Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 07

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estos las intimaciones, valiéndose de paisanos, de soldados y hasta
de frailes que fueron o mal acogidos o presos por el gobernador.
Pero las lástimas y calamidades se agravaban más y más cada día.[*]
[Sidenote: Hambre horrorosa. Carestía de víveres. (* Ap. n. 10-1.)]
Las carnes de caballo, jumento y mulo de que poco antes se había
empezado a echar mano, íbanse apurando ya por el consumo de ellas,
ya también porque faltos de pasto y alimento, los mismos animales se
morían de hambre comiéndose entre sí las crines. Cuando la codicia de
algún paisano, arrostrando riesgos, introducía comestibles, vendíanse
estos a exorbitantes precios; costaba una gallina diez y seis pesos
fuertes, y una perdiz cuatro. Adquirieron también extraordinario valor
aun los animales más inmundos, habiendo quien diese por un ratón cinco
reales de vellón, y por un gato treinta. Los hospitales, sin medicinas
ni alimentos, y privados de luz y fuego, habíanse convertido en un
cementerio en que solo se divisaban no hombres sino espectros. Las
heridas eran por lo mismo casi todas mortales y se complicaban con las
calenturas contagiosas que a todos afligían, acabando por manifestarse
el terrible escorbuto y la disentería.
[Sidenote: Vacila el ánimo de algunos.]
A la vista de tantos males juntos de guerra, hambre, enfermedades y
dolorosas muertes, flaqueaban hasta los más constantes. Solo Álvarez
se mantenía inflexible. [Sidenote: Inflexibilidad de Álvarez.] Había
algunos, aunque contados, que hablaban de capitular; otros, queriendo
incorporarse al ejército, proponían abrirse paso por medio del enemigo.
De los primeros hubo quien osó pronunciar en presencia del gobernador
la palabra _capitulación_, pero este interrumpiéndole prontamente
díjole: «¿Cómo, solo usted es aquí cobarde? Cuando ya no haya víveres
nos comeremos a usted y a los de su ralea, y después resolveré lo que
más convenga.»
Entre los que con pensamientos más honrados ansiaban salir por
fuerza de la plaza, se celebraron reuniones y aun se hicieron varias
propuestas, mas la junta, recelando desagradables resultas, atajó el
mal, y todos se sometieron a la firme condición del gobernador.
[Sidenote: Bando de Álvarez.]
Este, cuanto más crecía el peligro, más impertérrito se mostraba,
dando por aquellos días un bando así concebido. «Sepan las tropas que
guarnecen los primeros puestos que los que ocupan los segundos tienen
orden de hacer fuego, en caso de ataque, contra cualquiera que sobre
ellos venga, sea español o francés, pues todo el que huye hace con su
ejemplo más daño que el mismo enemigo.»
[Sidenote: Gracias que concede la central a Gerona.]
La larga y empeñada resistencia de Gerona dio ocasión a que la junta
central concediese a sus defensores iguales gracias que a los de
Zaragoza, y provocó en el principado de Cataluña el deseo de un
levantamiento general para ir a socorrer la plaza. Con intento de
llevar a cabo esta última medida, [Sidenote: Congreso catalán.] se
juntó en Manresa antes de concluirse noviembre un congreso compuesto de
individuos de todas clases y de todos los puntos del principado.
[Sidenote: Estado deplorable de la plaza.]
Pero ya era tarde. Tras del triste y angustiado verano en el que ni
las plantas dieron flores, ni cría los brutos, llegó el otoño que
húmedo y lluvioso acreció las penas y desastres. Desplomadas las
casas, desempedradas las calles, y remansadas en sus hoyos las aguas
y las inmundicias, quedaron los vecinos sin abrigo y respirábase en
la ciudad un ambiente infecto, corrompido también con la putrefacción
de cadáveres que yacían insepultos en medio de escombros y ruinas.
Habían perecido en noviembre 1378 soldados y casi todas las familias
desvalidas. No se veían mujeres encintas, falleciendo a veces de
inanición en el regazo de las madres el tierno fruto de sus entrañas.
La naturaleza toda parecía muerta.
[Sidenote: Diciembre.]
Los enemigos, aunque prosiguieron arrojando bombas e incomodando con
sus fuegos, no habían renovado sus asaltos, escarmentados en sus
anteriores tentativas. Mas el mariscal Augereau, viendo que el congreso
catalán excitaba a las armas a todo el principado, recelose que Gerona
con su constancia diese tiempo a ser socorrida, por lo que en la noche
del 2 de diciembre, [Sidenote: Renuevan los franceses sus ataques.]
aniversario de la coronación de Napoleón, emprendió nuevas acometidas.
Ocupó de resultas el arrabal del Carmen, y levantando aún más baterías,
ensanchó las antiguas brechas y abrió otras. El 7 se apoderó del
reducto de la ciudad y de las casas de la Gironella, en donde sus
soldados se atrincheraron y cortaron la comunicación con los fuertes,
a cuyas guarniciones no les quedaba ni aun de su corta ración sino
para dos días. Imperturbable Álvarez, si bien ya muy enfermo, dispuso
socorrer aquellos puntos, y consiguiolo enviando trigo para otros tres
días, que fue cuanto pudo recogerse en su extrema penuria.
[Sidenote: Ataque del 7 de diciembre.]
En la tarde del 7, después de haber inútilmente procurado los enemigos
intimar la rendición a la plaza, rompieron el fuego por todas partes
desde la batería formada al pie de Montelibi hasta los apostaderos del
arrabal del Carmen, imposibilitando de este modo el tránsito del puente
de piedra.
[Sidenote: Se agolpan contra Gerona todo género de males.]
Gerona, en fin, se hallaba el 8 sin verdadera defensa. Perdidos casi
todos sus fuertes exteriores, veíase interrumpida la comunicación con
tres que aún no lo estaban. Siete brechas abiertas, 1100 hombres era la
fuerza efectiva, y estos convalecientes o batallando, como los demás,
contra el hambre, el contagio y la continua y penosa fatiga. De sus
cuerpos no quedaba sino una sombra, y el espíritu aunque sublime no
bastaba para resistir a la fuerza física del enemigo. Hasta Álvarez,
de cuya boca, como de la de Calvo, gobernador de Maestricht, no salían
otras palabras que las de «no quiero rendirme», doliente durante el
sitio de tercianas, [Sidenote: Enfermedad de Álvarez.] rindiose al fin
a una fiebre nerviosa que el 4 de diciembre ya le puso en peligro.
Continuó no obstante dando sus órdenes hasta el 8, en que, entrándole
delirio, hizo el 9, en un intervalo de sano juicio, dejación del mando
en el teniente de rey Don Julián Bolívar. [Sidenote: Sustitúyele
D. Julián Bolívar.] Su enfermedad fue tan grave que recibió la
extremaunción, y se le llegó a considerar como muerto. Hasta entonces
no parecía sino que aun las bombas en su caída habían respetado tan
grande alma, pues destruido todo en su derredor y los más de los
cuartos de su propia casa, quedó en pie el suyo, no habiéndose nunca
mudado del que ocupaba al principio del sitio.
[Sidenote: Háblase de capitular.]
Postrado Álvarez, postrose Gerona. En verdad ya no era dado resistir
más tiempo. D. Julián Bolívar congregó la junta corregimental y una
militar. Dudaban todos qué resolver, ¡tanto les pesaba someterse al
extranjero!; pero habiendo recibido aviso del congreso catalán de que
su socorro no llegaría con la deseada prontitud, tuvieron que ceder a
su dura estrella, y enviaron para tratar al campo enemigo a D. Blas de
Fournás. [Sidenote: Honrosa capitulación de Gerona. (* Ap. n. 10-2.)]
Acogió bien a este el mariscal Augereau y se ajustó [*] entre ambos
una capitulación honrosa y digna de los defensores de Gerona. Entraron
los franceses en la plaza el 11 de diciembre por la puerta del Areny,
y asombráronse al considerar aquel montón de cadáveres y de escombros,
triste monumento de un malogrado heroísmo. Habían allí perecido de 9 a
10.000 personas, entre ellas 4000 moradores.
[Sidenote: Extraordinaria defensa la de esta plaza.]
Carnot nos dice que, consultando la historia de los sitios modernos,
apenas puede prolongarse más allá de 40 días la defensa de las mejores
plazas, ¡y la de la débil Gerona duró siete meses! Atacáronla los
franceses, conforme hemos visto, con fuerzas considerables, levantaron
contra sus muros 40 baterías de donde arrojaron más de 60.000 balas y
20.000 bombas y granadas, valiéndose por fin de cuantos medios señala
el arte. Nada de esto sin embargo rindió a Gerona, «solo el hambre,
según el dicho de un historiador de los enemigos, y la falta de
municiones pudo vencer tanta obstinación.»
Dirigieron los españoles la defensa, no solo con la fortaleza que
infundía Álvarez, sino con tino y sabiduría. Mejor avituallada, hubiera
Gerona prolongado sin término su resistencia, teniendo entonces los
enemigos que atacar las calles y las casas, en donde, como en Zaragoza,
hubieran encontrado sus huestes nuevo sepulcro.
[Sidenote: Álvarez, trasladado a Francia. Su muerte.]
El gobernador Don Mariano Álvarez, aunque desahuciado, volvió en sí,
y el 23 de diciembre le sacaron para Francia. Desde allí tornáronle
a poco a España, y le encerraron en un calabozo del castillo de
Figueras, habiéndole antes separado de sus criados y de su ayudante Don
Francisco Satué. Al día siguiente de su llegada susurrose que había
fallecido, y los franceses le pusieron de cuerpo presente tendido en
unas parihuelas, [Sidenote: Sospechas de que fue violenta.] apareciendo
la cara del difunto hinchada y de color cárdeno a manera de hombre a
quien han ahogado o dado garrote. Así se creyó generalmente en España,
y en verdad la circunstancia de haberle dejado solo, los indicios
que de muerte violenta se descubrían en su semblante, y noticias
confidenciales [*] [Sidenote: (* Ap. n. 10-3.)] que recibió el gobierno
español, daban lugar a vehementes sospechas. Hecho tan atroz no merecía
sin embargo fe alguna, a no haber amancillado su historia con otros
parecidos el gabinete de Francia de aquel tiempo.
[Sidenote: Honores concedidos a la memoria de Álvarez.]
La junta central decretó «que se daría a Don Mariano Álvarez, si
estaba vivo, una recompensa propia de sus sobresalientes servicios,
y que si por desgracia hubiese muerto, se tributarían a su memoria
y se darían a su familia los honores y premios debidos a su ínclita
constancia y heroico patriotismo.» Las cortes congregadas más adelante
en Cádiz mandaron grabar su nombre en letras de oro en el salón de
las sesiones, al lado de los ilustres Daoiz y Velarde. En 1815
Don Francisco Javier Castaños, capitán general de Cataluña, pasó a
Figueras, hízole las debidas exequias, y colocó en el calabozo en donde
había expirado una lápida que recordase el nombre de Álvarez a la
posteridad. Honores justamente tributados a tan claro varón.
[Sidenote: Estado de las otras provincias.]
Ocurrieron durante el largo sitio de Gerona en las demás partes de
España diversos e importantes acontecimientos. De los más principales
hasta la batalla de Talavera dimos cuenta. Reservamos otros para este
lugar, sobre todo los que acaecieron posteriormente a aquella jornada.
Entre ellos distinguiremos los generales y que tomaban principio en el
gobierno central, de los particulares de las provincias, empezando por
los últimos nuestra narración.
[Sidenote: Provincias libres.]
Debe considerarse en aquel tiempo el territorio español como dividido
en país libre y en país ocupado por el extranjero. Valencia, Murcia,
las Andalucías, parte de Extremadura y de Salamanca, Galicia y Asturias
respiraban desembarazadas y libres, trabajadas solo por interiores
contiendas. Mostrábase Valencia rencillosa y pendenciera, excitando
al desorden el ambicioso general Don José Caro, quien, habiéndose
valido de ciertas cabezas de la insurrección para derribar de su
puesto al conde de la Conquista, las persiguió después y maltrató
encarnizadamente. Murcia, aunque satélite, por decirlo así, de Valencia
en lo militar, daba señales de moverse con mayor independencia cuando
se trataba de mantener la unión y el orden. Asiento las Andalucías
del gobierno central, no recibían por lo común otro impulso que el
de aquel, teniendo que someterse a su voluntad la altiva junta de
Sevilla. Permaneció en general sumisa Extremadura, y la parte libre de
Salamanca estaba sobradamente hostigada con la cercanía del enemigo
para provocar ociosas reyertas. En Galicia y Asturias no reinaba el
mejor acuerdo, resintiéndose ambas provincias de los males que causó la
atropellada conducta de Romana. Desabrida la primera con la persecución
de los patriotas, no ayudó al conde de Noroña que quedó mandando y a
quien también faltaba el nervio y vigor entonces tan necesarios, lo
cual excitó de todas partes vivas reclamaciones al gobierno supremo
para que se restableciese la junta provincial que Romana ni pensó ni
quiso convocar. Al cabo, pero pasados meses, se atendió a tan justos
clamores. Gobernaban a Asturias el general Mahy y la junta que formó
el mismo Romana, autoridades ambas harto negligentes. En octubre fue
reemplazado el primero por el general Don Antonio de Arce. Habíale
enviado de Sevilla la junta central en compañía del consejero de Indias
Don Antonio de Leiva, a fin de que aquel capitanease la provincia y de
que los dos oyesen las quejas de los individuos de la junta disuelta
por Romana. Ejecutose lo postrero mal y lentamente, y en lo demás nada
adelantó el nuevo general, hombre pacato y flojo. Reportose, por tanto,
poco fruto en las provincias libres de las buenas disposiciones de
los habitantes, siendo menester que el enemigo punzase de cerca para
estimular a las autoridades y acallar sus desavenencias.
[Sidenote: Provincias ocupadas.]
Tampoco faltaban rivalidades en las provincias ocupadas,
particularmente entre los jefes militares, achaque de todo estado en
que las revueltas han roto los antiguos vínculos de subordinación y
orden. Vamos a hablar de lo que en ellas pasó hasta fines de 1809.
[Sidenote: Navarra y Aragón.]
Pulularon en Aragón, después de las funestas jornadas de María y
Belchite, los partidarios y cuerpos francos. Recorrían unos los valles
del Pirineo e izquierda del Ebro, otros la derecha y los montes que se
elevan entre Castilla la Nueva y reino de Aragón. Aquellos obraban por
sí y sostenidos a veces con los auxilios que les enviaba Lérida; los
segundos escuchaban la voz de la junta de Molina y en especial la de la
de Aragón, que, restablecida en Teruel el 30 de mayo, tenía a veces que
convertirse, como muchas otras y a causa de las ocurrencias militares,
en ambulante y peregrina.
Abrigáronse partidarios intrépidos de las hoces y valles que forma
el Pirineo desde el de Benasque en la parte oriental, hasta el de
Ansó situado al otro extremo. También aparecieron muy temprano en el
de Roncal, que pertenece a Navarra, fragoso y áspero, propio para
embreñarse por selvas y riscos. [Sidenote: Renovales.] En estos dos
últimos y aledaños valles campeó con ventura D. Mariano Renovales.
Prisionero en Zaragoza, se escapó cuando le llevaban a Francia, y
dirigiéndose a lugares solitarios, se detuvo en Roncal para reunir
varios oficiales también fugados. Noticioso de ello el general francés
D’Agoult, que mandaba en Navarra, y temeroso de un levantamiento, envió
en mayo para prevenirle al jefe de batallón Puisalis con 600 hombres.
Súpolo Renovales, y allegando apresuradamente paisanos y soldados
dispersos, se emboscó el 20 del mismo mes en el país que media entre
los valles del Roncal y Ansó. [Sidenote: Combates en Roncal.] El 21,
antes de la aurora, comenzaron los combates, trabáronse en varios
puntos, duraron todo aquel día y el siguiente, en que se terminaron
con gloria nuestra al pie del Pirineo, en la alta roca llamada Undarí.
Todos los franceses que allí acudieron fueron muertos o hechos
prisioneros, excepto unos 120 que no penetraron en los valles.
Animado con esto Renovales, pero mal municionado, buscó recursos en
Lérida y trajo armeros de Éibar y Plasencia. Pertrechado algún tanto,
aguardó a los franceses, quienes invadiendo de nuevo aquellas asperezas
el 15 de junio, fueron igualmente deshechos y perseguidos hasta la
villa de Lumbier. Interpusiéronse en seguida los nuestros en los
caminos principales, y sembraron entre los enemigos el desasosiego y la
zozobra.
[Sidenote: Correspondencia entre los franceses y Renovales.]
Dieron lugar tales movimientos a que el comandante de Zaragoza, Plicque,
y el gobernador de Navarra, D’Agoult, entablasen correspondencia con
Renovales. En ella, al paso que agradecían los enemigos el buen porte de
que usaba el general español con los franceses que cogía, reclamaban
altamente el castigo de algunos subalternos, que se habían desmandado
a punto de matar varios prisioneros, quejándose también de que el
mismo Renovales se hubiese escapado, sin atender a la palabra empeñada.
Respecto de lo primero, olvidaban los franceses que a tan lamentables
excesos habían dado ellos triste ocasión, mandando D’Agoult ahorcar
poco antes, socolor de bandidos, a cinco hombres que formaban parte de
una guerrilla de Roncal; y respecto de lo segundo replicó Renovales:
«si yo me fugué antes de llegar a Pamplona, advertid que se faltó por
los franceses al sagrado de la capitulación de Zaragoza. Fui el primero
a quien el general Morlot, sin honor ni palabra, despojó de caballos y
equipaje, hollando lo estipulado. Si al general francés es lícita la
infracción de un derecho tan sagrado, no sé por qué ha de prohibirse a
un general español faltar a su palabra de prisionero.»
[Sidenote: Sarasa.]
Los triunfos de Roncal y Ansó infundieron grande espíritu en todas
aquellas comarcas, y Don Miguel Sarasa, hacendado rico, después
de haber tomado las armas y combatido en julio en varios felices
reencuentros, formó la izquierda de Renovales apostándose en San Juan
de la Peña, monasterio de benedictinos, y en cuya espelunca, como la
llama Zurita, nació la monarquía aragonesa y se enterraron sus reyes
hasta Don Alfonso el II.
Viendo los enemigos cuán graves resultas podría traer el levantamiento
de los valles del Pirineo, mayormente no habiéndoles sido dado apagarle
en su origen, idearon acometer a un tiempo el país que media entre
Jaca y el valle de Salazar, en Navarra, llamando al propio tiempo la
atención del lado de Benasque. Con este fin salieron tropas de Zaragoza
y Pamplona y de otros puntos en que tenían guarnición, no olvidando
tampoco amenazar de la parte de Francia. Un trozo dirigiose por Jaca
sobre San Juan de la Peña, otro ocupó los puertos de Salvatierra,
Castillo Nuevo y Navascués, y se juntó una corta división en el valle
de Salazar. [Sidenote: San Juan de la Peña quemado.] Fue San Juan de
la Peña el primer punto atacado. Defendiose Sarasa vigorosamente,
mas, obligado a retirarse, quemaron el 26 de agosto los franceses el
monasterio de benedictinos, conservándose solo la capilla abierta en
la peña. Con el edificio ardió también el archivo, habiéndose perdido
allí, como en el incendio del de la diputación de Zaragoza, ocurrido
durante el sitio, preciosos documentos que recordaban los antiguos
fueros y libertades de Aragón. El general Suchet fundó, por vía de
expiación, en la capilla que quedaba del abrasado monasterio, una misa
perpetua con su dotación correspondiente. Pensaba quizá cautivar de
este modo la fervorosa devoción de los habitantes, mas tomose a insulto
dicha fundación y nadie la miró como efecto de piedad religiosa.
[Sidenote: Combates en los valles de Ansó y Roncal.]
Vencido este primer obstáculo avanzaron los franceses de todas partes
hacia los valles de Ansó y Roncal. El 27 empezó el ataque en el
primero, y a pesar de la porfiada oposición de los ansotanos, entraron
los enemigos la villa a sangre y fuego.
Contrarrestó Renovales su ímpetu en Roncal los días 27, 28 y 29,
retirándose hasta el término y boquetes de la villa de Urzainqui. Mas,
agolpándose a aquel paraje los franceses del valle de Ansó, los del
de Salazar y una división procedente de Oleron en Francia, no fue
ya posible hacer por más tiempo rostro a tanta turba de enemigos.
Así, deseando Renovales salvar de mayores horrores a los roncaleses,
[Sidenote: Capitulan los valles.] determinó que Don Melchor Ornat,
vecino de la villa, capitulase honrosamente por los valles, como lo
hizo, asegurando a los naturales la libertad de sus personas y el goce
de sus propiedades. Renovales con varios oficiales, soldados y rusos
desertores se trasladó al Cinca.
[Sidenote: Benasque.]
En tanto que esto pasaba en Navarra y valles occidentales de Aragón,
llamaron también los franceses la atención a los orientales, incluso el
de Arán, en Cataluña. No llevaron en todos ellos su intento más allá
del amago, siendo rechazados en el puerto de Benasque, en donde se
señaló el paisano Pedro Berot.
[Sidenote: Perena y otros partidarios.]
Descendiendo la falda de los Pirineos, y siguiendo la orilla izquierda
del Cinca, Don Felipe Perena, Baget y otros partidarios tuvieron
con los franceses reñidos choques. En varios sacaron ventaja los
nuestros, incomodándolos incesantemente y cogiéndoles reses y víveres
que llevaban para su abastecimiento. Ansiosos los franceses de
libertarse de tan porfiados contrarios, enviaron al general Habert
para dispersarlos y despejar las riberas del Cinca. Consiguió Habert
penetrar hasta Fonz, en donde sus tropas asesinaron desapiadadamente a
los ancianos y enfermos que habían quedado. Al mismo tiempo que Habert,
cruzó el Cinca por cima de Estadilla el coronel Robert, quien al
principio fue rechazado, pero concertando ambos jefes sus movimientos,
replegáronse los partidarios españoles a Lérida, Mequinenza y puntos
abrigados, tomando después el mando de todos ellos Renovales. Ocuparon
los franceses a Fraga y Monzón, como importantes para la tranquilidad
del país.
[Sidenote: Nuevas partidas.]
Mas ni aun así consiguieron su objeto. Sarasa en octubre y noviembre
apareció de nuevo en las cercanías de Ayerbe, y procuró cortar las
comunicaciones entre Zaragoza y Jaca. Los españoles de Mequinenza
también hicieron en 16 de octubre una tentativa sobre Caspe, en un
principio dichosa, al último malograda. Otras parciales refriegas
ocurrían al mismo tiempo por aquellos parajes, poniendo al fin los
franceses su conato en apoderarse de Benasque.
[Sidenote: Ríndese Benasque.]
Mandaba allí desde 1804 el marqués de Villora, y el 22 de octubre del
año en que vamos, intimándole el comandante francés de Benavarre,
La Pageolerie, que se rindiese, contestole el marqués dignamente.
Mas en noviembre, acudiendo otra vez los franceses, cedió Villora sin
resistencia; y por esto, y por entrar después al servicio del intruso,
tachose su conducta de muy sospechosa.
[Sidenote: Junta de Aragón.]
En la margen derecha del Ebro, las juntas de Molina y Aragón trabajaban
incansables en favor de la defensa común. La última, aunque metida
en Moya, provincia de Cuenca, después de la vergonzosa jornada de
Belchite, desvivíase por juntar dispersos y promover el armamento de la
provincia. Don Ramón Gayán, [Sidenote: Gayán.] separado ya del ejército
de Blake al desgraciarse la acción de María, sirvió de mucho con su
cuerpo franco para ordenar la resistencia. Ocupaba la ermita del Águila
en el término de Cariñena, y la junta agregole el regimiento provincial
de Soria y el de la Princesa venido de Santander. Hubo entre los
nuestros y los enemigos varios reencuentros. Los últimos, en julio,
desalojaron a Gayán de la ermita del Águila, y frustrose un plan que
la junta de Aragón tenía trazado para sorprender a los franceses que
enseñoreaban a Daroca.
Falló en parte, por disputas de los jefes que eran de igual graduación.
Para prevenir en adelante todo altercado, envió Blake desde Cataluña,
a petición de la mencionada junta, a Don Pedro Villacampa, entonces
brigadier, el cual reuniendo bajo su mando la tropa puesta antes
a las órdenes de Gayán, y además el batallón de Molina con otros
destacamentos, formó en breve una división de 4000 hombres. A su cabeza
adelantose el nuevo jefe, antes de finalizar agosto, a Calatayud,
arrojó a los enemigos del puerto del Frasno, y haciendo varios
prisioneros, los persiguió hasta la Almunia.
[Sidenote: Le atacan los franceses.]
En arma los franceses con tal embestida, después de verse algo
desembarazados en la orilla izquierda del Ebro, revolvieron en mayor
número contra Villacampa. Prudentemente se había recogido este a los
montes llamados Muela de San Juan y sierras de Albarracín, célebres por
dar nacimiento al Tajo y otros ríos caudalosos, habiéndose situado en
Nuestra Señora del Tremedal, santuario muy venerado de los naturales,
y adonde van en romería de muchas leguas a la redonda. De las tropas
de Villacampa habían quedado algunas avanzadas en la dirección de
Daroca, las cuales fueron en octubre arrojadas de allí por el general
Chlopicki, que avanzó hasta Molina destruyendo o pillando casi todos
los pueblos.
Don Pedro Villacampa juntó en el Tremedal entre soldados y paisanos sin
armas unos 4000 hombres. El santuario está situado en un elevado monte
en forma de media luna, y a cuyo pie se descubre la villa de Orihuela.
Pinares que se extienden por los costados y la cumbre roqueña de la
montaña dan al sitio silvestre y ceñudo semblante. Había acumulado allí
la devoción de los fieles muchas y ricas ofrendas, respetadas hasta de
los salteadores, siendo así que de día y noche se dejaban abiertas las
puertas del santuario. Por lo menos así lo aseguraban los clérigos o
mosenes, como en Aragón los llaman, encargados del culto y custodia del
templo.
[Sidenote: Se apoderan de la Virgen del Tremedal.]
Había Villacampa hecho en la subida algunas cortaduras, y dedicábase a
disciplinar en aquel retiro su gente bisoña. Conocieron los franceses
el mal que se les seguiría si para ello le dejaban tiempo, y trataron
de destruirle o por lo menos de aventarle de aquellas asperezas. Tuvo
orden de ejecutar la operación el coronel Henriod, con su regimiento
14 de línea, alguna más infantería, un cuerpo de coraceros y tres
piezas. Maniobró el francés diestramente, amagando la montaña por
varios puntos, y el 25 se apoderó del Tremedal, de donde, arrojados
los españoles, se escaparon por la espalda camino de Albarracín. Los
enemigos saquearon e incendiaron a Orihuela, volándose el santuario con
espantoso estrépito. Salvose la Virgen que a tiempo ocultó un mosén,
y retirados los franceses acudieron ansiosamente los paisanos del
contorno a adorar la imagen, cuya conservación graduaban de milagro.
Aunque con tales excursiones conseguían los enemigos despejar el país
de ciertas partidas, no por eso impedían que en otros parajes los
molestasen nuevas guerrillas. Así, al adelantarse aquellos vía del
Tremedal, los hostilizaban a su retaguardia el alcalde de Illueca y el
paisanaje de varios pueblos. Lo mismo ocurría con mayor o menor ímpetu
en casi todas las comarcas, fatigando a los invasores tan continuo e
infructuoso pelear.
[Sidenote: Entra Suchet en Albarracín y Teruel.]
Suchet sin embargo insistía en querer apaciguar a Aragón, y sabiendo
que de Madrid había ido a Cuenca el general Milhaud para desbandar las
guerrillas de aquella provincia, avanzó también por su parte el 25 de
diciembre hasta Albarracín y Teruel, cuyo suelo aún no habían pisado
los franceses, obligando a la junta de Aragón que entonces se albergaba
en Rubielos a abandonar su territorio, teniendo que refugiarse en las
provincias vecinas.
[Sidenote: Cuenca y Guadalajara.]
De estas, las de Cuenca y Guadalajara traían a maltraer al enemigo.
En la primera era uno de los principales jefes el marqués de las
Atalayuelas, [Sidenote: Atalayuelas.] que solía ocupar a Sacedón y sus
cercanías; y en la segunda, el Empecinado, [Sidenote: El Empecinado.]
a quien ya vimos en Castilla la Vieja, y que se aventajaba a los
demás en fama y notables hechos. Por disposición de la central
habíase establecido el 20 de julio en Sigüenza [ciudad poco antes muy
mal tratada por los franceses] una junta con objeto de gobernar la
provincia de Guadalajara. [Sidenote: Juntas.] Trabajó con ahínco la
nueva autoridad en reunir las partidas sueltas, efectuar alistamientos
y hostigar de todos modos al enemigo, y así esta junta, como otra que
se erigió en tierra de Cuenca, uniéndose en ocasiones o concertándose
con las de Aragón y Molina, formaron en aquellas montañas un foco de
insurrección que hubiera sido aún más ardiente si a veces no hubiesen
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