Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 08

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debilitado su fuerza quisquillas y enojosas pendencias.
[Sidenote: La junta de Guadalajara llama al Empecinado.]
Don Juan Martín, el Empecinado, guerreaba allende la cordillera
carpetana; mas, buscado en septiembre por la junta de Guadalajara,
acudió gustoso al llamamiento. Comenzó aquel caudillo a recorrer la
provincia, y no dejando a los franceses un momento de respiro tuvo ya
en los meses de septiembre y octubre choques bastante empeñados en
Cogolludo, Alvarés y Fuente la Higuera. Los franceses, para vencerle,
recurrieron a ardides. Tal fue el que pusieron en planta en 12 de
noviembre, aparentando retirarse de la ciudad de Guadalajara para luego
volver sobre ella. Pero el Empecinado, después de haberse provisto de
porción de paños de aquellas fábricas, rompió por medio de la hueste
que le tenía rodeado y se salvó. Pagó en seguida a los franceses el
susto que entonces le dieron, principalmente sorprendiendo el 24 de
diciembre en Mazarrulleque a un grueso trozo de contrarios.
[Sidenote: La Mancha.]
Entre los guerrilleros de la Mancha, de que ya entonces se hablaba,
además de Mir y Jiménez merece particular mención Francisco Sánchez,
conocido con el nombre de Francisquete, [Sidenote: Francisquete.]
natural de Camuñas. Habían los franceses ahorcado a un hermano suyo
que se rindiera bajo seguro, y en venganza Francisco hízoles sin cesar
guerra a muerte. Otros partidarios empezaron también a rebullir en
esta provincia y en la de Toledo; mas, o desaparecieron pronto, o sus
nombres no sonaron hasta más adelante.
[Sidenote: León y Castilla.]
En las que componen los reinos de León y Castilla la Vieja, descolló,
entre otros muchos, cerca de Ciudad Rodrigo Don Julián Sánchez. Vivía
este en la casa paterna después de haber militado en el regimiento de
Mallorca. [Sidenote: Don Julián Sánchez.] Pisaron los enemigos en sus
correrías aquellos umbrales, y mataron a sus padres y a una hermana,
atrocidad que juró Sánchez vengar: empezó con este fin a reunir gente,
y luego allegó hasta 200 caballos con el nombre de Lanceros, de cuya
tropa nombrole capitán el duque del Parque, general que allí mandaba.
Don Julián unas veces se apoyaba en el ejército o en la plaza de
Ciudad Rodrigo, otras obraba por sí y se alejaba con su escuadrón.
Infundía tal desasosiego en los franceses que en Salamanca el general
Marchand dio contra él y sus soldados una proclama amenazadora, y cogió
en rehenes, como a patrocinadores, a unos cuantos ganaderos ricos
de la provincia. Sánchez, agraviado de que el francés calificase a
sus hombres de asesinos y ladrones, replicole de una manera áspera y
merecida. Cruda guerra que hasta en el hablar enconaba así de ambos
lados el ánimo de los combatientes.
[Sidenote: El Capuchino, Saornil.]
Por el centro y vastas llanuras de Castilla la Vieja andaban asimismo
al rebusco de franceses partidas pequeñas, como las del Capuchino,
Saornil y otras que todavía no gozaban de mucho nombre, pero que
dieron lugar a una circular curiosa al par que bárbara del general
francés Kellermann, comandante de aquellos distritos, y por la que,
haciendo en 25 de octubre una requisición de caballos, mandaba bajo
penas rigurosas sacar el ojo izquierdo y marcar o inutilizar de otro
modo para la milicia los que no fuesen destinados a su servicio.
Porlier, también ejecutando a veces rápidas y portentosas marchas,
rompía por la tierra y atropellaba los destacamentos enemigos,
descolgándose de las montañas de Galicia y Asturias, que eran su
principal guarida.
[Sidenote: Juntas y partidarios en el camino de Francia.]
En todo el camino carretero de Francia, desde Burgos hasta los lindes
de Álava, y en ambas riberas por aquella parte del Ebro, hormiguearon
de muy temprano las guerrillas. Tenía la codicia en qué cebarse con la
frecuencia de convoyes y pasajeros enemigos, y muchos de los naturales,
dados ya desde antes al contrabando por la línea de aduanas allí
establecida, conocían a palmos el terreno y estaban avezados a los
riesgos de su profesión, imagen de los de la guerra. Fomentaron tales
inclinaciones varias juntas que se formaron de cuarenta en cuarenta
lugares, y las cuales, o se reunieron después o se sujetaron a las que
se apellidaban de Burgos, Soria y La Rioja. Reconocieron la autoridad
de estos cuerpos las más de las partidas, de las que se miraron como
importantes la de Ignacio Cuevillas, Don Juan Gómez, el cura Tapia, Don
Francisco Fernández de Castro, hijo mayor del marqués de Barriolucio, y
el cura de Villoviado, de quien ya se hizo mención en otro libro.
Sus correrías solían ser lucrosas, en perjuicio del enemigo, y no
faltas de gloria, sobre todo cuando muchas de ellas se unían y obraban
de concierto. Sucedió así en septiembre para sostener a Logroño,
estando a su frente Cuevillas: lo mismo el 18 de noviembre en Sausol
de Navarra, en donde deshicieron a más de 1000 franceses, guiadas
las partidas reunidas por el capitán de navío Don Ignacio Narrón,
presidente de la junta de Nájera.
[Sidenote: Mina el mozo.]
En esta función tuvo ya parte Don Francisco Javier Mina, sobrino del
después tan célebre Espoz. Cursaba en Zaragoza a la sazón que estalló
el levantamiento de 1808: su edad entonces era la de 19 años, y tomó
las armas como los demás estudiantes. Había nacido en Idocin, pueblo
de Navarra, de labradores acomodados. Retirado por enfermo al lugar de
su naturaleza, se hallaba en su casa cuando la saquearon los franceses
en venganza de un sargento asesinado en la vecindad. Para libertar a
su padre de una persecución se presentó Mina el mozo a los franceses,
redimiéndose por medio de dinero del arresto en que le pusieron. Airado
de la no merecida ofensa y de ver su casa allanada y perdida, armose,
y uniéndosele otros doce comenzó sus correrías, reciente aún en Roncal
la memoria de Renovales. Aumentose sucesivamente su cuadrilla, y con
ímpetu daba de sobresalto en los destacamentos franceses de Navarra,
como también en los confinantes de Aragón y Rioja. Fue extremada
su audacia, y antes de concluirse 1809 admiró con sus hechos a los
habitantes de aquellas partes.
[Sidenote: Sucesos generales de la nación.]
Hasta aquí los sucesos parciales ocurridos este año en las provincias.
Necesario ha sido dar una idea de ellos aunque rápida, pues si bien se
obedecía en todo el reino al gobierno supremo, la índole de la guerra
y el modo como se empezó inclinaba a las provincias o las obligaba a
veces a obrar solas o con cierta independencia. Ocupémonos ahora en la
junta central y en los ejércitos, y asuntos más generales.
[Sidenote: Estado de desasosiego de la central.]
Vivos debates habían sobrevenido en aquella corporación al concluirse
el mes de agosto y comenzar septiembre. Procedieron de divisiones
internas y de la voz pública que le achacaba el malogramiento de la
campaña de Talavera. Hervían con especialidad en Sevilla los manejos
y las maquinaciones. Ya desde antes, como dijimos, y sordamente,
trabajaban contra el gobierno varios particulares resentidos, entre
ellos ciertos de la clase elevada. Cobraron ahora aliento por el arrimo
que les ofrecía el enojo de los ingleses, y la autoridad del consejo
reinstalado el mes anterior. No menos pensaban ya que en acudir a
la fuerza, pero antes creyeron prudente tentar las vías pacíficas y
legales. Sirvioles de primer instrumento Don Francisco de Palafox,
individuo de la misma junta, quien el 21 de agosto leyó en su seno
un papel en el que, doliéndose amargamente de los males públicos y
pintándolos con negras tintas, proponía como remedio la reconcentración
del poder en un solo regente, cuya elección indicaba podría recaer en
el cardenal de Borbón. Encontró Palafox en sus compañeros oposición,
presentándole algunas objeciones bastante fuertes, a las que no
pudiendo de pronto responder como hombre de limitado seso, dejó su
réplica para la siguiente sesión en que leyó otro papel explicativo del
primero.
[Sidenote: Consulta del consejo.]
Aquel día, que era el 22, vino en apoyo suyo, con aire de concierto,
una consulta del consejo. Este cuerpo, que en vez de mostrarse
reconocido teníase por agraviado de su restablecimiento, como hecho,
según pensaba, en menoscabo de sus privilegios, andaba solícito
buscando ocasiones de arrancar la potestad suprema de las manos de la
central, y colocarla o en las suyas o en otras que estuviesen a su
devoción. Figurose haber llegado ya el plazo tan deseado, y perjudicó
con ciega precipitación a su propia causa. [Sidenote: Su ceguedad.] En
la consulta no se ciñó a examinar la conducta de la junta central, y
a hacer resaltar los inconvenientes que nacían de que corporación tan
numerosa tuviese a su cargo la parte ejecutiva, sino que también atacó
su legitimidad y la de las juntas provinciales pidiendo la abolición de
estas, el restablecimiento del orden antiguo, y el nombramiento de una
regencia conforme a lo dispuesto en la ley de Partida. ¡Contradicción
singular! El consejo que consideraba usurpada la autoridad de las
juntas, y por consiguiente la de la central emanación de ellas, exigía
de este mismo cuerpo actos para cuya decisión y cumplimiento era la
legitimidad tan necesaria.
Pero prescindiendo de semejante modo de raciocinar, harto común en
asuntos de propio interés, hubo gran desacuerdo en el consejo en
proceder así, enajenándose voluntades que le hubieran sido propicias.
Descontentaban a muchos las providencias de la central; parecíales
monstruoso su gobierno; mas no querían que se atacase su legitimidad
derivada de la insurrección. Tocó en desvarío querer el consejo tachar
del mismo defecto a las juntas provinciales, por cuya abolición
clamaba. Estas corporaciones tenían influjo en sus respectivos
distritos. Atacarlas era provocar su enemistad, resucitar la memoria
de lo ocurrido al principio de la insurrección en 1808, y privarse de
un apoyo tanto más seguro cuanto entonces se habían suscitado nuevas y
vivas contestaciones entre la central y algunas de las mismas juntas.
[Sidenote: Altercados de las juntas de provincia y la central. Sevilla.
Extremadura.]
La provincial de Sevilla nunca olvidaba sus primeros celos y
rivalidades, y la de Extremadura antes más quieta, moviose al ver que
su territorio quedaba descubierto con la ida de los ingleses, de cuya
retirada echaba la culpa a la central. Así fue que, sin contar con el
gobierno supremo, por sí dio pasos para que Lord Wellington mudase de
resolución, y diolos por el conducto del conde del Montijo, que en sus
persecuciones y vagancia había de Sanlúcar pasado a Badajoz. Desaprobó
altamente la junta central la conducta de la de Extremadura como ajena
de un cuerpo subalterno y dependiente, e irritola que fuera medianero
en la negociación un hombre a quien miraba al soslayo, por lo cual
apercibiéndola severamente mandó prender al del Montijo que se salvó
en Portugal. Ofendida la junta de Extremadura de la reprensión que se
le daba, replicó con sobrada descompostura, hija quizá de momentáneo
acaloramiento, sin que por eso fuesen más allá afortunadamente tales
contestaciones. [Sidenote: Valencia.] Las que habían nacido en
Valencia al instalarse la central se aumentaron con el poco tino
que tuvo en su comisión a aquel reino el barón de Sabasona, y nunca
cesaron, resistiendo la junta provincial el cumplimiento de algunas
órdenes superiores, a veces desacertadas, como lo fue la provisión en
tiempos de tanto apuro de las canonjías, beneficios eclesiásticos y
encomiendas vacantes, cuyo producto juiciosamente había destinado dicha
junta a los hospitales militares. Encontradas así ambas autoridades a
cada paso se enredaban en disputas, inclinándose la razón ya de un lado
ya de otro.
[Sidenote: Exposición de esta contra el consejo.]
Dolorosas eran estas divisiones y querellas, y de mucho hubieran
servido al consejo en sus fines, si acallando a lo menos por el momento
su rencorosa ira contra las juntas, las hubiera acariciado en lugar
de espantarlas con descubrir sus intentos. Enojáronse pues aquellas
corporaciones, y la de Valencia, aunque una de las más enemigas de la
central, se presentó luego en la lid a vindicar su propia injuria.
En una exposición fecha en 25 de septiembre clamó contra el consejo,
recordó su vacilante si no criminal conducta con Murat y José, y
pidió que se le circunscribiese a solo sentenciar pleitos. Otro tanto
hicieron de un modo más o menos explícito varias de las otras juntas,
añadiendo sin embargo la misma de Valencia que convendría que la
central separase la potestad legislativa de la ejecutiva, y que se
depositase esta en manos de uno, tres o cinco regentes.
[Sidenote: Trama para disolver la central.]
Antes que llegase esta exposición, y atropellando por todo en Sevilla
los descontentos, pensaron recurrir a la fuerza, impacientes de que
la central no se sometiese a las propuestas de Palafox, del consejo y
sus parciales. Era su propósito disolver dicha junta, transportar a
Manila algunos de sus individuos, y crear una regencia, reponiendo al
consejo real en la plenitud de su poder antiguo y con los ensanches
que él codiciaba. Habíanse ganado ciertos regimientos, repartídose
dinero, y prometido también convocar cortes, ya por ser la opinión
general del reino, ya igualmente para amortiguar el efecto que podría
resultar de la intentada violencia. Pero esta última resolución no se
hubiera realizado, a triunfar los conspiradores como apetecían, pues el
alma de ellos, el consejo, tenía sobrado desvío por todo lo que sonaba
a representación nacional, para no haber impedido el cumplimiento de
semejante promesa.
[Sidenote: Descúbrela el embajador de Inglaterra.]
Ya en los primeros días de septiembre estaba próximo a realizarse el
plan, cuando el duque del Infantado, queriendo escudar su persona con
la aquiescencia del embajador de Inglaterra, confiósele amistosamente.
Asustado el marqués de Wellesley de las resultas de una disolución
repentina del gobierno, y no teniendo por otra parte concepto muy
elevado de los conspiradores, procuró apartarlos de tal pensamiento,
y sin comprometerlos dio aviso a la central del proyecto. Advertida
esta a tiempo, e intimidados también algunos de los de la trama con no
verse apoyados por la Inglaterra, prevínose todo estallido, tomando la
central medidas de precaución sin pasar o escudriñar quienes fuesen los
culpables.
[Sidenote: Trata la central de reconcentrar la potestad ejecutiva.]
La junta, no obstante, viendo cuán de cerca la atacaban, que la opinión
misma del embajador de Inglaterra, si bien opuesto a violencias, era
la de reconcentrar la potestad ejecutiva, y que hasta las autoridades
que le habían dado el ser eran las más de idéntico o parecido sentir,
resolvió ocuparse seriamente en la materia. Algunos de sus individuos
pensaban ser conveniente la remoción de todos los centrales o de
una parte de ellos, acallando así a los que tachaban su conducta
de ambiciosa. Suscitó tal medida el bailío Don Antonio Valdés, la
cual contados de sus compañeros sostuvieron, desechándola los más.
[Sidenote: Diversidad de opiniones.] Tres dictámenes prevalecían en
la junta, el de los que juzgaban ocioso hacer una mudanza cualquiera
debiendo convocarse luego las cortes, el de los que deseaban una
regencia escogida fuera del seno de la central, y en fin el de los que
repugnando la regencia querían sin embargo que se pusiese el gobierno
o potestad ejecutiva en manos de un corto número de individuos sacados
de los mismos centrales. Entre los que opinaban por lo segundo se
contaba Jovellanos, pero tan respetable varón, luego que percibió ser
la regencia objeto descubierto de ambición que amenazaba a la patria
con peligrosas ocurrencias, mudó de parecer y se unió a los del último
dictamen.
[Sidenote: Nómbrase al efecto una comisión.]
Al frente de este se hallaba Calvo, que acababa de volver de
Extremadura y quien, con su áspera y enérgica condición, no poco
contribuyó a parar los golpes de los que dentro de la misma junta solo
hablaban de regencia para destruir la central e impedir la convocación
de cortes. Trajo hacia sí a Jovellanos y sus amigos, los que concordes
consiguieron después de acaloradas discusiones, que se aprobasen el
19 de septiembre dos notables acuerdos: 1.º, la formación de una
_Comisión ejecutiva_ encargada del despacho de lo relativo a gobierno,
reservando a la junta los negocios que requiriesen plena deliberación;
y 2.º, fijar para 1.º de marzo de 1810 la apertura de las cortes
extraordinarias.
Antes de publicarse dichos acuerdos nombrose una comisión para formar
el reglamento o plan que debía observar la ejecutiva, y como recayese
el encargo en Don Gaspar de Jovellanos, bailío Don Antonio Valdés,
marqués de Campo Sagrado, Don Francisco Castanedo y conde de Gimonde,
amigos los más del primero, creyose que a la presentación de su trabajo
serían los mismos escogidos para componer la comisión ejecutiva. Pero
se equivocaron los que tal creyeron. [Sidenote: Nómbrase otra segunda.]
En el intermedio que hubo entre formar el reglamento y presentarle,
los aficionados al mando y los no adictos a Jovellanos y sus opiniones
se movieron, y bajo un pretexto u otro alcanzaron que la mayoría de
la junta desechase el reglamento que la comisión había preparado.
Escogiose entonces otra nueva para que le enmendase con objeto de
renovar, si ser pudiese, la cuestión de regencia, o si no de meter en
la comisión ejecutiva las personas que con más empeño sostenían dicho
dictamen. [Sidenote: Nuevos manejos.] Viose a las claras ser aquella la
intención oculta de ciertas personas por lo que de nuevo sucedió con
Don Francisco de Palafox. [Sidenote: Palafox.] Este vocal, juguete de
embrolladores, resucitó la olvidada controversia cuando se discutía en
la junta el plan de la comisión ejecutiva. Los instigadores le habían
dictado un papel que al leerle produjo tal disgusto que, arredrado el
mismo Palafox, se allanó a cancelar en el acto mismo las cláusulas más
disonantes.
[Sidenote: Romana.]
Viendo la facción cuán mal había correspondido a su confianza el
encargado de ejecutar sus planes, trató de poner en juego al marqués de
la Romana, recién llegado del ejército, y cuya persona más respetada
gozaba todavía entre muchos de superior concepto. Había sido el marqués
nombrado individuo de la comisión sustituida para corregir el plan
presentado por la primera, y en su virtud asistió a sus sesiones,
discutió los artículos, enmendó algunos, y por último firmó el plan
acordado, si bien reservándose exponer en la junta su dictamen
particular. Parecía no obstante que se limitaría este a ofrecer algunas
observaciones sobre ciertos puntos, habiendo en lo general merecido su
aprobación la totalidad del plan. [Sidenote: Su inconsiderada conducta
y su representación.] Mas cuál fue la admiración de sus compañeros
al oír al marqués en la sesión del 14 de octubre renovar la cuestión
de regencia por medio de un papel escrito en términos descompuestos,
y en el que haciendo de sí propio pomposas alabanzas, expresaba _la
necesidad de desterrar hasta la memoria de un gobierno tan notoriamente
pernicioso_ como lo era el de la central. Y al mismo tiempo que tan mal
trataba a esta y que la calificaba de ilegítima, dábale la facultad de
nombrar regencia y de escoger una diputación permanente, compuesta de
cinco individuos y un procurador, que hiciese las veces de cortes,
cuya convocación dejaba para tiempos indeterminados. A tales absurdos
arrastraba la ojeriza de los que habían apuntado el papel al marqués, y
la propia irreflexión de este hombre, tan pronto indolente, tan pronto
atropellado.
[Sidenote: Nómbrase la comisión ejecutiva.]
A pesar de crítica tan amarga y de las perjudiciales consecuencias que
podría traer un escrito como aquel, difundido luego por todas partes,
no solo dejó la junta de reprender a Romana, sino que también, ya que
no adoptó sus proposiciones, fue el primero que escogió para componer
la comisión ejecutiva. No faltó quien atribuyese semejante elección a
diestro artificio de la central, ora para enredarle en un compromiso
por haber dicho en su papel que a no aprobarse su dictamen renunciaría
a su puesto, ora también para que experimentase por sí mismo la
diferencia que media entre quejarse de los males públicos y remediarlos.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el marqués admitió el
nombramiento y que sin detención se eligieron sus otros compañeros.
La comisión ejecutiva conforme a lo acordado debía constar de seis
individuos y del presidente de la central, renovándose a la suerte
parte de ellos cada dos meses. Los nombrados además de Romana fueron D.
Rodrigo Riquelme, D. Francisco Caro, Don Sebastián de Jócano, D. José
García de la Torre y el marqués de Villel. En el curso de esta historia
ya ha habido ocasión de indicar a que partido se inclinaban estos
vocales, y si el lector no lo ha olvidado recordará que se arrimaban
al del antiguo orden de cosas, por lo cual hubieran muchos llevado a
mal su elección si no hubiese sido acompañada con el correctivo del
llamamiento de cortes.
[Sidenote: Fíjase el día de juntarse las cortes.]
Anunciose tal novedad en decreto de 28 de octubre publicado en 4
de noviembre, especificándose en su contenido que aquellas serían
convocadas en 1.º de enero de 1810 para empezar sus augustas funciones
en el 1.º de marzo siguiente. El deseo de contener las miras
ambiciosas de los que aspiraban a la autoridad suprema, alentó a los
centrales partidarios de la representación nacional a que clamasen
con mayor instancia por la aceleración de su llamamiento. Don Lorenzo
Calvo de Rozas, entre ellos uno de los más decididos y constantes,
promovió la cuestión por medio de proposiciones que formalizó en 14
y 29 de septiembre, renovando la que hizo en abril anterior y que
había provocado el decreto de 22 de mayo. Suscitáronse disensiones
y altercados en la junta, mas logrose la aprobación del decreto ya
insinuado, apretando a la comisión de cortes para que concluyese los
trabajos previos que le estaban encomendados, y que particularmente se
dirigían al modo de elegir y constituir aquel cuerpo. Esta comisión
desempeñó ahora con menos embarazo su encargo por haber reemplazado
a Riquelme y Caro, rémoras antes para todo lo bueno, los señores Don
Martín de Garay y conde de Ayamans, dignos y celosos cooperadores.
[Sidenote: Instálase la comisión ejecutiva.]
La ejecutiva se instaló el 1.º de noviembre, no entendiendo ya la junta
plena en ninguna materia de gobierno, excepto en el nombramiento de
algunos altos empleos que se reservó. Siguiéronse no obstante tratando
en las sesiones de la junta los asuntos generales, los concernientes
a contribuciones y arbitrios, y las materias legislativas. Continuó
así hasta su disolución, dividido este cuerpo en dichas dos porciones,
ejerciendo cada una sus facultades respectivas.
[Sidenote: Estado de Europa.]
En tanto, el horizonte político de Europa se encapotaba cada vez más.
Estimulada la gran Bretaña con la guerra de Austria, no se había ceñido
a aumentar en la península sus fuerzas, sino que también preparó otras
dos expediciones [Sidenote: Expediciones inglesas. Contra Nápoles.] a
puntos opuestos, una a las órdenes de Sir Juan Stuart contra Nápoles,
y otra al Escalda e isla de Walcheren mandada por Lord Chatam. Malos
consejos alejaron la primera de estas expediciones de la costa
oriental de España, adonde se había pensado enviarla, y se empleó en
objeto infructuoso como lo fue la invasión del territorio napolitano.
[Sidenote: Contra el Escalda.] La segunda, formidable y una de las
mayores que jamás saliera de los puertos ingleses, se componía de 40.000
hombres de desembarco, tropas escogidas, ascendiendo en todo la fuerza
de tierra y mar a 80.000 combatientes. Proponíase con ella el gobierno
británico destruir ante todo el gran arsenal que en Amberes había
Napoleón construido. Lástima fue que en este caso no hubiese aquel
gabinete escuchado a sus aliados. El emperador de Austria opinaba por
el desembarco en el norte de Alemania, en donde el ejemplo de Schill,
caudillo tan bravo y audaz, hubiera sido imitado por otros muchos al
ver la ayuda que prestaban los ingleses. La junta central instó porque
la expedición llevase el rumbo hacia las costas cantábricas y se diese
la mano con la de Wellesley: y cierto que si las tropas de Stuart y
Chatam hubiesen tomado tierra en la península o en el norte de Alemania
en el tiempo en que aún duraba la guerra en Austria, quizá no hubiera
esta tenido un fin tan pronto y aciago. Prescindiendo de todo el
gobierno inglés sacrificó grandes ventajas a la que presumía inmediata
de la destrucción del arsenal de Amberes, ventaja mezquina aunque la
hubiera conseguido, en comparación de las otras.
[Sidenote: Desgraciadísima esta.]
Es ajeno de nuestro propósito entrar en la historia de aquellas
expediciones, y así solo diremos que al paso que la de Stuart no
tuvo resultado, pereció la de Chatam miserablemente sin gloria y a
impulsos de las enfermedades que causó en el ejército inglés la tierra
pantanosa de la isla de Walcheren a la entrada del Escalda. Tampoco se
encontraron con habitantes que les fueran afectos, de donde pudieron
aprender cuán diverso era, a pesar del valor de sus tropas, tener que
lidiar en tierra enemiga o en medio de pueblos que, como los de la
península, se mantenían fieles y constantes.
[Sidenote: Paz entre Napoleón y el Austria. (* Ap. n. 10-4.)]
Colmó tantas desgracias la paz de Austria, en favor de cuya potencia
había cedido la junta central una porción de plata [*] en barras que
venían de Inglaterra para socorro de España, y además permitió, sin
reparar en los perjuicios que se seguirían a nuestro comercio, que
el mismo gobierno británico negociase con igual objeto en nuestros
[Sidenote: Sacrificios de la central en favor de Austria.] puertos de
América 3.000.000 de pesos fuertes: sacrificios inútiles. Desde el
armisticio de Znaim pudo ya temerse cercana la paz. El gabinete de
Austria, viendo su capital invadida, incierto de la política de la
Rusia, y no queriendo buscar apoyo en sus propios pueblos, de cuyo
espíritu comenzaba a estar receloso, decidiose a terminar una lucha
que, prolongada, todavía hubiera podido convertirse para Napoleón en
terrible y funesta, manifestándose ya en la población de los estados
austriacos síntomas de una guerra nacional. Y ¡cosa extraña! un
mismo temor, aunque por motivos opuestos, aceleró entre ambas partes
beligerantes la conclusión de la paz. Firmose esta en Viena el 15 de
octubre. El Austria, además de la pérdida de territorios importantes
y de otras concesiones, se obligó, por el artículo 15 del tratado, a
«reconocer las mutaciones hechas o que pudieran hacerse en España, en
Portugal y en Italia.»
[Sidenote: Manifiesto de la central.]
La junta central, a vista de tamaña mengua, publicó un manifiesto
en que procurando desimpresionar a los españoles del mal efecto que
produciría la noticia de la paz, con profusión derramó amargas quejas
sobre la conducta del gabinete austriaco, lenguaje que a este ofendió
en extremo.
[Sidenote: Prurito de batallar de la central.]
Disculpable era, hasta cierto punto, el gobierno español, hallándose de
nuevo reducido a no vislumbrar otro campo de lides sino el peninsular.
Mas semejante estado de cosas, y las propias desgracias, hubieran
debido hacerle más cauto, y no comprometer en batallas generales y
decisivas su suerte y la de la nación. El deseo de entrar en Madrid, y
las ventajas adquiridas en Castilla la Vieja, pesaban más en la balanza
de la junta central que maduros consejos.
[Sidenote: Ejército de la izquierda.]
Hablemos pues de las indicadas ventajas. Luego que el marqués de la
Romana dejó en el mes de agosto en Astorga el ejército de su mando,
llamado de la izquierda, condújole a Ciudad Rodrigo D. Gabriel de
Mendizábal para ponerle en manos del duque del Parque, nombrado sucesor
del marqués. Llegaron las tropas a aquella plaza antes de promediar
septiembre, y a estar todas reunidas, hubiera pasado su número de
26.000 hombres; pero compuesto aquel ejército de cuatro divisiones y
una vanguardia, la 3.ª, al mando de Don Francisco Ballesteros, no se
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