Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 17

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vivas, echando los ingleses en cara al gobierno de Lisboa que, en
vez de remover obstáculos, los aumentaba, entorpeciendo la ejecución
de medidas las más cumplideras. Pero tales quejas partían a veces
de apasionada irreflexión, pues si bien ciertas resoluciones de los
comandantes británicos solían ser eficaces para el éxito final de
la buena causa, producían por el momento incalculables males, poco
sentidos por extranjeros que solo miraban los campos lusitanos como
teatro de guerra, y desoían los clamores de un país que no era su
patria.
Lord Wellington, para hacer frente a tantas dificultades, y no abrumado
con la grave carga que pesaba sobre sus hombros, desplegó asombrosa
firmeza y se mostró invariable en sus determinaciones. Ministrole
gran sostenimiento la suprema autoridad de que estaba proveído, y los
socorros y dinero que la Inglaterra profusamente derramaba en Portugal.
[Sidenote: Plan de Lord Wellington.]
De antemano había Lord Wellington meditado un plan de defensa y
elevádole al conocimiento del gobierno británico, después de examinar
detenidamente los medios económicos y militares que para ello
deberían emplearse. Extendió su dictamen en un oficio dirigido a Lord
Liverpool, obra maestra de previsión y maduro juicio. El gabinete
inglés, descorazonado con la paz de Austria y el desastrado remate
de la expedición de Walcheren, había vacilado en si continuaría o no
protegiendo con esfuerzo la causa peninsular. Pero arrastrado de las
razones de Wellington, apoyadas con elocuencia y saber por su hermano
el marqués de Wellesley, miembro ahora de dicho gabinete, accedió
al fin a las propuestas del general británico. Según ellas, debiendo
aumentarse el ejército anglo-portugués, tenían que ser mayores los
gastos y concederse nuevos subsidios al gobierno de Lisboa.
[Sidenote: Fuerza que mandaba.]
Aprobado, pues, en Londres el plan de Wellington, en breve contó
este con una fuerza armada bastante numerosa. Había en la península,
no incluyendo los de Gibraltar, cerca de 40.000 ingleses, y dejando
aparte los enfermos y los cuerpos que contribuían a guarnecer a Cádiz,
quedábanle por lo menos al general británico de 26 a 27.000 hombres de
su nación. Dividíase la gente portuguesa en reglada, de milicias y en
ordenanzas, las últimas mal pertrechadas y compuestas de paisanaje.
Los estados que de toda la fuerza se formaron tuviéronse por muy
exagerados, y según un cómputo prudente no pasaba la milicia arriba
de 26.000 hombres, y el ejército de 30.000. No es fácil enumerar con
puntualidad la fuerza real de las ordenanzas. Por manera que casi al
comenzarse la campaña hallábanse ya bajo el mando de Lord Wellington
unos 80.000 hombres bien mantenidos, armados y dispuestos, con los que,
apoyados por las ordenanzas, o sea la población, debía defenderse el
reino de Portugal.
[Sidenote: Subsidios que da Inglaterra.]
El subsidio con que a este acudía la gran Bretaña llegó a ascender
por año a cerca de 1.000.000 de libras esterlinas. Rayaba el costo del
ejército puramente británico en la suma de 1.800.000 libras de la misma
moneda, 500.000 más de las que hubiera consumido en su propio país.
Encareciose sobre manera el enganche de soldados, no permitiendo las
leyes inglesas en el reemplazo de las tropas de tierra conscripciones
forzadas. Se pagaban once guineas de premio por cada hombre que pasase
de la milicia a la línea, y diez por los que se alistasen en la primera.
[Sidenote: Posición de Wellington. Devastación del país.]
Lord Wellington, colocado ya en el valle del Mondego, o ya avanzando
hacia la frontera de España, estaba como en el centro de la defensa,
formando las alas la milicia y ordenanzas portuguesas. Todo el
territorio hasta cerca de Coimbra, por donde se pensaba había de invadir
Massena, fue destruido. Arruináronse los molinos, rompiéronse los
puentes, quitáronse las barcas, devastáronse los campos, y obligando
a los habitantes a que levantasen sus casas y llevasen sus haberes,
se ordenó que la población entera, del modo que pudiese, hostigase al
enemigo por los costados y espalda y le cortase los víveres, mientras
que el ejército aliado por su frente le traía a estancias en que fuese
probable batallar con ventaja.
[Sidenote: Líneas de Torres Vedras.]
De aquellas se contaban a retaguardia de los anglo-portugueses varias
que eran muy favorables, sobrepujando a todas las que se conocieron
después con el nombre de líneas de Torres Vedras. Fortaleciéronse
estas cuidadosamente, proviniendo la primera idea de mantenerlas y
asegurarlas de planos que de todos sus puestos mandó levantar en
1799 el general Sir Carlos Stuart [padre del Stuart por este tiempo
embajador en Lisboa], trabajo que ya entonces se hizo con el objeto
de cubrir la capital de Portugal de una invasión francesa. Wellington,
desde muy temprano, concibió el designio de realizar pensamiento tan
provechoso.
Dos fueron las principales líneas que se fortificaron. Partía la
primera de Alhandra, orillas del Tajo, y corría por espacio de siete
leguas, siguiendo la conformación sinuosa de las montañas hasta el
mar y embocadero del Sizandro, no lejos de Torres Vedras. La segunda
que era la más fuerte y que distaba de la primera de dos a tres
leguas, según la irregularidad del terreno, arrancaba en Quintela, y
dilatándose cosa de seis leguas remataba en el paraje en donde desagua
el río llamado San Lorenzo. Había además, pasado Lisboa, al desembocar
del Tajo, otra tercera línea, en cuyo recinto quedaba encerrado el
castillo de San Julián, no teniendo la última más objeto que el de
favorecer, en caso de necesidad, el embarco de los ingleses. Contábanse
en tan formidables líneas 150 fuertes y unos 600 cañones. Se habían
construido las obras bajo la dirección del teniente coronel de
ingenieros Fletcher, a quien auxilió el capitán Chapman.
[Sidenote: Dicho de Wellington a Álava.]
Puso Lord Wellington particular ahínco en que se fortificasen estas
líneas cumplida y prontamente, pues como decía al digno oficial Don
Miguel de Álava, comisionado por el gobierno español cerca de su
persona, «no ha podido cabernos mayor fortuna que el haber asegurado
el punto en la Isla gaditana y este de Torres Vedras, inexpugnables
ambos, y en los que, estrellándose los esfuerzos del enemigo, daremos
lugar a otros acontecimientos, y nos prepararemos con nuevos bríos a
ulteriores y más brillantes empresas.»
[Sidenote: Preparativos y fuerza de los franceses.]
Los franceses, por su parte, habían preparado grandes fuerzas, para que
no se les malograse la expedición de Portugal. El mariscal Massena no
solo tenía a su disposición los tres cuerpos indicados y la caballería
de Montbrun, sino que, comprendiéndose igualmente en su mando las
provincias de Castilla la Vieja y las Vascongadas, el reino de León y
Asturias, de su arbitrio pendía sacar de allí las fuerzas que hubiese
disponibles. Además, se alojaba entre Zamora y Benavente, a las órdenes
del general Serras, una columna móvil de 8000 hombres que amenazaba a
Tras-os-Montes, y en agosto entró en España un 9.º cuerpo de ejército
de 20.000 hombres, formado en Bayona y regido por el general Drouet;
a mayor abundamiento, en la misma ciudad se juntaba otro, al cargo del
general Caffarelli. No eran inútiles semejantes precauciones si querían
los enemigos conservar firme su base y evitar el que se interrumpiesen
las comunicaciones por las partidas españolas.
Así fue que el mariscal Massena, próximo a entrar en Portugal, dio
en Ciudad Rodrigo una proclama a los habitadores de aquel reino,
expresando que se hallaba a la cabeza de 110.000 hombres. Aserción no
jactanciosa si se cuentan todos los cuerpos y divisiones que estaban
bajo su obediencia, y que se extendían por España desde la frontera
lusitana hasta la de Francia.
[Sidenote: Escaramuzas. Fuerte de la Concepción.]
Hubo ya escaramuzas en los primeros días de julio entre ingleses y
franceses. Aquellos volaron y acabaron de arruinar el 21 del mismo mes
el fuerte de la Concepción, en la raya perteneciente a España, y bien
fortificado antes de 1808, pero que, al principiarse en dicho año la
insurrección, se vio abandonado por los españoles, y destruido en parte
por los franceses.
[Sidenote: Combate del Coa.]
Craufurd, general de la vanguardia inglesa, se colocó entonces a la
margen derecha del Coa, y sin tener la aprobación de Lord Wellington,
decidiose el 24 a trabar pelea con los franceses, llevado quizá del
deseo de cubrir a Almeida, bajo cuyos cañones apoyaba su izquierda.
Consistía la fuerza de Craufurd en 4000 infantes y 1100 caballos,
situados en una línea que se extendía por espacio de media legua,
formación algo semejable a las desadvertidas del general Cuesta.
Vino sobre los ingleses el mariscal Ney, acompañado de su cuerpo
de ejército, y por consiguiente muy superior a aquellos en número.
Y si bien los batallones de la vanguardia aliada y los individuos
combatieron por separado valerosamente, maniobrose mal en la totalidad,
y los movimientos no fueron más atinados que lo había sido la
colocación de las tropas. Los franceses rompieron las filas inglesas,
obligando a sus soldados a pasar el Coa. Sirvió a estos para no ser
del todo deshechos y atropellados por los jinetes enemigos lo desigual
del terreno y los viñedos, y también el haberse negado a evolucionar
oportunamente con la caballería el general Montbrun, disculpándose con
no tener orden del general en jefe mariscal Massena. Hallaron así los
ingleses hueco para cruzar el puente, cuyo paso defendido con grande
aliento, detuvo al francés en su marcha. Perdió Craufurd cerca de 400
hombres; bastantes Ney por el empeño que puso, aunque inútil, en ganar
el puente.
Tal contratiempo, en vez de coadyuvar a la defensa de Almeida, no podía
menos de perjudicarla. Los franceses, en efecto, intimaron luego la
rendición; mas no por eso obraron con su acostumbrada presteza, pues
hasta el 15 de agosto en la noche no abrieron trinchera.
[Sidenote: Sitio de Almeida.]
Parecía natural que Almeida, plaza bajo todos respectos preeminente
a Ciudad Rodrigo, imitase tan glorioso ejemplo, prolongando aun por
tiempo más largo la resistencia. Los antiguos muros se hallaban, mucho
antes de la actual guerra, mejorados, conforme al sistema moderno
de fortificación, con foso, camino cubierto, seis baluartes, seis
revellines y un caballero que dominaba la campiña. Había también
almacenes a prueba de bomba. Estaba ahora la plaza municionada muy
bien, y sus obras más perfeccionadas. Guarnecíanla 4000 hombres, y
mandaba en ella el coronel inglés Cox.
[Sidenote: Vuélase.]
Rompieron los franceses el 26 horroroso fuego, y a poco ardieron muchas
casas. Al anochecer del mismo día, tres almacenes, los más principales,
encerrados en un castillo antiguo situado en medio de la ciudad, se
volaron con pasmoso estrépito y causaron deplorable ruina. Por unas
partes resquebrajáronse los muros, por otras se aportillaron; los
cañones casi todos fueron o desmontados o arrojados al foso; perecieron
500 personas; hubo heridas muchas otras, y apenas quedaron seis casas
en pie. Tal espectáculo ofreció Almeida en la mañana del 27. No faltó
quien atribuyese a traición semejante desdicha; los bien informados, a
casualidad o descuido.
[Sidenote: Capitula.]
Sin tardanza repitieron los franceses la intimación de rendirse. El
gobernador Cox, aunque ya miraba imposible la defensa, quería alargarla
dos o tres días, esperando que el ejército aliado acudiese en socorro
de la plaza; pero obligole a capitular un alboroto, agavillado por el
teniente de rey Bernardo de Costa. Presúmese que en él influyeron los
portugueses adictos al francés, y que estaban en su campo. El teniente
de rey fue en adelante arcabuceado, si bien no resultó claramente que
llevase tratos con el enemigo.
[Sidenote: Proscripciones y prisiones en Lisboa.]
De resultas, la regencia de Portugal también declaró traidores a
varios individuos que seguían el bando francés. Entre ellos sonaban
los nombres de los marqueses de Alorna y de Loulé, del conde de Ega,
de Gómez Freire de Andrade y otros de cuenta. Se prendió asimismo en
Lisboa a muchas personas so pretexto de conspiración, sin pruebas ni
acusación fundada. Enviáronlas después unas a Inglaterra, otras a las
Azores. Dieron ocasión a tan vituperable demasía livianos motivos y
privadas venganzas. Extrañose que Lord Wellington, y particularmente
el embajador Stuart, miembro de la regencia y de poderoso influjo, no
estorbasen procedimientos en que por lo menos pudiera achacárseles
cierta connivencia, como sucedió. Pero la regencia de Lisboa, tomando
la defensa de ambos, manifestó no haber tomado parte ninguno de ellos
en aquella ocurrencia.
[Sidenote: Temores de los ingleses.]
Mientras tanto, la caída de Almeida, el contratiempo de Craufurd y la
idea agigantada que entonces tenían los ingleses del ejército francés,
causaban en el británico grande descaecimiento. Las cartas de los
oficiales a sus amigos en Inglaterra no estaban más animosas, y su
mismo gobierno se mostraba casi desesperanzado del buen éxito de la
lucha peninsular. Así fue que, no obstante haber accedido a los planes
de Lord Wellington, indicábase a este, en particulares instrucciones,
que S. M. B. vería con gusto la retirada de su ejército, más bien que
el que corriese el menor peligro por cualquiera dilación en su embarco.
Otro general de menos temple que Lord Wellington y menos confiado en
los medios que le asistían, hubiera quizá vacilado acerca del rumbo que
convenía tomar, y dado un nuevo ejemplo de escandalosa retirada. Mas
Wellington mantúvose firme, a pesar de que la repentina e inesperada
pérdida de Almeida aceleraba las operaciones del enemigo.
[Sidenote: Repliégase Wellington.]
Acaecida tamaña desgracia se replegó el general inglés a la izquierda
del Mondego, estableció en Gouvea sus reales, colocó detrás de Celórico
los infantes, y en este mismo pueblo la caballería. [Sidenote:
Dificultades que tiene Massena.] Massena, teniendo dificultades en
acopiar víveres a causa de las partidas españolas y de la mala
voluntad de los pueblos, retardó la invasión, y aun dudaba poderla
realizar tan pronto. Dos meses eran corridos después de la toma de
Ciudad Rodrigo. Almeida apenas había ofrecido resistencia, y el
ejército francés aún permanecía a la derecha del Coa. Tanto ayudaba a
los aliados la constante enemistad que conservaban los habitantes a los
invasores.
[Sidenote: Aguíjale Napoleón.]
Napoleón, que no palpaba de cerca como sus generales los obstáculos
del país, maravillábase de la dilación, mayormente siendo superior
en número al anglo-portugués el ejército de los franceses. Así se lo
manifestaba a Massena en instrucciones que le expidió en septiembre;
pero antes de recibir estas, ya aquel mariscal se había puesto en
marcha.
[Sidenote: Empieza Massena la invasión.]
Fue su primer plan, aseguradas las plazas de Ciudad Rodrigo y Almeida,
moverse por ambas orillas del Tajo. Pero después, contando con que
las tropas francesas de Extremadura y Andalucía amenazarían por el
Alentejo, y no creyéndose con bastante fuerza para dividir esta, limitó
sus miras a su solo frente, y determinó obrar por uno de los tres
principales caminos que por allí se le ofrecían, de Belmonte, Celórico
y Viseo.
[Sidenote: Posición de Wellington y medidas que toma.]
Wellington, conservando en Gouvea sus cuarteles, extendía los puestos
avanzados de su ejército, comprendiendo las fuerzas de Hill y otras
sobre la derecha, desde el lado de Almeida, por la sierra de Estrella,
a Guarda y Castelo Branco; en caso de ataque del enemigo debían
todas las divisiones replegarse concéntricamente hacia las líneas.
El inconveniente de esta posición consistía en lo dilatado de ella,
pudiendo el enemigo, al paso que amagase a Celórico, interponerse por
Belmonte entre Lord Wellington y el general Hill, a quienes separaba
gran distancia. El último, siguiendo paralelamente, conforme indicamos,
los movimientos del francés Reynier, había llegado a Castelo Branco el
21 de julio. Dejó aquí una guardia avanzada, y obedeciendo las órdenes
de Lord Wellington, que le había reforzado con caballería, se acampó
con 16.000 hombres y 18 cañones en Sarcedas. Para prevenir el que los
franceses se interpusiesen, se rompió de Covilhã arriba el camino,
ejecutáronse otros trabajos de defensa, se apostó en Fundão una brigada
portuguesa, y colocose entre dos posiciones que se atrincheraron detrás
del Cécere, río tributario del Tajo, y junto al Alva, que lo es del
Mondego, una reserva formada en Tomar, y compuesta de 8000 portugueses
y 2000 ingleses, bajo el mando del general Leith.
[Sidenote: Descripción del valle de Mondego.]
El cuerpo principal del ejército de Wellington podía, desde Celórico,
tomar para su retirada o el camino que va a la sierra de Murcela, o el
de Viseo. El primero corre por espacio de quince leguas lo largo de
un desfiladero entre el río Mondego y la sierra de Estrella, teniendo
al extremo la de Murcela, que circunda el Alva. De allí un camino que
lleva a Espinhal facilitaba las comunicaciones con Hill y Leith, y un
ramal suyo las de Coimbra. La otra ruta insinuada, la de Viseo, es de
las peores de Portugal, interrumpida por el Criz y otras corrientes, y
también estrechada entre el Mondego y la sierra de Caramula, que se une
por medio de un país montuoso a la de Buçaco, límite, por decirlo así,
del valle, y que hace frente a la de Murcela, pasando entre las faldas
de ambas sierras el mencionado Mondego. La decisión de Wellington
pendía del partido que tomasen los franceses.
[Sidenote: Distribución de los cuerpos de Massena.]
Massena no conocía a fondo el terreno, y tomando consejo de los
portugueses que había en su campo, a quienes suponía enterados,
resolvió dirigirse a Viseo y de allí a Coimbra, habiéndosele pintado
aquella ruta como fácil y sin particulares obstáculos. En consecuencia,
reconcentró el 16 de septiembre los tres cuerpos de ejército que
mandaba: el de Ney y la caballería pesada en Maçal do Chão, el de
Junot en Pinhel, y el de Reynier en Guarda. Hizo distribuir a los
soldados pan para trece días, pensando caminar aceleradamente, y
deseando anticiparse a Wellington en su marcha. Massena, colocando así
su ejército, amenazaba los tres caminos indicados de Celórico, Belmonte
y Viseo, y dejaba en duda el verdadero punto de su acometida. Reynier
había hecho desde su retirada de Extremadura varios movimientos, ya
dando indicios de dirigirse a Castelo Branco, ya adelantándose hasta
Sabugal, ya retrocediendo a Zarza la Mayor. Por fin se incorporó, según
acabamos de ver, a los otros cuerpos de Massena.
[Sidenote: Muévese sobre Celórico y Viseo.]
De estos, el 2.º y 6.º, unidos con la caballería de Montbrun, cayeron
en breve sobre Celórico, replegándose los puestos de los aliados a
Cortiça. Wellington entonces comenzó su retirada por la izquierda del
Mondego sobre el Alva, y el 17 notó que los dos mencionados cuerpos
franceses se dirigían a Viseo por Fornos; quedaba el 8.º de Junot hacia
Trancoso, en observación de 10.000 hombres de milicia, al mando del
coronel Trant y de los jefes Miller y Juan Wilson, recogidos del norte
de Portugal, y que se pusieron a las órdenes del general Bacellar para
molestar el flanco derecho y la retaguardia del enemigo.
[Sidenote: Entran sus avanzadas en Viseo.]
Entraron en Viseo las avanzadas francesas el 18. La ciudad estaba
desierta. Wellington sin demora hizo cruzar de la margen izquierda
del Mondego a la opuesta la brigada portuguesa que mandaba Pack, y
la apostó más allá del Criz, rotos sus puentes. [Sidenote: Continúa
Wellington su retirada.] En seguida empezó también el ejército aliado
a pasar el Mondego por Penacova, Olivares y otras partes: colocose la
división ligera de Craufurd en Mortagua para sostener a Pack; la 3.ª
y 4.ª, del mando de Picton y Cole, entre la sierra de Buçaco y aquel
pueblo, situándose al frente del mismo en un llano la caballería. Pasó
al otro lado de la citada sierra la 1.ª división, regida por el general
Spencer, y se dirigió a Meallada con la mira de observar el camino de
Oporto a Coimbra, pues todavía se dudaba si Massena procuraría desde
Viseo salir hacia aquella ruta, o continuar lo largo de la derecha del
Mondego. Por igual motivo el coronel Trant, con parte de la milicia,
debía marchar por San Pedro de Sul a Sardão, y juntarse al general
Spencer. En tanto, el general Leith llegaba al Alva, y siguiole de
cerca Hill, quien, sabiendo que Reynier se había juntado a Massena, se
anticipó afortunadamente sin que hubiese todavía recibido órdenes de
Wellington, y vino a incorporarse al ejército aliado.
[Sidenote: Ataca Trant la artillería y equipajes franceses.]
El grueso del de los franceses llegó a Viseo el 20; pero su artillería
y equipajes se detuvieron por los tropiezos del camino, y por una
embestida del coronel Trant. Atacolos este caudillo el mismo 20 en
Tojal, viniendo de Moimenta da Beira, con algunos caballos y 2000
hombres de milicia. Cogioles 100 prisioneros, algún bagaje, y su
triunfo hubiera sido más completo si la gente que mandaba hubiera sido
menos novicia. Sin embargo, tan inesperado movimiento desasosegó a los
franceses, cuya artillería, equipajes y gran parte de la caballería no
llegó a Viseo hasta el 22, lo cual hizo perder a Massena dos días, y
no desaprovechó a Wellington, a quien hubiera podido andar el tiempo
escaso.
Parecía ahora que este general, prosiguiendo en su propósito de
no aventurar batallas, no se detendría en donde estaba, sino que,
cerciorado de que los franceses iban adelante, se replegaría para
aproximarse a las líneas. Suposición esta tanto más fundada cuanto,
no habiendo querido empeñar acción para salvar dos plazas, no era
regular lo hiciese en la actual ocasión, en que no concurría motivo tan
poderoso. Mas no sucedió así. Presúmese que varió de parecer a causa de
los clamores que contra los ingleses se levantaron en Portugal, viendo
que dejaban el país a merced del enemigo.
[Sidenote: Detiénese Wellington en Buçaco.]
Wellington determinó, pues, hacer alto en la sierra de Buçaco, y disponer
su gente en nuevas y acomodadas posiciones. Corren aquellos montes por
espacio de dos leguas, cayendo por un lado rápidamente, según hemos
apuntado, sobre la derecha del Mondego, y enlazándose por el opuesto
con la sierra de Caramula. Tres caminos llevan a Coimbra: uno cruza
lo más alto, y allí se levanta un convento célebre en Portugal de
carmelitas descalzos, en donde Lord Wellington estableció el cuartel
general, y aquella morada antes silenciosa y pacífica convirtiose
ahora en estrepitoso alojamiento de gente de guerra. De los otros
dos caminos, uno venía de San Antonio de Cantaro, y el otro seguía el
Mondego a Penacova. A través del último se colocó el cuerpo de Hill,
que llegó el 26; a su izquierda Leith. Seguía la 3.ª división, y entre
esta y el convento formaba la 1.ª La 4.ª se puso en el extremo opuesto
para cubrir un paso que conduce a Meallada, en cuyo llano se apostó la
caballería, quedando solo en las cumbres un regimiento de esta arma.
La brigada de Pack se alojaba delante de la 1.ª división, a la mitad
de la bajada del lado de los franceses; también se situó descendiendo
y enfrente del convento la vanguardia de Craufurd con algunos jinetes.
Había en ciertos parajes, a retaguardia de la línea, portugueses que
sostenían el cuerpo de batalla. Hallose Wellington con toda su fuerza
principal reunida, en número de unos 50.000 hombres.
[Sidenote: Acción de Buçaco.]
Túvose a dicha que los franceses se hubiesen parado hasta el día
27, pues a haber acelerado su marcha y acometido treinta y seis
horas antes, conforme se asegura quería Ney, la suerte del ejército
aliado hubiera podido ser muy otra, reinando alguna confusión en sus
movimientos. Leith pasaba el Mondego, Hill todavía no había llegado, y
apenas estaban en línea 25.000 hombres.
El mariscal Massena, después de algunas dudas, se resolvió a embestir
la Sierra el 27 al amanecer. Tenían sus soldados, para llegar a la
cima, que trepar por una subida empinada y escabrosa, cuya desigualdad
sin embargo los favorecía, escudando hasta cierto punto sus personas.
El mariscal Ney se enderezó al convento, y Reynier del otro lado, por
San Antonio de Cantaro. Junot se quedó en el centro y de respeto con la
caballería y artillería.
Las tropas de Reynier acometieron con tal ímpetu que se encaramaron en
la cima, y por un rato se enseñorearon de un punto de la línea de los
aliados, arrollando parte de la 3.ª división, que mandaba Picton. Pero
acudiendo el resto de ella, y también el general Leith por el flanco
con una brigada, fueron los enemigos desalojados, y cayeron con gran
matanza la montaña abajo.
Ni aun tan afortunado logró ser por el otro punto el mariscal Ney.
Dueño desde el principio de la acción de una aldea que amparaba sus
movimientos, comenzó a subir la sierra por la derecha encubierto con lo
agrio y desigual del terreno. El general Craufurd, que se hallaba allí,
tomó en esta ocasión atinadas disposiciones. Dejó acercarse al enemigo,
y a poca distancia rompió contra sus filas vivísimo fuego, cargándole
después a la bayoneta por el frente y los costados. Precipitáronse
los franceses por aquellas hondonadas, perdieron mucha gente, y quedó
prisionero el general Simon. Ganaron después los ingleses a viva
fuerza el pueblecillo que habían al principio ocupado sus contrarios.
Lo recio de la pelea duró poco, el enemigo no insistió en su ataque,
y se pasó lo que restaba del día en escaramuzas y tiroteos. Perdieron
los franceses unos 4000 hombres, murió el general Graindorge, y fueron
heridos Foy y Merle. De los aliados perecieron 1300, menos que de los
otros a causa de su diversa y respectiva posición.
[Sidenote: Cruza Massena la sierra de Caramula.]
Convencido el mariscal Massena de las dificultades con que se tropezaba
para apoderarse de la sierra por el frente, trató de salvarla
poniéndose en franquía por la derecha, y obligando de este modo a los
ingleses a abandonar aquellas cumbres, ya que no pudiese sorprenderlos
por el flanco y escarmentarlos. Lo difícil era encontrar un paso, mas
al fin consiguió averiguar de un paisano que desde Mortagua partía
un camino al través de la sierra de Caramula, el cual se juntaba con
el que de Oporto va a Coimbra. Contento el mariscal francés con tal
descubrimiento, decidió tomar prontamente aquella vía, y disfrazó su
resolución manteniendo el 28 falsos ataques y escaramuzas. Mientras
tanto fue marchando a la desfilada lo más de su ejército, y hasta en la
tarde no advirtieron los ingleses el movimiento de sus contrarios.
No les era ya dado el estorbarlo, por lo que desampararon a Buçaco
antes del alborear del 29. Hill repasó el Mondego, y por Espinhal se
retiró sobre Tomar; hacia Coimbra y la vuelta de Meallada, Wellington,
con el centro y la izquierda. Cubría la retaguardia la división ligera
de Craufurd, a la que se unió la caballería.
Los franceses, después de cruzar la sierra de Caramula, llegaron el
mismo día 28 a Boyalvo sin encontrar ni un solo hombre. El coronel
Trant se hallaba a una legua, en Sardão, adonde había venido desde San
Pedro de Sul, pero con poca gente. Las partidas enemigas le arrojaron
fácilmente más allá del Vouga.
Por la relación que hemos hecho de la acción de Buçaco aparece claro
que con ella no se alcanzó otra cosa que el que brillase de nuevo
el valor británico y se adquiriese mayor confianza en las tropas
portuguesas, las cuales pelearon con brío y buena disciplina. Pero
no se recogió ninguno de aquellos importantes frutos, por los que un
general aventura de grado una batalla. Ni siquiera había los motivos
que para ello asistían durante los sitios de Ciudad Rodrigo y de
Almeida. Y hasta la prudencia de Lord Wellington falló en esta ocasión,
dejando un portillo por donde no solo se metieron los franceses, sino
que también por él pudieron envolver al ejército aliado o a lo menos
flanquearle con gran menoscabo. En vano se alega en disculpa haber
mandado Wellington que avanzase el coronel Trant con la milicia: la
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