas y modernas;
pero que una doctrina se haya sostenido por espacio de muchos siglos,
conservando adictos á ella á sabios de todos tiempos y países, y
sabios, por otra parte, muy discordes en sus opiniones particulares,
muy diferentes en costumbres, muy opuestos tal vez en intereses y muy
divididos por sus rivalidades, este fenómeno es nuevo, es único, sólo
se encuentra en la Iglesia católica. Exigir fe, unidad en la doctrina,
y fomentar de continuo la enseñanza, y provocar la discusión sobre
toda clase de materias; incitar y estimular el examen de los mismos
cimientos en que estriba la fe, preguntando para ello á las lenguas
antiguas, á los monumentos de los tiempos más remotos, á los documentos
de la historia, á los descubrimientos de las ciencias observadoras, á
las lecciones de las más elevadas y analíticas; presentarse siempre con
generosa confianza en medio de esos grandes liceos donde una sociedad,
rica de talentos y de saber, reune como en focos de luz todo cuanto
le han legado los tiempos anteriores, y lo demás que ella ha podido
reunir con sus trabajos, he aquí lo que ha hecho siempre, y está
haciendo todavía, la Iglesia; y, sin embargo, la vemos perseverar firme
en su fe, en su unidad de doctrina, rodeada de hombres ilustres, cuyas
frentes, ceñidas de los laureles literarios ganados en cien palestras,
se le humillan serenas y tranquilas, sin que lo tengan á mengua, sin
que crean que deslustren las brillantes aureolas que resplandecen sobre
sus cabezas.
Los que miran el Catolicismo como una de tantas sectas que han
aparecido sobre la tierra, será menester que busquen algún hecho que
se parezca á éste; será menester que nos expliquen cómo la Iglesia
puede de continuo presentarnos ese fenómeno, que tan en oposición
se encuentra con la innata volubilidad del espíritu humano; será
necesario que nos digan cómo la Iglesia romana ha podido realizar este
prodigio, y qué imán secreto tiene en sus manos el Sumo Pontífice para
que él pueda hacer lo que no ha podido otro hombre. Los que inclinan
respetuosamente sus frentes al oir la palabra salida del Vaticano;
los que abandonan su propio parecer para sujetarse á lo que les dicta
un hombre que se apellida _Papa_, no son tan sólo los sencillos é
ignorantes: miradlos bien: en sus frentes altivas descubriréis el
sentimiento de sus propias fuerzas, y en sus ojos vivos y penetrantes
veréis que se trasluce la llama del genio que oscila en su mente. En
ellos reconoceréis á los mismos que han ocupado los primeros puestos
de las academias europeas, que han llenado el mundo con la fama de
sus nombres: nombres transmitidos á las generaciones venideras entre
corrientes de oro. Recorred la historia de todos los tiempos, viajad
por todos los países del orbe, y, si encontráis en ninguna parte un
conjunto tan extraordinario, el saber unido con la fe, el genio sumiso
á la autoridad, la discusión hermanada con la unidad, presentadle:
habréis hecho un descubrimiento importante; habréis ofrecido á la
ciencia un nuevo fenómeno que explicar: ¡ah! esto os será imposible,
bien lo sabéis; y por esto apelaréis á nuevos efugios, por esto
procuraréis obscurecer con cavilaciones la luz de una observación que
sugiere á una razón imparcial, y hasta al sentido común, la legítima
consecuencia de que en la Iglesia católica hay algo que no se encuentra
en otra parte.
«Estos hechos, dirán los adversarios, son ciertos; las reflexiones que
sobre ellos se han emitido no dejan de ser deslumbradoras; pero, bien
analizada la materia, desaparecerán todas las dificultades que pueden
presentarse por la extrañeza que causa el haberse verificado en la
Iglesia un hecho que no se ha verificado en ninguna secta. Si bien se
mira, cuanto hasta aquí se lleva alegado, sólo prueba que en la Iglesia
ha habido siempre un sistema determinado, que, apoyado en un punto
fijo, ha podido ser realizado con uniforme regularidad. En la Iglesia
se ha conocido que el origen de la fuerza está en la unión, que para
esta unión era necesario establecer _unidad_ en la doctrina, y que para
conservar esta _unidad_ era necesaria la sumisión á la autoridad. Esto
una vez conocido, se ha establecido el principio de sumisión, y se le
ha conservado invariablemente: he aquí explicado el fenómeno; en esto
no negaremos que haya sabiduría profunda, que haya un plan vasto, un
sistema singular; pero nada podréis inferir en pro de la divinidad del
Catolicismo.»
Esto es lo que se responderá, porque es lo único que se puede
responder; pero fácil es de notar que, á pesar de esa respuesta, queda
la dificultad en todo su vigor. Resulta siempre en claro que hay una
sociedad sobre la tierra, que por espacio de 18 siglos ha sido siempre
dirigida por un principio constante, fijo; una sociedad que ha logrado
que se adhiriesen á este principio hombres eminentes de todos tiempos
y países, y, por tanto, permanece siempre en pie todo el embarazo que
ofrecen á los adversarios las siguientes preguntas: ¿Cómo es que sólo
la Iglesia ha tenido este principio? ¿cómo es que á sólo ella se le
haya ocurrido tal pensamiento? ¿cómo es que, si ha ocurrido á otra
secta, ninguna lo haya podido poner en planta? ¿cómo es que todas
las sectas filosóficas hayan desaparecido unas en pos de otras, y la
Iglesia no? ¿cómo es que las otras religiones, si han querido conservar
alguna unidad, han tenido siempre que huir de la luz, y esquivar la
discusión, y envolverse en negras sombras; y la Iglesia haya siempre
conservado su _unidad_, buscando la luz, y no ocultando sus libros,
no escaseando la enseñanza, sino fundando por todas partes colegios,
universidades y demás establecimientos, donde pudiesen reunirse y
concentrarse todos los resplandores de la erudición y del saber?
No basta decir que hay un sistema, un plan: la dificultad está en la
misma existencia de ese sistema, de ese plan; la dificultad está en
explicar cómo se han podido concebir y ejecutar. Si se tratase de pocos
hombres reunidos en ciertas circunstancias, en determinados tiempos y
países, para la ejecución de un proyecto limitado á breve espacio, no
habría aquí nada de particular; pero se trata de 18 siglos, se trata de
todos los países, de las circunstancias más variadas, más diferentes,
más opuestas; se trata de hombres que no han podido avenirse, ni
concertarse. ¿Cómo se explica todo esto? Si no es más que un sistema,
un plan humano, ¿qué hay de misterioso en esa ciudad de Roma, que
así reune en torno suyo á tantos hombres ilustres de todos tiempos y
países? Si el Pontífice de Roma no es más que el jefe de una secta,
¿cómo es que de tal modo alcanza á fascinar el mundo? ¿se habría visto
jamás un mago que ejecutase extrañeza más estupenda? ¿No hace ya mucho
tiempo que se declama contra su _despotismo religioso_? ¿por qué, pues,
no ha habido otro hombre que le haya arrebatado el cetro? ¿por qué no
se ha erigido otra cátedra que disputase á la suya la preeminencia,
y se mantuviese en igual esplendor y poderío? ¿Es acaso por su poder
material? Es muy limitado, y no podría medir sus armas con ninguna
potencia de Europa. ¿Es por el carácter particular, por la ciencia,
por las virtudes de los hombres que han ocupado el solio pontificio?
Pero, ¿cómo es posible que en el espacio de 18 siglos no hayan tenido
infinita variedad los caracteres de los Papas, y muy diferentes
graduaciones su ciencia y sus virtudes? Á quien no sea católico, á
quien no viere en el Pontífice romano al Vicario de Jesucristo, aquella
_piedra_ sobre la cual edificó Jesucristo la Iglesia, la duración de su
autoridad ha de parecerle el más extraordinario de los fenómenos, ha de
ofrecérsele como una de las cuestiones más dignas de proponerse á la
ciencia que se ocupa en la historia del espíritu humano la siguiente:
¿cómo es posible que por espacio de tantos siglos haya podido existir
una serie no interrumpida de sabios, que no se hayan apartado de la
doctrina de la Cátedra de Roma?
Al comparar M. Guizot el Protestantismo con la Iglesia romana, parece
que la fuerza de esta verdad conmovía algún tanto su entendimiento,
y que los rayos de esta luz introducían el desconcierto en sus
observaciones. Oigámosle de nuevo; oigamos á ese escritor cuyos
talentos y nombradía habrán deslumbrado en estas materias á aquellos
lectores que ni examinan siquiera la solidez de las pruebas, mientras
vengan envueltas en hermosas imágenes; á aquellos que aplauden toda
clase de pensamientos, mientras desfilen ante sus ojos en un torrente
de elocuencia encantadora; que, llenos de entusiasmo por el mérito de
un hombre, le escuchan como infalible oráculo, y, mientras blasonan de
independencia intelectual, subscriben sin examen á las decisiones de su
director, escuchan con sumisión sus fallos, y no se atreven á levantar
la frente para pedirle los títulos del predominio. En las palabras de
M. Guizot notaremos que sintió, como todos los grandes hombres del
Protestantismo, el vacío inmenso que hay en estas sectas, y la fuerza
y robustez que entraña la Religión católica; notaremos que no pudo
eximirse de la regla general de los grandes ingenios, regla de que
son prueba los más explícitos testimonios consignados en los escritos
de los hombres más eminentes que ha tenido la reforma protestante.
Después de haber notado M. Guizot la inconsecuencia con que precedió
el Protestantismo, y su falta de buena organización en la sociedad
intelectual, continúa: «No se ha sabido hermanar todos los derechos y
necesidades _de la tradición_ con las pretensiones de la libertad. Y
eso proviene, sin duda, de que la _reforma no ha plenamente comprendido
y aceptado, ni sus principios, ni sus efectos_.» ¿Qué religión será
ésa que _ni comprende ni acepta plenamente sus principios, y sus
efectos_? ¿Salió jamás de boca humana condenación más terminante de la
reforma? ¿Cómo podrá pretender el derecho de dirigir ni al hombre ni á
la sociedad? ¿Pudo decirse jamás otro tanto de las sectas filosóficas
antiguas y modernas? «De ahí ese aire de inconsecuencia, continúa M.
Guizot, que ha tenido la reforma, y el _espíritu limitado_ que ha
manifestado, circunstancias que han prestado armas y ventajas á sus
adversarios. Sabían éstos bien lo que deseaban y lo que hacían; partían
de principios fijos, y marchaban hasta sus últimas consecuencias.
Nunca ha habido un gobierno más consecuente y sistemático que el
de la Iglesia romana.» ¿Y de dónde trae su origen ese sistema tan
consecuente? Cuando es tanta la inconstancia y la volubilidad del
espíritu del hombre, ¿este sistema, esta consecuencia, estos principios
fijos, nada dicen á la filosofía y al buen sentido?
Al reparar en esos terribles elementos de disolución que tienen su
origen en el espíritu del hombre, y que tanta fuerza han adquirido en
las sociedades modernas; al notar cómo destrozan y pulverizan todas las
escuelas filosóficas, todas las instituciones religiosas, sociales y
políticas, pero sin alcanzar á abrir una brecha en las doctrinas del
Catolicismo, sin alterar ese sistema tan fijo y consecuente, ¿nada
se inferirá en favor de la Religión católica? Decir que la Iglesia
ha hecho lo que no han podido hacer jamás ninguna escuela, ningún
gobierno, ninguna sociedad, ninguna religión, ¿no es confesar que es
más sabia que la humanidad entera? Y esto ¿no prueba que no debe su
origen al pensamiento del hombre, y que ha bajado del mismo seno
del Criador del universo? En una sociedad formada de hombres, en un
gobierno manejado por hombres, que cuenta 18 siglos de duración, que se
extiende á todos los países, que se dirige al salvaje en sus bosques,
al bárbaro en su tienda, al hombre civilizado en medio de las ciudades
más populosas; que cuenta entre sus hijos al pastor que se cubre con
el pellico, al rústico labrador, al poderoso magnate; que hace resonar
igualmente su palabra al oído del hombre sencillo ocupado en sus
mecánicas tareas, como al del sabio que, encerrado en su gabinete, está
absorto en trabajos profundos; un gobierno como éste, tener, como ha
dicho M. Guizot, _siempre una idea fija, una voluntad entera, y guardar
una conducta regular y coherente_, ¿no es su apología más victoriosa,
no es su panegírico más elocuente, no es una prueba de que encierra en
su seno algo de misterioso?
Mil veces he contemplado con asombro ese estupendo prodigio; mil veces
he fijado mis ojos sobre este árbol inmenso que extiende sus ramas
desde el Oriente al Occidente, desde el Aquilón al Mediodía: véole
cobijando con su sombra á tantos y tan diferentes pueblos, y encuentro
descansando tranquilamente debajo de ella la inquieta frente del genio.
En Oriente, en los primeros siglos de haber aparecido sobre la tierra
esa religión divina, en medio de la disolución que se había apoderado
de todas las sectas, veo que se agolpan para escuchar su palabra los
filósofos más ilustres; y en Grecia, en Asia, en los márgenes del
Nilo, en todos esos países donde hormigueaba poco antes un sinnúmero
de sectas, veo que se levanta de repente una generación de hombres
grandes, ricos de erudición, de saber y de elocuencia, y todos acordes
en la _unidad_ de la doctrina católica. En Occidente, cuando se va
á precipitar sobre el caduco imperio una muchedumbre de bárbaros,
que se presentan á lo lejos como una negra nube que asoma en el
horizonte preñada de calamidades y desastres, en medio de un pueblo
sumergido en la corrupción de costumbres y olvidado completamente de
su antigua grandeza, veo á los únicos hombres que pueden apellidarse
dignos herederos del nombre romano, buscar un asilo á su austeridad
de costumbres en el retiro de los templos, y pedir á la religión
sus inspiraciones para conservar el antiguo saber y enriquecerle y
agrandarle. Lléname de admiración y asombro el encontrar al talento
sublime, al digno heredero del genio de Platón, que, después de haber
preguntado por la verdad á todas las escuelas y sectas, después de
haber recorrido todos los errores con briosa osadía y con indomable
independencia, se siente al fin dominado por la autoridad de la
Iglesia, y el filósofo libre se transforma en el grande obispo de
Hipona. En los tiempos modernos desfila delante de mis ojos esa serie
de hombres grandes que brillaron en los siglos de León X y de Luis XIV;
veo perpetuarse esa ilustre raza á través del calamitoso siglo XVIII;
y en el siglo XIX veo que se levantan también nuevos atletas, que,
después de haber acosado al error en todas direcciones, van á colgar
sus trofeos en la puerta de la Iglesia católica.
¡Qué prodigio es éste! ¡dónde se ha visto jamás una escuela, una
secta, una religión semejante! Todo lo estudian, de todo disputan,
á todo responden, todo lo saben, pero siempre acordes en la unidad
de doctrina, siempre sumisos á la autoridad, siempre inclinando
respetuosamente sus frentes, siempre humillándolas en obsequio de
la fe; esas frentes donde brilla el saber, donde imprime sus rasgos
un sentimiento de noble independencia, de donde salen tan generosos
arranques. ¿No os parece descubrir un nuevo mundo planetario, donde
globos luminosos ruedan en vastas órbitas por la inmensidad del
espacio, pero atraídos por una misteriosa fuerza hacia el centro
del sistema? Fuerza que no les permite el extravío, sin quitarles,
empero, nada, ni de la magnitud de su mole, ni de la grandiosidad de
su movimiento, antes inundándolos de luz, y dando á su marcha una
regularidad majestuosa.[6]


CAPITULO IV

Esa idea fija, esa voluntad entera, ese plan tan sabio y constante, ese
sistema tan trabado, esa conducta tan regular y coherente, ese marchar
siempre con seguro paso hacia objeto y fin determinado, ese admirable
conjunto reconocido y confesado por M. Guizot, y que tanto honra á
la Iglesia católica, mostrando su profunda sabiduría y revelando la
altura de su origen, no ha sido nunca imitado por el Protestantismo,
ni en bien, ni en mal; porque, según llevo ya demostrado, no puede
presentar un solo pensamiento del que tenga derecho á decir: _esto es
mío_. Se ha querido apropiar el principio de examen privado en materias
de fe, y algunos de sus adversarios tal vez no se han resistido mucho
á adjudicárselo, por no reconocer en él otro elemento que pudiera
llamarse constitutivo; y, además, por reparar que, si de haber
engendrado tal principio quisiera gloriarse, sería semejante á aquellos
padres insensatos que labran su propia ignominia, haciendo gala de
tener hijos de pésima índole, y, díscolos en conducta. Es falso,
sin embargo, que tal principio sea hijo suyo; antes al contrario,
más bien podría decirse que el principio de examen ha engendrado el
Protestantismo, pues que este principio se halla ya en el seno de
todas las sectas, y se le reconoce como germen de todos los errores:
por manera que, al proclamar los protestantes el examen privado, no
hicieron más que ceder á la necesidad que es común á todas las sectas
separadas de la Iglesia.
Nada hubo en esto de plan, nada de previsión, nada de sistema: la
simple resistencia á la autoridad de la Iglesia envolvía la necesidad
de un examen privado sin límites, la erección del entendimiento en
juez único; y así fué desde un principio enteramente inútil toda la
oposición que á las consecuencias y aplicaciones de tal examen hicieron
los corifeos protestantes: roto el dique, no es posible contener las
aguas.
«El derecho de examinar lo que debe creerse, dice una famosa dama
protestante (De l'Allemagne, par Mad. Staël, 4.^e partie, chap. 2), es
el principio fundamental del Protestantismo. _No lo entienden así los
primeros reformadores; creían poder fijar las columnas del espíritu
humano_ en los términos de sus propias luces; pero mal podían esperar
que sus decisiones fuesen recibidas como infalibles, cuando ellos
negaban este género de autoridad á la Religión católica.» Semejante
resistencia por parte de ellos sólo sirvió á manifestar que no
abrigaban ninguna de aquellas ideas que, si extravían el entendimiento,
muestran al menos en cierto modo la generosidad y nobleza del corazón;
y de ellos no podrá decir el entendimiento humano que le descaminasen
con la mira de hacerle andar con mayor libertad. «La revolución
religiosa del siglo XVI, dice M. Guizot, _no conoció los verdaderos
principios de la libertad intelectual_; emancipaba el pensamiento, y
todavía se empeñaba en gobernarlo por medio de la ley.»
Pero en vano lucha el hombre contra la fuerza entrañada por la misma
naturaleza de las cosas; en vano fué que el Protestantismo quisiera
poner límites á la extensión del principio de examen, y que á veces
levantase tan alto la voz, y aun descargase su brazo con tal fuerza,
que no parecía sino que trataba de aniquilarle. El espíritu de examen
privado estaba en su mismo seno, allí perseveraba, allí se desenvolvía,
allí obraba, aun á pesar suyo: no tenía medio el Protestantismo: ó
echarse en brazos de la autoridad, es decir, reconocer su extravío,
ó dejar al principio disolvente que ejerciera su acción, haciendo
desaparecer de entre las sectas separadas hasta la sombra de la
religion de Jesucristo, y viniendo á poner el Cristianismo en la clase
de las escuelas filosóficas. Dado una vez el grito de resistencia á la
autoridad de la Iglesia, pudiéronse muy bien calcular los funestos
resultados: fué desde luego muy fácil prever que, desenvuelto, el
maligno germen traía consigo la ruina de todas las verdades cristianas.
¿Y cómo era posible que no se desenvolviese rápidamente ese germen, en
un suelo donde era tan viva la fermentación? Señalaron á voz en grito
los católicos la gravedad é inminencia del riesgo; y en obsequio de la
verdad es menester confesar que tampoco se ocultó á la previsión de
algunos protestantes. ¿Quién ignora las explícitas confesiones que se
oyeron ya desde un principio, y se han oído después, de boca de sus
hombres más distinguidos? Los grandes talentos nunca se han hallado
bien con el Protestantismo; siempre han encontrado en él un inmenso
vacío: y por esta causa se los ha visto propender, ó á la irreligión, ó
á la unidad católica.
El tiempo, ese gran juez de todas las opiniones, ha venido á confirmar
el acierto de tan tristes pronósticos: y actualmente han llegado ya
las cosas á tal extremo, que es necesario, ó estar muy escaso de
instrucción, ó tener muy limitados alcances, para no conocer que la
Religión cristiana, tal como la explican los protestantes, es una
opinión, y no más; es un sistema formado de mil partes incoherentes, y
que pone el Cristianismo al nivel de las escuelas filosóficas. Y nadie
debe extrañar que parezca aventajarse algún tanto á ellas, y conserve
ciertos rasgos que dan á su fisonomía algo que no se encuentra en lo
que es puramente excogitado por el entendimiento del hombre; ¿sabéis
de dónde nace todo esto? Nace de aquella sublimidad de la doctrina, de
aquella santidad de moral, que, más ó menos desfiguradas, resplandecen
siempre en todo cuanto conserva algún vestigio de la palabra de
Jesucristo. Pero el endeble resplandor que queda luchando con las
sombras después que ha desaparecido del horizonte el astro luminoso, no
puede compararse con la luz del día; las sombras avanzan, se extienden,
y, ahogando el débil reflejo, acaban por sumir la tierra en obscuridad
tenebrosa.
Tal es la doctrina del Cristianismo entre los protestantes: con sólo
dar una ojeada á sus sectas se conoce que ni son meramente filosóficas,
ni tienen los caracteres de religión verdadera: el Cristianismo
está entre ellas sin una autoridad, y por esto parece un viviente
separado de su elemento, un árbol secado en su raíz; por esto presenta
la fisonomía pálida y desfigurada de un semblante que no está ya
animado por el soplo de vida. Habla el Protestantismo de la fe, y
su principio fundamental la hiere de muerte; ensalza el Evangelio,
y el mismo principio hace vacilar su autoridad, pues que le deja
abandonado al discernimiento del hombre; y, si pondera la santidad y
pureza de Jesucristo, ocurre desde luego que en algunas de las sectas
disidentes se le despoja de su divinidad, y que todas podrían hacerlo
muy bien, sin faltar al único principio que les sirve de punto de
apoyo. Y, una vez negada, ó puesta en duda, la divinidad de Jesucristo,
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la Civilización Europea (Vols 1-2) - 04