Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 23

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las armas sino en calidad de depósito, para devolvérselas a su
embarco. Pero esta distinción desaparecía en el artículo 6.º en donde
se estipulaba que todas las tropas francesas de Andalucía se harían a
la vela desde Sanlúcar y Rota para Rochefort en buques tripulados por
españoles. Ignoramos si hubo o no malicia en la inserción del artículo.
Si procedió de ardid de los negociadores franceses, enredáronse
entonces en su propio lazo, pues no era hacedero aprestar los
suficientes barcos con tripulación nacional. Tenemos por más probable
que anhelando todos concluir el convenio se precipitaron a cerrarle,
dejándole en parte ambiguo y vago.
La capitulación firmose en Andújar el 22 de julio por Don Francisco
Javier Castaños y el conde de Tilly a nombre de los españoles, y lo
fue al de los franceses por los generales Marescot y Chabert. Al día
siguiente desfiló la fuerza que estaba a las órdenes inmediatas del
general Dupont por delante de la reserva y tercera división españolas,
a cuyo frente se hallaban los generales Castaños y Don Manuel de la
Peña. Censurose que se diera la mayor honra y prez de la victoria a
las tropas que menos habían contribuido a alcanzarla. Componíase la
primera fuerza francesa de 8248 hombres, [Marginal: Rinden las armas
los franceses.] la cual rindió sus armas a 400 toesas del campo. El
24 trasladose el mismo Castaños a Bailén, en donde las divisiones
de Vedel y Dufour que constaban de 9393 hombres abandonaron sus
fusiles, colocándolos en pabellones sobre el frente de banderas. Además
entregaron unos y otros las águilas como también los caballos y la
artillería que contaba 40 piezas. De suerte que entre los que habían
perecido en la batalla, los rendidos y los que después sucesivamente se
rindieron en la sierra y Mancha, pasaba el total del ejército enemigo
de 21.000 hombres. El número de sus muertos ascendía a más de 2000
con gran número de heridos. Entre ellos perecieron el general Dupré
y varios oficiales superiores. Dupont quedó también contuso. De los
nuestros murieron 243, quedando heridos más de 700.
[Marginal: Reflexiones sobre la batalla.]
Día fue aquel de ventura y gloria para los españoles, de eterna
fama para sus soldados, de terrible y dolorosa humillación para los
contrarios. Antes vencedores estos contra las más aguerridas tropas
de Europa, tuvieron que rendir ahora sus armas a un ejército bisoño
compuesto en parte de paisanos y allegado tan apresuradamente que
muchos sin uniforme todavía conservaban su antiguo y tosco vestido.
Batallaron sin embargo los franceses con honra y valentía; cedieron a
la necesidad, pero cedieron sin afrenta. Algunos de sus caudillos no
pudieron ponerse a salvo de una justa y severa censura. Allá en Roma
en parecido trance pasaron sus cónsules bajo el yugo despojados, y
medio desnudos al decir de Tito Livio: «aquí hubo jefes que tuvieron
más cuenta con la mal adquirida riqueza que con el buen nombre.» No ha
faltado entre sus compatriotas quien haya achacado la capitulación al
deseo de no perder el cuantioso botin que consigo llevaban. Pudo caber
tan ruin pensamiento en ciertos oficiales, mas no en su mayor y más
respetable número. Guerreros bravos y veteranos lidiaron con arrojo y
maestría; sometiéronse a su mala estrella y a la dicha y señalado brío
de los españoles.
La victoria pesada en la balanza de la razón casi tocó en portento.
Cierto que las divisiones de Reding y de Coupigny, únicas que en
realidad lidiaron, contaban un tercio de fuerza más que las de
Dupont, constando estas de 8000 hombres, y aquellas de 14.000. ¡Pero
qué inferioridad en su composición! Las francesas superiorísimas en
disciplina, bajo generales y oficiales inteligentes y aguerridos,
bien pertrechadas y con artillería completa y bien servida, tenían
la confianza que dan tamañas ventajas y una serie no interrumpida de
victorias. Las españolas mal vestidas y armadas, con oficiales por
la mayor parte poco prácticos en el arte de la guerra y con soldados
inexpertos, eran más bien una masa de hombres de repente reunidos, que
un ejército en cuyas filas hubiese la concordancia y orden propios
de un ejército a punto de combatir. Nuestra caballería por su mala
organización conceptuábase como nula a pesar del valor de los jinetes,
al paso que la francesa brillaba y se aventajaba por su arreglo y
destreza. La posición ocupada por los españoles no fue más favorable
que la de los enemigos, habiendo al contrario tenido estos la fortuna
de acometer los primeros a los nuestros que comenzaban su marcha. Podrá
alegarse que hallándose a la retaguardia de Dupont las fuerzas de
Castaños y Peña, se le inutilizaba a aquel su superioridad viéndose así
perseguido y estrechado; pero en respuesta diremos que también Reding
tuvo a sus espaldas las tropas de Vedel, con la diferencia que las de
Peña nunca llegaron al ataque, y las otras le realizaron por dos veces.
No es extraño que mortificados los vencidos con la impensada rota, la
hayan asimismo achacado a la penuria que experimentaban sus soldados,
al cansancio y al calor terrible en aquella estación y en aquel clima.
Pero si los víveres abundaban en el campo de los españoles, era igual
o mayor la fatiga, y no herían con menos violencia los rayos del sol
a muchos de los que siendo de provincias más frescas estaban tan
desacostumbrados como los franceses a los ardores de las del mediodía,
de que varios cayeron sofocados y muertos. Hanse reprendido a Dupont y
a sus generales graves faltas, y ¡cuáles no cometieron los españoles!
Si Vedel y los suyos corrieron a la Carolina tras un enemigo que no
existía, Castaños y la Peña se pararon sobrado tiempo en los Visos de
Andújar, figurándose tener delante un enemigo que había desaparecido.
El general francés reputado como uno de los primeros de su nación,
aventajábase en nombradía al español, habiéndose ilustrado con
gloriosos hechos en Italia y en las orillas del Danubio y del Elba.
Castaños, después de haber servido con distinción en la campaña de
Francia de 1793, gozaba fama de buen oficial y de hombre esforzado,
mas no había todavía tenido ocasión de señalarse como general en jefe.
Suave de condición amábanle sus subalternos; mañero en su conducta
acusábanle otros de saber aprovecharse en beneficio propio de las
hazañas ajenas. Así fue que quisieron privarle de todo loor y gloria
en los triunfos de Bailén. Juicio apasionado e injusto. Pues si a la
verdad no asistió en persona a la acción, y anduvo lento en moverse de
Andújar, no por eso dejó de tomar parte en la combinación y arreglo
acordado para atacar y destruir al enemigo. Por lo demás la ventaja
real que en esta célebre jornada asistió a los españoles, fue el puro
y elevado entusiasmo que los animaba y la certeza de la justicia de la
causa que defendían, al paso que los franceses decaídos en medio de
un pueblo que los aborrecía, abrumados con su bagaje y sus riquezas,
conservaban sí el valor de la disciplina y el suyo propio, pero no
aquella exaltación sublime con que habían asombrado al mundo en las
primeras campañas de la revolución.
Nos hemos detenido algún tanto en el cotejo de los ejércitos
combatientes y en el de sus operaciones, no para dar preferencia en las
armas a ninguna de las dos naciones, sino para descubrir la verdad y
ponerla en su más espléndido y claro punto. Los habitadores de España
y Francia como todos los de Europa igualmente bravos y dispuestos a
las acciones más dignas y elevadas, han tenido sus tiempos de gloria y
abatimiento, de fortuna y desdicha, dependiendo sus victorias o de la
previsión y tino de sus gobiernos, o de la maestría de sus caudillos, o
de aquellos acasos tan comunes en la guerra, y por los que con razón se
ha dicho que las armas tienen sus días.
[Marginal: Camina el ejército rendido a la costa.]
Los franceses después de haberse rendido, emprendieron su viaje hacia
la costa de noche y a cortas jornadas. Además de las contradicciones
e inconvenientes que en sí envolvía la capitulación, casi la
imposibilitaban las circunstancias del día. La autoridad, falta de
la necesaria fuerza, no podía enfrenar el odio que había contra los
franceses, causadores de una guerra que Napoleón mismo calificó alguna
vez de sacrílega.[*] [Marginal: (* Ap. n. 4-16.)] El modo pérfido
con que ella había comenzado, los excesos, robos y saqueos cometidos
en Córdoba y su comarca, tanto más pesados, cuanto recaían sobre
pueblos no habituados desde siglos a ver enemigos en sus hogares,
excitaban un clamor general, y creíase universalmente que ni pacto ni
tratado debía guardarse con los que no habían respetado ninguno. En
semejante conflicto la junta de Sevilla consultó con los generales
Morla y Castaños acerca de asunto tan grave. Disintieron ambos en sus
pareceres. Con razón el último sostenía el fiel cumplimiento de lo
estipulado, en contraposición del primero que buscaba la aprobación y
aplauso popular. Adhirió la junta al dictamen de este, aunque injusto
e indebido. Para sincerarse circuló un papel en cuyo contexto intentó
probar que los franceses habían infringido la capitulación, y que suya
era la culpa si no se cumplía. Efugio indigno de la autoridad soberana
cuando había una razón principalísima, y que fundadamente podía
producirse, cual era la falta de transportes y marinería.
[Marginal: Desorden en Lebrija causado por la presencia de los
prisioneros.]
Por pequeña ocasión aumentáronse las dificultades. Acaeció pues en
Lebrija que descubriéndose casualmente en las mochilas de algunos
soldados más dinero que el que correspondía a su estado y situación,
irritose en extremo el pueblo, y ellos para libertarse del enojo que
había promovido el hallazgo, trataron de descargarse acusando a los
oficiales. Del alboroto y pendencia resultaron muertes y desgracias.
Propúsoseles entonces a los prisioneros que para evitar disturbios se
sujetasen a un prudente registro, depositando los equipajes en manos de
la autoridad. No cedieron al medio indicado, y otro incidente levantó
en el Puerto de Santa María gran bullicio. [Marginal: En el Puerto de
Santa María.] Al embarcarse allí el 14 de agosto para pasar la bahía,
cayose de la maleta de un oficial una patena y la copa de un cáliz.
Fácil es adivinar la impresión que causaría la vista de semejantes
objetos. Porque además de contravenirse a la capitulación en que se
había expresamente estipulado la restitución de los vasos sagrados, se
escandalizaba sobremanera a un pueblo que en tan gran veneración tenía
aquellas alhajas. Encendidos los ánimos, se registraron los más de los
equipajes, y apoderándose de ellos se maltrató a muchos prisioneros y
se les despojó en general de casi todo lo que poseían.
[Marginal: Correspondencia entre Dupont y Morla.]
Promovieron tales incidentes reclamaciones vivas del general Dupont
y una correspondencia entre él y Don Tomás de Morla gobernador de
Cádiz. Pedía el francés en ella los equipajes de que se había privado
a los suyos, e insistiendo en su demanda contestole entre otras
cosas Morla: «¿si podía una capitulación que solo hablaba de la
seguridad de sus equipajes, darle la propiedad de los tesoros que con
asesinatos, profanación de cuanto hay sagrado, crueldades y violencias
había acumulado su ejército de Córdoba y otras ciudades? ¿Hay razón
[continuaba], derecho ni principio que prescriba que se debe guardar
fe ni aun humanidad a un ejército que ha entrado en un reino aliado
y amigo so pretextos capciosos y falaces; que se ha apoderado de su
inocente y amado rey y toda su familia con igual falacia; que les ha
arrancado violentas e imposibles renuncias a favor de su soberano, y
que con ellas se ha creído autorizado a saquear sus palacios y pueblos,
y que porque no acceden a tan inicuo proceder, profanan sus templos y
los saquean, asesinan sus ministros, violan las vírgenes, estupran a su
placer bárbaro, y cargan y se apoderan de cuanto pueden transportar,
y destruyen lo que no? ¿Es posible que estos tales tengan la audacia,
oprimidos, cuando se les priva de estos que para ellos deberían
ser horrorosos frutos de su iniquidad, reclamar los _principios de
honor y probidad_?» Verdades eran estas si bien mal expresadas, por
desgracia sobradamente obvias y de todos conocidas. Mas las perfidias
y escándalos pasados no autorizaban el quebrantamiento de una
capitulación contratada libremente por los generales españoles. ¿Qué
sería de las naciones, qué de su progreso y civilización, si echándose
recíprocamente en cara sus extravíos, sus violencias, olvidasen la
fe empeñada y traspasasen y abatiesen los linderos que ha fijado
el derecho público y de gentes? En Morla fue más reprensible aquel
lenguaje siendo militar antiguo, y hombre que después a las primeras
desgracias de su patria la abandonó villanamente y desertó al bando
enemigo.
[Marginal: Consternación del gobierno francés en Madrid.]
Al paso que con las victorias de Bailén fue en las provincias colmado
el júbilo y universal y extremado el entusiasmo, consternose y cayó
como postrado el gobierno de Madrid. Empezó a susurrarse tan grave
suceso en el día 23. De antemano y varias veces se había anunciado
la deseada victoria como si fuera cierta, por lo que los franceses
calificaban la voz esparcida de vulgar e infundada. Sacoles del error
el aviso de que un oficial suyo se aproximaba con la noticia. Llegó
pues este, y supieron los pormenores de la desgracia acaecida. Había
cabido ser portador de la infausta nueva al mismo Mr. de Villoutreys,
que había entablado en Bailén los primeros tratos, y a cuyo hado
adverso tocaba el desempeño de enfadosas comisiones. Según lo convenido
en la capitulación, un oficial francés escoltado por tropa española
debía en persona comunicarla al duque de Rovigo, general en jefe del
ejército enemigo, y ordenar también en su tránsito por la sierra
y Mancha a los destacamentos apostados en la ruta, y que formaban
parte de las divisiones rendidas, ir a juntarse con sus compañeros
ya sometidos para participar de igual suerte. Cumplió fielmente Mr.
de Villoutreys con lo que se le previno, y todos obedecieron incluso
el destacamento de Manzanares. Fue el de Madridejos el que primero
resistió a la orden comunicada.
[Marginal: Retírase José.]
Llegó a Madrid el fatal mensajero en 29 de julio. Congregó José
sin dilación un consejo compuesto de personas las más calificadas.
Variaron los pareceres. Fue el del general Savary retirarse al Ebro.
Todos al fin se sometieron a su opinión, así por salir de la boca del
más favorecido de Napoleón, como también porque avisos continuados
manifestaban cuánto se empeoraba el semblante de las cosas. Por
todas partes se conmovían los pueblos cercanos a la capital: no les
intimidaba la proximidad de las tropas enemigas; cortábanse las
comunicaciones; en la Mancha eran acometidos los destacamentos sueltos,
y ya antes en Villarta habían sus vecinos desbaratado e interceptado
un convoy considerable. Agolpáronse uno tras otro los reveses y los
contratiempos: pocos hubo en Madrid de los enemigos y sus parciales
que no se abatiesen y descorazonasen. A muchos faltábales tiempo para
alejarse de un suelo que les era tan contrario y ominoso.
[Marginal: Españoles que le siguen.]
José resuelto a partir, dejó a la libre voluntad de los españoles que
con él se habían comprometido, quedarse o seguirle en la retirada.
Contados fueron los que quisieron acompañarle. De los siete ministros,
Cabarrús, Ofárril, Mazarredo, Urquijo y Azanza mantuviéronse adictos
a su persona y no se apartaron de su lado. Permanecieron en Madrid
Peñuela y Cevallos. Imitaron su ejemplo los duques del Infantado
y el del Parque, como casi todos los que habían presenciado los
acontecimientos de Bayona y asistido a su congreso. No faltó quien los
tachase de inconsiguientes y desleales. Juzgaban otros diversamente,
y decían que los más habían sido arrastrados a Francia o por fuerza
o por engaño, y que si bien se propasaron algunos a pedir empleos o
gracias, nunca era tarde para reconciliarse con la patria, arrepentirse
de un tropiezo causado por el miedo o la ciega ambición, y contribuir
a la justa causa en cuyo favor la nación entera se había pronunciado.
Lo cierto es que ni uno quizá de los que siguieron a José hubiera
dejado de abrazar el mismo partido, a no haberles arredrado el temor de
la enemistad y del odio que las pasiones del momento habían excitado
contra sus personas.
Antes de abrir la marcha reconcentraron los enemigos hacia Madrid las
fuerzas de Moncey y las desparramadas a orillas del Tajo. Clavaron en
el Retiro y casa de la China más de ochenta cañones, llevándose las
vajillas y alhajas de los palacios de la capital y sitios reales que
no habían sido de antemano robadas. Tomadas estas medidas empezaron
a evacuar la capital inmediatamente. Salió José el 30 cerrando la
retaguardia en la noche del 31 el mariscal Moncey. Respiraron del
todo y desembarazadamente aquellos habitantes en la mañana del 1.º de
agosto. El 9 entró el fugitivo rey en Burgos con Bessières, quien según
órdenes recibidas se había replegado allí de tierra de León.
[Marginal: Destrozos causados en la retirada.]
Acompañaron a los franceses en su retirada lágrimas y destrozos.
Soldados desmandados y partidas sueltas esparcieron la desolación y
espanto por los pueblos del camino o los poco distantes. Rezagábanse,
se perdían para merodear y pillar, saqueaban las casas, talaban los
campos sin respetar las personas ni lugares más sagrados. Buitrago, el
Molar, Iglesias, Pedrezuela, Gandullas, Broajos y sobre todo la villa
de Venturada abrasada y destruida, conservarán largo tiempo triste
memoria del horroroso tránsito del extranjero.
Continuó José su marcha y en Miranda de Ebro hizo parada, extendiéndose
la vanguardia de su ejército a las órdenes del mariscal Bessières
hasta las puertas de Burgos. Terminose así su malogrado y corto viaje
de Madrid, del que libres y menos apremiados por los acontecimientos,
pasaremos a referir los nuevos y esclarecidos triunfos que alcanzaron
las armas españolas en las provincias de Aragón y Cataluña.


APÉNDICES
AL TOMO PRIMERO.


APÉNDICE
DEL
LIBRO PRIMERO.

NÚMERO 1-1.
Tenemos noticia original del despacho que con este motivo escribió a
Madrid Don Eugenio Izquierdo, y también podrá verse en el manifiesto,
que de sus procedimientos publicó el consejo real, la mención que en su
contenido se hace del convenio concluido por Izquierdo en 10 de mayo de
1806.

NÚMERO 1-2.
_Plenos poderes dados por el rey Carlos IV a Don Eugenio Izquierdo
embajador extraordinario en Francia en 26 de mayo de 1806, renovados en
8 de octubre de 1807._
Don Carlos por la gracia de Dios rey de España y de las Indias &c.
Teniendo entera confianza en vos, Don Eugenio Izquierdo nuestro
consejero honorario de estado, y habiéndoos autorizado en virtud de
esta confianza justamente merecida para firmar un tratado con la
persona que fuere igualmente autorizada por nuestro aliado el emperador
de los franceses, nos comprometemos de buena fe y sobre nuestra palabra
real, que aprobaremos, ratificaremos y haremos observar y ejecutar
entera e inviolablemente todo lo que sea estipulado y firmado por
vos. En fe de lo cual hemos hecho expedir la presente firmada de
nuestra mano, sellada con nuestro sello secreto, y refrendada por el
infrascrito nuestro consejero de estado, primer secretario de estado
y del despacho. Dada en Aranjuez a 26 de mayo de 1806. — Yo el Rey. —
Pedro Cevallos.
NOTA. Traducción española de la francesa que había entre los papeles
de Don Eugenio Izquierdo, quien al pie de la dicha traducción francesa
puso las dos certificaciones siguientes en francés: — 1.ª Certifico
que esta traducción es fiel. París 5 de junio de 1806. — Izquierdo
consejero de estado de S. M. C. — 2.ª Certifico que estos poderes han
sido renovados día 8 del presente mes en el real sitio de San Lorenzo.
— Fontainebleau 27 de octubre de 1807. — Izquierdo. — (_Llorente, tom.
3.º núm. 106._)

NÚMERO 1-3.
La amistad que media hace muchos años entre Don Agustín de Argüelles
y nosotros, nos ha puesto en el caso de haber oído muchas veces de su
misma boca la relación de esta misión que le fue encomendada. A mayor
abundamiento conservamos por escrito una nota suya acerca de aquel
suceso.

NÚMERO 1-4.
_Proclama de Don Manuel Godoy._
En circunstancias menos arriesgadas que las presentes han procurado
los vasallos leales auxiliar a sus soberanos con dones y recursos
anticipados a las necesidades; pero en esta previsión tiene el mejor
lugar la generosa acción de súbdito hacia su señor. El reino de
Andalucía privilegiado por la naturaleza en la producción de caballos
de guerra ligeros; la provincia de Extremadura que tantos servicios
de esta clase hizo al señor Felipe V ¿verán con paciencia que la
caballería del rey de España esté reducida e incompleta por falta de
caballos? No, no lo creo; antes sí espero que del mismo modo que los
abuelos gloriosos de la generación presente sirvieron al abuelo de
nuestro rey con hombres y caballos, asistan ahora los nietos de nuestro
suelo con regimientos o compañías de hombres diestros en el manejo del
caballo, para que sirvan y defiendan a su patria todo el tiempo que
duren las urgencias actuales, volviendo después llenos de gloria y con
mejor suerte al descanso entre su familia. Entonces sí que cada cual
se disputará los laureles de la victoria; cual dirá deberse a su brazo
la salvación de su familia; cual la de su jefe; cual la de su pariente
o amigo, y todos a una tendrán razón para atribuirse a sí mismos la
salvación de la patria. Venid pues amados compatriotas: venid a jurar
bajo las banderas del más benéfico de los soberanos: venid y yo os
cubriré con el manto de la gratitud, cumpliéndoos cuanto desde ahora os
ofrezco, si el Dios de las victorias nos concede una paz tan feliz y
duradera cual le rogamos. No, no os detendrá el temor, no la perfidia:
vuestros pechos no abrigan tales vicios, ni dan lugar a la torpe
seducción. Venid pues y si las cosas llegasen a punto de no enlazarse
las armas con las de nuestros enemigos, no incurriréis en la nota de
sospechosos, ni os tildaréis con un dictado impropio de vuestra lealtad
y pundonor por haber sido omisos a mi llamamiento.
Pero si mi voz no alcanzase a despertar vuestros anhelos de gloria, sea
la de vuestros inmediatos tutores o padres del pueblo a quienes me
dirijo, la que os haga entender lo que debéis a vuestra obligación, a
vuestro honor, y a la sagrada religión que profesáis. — El príncipe de
la Paz.

NÚMERO 1-5.
_Estado de los regimientos que componían la expedición de tropas
españolas al mando del teniente general marqués de la Romana, destinada
a formar un cuerpo de observación hacia el país de Hanóver._
Deberán salir de España por la parte de Irún los cuerpos siguientes:
infantería de línea, tercer batallón de Guadalajara, 778 hombres;
regimiento de Asturias, 2332; primero y segundo batallón de la
Princesa, 1554; infantería ligera, primer batallón de Barcelona, 1245
plazas; caballería de línea, Rey, 670 hombres y 540 caballos; Infante,
id., id.
Por la parte de la Junquera: infantería de línea, tercer batallón de la
Princesa, 778 plazas; dragones, Almansa, 670 hombres y 540 caballos;
Lusitania, id., id.; artillería un tren de campaña de 25 piezas y el
ganado de tiro correspondiente, 270 hombres; zapadores-minadores, una
compañía 127 hombres.
Existentes en Etruria y que constituyen parte de la expedición:
infantería de línea, regimiento de Zamora, 969 plazas; primero y
segundo batallón de Guadalajara, 996; infantería ligera, primer
batallón de Cataluña, 1042 hombres; caballería, Algarbe, 624 hombres y
406 caballos; dragones, Villaviciosa, 634 hombres y 393 caballos.
Total 14.019 hombres y 2959 caballos. Id. plazas agregadas 2216 hombres
y 241 caballos. — Madrid 4 de marzo de 1807.
NOTA. No se expresan las plazas agregadas de cada cuerpo, aunque sí el
total de las que deben ser.

NÚMERO 1-6.
_Tratado secreto entre el rey de España y el emperador de los
franceses, relativo a la suerte futura del Portugal._
Napoleón emperador de los franceses &c. Habiendo visto y examinado
el tratado concluido, arreglado y firmado en Fontainebleau a 27 de
octubre de 1807 por el general de división Miguel Duroc, gran mariscal
de nuestro palacio &c., en virtud de los plenos poderes que le hemos
conferido a este efecto, con Don Eugenio Izquierdo, consejero honorario
de estado y de guerra de S. M. el rey de España, igualmente autorizado
con plenos poderes de su soberano, de cuyo tratado es el tenor como
sigue:
S. M. el emperador de los franceses y S. M. el rey de España
queriendo arreglar de común acuerdo los intereses de los dos estados,
y determinar la suerte futura de Portugal de un modo que concilie
la política de los dos países, han nombrado por sus ministros
plenipotenciarios, a saber: S. M. el emperador de los franceses al
general Duroc, y S. M. el rey de España a Don Eugenio Izquierdo, los
cuales después de haber canjeado sus plenos poderes, se han convenido
en lo que sigue:
1.º La provincia de Entre-Duero-y-Miño con la ciudad de Oporto se dará
en toda propiedad y soberanía a S. M. el rey de Etruria con el título
de rey de la Lusitania septentrional.
2.º La provincia del Alentejo y el reino de los Algarbes se darán en
toda propiedad y soberanía al príncipe de la Paz, para que las disfrute
con el título de príncipe de los Algarbes.
3.º Las provincias de Beira, Tras-os-Montes y la Extremadura portuguesa
quedarán en depósito hasta la paz general para disponer de ellas según
las circunstancias, y conforme a lo que se convenga entre las dos altas
partes contratantes.
4.º El reino de la Lusitania septentrional será poseído por los
descendientes de S. M. el rey de Etruria hereditariamente, y siguiendo
las leyes que están en uso en la familia reinante de S. M. el rey de
España.
5.º El principado de los Algarbes será poseído por los descendientes
del príncipe de la Paz hereditariamente, siguiendo las reglas del
artículo anterior.
6.º En defecto de descendientes o herederos legítimos del rey de la
Lusitania septentrional, o del príncipe de los Algarbes, estos países
se darán por investidura por S. M. el rey de España, sin que jamás
puedan ser reunidos bajo una misma cabeza, o a la corona de España.
7.º El reino de la Lusitania septentrional y el principado de los
Algarbes reconocerán por protector a S. M. el rey de España, y en
ningún caso los soberanos de estos países podrán hacer ni la paz ni la
guerra sin su consentimiento.
8.º En el caso de que las provincias de Beira, Tras-os-Montes y la
Extremadura portuguesa tenidas en secuestro, fuesen devueltas a la paz
general a la casa de Braganza en cambio de Gibraltar, la Trinidad y
otras colonias que los ingleses han conquistado sobre la España y sus
aliados, el nuevo soberano de estas provincias tendría con respecto a
S. M. el rey de España los mismos vínculos que el rey de la Lusitania
septentrional y el príncipe de los Algarbes, y serán poseídas por aquel
bajo las mismas condiciones.
9.º S. M. el rey de Etruria cede en toda propiedad y soberanía el reino
de Etruria a S. M. el emperador de los franceses.
10. Cuando se efectúe la ocupación definitiva de las provincias de
Portugal, los diferentes príncipes que deben poseerlas nombrarán de
acuerdo comisarios para fijar sus límites naturales.
11. S. M. el emperador de los franceses sale garante a S. M. el rey de
España de la posesión de sus estados del continente de Europa situados
al mediodía de los Pirineos.
12. S. M. el emperador de los franceses se obliga a reconocer a S. M.
el rey de España como emperador de las dos Américas, cuando todo esté
preparado para que S. M. pueda tomar este título, lo que podrá ser, o
bien a la paz general, o a más tardar dentro de tres años.
13. Las dos altas partes contratantes se entenderán para hacer un
repartimiento igual de las islas, colonias y otras propiedades
ultramarinas del Portugal.
14. El presente tratado quedará secreto, será ratificado, y las
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