Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 04

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españoles, y corriendo y jugando de aquella manera se pusieron algunos
sobre el puente levadizo para impedir que le alzasen. A poco y a una
señal convenida se abalanzaron los restantes al cuerpo de guardia,
desarmaron a los descuidados centinelas, y apoderándose de los fusiles
del resto de la tropa colocados en el armero, franquearon la entrada
a los granaderos ocultos en casa de D’Armagnac, a los que de cerca
siguieron todos los demás. La traición se ejecutó con tanta celeridad
que apenas había recibido la primera noticia el desavisado virrey,
cuando ya los franceses se habían del todo posesionado de la ciudadela.
D’Armagnac le escribió entonces, a manera de satisfacción, un oficio en
que al paso que se disculpaba con la necesidad, lisonjeábase de que en
nada se alteraría la buena armonía propia de dos fieles aliados: género
de mofa con que hacía resaltar su fementida conducta.
Por el mismo tiempo se había reunido en los Pirineos orientales
una división de tropas italianas y francesas, compuesta de 11.000
hombres de infantería y 1700 de caballería: [Marginal: Entra Duhesme
en Cataluña.] en 4 de febrero tomó en Perpiñán el mando el general
Duhesme, quien en sus memorias cuenta solo disponibles 7000 soldados:
a sus órdenes estaban el general italiano Lecchi y el francés Chabran.
A pocos días penetraron por la Junquera dirigiéndose a Barcelona con
intento, decían, de proseguir su viaje a Valencia. Antes de avistar
los muros de la capital de Cataluña recibió Duhesme una intimación
del capitán general conde de Ezpeleta, sucesor por aquellos días del
de Santa Clara para suspender su marcha hasta tanto que consultase a
la corte. Completamente ignoraba esta el envío de tropas por el lado
oriental de España, ni el embajador francés había siquiera informado
de la novedad, tanto más importante cuanto Portugal no podía servir
de capa a la reciente expedición. Duhesme lejos de arredrarse con el
requerimiento de Ezpeleta, contestó de palabra con arrogancia que a
todo evento llevaría a cabo las órdenes del emperador, y que sobre el
capitán general de Cataluña recaería la responsabilidad de cualquiera
desavenencia. Celebró un consejo el conde de Ezpeleta, y en él se
acordó permitir la entrada en Barcelona a las tropas francesas.
[Marginal: Llega a Barcelona.] Así lo realizaron el 13 de aquel mes
quedando no obstante en poder de la guarnición española Monjuich y
la ciudadela. Pidió Duhesme que en prueba de buena armonía se dejase
a sus tropas alternar con las nacionales en la guardia de todas las
puertas. Falto de instrucciones y temeroso de la enemistad francesa
accedió Ezpeleta con harta si bien disculpable debilidad a la imperiosa
demanda, colocando Duhesme en la puerta principal de la misma ciudadela
una compañía de granaderos, en cuyo puesto había solamente 20 soldados
españoles. Pesaroso el capitán general de haber llevado tan allá su
condescendencia, rogó al francés que retirase aquel piquete; pero muy
otras eran las intenciones del último, no contentándose ya con nada
menos que con la total ocupación. Andaba también Duhesme más receloso a
causa de la llegada a Barcelona del oficial de artillería Don Joaquín
Osma, a quien suponía enviado con especial encargo de que se velase a
la conservación de la plaza, probable conjetura en efecto si en Madrid
hubiera habido sombra de buen gobierno; mas era tan al contrario,
que Osma había sido comisionado para facilitar a los aliados cuanto
apeteciesen, y para recomendar la buena armonía y mejor trato. Solo se
le insinuó en instrucción verbal que procurase de paso indagar en las
conversaciones con los oficiales cuál fuese el verdadero objeto de la
expedición, como si para ello hubiera habido necesidad de correr hasta
Barcelona, y de despachar expresamente un oficial de explorador.
[Marginal: 28 de febrero: sorpresa de la ciudadela de Barcelona.]
Trató en fin Duhesme de apoderarse por sorpresa de la ciudadela y de
Monjuich el 28 de febrero: fue estimulado con el recibo aquel mismo día
de una carta escrita en París por el ministro de la Guerra, en la que
le suponía dueño de los fuertes de Barcelona; tácito modo de ordenar lo
que a las claras hubiera sido inicuo y vergonzoso. Para adormecer la
vigilancia de los españoles esparcieron los franceses por la ciudad que
se les había enviado la orden de continuar su camino a Cádiz, mentirosa
voz que se hacía más verosímil con la llegada del correo recibido.
Dijeron también que antes de la partida debían revistar las tropas,
y con aquel pretexto las juntaron en la explanada de la ciudadela,
apostando en el camino que de allí va a la Aduana un batallón de
vélites italianos, y colocando la demás fuerza de modo que llamase
hacia otra parte la atención de los curiosos. Hecha la reseña de
algunos cuerpos se dirigió el general Lecchi, con grande acompañamiento
de estado mayor, del lado de la puerta principal de la ciudadela, y
aparentando comunicar órdenes al oficial de guardia se detuvo en el
puente levadizo para dar lugar a que los vélites, cuya derecha se había
apoyado en la misma estacada, avanzasen cubiertos por el revellín que
defiende la entrada: ganaron de este modo el puente embarazado con los
caballos, después de haber arrollado al primer centinela, cuya voz
fue apagada por el ruido de los tambores franceses que en las bóvedas
resonaban. Entonces penetró Lecchi dentro del recinto principal con
su numerosa comitiva, le siguió el batallón de vélites y la compañía
de granaderos, que ya de antemano montaba la guardia en la puerta
principal, reprimió a los 20 españoles, obligados a ceder al número y a
la sorpresa: cuatro batallones franceses acudieron después a sostener
al que primero había entrado a hurtadillas, y acabaron de hacerse
dueños de la ciudadela. Dos batallones de guardias españolas y valonas
la guarnecían; pero llenos de confianza oficiales y soldados habían
ido a la ciudad a sus diversas ocupaciones, y cuando quisieron volver
a sus puestos encontraron resistencia en los franceses, quienes al fin
se lo permitieron después de haber tomado escrupulosas precauciones.
Los españoles pasaron luego la noche y casi todo el siguiente día
formados enfrente de sus nuevos y molestos huéspedes; e inquietos estos
con aquella hostil demostración, lograron que se diese orden a los
nuestros de acuartelarse fuera, y evacuar la plaza. Santilly, comandante
español, así que vio tan desleal proceder, se presentó a Lecchi como
prisionero de guerra, quien osando recordarle la amistad y alianza de
ambas naciones, al mismo tiempo que arteramente quebrantaba todos los
vínculos, le recibió con esmerado agasajo.
[Marginal: Sorpresa de Monjuich: 28 de febrero.]
Entretanto y a la hora en que parte de la guarnición había bajado a la
ciudad, otro cuerpo francés se avanzaba hacia Monjuich. La situación
elevada y descubierta de este fuerte impidió a los extranjeros tocar
sin ser vistos el pie de los muros. Al aproximarse se alzó el puente
levadizo, y en balde intimó el comandante francés Floresti que se le
abriesen las puertas: allí mandaba Don Mariano Álvarez. Desconcertado
Duhesme en su doloso intento recurrió a Ezpeleta, y poniendo por
delante las órdenes del emperador le amenazó tomar por fuerza lo que
de grado no se le rindiese. Atemorizado el capitán general ordenó la
entrega: dudó Álvarez un instante; mas la severidad de la disciplina
militar, y el sosiego que todavía reinaba por todas partes, le forzaron
a obedecer al mandato de su jefe. Sin embargo habiéndose conmovido
algún tanto Barcelona con la alevosa ocupación de la ciudadela, se
aguardó a muy entrada la noche para que sin riesgo pudiesen los
franceses entrar en el recinto de Monjuich.
Irritados a lo sumo con semejantes y repetidas perfidias los generosos
pechos de los militares españoles, se tomaron exquisitas providencias
para evitar un compromiso, y dejando en Barcelona a los guardias
españolas y valonas con la artillería, se mandó salir a Villafranca al
regimiento de Extremadura.
Al paso por Figueras había Duhesme dispuesto que se detuviese allí
alguna de su gente, alegando especiosos pretextos. Durante más de un
mes permanecieron dichos soldados tranquilos, hasta que ocupados todos
los fuertes de Barcelona trataron de apoderarse de la ciudadela de San
Fernando con la misma ruin estratagema empleada en las otras plazas.
[Marginal: 18 de marzo: ocupación de San Fernando de Figueras.] Estando
los españoles en vela acudieron a tiempo a la sorpresa y la impidieron;
mas el gobernador anciano y tímido dio permiso dos días después al
mayor Piat para que encerrase dentro 200 conscriptos, bajo cuyo nombre
metió el francés soldados escogidos, los cuales con otros que a su
sombra entraron se enseñorearon de la plaza el 18 de marzo, despidiendo
muy luego el corto número de españoles que la guarnecían.
[Marginal: 5 de marzo: entrega de S. Sebastián.]
Pocos días antes había caído en manos de los falsos amigos la plaza
de San Sebastián: era su gobernador el brigadier español Daiguillon,
y comandante del fuerte de Santa Cruz el capitán Douton. Advertido
aquel por el cónsul de Bayona de que Murat, gran duque de Berg, le
había indicado en una conversación cuán conveniente sería para la
seguridad de su ejército la ocupación de San Sebastián, dio parte de
la noticia al duque de Mahón, comandante general de Guipúzcoa, recién
llegado de Madrid. Inmediatamente consultó este al príncipe de la Paz,
y antes de que hubiera habido tiempo para recibir contestación, el
general Monthion, jefe de estado mayor de Murat, escribió a Daiguillon
participándole cómo el gran duque de Berg había resuelto que los
depósitos de infantería y caballería de los cuerpos que habían entrado
en la península se trasladasen de Bayona a San Sebastián,[*] [Marginal:
(* Ap. n. 1-10.)] y que fuesen alojados dentro, debiendo salir para
aquel destino del 4 al 5 de marzo. Apenas había el gobernador abierto
esta carta cuando recibió otra del mismo jefe avisándole que los
depósitos, cuya fuerza ascendería a 350 hombres de infantería y 70
de caballería, saldrían antes de lo que había anunciado. Comunicados
ambos oficios al duque de Mahón, de acuerdo con el gobernador y con el
comandante del fuerte, respondió el mismo duque rogando al de Berg
que suspendiese su resolución hasta que le llegase la contestación
de la corte, y ofreciendo entretanto alojar con toda comodidad fuera
de la plaza y del alcance del cañón los depósitos de que se trataba.
Ofendido el príncipe francés de la inesperada negativa escribió por sí
mismo en 4 de marzo una carta altiva y amenazadora al duque de Mahón,
quien no desdiciendo entonces de la conducta propia de un descendiente
de Crillon, replicó dignamente y reiteró su primera respuesta. Grande
sin embargo era su congoja y arriesgada su posición, cuando la flaca
condescendencia del príncipe de la Paz, y la necesidad en que había
estrechado a este su culpable ambición, sacaron a todos los jefes de
San Sebastián de su terrible y crítico apuro. Al margen del oficio que
en consulta se le había escrito puso el generalísimo Godoy de su mismo
puño, fecha 3 de marzo «que ceda el gobernador la plaza, pues no tiene
medio de defenderla; pero que lo haga de un modo amistoso según lo han
practicado los de las otras plazas, sin que para ello hubiese ni tantas
razones ni motivos de excusa como en San Sebastián.» De resultas ocupó
con los depósitos la plaza y el puerto el general Thouvenot.
He aquí el modo insidioso con que en medio de la paz y de una estrecha
alianza se privó a España de sus plazas más importantes: perfidia
atroz, deshonrosa artería en guerreros envejecidos en la gloriosa
profesión de las armas, ajena e indigna de una nación grande y
belicosa. Cuando leemos en la juiciosa historia de Coloma el ingenioso
ardid con que Fernando Tello Portocarrero sorprendió a Amiens, notamos
en la atrevida empresa agudeza en concebirla, bizarría en ejecutarla
y loable moderación al alcanzar el triunfo. La toma de aquella plaza,
llave entonces de la frontera de Francia del lado de la Picardía, y
cuya sorpresa, según nos dice Sully, oprimió de dolor a Enrique IV, era
legítima: guerra encarnizada andaba entre ambas naciones, y era lícito
al valor y a la astucia buscar laureles que no se habían de mancillar
con el quebrantamiento de la buena fe y de la lealtad. El bastardo
proceder de los generales franceses no solo era escandaloso por el
tiempo y por el modo, sino que también era tanto menos disculpable
cuanto era menos necesario. Dueño el gobierno francés de la débil
voluntad del de Madrid le hubiera bastado una mera insinuación, sin
acudir a la amenaza, para conseguir del obsequioso y sumiso aliado la
entrega de todas las plazas, como lo ordenó con la de San Sebastián.
[Marginal: 7 de febrero: orden para que la escuadra de Cartagena vaya a
Toulon.]
Tampoco echó Napoleón en olvido la marina, pidiendo con ahínco que se
reuniesen con sus escuadras las españolas. En consecuencia diose el 7
de febrero la orden a Don Cayetano Valdés, que en Cartagena mandaba
una fuerza de seis navíos, de hacerse a la vela dirigiendo su rumbo
a Toulon. Afortunadamente vientos contrarios, y, según se cree, el
patriótico celo del comandante, impidieron el cumplimiento de la orden,
tomando la escuadra puerto en las Baleares.
Hechos de tal magnitud no causaron en las provincias lejanas de España
impresión profunda. Ignorábanse en general, o se atribuían a amaños de
Godoy: lo dificultoso y escaso de las comunicaciones, la servidumbre
de la imprenta, y la extremada reserva del gobierno no daban lugar a
que la opinión se ilustrase, ni a que se formase juicio acertado de
los acaecimientos. En días como aquellos recoge el poder absoluto con
creces los frutos de su imprevisión y desafueros. También los pueblos,
si no son envueltos en su ruina, al menos participan bastantemente
de sus desgracias; como si la Providencia quisiera castigarlos de su
indolencia y culpable sufrimiento.
[Marginal: Desasosiego de la corte de Madrid.]
Por lo demás la corte estaba muy inquieta, y se asegura que el príncipe
de la Paz fue de los que primero se convencieron de la mala fe de
Napoleón, y de sus depravados intentos: disfrazábalos sin embargo
este, ofreciendo a veces en su conducta una alternativa hija quizá de
su misma vacilación e incertidumbre: [Marginal: Conducta ambigua de
Napoleón.] pues al paso que proyectaba y ponía en práctica hacerse
dueño de todo Portugal y de las plazas de la frontera, sin miramiento a
tratados ni alianzas, no solo regalaba a Carlos IV en los primeros días
de febrero, en prueba de su íntima amistad, quince caballos de coche,
sino que asimismo le escribía amargas quejas [Marginal: Sobresalto del
príncipe de la Paz.] por no haber reiterado la petición de una esposa
imperial para el príncipe de Asturias: y si bien no era unión esta
apetecible para Godoy, por lo menos no indicaba Bonaparte con semejante
demostración querer derribar del trono la estirpe de los Borbones.
Dudas y zozobras asaltaban de tropel la mente del valido, [Marginal:
Llegada a Madrid de Izquierdo.] cuando la repentina llegada por el mes
de febrero de su confidente Don Eugenio Izquierdo acabó de perturbar
su ánimo. En la numerosa corte que le tributaba continuado y lisonjero
incienso, prorrumpía en expresiones propias de hombre desatentado y
descompuesto. Hablaba de su grandeza, de su poderío; usaba de palabras
poco recatadas, y parecía presentir la espantosa desgracia que como en
sombra ya le perseguía. Interpretábase de mil maneras la apresurada
venida de Izquierdo, y nada por entonces pudo traslucirse, sino que
era de tal importancia, y anunciadora de tan malas nuevas, que los
reyes y el privado despavoridos preparábanse a tomar alguna impensada y
extraordinaria resolución.
Por una nota que después en 24 de marzo escribió Izquierdo,[*]
[Marginal: (* Ap. n. 1-11.)] y por lo que hemos oído a personas con él
conexionadas, podemos fundadamente inferir que su misión ostensible
se dirigía a ofrecer de un modo informal ciertas ideas al examen del
gobierno español, y a hacer sobre ellas varias preguntas; pero que
el verdadero objeto de Napoleón fue infundir tal miedo en la corte
de Madrid, que la provocase a imitar a la de Portugal en su partida,
resolución que le desembarazaba del engorroso obstáculo de la familia
real, y le abría fácil entrada para apoderarse sin resistencia del
vacante y desamparado trono español. Las ideas y preguntas arriba
indicadas fueron sugeridas por Napoleón y escritas por Izquierdo.
Reducíanse con corta variación a las que él mismo extendió en la
nota antes mencionada de 24 de marzo, y que recibida después del
levantamiento de Aranjuez, cayó en manos de los adversarios de Godoy.
Eran pues las proposiciones en ella contenidas: 1.ª Comercio libre
para españoles y franceses en sus respectivas colonias. 2.ª Trocar
las provincias del Ebro allá con Portugal, cuyo reino se daría en
indemnización a España. 3.ª Un nuevo tratado de alianza ofensiva y
defensiva. 4.ª Arreglar la sucesión al trono de España: y 5.ª Convenir
en el casamiento del príncipe de Asturias con una princesa imperial: el
último artículo no debía formar parte del tratado principal. Es inútil
detenerse en el examen de estas proposiciones que hubieran ofrecido
materia a reflexiones importantes, si hubieran sido objeto de algún
tratado o seria discusión. Admira no obstante la confianza o más bien
el descaro con que se presentaron sin hacerse referencia al tratado
de Fontainebleau, para cuya entera anulación no había España dado ni
ocasión ni pretexto. [Marginal: Sale Izquierdo el 10 de marzo para
París.] La misión de Izquierdo produjo el deseado efecto; y aunque el
10 de marzo salió para París con nuevas instrucciones y carta de Carlos
IV, habíanse ya perdido las esperanzas de evitar el terrible golpe que
amenazaba.
[Marginal: Tropas francesas que continuaron entrando en España.]
El gobierno francés no había interrumpido el envío sucesivo de
tropas y oficiales, y en el mes de marzo se formó un nuevo cuerpo
llamado de observación de los Pirineos occidentales que ascendía a
19.000 hombres, sin contar con 6000 de la guardia imperial, en cuyo
número se distinguían mamelucos, polacos y todo género y variedad de
uniformes propios a excitar la viva imaginación de los españoles. Se
encomendó esta fuerza al mando de Bessières, duque de Istria: parte de
los cuerpos se acabaron de organizar dentro de la península, y era
continuado su movimiento y ejercicio.
Había ya en el corazón de España, aun no incluyendo los de Portugal,
100.000 franceses, sin que a las claras se supiese su verdadero y
determinado objeto, y cuya entrada, según dejamos dicho, había sido
contraria a todo lo que solemnemente se había estipulado entre ambas
naciones. Faltaban a los diversos cuerpos en que estaba distribuido el
ejército francés un general en jefe, [Marginal: Murat nombrado general
en jefe del ejército francés en España.] y recayó la elección en Murat,
gran duque de Berg, con título de lugarteniente del emperador, de
quien era cuñado. Llegó a Bayona en los primeros días de marzo, solo
y sin acompañamiento; pero le habían precedido y le seguían oficiales
sueltos de todas graduaciones, quienes debían encargarse de organizar
y disciplinar los nuevos alistados que continuamente se remitían a
España. Llegó Murat a Burgos el 13 de marzo, y en aquel día dio una
proclama a sus soldados «para que tratasen a los españoles, nación
por tantos títulos estimable, como tratarían a los franceses mismos;
queriendo solamente el emperador el bien y felicidad de España.»
[Marginal: Piensa la corte de Madrid en partir para Andalucía.]
Tantas tropas y tan numerosos refuerzos que cada día se internaban
más y más en el reino; tanta mala fe y quebrantamiento de solemnes
promesas, el viaje de Izquierdo y sus temores; tanto cúmulo en fin de
sospechosos indicios impelieron a Godoy a tomar una pronta y decisiva
resolución. [Marginal: Providencias que toma.] Consultó con los reyes
y al fin les persuadió lo urgente que era pensar en trasladarse del
otro lado de los mares. Pareció antes oportuno, como paso previo,
adoptar el consejo dado por el príncipe de Castel-Franco de retirarse
a Sevilla, desde donde con más descanso se pondrían en obra y se
dirigirían los preparativos de tan largo viaje. Para remover todo
género de tropiezos se acordó formar un campo en Talavera, y se mandó
a Solano que de Portugal se replegase sobre Badajoz. Estas fuerzas
con las que se sacarían de Madrid, debían cubrir el viaje de SS. MM.,
y contener cualquiera movimiento que los franceses intentaran para
impedirle. También se mandó a las tropas de Oporto, cuyo digno general
Taranco había fallecido allí de un cólico violento, que se volviesen a
Galicia; y se ofició a Junot para que permitiese a Carrafa dirigirse
con sus españoles hacia las costas meridionales, en donde los ingleses
amenazaban desembarcar; artificio, por decirlo de paso, demasiado
grosero para engañar al general francés. Fue igualmente muy fuera de
propósito enviar a Dupont un oficial de estado mayor para exigirle
aclaración de las órdenes que había recibido, como si aquel hubiera de
comunicarlas, y como si en caso de contestar con altanería estuviera el
gobierno español en situación de reprimir y castigar su insolencia.
Tales fueron las medidas preliminares que Godoy miró como necesarias
para el premeditado viaje; pero inesperados trastornos desbarataron sus
intentos, desplomándose estrepitosamente el edificio de su valimiento y
grandeza.


RESUMEN
DEL
LIBRO SEGUNDO.

_Primeros indicios del viaje de la corte. — Orden para que la
guarnición de Madrid pase a Aranjuez. — Proclama de Carlos IV de 16 de
abril. — Conducta del embajador de Francia y de Murat. — Síntomas de
una conmoción. — Primera conmoción de Aranjuez. — Decreto de Carlos
IV: prisión de Don Diego Godoy. — Continúa la agitación y temores de
otra conmoción. — Segunda conmoción de Aranjuez. — Prisión de Godoy.
— Retrato de Godoy. — Tercer alboroto de Aranjuez. — Abdicación
de Carlos IV el 19 de marzo. — Conmoción de Madrid del 19 y 20 de
marzo. — Alborotos de las provincias. — Juicio sobre la abdicación de
Carlos IV. — Ministros del nuevo monarca. — Escóiquiz. — El duque
del Infantado. — El duque de San Carlos. — Primeras providencias
del nuevo reinado. — Proceso del príncipe de la Paz y de otros, 23
de marzo. — Grandes enviados para obsequiar a Murat y a Napoleón.
— Avanza Murat hacia Madrid. — Entrada de Fernando en Madrid en 24
de marzo. — Conducta impropia de Murat. — Opinión de España sobre
Napoleón. — Juicio sobre la conducta de Napoleón. — Propuesta de
Napoleón a su hermano Luis. — Correspondencia entre Murat y los reyes
padres. — Juicio sobre la protesta. — Siguen los tratos entre Murat y
los reyes padres. — Desasosiego en Madrid. — Llega Escóiquiz a Madrid
en 28 de marzo. — Fernán Núñez en Tours. — Entrega de la espada de
Francisco I. — Carta de Napoleón a Murat. — Viaje del infante Don
Carlos. — Llegada a Madrid del general Savary. — Aviso de Hervás. —
10 de abril: salida del rey para Burgos. — Nombramiento de una junta
suprema. — Sobre el viaje del rey. — Llega el rey el 12 de abril
a Burgos. — Llega a Vitoria el 14. — Escribe Fernando a Napoleón:
contesta este en 17 de abril. — Seguridad que da Savary. — Tentativas
o proposiciones para que el rey se escape. — Proclama al partir el rey
de Vitoria. — Sale de Vitoria el 19 de abril. — 20 de abril: entrada
del rey en Bayona. — Sigue la correspondencia entre Murat y los reyes
padres. — Pasan los reyes padres al Escorial. — Entrega de Godoy en
20 de abril. — Quejas y tentativas de Murat. — Reclama Carlos IV
la corona, y anuncia su viaje a Bayona. — Inquietud en Madrid. —
Alboroto en Toledo. — En Burgos. — Conducta altanera de Murat. —
Conducta de la junta, y medidas que propone. — Creación de una junta
que la sustituya. — Llegada a Madrid de D. Justo Ibarnavarro. —
Posición de los franceses en Madrid. — Revistas de Murat. — Pide
la salida para Francia del infante Don Francisco y reina de Etruria.
— 2 de mayo. — Salida de los infantes para Francia el 3 y el 4. —
Llega Napoleón a Bayona. — Se anuncia a Fernando que renuncie. —
Conferencias de Escóiquiz y Cevallos. — Llegada de Carlos IV a Bayona.
— Come con Napoleón. — Comparece Fernando delante de su padre. —
Condiciones de Fernando para su renuncia. — No se conforma el padre.
— Comparece por segunda vez Fernando delante de su padre. — Renuncia
Carlos IV en Napoleón. — Carlos IV y María Luisa. — Renuncia de
Fernando como príncipe de Asturias. — La reina de Etruria. — Planes
de evasión. — Se interna en Francia a la familia real de España. —
Inacción de la junta de Madrid. — Murat presidente de la junta. —
Equívoca conducta de la junta. — Napoleón piensa dar la corona de
España a José. — Diputación de Bayona. — Medidas de precaución de
Murat._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO SEGUNDO.

Los habitadores de España alejados de los negocios públicos, y gozando
de aquella aparente tranquilidad propia de los gobiernos despóticos,
estaban todavía ajenos de prever la avenida de males que, rebalsando
en su suelo como en campo barbechado, iban a cubrirle de espantosas
ruinas. [Marginal: Primeros indicios del viaje de la corte.] Madrid,
sin embargo agitado ya con voces vagas e inquietadoras, creció en
desasosiego con los preparativos que se notaron de largo viaje en
casa de Doña Josefa Tudó, particular amiga del príncipe de la Paz, y
con la salida de este para Aranjuez el día 13 de marzo. Sin aquel
incidente no hubiera la última ocurrencia llamado tanto la atención,
teniendo el valido por costumbre pasar una semana en Madrid, y otra en
el sitio en que habitaban SS. MM., quienes de mucho tiempo atrás se
detenían solamente en la capital dos meses del año, y aun en aquel al
trasladarse en diciembre del Escorial a Aranjuez, no tomaron allí su
habitual descanso, retraídos por el universal disgusto a que había dado
ocasión el proceso del príncipe de Asturias.
Viose muy luego cuán fundados eran los temores públicos; porque al
llegar al sitio el príncipe de la Paz, y después de haber conferenciado
con los reyes, anunció Carlos IV a los ministros del despacho la
determinación de retirarse a Sevilla. A pesar del sigilo con que se
quisieron tomar las primeras disposiciones, se traslució bien pronto
el proyectado viaje, [Marginal: Orden para que la guarnición de Madrid
pase a Aranjuez.] y acabaron de cobrar fuerza las voces esparcidas con
las órdenes que se comunicaron para que la mayor parte de la guarnición
de Madrid se trasladase a Aranjuez. Prevenido para su cumplimiento el
capitán general de Castilla, Don Francisco Javier Negrete, se avistó en
la mañana del 16 con el gobernador del consejo el coronel Don Carlos
Velasco, dándole cuenta de la salida de las tropas en todo aquel día,
en virtud de un decreto del generalísimo almirante; y previniéndole
al propio tiempo de parte del mismo publicar un bando que calmase la
turbación de los ánimos. No bastándole al gobernador la orden verbal,
exigió de Don Carlos Velasco que la extendiese por escrito, y con ella
se fue al consejo, en donde se acordó, como medida previa y antes de
obedecer el expresado mandato, que se expusiesen reverentemente a S.
M. las fatales consecuencias de un viaje tan precipitado. Aplaudiose
la determinación del consejo, aunque nos parece no fue del todo
desinteresada, si consideramos la incierta y precaria suerte que, con
la temida emigración más allá de los mares de la dinastía reinante,
había de caber a muchos de sus servidores y empleados. Así se vio que
hombres que como el marqués Caballero en los días de prosperidad habían
sido sumisos cortesanos, fueron los que con más empeño aconsejaron al
rey que desistiese de su viaje.
Fuese influjo de aquellas representaciones, o fuese más bien el
fundado temor a que daba lugar el público descontento, el rey trató
momentáneamente de suspender la partida, y mandó circular un decreto
a manera de proclama [Marginal: Proclama de Carlos IV de 16 de marzo.
(Véase el Ap. n. 2-1.)] que comenzaba por la desusada fórmula de
«amados vasallos míos.» La gente ociosa y festiva comparaba por la
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