Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 01

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HISTORIA
DEL
Levantamiento, Guerra y Revolución
de España.


HISTORIA
DEL
Levantamiento, Guerra y Revolución
DE ESPAÑA
POR
EL CONDE DE TORENO.
TOMO I.
Madrid:
IMPRENTA DE DON TOMÁS JORDÁN,
1835.


... quis nescit, primam esse historiæ legem, ne quid falsi dicere
audeat? deinde ne quid veri non audeat? ne qua suspicio gratiæ sit in
scribendo? ne qua simultatis?
CICER., _De Oratore, lib. 2, c. 15._


RESUMEN
DEL
LIBRO PRIMERO.

_Turbación de los tiempos. — Flaqueza de España. — Política de
Francia. — Paz de Presburgo. — Destronamiento de la casa de Nápoles.
— Tratos de paz con Inglaterra. — Rómpense estas negociaciones. —
También otras con Rusia. — Preparativos de guerra. — Tropas españolas
que van a Toscana. — Izquierdo: dinero que da a Napoleón. — Enfado
del príncipe de la Paz contra Napoleón. — Sus sospechas. — Piensa
ligarse con Inglaterra. — Envía allá a Don Agustín de Argüelles. —
Proclama del 5 de octubre. — Discúlpase con Napoleón. — Proyectos
contra España. — Los dos partidos que dividen el palacio español. —
Entretiénese a Izquierdo en París. — Mr. de Beauharnais embajador de
Francia en Madrid. — Secretos manejos con el partido del príncipe de
Asturias. — Tropas españolas que van al Norte. — Paz de Tilsit. —
Tropas francesas que se juntan en Bayona. — Portugal. — Notas de los
representantes de España y Francia en Lisboa. — Se retiran de aquella
corte. — 18 de octubre de 1807 cruza el Bidasoa la primera división
francesa. — 27 de octubre, tratado de Fontainebleau. — Causa del
Escorial. — Marcha de Junot hacia Portugal. — Entrada en Portugal,
19 de noviembre de 1807. — Llegada a Abrantes, 23 de noviembre.
— Proclama del príncipe regente de Portugal, 22 de noviembre. —
Instancia de Lord Strangford para que se embarque. — 29 de noviembre
da la vela la familia real portuguesa. — 30 de noviembre, entrada de
Junot en Lisboa. — Entrada de los españoles en Portugal. — 16 de
noviembre, viaje de Napoleón a Italia. — Reina de Etruria. — Carta de
Carlos IV a Napoleón. — Dudas de Napoleón sobre su conducta respecto
de España. — 22 de diciembre, Dupont en Irún. — 9 de enero de 1808,
entrada del cuerpo de Moncey. — 24 de id., publicaciones del Monitor.
— 1.º de febrero de 1808, proclama de Junot. — Forma nueva regencia,
de que se nombra presidente. — Gravosa contribución extraordinaria.
— Envía a Francia una división portuguesa. — 16 de febrero, toma de
la ciudadela de Pamplona. — Entra Duhesme en Cataluña. — Llega a
Barcelona. — 28 de febrero, sorpresa de la ciudadela de Barcelona.
— Id. sorpresa de Monjuich. — 18 de marzo, ocupación de San
Fernando de Figueras. — 5 de marzo, entrega de San Sebastián. — 7
de febrero, orden para que la escuadra de Cartagena vaya a Toulon. —
Desasosiego de la corte de Madrid. — Conducta ambigua de Napoleón. —
Sobresalto del príncipe de la Paz. — Llegada a Madrid de Izquierdo.
— Sale Izquierdo el 10 de marzo para París. — Tropas francesas que
continuaron entrando en España. — Murat nombrado general en jefe del
ejército francés en España. — Piensa la corte de Madrid en partir para
Andalucía. — Providencias que toma._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO PRIMERO.

[Marginal: Turbación de los tiempos.]
La turbación de los tiempos, sembrando por el mundo discordias,
alteraciones y guerras, había estremecido hasta en sus cimientos
antiguas y nombradas naciones. Empobrecida y desgobernada España,
hubiera al parecer debido antes que ninguna ser azotada de los recios
temporales que a otras habían afligido y revuelto. Pero viva aún la
memoria de su poderío, apartada al ocaso y en el continente Europeo
postrera de las tierras, habíase mantenido firme y conservado casi
intacto su vasto y desparramado imperio. No poco y por desgracia habían
contribuido a ello la misma condescendencia y baja humillación de su
gobierno, [Marginal: Flaqueza de España.] que ciegamente sometido al
de Francia, fuese democrático, consular o monárquico, dejábale este
disfrutar en paz hasta cierto punto de aparente sosiego, con tal que
quedasen a merced suya las escuadras, los ejércitos y los caudales que
aún restaban a la ya casi aniquilada España.
[Marginal: Política de Francia.]
Mas en medio de tanta sumisión, y de los trastornos y continuos
vaivenes que trabajaban a Francia, nunca habían olvidado sus muchos
y diversos gobernantes la política de Luis XIV, procurando atar al
carro de su suerte la de la nación española. Forzados al principio
a contentarse con tratados que estrechasen la alianza, preveían no
obstante que cuanto más onerosos fuesen aquellos para una de las partes
contratantes, tanto menos serían para la otra estables y duraderos.
Menester pues era que para darles la conveniente firmeza se
aunasen ambas naciones, asemejándose en la forma de su gobierno, o
confundiéndose bajo la dirección de personas de una misma familia,
según que se mudaba y trastrocaba en Francia la constitución
del estado. Así era que apenas aquel gabinete tenía un respiro,
susurrábanse proyectos varios, juntábanse en Bayona tropas, enviábanse
expediciones contra Portugal, o aparecían muchos y claros indicios de
querer entrometerse en los asuntos interiores de la península hispana.
Crecía este deseo ya tan vivo a proporción que las armas francesas
afianzaban fuera la prepotencia de su patria, y que dentro se
restablecían la tranquilidad y buen orden. A las claras empezó a
manifestarse cuando Napoleón ciñendo sus sienes con la corona de
Francia, fundadamente pensó que los Borbones sentados en el solio de
España mirarían siempre con ceño, por sumisos que ahora se mostrasen,
al que había empuñado un cetro que de derecho correspondía al tronco de
donde se derivaba su rama. [Marginal: Paz de Presburgo.] Confirmáronse
los recelos del francés después de lo ocurrido en 1805, al terminarse
la campaña de Austria con la paz de Presburgo.
[Marginal: Destronamiento de la casa de Nápoles.]
Desposeído por entonces de su reino Fernando IV de Nápoles, hermano
de Carlos de España, había la corte de Madrid rehusado durante cierto
tiempo asentir a aquel acto y reconocer al nuevo soberano José
Bonaparte. Por natural y justa que fuese esta resistencia, sobremanera
desazonó al emperador de los franceses, quien hubiera sin tardanza dado
quizá señales de su enojo, si otros cuidados no hubiesen fijado su
mente y contenido los ímpetus de su ira.
En efecto la paz ajustada con Austria estaba todavía lejos de
extenderse a Rusia, y el gabinete prusiano, de equívoca e incierta
conducta, desasosegaba el suspicaz ánimo de Napoleón. Si tales motivos
eran obstáculo para que este se ocupase en cosas de España, lo fueron
también por extremo opuesto las esperanzas de una pacificación general,
nacidas de resultas de la muerte de Pitt. [Marginal: Tratos de paz con
Inglaterra.] Constantemente había Napoleón achacado a aquel ministro,
finado en enero de 1806, la continuación de la guerra, y como la paz
era el deseo de todos hasta en Francia, forzoso le fue a su jefe no
atropellar opinión tan acreditada, cuando había cesado el alegado
pretexto, y entrado a componer el gabinete inglés Mr. Fox y Lord
Grenville con los de su partido.
Juzgábase que ambos ministros, sobre todo el primero, se inclinaban a
la paz, y se aumentó la confianza al ver que después de su nombramiento
se había entablado entre los gobiernos de Inglaterra y Francia
activa correspondencia. Dio principio a ella Fox valiéndose de un
incidente que favorecía su deseo. Las negociaciones duraron meses, y
aun estuvieron en París como plenipotenciarios los Lores Yarmouth y
Lauderdale. Dificultoso era en aquella sazón un acomodamiento a gusto
de ambas partes. Napoleón en los tratos mostró poco miramiento respecto
de España, pues entre las varias proposiciones hizo la de entregar la
isla de Puerto Rico a los ingleses, y las Baleares a Fernando IV de
Nápoles, en cambio de la isla de Sicilia que el último cedería a José
Bonaparte.
Correspondió el remate a semejantes propuestas, a las que se agregaba
el irse colocando la familia de Bonaparte en reinos y estados, como
también el establecimiento de la nueva y famosa confederación del
Rin. [Marginal: Rómpense estas negociaciones.] Rompiéronse pues las
negociaciones, anunciando Napoleón como principal razón la enfermedad
de Fox y su muerte acaecida en setiembre de 1806. [Marginal: También
otras con Rusia.] Por el mismo término caminaron las entabladas también
con Rusia, habiendo desaprobado públicamente el emperador Alejandro el
tratado que a su nombre había en París concluido su plenipotenciario
Mr. d’Oubril.
Aun en el tiempo en que andaban las pláticas de paz, dudosos todos
y aun quizá poco afectos a su conclusión, [Marginal: Preparativos de
guerra.] se preparaban a la prosecución de la guerra. Rusia y Prusia
ligábanse en secreto, y querían que otros estados se uniesen a su
causa. Napoleón tampoco se descuidaba, y aunque resentido por lo de
Nápoles con el gabinete de España, disimulaba su mal ánimo, procurando
sacar de la ciega sumisión de este aliado cuantas ventajas pudiese.
[Marginal: Tropas españolas que van a Toscana.]
De pronto, y al comenzar el año de 1806, pidió que tropas españolas
pasasen a Toscana a reemplazar las francesas que la guarnecían. Con
eso lisonjeando a las dos cortes, a la de Florencia porque consideraba
como suya la guardia de españoles, y a la de Madrid por ser aquel paso
muestra de confianza, conseguía Napoleón tener libre más gente, y al
mismo tiempo acostumbraba al gobierno de España a que insensiblemente
se desprendiese de sus soldados. Accedió el último a la demanda, y
en principios de marzo entraron en Florencia de 4 a 5000 españoles
mandados por el teniente general Don Gonzalo Ofárril.
[Marginal: Izquierdo: dinero que da a Napoleón.]
Como Napoleón necesitaba igualmente otro linaje de auxilios, volvió la
vista para alcanzarlos a los agentes españoles residentes en París.
Descollaba entre todos Don Eugenio Izquierdo, hombre sagaz, travieso
y de amaño, a cuyo buen desempeño estaban encomendados los asuntos
peculiares de Don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, disfrazados bajo
la capa de otras comisiones. En vano hasta entonces se había desvivido
dicho encargado por sondear respecto de su valedor los pensamientos del
Emperador de los franceses. Nunca había tenido otra respuesta sino
promesas y palabras vagas. Mas llegó mayo de 1806, y creciendo los
apuros del gobierno francés para hacer frente a los inmensos gastos que
ocasionaban los preparativos de guerra, reparó este en Izquierdo, y le
indicó que la suerte del príncipe de la Paz merecería la particular
atención de Napoleón, si se le acudía con socorros pecuniarios. Gozoso
Izquierdo y lleno de satisfacción, brevemente y sin estar para ello
autorizado, aprontó 24 millones de francos [*] [Marginal: (* Ap. n.
1-1.)] pertenecientes a la caja de consolidación de Madrid, según
convenio que firmó el 10 de mayo. Aprobó el de la Paz la conducta
de su agente, y contando ya con ser ensalzado a más eminente puesto
en trueque del servicio concedido, hizo que en nombre de Carlos IV
se confiriesen en 26 del mismo mayo [*] [Marginal: (* Ap. n. 1-2.)]
a dicho Izquierdo plenos poderes para que ajustase y concluyese un
tratado.
Pero Napoleón, dueño de lo que quería y embargados sus sentidos con
el nublado que del norte amagaba, difirió entrar en negociación hasta
que se terminasen las desavenencias con Prusia y Rusia. Ofendió la
tardanza al príncipe de la Paz, [Marginal: Enfado del príncipe de la
Paz contra Napoleón.] receloso en todos tiempos de la buena fe de
Napoleón, y temió de él nuevos engaños. Afirmáronle en sus sospechas
diversos avisos que por entonces le enviaron españoles residentes
en París; opúsculos y folletos que debajo de mano fomentaba aquel
gobierno, [Marginal: Sus sospechas.] y en que se anunciaba la entera
destrucción de la casa de Borbón, y en fin el dicho mismo del emperador
de que «si Carlos IV no quería reconocer a su hermano por rey de
Nápoles, su sucesor le reconocería.»
Tal cúmulo de indicios que progresivamente vinieron a despertar las
zozobras y el miedo del valido español, se acrecentaron con las
noticias e informes que le dio Mr. de Strogonoff nombrado ministro de
Rusia en la corte de Madrid, quien había llegado a la capital de España
en enero de 1806.
Animado el príncipe de la Paz con los consejos de dicho ministro, y mal
enojado contra Napoleón, [Marginal: Piensa ligarse con Inglaterra.]
inclinábase a formar causa común con las potencias beligerantes.
Pareciole no obstante ser prudente, antes de tomar resolución
definitiva, buscar arrimo y alianza en Inglaterra. Siendo el asunto
espinoso y pidiendo sobre todo profundo sigilo, determinó enviar a
aquel reino un sujeto que dotado de las convenientes prendas, no
excitase el cuidado del gobierno de Francia. [Marginal: Envía allí
a Don Agustín de Argüelles.] Recayó la elección en Don Agustín de
Argüelles que tanto sobresalió años adelante en las cortes congregadas
en Cádiz. Rehusaba el nombrado admitir el encargo por proceder de
hombre tan desestimado como era entonces el príncipe de la Paz; pero
instado por Don Manuel Sixto Espinosa, director de la consolidación, con
quien le unían motivos de amistad y de reconocimiento, y vislumbrando
también en su comisión un nuevo medio de contribuir a la caída del
que en Francia había destruido la libertad pública, aceptó al fin el
importante encargo confiado a su celo.
Ocultose a Argüelles [*] [Marginal: (* Ap. n. 1-3.)] lo que se trataba
con Strogonoff, y tan solo se le dio a entender que era forzoso
ajustar paces con Inglaterra si no se quería perder toda la América en
donde acababa de tomar a Buenos Aires el general Beresford. Recomendose
en particular al comisionado discreción y secreto, y con suma
diligencia saliendo de Madrid a últimos de setiembre, llegó a Lisboa
sin que nadie, ni el mismo embajador conde de Campo-Alange, trasluciese
el verdadero objeto de su viaje. Disponíase Don Agustín de Argüelles a
embarcarse para Inglaterra, cuando se recibió en Lisboa una desacordada
proclama del príncipe de la Paz, fecha 5 de octubre,[*] [Marginal:
Su proclama de 5 de octubre. (* Ap. n. 1-4.)] en la que apellidando
la nación a guerra sin designar enemigo, despertó la atención de las
naciones extrañas, principalmente de Francia. Desde entonces miró
Argüelles como inútil la continuación de su viaje y así lo escribió
a Madrid; mas sin embargo ordenósele pasar a Londres, en donde su
comisión no tuvo resulta, así por repugnar al gobierno inglés tratos
con el príncipe de la Paz, ministro tan desacreditado e imprudente,
como también por la mudanza que en dicho príncipe causaron los sucesos
del norte.
Allí Napoleón habiendo abierto la campaña en octubre de 1806, en vez
de padecer descalabros había entrado victorioso en Berlín, derrotando
en Jena al ejército prusiano. [Marginal: Discúlpase con Napoleón.] Al
ruido de sus triunfos, atemorizada la corte de Madrid y sobre todo el
privado, no hubo medio que no emplease para apaciguar el entonces justo
y fundado enojo del emperador de los franceses, quien no teniendo por
concluida la guerra en tanto que la Rusia no viniese a partido, fingió
quedar satisfecho con las disculpas que se le dieron, y renovó aunque
lentamente las negociaciones con Izquierdo.
[Marginal: Proyectos contra España.]
Mas no por eso dejaba de meditar cuál sería el más acomodado medio
para posesionarse de España, y evitar el que en adelante se repitiesen
amagos como el del 5 de octubre. Columbró desde luego ser para su
propósito feliz incidente andar [Marginal: Los dos partidos que dividen
el palacio español.] aquella corte dividida entre dos parcialidades,
la del príncipe de Asturias y la de Don Manuel Godoy. Habían nacido
estas de la inmoderada ambición del último, y de los temores que había
infundido ella en el ánimo del primero. Sin embargo estuvieron para
componerse y disiparse en el tiempo en que había resuelto el de la
Paz unirse con Inglaterra y las otras potencias del norte; creyendo
este con razón que en aquel caso era necesario acortar su vuelo, y
conformarse con las ideas y política de los nuevos aliados. Para ello,
y no exponer su suerte a temible caída, había el valido imaginado casar
al príncipe de Asturias [viudo desde mayo de 1806] con Doña María
Luisa de Borbón, hermana de su mujer Doña María Teresa, primas ambas
del rey e hijas del difunto infante Don Luis. El pensamiento fue tan
adelante que se propuso al príncipe el enlace. Mas Godoy veleidoso e
inconstante, variadas que fueron las cosas del norte, mudó de dictamen
volviendo a soñar en ideas de engrandecimiento. Y para que pasaran a
realidad condecorole el rey en 13 de enero de 1807 con la dignidad de
almirante de España e Indias, y tratamiento de Alteza.
[Marginal: Entretiénese a Izquierdo en París.]
Veníale bien a Napoleón que se aumentase la división y el desorden en
el palacio de Madrid. Atento a aprovecharse de semejante discordia,
al paso que en París se traía entretenido a Izquierdo y al partido
de Godoy, se despachaba a España para tantear el del príncipe de
Asturias a Mr. de Beauharnais, [Marginal: Mr. de Beauharnais embajador
de Francia en Madrid.] quien como nuevo embajador presentó sus
credenciales a últimos de diciembre de 1806. Empezó el recién llegado
a dar pasos, mas fueron lentos hasta meses después que llevando visos
de terminarse la guerra del norte, juzgó Napoleón que se acercaba el
momento de obrar.
Presentósele, en la persona de Don Juan Escóiquiz, conducto acomodado
para ayudar sus miras. Antiguo maestro del príncipe de Asturias,
vivía como confinado en Toledo, de cuya catedral era canónigo y
dignidad, y de donde por orden de S. A., con quien siempre mantenía
secreta correspondencia, había regresado a Madrid en marzo de 1807.
Conferenciose mucho entre él y sus amigos sobre el modo de atajar la
ambición de Godoy, y sacar al príncipe de Asturias de situación que
conceptuaban penosa y aun arriesgada.
Habían imaginado sondear al embajador de Francia, y de resultas
supieron por Don Juan Manuel de Villena, gentil-hombre del príncipe de
Asturias, y por Don Pedro Giraldo, brigadier de ingenieros, maestro
de matemáticas del príncipe e infantes, y cuyos sujetos estaban en el
secreto, hallarse Mr. de Beauharnais pronto a entrar en relaciones con
quien S. A. indicase. [Marginal: Secretos manejos con el partido del
príncipe de Asturias.] Dudose si la propuesta encubría o no engaño;
y para asegurarse unos y otros, convínose en una pregunta y seña que
recíprocamente se harían en la corte el príncipe y el embajador.
Cerciorados de no haber falsedad y escogido Escóiquiz para tratar,
presentó a este en casa de dicho embajador el duque del Infantado, con
pretexto de regalarle un ejemplar de su poema sobre la conquista de
Méjico. Entablado conocimiento entre Mr. de Beauharnais y el maestro
del príncipe, avistáronse un día de los de julio y a las dos de la
tarde en el Retiro. La hora, el sitio y lo caluroso de la estación les
daba seguridad de no ser notados.
Hablaron allí sosegadamente del estado de España y Francia, de la
utilidad para ambas naciones de afianzar su alianza en vínculos
de familia, y por consiguiente de la conveniencia de enlazar al
príncipe Fernando con una princesa de la sangre imperial de Napoleón.
El embajador convino con Escóiquiz en los más de los puntos,
particularmente en el último, quedando en darle posterior y categórica
contestación. Siguiéronse a este paso otros más o menos directos, pero
que nada tuvieron de importante hasta que en 30 de setiembre escribió
Mr. de Beauharnais una carta a Escóiquiz, en la que rayando las
expresiones de que _no bastaban cosas vagas_, sino que se necesitaba
una _segura prenda_ (_une garantie_), daba por lo mismo a entender
que aquellas salían de boca de su amo. Movido de esta insinuación se
dirigió el príncipe de Asturias en 11 de octubre al emperador francés,
en términos que, según veremos muy luego, hubiera podido resultar grave
cargo contra su persona.
Hasta aquí llegaron los tratos del embajador Beauharnais con Don Juan
Escóiquiz, cuyo principal objeto se enderezaba a arreglar la unión del
príncipe Fernando con una sobrina de la emperatriz, ofrecida después
al duque de Aremberg. Todo da indicio de que el embajador obró según
instrucciones de su amo; y si bien es verdad que este desconoció como
suyos los procedimientos de aquel, no es probable que se hubiera Mr.
de Beauharnais expuesto con soberano tan poco sufrido a dar pasos de
tamaña importancia sin previa autorización. Pudo quizá excederse; quizá
el interés de familia le llevó a proponer para esposa una persona con
quien tenía deudo; pero que la negociación tomó origen en París lo
acredita el haber después sostenido el emperador a su representante.
[Marginal: Tropas españolas que van al Norte.]
Sin embargo tales pláticas tenían más bien traza de entretenimiento que
de seria y deliberada determinación. Íbale mejor al arrebatado temple
de Napoleón buscar por violencia o por malos artes el cumplimiento de
lo que su política o su ambición le sugería. Así fue que para remover
estorbos e irse preparando a la ejecución de sus proyectos, de nuevo
pidió al gobierno español auxilio de tropas; y conformándose Carlos IV
con la voluntad de su aliado, decidió en marzo de 1807 que una división
unida con la que estaba en Toscana, y componiendo juntas un cuerpo de
14.000 hombres, se dirigiese al norte de Europa.[*] [Marginal: (* Ap.
n. 1-5.)] De este modo menguaban cada día en España los recursos y
medios de resistencia.
Entretanto Napoleón habiendo continuado con feliz progreso la campaña
emprendida contra las armas combinadas de Prusia y Rusia, había
en 8 de julio siguiente concluido la paz en Tilsit. [Marginal: Paz
de Tilsit.] Algunos se han figurado que se concertaron allí ambos
emperadores ruso y francés acerca de asuntos secretos y arduos, siendo
uno entre ellos el de dejar a la libre facultad del último la suerte de
España. Hemos consultado en materia tan grave respetables personajes,
y que tuvieron principal parte en aquellas conferencias y tratos. Sin
interés en ocultar la verdad, y lejos ya del tiempo en que ocurrieron,
han respondido a nuestras preguntas que no se había entonces hablado
sino vagamente de asuntos de España; y que tan solo Napoleón quejándose
con acrimonia de la proclama del príncipe de la Paz, añadía a veces
que los españoles luego que le veían ocupado en otra parte, mudaban de
lenguaje y le inquietaban.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que con la paz asegurado
Napoleón de la Rusia a lo menos por de pronto, pudo con más desahogo
volver hacia el mediodía los inquietos ojos de su desapoderada
ambición. Pensó desde luego disfrazar sus intentos con la necesidad
de extender a todas partes el sistema continental [cuyas bases había
echado en su decreto de Berlín de febrero del mismo año], y de arrancar
a Inglaterra a su antiguo y fiel aliado el rey de Portugal. Era en
efecto muy importante para cualquiera tentativa o plan contra la
península someter a su dominio a Lisboa, alejar a los ingleses de los
puertos de aquella costa, y tener un pretexto al parecer plausible con
que poder internar en el corazón de España numerosas fuerzas.
Para dar principio a su empresa promovió muy particularmente las
negociaciones entabladas con Izquierdo, y a la sombra de aquellas y
del tratado que se discutía, [Marginal: Tropas francesas que se juntan
en Bayona] empezó en agosto de 1807 a juntar en Bayona un ejército de
25.000 hombres con el título de cuerpo de observación de la Gironda,
nombre con que cautelosamente embozaba el gobierno francés sus hostiles
miras contra la península española. Diose el mando de aquella fuerza
a Junot, quien embajador en Portugal en 1805 había desamparado la
pacífica misión para acompañar a su caudillo en atrevidas y militares
empresas. Ahora se preparaba a dar la vuelta a Lisboa, no ya para
ocupar su antiguo puesto, sino más bien para arrojar del trono a una
familia augusta que le había honrado con las insignias de la orden de
Cristo.
[Marginal: Portugal.]
Aunque no sea de nuestro propósito entrar en una relación
circunstanciada de los graves acontecimientos que van a ocurrir en
Portugal, no podemos menos de darles aquí algún lugar como tan unidos y
conexos con los de España. En París se examinaba con Izquierdo el modo
de partir y distribuirse aquel reino, y para que todo estuviese pronto
el día de la conclusión del tratado, además de la reunión de tropas a
la falda del Pirineo, se dispuso que negociaciones seguidas en Lisboa
abriesen el camino a la ejecución de los planes en que conviniesen
ambas potencias contratantes. [Marginal: Notas de los representantes
de España y Francia en Lisboa.] Comenzose la urdida trama por notas
que en 12 de agosto pasaron el encargado de negocios francés Mr. de
Rayneval y el embajador de España conde de Campo-Alange. Decían en
ellas que tenían la orden de pedir sus pasaportes y declarar la guerra
a Portugal si para el 1.º de setiembre próximo el príncipe regente no
hubiese manifestado la resolución de romper con la Inglaterra, y de
unir sus escuadras con las otras del continente para que juntas obrasen
contra el común enemigo: se exigía además la confiscación de todas las
mercancías procedentes de origen británico, y la detención como rehenes
de los súbditos de aquella nación. El príncipe regente de acuerdo con
Inglaterra respondió que estaba pronto a cerrar los puertos a los
ingleses, y a interrumpir toda correspondencia con su antiguo aliado;
mas que en medio de la paz confiscar todas las mercancías británicas,
y prender a extranjeros tranquilos, eran providencias opuestas a los
principios de justicia y moderación que le habían siempre dirigido.
[Marginal: Se retiran de aquella corte.] Los representantes de España y
Francia no habiendo alcanzado lo que pedían [resultado conforme a las
verdaderas intenciones de sus respectivas cortes], partieron de Lisboa
antes de comenzarse octubre, y su salida fue el preludio de la invasión.
Todavía no estaban concluidas las negociaciones con Izquierdo; todavía
no se había cerrado tratado alguno, cuando Napoleón impaciente, lleno
del encendido deseo de empezar su proyectada empresa, e informado de
la partida de los embajadores, [Marginal: 18 de octubre: cruza el
Bidasoa la primera división francesa.] dio orden a Junot para que
entrase en España, y el 18 de octubre cruzó el Bidasoa la primera
división francesa a las órdenes del general Delaborde, época memorable,
principio del tropel de males y desgracias, de perfidias y heroicos
hechos que sucesivamente nos va a desdoblar la historia. Pasada la
primera división, la siguieron la segunda y la tercera mandadas por
los generales Loison y Travot, con la caballería, cuyo jefe era el
general Kellerman. En Irún tuvo orden de recibir y obsequiar a Junot
Don Pedro Rodríguez de la Buria, encargo que ya había desempeñado en
la otra guerra con Portugal. Las tropas francesas se encaminaron por
Burgos y Valladolid hacia Salamanca, a cuya ciudad llegaron veinticinco
días después de haber entrado en España. Por todas partes fueron
festejadas y bien recibidas, y muy lejos estaban de imaginarse los
solícitos moradores del tránsito la ingrata correspondencia con que iba
a pagárseles tan esmerada y agasajadora hospitalidad.
Tocaron mientras tanto a su cumplido término las negociaciones que
andaban en Francia, [Marginal: 27 de octubre, tratado de Fontainebleau.
(* Ap. n. 1-6.)] y el 27 de octubre en Fontainebleau se firmó entre
Don Eugenio Izquierdo y el general Duroc, gran mariscal de palacio
del emperador francés, un tratado [*] compuesto de catorce artículos
con una convención anexa comprensiva de otros siete. Por estos
conciertos se trataba a Portugal del modo como antes otras potencias
habían dispuesto de la Polonia, con la diferencia que entonces fueron
iguales y poderosos los gobiernos que entre sí se acordaron, y en
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