Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 27

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Francia con escolta segura.
La junta de gobierno instruida de estos antecedentes, y de la reiterada
expresión de la voluntad de S. M., mandó ayer al general, a cuyo cargo
estaba la custodia del citado preso, que lo entregase al oficial que
destinase para su conducción el gran duque; disposición que ya queda
cumplida en todas sus partes. Madrid 21 de abril de 1808.

NÚMERO 2-17.
_Oficio del general Belliard a la junta de gobierno. (Véase la memoria
de Ofárril y Azanza.)_
«Habiendo S. M. el emperador y rey manifestado a S. A. el gran duque de
Berg que el príncipe de Asturias acababa de escribirle diciendo «que le
hacía dueño de la suerte del príncipe de la Paz», S. A. me encarga en
consecuencia que entere a la junta de las intenciones del emperador,
que le reitera la orden de pedir la persona de este príncipe y de
enviarle a Francia.
Puede ser que esta determinación de S. A. R. el príncipe de Asturias no
haya llegado todavía a la junta. En este caso se deja conocer que S. A.
R. habrá esperado la respuesta del emperador; pero la junta comprenderá
que el responder al príncipe de Asturias sería decidir una cuestión muy
diferente; y ya es sabido que S. M. I. no puede reconocer sino a Carlos
IV.
Ruego pues a la junta se sirva tomar esta nota en consideración, y
tener la bondad de instruirme sobre este asunto, para dar cuenta a S.
A. I. el gran duque de la determinación que tomase.
El gobierno y la nación española solo hallarán en esta resolución de
S. M. I. nuevas pruebas del interés que toma por la España; porque
alejando al príncipe de la Paz, quiere quitar a la malevolencia los
medios de creer posible que Carlos IV volviese el poder y su confianza
al que debe haberla perdido para siempre; y por otra parte la junta de
gobierno hace ciertamente justicia a la nobleza de los sentimientos de
S. M. el emperador, que no quiere abandonar a su fiel aliado.
Tengo el honor de ofrecer a la junta las seguridades de mi alta
consideración. — El general y jefe del estado mayor general, Augusto
Belliard. — Madrid 20 de abril de 1808.»

NÚMERO 2-18.
_Carta remitiendo la protesta al emperador y rey._
«Hermano y señor: V. M. sabrá ya con sentimiento el suceso de Aranjuez
y sus resultas, y no dejará de ver sin algún tanto de interés a un rey
que forzado a abdicar la corona, se echa en los brazos de un gran
monarca su aliado, poniéndose en todo y por todo a su disposición, pues
que él es el único que puede hacer su dicha, la de toda su familia, y
la de sus fieles y amados vasallos... Heme visto obligado a abdicar;
pero seguro en el día y lleno de confianza en la magnanimidad y genio
del grande hombre que siempre se ha manifestado mi amigo, he tomado la
resolución de dejar a su arbitrio lo que se sirviese hacer de nosotros,
mi suerte, la de la reina... Dirijo a V. M. I. una protesta contra el
acontecimiento de Aranjuez, y contra mi abdicación. Me pongo y confio
enteramente en el corazón y amistad de V. M. I. Con esto ruego a Dios
que os mantenga en su santa y digna guarda. — Hermano y Señor: de V.
M. I. su afectísimo hermano y amigo. — Carlos.»

IDEM.
_Reiteración de la protesta, dirigida al Señor infante Don Antonio._
«Muy amado hermano: el 19 del mes pasado he confiado a mi hijo un
decreto de abdicación... En el mismo día extendí una protesta solemne
contra el decreto dado en medio del tumulto, y forzado por las críticas
circunstancias... Hoy, que la quietud está restablecida, que mi
protesta ha llegado a las manos de mi augusto amigo y fiel aliado
el emperador de los franceses y rey de Italia, que es notorio que mi
hijo no ha podido lograr le reconozca bajo este título... declaro
solemnemente que el acto de abdicación que firmé el día 19 del pasado
mes de marzo es nulo en todas sus partes; y por eso quiero que hagáis
conocer a todos mis pueblos que su buen rey, amante de sus vasallos,
quiere consagrar lo que le queda de vida en trabajar para hacerlos
dichosos. Confirmo provisionalmente en sus empleos de la junta actual
de gobierno los individuos que la componen, y todos los empleos civiles
y militares que han sido nombrados desde el 19 del mes de marzo último.
Pienso en salir luego al encuentro de mi augusto aliado, después de lo
cual transmitiré mis últimas órdenes a la junta. San Lorenzo a 17 de
abril de 1808. — Yo el rey. — A la junta superior de gobierno.»

NÚMERO 2-19.
«Ilustrísimo Señor: Al folio 33 del manifiesto del consejo se dice
que se presentó un oidor del de Navarra disfrazado, que había logrado
introducirse en la habitación del Señor Don Fernando VII, y traía
instrucciones verbales de S. M., reducidas a estrechos encargos y
deseos de que se siguiese el sistema de amistad y armonía con los
franceses. Las consideraciones que debo a ese supremo tribunal por
haber suprimido mi nombre, y lo más esencial de la comisión solo
con el objeto de evitar que padeciese mi persona, sujeta al tiempo
de la publicación a la dominación francesa, exigen mi gratitud y
reconocimiento, y así pido a V. S. I. que se lo haga presente; pero
ahora que aunque a costa de dificultades y contingencias me veo en este
pueblo libre de todo temor, juzgo preciso que sepa el público mi misión
en toda su extensión.
Hallábame yo en Bayona con otros ministros de los tribunales de
Navarra cuando llegó el rey a aquella ciudad: no tardó muchas horas el
emperador de los franceses en correr el velo que ocultaba su misteriosa
conducta; hizo saber a cara descubierta a S. M. el escandaloso e
inesperado proyecto de arrancarle violentamente de sus sienes la
corona de España; y persuadido sin duda de que a su más pronto logro
convenía estrechar al rey por todos medios, uno de los que primero
puso en ejecución fue la interceptación de correos. Diariamente se
expedían extraordinarios; pero la garantía del derecho de las gentes
no era un sagrado que los asegurase contra las tropelías de un gobierno
acostumbrado a no escrupulizar en la elección de los medios para
realizar sus depravados fines: en estas circunstancias creyó S. M.
preciso añadir nuevos y desconocidos conductos de comunicación con la
junta suprema presidida por el infante Don Antonio, y me honró con la
confianza de que fuese yo el que pasando a esta capital, la informase
verbalmente de los sucesos ocurridos en aquellos tres primeros aciagos
días. Salí a su virtud de Bayona sobre las seis de la tarde del 23, y
llegué a esta villa por caminos y sendas extraviadas, no sin graves
peligros y trabajos, al anochecer del 29 de abril: inmediatamente me
dirigí a la junta y anunciándola la real orden, dije: «que el emperador
de los franceses quería exigir imperiosamente del rey Don Fernando VII
que renunciase por sí, y en nombre de la familia toda de los Borbones,
el trono de España y todos sus dominios en favor del mismo emperador
y de su dinastía, prometiéndole en recompensa el reino de Etruria, y
que la comitiva que había acompañado a S. M. hiciese igual renuncia
en representación del pueblo español: que desentendiéndose S. M. I. y
R. de la evidencia con que se demostró que ni el rey ni la comitiva
podían ni debían en justicia acceder a tal renuncia, y despreciando
las amargas quejas que se le dieron por haber sido conducido S. M.
a Bayona con el engaño y perfidia que carecen de ejemplo, tanto más
execrables, cuanto que iban encubiertos con el sagrado título de
amistad y utilidad recíproca, afianzadas en palabras las más decisivas
y terminantes, insistía en ella sin otras razones que dos pretextos
indignos de pronunciarse por un soberano que no haya perdido todo
respeto a la moral de los gabinetes, y aquella buena fe que forma el
vínculo de las naciones; reducidos el primero a que su política no
le permitía otra cosa, pues que su persona no estaba segura mientras
que alguno de los Borbones enemigos de su casa reinase en una nación
poderosa; y el segundo a que no era tan estúpido que despreciase
la ocasión tan favorable que se le presentaba de tener un ejército
formidable dentro de España, ocupadas sus plazas y puntos principales,
nada que temer por la parte del norte, y en su poder las personas del
rey y del señor infante Don Carlos: ventajas todas bien difíciles
para que se las ofreciesen los tiempos venideros. Que con la idea
de procurar dilaciones, y sacar de ellas el mejor partido posible,
se había pasado una nota dirigida a que se autorizase un sujeto que
explicase sus intenciones por escrito; pero que cuando el emperador
se obstinase en no retroceder, estaba S. M. resuelto a perder primero
la vida que acceder a tan inicua renuncia: que con esta seguridad
y firme inteligencia procediese la junta en sus deliberaciones. Y
concluí añadiendo, que habiendo preguntado yo voluntariamente al señor
Don Pedro Cevallos al despedirme de S. E. si prevendría algo a la
junta sobre la conducta que debiera observar con los franceses, me
respondió que aunque la comisión no comprendía este punto, podía decir
que estaba acordado por regla general, que por entonces no se hiciese
novedad, porque era de temer de lo contrario que resultasen funestas
consecuencias contra el rey, el señor infante y cuantos españoles se
hallaban acompañando a S. M., y el reino se arriesgaba, descubriendo
ideas hostiles antes que estuviese preparado para sacudir el yugo de la
opresión.» V. S. I. sabe que con esas mismas o semejantes expresiones
lo expuse todo, no solo en la noche del 29, sí también en la inmediata
del 30 de abril, en que quiso S. A. el señor infante Don Antonio que
asistiese yo a la sesión que se celebró en ella, compuesta a más de
los señores individuos de la junta suprema, de todos los presidentes
de los tribunales, y de dos ministros de cada uno, con el doble objeto
de que todos se informasen de mi comisión, y yo de las novedades de
aquel día y demás de que se tratase, a fin de que diese cuenta de todo
a S. M. en Bayona, adonde regresé la tarde del 6 de mayo con continuos
riesgos y sobresaltos que se aumentaron a mi salida; y pues es a mi
parecer muy debido que no se ignore este rasgo heroico del carácter
firme de nuestro amado soberano, y yo tampoco debo prescindir de que
conste del modo más auténtico el exacto cumplimiento y desempeño de
mi comisión en todas sus partes, ruego a V. I. y al consejo, que
no hallando inconveniente mande insertar este papel en la gaceta y
diario de esta corte. Dios guarde a V. S. I. muchos años. Madrid 27 de
setiembre de 1808. — Justo María Ibarnavarro. — Ilustrísimo señor Don
Antonio Arias Mon y Velarde.

NÚMERO 2-20.
_Orden del día._
Soldados: la población de Madrid se ha sublevado, y ha llegado hasta el
asesinato. Sé que los buenos españoles han gemido de estos desórdenes:
estoy muy lejos de mezclarlos con aquellos miserables que no desean más
que el crimen y el pillaje. Pero la sangre francesa ha sido derramada;
clama por la venganza: en su consecuencia mando lo siguiente:

ARTÍCULO 1.º
El general Grouchy convocará esta noche la comisión militar.

ART. 2.º
Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano
serán arcabuceados.

ART. 3.º
La junta de estado va a hacer desarmar los vecinos de Madrid. Todos los
habitantes y estantes quienes después de la ejecución de esta orden se
hallaren armados o conservasen armas sin una permisión especial, serán
arcabuceados.

ART. 4.º
Todo lugar en donde sea asesinado un francés será quemado.

ART. 5.º
Toda reunión de más de ocho personas será considerada como una junta
sediciosa, y deshecha por la fusilería.

ART. 6.º
Los amos quedarán responsables de sus criados; los jefes de talleres,
obradores y demás de sus oficiales; los padres y madres de sus hijos, y
los ministros de los conventos de sus religiosos.

ART. 7.º
Los autores, vendedores y distribuidores de libelos impresos o
manuscritos provocando a la sedición, serán considerados como unos
agentes de la Inglaterra, y arcabuceados.
Dado en nuestro cuartel general de Madrid a 2 de mayo de 1808. —
Joachim. — Por mandado de S. A. I. y R. — El jefe del estado mayor
general. — Belliard.

NÚMERO 2-21.
_Véase la memoria de Ofárril y Azanza en su nota núm. 12._

NÚMERO 2-22.
_Carta de Fernando VII a su padre Carlos IV._
«Venerado padre y señor: V. M. ha convenido en que yo no tuve la menor
influencia en los movimientos de Aranjuez, dirigidos como es notorio,
y a V. M. consta, no a disgustarle del gobierno y del trono, sino a
que se mantuviese en él, y no abandonase la multitud de los que en
su existencia dependían absolutamente del trono mismo. V. M. me dijo
igualmente que su abdicación había sido espontánea, y que aun cuando
alguno me asegurase lo contrario, no lo creyese, pues jamás había
firmado cosa alguna con más gusto. Ahora me dice V. M. que aunque es
cierto que hizo la abdicación con toda libertad, todavía se reservó
en su ánimo volver a tomar las riendas del gobierno cuando lo creyese
conveniente. He preguntado en consecuencia a V. M. si quiere volver
a reinar; y V. M. me ha respondido que ni quería reinar, ni menos
volver a España. No obstante me manda V. M. que renuncie en su favor
la corona que me han dado las leyes fundamentales del reino, mediante
su espontánea abdicación. A un hijo que siempre se ha distinguido
por el amor, respeto y obediencia a sus padres, ninguna prueba que
pueda calificar estas cualidades, es violenta a su piedad filial,
principalmente cuando el cumplimiento de mis deberes con V. M. como
hijo suyo, no están en contradicción con las relaciones que como rey
me ligan con mis amados vasallos. Para que ni estos, que tienen el
primer derecho a mis atenciones queden ofendidos, ni V. M. descontento
de mi obediencia, estoy pronto, atendidas las circunstancias en que
me hallo, a hacer la renuncia de mi corona en favor de V. M. bajo las
siguientes limitaciones.
1.ª Que V. M. vuelva a Madrid, hasta donde le acompañaré, y serviré yo
como su hijo más respetuoso. 2.ª Que en Madrid se reunirán las cortes;
y pues que V. M. resiste una congregación tan numerosa, se convocarán
al efecto todos los tribunales y diputados de los reinos. 3.ª Que a
la vista de esta asamblea se formalizará mi renuncia, exponiendo los
motivos que me conducen a ella: estos son el amor que tengo a mis
vasallos, y el deseo de corresponder al que me profesan, procurándoles
la tranquilidad, y redimiéndoles de los horrores de una guerra civil
por medio de una renuncia dirigida a que V. M. vuelva a empuñar el
cetro, y a regir unos vasallos dignos de su amor y protección. 4.ª
Que V. M. no llevará consigo personas que justamente se han concitado
el odio de la nación. 5.ª Que si V. M., como me ha dicho, ni quiere
reinar ni volver a España, en tal caso yo gobernaré en su real nombre
como lugarteniente suyo. Ningún otro puede ser preferido a mí:
tengo el llamamiento de las leyes, el voto de los pueblos, el amor
de mis vasallos, y nadie puede interesarse en su prosperidad con
tanto celo ni con tanta obligación como yo. Contraída mi renuncia a
estas limitaciones, comparecerá a los ojos de los españoles como una
prueba de que prefiero el interés de su conservación a la gloria de
mandarlos, y la Europa me juzgará digno de mandar a unos pueblos, a
cuya tranquilidad he sabido sacrificar cuanto hay de más lisonjero y
seductor entre los hombres. Dios guarde la importante vida de V. M.
muchos y felices años que le pide postrado a L. R. P. de V. M. su más
amante y rendido hijo. — Fernando. — Pedro Cevallos. — Bayona 1.º
de mayo de 1808.» — (_Véase la exposición o manifiesto de Don Pedro
Cevallos núm. 7._)

NÚMERO 2-23.
_Carta de Carlos IV a su hijo Fernando VII._
«Hijo mío: Los consejos pérfidos de los hombres que os rodean han
conducido la España a una situación crítica: solo el emperador puede
salvarla.
Desde la paz de Basilea he conocido que el primer interés de mis
pueblos era inseparable de la conservación de buena inteligencia con
la Francia. Ningún sacrificio he omitido para obtener esta importante
mira: aun cuando la Francia se hallaba dirigida por gobiernos efímeros,
abogué mis inclinaciones particulares para no escuchar sino la
política, y el bien de mis vasallos.
Cuando el emperador hubo restablecido el orden en Francia se disiparon
grandes sobresaltos, y tuve nuevos motivos para mantenerme fiel a
mi sistema de alianza. Cuando la Inglaterra declaró la guerra a la
Francia, logré felizmente ser neutro, y conservar a mis pueblos los
beneficios de la paz. Se apoderó después de cuatro fragatas mías, y
me hizo la guerra aun antes de habérsela declarado; y entonces me vi
precisado a oponer la fuerza a la fuerza, y las calamidades de la
guerra asaltaron a mis vasallos.
La España rodeada de costas, y que debe una gran parte de su
prosperidad a sus posesiones ultramarinas, sufrió con la guerra más
que cualquiera otro estado: la interrupción del comercio, y todos los
estragos que acarrea, afligieron a mis vasallos, y cierto número de
ellos tuvo la injusticia de atribuirlos a mis ministros.
Tuve al menos la felicidad de verme tranquilo por tierra, y libre de
la inquietud en cuanto a la integridad de mis provincias, siendo el
único de los reyes de Europa que se sostenía en medio de las borrascas
de estos últimos tiempos. Aún gozaría de esta tranquilidad sin los
consejos que os han desviado del camino recto. Os habéis dejado
seducir con demasiada facilidad por el odio que vuestra primera mujer
tenía a la Francia, y habéis participado irreflexiblemente de sus
injustos resentimientos contra mis ministros, contra vuestra madre, y
contra mi mismo.
Me creí obligado a recordar mis derechos de padre y de rey: os hice
arrestar, y hallé en vuestros papeles la prueba de vuestro delito;
pero al acabar mi carrera, reducido al dolor de ver perecer a mi hijo
en un cadalso, me dejé llevar de mi sensibilidad al ver las lágrimas
de vuestra madre. No obstante mis vasallos estaban agitados por las
prevenciones engañosas de la facción de que os habéis declarado
caudillo. Desde este instante perdí la tranquilidad de mi vida, y me vi
precisado a unir las penas que me causaban los males de mis vasallos a
los pesares que debí a las disensiones de mi misma familia.
Se calumniaban mis ministros cerca del emperador de los franceses, el
cual creyendo que los españoles se separaban de su alianza, y viendo
los espíritus agitados (aun en el seno de mi familia) cubrió bajo
varios pretextos mis estados con sus tropas. En cuanto estas ocuparon
la ribera derecha del Ebro, y que mostraban tener por objeto mantener
la comunicación con Portugal, tuve la esperanza de que no abandonaría
los sentimientos de aprecio y de amistad que siempre me había
dispensado; pero al ver que sus tropas se encaminaban hacia mi capital,
conocí la urgencia de reunir mi ejército cerca de mi persona, para
presentarme a mi augusto aliado como conviene al rey de las Españas.
Hubiera yo aclarado sus dudas, y arreglado mis intereses: di orden a
mis tropas de salir de Portugal y de Madrid, y las reuní sobre varios
puntos de mi monarquía, no para abandonar a mis vasallos, sino para
sostener dignamente la gloria del trono. Además mi larga experiencia me
daba a conocer que el emperador de los franceses podía muy bien tener
algún deseo conforme a sus intereses y a la política del vasto sistema
del continente, pero que estuviese en contradicción con los intereses
de mi casa. ¿Cuál ha sido en estas circunstancias vuestra conducta?
El haber introducido el desorden en mi palacio, y amotinado el cuerpo
de guardias de Corps contra mi persona. Vuestro padre ha sido vuestro
prisionero: mi primer ministro que había yo criado y adoptado en mi
familia, cubierto de sangre fue conducido de un calabozo a otro. Habéis
desdorado mis canas, y las habéis despojado de una corona poseída con
gloria por mis padres, y que había conservado sin mancha. Os habéis
sentado sobre mi trono, y os pusísteis a la disposición del pueblo de
Madrid y de tropas extranjeras que en aquel momento entraban.
Ya la conspiración del Escorial había obtenido sus miras: los actos
de mi administración eran el objeto del desprecio público. Anciano
y agobiado de enfermedades, no he podido sobrellevar esta nueva
desgracia. He recurrido al emperador de los franceses, no como un rey
al frente de sus tropas y en medio de la pompa del trono, sino como
un rey infeliz y abandonado. He hallado protección y refugio en sus
reales: le debo la vida, la de la reina, y la de mi primer ministro. He
venido en fin basta Bayona, y habéis conducido este negocio de manera
que todo depende de la mediación de este gran príncipe.
El pensar en recurrir a agitaciones populares es arruinar la España,
y conducir a las catástrofes más horrorosas a vos, a mi reino, a mis
vasallos y mi familia. Mi corazón se ha manifestado abiertamente al
emperador: conoce todos los ultrajes que he recibido, y las violencias
que se me han hecho; me ha declarado que no os reconocerá jamás por
rey, y que el enemigo de su padre no podrá inspirar confianza a los
extraños. Me ha mostrado además cartas de vuestra mano, que hacen ver
claramente vuestro odio a la Francia.
En esta situación, mis derechos son claros, y mucho más mis deberes. No
derramar la sangre de mis vasallos, no hacer nada al fin de mi carrera
que pueda acarrear asolamiento e incendio a la España, reduciéndola a
la más horrible miseria. Ciertamente que si fiel a vuestras primeras
obligaciones y a los sentimientos de la naturaleza hubierais desechado
los consejos pérfidos, y que constantemente sentado a mi lado para
mi defensa hubierais esperado el curso regular de la naturaleza, que
debía señalar vuestro puesto dentro de pocos años, hubiera yo podido
conciliar la política y el interés de España con el de todos. Sin duda
hace seis meses que las circunstancias han sido críticas; pero por más
que lo hayan sido, aún hubiera obtenido de las disposiciones de mis
vasallos, de los débiles medios que aún tenía, y de la fuerza moral que
hubiera adquirido, presentándome dignamente al encuentro de mi aliado,
a quien nunca diera motivo alguno de queja, un arreglo que hubiera
conciliado los intereses de mis vasallos con los de mi familia. Empero
arrancándome la corona, habéis deshecho la vuestra, quitándola cuanto
tenía de augusta y la hacía sagrada a todo el mundo.
Vuestra conducta conmigo, vuestras cartas interceptadas han puesto una
barrera de bronce entre vos y el trono de España; y no es de vuestro
interés ni de la patria el que pretendáis reinar. Guardaos de encender
un fuego que causaría inevitablemente vuestra ruina completa, y la
desgracia de España.
Yo soy rey por el derecho de mis padres: mi abdicación es el resultado
de la fuerza y de la violencia, no tengo pues nada que recibir de vos,
ni menos puedo consentir a ninguna reunión en junta: nueva necia
sugestión de los hombres sin experiencia que os acompañan.
He reinado para la felicidad de mis vasallos, y no quiero dejarles la
guerra civil, los motines, las juntas populares y la revolución. Todo
debe hacerse para el pueblo, y nada por él: olvidar esta máxima es
hacerse cómplice de todos los delitos que le son consiguientes. Me he
sacrificado toda mi vida por mis pueblos; y en la edad a que he llegado
no haré nada que esté en oposición con su religión, su tranquilidad,
y su dicha. He reinado para ellos: olvidaré todos mis sacrificios; y
cuando en fin esté seguro que la religión de España, la integridad de
sus provincias, su independencia y sus privilegios serán conservados,
bajaré al sepulcro perdonándoos la amargura de mis últimos años.
Dado en Bayona en el palacio imperial llamado del Gobierno a 2 de mayo
de 1808. — Carlos.» — (_Cevallos, número 8._)

NÚMERO 2-24.
_Carta de Fernando VII a su padre en respuesta a la anterior._

SEÑOR.
«Mi venerado padre y señor: he recibido la carta que V. M. se ha
dignado escribirme con fecha de antes de ayer, y trataré de responder a
todos los puntos que abraza con la moderación y respeto debido a V. M.
Trata V. M. en primer lugar de sincerar su conducta con respecto a la
Francia desde la paz de Basilea, y en verdad que no creo haya habido
en España quien se haya quejado de ella; antes bien todos unánimes han
alabado a V. M. por su constancia y fidelidad en los principios que
había adoptado. Los míos en este particular son enteramente idénticos a
los de V. M., y he dado pruebas irrefragables de ello desde el momento
en que V. M. abdicó en mi la corona.
La causa del Escorial, que V. M. da a entender tuvo por origen el odio
que mi mujer me había inspirado contra la Francia, contra los ministros
de V. M., contra mi amada madre, y contra V. M. mismo, si se hubiese
seguido por todos los trámites legales, habría probado evidentemente
lo contrario; y no obstante que yo no tenía la menor influencia, ni
más libertad que la aparente, en que estaba guardado a vista por los
criados que V. M. quiso ponerme, los once consejeros elegidos por V. M.
fueron unánimemente de parecer que no había motivo de acusación, y que
los supuestos reos eran inocentes.
V. M. habla de la desconfianza que le causaba la entrada de tantas
tropas extranjeras en España, y de que si V. M. había llamado las que
tenía en Portugal, y reunido en Aranjuez y sus cercanías las que había
en Madrid, no era para abandonar a sus vasallos sino para sostener
la gloria del trono. Permítame V. M. le haga presente que no debía
sorprenderle la entrada de unas tropas amigas y aliadas, y que bajo
este concepto debían inspirar una total confianza. Permítame V. M.
observarle igualmente, que las órdenes comunicadas por V. M. fueron
para su viaje y el de su real familia a Sevilla; que las tropas las
tenían para mantener libre aquel camino, y que no hubo una sola persona
que no estuviese persuadida de que el fin de quien lo dirigía todo era
transportar a V. M. y real familia a América. V. M. publicó un decreto
para aquietar el ánimo de sus vasallos sobre este particular; pero como
seguían embargados los carruajes, y apostados los tiros, y se veían
todas las disposiciones de un próximo viaje a la costa de Andalucía,
la desesperación se apoderó de los ánimos, y resultó el movimiento de
Aranjuez. La parte que yo tuve en él, V. M. sabe que no fue otra que
ir por su mandado a salvar del furor del pueblo al objeto de su odio,
porque le creía autor del viaje.
Pregunte V. M. al emperador de los franceses, y S. M. I. le dirá sin
duda lo mismo que me dijo a mí en una carta que me escribió a Vitoria;
a saber que el objeto del viaje de S. M. I. a Madrid era inducir a V.
M. a algunas reformas, y a que separase de su lado al príncipe de la
Paz, cuya influencia era la causa de todos los males.
El entusiasmo que su arresto produjo en toda la nación es una prueba
evidente de lo mismo que dijo el emperador. Por lo demás V. M. es buen
testigo de que en medio de la fermentación de Aranjuez no se oyó una
sola palabra contra V. M., ni contra persona alguna de su real familia;
antes bien aplaudieron a V. M. con las mayores demostraciones de júbilo
y de fidelidad hacia su augusta persona: así es que la abdicación de la
corona que V. M. hizo en mi favor, sorprendió a todos, y a mí mismo,
porque nadie lo esperaba, ni la había solicitado. V. M. comunicó su
abdicación a todos sus ministros, dándome a reconocer a ellos por su
rey y señor natural; la comunicó verbalmente al cuerpo diplomático
que residía cerca de su persona, manifestándole que su determinación
procedía de su espontánea voluntad, y que la tenía tomada de antemano.
Esto mismo lo dijo V. M. a su muy amado hermano el infante Don
Antonio, añadiéndole que la firma que V. M. había puesto al decreto de
abdicación era la que había hecho con más satisfacción en su vida, y
últimamente me dijo V. M. a mí mismo tres días después, que no creyese
que la abdicación había sido involuntaria, como alguno decía, pues
había sido totalmente libre y espontánea.
Mi supuesto odio contra la Francia tan lejos de aparecer por ningún
lado, resultará de los hechos que voy a recorrer rápidamente todo lo
contrario.
Apenas abdicó V. M. la corona en mi favor, dirigí varias cartas
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