Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 20

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Suchet, que ya le aguardaba. Convinieron ambos en limitar ahora sus
operaciones al sitio de Tortosa, emprendiéndole el último por sí y con
sus propios medios, al paso que el primero debía protegerle, con tal
que tuviese víveres, los que le suministró Suchet en cuanto le fue
dable. Entonces creyó este que podría obrar activamente y apoderarse en
breve de Tortosa, sobre todo habiendo empezado a acercar a la plaza,
favorecido de una crecida del Ebro, piezas de grueso calibre. Pero sus
esperanzas no estaban todavía próximas a realizarse.
[Sidenote: Macdonald incomodado siempre por los españoles.]
El ejército francés de Cataluña continuó siempre escaso de granos y
embarazado para menearse, a pesar de los grandes esfuerzos de Suchet
y de Macdonald, pues las partidas, la oposición de los pueblos, la
cuidadosa diligencia de O’Donnell y sus movimientos desbarataban o
detenían los planes más bien combinados. Se colocó, en los primeros
días de septiembre, en Cervera, el mariscal Macdonald: y el general
español vislumbró desde luego que su enemigo tomaba aquellas estancias
para cubrir las operaciones de Suchet, amenazar por retaguardia la
línea del Llobregat, y enseñorearse de considerable extensión de país
que le facilitase subsistencias. Prontamente determinó O’Donnell
suscitar al francés nuevos estorbos, continuando en su primer propósito
de esquivar batallas campales.
Nada le pareció para conseguirlo tan oportuno como atacar los puestos
que el enemigo tenía a retaguardia, cuyos soldados se juzgaban
seguros, fuera del alcance del ejército español, y bastante fuertes
y bien situados para resistir a las partidas. O’Donnell, firme en
su resolución, ordenó que se embarcasen en Tarragona pertrechos,
artillería y algunas tropas, yendo todo convoyado por cuatro faluchos
y dos fragatas, una inglesa y otra española. Partió él en persona, el
6 de septiembre, por tierra, poniéndose en Villafranca al frente de la
división de Campoverde, que de intento había mandado venir allí. En
seguida dirigiose hacia Esparraguera, colocó fuerzas que observasen
al mariscal Macdonald, y otras que atendiesen a Barcelona, y uniendo
a su tropa la caballería de la división de Georget, prosiguió su ruta
por San Cugat, Mataró y Pineda. Salió de aquí el 12, envió por la
costa a Don Honorato de Fleyres con dos batallones y 60 caballos, y él
se encaminó a Tordera. Marchó Fleyres contra Palamós y San Feliú de
Guíxols, y O’Donnell, después de enviar exploradores hacia Hostalrich
y Gerona, avanzó a Vidreras. Para obrar con rapidez, tomó el último
consigo, al amanecer del 14, el regimiento de caballería de Numancia,
60 húsares y 100 infantes, que fueron tan de priesa que las ocho horas
de camino que se cuentan de Vidreras a La Bisbal, las anduvieron en
poco más de cuatro. Siguió detrás, y más despacio, el regimiento de
infantería de Iberia, situándose Campoverde con lo demás de la división
en el valle de Aro, a manera de cuerpo de reserva.
[Sidenote: Sorpresa gloriosa de La Bisbal.]
Luego que O’Donnell llegó enfrente de La Bisbal, ocupó todas las
avenidas, y diose tal maña que no solo cogió piquetes de coraceros que
patrullaban y un cuerpo de 130 hombres que venía de socorro, sino que
en la misma noche del 14 obligó a capitular al general Schwartz con
toda su gente que juntos se habían encerrado en un antiguo castillo
del pueblo. Desgraciadamente, queriendo poco antes reconocer por sí
O’Donnell dicho fuerte, con objeto de quemar sus puertas, fue herido de
gravedad en la pierna derecha, cuyo accidente enturbió la común alegría.
[Sidenote: Y de varios puntos de la costa.]
Fleyres, afortunado en su empresa, se apoderó de San Feliú de Guíxols,
y el teniente coronel Don Tadeo Aldea de Palamós, teniendo este la
gloria de haber subido el primero al asalto. Entre ambos puntos, el de
La Bisbal y otros de la costa tomaron los españoles 1200 prisioneros,
sin contar al general Schwartz y 60 oficiales, habiendo también cogido
17 piezas. Mereció más adelante Don Enrique O’Donnell, por expedición
tan bien dirigida y acabada, el título de conde de La Bisbal.
[Sidenote: Guerra en el Ampurdán.]
Posteriormente a este suceso creció la guerra contra los franceses en
el norte de Cataluña. Don Juan Clarós los molestaba hacia Figueras y
el coronel Don Luis Creeft, con los húsares de San Narciso, por Besalú y
Bañolas. Marchó a Puigcerdá el marqués de Campoverde, acosó un trozo
de enemigos hasta Montluis y exigió contribuciones en la misma Cerdaña
francesa, de donde revolviendo sobre Calaf, estrechó de aquel lado al
mariscal Macdonald, al paso que el brigadier Georget le observaba por
Igualada.
[Sidenote: Eroles manda allí.]
El barón de Eroles, que ya se había distinguido en el sitio de Gerona,
se encargó, después de Campoverde, del mando de los distritos del
norte de Cataluña, bajo el título de comandante general de las tropas
y gente armada del Ampurdán. Empezó luego a hacer grave daño a los
enemigos, y al promediar de octubre les apresó un convoy cerca de la
Junquera, acometiéndolos el 21, con ventaja, en su campamento de Lladó.
[Sidenote: Campoverde en Cardona.]
El propio día, junto a Cardona, hizo asimismo frente el marqués de
Campoverde a las tropas del mariscal Macdonald. Vinieron estas de hacia
Solsona, cuya catedral habían quemado pocos días antes, y, encontrando
resistencia, tornaron a sus anteriores puestos: con la noche también se
recogieron los españoles a Cardona.
No eran decisivas, ni a veces de importancia, las más de dichas acciones
ni otras refriegas que omitimos; pero con ellas embarazábanse los
franceses, y se retardaban sus operaciones, renovándose la escasez de
víveres y creciendo la dificultad de su recolección.
[Sidenote: Otro convoy para Barcelona.]
Motivo por el que volvió Barcelona a dar a los enemigos fundados
temores. Dos meses eran ya corridos después de la entrada en la plaza
del último socorro, y los apuros se reproducían en su recinto. Se
esperaba el alivio de un convoy que partiera de Francia; mas como no
bastaban para custodiarle las fuerzas que regía en el Ampurdán el
general D’Hilliers, tuvo Macdonald que ir en noviembre camino de Gerona
para conducir salvo dicho convoy hasta la capital del principado.
[Sidenote: No adelantan los enemigos en el sitio de Tortosa.]
Así el cerco de Tortosa, suspendido en los meses de septiembre y
octubre, continuó del mismo modo durante el noviembre. No había
aquella interrupción pendido solamente de las razones que estorbaron
al mariscal Macdonald cooperar a aquel objeto, según había ofrecido,
sino también de los obstáculos que se presentaron al general Suchet,
nacidos unos de la naturaleza, otros del hombre. Los primeros parecían
vencidos con las lluvias del equinoccio, que empezaron a hinchar
el Ebro, y con lo que se adelantaba en el camino de ruedas arriba
indicado; no así los segundos, que llevaban traza de crecer en lugar de
allanarse.
[Sidenote: Convoyes que van allí de Mequinenza.]
Resueltos, sin embargo, los franceses a proseguir en su intento, habían
tratado ya en septiembre de enviar desde Mequinenza convoyes por agua,
y de asegurar el tránsito haciendo el 17 pasar de Flix a la otra orilla
del Ebro un batallón napolitano. El barón de La Barre, que mandaba una
división española en Falset (punto que los nuestros volvieron a ocupar
luego que Macdonald en agosto se dirigió a Lérida), [Sidenote: Los
atacan los españoles.] destacó un trozo de gente, a las órdenes del
teniente coronel Villa, contra el mencionado batallón, al cual este
jefe sorprendió y cogió entero. Afortunadamente para los franceses,
el convoy que debió partir retardó su salida, escaso todavía de agua
el río Ebro, sin lo cual hubiera aquel tenido la misma suerte que los
napolitanos. No solo en este sino también en otros lances prosiguió el
barón de La Barre incomodando al enemigo lo largo de aquella orilla.
[Sidenote: Carvajal en Aragón.]
Por la derecha desempeñaron igual faena los aragoneses. Gobernábalos
en jefe desde agosto Don José María de Carvajal, a quien la regencia
de Cádiz había nombrado con objeto de que obedeciesen a una sola
mano las diversas partidas y cuerpos que recorrían aquel reino.
Pensamiento loable, pero cuya ejecución se encomendó a hombre de
limitada capacidad. Carvajal paró solo mientes en lo accesorio del
mando, y descuidó lo más principal. Estableció en Teruel grande aparato
de oficinas, con poca previsión almacenes, y dio ostentosas proclamas.
En vez de ayudar, embarazaba a los jefes subalternos, y mostrábase
quisquilloso con sus puntas de celos.
[Sidenote: Villacampa infatigable en guerrear.]
Importunaba más que a los otros a Don Pedro Villacampa, como quien
descollaba sobre todos. Este caudillo, sin embargo, continuando
infatigable la guerra, cogió el 6 de septiembre, en Andorra, [Sidenote:
Andorra.] un destacamento enemigo, y al siguiente día, en Las Cuevas
de Cañart, [Sidenote: Las Cuevas.] un convoy con 136 soldados y 3
oficiales. El coronel Plicque, que lo mandaba, logró escaparse,
achacándose a Carvajal la culpa por haber retenido lejos, so pretexto
de revista, parte de las tropas. Desazonado Suchet con tales pérdidas,
envió de Mora para ahuyentar a Villacampa alguna fuerza a las órdenes
del general Habert, que, reunido a los coroneles Plicque y Kliski, que
estaban hacia Alcañiz, obligó al español a enmarañarse en las sierras.
Mas pasado un mes, volviendo Villacampa a avanzar, resolvió de nuevo
Suchet que le atacasen sus tropas, y destacó a Chlopicki del bloqueo
de Tortosa, con 7 batallones y 400 caballos. Villacampa retrocedió, y
Carvajal evacuó a Teruel, donde entraron los franceses el 30. Siguieron
estos de cerca a los españoles, [Sidenote: Alventosa.] y en la mañana
siguiente alcanzaron su retaguardia más allá de la quebrada de
Alventosa, y cogieron 6 piezas, varios caballos y carros de municiones.
[Sidenote: Combate de la Fuensanta.]
Chlopicki creyó con esto haber dispersado del todo a los españoles; pero
luego se desengañó, quedando en pie la mayor parte de la fuerza del
general Villacampa. Por lo mismo trató de aniquilarla, y se encontró
con ella apostada, el 12 de noviembre, en las alturas inmediatas al
santuario de la Fuensanta, espaldas de Villel. Don Pedro Villacampa
tenía unos 3000 hombres, manteniéndose Carvajal con alguna gente en
Cuervo, a una legua del campo de batalla. La posición española era
fuerte, aunque algo prolongada, y la defendieron los nuestros dos horas
porfiadamente, hasta que la izquierda fue envuelta y atropellada.
Perecieron de los españoles unos 200 hombres, ahogándose bastantes en
el Guadalaviar al cruzar el puente de Libros, que con el peso se hundió.
Chlopicki tornó después al sitio de Tortosa, y dejó a Kliski con 1200
hombres para defender por aquella parte contra Villacampa la orilla
derecha del Ebro.
[Sidenote: Nuevos convoyes para Tortosa.]
Entre tanto, sosteniéndose altas con mayor constancia las aguas de
este río, apresuráronse los enemigos a transportar lo que exigía el
entero complemento del asedio de aquella plaza. Mas no lo ejecutaron
sin tropiezos y contratiempos. [Sidenote: Combates parciales.] El 3 de
noviembre, diecisiete barcas partieron de Mequinenza, escoltadas con
tropa francesa que las seguían por las márgenes del Ebro; la rapidez
de la corriente hizo que aquellas tomasen la delantera. Aprovechose de
tal acaso el teniente coronel Villa, puesto en emboscada entre Fayón
y Ribarroja, y atacando el convoy cogió varias barcas, salvándose las
otras al abrigo de refuerzos que acudieron. No les faltaron tampoco,
antes de llegar a su destino, nuevas refriegas. Lo mismo sucedió el 27
de noviembre a otro convoy, con la diferencia de que en este caso las
barcas se habían retrasado, anticipándose las escoltas, y catalanes en
acecho acometieron aquellas, las hicieron varar, y cogieron 70 hombres
de la guarnición de Mequinenza que habían salido a socorrerlas.
[Sidenote: Los españoles desalojados de Falset.]
Como semejantes tentativas y correrías o eran proyectadas por la
división española alojada en Falset, o por lo menos las apoyaba, había
ya determinado Suchet, tanto para escarmentarla, cuanto para facilitar
la aproximación del 7.º cuerpo, al que siempre aguardaba, atacar a los
españoles en aquel puesto. Verificolo así el 19 de noviembre por medio
del general Habert, quien, no obstante una viva resistencia de los
nuestros, regidos por el barón de La Barre, se enseñoreó del campo y
cogió 300 prisioneros, de cuyo número fue el general García Navarro, si
bien luego consiguió escaparse.
[Sidenote: Movimiento de Bassecourt.]
Don Luis de Bassecourt, por el lado de Valencia, también tentó molestar
a los franceses, y aun divertirlos del sitio de Tortosa. En la noche
del 25 de noviembre partió de Peñíscola la vuelta de Ulldecona, con
8000 infantes y 800 caballos distribuidos en tres columnas: la del
centro la mandaba el mismo Bassecourt; la de la derecha, que se dirigía
camino de Alcanar, Don Antonio Porta; y la de la izquierda, Don Melchor
Álvarez. Al llegar el primero cerca de Ulldecona, [Sidenote: Acción de
Ulldecona.] perdió tiempo aguardando a Porta; pero, impaciente, ordenó al
fin que avanzasen guerrillas de infantería y caballería, y que al oír
cierta señal atacasen. Hízose así, sustentando Bassecourt la acometida
por el centro con el grueso de los jinetes, y por los flancos con los
peones. Hasta tercera vez insistieron los nuestros en su empeño, en
cuya ocasión no descubriéndose todavía ni a Porta, ni a Don Melchor
Álvarez, tuvieron que cejar con quebranto, en especial el escuadrón de
la Reina, cuyo coronel, Don José Velarde, quedó prisionero. Bassecourt
se retiró por escalones y en bastante orden hasta Vinaroz, donde
se le juntó Don Antonio Porta. Los franceses vinieron luego encima,
habiendo juntado todas sus fuerzas el general Musnier, que los mandaba,
con lo que los nuestros, ya desanimados, se dispersaron. Recogiose
Bassecourt a Peñíscola, en donde se volvió a reunir su gente, y llegó
noticia de haberse mantenido salva la izquierda que capitaneaba Don
Melchor Álvarez, ya que no acudiese con puntualidad al sitio que se le
señalara. Corta fue de ambos lados la pérdida; los prisioneros por el
nuestro, bastantes, aunque después se fugaron muchos. Achacose en parte
la culpa de este descalabro a la lentitud de Porta: otros pensaron que
Bassecourt no había calculado convenientemente los tropiezos que en la
marcha encontrarían las columnas de derecha e izquierda.
Al mismo tiempo que se avanzó hacia Ulldecona, dio la vela de Peñíscola
una flotilla, con intento de atacar los puestos franceses de la Rápita
y los Alfaques; mas, estando sobre aviso el general Harispe, que había
sucedido en el mando de la división a Laval, muerto de enfermedad, tomó
sus precauciones y estorbó el desembarco.
[Sidenote: Macdonald socorre a Barcelona y se acerca a Tortosa.]
Se acercaba, en tanto, el día en que Macdonald, después de largo
esperar, ayudase de veras a la completa formalización del sitio de
Tortosa. Permitióselo el haber podido meter en Barcelona el convoy
que insinuamos fue a buscar vía del Ampurdán. Aseguradas de este modo
por algún tiempo las subsistencias en dicha plaza, dejó en ella 6000
hombres; 14.000 a las órdenes del general Baraguey D’Hilliers en Gerona
y Figueras, de que la mayor parte quedaba disponible para guerrear
en el campo y mantener las comunicaciones con Francia, y con 15.000
restantes marchó el mismo Macdonald la vuelta del Ebro, entrando en
Mora el 13 de diciembre. Concertáronse él y Suchet, y sentando este en
Jerta su cuartel general, [Sidenote: Formaliza el sitio Suchet.] ocupó
el otro los puestos que antes cubría la división de Habert, y se dio
principio a llevar con rapidez los trabajos del sitio de Tortosa, del
que hablaremos en uno de los próximos libros.
A la propia sazón el ejército español de Cataluña, dejando una división
que observase el Llobregat, y continuando el Ampurdán al cuidado del
barón de Eroles, se colocó en su mayor parte frontero a Macdonald, en
figura de arco, alrededor de Lent, y apoyada la derecha en Montblanch.
[Sidenote: Deja O’Donnell el mando.] Faltole luego el brazo activo
y vigoroso de Don Enrique O’Donnell, quien debilitado a causa de su
herida, empeorada con los cuidados, tuvo que embarcarse para Mallorca
antes de acabar diciembre, recayendo el mando interinamente, como más
antiguo, en Don Miguel de Iranzo.
Por la relación que acabamos de hacer de las operaciones militares de
estos meses en Cataluña, Aragón y Valencia, harto enmarañadas, y quizá
enojosas por su menudencia, habrá visto el lector cómo, a pesar de
haber escaseado en ellas trabazón y concierto, fueron para el enemigo
incómodas y ominosas; pues desde principio de julio que embistió a
Tortosa, no pudo hasta diciembre formalizar el sitio. Nuevo ejemplo de
lo que son estas guerras. Sesenta mil franceses, no obstante los yerros
y la mala inteligencia de nuestros jefes, nada adelantaron por aquella
parte durante varios meses en la conquista, estrellándose sus esfuerzos
contra el tropel de refriegas y pertinacia de los pueblos.
[Sidenote: Partidas en lo interior de España.]
En el riñón de España, junto con las provincias vascongadas y Navarra,
se aumentaban las partidas, y en este año de 10 llegaron a formar
algunas de ellas cuerpos numerosos y mejor disciplinados; pues en
tales lides, como decía Fernando del Pulgar, «crece el corazón con
las hazañas, y las hazañas con la gente, y la gente con el interés.»
Proseguían también allí, en algunos parajes, gobernando las juntas,
las cuales, sin asiento fijo, mudaban de morada según la suerte de
las armas, y ya se embreñaban en elevadas sierras, o ya se guarecían
en recónditos yermos. La regencia de Cádiz nombraba a veces generales
que tuviesen bajo su mando los diversos guerrilleros de un determinado
distrito, o ensalzaba a los que de entre ellos mismos sobresalían,
autorizándolos con grados y comandancias superiores. Igualmente
envió intendentes u otros empleados de hacienda que recaudasen las
contribuciones y llevasen, en lo posible, la correspondiente cuenta y
razón, invirtiéndose los productos en las atenciones de los respectivos
territorios. Y si no se estableció en todas partes entero y cumplido
orden, incompatible con las circunstancias y la presencia del enemigo,
por lo menos adoptose un género de gobernación que, aunque llevaba
visos de solo concertado desorden, remedió ciertos males, evitó otros,
y mantuvo siempre viva la llama de la insurrección.
No poco por su lado contribuían los franceses al propio fin. Sus
extorsiones pasaban la raya de lo hostigoso e inicuo. Vivían, en
general, de pesadísimas derramas y de escandaloso pillaje, cuyos
excesos producían en los pueblos venganzas, y estas crueles y
sanguinarias medidas del enemigo. Los alcaldes de los pueblos, los
curas párrocos, los sujetos distinguidos, sin reparar en edad ni
aun en sexo, tenían que responder de la tranquilidad pública, y
con frecuencia, so pretexto de que conservaban relaciones con los
partidarios, se los metía en duras prisiones, se los extrañaba a
Francia, o eran atropelladamente arcabuceados. ¡Qué pábulo no daban
tales arbitrariedades y demasías al acrecentamiento de las guerrillas!
Asaltados por ellas en todos lugares, tuvieron los enemigos que
establecer de trecho en trecho puestos fortificados, valiéndose de
antiguos castillos de moros, o de conventos y casas-palacio. Por este
medio aseguraban sus caminos militares, la línea de sus operaciones,
y formaban depósitos de víveres y aprestos de guerra. Su dominio no
se extendía generalmente fuera del recinto fortalecido, teniendo a
veces que oír, mal de su grado y sin poder estorbarlo, las jácaras
patrióticas que en su derredor venían a entonar, con los habitantes,
los atrevidos partidarios.
Al viajante presentaban por lo común aquellos caminos triste y
desoladora vista: pueblos desiertos, arruinados, continua soledad que
interrumpían de tarde en tarde escoltados convoyes, o la aparición de
los puestos franceses, cuyos soldados recelosamente salían de entre sus
empalizadas. Resultas precisas, pero lastimosas, de tan cruda y bárbara
guerra.
Conservar de este modo las comunicaciones exigía de los franceses
suma vigilancia y mucha gente. Así, en las provincias de que vamos
hablando, nada menos contaban que unos 70.000 hombres, 24.000 en Madrid
y lo restante de Castilla la Nueva. En la Vieja, además de Segovia y
Ávila, y de otros puntos de inmediato enlace con las operaciones de
Portugal y Asturias, había en Valladolid de 6 a 7000 hombres, y 10.000
en Burgos, Soria y sus contornos; 7000 se esparcían por Álava, Vizcaya
y Guipúzcoa, y 22.000 se alojaban en Navarra. Distribuíase toda esta
gente en columnas móviles, o se juntaba, según los casos, en cuerpos
más numerosos y compactos.
En orden a los partidarios, causadores de tanto afán, no nos es dado
hacer de todos particular especificación, y menos de sus hechos, como
ajena de una historia general. Subía a 200 la cuenta de los caudillos
más conocidos, apareciendo y desapareciendo otros muchos con las
oleadas de los sucesos.
Los que andaban cerca de los ejércitos en la circunferencia peninsular,
y de que ya hemos hablado, permanecían más fijos en sus respectivos
lugares, como dependientes de cuerpos reglados. Los que ahora nos
ocupan, si bien de preferencia tenían, digámoslo así, determinada
vivienda, trasladábanse de una provincia a otra al son de las
alternativas y vueltas de la guerra, o según el cebo que ofrecía alguna
lucrativa o gloriosa empresa.
[Sidenote: En Andalucía.]
En Andalucía, aparte de las guerrillas nombradas y que recorrían las
sierras de Granada y Ronda, diéronse a conocer bastante las de Don
Pedro Zaldivia, Don Juan Mármol y Don Juan Lorenzo Rey, habiendo una,
que apellidaron del Mantequero, metídose en el barrio de Triana un día
de los del mes de septiembre, con gran sobresalto de los franceses de
Sevilla.
[Sidenote: En Castilla la Nueva.]
Continuaban en la Mancha haciendo sus excursiones Francisquete y los ya
insinuados en otro libro. Oyéronse ahora los nombres de Don Miguel Díaz
y de Don Juan Antonio Orobio, juntamente con los de Don Francisco Abad
y Don Manuel Pastrana, el primero bajo el mote de Chaleco, y el último
bajo el de Chambergo. Usanza esta general entre el vulgo, no olvidada
ahora con caudillos que por la mayor parte salían de las honradas pero
humildes clases del pueblo.
Apareció en la provincia de Toledo Don Juan Palarea, médico de
Villaluenga, y en la misma murió el famoso partidario Don Ventura
Jiménez, de resultas de heridas recibidas el 17 de junio en un empeñado
choque junto al puente de San Martín. Igual y gloriosa suerte cupo
a Don Toribio Bustamante, alias el Caracol, que recorría aquella
provincia y la de Extremadura. Tomó las armas después de la batalla
de Rioseco, en donde era administrador de correos, para vengar la
muerte de su mujer y de un tierno hijo, que perecieron a manos de los
franceses en el saco de aquella ciudad. Finó el 2 de agosto, lidiando
en el puerto de Miravete.
En las cercanías de Madrid hervían las partidas, a pesar de las fuerzas
respetables que custodiaban la capital; bien es verdad que dentro tenía
la causa nacional firmes parciales, y auxilios y pertrechos, y hasta
insignias honoríficas recibían de su adhesión y afecto los caudillos de
las guerrillas.
Don Juan Martín [el Empecinado], que por lo común peleaba en la
provincia vecina de Guadalajara, era a quien especialmente se dirigían
los envíos y obsequiosos rendimientos. Cuerpos suyos destacados
rondaban a menudo no lejos de Madrid, y el 13 de julio hasta se
metieron en la Casa de Campo, tan inmediata a la capital y sitio de
recreo de José. A tal punto inquietaban estos rebatos a los enemigos,
y tanto se multiplicaban, que el conde de Laforest, embajador de
Napoleón cerca de su hermano, después de hablar en un pliego, escrito
en 5 de julio al ministro Champagny, de que las «sorpresas que hacían
las cuadrillas españolas de los puestos militares, de los convoyes y
correos, eran cada día más frecuentes», añadía, «que en Madrid nadie
se podía, sin riesgo, alejar de sus tapias.»
Mirando los franceses al Empecinado como principal promovedor de
tales acometidas, quisieron destruirle, y ya en la primavera habían
destacado contra él, a las órdenes del general Hugo, una columna
volante de 3000 infantes y caballos, en cuyo número había españoles de
los enregimentados por José, pero que comúnmente solo sirvieron para
engrosar las filas del Empecinado.
El general Hugo, aunque al principio alcanzó ventajas, creyó oportuno,
para apoyar sus movimientos, fortalecer en fines de junio a Brihuega
y Sigüenza. No tardó el Empecinado en atacar a esta ciudad, constando
ya su fuerza de 600 infantes y 400 caballos. Se agregó a él, con
100 hombres, Don Francisco de Palafox, que vimos antes en Alcañiz,
y que luego pasó a Mallorca, donde murió. Juntos ambos caudillos,
obligaron a los franceses a encerrarse en el castillo, y entraron en
la ciudad. Abandonáronla pronto. Mas desde entonces el Empecinado no
cesó de amenazar a los franceses en todos los puntos, y de molestarlos
marchando y contramarchando, y ora se presentaba en Guadalajara, ora
delante de Sigüenza, y ora, en fin, cruzaba el Jarama y ponía en
cuidado hasta la misma corte de José.
Servíale de poco a Hugo su diligencia, pues Don Juan Martín, si se veía
acosado, presto a desparcir su gente, juntábala en otras provincias, e
iba hasta las de Burgos y Soria, de donde también venían a veces en su
ayuda Tapia y Merino.
El 18 de agosto trabó en Cifuentes, partido de Guadalajara, una
porfiada refriega, y aunque de resultas tuvo que retirarse, apareció
otra vez el 24 en Mirabueno, y sorprendió una columna enemiga
cogiéndole bastantes prisioneros. Volvió en 14 de septiembre a empeñar
otra acción, también reñida, en el mismo Cifuentes, la cual duró
todo el día, y los franceses, después de poner fuego a la villa, se
recogieron a Brihuega.
Ascendió en octubre la fuerza del Empecinado a 600 caballos y 1500
infantes, con lo que pudo destacar partidas a Castilla la Vieja y otros
lugares, no solo para pelear contra los franceses sino también para
someter algunas guerrillas españolas que, so color de patriotismo,
oprimían los pueblos y dejaban tranquilos a los enemigos.
No le estorbó esta maniobra hostilizar al general Hugo, y el 18 de
octubre escarmentó a algunas de sus tropas en las Cantarillas de
Fuentes, apresando parte de un convoy.
Con tan repetidos ataques desflaquecía la columna del general Hugo,
y menester fue que le enviasen de Madrid refuerzos. Luego que se le
juntaron, se dirigió a Humanes, y allí en 7 de diciembre escribió al
Empecinado, ofreciéndole para él y sus soldados servicio y mercedes
bajo el gobierno de José. Replicó el español briosamente y como
honrado, de lo cual enfadado Hugo, cerró con los nuestros dos días
después en Cogolludo, teniendo el jefe español que retirarse a Atienza,
sin que por eso se desalentase; pues a poco se dirigió a Jadraque y
recobró varios de sus prisioneros. «Tal era, dice el general Hugo en
sus memorias, la pasmosa actividad del Empecinado, tal la renovación
y aumento de sus tropas, tales los abundantes socorros que de todas
partes le suministraban, que me veía forzado a ejecutar continuos
movimientos.» Y más adelante concluye con asentar: «Para la completa
conquista de la península se necesitaba acabar con las guerrillas...
Pero su destrucción presentaba la imagen de la hidra fabulosa.»
Testimonio imparcial, y que añade nuevas pruebas en favor del raro
y exquisito mérito de los españoles en guerra tan extraordinaria y
hazañosa.
Don Luis de Bassecourt, conforme apuntamos, mandaba en Cuenca antes
de pasar a Valencia. Entraron los franceses en aquella ciudad el 17
de junio, y hallándola desamparada cometieron excesos parecidos a los
que allí deshonraron sus armas en las anteriores ocupaciones. Quemaron
casas, destruyeron muebles y ornamentos, y hasta inquietaron las
cenizas de los muertos desenterrando varios cadáveres en busca, sin
duda, de alhajas y soñados tesoros.
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