Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 11

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respectivas posiciones, y el mariscal Victor, después de hacer algunos
reconocimientos hacia Santa Eufemia y Belalcázar, se dirigió sin
artillería ni bagajes por Torrecampo, Villanueva de la Jara y Montoro
a Andújar, en donde se unió con las fuerzas de su nación que habían
desembocado del puerto del Rey y de Despeñaperros. De estas, el mariscal
Soult envió la reserva de Dessolles con una brigada de caballería
por Linares sobre Baeza, para que se diese la mano con el general
Sebastiani, a cuyo cargo había quedado pasar la sierra por Montizón.
Dicho general, aunque no fue en su movimiento menos afortunado que
sus compañeros, halló, sin embargo, mayor resistencia. Guarnecía por
aquella parte Don Gaspar Vigodet las posiciones de Venta Nueva y Venta
Quemada, y las sostuvo vigorosamente durante dos horas con fuerza poco
aguerrida e inferior en número, hasta que el enemigo habiendo tomado
la altura llamada de Matamulas, y otra que defendió con gran brío
el comandante Don Antonio Brax, obligó a los nuestros a retirarse.
Vigodet mandó, en su consecuencia, a todos los cuerpos que bajasen de
las eminencias y se reuniesen en Montizón, de donde, replegándose con
orden y en escalones, empezó luego a desbandársele un escuadrón de
caballería que con su ejemplo descompuso también a los otros, y juntos
atropellaron y desconcertaron la infantería, disolviéndose así toda la
división. Con escasos restos entró Vigodet el 20 de enero, después de
anochecido, en el pueblo de Santisteban, y al amanecer, viéndose casi
solo, partió para Jaén, a cuya ciudad habían ya llegado el general en
jefe Aréizaga y los de división Girón y Lacy, todos desamparados y en
situación congojosa.
Sebastiani continuó su marcha, y cerca de Arquillos tropezó el 29
con el general Castejón que se replegaba de la sierra con algunas
reliquias. La pelea no fue reñida; caído el ánimo de los nuestros y
rota la línea española, quedaron prisioneros bastantes soldados y
oficiales, entre ellos el mismo Castejón. El general Sebastiani se puso
entonces por la derecha en comunicación con el general Dessolles, y
destacando fuerzas por su izquierda hasta Úbeda y Baeza, ocupó hacia
aquel lado la margen derecha del Guadalquivir. Lo mismo hicieron por el
suyo hasta Córdoba los otros generales, con lo que se completó el paso
de la sierra, habiendo los franceses maniobrado sabiamente, si bien es
verdad tuvieron entonces que habérselas con tropas mal ordenadas y con
un general tan desprevenido como lo era Don Juan Carlos de Aréizaga.
[Sidenote: Entran en Jaén y en Córdoba.]
Prosiguiendo su movimiento pasó el general Sebastiani el Guadalquivir
y entró el 23 en Jaén, en donde cogió muchos cañones y otros aprestos
que se habían reunido con el intento de formar un campo atrincherado.
El mariscal Victor entró el mismo día en Córdoba, y poco después
llegó allí José. Salieron diputaciones de la ciudad a recibirle y
felicitarle, cantose un Te Deum y hubo fiestas públicas en celebración
del triunfo. Esmerose el clero en los agasajos, y se admiró José de
ser mejor tratado que en las demás partes de España. Detuviéronse
los franceses en Córdoba y sus alrededores algunos días, temerosos
de la resistencia que pudiera presentar Sevilla, e inciertos de las
operaciones del ejército del duque de Alburquerque.
[Sidenote: Ejército del duque de Alburquerque.]
Ocupaba este general las riberas del Guadiana después que se retiró
de hacia Talavera, en consecuencia de la rota de Ocaña; tenía en Don
Benito su cuartel general. En enero constaba su fuerza en aquel punto
de 8000 infantes y 600 caballos, y además se hallaban apostados entre
Trujillo y Mérida unos 3100 hombres a las órdenes de los brigadieres
Don Juan Senén de Contreras y Don Rafael Menacho; tropa esta que se
destinaba, caso que avanzasen los franceses, para guarnecer la plaza de
Badajoz, muy desprovista de gente.
[Sidenote: Viene sobre Andalucía.]
La junta central, luego que temió la invasión de las Andalucías, empezó
a expedir órdenes al de Alburquerque las más veces contradictorias, y
en general dirigidas a sostener por la izquierda la división de Don
Tomás de Zeráin, avanzada en Almadén. Las disposiciones de la junta,
fundándose en voces vagas, más bien que en un plan meditado de campaña,
eran por lo común desacertadas. El duque de Alburquerque, sin embargo,
deseando cumplir por su parte con lo que se le prevenía, trataba de
adelantarse hacia Agudo y Puertollano cuando, sabedor de la retirada
de Zeráin, y después de la entrada de los franceses en La Carolina,
mudó por sí de parecer y se encaminó la vuelta de la Andalucía, con
propósito de cubrir el asiento del gobierno. Este, al fin, y ya
apretado, ordenó a aquel hiciese lo mismo que ya había puesto en
obra, mas con instrucciones de que acertadamente se separó el general
español, disponiendo, contra lo que se le mandaba, que las tropas de
Senén de Contreras y Menacho partiesen a guarnecer la plaza de Badajoz.
Con lo demás de la fuerza, esto es, con 8000 infantes y 600 caballos,
encaminándose Alburquerque el 22 de enero por Guadalcanal a Andalucía,
cruzó el Guadalquivir en las barcas de Cantillana haciendo avanzar
a Carmona su vanguardia y a Écija sus guerrillas, que luego se
encontraron con las enemigas. La junta central había mandado que se
uniesen a Alburquerque las divisiones de D. Tomás Zeráin y de D.
Francisco Copons, únicas de las que defendían la sierra que quedaron
por este lado. Mas no se verificó, retirándose ambas separadamente al
condado de Niebla. La última, más completa, se embarcó después para
Cádiz en el puerto de Lepe. Lo mismo lucieron en otros puntos las
reliquias de la primera.
Siendo las tropas que regía el duque de Alburquerque las solas que
podían detener a los franceses en su marcha, déjase discurrir cuán
débil reparo se oponía al progreso de estos, y cuán necesario era que
la junta central se alejase de Sevilla si no quería caer en manos del
enemigo.
[Sidenote: Retírase de Sevilla la junta central.]
Ya conforme al decreto, en su lugar mencionado, del 13 de enero,
habían empezado a salir de aquella ciudad, pasado el 20, varios
vocales, enderezándose a la Isla de León, punto del llamamiento. Mas,
estrechando las circunstancias, casi todos partieron en la noche
del 23 y madrugada del 24, unos por el río abajo y otros por tierra.
[Sidenote: Contratiempos en el viaje de sus individuos.] Los primeros
viajaron sin obstáculo, no así los otros a quienes rodearon muchos
riesgos, alborotados los pueblos del tránsito, que se creían, con la
retirada del gobierno, abandonados y expuestos a la ira e invasión
enemigas. Corrieron, sobre todo, inminente peligro el presidente,
que lo era a la sazón el arzobispo de Laodicea, y el digno conde
de Altamira, marqués de Astorga, salvándose en Jerez ellos y otros
compañeros suyos como por milagro de los puñales de la turba amotinada.
[Sidenote: Sospechas de insurrección en Sevilla.]
Asegurose que, contando con la inquietud de los pueblos, se habían
despachado de Sevilla emisarios que aumentasen aquella y la
convirtiesen en un motín abierto para dirigir a mansalva tiros ocultos
contra los azorados y casi prófugos centrales. Pareció la sospecha
fundada al saberse la sedición que se preparaba en Sevilla, y estalló
luego que de allí salieron los individuos del gobierno supremo. De los
manejos que andaban tuvo ya noticia el 18 de enero Don Lorenzo Calvo de
Rozas, y dio de ello cuenta a la central. Para impedir que cuajaran,
mandose sacar de Sevilla a Don Francisco de Palafox y al conde del
Montijo, que, aunque presos, se conceptuaban principales promotores de
la trama. La apresuración con que los centrales abandonaron la ciudad,
el aturdimiento natural en tales casos, y la falta de obediencia
estorbaron que se cumpliese la orden.
[Sidenote: Verifícase.]
Alejado de Sevilla el gobierno, quedaron dueños del campo los
conspiradores de aquella ciudad, y el 24 por la mañana amotinaron al
pueblo, declarándose la junta provincial a sí misma suprema nacional,
lo que dio claramente a entender que en su seno había individuos
sabedores de la conjuración. Entraron en la junta además Don Francisco
Saavedra, nombrado presidente, el general Eguía y el marqués de la
Romana, que no se había ido con sus compañeros, y salía de Sevilla
en el momento del alboroto con Mr. Frere, único representante de
Inglaterra después de la ausencia del marqués de Wellesley. Agregáronse
también a la junta los señores Palafox y conde del Montijo, que al
efecto soltaron de la prisión; el último esquivó por un rato acceder al
deseo popular, fuese para aparentar que no obraba de acuerdo con los
revoltosos, fuese que, según su costumbre, le faltara el brío al tiempo
del ejecutar.
[Sidenote: Junta de Sevilla.]
Creose igualmente una junta militar, que fue la que realmente mandó en
los pocos días de la duración de aquel extemporáneo gobierno, y la
cual se compuso de los individuos nuevamente agregados. [Sidenote:
Providencias que toma.] Desde luego nombró esta al marqués de la Romana
general del ejército de la izquierda, en lugar del duque del Parque, que
destinaba a Cataluña, y encargó el mando del que se llamaba ejército
del centro a Don Joaquín Blake. Expidiéronse además a las provincias
todo linaje de órdenes y resoluciones que, o no llegaron, o felizmente
fueron desobedecidas, pues de otra manera nuevos disturbios hubieran
desgarrado a la nación entonces tan acongojada. Quedaron, sin embargo,
con el mando, según veremos, los generales Romana y Blake, habiéndose
posteriormente conformado el verdadero gobierno supremo con la
resolución de la junta de Sevilla.
Procuró esta alentar a los moradores de la ciudad a la defensa de sus
hogares, y excitar en sus proclamas hasta el fanatismo de los clérigos
y los frailes, que por lo general se mantuvieron quietos. Duró el
ruido pocos días, poniendo pronto término la llegada de los franceses.
Ya se la temían el conde del Montijo y los principales instigadores
de la conmoción, y alejándose aquel el 26 del lugar del peligro, con
pretexto de desempeñar una comisión para el general Blake, quedaron
los sediciosos sin cabeza, careciendo para defender la ciudad del
ánimo que sobradamente habían mostrado para perturbarla. Cierto que
Sevilla no era susceptible de ser defendida militarmente, y solo los
sacrificios y el valor de Zaragoza hubieran podido contener el torrente
de los enemigos, de cuya marcha volveremos a tomar ahora el hilo de la
narración.
[Sidenote: Continúan los franceses sus movimientos.]
Dueños los franceses de la margen derecha del Guadalquivir, y
habiéndose adelantado el general Sebastiani hasta Jaén, prosiguió este
su movimiento para acabar con el ejército del centro, cuyas dispersas
reliquias iban en su mayor parte la vuelta de Granada. Por decirlo así
no quedaban ya en pie sino unos 1500 jinetes a las órdenes del general
Freire, y un parque de artillería compuesto de 30 cañones situado
en Andújar. Los oficiales que mandaban dicho parque no recibiendo
orden ninguna del general en jefe, juzgaron prudente sabiendo las
desventuras de la sierra, pasar el Guadalquivir y encaminarse a
Guadix, lo que empezaron a poner en obra sin tener caballería ni
infantería que los protegiese. El general Sebastiani al avanzar de
Jaén el 26 de enero, tomó con el grueso de su fuerza la dirección de
Alcalá la Real, enviando por su izquierda camino de Cambil y Llanos
de Pozuelo al general Peyremont con una brigada de caballería ligera.
[Sidenote: Encuentran en Alcalá la Real la caballería española.] El
27, pasado Alcalá la Real, alcanzó Sebastiani la caballería española
de Freire que resistió algún tiempo; pero que después fue rota y en
parte cogida y dispersa, atacada por un número superior de enemigos, y
sin tener consigo infantería alguna que la ayudase. Tocole a la otra
columna francesa, que tiró por la izquierda a Cambil, apoderarse de la
artillería que dijimos había salido de Andújar.
Caminaba esta con dirección a Guadix a la sazón que el conde de
Villariezo, capitán general de Granada, impelido por el pueblo a
defenderse, ordenó a los jefes de la artillería indicada que desde
Pinos Puente torciesen el camino y viniesen a la ciudad en que mandaba.
Obedecieron; pero luego que estuvieron dentro, notando que todo era
allí confusión, trataron de salvar sus cañones volviendo a salir de
Granada. Desgraciadamente, para continuar su marcha se vieron forzados
a tomar un rodeo, retrocediendo al ya mencionado Pinos Puente, pues
entonces no era camino de ruedas el de los Dientes de la Vieja,
más corto y directo que el otro para Diezma y Guadix. [Sidenote:
Piérdese en Iznalloz un parque de artillería.] Con semejante atraso
perdieron tiempo, dando en Iznalloz con los caballos ligeros del
general Peyremont; en donde, como no tenían los artilleros españoles
infantes ni jinetes que los protegiesen, tuvieron, bien a pesar suyo,
que abandonar las piezas y salvarse en los caballos de tiro. Así iba
desapareciendo del todo aquel ejército, que dos meses antes inundaba
los llanos de la Mancha.
[Sidenote: Toma Blake el mando de las reliquias del ejército del
centro.]
Por fin, al expirar enero, tomó en Diezma el mando de tan tristes
reliquias Don Joaquín Blake, quien, yendo a Málaga de cuartel, de
vuelta de Cataluña, recibió en aquel pueblo el nombramiento que le
había conferido la Junta de Sevilla. Cediole el puesto sin obstáculo el
mismo Don Juan Carlos de Aréizaga, y dio, en efecto, Blake prueba de
patriotismo en encargarse en semejantes circunstancias de empleo tan
espinoso, sin reparar en la autoridad de que procedía. No había otro
cuerpo reunido sino el primer batallón de guardias españolas mandado
por el brigadier Otedo; lo demás del ejército reducíase a dispersos de
varios cuerpos. Blake retrocedió todavía a Huércal Overa, villa del
reino de Granada en los confines de Murcia; y despachando proclamas
y órdenes a todas partes, consiguió juntar en los primeros días de
febrero hasta unos cinco mil hombres de todas armas; no habiéndosele
incorporado otros generales de los que mandaban divisiones en la
sierra, sino Vigodet y además Freire con unos cuantos caballos.
[Sidenote: Entran los franceses en Granada.]
El general Sebastiani entró en Granada el 28 de enero. Quiso el pueblo
defenderse, mas disuadiéronle los hombres prudentes y los tímidos
con capa de tales; también contribuyó a ello el clero, que en estas
Andalucías mostrose sobradamente obsequioso a los conquistadores. Se
envió una diputación a recibir a Sebastiani; y agregose a este, poco
después de su entrada, el regimiento suizo de Reding. Trató el general
francés con ceño y palabras airadas a las autoridades españolas, e
impuso una gravosísima y extraordinaria contribución.
[Sidenote: Avanzan sobre Sevilla.]
Entre tanto, el 1.º y 5.º cuerpo avanzaron por disposición de José
hacia Sevilla, tiroteándose el mismo día 28, cerca de Écija, con las
guerrillas de caballería del duque de Alburquerque; noticioso este
general de que los enemigos avanzaban por El Arahal y Morón, para
ponerse en Utrera a su retaguardia, y cortarle así la retirada sobre
la Isla gaditana, [Sidenote: Se retira Alburquerque camino de Cádiz.]
abandonó a Carmona y comenzó su marcha retrógrada hacia la costa. La
caballería y la artillería las envió por el camino real, dirigiendo la
infantería por las Cabezas de San Juan y Lebrija para unirse todos en
Jerez. Fue tan oportuno este movimiento, que al llegar a Utrera dejose
ya ver desde Morón un destacamento enemigo. Tomole, pues, Alburquerque
la delantera; y recogiendo en Jerez todas sus fuerzas, pudo entrar
al principiar febrero en la Isla de León sin ser particularmente
incomodado, y habiendo solo la caballería sostenido en su marcha
algunas escaramuzas. Si en esta ocasión hubieran los franceses andado
con su acostumbrada presteza, hubieran tal vez podido interponerse
entre el ejército español y la Isla gaditana; y muy otra fuera entonces
la suerte de aquel inexpugnable baluarte. El duque de Alburquerque
contribuyó, en cuanto pudo, a salvar tan precioso rincón, y con él
quizá la independencia de España. Por ello justas alabanzas le son
debidas.
[Sidenote: Ganan los franceses a Sevilla.]
Los franceses, recelosos en aquellas circunstancias de comprometerse
demasiadamente, midieron sus movimientos, anteponiendo a todo el
apoderarse de Sevilla, posesión codiciada por sus riquezas y renombre.
Presentose a vista de sus muros al finalizar enero el mariscal Victor.
De la nueva Junta casi todos los individuos habían desaparecido, por lo
que su formación de nada aprovechó, sino de sobresaltar a los pueblos,
acrecentar la división de los ánimos, e impedir la salida de cuantiosos
e importantes efectos.
Sevilla, ciudad vasta y populosa, y en la que brillan, según se explica
en su lenguaje sencillo la crónica de San Fernando, «muchas y grandes
noblezas..., las cuales pocas ciudades hay que las tengan», había
sido por mandato de la central circunvalada de triples líneas, para
cuya guarnición se requerían 50.000 hombres. Invirtiéronse por tanto
inútilmente en dicha fortificación muchos caudales, pues no pudiendo
defenderse aquel recinto, conforme a las reglas de la milicia, y solo
sí acudiendo al patriotismo y brío del vecindario, hubiera debido
la central pensar más bien que en fortalecerla regularmente, en
entusiasmar los ánimos y cuidar de su disciplina y buena dirección.
Preparábanse los franceses a acometer a Sevilla, cuando el 31 les
enviaron de dentro parlamentarios. Querían estos entre varias cosas,
que se distinguiese aquella ciudad de las otras en la capitulación,
como una de las principales cabeceras de la monarquía, y también
hicieron la notable petición de que se convocasen cortes. No accedió
el mariscal Victor, como era de presumir, a la última demanda; y
en respuesta a las proposiciones que se le presentaron envió una
declaración, según la cual, prometía amparo a los habitantes y a
la guarnición, como también no escudriñar los hechos ni opiniones
contrarias a José, anteriores a aquel día; otorgaba además otras
concesiones y señaladamente la de no imponer contribución alguna
ilegal: artículo que pronto se quebrantó, o que nunca tuvo cumplimiento.
Accediendo los sevillanos a las condiciones de Victor, entraron los
franceses en la ciudad el 1.º de febrero a las 3 de la tarde. La
víspera por la noche había salido la escasa guarnición hacia el condado
de Niebla a las órdenes del Vizconde de Gand, cuyo camino tomaron
también algunos de los más respetables individuos de la antigua Junta
provincial, enemigos del desbarato y excesos de los últimos días, los
cuales, establecidos en Ayamonte, se constituyeron luego en autoridad
legítima de los partidos libres de la provincia.
En Sevilla cogieron los franceses municiones, fusiles, gran número de
cañones de aquella magnífica fábrica, y muchos pertrechos militares.
Asimismo otra porción de preciosidades y valores, particularmente
tabacos y azogues, tan necesarios los últimos para el beneficio de
las minas de América, botín que debió el enemigo parte a descuido
e imprevisión de la junta central, parte, según apuntamos, a los
alborotos y al atropellamiento que en Sevilla hubo.
[Sidenote: Preséntase el mariscal Victor delante de Cádiz.]
Sojuzgada esta ciudad, se encaminó el primer cuerpo francés, a las
órdenes de su jefe el mariscal Victor, la vuelta de la Isla gaditana,
cuyos alrededores pisó el 5 de febrero. La anterior llegada a aquel
punto del duque de Alburquerque previno los hostiles intentos del
enemigo, e impidió todo rebate. Parose, pues, Victor a la vista,
quedando su cuerpo de ejército destinado a formar el bloqueo. Aprestose
en Córdoba la reserva bajo el mando de Dessolles; [Sidenote: Mortier
va a Extremadura.] y el 5.º, del cargo del mariscal Mortier, después
de dejar una brigada en Sevilla, asomó a Extremadura [Sidenote: Baja
también allí el 2.º cuerpo.] y diose más adelante la mano con el 2.º,
que desde el Tajo avanzó a las órdenes del general Reynier. En seguida
se encaminó Mortier a Badajoz, y habiendo inútilmente intimado la
rendición a la plaza, volvió atrás y estableció en Llerena su cuartel
general.
[Sidenote: Va sobre Málaga Sebastiani.]
Sebastiani, por su lado, dio a sus operaciones cumplido acabamiento.
Tranquilo poseedor de Granada, quiso recorrer la costa, y sobre todo
enseñorearse de la rica e importante ciudad de Málaga, con tanta mayor
razón cuanto allí se encendía nueva lumbre insurreccional.
[Sidenote: Abello alborota la ciudad.]
Era atizador y caudillo un coronel de nombre Don Vicente Abello,
natural de la Habana, hombre fogoso y arrebatado, mas falto de
la capacidad necesaria para tamaño empeño. Siguió su pendón la
plebe, tan enemiga allí como en las demás partes de la dominación
extraña. Agregáronse a Abello pocos sujetos de cuenta, asustados
con los desórdenes que se levantaron y previendo la imposibilidad
de defenderse. Los únicos más notables que se le juntaron fueron un
capuchino llamado Fr. Fernando Berrocal, y el escribano San Millán,
con sus hermanos; de ellos los hubo que partieron a Vélez-Málaga para
sublevar aquella ciudad y su partido. Cometiéronse tropelías, y se
empezaron a exigir forzadas y exorbitantes derramas, habiendo embargado
y cogido al solo Duque de Osuna unos 50.000 duros. Prendieron a los
individuos de la junta del casco de la ciudad, y al anciano general Don
Gregorio de la Cuesta, que vivía allí retirado, pero que al fin pudo
embarcarse para Mallorca.
[Sidenote: Éntranla los franceses.]
El general Sebastiani procediendo de Granada por Loja a Antequera,
adelantose el 5 de febrero a Málaga. Al atravesar la garganta llamada
Boca del Asno, dispersó una turba de paisanos que en vano quisieron
defender el paso, y se aproximó al recinto de la ciudad. Fuera de ella
le aguardaba Abello, tan desacertado en sus operaciones militares
como en las políticas y económicas. Su gente era numerosa, pero
allegadiza, y la mitad sin armas. Al primer choque quedó deshecha, y
amigos y enemigos entraron confundidos en la ciudad. Empezó el pillaje,
mediaron las autoridades antiguas que había quitado Abello, ofreció
Sebastiani suspensión de hostilidades, pero no cesaron estas hasta el
día siguiente. Cayeron en poder del general francés intereses públicos
y privados, incluso el dinero del duque de Osuna; e impuso además a
la ciudad una contribución de doce millones de reales, de que cinco
habían de ser pagados al contado.
Don Vicente Abello logró refugiarse en Cádiz, donde padeció larga
prisión, de que las cortes le libertaron. El capuchino Berrocal y
otros, cogidos en Málaga y en Motril, tuvieron menos ventura, pues
Sebastiani los mandó ahorcar. Tratamiento sobradamente duro; porque
si bien este general nos ha dicho haberse comportado así, siendo los
tales frailes y fanáticos, su razón no nos pareció fundada, pues además
de no estar en aquel caso todos los que padecieron la pena indicada,
¿por qué no sería lícito a los eclesiásticos tomar las armas en una
guerra de vida o muerte para la patria? Castigáraseles en buen hora,
si cometieron otros excesos, mas no por oponerse a la conquista del
extranjero.
[Sidenote: Junta central en la Isla del León. Su disolución.]
Al propio tiempo que los franceses se esparcían por las Andalucías y
se enseñoreaban de sus principales ciudades, acontecían importantes
mudanzas en la Isla de León y en Cádiz. A ambos puntos, como también al
Puerto de Santa María, habían llegado, antes de acabarse enero, muchos
vocales de la junta central, los cuales se reunieron sin tardanza en la
citada Isla de León. La tormenta que habían corrido, la voz pública,
los temores de no ser obedecidos, todo en fin los compelió a hacer
dejación del mando antes de congregarse las cortes, y a sustituir en
su lugar otra autoridad. [Sidenote: Decide nombrar una Regencia.] Don
Lorenzo Calvo de Rozas formalizó la proposición de que se nombrase
una regencia de cinco individuos que ejerciese la potestad ejecutiva
en toda su plenitud, quedando a su lado la central como cuerpo
deliberante, hasta que se juntasen las cortes. La junta aprobó la
primera parte de la proposición y desechó la última; declarando además
que sus individuos resignaban el mando, sin querer otra recompensa
que la honrosa distinción del ministerio que habían ejercido, y
excluyéndose a sí propios de ser nombrados para el nuevo gobierno.
[Sidenote: Reglamento que le da.]
También se formó un reglamento que sirviese de pauta a la nueva
autoridad, a la que se dio el nombre de Supremo consejo de regencia, y
se aprobó un decreto por el que reuniendo todos los acuerdos acerca de
la institución y forma de las cortes, ya convocadas para el inmediato
marzo, se trataba de hacer sabedor al público de tan importantes
decisiones.
En el reglamento, además de los artículos de orden interior, había uno
muy notable, y según el cual la regencia «propondría necesariamente a
las cortes una ley fundamental que protegiese y asegurase la libertad
de la imprenta, y que entre tanto se protegería de hecho esta libertad
como uno de los medios más convenientes, no solo para difundir la
ilustración general, sino también para conservar la libertad civil y
política de los ciudadanos.» Así la central, tan remisa y meticulosa
para acordar en su tiempo concesión de tal entidad, imponía ahora en
su agonía la obligación de decretarla a la autoridad que iba a ser
sucesora suya en el mando. Disponíase igualmente en dicho reglamento
que se crease una diputación compuesta de ocho individuos, celadora
de la observancia de aquel y de los derechos nacionales. Ignoramos
por qué no se cumplió semejante resolución, y atribuimos el olvido
al azoramiento de la junta central, y a no ser la nueva regencia
aficionada a trabas.
[Sidenote: Su último decreto sobre cortes.]
En el decreto tocante a cortes se insistía en el próximo llamamiento de
estas, y se mandaba que inmediatamente se expidiesen las convocatorias
a los grandes y a los prelados, adoptándose la importante innovación
de que los tres brazos no se juntasen en tres cámaras o estamentos
separados sino solo en dos, llamado uno _popular_ y otro de
_dignidades_.
Se ocurría también en el decreto al modo de suplir la representación
de las provincias que, ocupadas por el enemigo, no pudiesen nombrar
inmediatamente sus diputados, hasta tanto que, desembarazadas,
estuviesen en el caso de elegirlos por sí directamente. Lo mismo y a
causa de su lejanía se previno respecto de las regiones de América
y Asia. Había igualmente en el contexto del precitado decreto otras
disposiciones importantes y preparatorias para las cortes y sus
trabajos. La regencia nunca publicó este documento, motivo por el que
le insertamos íntegro en el apéndice.[*] [Sidenote: (* Ap. n. 11-2.)]
Echose la culpa de tal omisión al traspapelamiento que de él había
hecho un sujeto respetabilísimo a quien se conceptuaba opuesto a la
reunión de las cortes en dos cámaras. Pero habiendo este justificado
plenamente la entrega, así de dicho documento como de todos los papeles
pertenecientes a la central, en manos de los comisionados nombrados
para ello por la regencia, apareció claro que la ocultación provenía
no de quien desaprobaba las cámaras o estamentos, sino de los que
aborrecían toda especie de representación nacional.
[Sidenote: Regentes que nombra.]
La junta central, después de haber sancionado en 29 de enero todas las
indicadas resoluciones, pasó inmediatamente a nombrar los individuos
de la regencia. Cuatro de ellos debían ser españoles europeos, y
uno de las provincias ultramarinas. Recayó pues la elección en Don
Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense; en Don Francisco de
Saavedra, consejero de estado; en el general de tierra Don Francisco
Javier Castaños, en el de marina Don Antonio Escaño, y en Don Esteban
Fernández de León. El último, por no haber nacido en América, aunque
de familia ilustre arraigada en Caracas, y por la oposición que mostró
la junta de Cádiz, fue removido casi al mismo tiempo que nombrado,
entrando en su lugar Don Miguel de Lardizábal y Uribe, natural de
Nueva España. El 2 de febrero era el señalado para la instalación de
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