Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 17

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con los alborotos, había salido para Vila Real en donde construía
una batería que asegurase aquel punto contra los ataques de Ayamonte.
Ocupado en guarecerse de un peligro, otro más inmediato vino a
distraerle y consternarle. Era el 16 de junio cuando Olhá, pequeño
pueblo de pescadores a una legua de Faro, se sublevó a la lectura de una
proclama que había publicado Junot con ocasión de haber desarmado a los
españoles. Dio el coronel José López de Sousa el primer grito contra
los franceses, que fue repetido por toda la población. Este alboroto
estuvo a punto de apaciguarse; pero obligado Maransin, que había
acudido al primer ruido a salir de Faro para combatir a los paisanos
que levantados descendían de las montañas que parten término con el
Alentejo, se sublevó a su vez dicha ciudad de Faro, formó una junta, se
puso en comunicación con los ingleses, y llevó a bordo de sus navíos
al enfermo general Maurin y a los pocos franceses que estaban en su
compañía. Maransin en vista de la poca fuerza que le quedaba se retiró
a Mértola para de allí darse más fácilmente la mano con los generales
Kellerman y Avril que ocupaban el Alentejo. Se aproximó después a
Beja, y por haberle asesinado algunos soldados la entró a saco el 25
de junio. Prendió la insurrección en otros puntos, y en todos aquellos
en que el espíritu público no fue comprimido por la superioridad de
la fuerza francesa, se repitió el mismo espectáculo y hubo iguales
alborotos que en el resto de la península. Entre la junta de Faro
y los españoles suscitose cierta disputa por haber estos destruido
las fortificaciones de Castro Marim. De ambos lados se dieron las
competentes satisfacciones, y amistosamente se concluyó un convenio
adecuado a las circunstancias entre los nuevos gobiernos de Sevilla y
Faro.
[Marginal: Convenciones entre algunas juntas de España y Portugal.]
No faltó quien viese así en este arreglo como en lo que antes se había
estipulado entre Galicia y Oporto, una preparación para tratados más
importantes que hubieran podido rematar por una unión y acomodamiento
entre ambas naciones. Desgraciadamente varios obstáculos con los
cuidados graves de entonces debieron impedir que se prosiguiese en
designio de tal entidad. Es sin embargo de desear que venga un tiempo
en que desapareciendo añejas rivalidades, e ilustrándose unos y otros
sobre sus recíprocos y verdaderos intereses, se estrechen dos países
que al paso que juntos formarán un incontrastable valladar contra
la ambición de los extraños, desunidos solo son víctima de ajenas
contiendas y pasiones.


RESUMEN
DEL
LIBRO CUARTO.

_Junta de Madrid. — Comisión que da al marqués de Lazán. — Su
proclama de 4 de junio. — Su celo en favor de la diputación de Bayona.
— Valdés. — Marqués de Astorga. — Obispo de Orense. — Proclama
de Bayona a los zaragozanos. — Comisionados enviados a Zaragoza. —
Avisos enviados por Napoleón a América. — Napoleón renuncia la corona
de España en José. — Llegada de José a Bayona. — Recibimiento de José
en Marracq. — Diputaciones españolas. — La de los grandes. — La del
consejo de Castilla. — La de la Inquisición. — La del ejército. —
Otra proclama de los de Bayona. — Previas disposiciones para abrir
el congreso de Bayona. — Ábrense sus sesiones. — Sus discusiones.
— Si gozó de libertad. — Juramento prestado a la constitución. —
Reflexiones sobre la constitución. — Visita de la junta de Bayona
a Napoleón. — Felicitaciones de la servidumbre de Fernando. —
Felicitación de Fernando mismo. — Ministerio nombrado por José. —
Jovellanos. — Empleos de palacio. — José entra en España el 9 de
julio. — Primera expedición de los franceses contra Santander. —
Expedición contra Valladolid. — Quema de Torquemada. — Entrada en
Palencia. — Acción de Cabezón. — Entran los franceses en Valladolid.
— Segunda expedición contra Santander. — Obispo de Santander. —
Noble acción de su junta. — Expedición contra Zaragoza. — Acción de
Mallén. — De Alagón. — Cataluña. — Somatenes. — Acción del Bruch.
— Defensa de Esparraguera. — Chabran en Tarragona. — Reencuentro
de Arbós. — Saqueo de Villafranca de Panadés. — Segunda acción
del Bruch. — Expedición de Duhesme contra Gerona. — Resistencia
de Mongat. — Saqueo de Mataró. — Ataque de los franceses contra
Gerona. — Vuelve Duhesme a Barcelona. — Reencuentro de Granollers.
— Somatenes del Llobregat. — Murat. — Envía a Dupont a Andalucía.
— Acción de Alcolea. — Saco de Córdoba. — Situación angustiada de
los franceses. — Excesos de los paisanos españoles. — Resistencia
de Valdepeñas. — Retírase Dupont a Andújar. — Saqueo de Jaén. —
Expedición de Moncey contra Valencia. — Reencuentro del puerto Pajazo.
— De las Cabrillas. — Preparativos de defensa en Valencia. —
Refriega en el pueblo de Cuarte. — Defensa de Valencia. — Proposición
de Moncey para que capitule la ciudad. — Hechos notables de algunos
españoles. — Retírase Moncey. — Inacción de Cervellón. — Conducta
laudable de Llamas. — Enfermedad de Murat. — Enfermedades en su
ejército. — Opinión de Larrey. — Savary sucede a Murat. — Singular
comisión de Savary. — Su conducta. — Envía a Vedel para reforzar a
Dupont. — Paso de Sierra Morena. — Refuerzos enviados a Moncey. —
Caulincourt. — Saquea a Cuenca. — Frère. — Segundo refuerzo llevado
a Dupont por el general Gobert. — Desatiéndese a Bessières. — Cuesta.
— Ejército de Galicia después de la muerte de Filangieri. — Batalla
de Rioseco 14 de julio. — Avanza Bessières a León: su correspondencia
con Blake. — Viaje de José a Madrid. — Retrato de José. — Su
proclamación. — Su reconocimiento. — Consejo de Castilla. —
Acontecimientos que precedieron a la batalla de Bailén. — Distribución
del ejército español de Andalucía. — Consejo celebrado para atacar
a los franceses. — Acción de Mengíbar. — Batalla de Bailén 19 de
julio. — Capitulación del ejército francés. — Rinden las armas los
franceses. — Reflexiones sobre la batalla. — Camina el ejército
rendido a la costa. — Desorden en Lebrija causado por la presencia de
los prisioneros. — En el Puerto de Santa María. — Correspondencia
entre Dupont y Morla. — Consternación del gobierno francés en Madrid.
— Retírase José. — Españoles que le siguen. — Destrozos causados en
la retirada._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO CUARTO.

[Marginal: Junta de Madrid.]
Antes de haber tomado la insurrección de España el alto vuelo que le
dieron en los últimos días de mayo las renuncias de Bayona, recordará
el lector como se habían derramado por las provincias emisarios
franceses y españoles que con seductoras ofertas trataron de alucinar
a los jefes que las gobernaban. La junta suprema de Madrid, principal
instigadora de semejantes misiones y providencias, viéndose así
comprometida siguió con esmerada porfía en su propósito, y al crujido
de la insurrección general, reiterando avisos, instrucciones y cartas
confidenciales, avivó su desacordado celo en favor de la usurpación
extraña, conservando la ciega y vana esperanza de sosegar por medios
tan frágiles el asombroso sacudimiento de una grande y pundonorosa
nación.
[Marginal: Comisión que da al marqués de Lazán.]
Sobresaltada en extremo con la conmoción de Zaragoza acudió con
presteza a su remedio. Punzábala este suceso no tanto por su
importancia, cuanto por el temor sin duda de que con él se trasluciesen
las órdenes que para resistir a los franceses le habían sido
comunicadas desde Bayona, y a cuyo cumplimiento había faltado. Presumía
que Palafox sabedor de ellas, y encargado de otras iguales o parecidas,
les daría entera publicidad, poniendo así de manifiesto la reprensible
omisión de la junta, a la que por tanto era urgente aplacar aquel
levantamiento. Como el caso requería pulso, se escogió al efecto al
marqués de Lazán, hermano mayor del nuevo capitán general de Aragón,
en cuya persona concurrían las convenientes calidades para no excitar
con su nombre recelos en el asustadizo pueblo, y poder influir con
éxito y desembarazadamente en el ánimo de aquel caudillo. Pero el de
Lazán, al llegar a Zaragoza, en vez de favorecer los intentos de los
que le enviaban, y persuadido también de cuán imposible era resistir al
entusiasmo de aquellos moradores, se unió a su hermano y en adelante
partió con él los trabajos y penalidades de la guerra.
[Marginal: Su proclama de 4 de junio. (* Ap. n. 4-1.)]
Arrugándose más y más el semblante del reino, y tocando a punto de
venir a las manos, en 4 de junio [*] circuló la junta de acuerdo con
Murat una proclama en la que se ostentaban las ventajas de que todos
se mantuviesen sosegados, y aguardasen a que _el héroe que admiraba
al mundo concluyera la grande obra en que estaba trabajando de la
regeneración política_. Tales expresiones alborotaban los ánimos lejos
de apaciguarlos, y por cierto rayaba en avilantez el que una autoridad
española osase ensalzar de aquel modo al causador de las recientes
escenas de Bayona, y además era, por decirlo así, un desenfreno del
amor propio imaginarse que con semejante lenguaje se pondría pronto
término a la insurrección.
[Marginal: Su celo en favor de la diputación de Bayona.]
Viendo cuán inútiles eran sus esfuerzos, y ansiosa de encontrar por
todas partes apoyo y disculpa a sus compromisos, trabajó con ahínco
la junta para que acudiesen a Bayona los individuos de la diputación
convocada a aquella ciudad. Crecían los obstáculos para la reunión con
los bullicios de las provincias, y con la repulsa que dieron algunos
de los nombrados. Indicamos ya como el bailío Don Antonio Valdés
[Marginal: Valdés.] había rehusado ir, prefiriendo con gran peligro de
su persona fugarse de Burgos donde residía a la mengua de autorizar con
su presencia los escándalos de Bayona. [Marginal: Marqués de Astorga.]
Excusose también el marqués de Astorga sin reparar en que siendo uno de
los primeros próceres del reino, la mano enemiga le perseguiría y le
privaría de sus vastos estados y riquezas. Pero quien aventajó a todos
en la resistencia fue el reverendo obispo de Orense [Marginal: Obispo
de Orense.] Don Pedro de Quevedo y Quintano. La contestación de este
prelado al llamamiento de Bayona, obra señalada de patriotismo, unió a
la solidez de las razones un atrevimiento hasta entonces desconocido
a Napoleón y sus secuaces. Al modo de los oradores más egregios de
la antigüedad, usó con arte de la poderosa arma de la ironía, sin
deslucirla con bajas e impropias expresiones. Desde Orense y en 29 de
mayo no levantada todavía Galicia, y sin noticia de la declaración
de otras provincias, dirigió su contestación al ministro de gracia y
justicia. Como en su contenido se sentaron las doctrinas más sanas y
los argumentos más convincentes en favor de los derechos de la nación
y de la dinastía reinante, recomendamos muy particularmente la lectura
de tan importante documento, que a la letra hemos insertado en el
apéndice.[*] [Marginal: (* Ap. n. 4-2.)] Difícilmente pudieran trazarse
con mayor vigor y maestría las verdades que en él se reproducen. Así
fue que aquella contestación penetró muy allá en todos los corazones,
causando impresión profundísima y duradera. Pero Murat y la junta
de Madrid no por eso cesaron en sus tentativas, y con fatal empeño
aceleraron la partida de las personas que de montón se nombraban para
llenar el hueco de las que esquivaban el ominoso viaje.
[Marginal: Proclama de Bayona a los zaragozanos.]
El 15 de junio debían abrirse las sesiones de aquella famosa reunión,
y todavía en los primeros días del propio mes no alcanzaban a 30 los
que allí asistían. Mientras que los demás llegaban, y para no darles
huelga, obligó Napoleón a los presentes a convidar a los zaragozanos
por medio de una proclama [*] [Marginal: (* Ap. n. 4-3.)] a la paz
y al sosiego. Queriendo agregar al escrito la persuasión verbal,
fueron comisionados [Marginal: Comisionados enviados a Zaragoza.] para
llevarle el príncipe de Castel-Franco, Don Ignacio Martínez de Villela
consejero de Castilla, y el alcalde de corte Don Luis Marcelino
Pereira. No les fue dable penetrar en Zaragoza, y menos el que se
atendiera a sus intempestivas amonestaciones. Tuviéronse por dichosos
de regresar a Bayona: merced a los franceses que los custodiaban, bajo
cuyo amparo pudieron volver atrás sin notable azar, aunque no sin
mengua y sobresalto.
[Marginal: Avisos enviados por Napoleón a América.]
Napoleón que miraba ya como suya la tierra peninsular, trató también
por entonces de alargar más allá de los mares su poderoso influjo,
expidiendo a América buques con cuyo arribo se previniesen los intentos
de los ingleses, y se preparasen los habitadores de aquellas vastas
y remotas regiones españolas a admitir sin desvío la dominación del
nuevo soberano, procedente de su estirpe. Hizo que a su bordo partiesen
proclamas y circulares autorizadas por Don Miguel de Azanza, quien
ya firmemente adicto a la parcialidad de Napoleón se figuraba que
el emperador de los franceses había de respetar la unión íntegra de
aquellos países con España, y no seguir el impulso y las variaciones de
su interés o su capricho.
[Marginal: Napoleón renuncia la corona de España en José.]
Luego que Fernando VII y su padre hubieron renunciado la corona, se
presumió que Napoleón cedería sus pretendidos derechos en alguna
persona de su familia. Fundábase sobre todo la conjetura en la
indicación que hizo Murat a la junta de Madrid y consejo real de que
pidiesen por rey a José. Ignorábase no obstante de oficio si tal era
su pensamiento, cuando en 25 de mayo dirigió Napoleón una proclama [*]
[Marginal: (* Ap. n. 4-4.)] a los españoles en la que aseguraba que «no
quería reinar sobre sus provincias, pero sí adquirir derechos eternos
al amor y al reconocimiento de su posteridad.» Apareció pues por este
documento de una manera auténtica que trataba de desprenderse del cetro
español, mas todavía guardó silencio acerca de la persona destinada
a empuñarle. Por fin el 6 de junio se pronunció claramente dando en
Bayona mismo un decreto del tenor siguiente:[*] [Marginal: (* Ap. n.
4-5.)] «Napoleón, por la gracia de Dios etc. A todos los que verán las
presentes salud. La junta de estado, el consejo de Castilla, la villa
de Madrid etc. etc. habiéndonos por sus exposiciones hecho entender
que el bien de la España exigía que se pusiese prontamente un término
al interregno, hemos resuelto proclamar, como nos proclamamos por las
presentes, rey de España y de las Indias a nuestro muy amado hermano
José Napoleón, actualmente rey de Nápoles y de Sicilia.
»Garantimos al rey de las Españas la independencia e integridad de
sus estados, así los de Europa como los de África, Asia y América. Y
encargamos», etc. [Sigue la fórmula de estilo.]
[Marginal: Llegada de José a Bayona.]
Era este decreto el precursor anuncio de la llegada de José, quien el 7
entró en Pau a las ocho de la mañana, y puesto en camino poco después
se encontró con Napoleón a seis leguas de Bayona, hasta donde había
salido a esperarle. Mostraba este tanta diligencia porque no habiendo
de antemano consultado con su hermano la mudanza resuelta, temió que
no aceptase el nuevo solio, y quiso remover prontamente cualquiera
obstáculo que le opusiese. En efecto José contento con su delicioso
reino de Nápoles no venía decidido a admitir el cambio que para otros
hubiera sido tan lisonjero. Y aquí tenemos una corona arrancada por
la violencia a Fernando VII, adquirida también mal de su grado por el
señalado para sucederle.
Napoleón atento a evitar la negativa de su hermano le hizo subir en
su coche, y exponiéndole sus miras políticas en trasladarle al trono
español, trató con particularidad de inculcarle los intereses de
familia, y la conveniencia de que se conservase en ella la corona de
Francia, para cuyo propósito y el de prevenir la ambición de Murat
y de otros extraños, nada era más acertado, añadía, que el poner
como de atalaya a José en España, desde donde con mayor facilidad y
superiores medios se posesionaría del trono de Francia, en caso de que
vacase inesperadamente. Además le manifestó haber ya dispuesto del
reino de Nápoles para colocar en él a Luciano. Asegúrase que la última
indicación movió a José más que otra razón alguna por el tierno amor
que profesaba a aquel su hermano. Sea pues de esto lo que fuere, lo
cierto es que Napoleón había de tal modo preparado las cosas que sin
dar tiempo ni vagar fue José reconocido y acatado como rey de España.
[Marginal: Recibimiento de José en Marracq.]
Así sucedió que al llegar entre dos luces a Marracq recibió los
obsequios de tal de boca de la emperatriz, que con sus damas había
salido a recibirle al pie de la escalera. Ya le aguardaban dentro del
palacio los españoles congregados en Bayona, a quienes se les había
citado de antemano, teniendo Napoleón tanta priesa en el reconocimiento
del nuevo rey, que no permitió cubrir las mesas ni descanso alguno a su
hermano antes de desempeñar aquel cuidado, cuyo ceremonial se prolongó
hasta las diez de la noche.
[Marginal: Diputaciones españolas.]
Naturalmente debió durar más de lo necesario, habiendo ignorado los
españoles el motivo a que eran llamados. Advertidos después tuvieron
que concertarse apresuradamente allí mismo en uno de los salones, y
arreglar el modo de felicitar al soberano recién llegado. Para ello se
dividieron en cuatro diputaciones, a saber, la de los grandes, la del
consejo de Castilla, la de los consejos de la Inquisición, Indias y
hacienda reunidos los tres en una, y la del ejército. Pusieron todas
separadamente y por escrito una exposición gratulatoria, y antes de
que se leyesen a José con toda solemnidad, se presentaba cada una a
Napoleón para su aprobación previa: menguada censura, indigna de su
alta jerarquía.
[Marginal: La de los grandes.]
Era la diputación de los grandes la primera en orden, e iba a su cabeza
el duque del Infantado, quien había tenido el encargo de extender la
felicitación. Principiando por un cumplido vago, concluía esta con
decir «las leyes de España no nos permiten ofrecer otra cosa a V.
M. Esperamos que la nación se explique y nos autorice a dar mayor
ensanche a nuestros sentimientos.» Difícil sería expresar la irritación
que provocó en el altivo ánimo de Napoleón tan inesperada cortapisa.
Fuera de sí y abalanzándose al duque díjole, que «siendo caballero se
portase como tal, y que en vez de altercar acerca de los términos de
un juramento, el cual así que pudiera intentaba quebrantar, se pusiese
al frente de su partido en España, y lidiase franca y lealmente...
Pero le advertía que si faltaba al juramento que iba a prestar, quizá
estaría en el caso antes de ocho días de ser arcabuceado.» Tardíos eran
a la verdad los escrúpulos del duque, y o debía haberlos sepultado
en lo más íntimo del pecho, o sostenerlos con el brío digno de su
cuna, si arrastrado por el clamor de la conciencia quería acallarla
dándoles libre salida. Mas el del Infantado arredrose, y cedió a la
ira de Napoleón. Por eso hubo quien achacara a otro haberle apuntado
la cláusula, dejándole solo al duque la gloria de haberla escrito, sin
pensar en el aprieto en que iba a encontrarse. Corrigieron entonces los
grandes su primera exposición, reconocieron por rey a José e hizo la
lectura de ella, aunque no pertenecía a la clase, Don Miguel José de
Azanza.
[Marginal: La del consejo de Castilla. (* Ap. n. 4-6.)]
Los magistrados que llevaban la voz a nombre del consejo de Castilla,
si bien incensaron al nuevo rey diciéndole:[*] «V. M. es rama principal
de una familia destinada por el cielo para reinar», esquivaron también,
pero de un modo más encapotado que los grandes, el reconocimiento claro
y sencillo, limitándose por falta de autoridad, según expresaban, a
manifestar cuáles eran sus deseos: tan cuidadosos andaban siempre el
consejo y sus individuos de no comprometerse abiertamente en ningún
sentido.
[Marginal: La de la Inquisición.]
A todos los parabienes respondió José con afable cortesanía, mereciendo
particular mención el modo con que habló al inquisidor Don Raimundo
Ethenard y Salinas, a quien dijo «que la religión era la base de
la moral y de la prosperidad pública, y que aunque había países en
que se admitían muchos cultos, sin embargo debía considerarse a la
España como feliz porque no se honraba en ella sino el verdadero.»
Con un tan claro elogio de las ventajas de una religión exclusiva
los inquisidores, que fundadamente consideraban su tribunal como el
principal baluarte de la intolerancia, creyéronse asegurados. Ya antes
alimentaban la esperanza de mantenerse desde que Murat mismo había
correspondido a sus congratulaciones con halagüeñas y favorables
palabras. El no haberse abolido aquel terrible tribunal en la
constitución de Bayona, y el que uno de sus ministros en representación
suya la autorizase con su firma, acrecentó la confianza de los
interesados en conservarle, y puso espanto a los que a su nombre se
estremecían. Ahora que han transcurrido años, y que otros excesos han
casi borrado los de Napoleón, atribuirase a sueño de los partidarios
del santo oficio el haberse imaginado que aquel hubiera sostenido tan
odiosa institución. Mas si recordamos que en los primeros tiempos de
la irrupción francesa muchos emisarios de su gobierno encarecían la
utilidad de la Inquisición como instrumento político, y si también
atendemos al modo arbitrario y escudriñador con que en la ilustrada
Francia se disminuía y cercenaba la libertad de escribir y pensar, no
nos parecerá que fuesen tan desvariadas y fútiles las esperanzas de
los inquisidores. Quizá José y algunos españoles de su bando hubieran
querido la abolición inmediata, ¿pero qué podía él ni que valían ellos
contra la imperiosa voluntad de Napoleón? Que este acabase después
en diciembre de 1808 con la Inquisición, en nada destruye nuestros
recelos. Entonces restablecida, como a su tiempo veremos, por la junta
central con gran descrédito suyo, entendió el soberano francés ser
oportuno descuajar tan mala planta, procurando granjearse por aquel
medio y en contraposición de la autoridad nacional el aprecio de muchos
hombres de saber, atemorizados y desabridos con el renacimiento de tan
odioso tribunal.
[Marginal: La del ejército.]
En la contestación que dio José al duque del Parque, representante del
ejército, también notamos ciertas expresiones bastantemente singulares.
«Yo me honro, dijo, con el título de su primer soldado, y ora fuese
necesario como en tiempos antiguos combatir a los moros, ora sea
menester rechazar las injustas agresiones de los eternos enemigos del
continente, yo participaré de todos vuestros peligros.» Extraña mezcla
poner al par de los ingleses a los moros y sus guerras. Probablemente
fue adorno oratorio mal escogido: dado que no siendo creíble que por
aquellas palabras hubiera querido anunciar en nuestros días temores de
una irrupción agarena, era forzoso imaginarse que se encubría en su
sentido el ulterior proyecto de invadir la costa africana, y cierto
que si el primer pensamiento hubiera pasado de desvarío, hubiérase el
segundo reprendido de sobradamente anticipado cuando la nueva corona
apenas había tocado su cabeza.
[Marginal: Otra proclama de los de Bayona.]
Todavía era muy corto el número de diputados que concurrían en Bayona,
a la sazón que en 8 de junio [*] [Marginal: (* Ap. n. 4-7.)] dieron los
presentes otra proclama a todos los españoles con objeto de recomendar
a su afecto la nueva dinastía, y de reprimir la insurrección. José por
su parte aceptó en decreto del 10 [*] [Marginal: (* Ap. n. 4-8.)] la
cesión de la corona de España que en su persona había hecho su hermano,
confirmando a Murat en la lugartenencia del reino, cuyo puesto había
ejercido sucesivamente a nombre de Carlos IV y de Napoleón. Acompañaba
a este decreto [*] [Marginal: (* Ap. n. 4-9.)] otro en que mostraba
cuáles eran sus intenciones, y en el que ya llamaba suyos a los pueblos
de España. Estos documentos corrían con dificultad en las provincias;
pero si alguno de ellos se introducía, soplaba el fuego en vez de
apagarle.
[Marginal: Previas disposiciones para abrir el congreso de Bayona.]
Acercábase el día de abrirse el congreso de Bayona y a duras penas
crecía el número de individuos que debían componerle. Por fin fueron
llegando algunos de los que forzadamente obligaban a salir de Madrid,
o de los que cogían en los pueblos ocupados por las tropas francesas.
Pocos fueron los que de grado acudieron al llamamiento; y mal podía
ser de otra manera viendo los convocados que la insurrección prendía
por todas partes, y el gran compromiso a que se exponían. Antes de
dar principio a las sesiones, Napoleón entregó a Don Miguel José de
Azanza un proyecto de constitución. Extrema curiosidad se despertó
con deseo de averiguar quién fuese el autor. Ni entonces ni ahora ha
sido dable el descubrirle, bien que se advierta que una mano española
debió en gran parte coadyuvar al desempeño de aquel trabajo. Nosotros
no aventuraremos conjeturas más o menos fundadas. Pero sí se nos ha
aseverado de un modo indudable por persona bien enterada, que dicha
constitución o sus bases más esenciales fueron entregadas al emperador
francés en Berlín después de la batalla de Jena. Debió pues salir de
pluma que vislumbrase ya cuál suerte aguardaba a España con la incierta
política del príncipe de la Paz y la desmesurada ambición del gabinete
de Francia. Napoleón escogió a Don Miguel de Azanza, como en otro libro
indicamos, para presidir el congreso; y se nombraron por secretarios
a Don Mariano Luis de Urquijo, del consejo de estado, y a Don Antonio
Ranz Romanillos, del de hacienda. Encargó también que se eligiesen dos
comisiones a cuyo previo examen se confiase el preparar los asuntos
para los debates, y proponer las modificaciones que pareciere oportuno
adoptar en la nueva constitución.
[Marginal: Ábrense sus sesiones.]
Concluidas que fueron estas disposiciones preliminares, abrió sus
sesiones la junta de Bayona el 15 de junio, día de antemano señalado.
Pronunció Don Miguel de Azanza en calidad de presidente el discurso
de apertura. En él decía:[*] [Marginal: (* Ap. n. 4-10.)] «Gracias y
honor inmortal a este hombre extraordinario [Napoleón] que nos vuelve
una patria que habíamos perdido»... «Ha querido después que en el lugar
de su residencia y a su misma vista se reúnan los diputados de las
principales ciudades, y otras personas autorizadas de nuestro país,
para discurrir en común sobre los medios de reparar los males que hemos
sufrido, y sancionar la constitución que nuestro mismo regenerador se
ha tomado la pena de disponer para que sea la inalterable norma de
nuestro gobierno... De este modo podrán ser útiles nuestros trabajos,
y cumplirse los altos designios del héroe que nos ha convocado...»
Pesa que un hombre cuyo concepto de probidad se había hasta entonces
mantenido sin tacha, se abatiese a pronunciar expresiones adulatorias,
poco dignas de la boca de un ministro puro y honrado. Porque en efecto,
¿dónde estaban los diputados de las principales ciudades? y si la
patria estaba perdida ¿no había también _el hombre extraordinario_
contribuido en gran manera a hundirla en el abismo? ¿En dónde y cómo
nos la había vuelto? Sin la constancia española, sin la pertinaz guerra
de seis años, hubiera sido tratada con el vilipendio que otros estados,
y partida después o desmembrada al antojo del extranjero. Suerte que
hubiera merecido, si en silencio hubiese dejado que tan indignamente se
la humillase y oprimiese. Pudiera Azanza haber cumplido con el encargo
de presidente, sin aparecer oficioso ni lisonjero.
[Marginal: Sus discusiones.]
Redujéronse a doce las sesiones de Bayona. En la misma del 15 se
procedió a la verificación de poderes, y se leyó el decreto de Napoleón
por el que cedía la corona de España a su hermano José; habiéndose
acordado en la del 17 pasar a cumplimentar al nuevo monarca. En nada
fueron notables los discursos que al caso se pronunciaron, sino en
haberse especificado en el contexto del de la junta «que habían hecho y
que harían [sus individuos] cuanto estuviese de su parte para atraer a
la tranquilidad y al orden las provincias que estaban agitadas.» Por el
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