Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 19

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y tomado parte desembozadamente. Quiso en seguida Lacy acometer a
Sanlúcar de Barrameda, pero los franceses, ya sobre aviso, frustráronle
el proyecto.
[Sidenote: Operaciones de Cádiz.]
De vuelta a Cádiz el mismo general, estimulado por el gobierno y de
acuerdo con él y los otros jefes, verificó el 29 de septiembre una
salida camino del puente de Suazo, consiguiendo con ella destruir
algunas obras del enemigo, siendo esta la sola operación digna de
mentarse que, hasta finalizar el presente año de 1810, practicaron en
la Isla gaditana las tropas de tierra.
Pudieron las de mar haber tenido ocasión de señalarse, a no
estorbárselo tiempos contrarios. El mariscal Soult, convencido de que
para cualquiera empresa contra Cádiz y la Isla de León, si había de
ser fructuosa, era indispensable fuerza sutil, [Sidenote: Fuerza sutil
de los enemigos.] ideó que se construyesen buques al caso en Sanlúcar
y en Sevilla. Para ello valiose de barcos de aquellos puertos, ordenó
una tala en los montes inmediatos, y recibió de Francia carpinteros,
marinos y calafates. En octubre, dispuesta ya una flotilla, se trasladó
en persona a Sanlúcar dicho mariscal a fin de presenciar desde la
costa la dificultosa travesía que tenían que emprender los referidos
buques desde la boca del Guadalquivir hasta lo interior de la bahía de
Cádiz. Empezose a poner en obra el proyecto en la noche del 31, pasando
la flotilla por entre los bajos de Punta Candor, y atracando siempre a
la costa. Se componía en todo de unos 26 cañoneros: dos vararon, nueve
se metieron la misma noche en el puerto de Santa María, y los otros
anclaron en Rota, de donde, aprovechando vientos frescos y favorables,
se juntaron a los que habían ya entrado, sin que les hubiese sido dable
impedirlo a las fuerzas de mar anglo-españolas. Pero de nada sirvió
a los franceses suceso en su entender tan dichoso. En balde después
quisieron que su flotilla doblase la punta del Trocadero, en balde
trasladaron por tierra los barcos a Puerto Real. Durante el sitio ya no
se menearon de allí, obligándolos a permanecer quedos las superiores y
mejor marineras fuerzas de los aliados.
No por eso dejaron los franceses de perfeccionar las obras de tierra,
y de establecer una cadena de fuertes que se dilataba desde la entrada
de la bahía hasta Chiclana, por cuya parte, y en una batería inmediata
al cerro de Santa Ana, perdieron, muerto de una granada, al distinguido
general de artillería Senarmont.
[Sidenote: Fuerzas de los aliados en Cádiz y la Isla.]
Los aliados tampoco se mantuvieron ociosos. Mejoraron cada vez más
las fortificaciones, y las tropas se engrosaron y adquirieron buena
disciplina. De las inglesas se contaron en julio 8500 hombres;
volviéronse a reducir a 5000 por los refuerzos que se enviaron a
Portugal; mas antes de fines de año crecieron otra vez a 7000 con gente
que llegó de Sicilia y Gibraltar. Las tropas españolas de línea pasaban
de 18.000 hombres. Don Joaquín Blake continuó a su cabeza hasta 23 de
julio, en cuyo tiempo se transfirió a Murcia, extendiéndose su mando,
conforme apuntamos, a las divisiones existentes en aquel reino, las
cuales formaban con las de la Isla de León el ejército llamado del
centro.
[Sidenote: Blake en Murcia.]
Llegado que hubo el general Blake a su nuevo destino, restableció paz
y armonía, que andaba escasa entre algunos jefes. El ejército se había
aumentado a punto que poco antes enviara a Cádiz una división de 4000
hombres al mando del general Vigodet. Blake llegó el 2 de agosto, y la
fuerza disponible era de unos 14.000 soldados, 2000 de caballería.
Alrededor de este ejército revoloteaban, por decirlo así, muchos
partidarios, en especial del lado de Jaén y de Granada. Entre los
primeros sobresalían los nombrados Uribe, Alcalde y Moreno, puestos a
las órdenes del comandante Bielsa; entre los otros, el coronel Don José
de Villalobos.
Cuando Blake se incorporó al ejército, se hallaba este repartido en
Murcia, Elche, Alicante, Cartagena y pueblos de los contornos: algunos
batallones estaban destacados en la Mancha, sierra de Segura y frontera
de Granada, en donde permanecía la caballería, extendiéndose hasta
cerca de Huéscar.
[Sidenote: Sebastiani se dirige a Murcia.]
Fijó la idea de Blake la atención de los franceses, y desde luego
resolvió Sebastiani hacer otra excursión la vuelta de Murcia,
lisonjeándose que de ella saldría tan airoso como la vez primera, y aun
también de que disiparía como humo el ejército de los españoles.
[Sidenote: Medidas que toma Blake.]
Informado Blake de los intentos del enemigo, preparose a recibirle.
Agrupó sucesivamente en la huerta de Murcia sus tropas, y las colocó
de esta manera: la 5.ª división, al mando del brigadier Creagh, ocupó
la derecha en Añora; detrás, guarnecía un batallón el monasterio de
jerónimos, teniendo apostaderos por la izquierda hasta el río; delante,
se plantaron cuatro piezas de artillería. Alojábase la izquierda del
ejército en el lugar de Don Juan, y la componía la 3.ª división, del
cargo del brigadier Sanz, teniendo un destacamento por su siniestro
costado. Enlazábase esta posición con la del centro por medio de un
molino aspillerado y de una batería circular, colocada en donde una
de las acequias mayores se distribuye en dos atajeas. Dicho centro,
que cubría la 1.ª división, al mando del general Elío, estaba cerca de
Alcántara, en la Puebla.
Dispúsose además la inundación de la huerta; medio oportuno pero no
del todo hacedero, ya por no ser nunca, y menos en aquella estación,
muy caudaloso el Segura, ya también porque, aun en caso de una rápida
avenida, las obras allí practicadas estanlo en términos que solo sirven
para sangrar el río, y no para favorecer estragos, como construidas
con el único objeto de dar a los campos el necesario y fecundante
beneficio del riego. Sin embargo, se inundaron los caminos y una faja
de bancales por la orilla, amparando lo demás de la huerta sus naranjos
y sus cidros, sus limoneros y moreras, en fin toda su intrincada y
lozana frondosidad.
Siguiose en esto, y en lo de armar al paisanaje, la conducta del
obispo Don Luis Belluga en la guerra de sucesión. Ahora, como
entonces, acudieron todos los partidos, hasta el de Orihuela, aunque
perteneciente a Valencia, y se distribuyeron en compañías y secciones,
incorporándose al ejército. Manifestaron los paisanos grande entusiasmo
y mucha docilidad; perfecta armonía reinó entre ellos y los soldados.
Blake, declarando a Murcia amenazada de inmediato ataque, la sometió
al solo y puro gobierno militar; providencia que las autoridades
respetaron, y que en aquel lance obedecieron con gusto.
En el intermedio se había ido acercando el general Sebastiani, y
echádose atrás nuestra caballería, a las órdenes de Don Manuel Freire,
que sustentó con destreza varios reencuentros. Según los enemigos
se aproximaban, daban aviso de todos sus pasos al general Blake los
alcaldes de los pueblos y muchos particulares con rara puntualidad,
llegando a su colmo la diligencia de todos. Los franceses aparecieron
el 28 de agosto en Librilla, a 4 leguas de Murcia, y nuestros jinetes
se situaron en Espinardo, con puestos avanzados sobre el río Segura.
El partidario Villalobos, que había acompañado a Freire, se colocó en
Molina.
[Sidenote: Se retira Sebastiani.]
Luego que el general Sebastiani llegó a Librilla hizo varios
reconocimientos; y arredrado del modo con que los nuestros le
aguardaban, se apartó del intento de penetrar en Murcia, y en la noche
del 29 al 30 se replegó a Totana. Hostilizáronle en la retirada los
paisanos, particularmente los de Lorca, y en esta ciudad y en otros
pueblos cometió el francés mil tropelías. Bien le vino a este no
insistir en la empresa proyectada, pues a haber padecido descalabro,
como era probable, en los laberintos de la huerta de Murcia, toda su
gente hubiera sido muy maltratada, ya por los habitantes de este reino,
ya por los de Granada, cuyos ánimos se encrespaban acechando la ocasión
de escarmentar a sus opresores. Haberse expuesto a tal riesgo y cansado
inútilmente la tropa, con marchas y contramarchas de más de cien leguas
en estación tan calurosa, fueron los frutos que reportó Sebastiani de
una expedición que de antemano había pregonado como fácil.
[Sidenote: Insurrecciones en el reino de Granada.]
Entre los que empezaron en el reino de Granada a levantar cabeza
durante la ausencia del general francés, señalose el alcalde de
Otívar, de nombre Fernández, quien entró en Almuñecar y Motril, y aun
se apoderó de sus castillos. Estas y otras empresas que propagaron
la llama de la insurrección por las sierras y por varios pueblos de
la costa, a pesar de algunos amigos y parciales que tuvieron allí
los enemigos, impulsó a los ingleses a dar cierto apoyo a aquellos
movimientos. Decidiéronse, sobre todo, a atacar a Málaga, guarida
entonces de corsarios, y en cuyo puerto también fondeaba una flotilla
enemiga de lanchas cañoneras. [Sidenote: Expedición contra Fuengirola y
Málaga.] Al efecto se preparó en Ceuta una expedición de 2500 hombres
españoles e ingleses, a las órdenes de Lord Blayney, la cual dio la
vela el 13 de octubre con dirección a Fuengirola. Empezaron luego los
aliados a embestir este castillo, guarnecido por 150 polacos, con
esperanza de que así llamarían hacia aquel punto las fuerzas enemigas,
y podrían, reembarcándose, caer repentinamente sobre Málaga que se
vería desprovista de gente. Pero dándose Lord Blayney torpe maña,
en vez de sorprender a sus contrarios, él fue, por decirlo así, el
sorprendido, acometiéndole de improviso el general Sebastiani con 5000
hombres. Al querer retirarse, fue dicho Lord cogido prisionero, y las
tropas inglesas volvieron en confusión a sus barcos; solo un regimiento
español, el Imperial de Toledo, único de los nuestros que allí iba,
tornó a bordo sin pérdida y en buena ordenanza.
[Sidenote: Avanza Blake a Granada.]
El ruido de semejantes acontecimientos y el deseo de ensanchar los
límites de su territorio, estimularon al general Blake a avanzar a
la frontera de Granada, habiéndose ocupado todo aquel tiempo, desde
agosto, en mejorar la disciplina de su ejército y en adiestrarle, como
igualmente en asegurar sus estancias de Murcia. Envió asimismo a la
Mancha, con un trozo de 300 caballos, a Don Vicente Osorio, queriendo
extraer granos de aquella provincia para la manutención de su ejército.
Las partidas, si bien fomentadas por Blake en todas partes, fuéronlo
en especial del lado de Jaén, en donde Don Antonio Calvache sucedió a
Bielsa en el mando de ellas. Mas los enemigos, persiguiendo de cerca al
nuevo jefe, después de haber quemado casi toda la villa de Segura, le
mataron el 24 de octubre en Villacarrillo.
Don Joaquín Blake, reuniendo sus tropas, distribuidas por la mayor parte,
sin contar las de las plazas, en Murcia, Caravaca y Lorca, se puso el
2 de noviembre sobre Cúllar, movimiento hecho a las calladas y del que
los franceses estaban ignorantes. Dejó Blake 2000 hombres en dicho
Cúllar, y a las doce de la mañana del 3 se colocó con 7000, de los que
unos 1000 eran de caballería, en las lomas que dominan la hoya de Baza,
y que lame el río Guadalquitón.
Los enemigos tenían en el llano una división de caballería, que
acaudillaba el general Milhaud, asistida de artillería volante: además
habían situado de 2 a 3000 infantes en las inmediaciones de la ciudad,
bajo la guía del general Rey. No acudió allí Sebastiani hasta después
de concluida la acción que ahora iba a trabarse.
[Sidenote: Acción de Baza, 3 de noviembre.]
Empezó esta a las dos de la tarde, desembocando la caballería española,
a las órdenes de Don Manuel Freire, por el camino real que de Cúllar va
a Baza. Nuestros jinetes tiraron por la derecha, y formaron en batalla
en dos líneas, sosteniendo sus costados artillería y guerrillas de
fusileros. Los enemigos ciaron hacia sus peones, y entonces el general
Blake, dejando apostados en las lomas la mitad de sus infantes, se
adelantó con los otros y 3 piezas en 4 columnas cerradas, repartidas en
ambos lados del camino.
Nuestros caballos proseguían confiadamente su marcha; mas al querer
efectuar un movimiento, se embarazaron algunos, y el enemigo,
descargando sobre ellos con impetuoso arranque, los desordenó
lastimosamente. Tras su ruina vino la de los infantes que habían
avanzado, y solo consiguieron unos y otros rehacerse al abrigo de las
tropas que habían quedado en las lomas. El enemigo no persistió mucho
en el alcance. Quedaron en el campo 5 piezas; y se perdieron entre
muertos, heridos y prisioneros 1000 hombres. De los franceses muy pocos.
Descalabro fue el de Baza que causó desmayo y contuvo en cierto modo
el vuelo de la insurrección de aquellas comarcas. Adverso era, en esto
de batallar, el hado de Don Joaquín Blake, y vituperable su empeño en
buscar las acciones que fuesen campales antes que limitarse a parciales
sorpresas y hostigamientos. No permaneció después largo espacio al
frente de aquel ejército, llamado a desempeñar cargo de mayor alteza.
Por lo demás, y en medio de reveses y contratiempos, la tenacidad
española, la serie innumerable de combates en tantos puntos y a la
vez, fatigaban a los franceses, y su ejército de las Andalucías no
gozó en todo el año de 1810 de mucha mayor ventura que la que tenían
los de las otras provincias. Y si bien ordenadas batallas no menguaban
extremadamente las filas enemigas, aniquilábanse aquí, como en lo
demás del reino, en marchas y contramarchas, y en apostaderos y guerra
de montaña.
[Sidenote: Provincias de Levante.]
Del lado de Levante las provincias de Valencia, Cataluña y aun lo que
restaba libre de la de Aragón, hubieran, obrando unidas, entorpecido
muy mucho los intentos del enemigo, siendo entre ellas tanto más
necesaria buena hermandad cuanto para sojuzgarlas estaban de concierto
el tercero y el primer cuerpo francés. Pero la multiplicidad de
autoridades, su diversa condición, los obstáculos mismos que nacían
de la naturaleza de la actual guerra estorbaban completa concordia y
adecuada combinación. Por fortuna, los caudillos enemigos, aunque no
menos interesados en aunarse, y aquí más que en otras partes, a duras
penas lo conseguían, no ya por las rivalidades personales que a veces
se suscitaban, sino principalmente por lo dificultoso de acudir al
cumplimiento de un plan convenido.
[Sidenote: Valencia.]
En Valencia Don José Caro, más bien que en la guerra pensaba en ir
adelante con sus desafueros. Dejó que se perdiesen Lérida, Mequinenza
y hasta el castillo de Morella, sin dar señales de oponerse al enemigo,
ni siquiera de distraerle. Al fin, viendo Caro que se aproximaban
los franceses y que la voz pública se acedaba contra tan culpable
abandono, mandó a D. Juan Odonojú, prisionero en la batalla de María
y ahora libre, que se adelantase con 4000 hombres. El 24 de junio
arrojaron estos de Villabona a los enemigos, que se abrigaron a Morella,
[Sidenote: Choques en Morella y Albocácer.] delante de cuyo pueblo se
trabó el 25 un choque muy vivo retirándose después los nuestros en
vista de haberse reforzado los contrarios. Por segunda vez avanzó en
julio el mismo Odonojú, y aun llegó el 16 a intimar la rendición al
castillo de Morella, pero revolviendo sobre él prontamente el general
Montmarie, le obligó a alejarse y causole en Albocácer un descalabro.
[Sidenote: Avanza Caro y se retira.]
No había Don José Caro tomado parte personalmente en ninguna de
semejantes refriegas, hasta que en agosto, pidiendo su cooperación el
general de Cataluña para aliviar a Tortosa, amenazada de sitio, se
movió aquel por la costa lentamente y más tarde de lo que conviniera.
Llevó consigo 10.000 hombres de línea y otros tantos paisanos, y se
situó en Benicarló y San Mateo. El general Suchet vino por Cálig a su
encuentro con diez batallones y también con artillería y caballería.
Caro no le aguardó, replegándose, después de ligeras escaramuzas, a
Alcalá de Chivert, y de allí el 16 de agosto a Castellón de la Plana y
Murviedro. No retrocedió en desorden el ejército valenciano, si bien
su jefe Don José Caro dio el triste y criminal ejemplo de ser de los
primeros y aun de los pocos que desaparecieron del campo. Zahiriole por
ello agriamente su hermano Don Juan, hombre ligero pero arrojado, de
quien hablamos allá en Cataluña.
[Sidenote: Caro huye de Valencia.]
Con la conducta que en esta ocasión mostró el general de Valencia
se acreció el odio contra su persona, y lo que aún es peor,
menospreciósele en gran manera. Se descubrieron asimismo tramas que
urdía y proscripciones que intentaba, propalándose en el público sus
proyectos con tintas que entenebrecían el cuadro. Temeroso, por
tanto, se escabulló disfrazado de fraile [traje harto extraño para un
general], y pasó luego a Mallorca, sin cuya precaución hubiera tal vez
sido blanco de las iras del pueblo.
[Sidenote: Le sucede Bassecourt.]
Sucediole inmediatamente en el mando Don Luis de Bassecourt, que estaba
a la cabeza de una división volante en Cuenca, hombre que si bien
alabancioso al dar sus partes y no de grande capacidad, aventajábase
en valor y otras prendas a su antecesor, procurando también con
mayor ahínco acordar sus operaciones con los generales de los demás
distritos, en especial con los de Aragón y Cataluña.
[Sidenote: Cataluña. Su congreso.]
En este principado hacíase la guerra con otra eficacia y obstinación
que en Valencia, merced al celo de su congreso y a la pronta diligencia
y esmero de su general Don Enrique O’Donnell. [Sidenote: O’Donnell.]
Luego que en 17 de julio estuvo reunida aquella corporación, tomó
varias resoluciones, algunas bastantemente acertadas. En la milicia
acomodó los alistamientos a la índole de los naturales, imponiendo solo
la obligación de un enganche de dos años, con facultad de gozar cada
seis meses de una licencia de 15 días. Sin embargo, los catalanes, tan
dispuestos a pelear como somatenes, repugnaban a tal punto el servicio
de tropa reglada que tuvo su congreso que establecer comisiones
militares para castigar a los desertores, y aun a los distritos que
no aprontasen su contingente. Recaudáronse con mayor regularidad los
impuestos y se realizó, a pesar de lo exhausto que ya estaba el país,
un empréstito de medio millón de duros. Aplicáronse a los hospitales
los productos que antes percibía la curia romana, y ahora los obispos,
por dispensas y otras gracias o exenciones. El alma de muchas de
estas providencias era el mismo Don Enrique O’Donnell, quien puso
además particular conato en adiestrar sus tropas, en inculcar en ellas
emulación y buen ánimo, y también en mejorar la instrucción de los
oficiales.
[Sidenote: Macdonald.]
Por su parte, el mariscal Macdonald apenas podía ocuparse en otras
operaciones que en las de avituallar a Barcelona: los convoyes de
mar estaban interrumpidos, y los de tierra, escasos y lentos, tenían
con frecuencia que repetirse y ser escoltados con la mayor parte del
ejército si no se quería que fuesen presa de los somatenes y de las
tropas españolas. Macdonald trató en un principio de granjearse las
voluntades de los habitantes, contrastando su porte con la ferocidad
del mariscal Augereau, que había, por decirlo así, guarnecido las
orillas de algunos caminos con patíbulos y cadáveres. Estaban los
ánimos sobradamente lastimados de ambas partes para que pudiesen
olvidarse antiguas y recíprocas ofensas. Así, no surtieron grande
efecto las buenas intenciones, y aun medidas, del mariscal Macdonald,
acabando también él mismo por adoptar a veces resoluciones rigurosas.
[Sidenote: Convoyes que lleva a Barcelona.]
En junio, y poco después de tomar el mando, acompañó no sin tropiezos
un convoy a Barcelona. Volvió después a Gerona y preparose a conducir
otro en mediados de julio a la misma ciudad. O’Donnell trató de
estorbarlo, y destacó a Granollers 6500 infantes y 700 caballos, unidos a
2500 paisanos bajo las órdenes de D. Miguel Iranzo. Trabose un reñido
choque entre los nuestros y los franceses, pero mientras tanto pasó a
la deshilada el convoy y se metió en Barcelona.
[Sidenote: Ejército español de Cataluña.]
Doliose mucho O’Donnell del malogro de aquella empresa, y no faltó
quien lo atribuyese a desmaño del general que en Granollers mandaba.
El plan que O’Donnell había resuelto seguir en Cataluña pareció el más
acertado. Evitando batallas generales, quería por medio de columnas
volantes sorprender los destacamentos enemigos, interceptar o molestar
sus convoyes y aniquilar así sucesivamente la fuerza de aquellos. Por
tanto, el ejército español de Cataluña que, según dijimos, constaba en
julio de unos 22.000 hombres, sin contar somatenes ni guerrilleros,
estaba colocado al principiar agosto del modo siguiente: la 1.ª
división ocupaba las orillas del Llobregat y observaba a Barcelona,
estando también fortificada la montaña de Montserrat; la 2.ª acampaba
en Falset y no perdía de vista a Suchet que, como poco hace apuntamos,
intentaba sitiar a Tortosa; parte de la 3.ª cubría en Esterri las
avenidas del valle de Arán; la reserva, distribuida en dos trozos,
mantenía uno en el Coll del Alba, próximo a Tortosa, y el otro en
Arbeca y Borjas Blancas, para enfrenar la guarnición de Lérida. Un
cuerpo de húsares y tropas ligeras se alojaban en Olot y acechaban
las comarcas de Besalú y Bañolas; varios guerrilleros recorrían la
demás tierra, aprovechándose todos de las ocasiones que se presentaban
para desvanecer los intentos del enemigo e incomodarle continuamente.
El cuartel general permanecía en Tarragona, desde donde O’Donnell
gobernaba las maniobras más notables, tomando a veces en ellas parte
muy principal. Con esta distribución, creyó el general de Cataluña que,
vigilando las plazas y puntos más señalados, llevaría a cumplido efecto
su plan, y que el ejército francés se rehundiría poco a poco, y en
combates parciales.
Si en todo no se llenaron los deseos de D. Enrique O’Donnell, se
lograron en parte. El mariscal Macdonald, afanado siempre con el
abastecimiento de Barcelona, no pudo, desde el segundo convoy que
metió allí en julio, pensar en cosa importante sino en preparar otro
tercero, que consiguió introducir el 12 de agosto. Entonces, más
libre, resolvió, aunque todavía en balde, favorecer directamente las
operaciones del general Suchet.
[Sidenote: Intenta Suchet sitiar a Tortosa.]
No desistía este general del indicado propósito de sitiar a Tortosa,
lo que dio ocasión a varios combates y reencuentros, algunos ya
referidos, con las tropas españolas de Cataluña, Aragón y Valencia,
que precedieron a la formalización del cerco, ligándose de parte de
los franceses las más de las operaciones, aun las lejanas de aquel
principado, con tan primario objeto, por lo que a una y en el mejor
orden que nos sea posible, si bien brevemente, daremos de ellas cuenta.
[Sidenote: Sus disposiciones.]
Suchet, para emprender el sitio, estableció en Mequinenza un depósito
de municiones de guerra y boca: transportarlas de allí a Tortosa
era grande dificultad. Ofrecía el Ebro comunicación por agua; pero,
interrumpida en partes con varias cejas o bajos, solo se podían estos
salvar en las crecidas, y rara vez en los tiempos secos del estío. Del
lado de tierra era aún más trabajoso y aun impracticable el tránsito,
encallejonándose los caminos que van desde Caspe a Mequinenza entre
montañas cada vez más escarpadas según avanzan a Mora, las Armas, Jerta
y Tortosa, por lo que ya en 21 de julio empezaron los franceses a
componer uno antiguo de ruedas, cuyos rastros al parecer se conservaban
del tiempo de la guerra de sucesión. Suchet, antes de que la ruta se
concluyese, fue arrimando fuerzas a la plaza.
En los primeros días de julio, la división que mandaba el general
Habert dirigiose, partiendo de cerca de Lérida, por la izquierda del
Ebro, y llegó a García, estando pronto a caer sobre Tivenys y Tortosa.
Poco antes salió de Alcañiz la división de Laval, y después de haberse
movido la vuelta de Valencia, retrocedió, y se colocó el 3 de julio
a la derecha del Ebro, delante del puente de Tortosa, prolongando su
derecha a Amposta y destacando tropas que observasen el Cenia, siendo
esta división, o parte de ella, la que tuvo que habérselas con los
valencianos en los combates parciales acaecidos allí por este tiempo,
y ya relatados. Suchet mantuvo a su lado la brigada del general Paris,
y sentó el 7 sus reales en Mora, dándose la mano con los dos generales
Laval y Habert, y echando para la comunicación de ambas orillas
del Ebro dos puentes, sin que sus soldados consiguiesen, como lo
intentaron, quemar el de barcas de Tortosa.
[Sidenote: Salidas de la plaza y combates parciales.]
La guarnición de esta plaza hizo desde el principio varias salidas e
incomodó a Laval, que se atrincheraba en su campo. Igualmente parte
de la división española que se alojaba en Falset atacó con vigor los
puestos enemigos en Tivisa, y el 15 toda ella, teniendo al frente al
marqués de Campoverde, rechazó una acometida de los enemigos y aun
siguió el alcance.
Eran tales maniobras precursoras de otras que ideaba O’Donnell, quien
el 29 acometió en persona al general Habert. No pudo el español
desalojar de Tivisa a su contrario, mas el 1.º de agosto se metió en
Tortosa y dispuso para el 3 una salida contra Laval. La mandaba Don
Isidoro Uriarte, y embistiendo los nuestros intrépidamente al enemigo,
le rechazaron al principio y destruyeron varias de sus obras. La
población sirvió de mucho, pues llena de entusiasmo auxiliaba a los
combatientes, aun en los parajes en que había peligro, con abundantes
refrescos, y aliviaba a los heridos con prontos y acomodados socorros.
Reforzados al cabo los franceses, tuvieron los españoles que recogerse
a la plaza, dejando algunos prisioneros, entre ellos al coronel Don
José María Torrijos. Semejantes operaciones hubieran sido más cumplidas
si D. José Caro, con quien se contaba, no hubiera por su parte
procedido, según hemos visto, tarde y malamente.
[Sidenote: Adelanta Macdonald a Tarragona.]
También Don Enrique O’Donnell se vio obligado a retroceder en breve a
Tarragona, adonde le llamaban otros cuidados. El mariscal Macdonald,
después de haber introducido en Barcelona el convoy mencionado de
agosto, se adelantó vía de Tarragona ya para cercar si podía esta
plaza, ya para coadyuvar en caso contrario al asedio de Tortosa.
Desistió de lo primero, falto de almacenes y escasos los víveres
en aquella comarca, cuyos granos de antemano recogiera O’Donnell.
Este, además, se apostó de suerte que, guarecido de ser atacado
con buen éxito, trató de reducir a hambre el cuerpo de Macdonald,
situado desde el 18 de agosto en Reus y sus contornos. Frustrósele
el 21 al mariscal francés un reconocimiento que tentó del lado de
Tarragona, escarmentándole los nuestros en la altura de La Canonja.
[Sidenote: Se retira.] Para evitar mayor desastre, retirose Macdonald
el 25 de Reus, pidiendo antes la exorbitante contribución de 136.000
duros, e imponiendo otra también muy pesada sobre géneros ingleses y
ultramarinos.
[Sidenote: Dificultades con que tropieza.]
El camino que tomó fue el de Lérida, para abocarse en esta ciudad con
el general Suchet, y desde Alcover, dirigiéndose a Montblanch, pasaron
sus tropas por el estrecho de la Riba. Aquí las detuvo por su frente
la división que mandaba el brigadier Georget, que de antemano había
dispuesto O’Donnell viniese de hacia Urgel, en donde estaba. Al mismo
tiempo, D. Pedro Sarsfield las atacó por flanco y retaguardia en las
alturas de Picamoixons y Coll de las Molas, maniobrando a la izquierda
varias partidas. Los enemigos, con tan impensado ataque y las asperezas
del camino, se vieron muy comprometidos, pero siendo numerosas sus
fuerzas, alcanzaron, por último, forzar el paso y ganar las cumbres,
ayudándoles mucho una salida que hizo, a espaldas de Georget, la
guarnición de Lérida. Con todo, perdieron los franceses unos 400
hombres, entre muertos y heridos, y 150 prisioneros.
[Sidenote: Avístase en Lérida con Suchet.]
Llegado a Lérida el mariscal Macdonald, se avistó el 29 con el general
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