Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) - 21

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haber amalado muchos de los soldados franceses, y muerto algunos con
síntomas de índole dudosa. Para serenar los ánimos el barón Larrey,
primer cirujano del ejército invasor, examinó los alimentos, y el
boticario mayor del mismo Mr. Laubert analizó detenidamente el vino
que se les vendía en varias tabernas y bodegones de dentro y fuera de
Madrid. Nada se descubrió de nocivo en el líquido, solamente a veces
había con él mezcladas algunas sustancias narcóticas más o menos
excitativas, como el agua de laurel y el pimiento que para dar fuerza
suelen los vinateros y vendedores añadir al vino de la Mancha, a
semejanza del óxido de plomo o sea litargirio que se emplea en algunos
de Francia para corregir su acedía. La mixtión no causaba molestia a
los españoles por la costumbre, y sobre todo por su mayor sobriedad:
dañó extremadamente a los franceses no habituados a aquella bebida, y
que abusaban en sumo grado de los vinos fuertes y licorosos de nuestro
terruño. El examen y declaración de Larrey y Laubert tranquilizó a los
franceses, recelosos de cualquiera asechanza de parte de un pueblo
gravemente ofendido; pero el de España con dificultad hubiera recurrido
para su venganza a un medio que no le era usual, cuando tantos otros
justos y nobles se le presentaban.
[Marginal: Savary sucede a Murat.]
En lugar de Murat envió Napoleón a Madrid al general Savary, el que
llegó el 15 de junio. No agradó la elección a los franceses, habiendo
en su ejército muchos que por su graduación y militar renombre
reputábanse como muy superiores. Asimismo en el concepto de algunos
menoscababa la estimación de la persona escogida, el haber sido con
frecuencia empleada en comisiones más propias de un agente de policía
que de quien había servido en la carrera honorífica de las armas. No
era tampoco entre los españoles juzgado Savary con más ventaja, porque
habiendo sido el celador asiduo del viaje de Fernando, coadyuvó con
palabras engañosas a arrastrarle a Bayona. Sin embargo su nombre no era
ni tan conocido ni odiado como el de Murat: además llegó en sazón en
que muy poco se curaban en las provincias de lo que se hacía o deshacía
en Madrid. Asuntos inmediatos y de mayor cuantía embargaban toda la
atención.
[Marginal: Singular comisión de Savary.]
El encargo confiado a Savary era nuevo y extraño en su forma.
Autorizado con iguales facultades que el lugarteniente Murat, no le era
lícito poner su firma en resolución alguna. Al general Belliard tocaba
con la suya legalizarlas. El uno leía las cartas, oficios e informes
dirigidos al lugarteniente; respondía, determinaba: el otro ceñíase a
manera de una estampilla viva a firmar lo que le era prescrito. Los
decretos se encabezaban a nombre del gran duque como si estuviese
presente o hubiese dejado sus poderes a Savary, y este disponiendo
en todo soberanamente, incomodaba a varios de los otros jefes que se
consideraban desairados.
[Marginal: Su conducta.]
Para mostrar que él era la suprema cabeza, a su llegada se alojó
en palacio, y tomó sin tardanza providencias acomodadas al caso.
Prosiguió las fortificaciones del Retiro, y construyó un reducto
alrededor de la fábrica real de porcelana allí establecida, y a que
dan el nombre de casa de la China, en donde almacenó las vituallas
y municiones de guerra. Pensó después en sostener los ejércitos
esparcidos por las provincias. Tal había sido la orden verbal de
Napoleón, quien juzgaba, «ser lo más importante ocupar muchos puntos,
a fin de derramar por todas partes las novedades que había querido
introducir...» Conforme a ella e incierto de la suerte de Dupont, cuya
correspondencia estaba cortada, [Marginal: Envía a Vedel para reforzar
a Dupont.] resolvió Savary reforzarle con las tropas mandadas por el
general Vedel que se hallaban en Toledo. Ascendían a 6000 infantes
y 700 caballos con doce cañones. El 19 de junio salieron de aquella
ciudad, juntándoseles en el camino los generales Roize y Liger-Belair
con sus destacamentos, los cuales hemos visto fueron compelidos a
recogerse a Madridejos por la insurrección general de la Mancha.
Los franceses por todas partes se encontraban con pueblos solitarios,
incomodándoles a menudo los tiros del paisanaje oculto detrás de
los crecidos panes, y ¡ay de aquellos que se quedaban rezagados! No
obstante asomaron sin notable contratiempo a Despeñaperros en la mañana
del 26 de junio. [Marginal: Paso de Sierra Morena.] La posición estaba
ocupada por el teniente coronel español Don Pedro Valdecañas empleado
antes en la persecución de contrabandistas por aquellas sierras, y
ahora apostado allí con objeto de que colocándose a la retaguardia
de Dupont, le interceptase la correspondencia e impidiese el paso
de los socorros que de Madrid le llegasen. Había atajado el camino
en lo más estrecho con troncos, ramas y peñascos, desmoronándole del
lado del despeñadero, y situando detrás seis cañones. Paisanos los
más de su tropa, y él mismo poco práctico en aquella clase de guerra,
desaprovechó la superioridad que le daba el terreno. Cedieron luego
los nuestros al ataque bien concertado de los franceses, perdieron
la artillería, y Vedel prosiguió sin embarazo a la Carolina, en cuya
ciudad se le incorporó un trozo de gente que le enviaba Dupont a las
órdenes del oficial Baste, el saqueador de Jaén. Llevada pues a feliz
término la expedición, creyó Vedel conveniente enviar atrás alguna
tropa para reforzar ciertos puntos que eran importantes, y conservar
abierta la comunicación. Por lo demás bien que pareciesen cumplidos
los deseos del enemigo en la unión de Vedel y Dupont, pudiendo no
solo corresponder libremente con Madrid, mas aun hacer rostro a los
españoles y desbaratar sus mal formadas huestes: no tardaremos en ver
cuán de otra manera de lo que esperaban remataron las cosas.
[Marginal: Refuerzos enviados a Moncey.]
Aquejábale igualmente a Savary el cuidado de Moncey, cuya suerte
ignoraba. Después de haberse adelantado este mariscal más allá de la
provincia de Cuenca, habían sido interrumpidas sus comunicaciones,
hechos prisioneros soldados suyos sueltos y descarriados, y aun algunas
partidas. Juntándose pues número considerable de paisanos alentados
con aquellos que calificaban de triunfos, fue necesario pensar en
dispersarlos. Con este objeto se ordenó al general Caulincourt
apostado en Tarancón, que marchase con una brigada sobre Cuenca.
[Marginal: Caulincourt saquea a Cuenca.] Dio vista a la ciudad el 3
de julio, y una gavilla de hombres desgobernada le hizo fuego en las
cercanías a bulto y por corto espacio. Bastó semejante demostración
para entregar a un horroroso saco aquella desdichada ciudad. Hubo
regidores e individuos del cabildo eclesiástico que saliendo con
bandera blanca quisieron implorar la merced del enemigo; mas resuelto
este al pillaje sin atender a la señal de paz, los forzó a huir
recibiéndolos a cañonazos. Espantáronse a su ruido los vecinos y casi
todos se fugaron, quedando solamente los ancianos y enfermos y cinco
comunidades religiosas. No perdonaron los contrarios casa ni templo
que no allanasen y profanasen. No hubo mujer por enferma o decrépita
que se libertase de su brutal furor. Al venerable sacerdote Don
Antonio Lorenzo Urbán, de edad de ochenta y tres años, ejemplar por sus
virtudes, le traspasaron de crueles heridas, después de recibir de
sus propias manos el escaso peculio que todavía su ardiente caridad
no había repartido a los pobres. Al franciscano P. Gaspar Navarro,
también octogenario, atormentáronle crudamente para que confesase
dinero que no tenía. Otras y no menos crueles, bárbaras y atroces
acciones mancharon el nombre francés en el no merecido saco de Cuenca.
No satisfecho Savary con el refuerzo que se enviaba a Moncey al mando
de Caulincourt, despachó otro nuevo a las órdenes del general Frère,
[Marginal: Frère.] el mismo que antes había ido a apaciguar a Segovia.
Llegó este a Requena el 5 de julio, donde noticioso de que Moncey se
retiraba del lado de Almansa, y de estar guardadas las Cabrillas por el
general español Llamas, revolvió sobre San Clemente, y se unió con el
mariscal. Poco después informado Savary de haberse puesto en cobro las
reliquias de la expedición de Valencia, y deseoso de engrosar su fuerza
en derredor suyo, mandó a Caulincourt y a Frère que se restituyesen a
Madrid: con lo que enflaquecido el cuerpo de Moncey y quizá ofendido
este de que un oficial inferior en graduación y respetos pudiese
disponer de la gente que debía obedecerle, desistió de toda empresa
ulterior, y se replegó a las orillas del Tajo.
Los franceses que esparcidos no habían conseguido las esperadas
ventajas, comenzaron a pensar en mudar de plan, y reconcentrar más sus
fuerzas. Napoleón sin embargo tenaz en sus propósitos insistía en que
Dupont permaneciese en Andalucía, al paso que mereció su desaprobación
el que le enviasen continuados refuerzos. [Marginal: Segundo refuerzo
llevado a Dupont por el general Gobert.] Savary inmediato al teatro
de los acontecimientos, y fiado en el favor de que gozaba, tomó sobre
sí obrar por rumbo opuesto, e indicó a Dupont la conveniencia de
desamparar las provincias que ocupaba. Para que con más desembarazo
pudiera este jefe efectuar el movimiento retrógrado, dirigió aquel
sobre Manzanares al general Gobert con su división, en la que estaba la
brigada de coraceros que había en España. Mas Dupont ya fuese temor de
su posición, o ya deseos de conservarse en Andalucía, ordenó a Gobert
que se le incorporase, y este se sometió a dicho mandato después de
dejar un batallón en Manzanares y otro en el Puerto del Rey.
[Marginal: Desatiende a Bessières.]
Tan discordes andaban unos y otros, como acontece en tiempos
borrascosos, estando solo conformes y empeñados en aumentar fuerzas
hacia el mediodía. Y al mismo tiempo el punto que más urgía auxiliar
que era el de Bessières, amenazado por las tropas de Galicia, León
y Asturias, quedaba sin ser socorrido. Claro era que una ventaja
conseguida por los españoles de aquel lado, comprometería la suerte de
los franceses en toda la península, interrumpiría sus comunicaciones
con la frontera, y los dejaría a ellos mismos en la imposibilidad
de retirarse. Pues a pesar de reflexión tan obvia desatendiose a
Bessières, y solo tarde y con una brigada de infantería y 300 caballos
se acudió de Madrid en su auxilio. Felizmente para el enemigo la
fortuna le fue allí más favorable; merced a la impericia de ciertos
jefes españoles.
[Marginal: Cuesta.]
Después de la batalla de Cabezón se había retirado a Benavente el
general Cuesta. Recogió dispersos, prosiguió los alistamientos, y se
le juntaron el cuerpo de estudiantes de León y y el de Covadonga de
Asturias. Diéronse en aquel punto las primeras lecciones de táctica a
los nuevos reclutas, se los dividió en batallones que llamaron tercios,
y esmerose en instruirlos don José de Zayas. De esta gente se componía
la infantería de Cuesta, limitándose la caballería al regimiento de la
Reina y guardias de Corps que estuvieron en Cabezón, y al escuadron de
carabineros que antes había pasado a Asturias. Era ejército endeble
para salir con él a campaña, si las tropas de la última provincia y
las de Galicia no obraban al propio tiempo y mancomunadamente. Por
lo cual con instancia pidió el general Cuesta que avanzasen y se le
reuniesen. La junta de Asturias propensa a condescender con sus ruegos,
fue detenida por las oportunas reflexiones de su presidente el marqués
de Santa Cruz de Marcenado, manifestando en ellas que lejos de acceder,
se debía exhortar al capitán general de Castilla a abandonar sus llanos
y ponerse al abrigo de las montañas; pues no teniendo soldados ni unos
ni otros sino hombres, infaliblemente serían deshechos en descampado, y
se apagaría el entusiasmo que estaba tan encendido. Convencida la junta
de lo fundado de las razones del marqués, acordó no desprenderse de su
ejército, y solo por halagar a la multitud consintió en que quedase
unido a los castellanos el regimiento de Covadonga, compuesto de más
de 1000 hombres, y mandado por Don Pedro Méndez de Vigo, y además que
otros tantos bajasen a León del puerto de Leitariegos a las órdenes del
mariscal de campo conde de Toreno, padre del autor.
También encontró en Galicia la demanda de Cuesta graves dificultades.
Había sido el plan de Filangieri fortificar a Manzanal, y organizar
allí y en otros puntos del Bierzo sus soldados, antes de aventurar
acción alguna campal. Mas la junta de Galicia atenta a la quebrantada
salud de aquel general y al desvío con que por extranjero le
miraban algunos, relevándole del mando activo, le había llamado a
la Coruña, y nombrado en su lugar al cuartel maestre general Don
Joaquín Blake. Púsose este al frente del ejército el 21 de junio, y
perseguido Filangieri de adversa estrella pereció como hemos dicho
el 24. Persistió Blake en el plan anterior de adiestrar la tropa,
esperando que con los cuerpos que había en Galicia, los de Oporto y
nuevos alistados, conseguiría armar y disciplinar 40.000 hombres.
La inquietud de los tiempos le impidió llevar su laudable propósito
a cumplido efecto. Deseoso de examinar y reconocer por sí la sierra
y caminos de Foncebadón y Manzanal había salido de Villafranca,
[Marginal: Ejército de Galicia después de la muerte de Filangieri.]
y pareciéndole conveniente tomar posición en aquellas alturas que
forman una cordillera avanzada de la del Cebrero y Piedrafita, límite
de Galicia, se situó allí extendiendo su derecha hasta el Monte
Teleno que mira a Sanabria, y su izquierda hacia el lado de León por
la Cepeda. Así no solamente guarecía todas las entradas principales
de Galicia, sino también disfrutaba de los auxilios que ofrecía el
Bierzo. Empezaba pues a poner en planta su intento de ejercitar y
organizar su gente, cuando el 28 de junio se le presentó Don José
de Zayas rogándole a nombre del general Cuesta que con todo o parte
de su ejército avanzase a Castilla. Negose Blake, y entonces pasó
el comisionado a avistarse con la junta de la Coruña de quien aquel
dependía. La desgracia ocurrida con Filangieri, el terror que infundió
su muerte, las instancias de Cuesta y los deseos del vulgo que casi
siempre se gobierna más bien por impulso ciego que por razón, lograron
que triunfase el partido más pernicioso; habiéndose prevenido a Blake
que se juntase con el ejército de Castilla en las llanuras. Poco antes
de haber recibido la orden redujo aquel general a cuatro divisiones las
seis en que a principios de junio se había distribuido la fuerza de su
mando, ascendiendo su número a unos 27.000 hombres de infantería, con
más de 30 piezas de campaña y 150 caballos de distintos cuerpos. Tomó
otras disposiciones con acierto y diligencia, y si al saber y práctica
militar que le asistía se le hubiera agregado la conveniente fortaleza
o mayor influjo para contrarrestar la opinión vulgar, hubiera al fin
arreglado debidamente el ejército puesto a sus órdenes. Mas oprimido
bajo el peso de aquella, tuvo que ceder a su impetuoso torrente, y
pasar en los primeros días de julio a unirse en Benavente con el
general Cuesta. Dejó solo en Manzanal la segunda división compuesta de
cerca de 6000 hombres a las órdenes del mariscal de campo Don Rafael
Martinengo, y en la Puebla de Sanabria un trozo de 1000 hombres a las
del marqués de Valladares, el que obró después en Portugal de concierto
con el ejército de aquella nación. Llegado que fue a Benavente con las
otras tres divisiones, dejó allí la tercera al mando del brigadier
Don Francisco Riquelme sirviendo como de reserva, y constando de 5000
hombres. Púsose en movimiento camino de Rioseco con la primera y cuarta
división acaudilladas por el jefe de escuadra Don Felipe Jado Cagigal
y el mariscal de campo marqués de Portago; llevó además el batallón de
voluntarios de Navarra que pertenecía a la tercera. Se había también
arreglado para la marcha una vanguardia que guiaba el conde de Maceda,
grande de España, y coronel del regimiento de infantería de Zaragoza.
Ascendía el número de esta fuerza a 15.000 hombres, la cual formaba con
la de Cuesta un total de 22.000 combatientes. Contábanse entre unos y
otros muchos paisanos vestidos todavía con su humilde y tosco traje, y
no llegaban a 500 los jinetes. Reunidos ambos generales tomó el mando
el de Castilla como más antiguo, si bien era muy inferior en número
y calidad su tropa. No reinaba entre ellos la conveniente armonía.
Repugnábanle a Blake muchas ideas de Cuesta, y ofendíase este de que un
general nuevamente promovido y por una autoridad popular pudiese ser
obstáculo a sus planes. Pero el primero por desgracia sometiéndose a la
superioridad que daban al de Castilla los años, la costumbre del mando
y sobre todo ser su dictamen el que con más gusto y entusiasmo abrazaba
la muchedumbre, no se opuso según hemos visto a salir de Benavente ni
al tenaz propósito de ir al encuentro del enemigo por las llanuras que
se extendían por el frente.
[Marginal: Batalla de Rioseco, 14 de julio.]
Noticiosos los franceses del intento de los españoles quisieron
adelantárseles, y el 9 salió de Burgos el general Bessières. No estaban
el 13 a larga distancia ambos ejércitos, y al amanecer del 14 de julio
se avistaron sus avanzadas en Palacios, legua y media distante de
Rioseco. El de los franceses constaba de 12.000 infantes y más de 1500
caballos: superior en número el de los españoles era inferiorísimo
en disciplina, pertrechos y sobre todo en caballería, tan necesaria
en aquel terreno, siendo de admirar que con ejército tan novel y
desapercibido se atreviese Cuesta a arriesgar una acción campal.
La desunión que había entre los generales españoles, si no del todo
manifiesta todavía, y la condición imperiosa y terca del de Castilla,
impidieron que de antemano se tomasen mancomunadamente las convenientes
disposiciones. Blake, en la tarde del 13, al aviso de que los franceses
se acercaban, pasó desde Castromonte, en donde tenía su cuartel
general, a Rioseco, en cuya ciudad estaba el de Cuesta, y juntos se
contentaron con reconocer el camino que va a Valladolid, persuadido el
último que por allí habían de atacar los franceses. A esto se limitaron
las medidas previamente combinadas.
Volviendo Don Joaquín Blake a su campo, preparó su gente, reconoció
de nuevo el terreno, y a las dos de la madrugada del 14 situó sus
divisiones en el paraje que le pareció más ventajoso, no esperando
grande ayuda de la cooperación de Cuesta. Empezó sin embargo este a
mover su tropa en la misma dirección a las cuatro de la mañana; pero
de repente hizo parada, sabedor de que el enemigo avanzaba del lado
de Palacios a la izquierda del camino que de Rioseco va a Valladolid.
Advertido Blake tuvo también que mudar de rumbo y encaminarse a aquel
punto. Ya se deja discurrir de cuánto daño debió de ser para alcanzar
la victoria movimiento tan inesperado, teniendo que hacerse por
paisanos y tropas bisoñas. Culpa fue grande del general de Castilla
no estar mejor informado en un tiempo en que todos andaban solícitos
en acechar voluntariamente los pasos del ejército francés. Cuesta
temiendo ser atacado pidió auxilio al general Blake, quien le envió
su cuarta división al mando del marqués de Portago, y se colocó él
mismo con la vanguardia, los voluntarios de Navarra y primera división
en la llanura que a manera de mesa forma lo alto de una loma puesta
a la derecha del camino que media entre Rioseco y Palacios, y a cuyo
descampado llaman los naturales campos de Monclín. Constaba esta fuerza
de 9000 hombres. No era respetable la posición escogida, siendo por
varios puntos de acceso no difícil. Cuesta se situó detrás a la otra
orilla del camino, dejando entre sus cuerpos y los de Blake un claro
considerable. Mantúvose así apartado por haber creído, según parece,
que eran franceses los soldados del provincial de León que se mostraron
a lo lejos por su izquierda, y quizá también llevado de los celos que
le animaban contra el otro general su compañero.
Al avanzar dudó un momento el mariscal Bessières si acometería a
los españoles, imaginándose que eran muy superiores en número a los
suyos. Pero habiendo examinado de más cerca la extraña disposición,
por la cual quedaba un claro en tanto grado espacioso que parecían las
tropas de su frente más bien ejércitos distintos que separados trozos
de uno mismo y solo, recordó lo que había pasado allá en Cabezón, y
arremetiendo sin tardanza resolvió interponerse entre Blake y Cuesta.
Había juzgado el francés que eran dos líneas diversas, y que la
ignorancia e impericia de los jefes había colocado a los soldados tan
distantes unos de otros. Difícil era por cierto presumir que el interés
de la patria, o por lo menos el honor militar, no hubiese acallado en
un día de batalla mezquinas pasiones. Nosotros creemos que hubo de
parte de Cuesta el deseo de campear por sí solo y acudir al remedio
de la derrota luego que hubiese visto destrozado en parte o por lo
menos muy comprometido a su rival. No era dado a su ofendido orgullo
descubrir lo arriesgado y aun temerario de tal empresa. De su lado
Blake hubiera obrado con mayor prudencia si conociendo la inflexible
dureza de Cuesta, hubiese evitado exponerse a dar batalla con una parte
reducida de su ejército.
Prosiguiendo Bessières en su propósito ordenó que el general Merle y
Sabatier acometiesen el primero la izquierda de la posición de Blake
y el segundo su centro. Iba con ellos el general Lassalle acompañado
de dos escuadrones de caballería. Resistieron con valor los nuestros,
y muchos aunque bisoños aguantaron la embestida, como si estuvieran
acostumbrados al fuego de largo tiempo. Sin embargo el general Merle
encaramándose del lado del camino por el tajo de la meseta, los
nuestros comenzaron a ciar, y a desordenarse la izquierda de Blake. En
tanto avanzaba Mouton para acometer a los de Cuesta, e interponerse
entre los dos grandes y separados trozos del ejército español. A su
vista los carabineros reales y guardias de Corps, sin aguardar aviso
se movieron y en una carga bizarrísima arrollaron las tropas ligeras
del enemigo, y las arrojaron en una torrentera de las que causan en
aquel país las lluvias. Fue al socorro de los suyos la caballería de la
guardia imperial, y nuestros jinetes cediendo al número se guarecieron
de su infantería. Cayeron muertos en aquel lance los ayudantes mayores
de carabineros Escobedo y Chaperón, lidiando este bravamente y cuerpo
a cuerpo con varios soldados del ejército contrario. Arreciando la
pelea, se adelantó la cuarta división de Galicia, puesta antes a las
órdenes inmediatas de Cuesta con consentimiento de Blake. Dicen unos
que obró por impulso propio, otros por acertada disposición del primer
general. Iban en ella dos batallones de granaderos entresacados de
varios regimientos, el provincial de Santiago y el de línea de Toledo,
a los que se agregaron algunos bisoños entre otros el de Covadonga.
Arremetieron con tal brío que fueron los franceses rechazados y
deshechos, cogiendo los nuestros cuatro cañones. Momento apurado para
el enemigo y que dio indicio de cuán otro hubiera sido el éxito de la
batalla a haber habido mayor acuerdo entre los generales españoles.
Mas la adquirida ventaja duró corto tiempo. En el intervalo había
crecido el desorden y la derrota en las tropas de Blake. En balde este
general había querido contener al enemigo con la columna de granaderos
provinciales que tenía como en reserva. Estos no correspondieron a lo
que su fama prometía por culpa en gran parte de algunos de los jefes.
Fueron como los demás envueltos en el desorden, y caballos enemigos
que subieron a la altura acabaron de aumentar la confusión. Entonces
Merle más desembarazado revolvió sobre la cuarta división que había
alcanzado la ventaja arriba indicada, y flanqueándola por su derecha la
contuvo y desconcertó. Los franceses luego acometieron intrépidamente
por todos lados, extendiéronse por la meseta o alto de la posición de
Blake, y todo lo atropellaron y desbarataron, apoderándose de nuestras
no aguerridas tropas la confusión y el espanto. Individualmente hubo
soldados, y sobre todo oficiales que vendieron caras sus vidas,
contándose entre los más valerosos al ilustre conde de Maceda, quien,
_pródigo de su grande alma_, cual otro Paulo, prefirió arrojarse a
la muerte antes que ver con sus ojos la rota de los suyos. Vanos
fueron los esfuerzos del general Blake y de los de su estado mayor,
particularmente de los distinguidos oficiales Don Juan Moscoso, Don
Antonio Burriel y Don José Maldonado para rehacer la gente. Eran sordos
a su voz los más de los soldados, manteniéndose por aquel punto solo
unido y lidiando el batallón de voluntarios de Navarra mandado por
el coronel Don Gabriel de Mendizábal. Cundiendo el desorden no fue
tampoco dable a Cuesta impedir la confusión de los suyos, y ambos
generales españoles se retiraron a corta distancia uno de otro sin ser
muy molestados por el enemigo; pero entre sí con ánimo más opuesto
y enconado. Tomaron el camino de Villalpando y Benavente. Pasó de
4000 la pérdida de los nuestros entre muertos, heridos, prisioneros
y extraviados, con varias piezas de artillería. De los contrarios
perecieron unos 300 y más de 700 fueron los heridos. Lamentable
jornada debida a la obstinada ceguedad e ignorancia de Cuesta, al poco
concierto entre él y Blake, y a la débil y culpable condescendencia
de la junta de Galicia. La tropa bisoña y aun el paisanaje habiendo
peleado largo rato con entusiasmo y denuedo, claramente mostraron lo
que con mayor disciplina y mejor acuerdo de los jefes hubieran podido
llevar a glorioso remate. Mucho perjudicó a la causa de la patria tan
triste suceso. Se perdieron hombres, se consumieron en balde armas y
otros pertrechos, y sobre todo se menoscabó en gran manera la confianza.
Rioseco pagó duramente la derrota padecida casi a sus puertas. Nunca
pudo autorizar el derecho de la guerra el saqueo y destrucción de un
pueblo que por sí no había opuesto resistencia. Mas el enemigo con
pretexto de que soldados dispersos habían hecho fuego cerca de los
arrabales, entró en la ciudad matando por calles y plazas. Los vecinos
que quisieron fugarse murieron casi todos a la salida. Allanaron los
franceses las casas, los conventos y los templos, destruyeron las
fábricas, robándolo todo y arruinándolo. Quitaron la vida a mozos,
ancianos y niños, a religiosos y a varias mujeres, violándolas a
presencia de sus padres y maridos. Lleváronse otras al campamento,
abusando de ellas hasta que hubieron fallecido. Quemaron más de
cuarenta casas, y coronaron tan horrorosa jornada con formar de la
hermosa iglesia de Santa Cruz un infame lupanar, en donde fueron
víctima del desenfreno de la soldadesca muchas monjas, sin que se
respetase aun a las muy ancianas. No pocas horas duró el tremendo
destrozo.
[Marginal: Avanza Bessières a León.]
Bessières después de avanzar hasta Benavente persiguió a Cuesta camino
de León, a cuya ciudad llegó este el 17, abandonándola en la noche del
18 para retirarse hacia Salamanca. El general francés que había dudado
antes si iría o no a Portugal, sabiendo este movimiento y el que Blake
y los asturianos se habían replegado detrás de las montañas, desistió
de su intento y se contentó con entrar en León y recorrer la tierra
llana. [Marginal: Su correspondencia con Blake.] Desde el 22 abrió el
mariscal francés correspondencia con Blake haciéndole proposiciones muy
ventajosas para que él y su ejército reconociesen a José. Respondiole
el general español con firmeza y decoro, concluyendo los tratos con
una carta de este demasiadamente vanagloriosa, y una respuesta de su
contrario atropellada y en que se pintaba el enfado y despecho.
La batalla de Rioseco, fatal para los españoles, llenó de júbilo a
Napoleón, comparándola con la de Villaviciosa que había asegurado la
corona en las sienes de Felipe V. Satisfecho con la agradable nueva, o
más bien sirviéndole de honroso y simulado motivo, abandonó a Bayona,
de donde el 21 de julio por la noche salió para París, visitando antes
los departamentos del mediodía. No fue la vez primera ni la única en
que alejándose a tiempo, procuraba que sobre otros recayesen las faltas
y errores que se cometían en su ausencia.
[Marginal: Viaje de José a Madrid.]
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