Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 15

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más cercanos e importantes, eran, al ocaso, el condado de Niebla, y
al levante, la Serranía de Ronda. El primero, además de ser tierra
costanera y en partes montuosa, respaldábase en Portugal, para cuya
invasión tenían los enemigos que prepararse de intento; y por lo que
respecta a Ronda, favorecía sus operaciones y alzamiento la vecina
e inexpugnable plaza de Gibraltar, depósito de grandes recursos,
principalmente de pertrechos de guerra.
[Sidenote: Condado de Niebla.]
La regencia, para dar mayor estímulo a la defensa, encargó el mando de
aquellos distritos a jefes de su confianza. Para el condado escogió
a Don Francisco de Copons y Navia, que permanecía en Cádiz después
que en febrero arribó allí con su división. Partió pues el general
nombrado, y el 14 de abril tomó el mando de aquel país, muy trabajado
con las vejaciones del enemigo, y solo defendido por unos 700 hombres,
remanente de cuerpos dispersos o situados en otras partes. Procuró
Copons unir y aumentar esta masa bastante informe, recoger los caudales
públicos, mantener libre la comunicación de la costa con Cádiz, y
hostigar con frecuencia a los franceses. Consiguió su objeto, si bien
con suerte varia, teniendo a veces que replegarse a Portugal.
[Sidenote: Serranía de Ronda.]
Del lado de Ronda la resistencia fue mayor, mas empeñada y duradera.
Partido occidental esta serranía de la provincia de Málaga, y
cordillera de montes elevados que arrancan desde cerca de Tarifa,
extendiéndose al este, se compone de muchos pueblos ricos en
producciones y dados al contrabando, a que los convida la vecindad
de Gibraltar. Sus moradores, avezados a prohibido tráfico, conocen
a palmos el terreno, sus angosturas y desfiladeros, sus cuevas, las
más escondidas, y teniendo a cada paso que lidiar con los aduaneros
y las tropas enviadas en persecución suya, están familiarizados con
riesgos que son imagen de los de la guerra. Empléanse las mujeres en
los trabajos del campo, y en otros no menos penosos inherentes a la
profesión de los hombres, y así son de robustos miembros y de condición
asemejada a la varonil. Llena, pues, de bríos población tan belicosa, y
previendo los obstáculos que recrecerían a su comercio si los franceses
afianzaban su imperio, rehusó someterse al yugo extranjero.
Ya dieron aquellos habitantes señales de desasosiego al tiempo de
la ocupación de Sevilla. José pensó que los tranquilizaría con su
presencia y discursos, para lo cual pasó a Ronda antes de concluir
febrero. Satisfecho quizá de su excursión, o temiendo más bien otras
resultas, no se detuvo allí muchos días, dejando solamente alguna
fuerza y un gobernador con extensas facultades. Pero la autoridad del
francés redújose pronto a estrechos límites, ciñéndola a la ciudad la
insurrección de los serranos. Acaudillaron a estos varias cabezas,
siendo uno de los que más promovieron el alzamiento Don Andrés Ortiz
de Zárate, que los naturales denominaron el Pastor.
El consejo de regencia, por su lado, envió de comandante al campo de
San Roque, cuyas líneas enfrente de Gibraltar se habían destruido,
de acuerdo con el gobernador inglés Campbell, a Don Adrián Jácome,
con encargo de recoger dispersos y de soplar el fuego en la serranía.
Hombre Jácome pacato e irresoluto, de poco sirvió a la buena causa.
Afortunadamente los serranos, siguiendo los ímpetus de su propio
instinto, solían a veces obrar con más acierto que algunos jefes que
presumían de entendidos.
Al ánimo de aquellos debiose en breve que el levantamiento tomase tal
vuelo que ya el 12 de marzo se presentaron numerosas bandas delante de
Ronda, capitaneadas por Don Francisco González. Los franceses, viendo
el tropel de gente que venía sobre ellos, evacuaron de noche la ciudad
y se retiraron a Campillos. Penetraron luego los paisanos por las
calles de Ronda, y comenzó gran desorden, y aun hubo pillaje y otros
destrozos. Contuviéronlos algún tanto patriotas de influjo que llegaron
oportunamente.
A poco se reforzaron también los enemigos con tropa que llevó de
Málaga el general Peyremont, y el 21 recobraron a Ronda. No permaneció
allí largo tiempo dicho general, pues entrada en su ausencia por
los paisanos la ciudad de Málaga, tuvo que volar a su socorro. La
guerra continuó por toda la sierra sin que los franceses pudiesen
solos dar un paso, y no transcurriendo día en que sus puestos no
fuesen inquietados. Formose en Jimena una junta, y nombró el gobierno
comandante del distrito a Don José Serrano Valdenebro, bajo la
inspección de Don Adrián Jácome. Creciendo los jefes, crecieron los
celos y las competencias, y se suscitaron trastornos y mudanzas.
[Sidenote: D. José Romero: acción notable.]
Por tristes que fuesen tales ocurrencias, inevitables en guerra de esta
clase, no por eso se cedía en la lucha, llevando a cumplido remate
proezas que recuerdan las del tiempo de la caballería. Fue una de las
más memorables la que avino en Montellano, pueblo de 4000 habitantes
inmediato a la sierra. Era alcalde Don José Romero, y ya el 14 de
abril, al frente del vecindario, había repelido de sus calles a 300
franceses. Tornaron estos el 22, reforzados con otros 1000, para vengar
la primera afrenta. Encontraron a su paso obstáculos en Grazalema;
pero llegando al fin a Montellano tuvieron allí que vencer la braveza
de los moradores, lidiando con ellos de casa en casa. Impacientados
los franceses de tamaña obstinación recurrieron al espantoso medio de
incendiar el pueblo. Redujéronle casi todo él a pavesas, excepto el
campanario, en que se defendían unos cuantos paisanos, y la casa de
Romero. Este varón tan esforzado como Villandrando, haciendo de sus
hogares formidable palenque y ayudado de su mujer y sus hijos, continuó
por mucho tiempo con terrible puntería causando fiero estrago en los
enemigos, y tal que, no atreviéndose ya estos a acercarse, resolvieron
derribar a cañonazos paredes para ellos tan fatales. Grande entonces
el aprieto de Romero, inevitable fuera su ruina si no le salvara de
ella la repentina retirada de los franceses, que se alejaron temerosos
de gente que acudía de Puerto Serrano y otras partes. Libre Romero,
a duras penas pudo arrancársele de los escombros de Montellano,
respondiendo a las instancias que se le hacían: «Alcalde de esta villa,
este es mi puesto.»
[Sidenote: Tarifa.]
Imitaban al mismo tiempo en Tarifa la conducta de los serranos. No
habían los enemigos ocupado antes esta plaza, situada en el extremo
meridional de España, contentándose con sacar de ella raciones en
una ocasión en que se aproximaron a sus muros. Pudieran entonces
haberla fácilmente tomado, pero no juzgaron prudente exponerse a ello
sin mayores fuerzas. Los españoles después aumentaron los medios de
defensa, y aun vinieron en su ayuda algunos ingleses mandados por el
mayor Brown. Ignorábanlo los franceses, y el 21 de abril intentaron
entrar la plaza de rebate. Salioles mal la empresa, rechazados con
pérdida por el paisanaje y sus aliados.
Vemos así cuánto distraían a los franceses las conmociones e incesante
guerrear de los puntos más inmediatos a Cádiz. Tampoco se los dejaba
tranquilos en otros más distantes de las mismas Andalucías, ya por la
parte de Murcia, en que permanecía el ejército del centro, ya por la de
Extremadura, en que estaba el de la izquierda.
[Sidenote: Ejército del centro en Murcia.]
Puesto aquel a últimos de enero, según queda referido, bajo las órdenes
del general Blake, fue creciendo y disciplinándose en cuanto las
circunstancias lo permitían, y fomentó con su presencia partidas que
se levantaron en las montañas del lado de Cazorla y Úbeda, y en las
Alpujarras.
A principios de marzo, Don Joaquín Blake, con motivo de la entrada
de Suchet en el reino de Valencia, moviose hacia aquella parte; mas,
enterado luego de la retirada de los franceses, retrocedió a sus
cuarteles, volviendo a unirse al general Freire, a quien con alguna
tropa había dejado en la frontera de Granada. Entonces fue cuando Blake
recibió la orden de pasar a la Isla, quedando en ausencia suya Don
Manuel Freire al frente del ejército, cuya fuerza constaba de 12.000
infantes y cerca de 2000 caballos, con 14 piezas de artillería.
[Sidenote: Correría de Sebastiani en aquel reino.]
Hizo a poco una correría la vuelta de aquel punto el general Sebastiani,
acompañado de 8000 hombres. Enderezose por Baza a Lorca, y Freire se
replegó sobre Alicante, metiendo en Cartagena la 3.ª división de su
ejército al mando de Don Pedro Otedo. Los franceses se adelantaron sin
oposición, y el 23 de abril se posesionaron de la ciudad de Murcia,
siendo aquella la vez primera que pisaban su suelo. Los vecinos de más
cuenta y las autoridades se habían ausentado la víspera. Sebastiani
anunció a su entrada que se respetarían las personas y las propiedades;
pero no se conformó su porte con tan solemnes promesas.
[Sidenote: Su conducta.]
En la mañana del 24 fue a la catedral, y después de mandar que se
llevase preso a un canónigo revestido con su traje de coro, hizo que se
interrumpiesen los divinos oficios, obligando al cabildo eclesiástico
a que inmediatamente se le presentase en el palacio episcopal.
Provenía su enojo de que no se le hubiese cumplimentado al presentarse
en la iglesia. Maltrató de palabra a los canónigos, y ordenó que en
el término de dos horas le entregasen todos sus fondos. Pidiéndole el
cabildo que por lo menos alargase el plazo a cuatro horas, respondió
altaneramente: «Un conquistador no deshace lo que una vez manda.»
Con no menos despego y altivez trató Sebastiani a los individuos de
un ayuntamiento que se había formado interinamente. Reprendioles por
no haberle recibido con salvas de artillería y repique de campanas,
imponiendo al vecindario en castigo 100.000 duros, suma que a muchos
ruegos rebajó a la mitad. Tomaron además el general francés y los
suyos, no contando las raciones y otros suministros, todo el dinero de
los establecimientos públicos, y la plata y alhajas de los conventos,
sin que se libertasen del saqueo varias casas principales.
[Sidenote: Evacúalo.]
Esta correría ejecutada, al parecer, más bien con intento de esquilmar
el reino de Murcia, aún intacto de la rapacidad enemiga, que de
afianzar el imperio del intruso, fue muy pasajera. El 26 del mismo
abril ya todos los franceses habían evacuado la ciudad, y bien les
vino, empezando a reinar grande efervescencia en la huerta y contornos.
Idos los invasores, se ensañaron los paisanos en las personas y
haciendas de los que graduaron de afectos a los enemigos, y mataron
al corregidor interino Don Joaquín Elgueta, el cual había también
corrido gran peligro de parte de los franceses queriendo amparar a los
vecinos. ¡Triste y no merecida suerte! Mejor hubieran los murcianos
empleado sus puños en defenderse contra el común enemigo que haberse
manchado con la sangre inocente de sus conciudadanos.
[Sidenote: Partidas de Cazorla y de las Alpujarras.]
Envió después Freire la caballería y algunos infantes a la frontera
de Granada, quedándose él en Elche. Con tal apoyo, volvieron a
fomentarse las partidas por el lado de Cazorla, y por el opuesto de
las Alpujarras, y hubo muchos reencuentros entre ellas y cuerpos
destacados del enemigo, compuestos de 200 a 400 hombres. La conducta
de algunas tropas francesas contribuía también no poco a la irritación
de los habitantes, habiéndose mostrado feroces en Vélez Rubio y otros
pueblos, por lo que los vecinos defendían sus hogares de consuno,
tocando a rebato y a manera de leones bravos. En las Alpujarras,
ásperas pero deliciosas sierras, y en cuyas vertientes a la mar se dan
las producciones del trópico, señaláronse varios partidarios como Mena,
Villalobos, García y otros, aspirando los moradores, como ya en su
tiempo decía Mármol, a que se les tuviese por invencibles.
[Sidenote: Extremadura: ejército de la izquierda.]
Andaba también a veces la guerra bastante viva en la parte de las
Andalucías que linda con Extremadura. La junta de Badajoz, luego que
Mortier se retiró el 12 de febrero de enfrente de la plaza, puso gran
conato en derramar guerrillas hacia el reino de Sevilla y riberas del
Tajo. Caminó luego hacia las del Guadiana desde San Martín de Trevejo
el ejército de la izquierda, excepto la división de La Carrera, que
quedó apostada para impedir las comunicaciones entre Extremadura y
el país allende la Sierra de Baños. Este ejército, unido a la fuerza
que había en Badajoz, constaba de unos 26.000 infantes y de más de
2000 hombres de caballería, la mitad desmontados. [Sidenote: Romana.]
El marqués de la Romana le distribuyó colocando en su izquierda
cerca de Castelo de Vide y en Alburquerque, dos divisiones al mando
de Don Gabriel de Mendizábal y de Don Carlos O’Donnell [hermano de
Don Enrique] una, y su cuartel general en Badajoz mismo, y otras dos
a su derecha en Olivenza y camino de Monesterio, a las órdenes de los
generales Ballesteros [Sidenote: Ballesteros.] y Senén de Contreras.
Servía de arrimo al ejército de Romana, además de Badajoz, la plaza de
Elvas y otras no tan importantes que guarnecen ambas fronteras española
y portuguesa, en donde también había una división aliada que regía el
general Hill. Se trabaron así de ambas partes continuos choques, ya
que no batallas, y en algunos sostuvieron los españoles con ventaja
la gloria de nuestras armas. Ballesteros, por la derecha, fue quien más
lidió, siendo notables los combates de 25 y 26 de marzo en Santa Olalla
y el Ronquillo, los del 15 de abril y 26 de mayo en Zalamea y Aracena,
junto con los de Burguillos y Monesterio que se dieron al finalizar
junio, todos contra las tropas del mariscal Mortier. Era el principal
campo de Ballesteros y su acogida el país montuoso que se eleva entre
Extremadura, Portugal y reino de Sevilla, desde donde igualmente se
daba la mano con los españoles del condado de Niebla. Sus servicios
fueron dignos de loa, si bien a veces ponderaba sobradamente sus
hechos.
[Sidenote: Don Carlos O’Donnell.]
Don Carlos O’Donnell no dejaba tampoco de hostigar al enemigo por el
lado izquierdo. Tenía allí que habérselas con el 2.º cuerpo, a cargo
del general Reynier, quien, en principios de marzo, viniendo del
Tajo, sentó sus reales en Mérida. [Sidenote: Varias refriegas.] Se
escaramuzó con frecuencia entre unos y otros, y Reynier también hacía
correrías contra las demás divisiones españolas, formalizándose en
ocasiones las refriegas. Tal fue la que se trabó en 5 de julio entre él
y los jefes Imaz y Morillo, en Jerez de los Caballeros: los españoles
se defendieron desde por la mañana hasta la caída de la tarde, y se
retiraron con orden cediendo solo al número. Permaneció Reynier en
aquellas partes hasta el 12 de julio, en cuyo tiempo repasó el Tajo
aproximándose a los cuerpos de su nación que iban a emprender, camino
de Ciudad Rodrigo, la conquista de Portugal. Observole en su marcha,
moviéndose paralelamente, la división del general Hill.
Siguió haciendo siempre la guerra en el mediodía de Extremadura el
cuerpo del mariscal Mortier; mas este jefe, disgustado con Soult,
anhelaba por alejarse, y aun pidió licencia para volver a Francia.
[Sidenote: Decreto de Soult de 9 de mayo.]
Molestaba la pertinaz resistencia de los españoles al mariscal Soult en
tanto grado que con nombre de reglamento dio el 9 de mayo un decreto
ajeno de naciones cultas. En su contexto notábase, entre otras bárbaras
disposiciones, una que se aventajaba a todas concebida en estos
términos: «No hay ningún ejército español, fuera del de S. M. C. Don
José Napoleón; así, todas las partidas que existan en las provincias,
cualquiera que sea su número, y sea quien fuere su comandante, serán
tratadas como reuniones de bandidos... Todos los individuos de estas
compañías que se cogieren con las armas en la mano, serán al punto
juzgados por el preboste y fusilados; sus cadáveres quedarán expuestos
en los caminos públicos.»
Así quería tratar el mariscal Soult a generales y oficiales, así a
soldados, cuyos pechos quizá estaban cubiertos de honrosas cicatrices,
así a los que vencieron en Bailén y Tamames, confundiéndolos con
forajidos. La regencia del reino tardó algún tiempo en darse por
entendida de tan feroz decreto con la esperanza de que nunca se
llevaría a efecto. [Sidenote: Otro en respuesta de la regencia de
España.] Pero, víctimas de él algunos españoles, publicó al fin en
contraposición otro en 15 de agosto, expresando que por cada español
que así pereciese, se ahorcarían tres franceses; y que «mientras
el duque de Dalmacia no reformase su sanguinario decreto... sería
considerado personalmente como indigno de la protección del derecho
de gentes, y tratado como un bandido si cayese en poder de las tropas
españolas.» Dolorosa y terrible represalia, pero que contuvo al
mariscal Soult en su desacordado enojo.
[Sidenote: Decreto de Napoleón sobre gobiernos militares.]
Entibiaban tales providencias las voluntades aun de los más afectos
al gobierno intruso, coadyuvando también a ello en gran manera los
yerros que Napoleón prosiguió cometiendo en su aciaga empresa contra
la península. De los mayores, por aquel tiempo, fue un decreto que
dio en 8 de febrero,[*] [Sidenote: (* Ap. n. 11-5.)] según el cual
se establecían en varias provincias de España gobiernos militares.
Encubríase el verdadero intento so capa de que, careciendo de energía
la administración de José, era preciso emplear un medio directo
para sacar los recursos del país, y evitar así la ruina del erario
de Francia, exhausto con las enormes sumas que costaba el ejército
de España. Todos, empero, columbraron en semejante resolución el
pensamiento de incorporar al imperio francés las provincias de la
orilla izquierda del Ebro, y aun otras si las circunstancias lo
permitiesen.
El tenor mismo del decreto lo daba casi a entender. Cataluña, Aragón,
Navarra y Vizcaya se ponían bajo el gobierno de los generales
franceses, los cuales, entendiéndose solo para las operaciones
militares con el estado mayor del ejército de España, debían «en cuanto
a la administración interior y policía, rentas, justicia, nombramiento
de empleados y todo género de reglamentos, entenderse con el emperador
por medio del príncipe de Neufchatel, mayor general.» Igualmente los
productos y rentas ordinarias y extraordinarias de todas las provincias
de Castilla la Vieja, reino de León y Asturias, se destinaban a la
manutención y sueldos de las tropas francesas, previniéndose que con
sus entradas hubiera bastante para cubrir dichas atenciones.
[Sidenote: Une a su imperio los Estados Pontificios y la Holanda.]
Ya que tales providencias no hubiesen por sí mostrado a las claras
el objeto de Napoleón, los procedimientos de este a la propia sazón
respecto de otras naciones de Europa, probaban con evidencia que
su ambición no conocía límites. Los estados del papa, en virtud de
un senado-consulto, se unieron a la Francia, declarando a Roma
segunda ciudad del imperio, y dando el título de rey suyo al que
fuese heredero imperial. Debían además los emperadores franceses
coronarse en adelante en la iglesia de San Pedro, después de haberlo
sido en la de _Notre Dame_ de París. El senado-consulto, ostentoso
en sus términos, anunciaba el renacimiento del imperio de occidente,
y decía: «mil años después de Carlomagno se acuñará una medalla con
la inscripción _Renovatio imperii_.» Agregose también a la Francia
en este año la Holanda, aunque regida por un hermano de Napoleón, y
ocupó su territorio un ejército francés, imaginando el emperador, en
su desvarío, pues no merece otro nombre, que países tan diversos en
idioma y costumbres, tan distantes unos de otros, y cuya voluntad no
era consultada para tan monstruosa asociación, pudieran largo tiempo
permanecer unidos a un imperio cimentado solo en la vida de un hombre.
En España, muy en breve se empezaron a sentir las consecuencias del
establecimiento de los gobiernos militares. Procuró ocultar aquella
medida, en tanto que pudo, el gabinete de José, conociendo su mal
influjo. Los generales franceses, aun en las provincias no comprendidas
en el decreto, «dispusieron luego a su arbitrio [*] [Sidenote: (* Ap.
n. 11-6.)] [como afirman Azanza y Ofarrill], o sin otra dependencia
directa que la del emperador, de todos los recursos del país. Por
consecuencia de esto, las facultades del rey José [añaden los mismos]
fueron disminuyendo hasta quedarse en una mera sombra de autoridad.»
[Sidenote: Inútil embajada a París de Azanza.]
Sumamente incomodó a José la inoportuna y arbitraria resolución de
su hermano, concebida en menoscabo de su poder y aun en desprecio de
su persona. Trastornáronse también los ánimos de los españoles, sus
adherentes, quienes además de ver en tal desacuerdo la prolongación de
la guerra, dolíanse de que España pudiese como nación desaparecer de
la lista de las de Europa. Porque entre los de este bando, no obstante
sus compromisos, conservaban muchos el noble deseo de que su patria se
mantuviese intacta y floreciente.
Menester pues era que por parte de ellos se pusiese gran conato en que
el emperador revocase su decreto. Creyeron así oportuno enviar a París
una persona escogida y de toda confianza, y nadie les pareció más al
caso que Don Miguel José de Azanza, conocido de Napoleón ya en Bayona,
y ministro de genio suave y de índole conciliadora.[*] [Sidenote: (*
Ap. n. 11-7.)] Hemos leído la correspondencia que con este motivo
siguió Azanza; y nada mejor que ella prueba el desdén y desprecio con
que trataba al de Madrid el gabinete de Francia.
En principios de mayo llegó a París como embajador extraordinario
el mencionado Don Miguel. Tardó en presentar sus credenciales, y a
mediados de junio de vuelta ya Napoleón desde 1.º del mes de un viaje
a la Bélgica, no había aún tenido el ministro español ocasión de ver
al emperador más que una vez cuando le presentaron. Pasados algunos
días mirábase Azanza como muy dichoso solo porque _ya le hablaban_
[*] [Sidenote: (* Ap. n. 11-8.)] [son sus palabras]. Satisfacción
poco duradera y de ninguna resulta. Prolongó su estancia en París
hasta octubre, y nada logró, como tampoco el marqués de Almenara que
de Madrid corrió en su auxilio por el mes de agosto. Hubo momentos en
que ambos vivieron muy esperanzados; hubo otros en que por lo menos
creyeron que se daría a España en trueque de las provincias del Ebro
el reino de Portugal: ilusiones que al fin se desvanecieron diciendo
Azanza al rey José en uno de sus últimos oficios [24 de septiembre]:[*]
[Sidenote: (* Ap. n. 11-9.)] «El duque de Cadore [Champagny], en una
conferencia que tuvimos el miércoles, nos dijo expresamente que el
emperador exigía la cesión de las provincias de más acá del Ebro por
indemnización de lo que la Francia ha gastado y gastará en gente y
dinero para la conquista de España. No se trata de darnos a Portugal en
compensación. El emperador no se contenta con retener las provincias de
más acá del Ebro, quiere que le sean cedidas.»
Fuéronse, por lo mismo, estas organizando a la manera de Francia
en cuanto permitían las vicisitudes de la guerra, y cierto que la
providencia de su incorporación al imperio se hubiera mantenido
inalterable si las armas no hubieran trastrocado los designios de
Napoleón. Suerte aquella fácil de prever después de los acontecimientos
de Bayona en 1808, según los cuales, y atendiendo a la ambición y
poderío del emperador de los franceses, necesariamente el gobierno
de José, privado de voluntad propia, tenía que sujetarse a fatal
servidumbre de nación extraña.
[Sidenote: Tentativa para libertar al rey Fernando. (* Ap. n. 11-10.)]
En una de las primeras cartas de la citada correspondencia [*] de Don
Miguel de Azanza, háblase de un suceso que por entonces hizo gran ruido
en Francia, y cuyo relato también es de nuestra incumbencia. Fue pues
una tentativa hecha en vano para que pudiese el rey Fernando escaparse
de Valençay. Habíanse propuesto varios de estos planes al gobierno
español, los cuales no adoptó este por inasequibles, o por lo menos no
tuvieron resulta. En la actual ocasión, tomó origen semejante proyecto
en el gabinete británico, siendo móvil y principal actor el barón de
Kolly, empleado ya antes en otras comisiones secretas. Muchos han
tenido a este por irlandés, y así lo declaró él mismo; pero el general
Savary, bien enterado de tales negocios, nos ha asegurado que era
francés y de la Borgoña.
[Sidenote: Barón de Kolly.]
Kolly pasó a Inglaterra para ponerse de acuerdo con aquel ministerio,
del que era individuo el marqués de Wellesley, después de su vuelta de
España. Diéronsele a Kolly los medios necesarios para el logro de su
empresa y papeles que acreditasen su persona y comprobasen la veracidad
de sus asertos. Desembarcó en la bahía de Quiberon, acercándose también
a la costa una escuadrilla inglesa destinada a tomar a su bordo a
Fernando. En seguida partió Kolly a París para dar comienzo a la
ejecución de su plan, de difícil éxito, ya por la extrema vigilancia
del gobierno francés, ya por el poco ánimo que para evadirse tenían el
rey y los infantes.
[Sidenote: Vida de los príncipes en Valençay.]
No hemos hablado de aquellos príncipes después de su confinamiento
en Valençay. Su estancia no había hasta ahora ofrecido hecho alguno
notable. Apenas en su vida diaria se habían desviado de la monótona y
triste que llevaban en la corte de España. Divertíanse a veces en obras
de manos, particularmente el infante Don Antonio, muy aficionado a las
de torno, y de cuando en cuando la princesa de Talleyrand los distraía
con saraos u otros entretenimientos. No les agradaba mucho la lectura y
como en la biblioteca del palacio se veían libros que, en el concepto
del citado infante, eran peligrosos, permanecía este continuamente en
acecho para impedir que sus sobrinos entrasen en aposentos henchidos a
su entender de oculta ponzoña. Así nos lo ha contado el mismo príncipe
de Talleyrand. Salían poco del circuito del palacio y las más veces
en coche, llegando a punto la desconfianza de la policía francesa que,
con tretas indignas de todo gobierno, casi siempre les estorbaba el
ejercicio de a caballo.
La familia que los acompañó en su destierro antes de cumplirse el
año fue separada de su lado, y confinados algunos de sus individuos
a varias ciudades de Francia, entre ellos el duque de San Carlos y
Escóiquiz. Quedó solo Don Juan Amézaga, pariente del último, hombre
con apariencias de honrado, de ocultos manejos, y harto villano para
hacerse confidente y espía de la policía francesa.
[Sidenote: Préndese a Kolly.]
En tal situación y con tantas trabas, dificultoso era acercarse a los
príncipes sin ser descubierto, y más que todo llevar a feliz término el
proyecto mencionado. Ni tanto se necesitó para que se malograse. Kolly,
a pocos días de llegar a París, fue preso, habiendo sido vendido por
un pseudo-realista, y por un tal Richard, de quien se había fiado.
Metiéronle en Vincennes el 24 de marzo, y no tardó en tener un coloquio
con Fouché, ministro de la policía general. Admirábase este de que
hombres de buen seso hubiesen emprendido semejante tentativa, imposible
[decía] de realizarse, no solo por las dificultades que en sí misma
ofrecía, sino también porque Fernando no hubiera consentido en su fuga.
[Sidenote: Insidiosa conducta de la policía francesa.]
Sin embargo, aunque estuviese de ello bien persuadida la policía
francesa, quisieron sus empleados asegurarse aún más, ya fuera para
sondear el ánimo de los príncipes, o ya quizá para tener motivo de
tomar con sus personas alguna medida rigurosa. En consecuencia, se
propuso a Kolly el ir a Valençay y hablar a Fernando de su proyecto,
dorando la policía lo infame de tal comisión con el pretexto de que
así se desengañaría Kolly, y vería cuál era la verdadera voluntad del
príncipe. Prometiósele en recompensa la vida y asegurar la suerte de
sus hijos. Desechó honradamente Kolly propuesta tan insidiosa e inicua,
y de resultas volviéronle a Vincennes donde continuó encerrado hasta la
caída de Napoleón, siendo de admirar no pasase más allá su castigo.
La policía, no obstante la repulsa del barón, no desistió de su
intento, y queriendo probar fortuna, envió a Valençay al bellaco de
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