El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la Civilización Europea (Vols 1-2) - 15

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el primer cimiento que debía echarse para el desarrollo y grandor de
la civilización europea? Solo, sin vuestra ayuda, la llevó á cabo el
Catolicismo; y solo hubiera conducido á la Europa á sus altos destinos,
si vosotras no hubierais venido á torcer la majestuosa marcha de esas
grandes naciones, arrojándolas desatentadamente por un camino sembrado
de precipicios: camino cuyo término está cubierto con densas sombras,
en medio de las cuales sólo Dios sabe lo que hay.[15]


NOTAS

[1] Pág. 11.--_La historia de las variaciones de los
protestantes_, de Bossuet, es una de aquellas obras que
agotan su objeto; que ni dejan réplica, ni consienten
añadidura. Leída con reflexión esta obra inmortal, la causa
del Protestantismo está fallada bajo un aspecto dogmático; no
queda medio alguno entre el Catolicismo y la incredulidad.
Gibbon la había leído en su juventud, y se había hecho
católico, abandonando la religión protestante, en que había
sido educado. Después volvió á separarse de la Iglesia
católica, pero no fué protestante, sino incrédulo. Quizás no
disgustará á los lectores el oir de la boca de este célebre
escritor el juicio que formaba de la obra de Bossuet, y la
relación del efecto que le produjo su lectura; dice así:
«En la _Historia de las variaciones_, ataque tan vigoroso
como bien dirigido, desenvuelve, con felicísima mezcla de
raciocinio y de narración, las faltas, los extravíos, las
incertidumbres y las contradicciones de nuestros primeros
reformadores, cuyas variaciones, como él sostiene hábilmente,
llevan el carácter del error, mientras que la no _interrumpida
unidad de la Iglesia católica es la señal y testimonio de la
infalible verdad_: leí, aprobé, creí.» (_Gibbon, Memorias._)
[2] Pág. 13.--Lutero, á quien se empeñan todavía algunos
en presentárnoslo como un hombre de altos conceptos, de
pecho noble y generoso, de vindicador de los derechos de la
humanidad, nos ha dejado en sus escritos el más seguro y
evidente testimonio de su carácter violento, de su extremada
grosería y de la más feroz intolerancia. Enrique VIII, Rey
de Inglaterra, había refutado el libro de Lutero llamado
_de Captivitate Babilonica_, y, enojado este por semejante
atrevimiento, escribe al Rey, llamándole _sacrílego_, _loco_,
_insensato_, _el más grosero de todos los puercos y de todos
los asnos_. Si la majestad real no inspiraba á Lutero respeto
ni miramiento, tampoco tenía ninguna consideración al mérito.
Erasmo, quizás el hombre más sabio de su siglo, ó al menos
el más erudito, más literato y brillante, y que, por cierto,
no escaseó la indulgencia con Lutero y sus secuaces, fué, no
obstante, tratado con tanta virulencia por el fogoso corifeo,
así que éste vió que no podía traerle á la nueva secta, que,
lamentándose de ello Erasmo, decía: «que en su vejez se veía
obligado á pelear con una bestia feroz, ó con un furioso
jabalí». No se contentaba Lutero con palabras, sino que pasaba
á los hechos: y bien sabido es que por instigación suya fué
desterrado Carlostadio de los estados del duque de Sajonia,
hallándose, por efecto de la persecución, reducido á tal
miseria, que se veía precisado á ganarse el sustento llevando
leña, y haciendo otros oficios muy ajenos á su estado. En
sus ruidosas disputas con los zuinglianos, no desmintió
Lutero su carácter, llamándolos hombres _condenados_,
_insensatos_, _blasfemos_. Cuando así trataba á sus compañeros
disidentes, nada extraño es que llamase á los doctores
de Lovaina _verdaderas bestias_, _puercos_, _paganos_,
_epicúreos_, _ateos_; que prorrumpiese en otras expresiones
que la decencia no permite copiar, y que, desenfrenándose
contra el Papa, dijese, «que era un lobo rabioso, que todo
el mundo debía armarse contra él, sin esperar orden alguna
de los magistrados; que en este punto sólo podía caber
arrepentimiento por no haberle pasado el pecho con la espada;
y que todos aquellos que le seguían, debían ser perseguidos
como los soldados de un capitán de bandoleros, aunque fueran
reyes ó emperadores». Este es el espíritu de tolerancia y
libertad de que estaba animado Lutero: y cuenta que nos sería
fácil aducir muchas otras pruebas.
No se crea que tal intolerancia fuese exclusivamente propia
de Lutero; extendíase á todo el partido, y se hacían sentir
sus efectos de un modo cruel. Afortunadamente tenemos de esta
verdad un testigo irrefragable. Es Melanchton, el discípulo
querido de Lutero, uno de los hombres más distinguidos que ha
tenido el Protestantismo. «Me hallo en tal esclavitud (decía,
escribiendo á su amigo Camerario) como si estuviera en la
cueva de los cíclopes; por manera que apenas me es posible
explicarte mis penas, viniéndome á cada paso tentaciones de
escaparme.» «Son gente ignorante (decía en otra carta) que
no conoce piedad ni disciplina; mirad á los que mandan, y
veréis que estoy como Daniel en la cueva de los leones.» ¡Y
se dirá todavía que presidía á tamaña empresa un pensamiento
generoso, y que se trataba de emancipar el pensamiento humano!
La intolerancia de Calvino es bien conocida, pues, á más
de quedar consignada en el hecho indicado en el texto, se
manifiesta á cada paso en sus obras, por el tratamiento que
da á sus adversarios. _Malvados_, _tunantes_, _borrachos_,
_locos_, _furiosos_, _rabiosos_, _bestias_, _toros_,
_puercos_, _asnos_, _perros_, _viles esclavos de Satanás_: he
aquí las lindezas que se hallan á cada paso en los escritos
del célebre reformador. ¡Cuánto y cuánto de semejante podría
añadir, si no temiese fastidiar á los lectores!
[3] Pág. 14.--En la dieta de Espira se había hecho un decreto
que contenía varias disposiciones relativas al cambio de
religión: catorce ciudades del imperio no quisieron someterse
á este decreto y presentaron una _protesta_; de aquí vino
que los disidentes empezaron á llamarse _protestantes_. Como
este nombre es la condenación de las Iglesias separadas,
han tratado algunas veces de apropiarse otros; pero siempre
en vano. Los nombres que se daban eran falsos, y un nombre
falso no dura. ¿Qué pretendían significar cuando se
llamaban evangélicos? ¿acaso el que se atenían únicamente
al Evangelio? En tal caso mejor debían llamarse, bíblicos,
pues que no pretendían precisamente atenerse al Evangelio,
sino á la _Biblia_. Llámanse también á veces _reformados_, y
algunos suelen apellidar al Protestantismo _Reforma_; pero
basta pronunciar este nombre para descubrir su impropiedad.
_Revolución religiosa_ le cuadraría mucho mejor.
[4] Pág. 15.--El conde de Maistre, en su obra _Del Papa_,
ha desenvuelto este punto de los nombres de una manera
inimitable. Entre otras muchas observaciones hay una muy
atinada, cual es, que sólo la Iglesia católica tiene un nombre
_positivo_ y propio, con que se llama ella á sí misma, y hace
que la llamen los otros. Las Iglesias separadas han excogitado
varios, pero no han podido apropiárselos. «Si cada uno, dice,
es libre de darse el nombre que le agrada, la misma Lais en
persona podría escribir sobre la puerta de su casa: _Palacio
de Artemisa_. La dificultad está en obligar á los demás á
darnos el nombre que nosotros escogemos.»
No se crea que sea el conde de Maistre el inventor de ese
argumento de los nombres: habíanlo empleado de antemano San
Jerónimo y San Agustín: «Si oyeres, dice San Jerónimo, que se
llaman marcionistas, valentinianos, montanistas, sepas que no
son la Iglesia de Cristo, sino la Sinagoga del Anticristo.»
_Si audieris nuncupari marcionistas, valentinianos,
montanenses, scito non Ecclesiam Christi, sed Antichristi
esse Sinagogam._ (_Hieron., lib. adversus Luciferanios._)
«Tiéneme en la Iglesia, dice San Agustín, el mismo nombre de
católica, pues que no sin causa, y entre tantas sectas, le
obtuvo ella sola, y de tal manera, que, queriéndose llamar
católicos todos los herejes, sin embargo, si un peregrino
les pregunta por el templo católico, ninguno de los herejes
se atreve á mostrarle su basílica ó su casa.» «_Tenet me in
Ecclesia ipsum catholicae nomen, quod non sine causa inter
tam multas haereses, sic ipsa sola obtinuit, ut cum omnes
haeretici se catholicos dici velint, quaerenti tamen peregrino
alicui, ubi ad catholicam conveniatur, nullus haereticorum,
vel basilicam suam, vel domum audcat ostendere._» (_S. Aug._)
Esto que observaba San Agustín en su tiempo, se ha verificado
también con respecto á los protestantes, y pueden dar de ello
testimonio los que han visitado aquellos países en que hay
diferentes comuniones. Un ilustre español del siglo XVII y
que había pasado mucho tiempo en Alemania, nos dice: «Todos
quieren llamarse católicos y apostólicos, pero los demás los
llaman luteranos y calvinistas. _Singuli volunt dici catholici
et apostolici, sed volunt, et ab aliis non hoc praetenso illis
nomine, sed luterani potius aut calviniani nominantur._»
(_Caramuel._) «He habitado, continúa el mismo, en ciudades
de herejes, y vi con mis ojos y oí con mis oídos, una cosa
que debieran pesar los heterodoxos: esto es, _que á excepción
del predicador protestante, y de algunos pocos que pretenden
saber más de lo que conviene, todo el vulgo de los herejes
llama católicos á los romanos_.» (_Habitavi in haereticorum
civitatibus; et hoc propriis oculis vidi, propriis auditi
auribus, quod deberet ab haeterodoxis ponderari. Praeter
praedicantem, et pauculos qui plus sapiunt quam oportet
sapere, totum haereticorum vulgus catholicos vocat romanos._)
Tanta es la fuerza de la verdad. Los ideólogos saben muy bien
que semejantes fenómenos proceden de causas profundas, y que
estos argumentos son algo más que sutilezas.
[5] Pág 36.--Tanto se ha hablado de los abusos, tanto se ha
exagerado su influencia en los desastres que en los últimos
siglos han afligido á la Iglesia, teniéndose cuidado, al
propio tiempo, de ensalzar con hipócritas encomios la pureza
de las costumbres y la rigidez de la disciplina de los
primeros siglos, que algunos han llegado á imaginarse una
línea divisoria entre unos tiempos y otros; no concibiendo en
los primeros más que verdad y santidad, y no atribuyendo á los
segundos otra cosa que corrupción y mentira; como si en los
primeros siglos de la Iglesia todos los miembros hubiesen sido
ángeles, como si en todas épocas no hubiese tenido la Iglesia
que corregir errores y enfrenar pasiones. Con la historia
en la mano sería fácil reducir á su justo valor estas ideas
exageradas; exageración de que se hizo cargo el mismo Erasmo,
por cierto poco inclinado á disculpar á sus contemporáneos. En
un cotejo de su tiempo con los primeros siglos de la Iglesia,
hace ver hasta la evidencia, cuán infundado y pueril era el
prurito que entonces cundía de ensalzar todo lo antiguo para
deprimir lo presente. Un fragmento de este objeto se halla
entre las obras de Marchetti, en sus observaciones sobre las
historia de Fleury.
Curioso fuera también hacer una reseña de las disposiciones
tomadas por la Iglesia para refrenar toda clase de abusos.
Las colecciones de los concilios podrían suministrarnos tan
copiosa materia para comprobar este aserto, que no sería
fácil encerrarla en pocos volúmenes; ó, más bien, las mismas
colecciones, con toda su mole asombradora, no son otra cosa,
de un extremo á otro, que una prueba evidente de estas dos
verdades: primera, que en todos tiempos ha habido muchos
abusos que corregir; cosa necesaria, atendida la debilidad
y la corrupción humanas; segunda, que en todas épocas la
Iglesia ha procurado corregirlos, pudiendo, desde luego,
asegurarse que no es posible señalar uno, sin que se ofrezca
también la correspondiente disposición canónica que lo reprime
ó castiga. Estas observaciones acaban de dejar en claro que
el Protestantismo no tuvo su principal origen en los abusos,
sino que era una de aquellas grandes calamidades que, atendida
la volubilidad del espíritu humano y el estado en que se
encontraba la sociedad, puede decirse que son inevitables.
En el mismo sentido que dijo Jesucristo que era _necesario
que hubiese escándalos_, no porque nadie se halle forzado á
darlos, sino porque tal es la corrupción del corazón humano,
que, siguiendo las cosas el orden regular, no puede menos de
haberlos.
[6] Pág. 45.--Ese concierto, esa unidad, que se descubren en
el Catolicismo, deben llenar de admiración y asombro á todo
hombre juicioso, sean cuales fueren sus ideas religiosas.
Si no suponemos que _hay aquí el dedo de Dios_, ¿cómo será
posible explicar ni concebir la duración del centro de la
unidad, que es la Cátedra de Roma? Tanto se ha dicho ya
sobre la supremacía del Papa, que es muy difícil añadir nada
nuevo; pero quizás no desagradará á los lectores el que les
presente un interesante trozo de San Francisco de Sales, en
que reunió los varios y notables títulos que ha dado á los
Sumos Pontífices, y á su silla, la antigüedad eclesiástica.
Este trabajo del santo Obispo es interesante, no tan sólo por
lo que pica la curiosidad, sino también porque da margen á
gravísimas reflexiones, que el lector hará, sin duda, por sí
mismo. Helo aquí:
NOMBRES QUE SE HAN DADO AL PAPA
El muy santo Obispo de la Iglesia } En el concilio de Soissons de
Católica. } 300 Obispos.
El muy santo y muy feliz Patriarca. } Ibíd., tomo 7. Concil.
El muy feliz Señor. } S. Agustín., Ep. 95.
El Patriarca universal. } S. León P, Ep. 62.
El Jefe de la Iglesia del mundo. } Innoc. ad PP. Concili.
} Milevit.
El Obispo elevado á la cumbre } S. Cipr., Ep. 3 et 12.
apostólica. }
El Padre de los Padres. } Concil. de Calced., ses. 3.
El Soberano Pontífice de los } Ibíd. in praef.
Obispos. }
El Soberano Sacerdote. } Concil. de Calced., ses. 16.
El Príncipe de los Sacerdotes. } Esteban Ob. de Cartago.
El Prefecto de la Casa de Dios, } Concil. de Cartago, Ep. ad
y el Custodio y Guarda de la } Damasum.
viña del Señor. }
El Vicario de Jesucristo, y el } S. Jerón., praef. in Evang.
Confirmador de la fe de los } ad Damasum.
cristianos. }
El Sumo Sacerdote. } Valentiniano y toda la
} antigüedad.
El Soberano Pontífice. } Concil. de Calced., in Ep. ad
} Theod. Imper.
El Príncipe de los Obispos. } Ibíd.
El Heredero de los apóstoles. } S. Bern., lib. de Consid.
Abrahán por el Patriarcado. } S. Ambros., in 1 ad Tim., 3.
Melquisedech por el orden. } Concil. de Calced., Epist. ad
} Leonem.
Moisés por la autoridad. } S. Bern., Epist. 190
Samuel por la jurisdicción. } Ibíd. et in lib. de Consid.
Pedro por el poder. } Ibíd.
Cristo por la unción. } Ibíd.
El Pastor del aprisco de } Ibíd., lib. 2, Consid.
Jesucristo. }
El Llavero de la Casa de Dios. } Idem idem, cap. 8.
El Pastor de todos los pastores. } Ibíd.
El Pontífice llamado á la plenitud } Ibíd.
del poder.
San Pedro fué la boca de } S. Crisóst., Homil. 2, in
Jesucristo. } divers. serm.
La Boca y el Jefe del apostolado. } Orig., Hom. 55, in Matth.
La Cátedra y la Iglesia principal. } S. Cipr., Ep. 55, ad Corn.
El Origen de la unidad sacerdotal. } S. Cipr., Epist. 3,2
El Lazo de la unidad. } Idem ibíd., 4,2.
La Iglesia donde reside el poder } Idem ibíd., 3,8.
principal.
La Iglesia Raíz y Matriz de todas } S. Anaclet. Pap., Epist. ad
las demás Iglesias. } om. Episc. et fidel.
La Sede sobre la cual ha construído } S. Dámas., Ep., ad univ.
el Señor la Iglesia universal. } Episc.
El Punto Cardinal y el Jefe de } S. Marcelin., Pap., Epist. ad
todas las Iglesias. } Episc. Antioc.
El Refugio de los Obispos. } Conc. de Alex., Ep. ad Felic.
} P.
La Suprema Sede Apostólica. } S. Atanas.
La Iglesia presidente. } Imp. Justin., in 1, 8, Cod. de
} SS. Trinit.
La Sede Suprema que no puede } S. León, in nat. SS. Apost.
ser juzgada por otra. }
La Iglesia antepuesta á todas las } Víctor de Utica, in lib. de
demás Iglesias. } perfect.
La primera de todas las Sedes. } S. Próspero, lib. de Ingrat.
La Fuente apostólica. } S. Ignat., Ep. ad Rom, in
} Suscript.
El Puerto segurísimo de toda la } Concil. Rom. por S. Gelasio.
Comunión Católica. }
[7] Pág. 54.--He dicho que los más distinguidos protestantes
sintieron el vacío que encerraban todas las sectas separadas
de la Iglesia católica: voy á presentar las pruebas de esta
aserción, que quizás algunos juzgarían aventurada. Oigamos
al mismo Lutero, que, escribiendo á Zuinglio, decía: «Si
dura mucho el mundo, será de nuevo necesario, á causa de las
varias interpretaciones de la Escritura que ahora circulan,
para conservar la unidad de la fe, recibir los decretos de
los concilios y refugiarnos en ellos.» (_Si diutius steterit
mundus, iterum erit necessarium, propter diversas Scripturae
interpretationes quae nunc sunt, ad conservandam fidei
unitatem, ut conciliorum decreta recipiamus, adque ad ea
confugiamus._)
Melanchton, lamentándose de las funestas consecuencias de
la falta de jurisdicción espiritual, decía: «resultará una
libertad de ningún provecho á la posteridad»; y en otra
parte dice estas notabilísimas palabras: «En la Iglesia se
necesitan inspectores para conservar el orden, observar
atentamente á los que son llamados al ministerio eclesiástico,
velar sobre la doctrina de los sacerdotes, y ejercer los
juicios eclesiásticos; por manera que, si no hubiera obispos,
sería menester crearlos. _La monarquía del Papa serviría
también mucho para conservar entre tan diversas naciones la
uniformidad de la doctrina._»
Oigamos á Calvino: «Colocó Dios la silla de su culto en el
centro de la tierra, poniendo allí un Pontífice, único, á
quien miraran todos para conservarse mejor en la unidad.»
(Cultus sui sedem in medio terrae collocavit illi _unum_
Antistitem praefecit, quem omnes respicerent, quo melius in
_unitate_ continerentur.)» (Calv., inst. 6, §. 11.)
«Atormentáronme también á mí mucho y por largo tiempo, dice
Beza, esos mismos pensamientos que tú me pintas: veo á los
nuestros divagando á merced de todo viento de doctrina, y,
levantados en alto, caerse ahora á una parte, después á otra.
Lo que piensan hoy de la religión quizá podría saberlo; lo que
pensarán mañana, no. Las Iglesias que han declarado la guerra
al Romano Pontífice, _¿en qué punto de la religión convienen?
Recórrelo todo desde el principio al fin, y apenas encontrarás
cosa afirmada por uno que desde luego no la condene otro
como impía._» Exercuerunt me diu et multum illae, ipsae
quas describis cogitationes: video nostros palantes omni
doctrinae vento et, in altum sublatos, modo ad hanc, modo
ad illam partem deferri. Horum quae sit hodie de Religione
sententia scire fortasse possis; sed quae eras de eadem futura
sit opinio, neque tu certo affirmare queas. In quo tandem
religionis capite, congruunt inter se Ecclesiae, quae Romano
Pontifici bellum indixerunt? A capite ad calcem si percurras
omnia, nihil propemodum reperias, ab uno affirmari, quod
alter statim non impium esse clamitet. (Th. Epist. ad Andream
Duditium.)
Grocio, uno de los hombres más sabios que haya tenido el
Protestantismo, conoció también la flaqueza de los cimientos
en que estriban las sectas separadas. No son pocos los que
han creído que había muerto católico. Los protestantes le
acusaron de que intentaba convertirse al Catolicismo, y los
católicos que le habían tratado en París, pensaban de la
misma manera. No diré que sea verdad lo que se cuenta del
insigne P. Petau, amigo de Grocio, de que, habiendo sabido su
muerte, había celebrado misa por él; pero lo cierto es que
Grocio en su obra titulada _De Antichristo_ no piensa como
los protestantes que el Anticristo sea el Papa; lo cierto es
que en otra obra publicada, _Votum pro pace Ecclesiae_, dice
redondamente que «sin el primado del Papa no es posible dar
fin á las disputas, como acontece entre los protestantes»;
lo cierto es que en su obra póstuma, _Rivetiani apologetici
discussio_, asienta abiertamente el principio fundamental del
Catolicismo, á saber, que «los dogmas de la fe deben decidirse
por la tradición y la autoridad de la Iglesia, y no por la
sola Sagrada Escritura.»
La ruidosa conversión del célebre protestante Papín es otra
prueba de lo mismo que estamos demostrando. Meditaba Papín
sobre el principio fundamental del Protestantismo, y la
contradicción en que estaba con este principio la intolerancia
de los protestantes, pues que, estribando en el examen
privado, apelaban para conservarse á la vía de la autoridad,
y argumentaba de esta manera: «Si la vía de la autoridad de
que pretenden asirse es inocente y legítima, ella condena su
origen, en el que no quisieron sujetarse á la autoridad de
la Iglesia católica; mas, si la vía del examen que en sus
principios abrazaron fué recta y conforme, resulta entonces
condenada la vía de autoridad que ellos han ideado para evitar
excesos: quedando así abierto y allanado el camino á los
mayores desórdenes de la impiedad.»
Puffendorf, que por cierto no puede ser notado de frialdad
cuando se trata de atacar al Catolicismo, no pudo menos de
tributar su obsequio á la verdad, estampando una confesión
que le agradecerán todos los católicos. «La supresión de la
autoridad del Papa ha sembrado en el mundo infinitas semillas
de discordia; pues, no habiendo ya ninguna autoridad soberana
para terminar las disputas que se suscitaban en todas
partes, se ha visto á los protestantes dividirse entre si
mismos, y _despedazarse las entrañas con sus propias manos_.»
(Puffendorf, de Monarch. Pont. Rom.)
Leibnitz, ese grande hombre que, según la expresión de
Fontenelle, conducía de frente todas las ciencias, reconoció
también la debilidad del Protestantismo, y la firmeza de
organización de la Iglesia católica. Sabido es que, lejos
de participar del furor de los protestantes contra el Papa,
miraba su supremacía religiosa con las mayores simpatías.
Confesaba paladinamente la superioridad de las misiones
católicas sobre las protestantes; y las mismas comunidades
religiosas, objeto para muchos de tanta aversión, eran para
él altamente respetables. Cuando tales antecedentes se
tenían sobre las ideas religiosas de ese grande hombre, vino
á confirmarlos más y más una obra suya póstuma, publicada
en París por primera vez en 1819. Quizás no disgustará á
los lectores una breve noticia sobre acontecimiento tan
singular. En el citado año dióse á luz en París la _Exposición
de la doctrina de Leibnitz sobre la religión, seguida de
pensamientos extraídos de las obras del mismo autor, por M.
Emery, antiguo superior general de San Sulpicio_. En esta obra
de M. Emery está contenida la póstuma de Leibnitz, y cuyo
título en el manuscrito original es: _Sistema teológico_. El
principio de la obra es notable por su gravedad y sencillez,
dignas ciertamente de la grande alma de Leibnitz. Hele aquí:
«Después de largo y profundo estudio sobre las controversias
en materia de religión, implorada la asistencia divina, y
depuesto, al menos en cuanto es posible al hombre, todo
espíritu de partido, me he considerado como un neófito venido
del Nuevo Mundo, y que todavía no hubiese abrazado ninguna
opinión; y he aquí dónde al fin me he detenido, y, entre
todos los dictámenes que he examinado, lo que me parece que
debe ser reconocido por todo hombre exento de preocupaciones,
como lo más conforme á la Escritura Santa, á la respetable
antigüedad, y hasta á la recta razón y á los hechos históricos
más ciertos.»
Leibnitz establece en seguida la existencia de Dios, la
Encarnación, la Trinidad, y los otros dogmas del Cristianismo;
adopta con candor y defiende con mucha ciencia la doctrina
de la Iglesia católica sobre la tradición, los sacramentos,
el sacrificio de la misa, el culto de las reliquias y de las
santas imágenes, la jerarquía eclesiástica, y el primado del
Romano Pontífice. «En todos los casos, dice, que no permiten
los retardos de un concilio general, ó que no merecen ser
tratados en él, es preciso admitir que el primero de los
obispos, ó el Soberano Pontífice, tiene el mismo poder que la
Iglesia entera.»
[8] Pág. 63.--Quizás algunos podrían creer que lo dicho sobre
la vanidad de las ciencias humanas, y sobre la debilidad de
nuestro entendimiento, es con la sola mira de realzar la
necesidad de una regla en materias de fe. Muy fácil fuera
aducir larga serie de textos sacados de los escritos de los
hombres más sabios, antiguos y modernos; pero me contento con
insertar un excelente trozo de un ilustre español, de uno de
los hombres más grandes del siglo XVI. Es Luis Vives.
«_Iam mens ipsa, suprema animi et celsissima pars, videbit
quantopere sit tum natura sua tarda ac praepedita, tum
tenebris peccati caeca, et a doctrina, usu, ac solertia
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