Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 09

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juntó con Parque hasta mediados de octubre, y la 4.ª quedose en los
puertos de Manzanal y Foncebadón a las órdenes, según insinuamos, del
teniente general Don Juan José García.
[Sidenote: General Marchand.]
El 6.º cuerpo francés, después de su vuelta de Extremadura, ocupaba la
tierra de Salamanca, mandándole el general Marchand en ausencia del
mariscal Ney, que tornó a Francia. Continuaba en Valladolid el general
Kellermann [Sidenote: Carrier.] y vigilaba Carrier con 3000 hombres las
márgenes del Esla y del Órbigo.
[Sidenote: Primera defensa de Astorga.]
Atendían los franceses de Castilla, más que a otra cosa, a seguir los
movimientos del duque del Parque, no descuidando por eso los otros
puntos. Así aconteció que en 9 de octubre quiso el general Carrier
posesionarse de Astorga, ciudad antes de ahora nunca considerada como
plaza. Gobernaba en ella desde 22 de septiembre D. José María de
Santocildes; guarnecíanla unos 1100 soldados nuevos, mal armados y con
solos 8 cañones que servía el distinguido oficial de artillería Don
César Tournelle. En tal estado, sin fortificaciones nuevas y con muros
viejos y desmoronados, se hallaba Astorga cuando se acercó a ella el
general Carrier seguido de 3000 hombres y dos piezas. Brevemente y con
particular empeño, cubiertos de las casas del arrabal de Reitibia,
embistieron los franceses la puerta del Obispo. Cuatro horas duró el
fuego, que se mantuvo muy vivo, no acobardándose nuestros inexpertos
soldados ni el paisanaje, y matando o hiriendo a cuantos enemigos
quisieron escalar el muro o aproximarse a aquella puerta. Retiráronse
por fin estos con pérdida considerable. Entre los españoles que en la
refriega perecieron señalose un mozo, de nombre Santos Fernández, cuyo
padre al verle expirar, enternecido pero firme, prorrumpió en estas
palabras: «Si murió mi hijo único, vivo yo para vengarle.» Hubo también
mujeres y niños que se expusieron con grande arrojo, y Astorga, ciudad
por donde tantas veces habían transitado pacíficamente los franceses,
rechazolos ahora preparándose a recoger nuevos laureles.
[Sidenote: Muévese el duque del Parque al frente del ejército de la
izquierda.]
Esta diversión, y las que causaban al enemigo Don Julián Sánchez y
otros guerrilleros, ayudaban también al duque del Parque que, colocado
a fines de septiembre a la izquierda del Águeda, había subido hasta
Fuenteguinaldo. Su ejército se componía de 10.000 infantes y 1800
caballos. Regía la vanguardia Don Martín de la Carrera, y las dos
divisiones presentes, 1.ª y 2.ª, Don Francisco Javier de Losada y el
conde de Belveder. Púsose también por su lado en movimiento el general
Marchand, con 7000 hombres de infantería y 1000 de caballería. Ambos
ejércitos marcharon y contramarcharon, y los franceses, después de
haber quemado a Martín del Río y de haber seguido hasta más adelante
la huella de los españoles, retrocedieron a Salamanca. El duque del
Parque avanzó de nuevo el 5 de octubre por la derecha de Ciudad
Rodrigo, e hizo propósito de aguardar a los franceses en Tamames.
[Sidenote: Batalla de Tamames.]
Situada esta villa a nueve leguas de Salamanca en la falda
septentrional de una sierra que se extiende hacia Béjar, ofrecía en sus
alturas favorable puesto al ejército español. El centro y la derecha,
de áspero acceso, los cubría con la 1.ª división Don Francisco Javier
de Losada, ocupaba la izquierda con la vanguardia Don Martín de la
Carrera, y siendo este punto el menos fuerte de la posición, colocose
allí en dos líneas, aunque algo separada, la caballería. Quedó de
respeto la 2.ª división, del cargo del conde de Belveder, para atender
adonde conviniese. 1500 hombres entresacados de todo el ejército
guarnecían a Tamames. El general Marchand, reforzado y trayendo
10.000 peones, 1200 jinetes y 14 piezas de artillería, presentose
el 18 de octubre delante de la posición española. Distribuyendo
sin tardanza su gente en tres columnas, arremetió a nuestra línea
poniendo su principal conato en el ataque de la izquierda, como punto
más accesible. Carrera se mantuvo firme con la vanguardia, esperando
a que la caballería española, apostada en un bosque a su siniestro
costado, cargase las columnas enemigas; pero la 2.ª brigada de nuestros
jinetes, ejecutando inoportunamente un peligroso despliegue, se vio
atacada por la caballería ligera de los franceses, que a las órdenes
del general Maucune rompió a escape por sus hileras. Metiose el
desorden entre los caballos españoles, y aun llegaron los franceses a
apoderarse de algunos cañones. El duque del Parque acudió al riesgo,
arengó a la tropa, y su segundo Don Gabriel de Mendizábal echando pie
a tierra contuvo a los soldados con su ejemplo y sus exhortaciones,
restableciendo el orden. No menos apretó los puños en aquella ocasión
el bizarro Don Martín de la Carrera, casi envuelto por los enemigos y
con su caballo herido de dos balazos y una cuchillada. Los franceses
entonces empezaron a flaquear. En balde trataron de sostenerse algunos
cuerpos suyos. El conde de Belveder, avanzando con un trozo de su
división, y el príncipe de Anglona, con otro de caballería, que dirigió
con valor y acierto, acabaron de decidir la pelea en nuestro favor.
[Sidenote: Gánanla los españoles.] La vanguardia y los jinetes que
primero se habían desordenado volviendo también en sí, recobraron los
cañones perdidos y precipitaron a los franceses por la ladera abajo
de la sierra. Igualmente salieron vanos los esfuerzos del ejército
contrario para superar los obstáculos con que tropezó en el centro y
derecha. Don Francisco Javier de Losada rechazó todas las embestidas
de los que por aquella parte atacaron, y los obligó a retirarse al
mismo tiempo que los otros huían del lado opuesto. Al ver los españoles
apostados en Tamames el desorden de los franceses, desembocaron al
pueblo, y haciendo a sus contrarios vivísimo fuego, les causaron por el
costado notable daño. Dos regimientos de reserva de estos protegieron
a los suyos en la retirada, molestados por nuestros tiradores, y con
aquella ayuda y al abrigo de espesos encinares y de la noche ya vecina,
pudieron proseguir los franceses su camino la vuelta de Salamanca.
Su pérdida consistió en 1500 hombres, la nuestra en 700, habiendo
cogido un águila, un cañón, carros de municiones, fusiles y algunos
prisioneros. El general Marchand se detuvo cinco días en Salamanca
aguardando refuerzos de Kellermann: no llegaron estos, y el del Parque
habiendo cruzado el Tormes en Ledesma obligó al general francés a
desamparar aquella ciudad.
[Sidenote: Únese Ballesteros a Parque.]
Al día siguiente de la acción, uniose al grueso del ejército español,
con 8000 hombres, Don Francisco Ballesteros. Había este general
padecido dispersión, sin notable refriega, en su nueva y desgraciada
tentativa de Santander, de que hicimos mención en el libro 8.º Rehecho
en las montañas de Liébana, obedeció a la orden que le prescribía ir a
juntarse con el ejército de la izquierda.
[Sidenote: Entra Parque en Salamanca.]
Unido ya al duque del Parque, entró este en Salamanca el 25 de
octubre en medio de las mayores aclamaciones del pueblo entusiasmado,
que abasteció al ejército larga y desinteresadamente. El 1.º de
noviembre llegó de Ciudad Rodrigo la división castellana, [Sidenote:
Únesele la división castellana.] llamada 5.ª, al mando del marqués de
Castro-Fuerte, con la que, y la asturiana de Ballesteros, 3.ª en el
orden, contó el del Parque unos 26.000 hombres, sin la 4.ª división,
que continuó permaneciendo en el Bierzo. Faltábale mucho a aquel
ejército para estar bien disciplinado, participando su organización
actual de los males de la antigua y de los que adolecía la varia
e informe que a su antojo habían adoptado las respectivas juntas
de provincia. Pero animaba a sus tropas un excelente espíritu,
acostumbradas muchas de ellas a hacer rostro a los franceses bajo
esforzados jefes, en San Payo y otros lugares.
[Sidenote: Ejércitos españoles del mediodía.]
No pasó un mes sin que un gran desastre viniese a enturbiar las
alegrías de Tamames. Ocurrió del lado del mediodía de España, y por
tanto necesario es que volvamos allá los ojos para referir todo lo que
sucedió en los ejércitos de aquella parte, después de la retirada y
separación del anglo-hispano, y de la aciaga jornada de Almonacid.
[Sidenote: Únese al de la Mancha parte del ejército de Extremadura.]
Puestos los ingleses en los lindes de Portugal y persuadida la junta
central de que ya no podía contar con su activa coadyuvación, determinó
ejecutar por sí sola un plan de campaña cuyo mal éxito probó no ser el
más acertado. Al paso que en Castilla debía continuar divirtiendo a
los franceses el duque del Parque, y que en Extremadura quedaban solo
12.000 hombres, dispúsose que lo restante de aquel ejército pasase con
su jefe Eguía a unirse al de la Mancha. Creyó la junta fundadamente
que se dejaba Extremadura bastante cubierta con la fuerza indicada, no
siendo dable que los franceses se internasen teniendo por su flanco
y no lejos de Badajoz al ejército británico. Se trasladó pues Don
Francisco Eguía [Sidenote: Fuerza de este ejército reunido al mando
de Eguía.] a la Mancha antes de finalizar septiembre, y estableciendo
su cuartel general en Daimiel, tomó el mando en jefe de las fuerzas
reunidas: ascendía su número en 3 de octubre a 51.869 hombres, de
ellos 5766 jinetes, con 55 piezas de artillería.
[Sidenote: Posición de los franceses.]
De las tropas francesas que habían pisado desde la batalla de Talavera
las riberas del Tajo, ya vimos cómo el cuerpo de Ney volvió a Castilla
la Vieja, y fue el que lidió en Tamames. Permaneció el 2.º en
Plasencia, apostándose después en Oropesa y Puente del Arzobispo; quedó
en Talavera el 5.º, y el 1.º y 4.º, regidos por Victor y Sebastiani,
fueron destinados a arrojar de la Mancha a Don Francisco Eguía. El
12 de octubre ambos cuerpos se dirigieron, el 1.º, por Villarubia a
Daimiel, el 4.º, por Villaharta a Manzanares. Había de su lado avanzado
Eguía, quien, reconvenido poco antes por su inacción, enfáticamente
respondió que «solo anhelaba por sucesos grandes que libertasen a la
nación de sus opresores.» [Sidenote: Irresolución de Eguía.] Mas el
general español, no obstante su dicho, a la proximidad de los cuerpos
franceses tornó de priesa a su guarida de Sierra Morena. Desazonó
tal retroceso en Sevilla, donde no se soñaba sino en la entrada en
Madrid, y también porque se pensó que la conducta de Eguía estaba en
contradicción con sus graves, o sean más bien ostentosas palabras.
No dejó de haber quien sostuviese al general y alabase su prudencia,
atribuyendo su modo de maniobrar al secreto pensamiento de revolver
sobre el enemigo y atacarle separadamente, y no cuando estuviese muy
reconcentrado; plan sin duda el más conveniente. Pero en Eguía, hombre
indeciso e incapaz de aprovecharse de una coyuntura oportuna, era
irresolución de ánimo lo que en otro hubiera quizá sido efecto de
sabiduría.
[Sidenote: Sucédele en el mando Aréizaga.]
Retirado a Sierra Morena escribió a la central pidiéndole víveres y
auxilios de toda especie, como si la carencia de muchos objetos le
hubiese privado de pelear en las llanuras. Colmada entonces la medida
del sufrimiento contra un general a quien se le había prodigado todo
linaje de medios, se le separó del mando, que recayó en Don Juan Carlos
de Aréizaga, llamado antes de Cataluña para mandar en la Mancha una
división. Acreditado el nuevo general desde la batalla de Alcañiz,
tenía en Sevilla muchos amigos, y de aquellos que ansiaban por volver
a Madrid. Aparente actividad, y el provocar a su llegada al ejército
el alejamiento de un enjambre de oficiales y generales que ociosos
solo servían de embarazo y recargo, confirmó a muchos en la opinión de
haber sido acertado su nombramiento. Mas Aréizaga, hombre de valor como
soldado, carecía de la serenidad propia del verdadero general y escaso
de nociones en la moderna estrategia, libraba su confianza más en el
coraje personal de los individuos que en grandes y bien combinadas
maniobras: fundamento ahora de las batallas campales.
[Sidenote: Favor de que este goza.]
Acabó el general Aréizaga de granjear en favor suyo la gracia popular
proponiendo bajar a la Mancha y caer sobre Madrid, porque tal era el
deseo de casi todos los forasteros que moraban en Sevilla, y cuyo
influjo era poderoso en el seno del mismo gobierno. Unos suspiraban
por sus casas, otros por el poder perdido que esperaban recobrar en
Madrid. Nada pudo apartar al gobierno del raudal de tan extraviada
opinión. [Sidenote: Lord Wellington en Sevilla.] Lord Wellington que
en los primeros días de noviembre pasó a Sevilla con motivo de visitar
a su hermano el marqués de Wellesley, en vano unido con este manifestó
los riesgos de semejante empresa. Estaban los más tan persuadidos del
éxito o por mejor decir tan ciegos, que la junta escogió a los señores
Jovellanos y Riquelme para acordar las providencias que deberían
tomarse a la entrada en la capital. Diéronse también sus instrucciones
al central Don Juan de Dios Rabé, que acompañaba al ejército,
eligiéronse varias autoridades [Sidenote: Ibarnavarro, consejero de
Aréizaga.] y entre ellas la de corregidor de Madrid, cuya merced recayó
en Don Justo Ibarnavarro, amigo íntimo de Aréizaga y uno de los que más
le impelían a guerrear. Lágrimas sin embargo costaron y bien amargas
tan imprudentes y desacordados consejos.
[Sidenote: Muévese este.]
Empezó Don Juan Carlos de Aréizaga a moverse el 3 de noviembre. Su
ejército estaba bien pertrechado, y tiempos hacía que los campos
españoles no habían visto otro ni tan lucido ni tan numeroso.
Distribuíase la infantería en siete divisiones, estando al frente de
la caballería el muy entendido general Don Manuel Freire. Caminaba el
ejército repartido en dos grandes trozos, uno por Manzanares y otro
por Valdepeñas. Precedía a todos Freire con 2000 caballos; seguíale
la vanguardia que regía Don José Zayas, y a la que apoyaba con su 1.ª
división Don Luis Lacy. Los generales franceses Paris y Milhaud eran
los más avanzados, y al aproximarse los españoles se retiraron, el
primero del lado de Toledo, el segundo por el camino real a La Guardia.
[Sidenote: Ataque de Dos Barrios.]
Media legua más allá de este pueblo, en donde el camino corre por una
cañada profunda, situáronse el 8 de noviembre los caballos franceses en
la cuesta llamada del Madero, y aguardaron a los nuestros en el paso
más estrecho. Freire diestramente destacó dos regimientos al mando
de Don Vicente Osorio que cayesen sobre los enemigos alojados en Dos
Barrios, al mismo tiempo que él con lo restante de la columna atacaba
por el frente. Treparon nuestros soldados por la cuesta con intrepidez,
repelieron a los franceses y los persiguieron hasta Dos Barrios. Unidos
aquí Osorio y Freire continuaron el alcance hasta Ocaña, en donde los
contuvo el fuego de cañón del enemigo.
[Sidenote: Aréizaga en Tembleque.]
Mientras tanto Aréizaga sentó el 9 su cuartel general en Tembleque, y
aproximó adonde estaba Freire la vanguardia de Zayas, compuesta de 6000
hombres casi todos granaderos, y la 1.ª división de Lacy: providencia
necesaria por haberse agregado a la caballería de Milhaud la división
polaca del 4.º cuerpo francés. Volvió Freire a avanzar el 10 a Ocaña,
delante de cuya villa estaban formados 2000 caballos enemigos, y detrás,
a la misma salida, la división nombrada con sus cañones. Empezaron
a jugar estos y a su fuego contestó la artillería volante española,
arrojando los jinetes a los del enemigo contra la villa, que abrigados
de su infantería reprimieron a su vez a nuestros soldados. No aun dadas
las cuatro de la tarde llegaron Zayas y Lacy. Emboscado el último
en un olivar cercano, dispúsose a la arremetida, pero Zayas, juzgando
estar su tropa muy cansada, difirió auxiliar el ataque hasta el día
siguiente. Aprovechándose los enemigos de esta desgraciada suspensión,
evacuaron a Ocaña, y por la noche se replegaron a Aranjuez.
[Sidenote: Ejército español en Ocaña.]
El 11 de noviembre, en fin, todo el ejército español se hallaba junto
en Ocaña. Resueltos los nuestros a avanzar a Madrid, hubiera convenido
proseguir la marcha antes de que los franceses hubiesen agolpado hacia
aquella parte fuerzas considerables.
[Sidenote: Movimientos inciertos y mal concertados de Aréizaga.]
Mas Aréizaga, al principio tan arrogante, comenzó entonces a vacilar,
y se inclinó a lo peor, que fue a hacer movimientos de flanco lentos
para aquella ocasión y desgraciados en su resultado. Envió pues la
división de Lacy a que cruzase el Tajo del lado de Colmenar de Oreja,
yendo la mayor parte a pasar dicho río por Villamanrique, en cuyo sitio
se echaron al efecto puentes. El tiempo era de lluvia, y durante tres
días sopló un huracán furioso. Corrió una semana entre detenciones
y marchas, perdiendo los soldados, en los malos caminos y aguas
encharcadas, casi todo el calzado. Aréizaga, con los obstáculos cada
vez más indeciso, acantonó su ejército entre Santa Cruz de la Zarza y
el Tajo.
Mientras tanto los franceses fueron arrimando muchas tropas a Aranjuez.
El mariscal Soult había ya antes sucedido al mariscal Jourdan en el
mando de mayor general de los ejércitos franceses, y las operaciones
adquirieron fuerza y actividad. Sabedor de que los españoles se
dirigían a pasar el Tajo por Villamanrique, envió allí el día 14 al
mariscal Victor, quien, hallándose entonces solo con su primer cuerpo,
hubiera podido ser arrollado. Detúvose Aréizaga y dio tiempo a que los
franceses fuesen el 16 reforzados en aquel punto; lo cual visto por el
general español, hizo que algunas tropas suyas puestas ya del otro lado
del Tajo repasasen el río, y que se alzasen los puentes. Caminó en la
noche del 17 hacia Ocaña, a cuya villa no llegó sino en la tarde del
18, y algunas tropas se rezagaron hasta la mañana del 19. [Sidenote:
Choque de caballería en Ontígola.] La víspera de este día hubo un
reencuentro de caballería cerca de Ontígola: los franceses rechazaron
a los nuestros, mas perdieron al general Paris, muerto a manos del
valiente cabo español Vicente Manzano, que recibió de la central un
escudo de premio. Por nuestra parte también allí fue herido gravemente,
y quedó en el campo por muerto, el hermano del duque de Rivas, Don
Ángel de Saavedra, no menos ilustre entonces por las armas que lo ha
sido después por las letras. Aréizaga, que, moviéndose primero por
el flanco, dio lugar al avance y reunión de una parte de las tropas
francesas, retrocediendo ahora a Ocaña y andando como lanzadera,
permitió que se reconcentrasen o diesen la mano todas ellas. Difícil
era idear movimientos más desatentados.
[Sidenote: Fuerzas que acercan los franceses.]
Juntáronse pues del lado de Ontígola y en Aranjuez los cuerpos 4.º y
5.º, del mando de Sebastiani y Mortier, la reserva, bajo el general
Dessolles, y la guardia de José, ascendiendo por lo menos el número de
gente a 28.000 infantes y 6000 caballos. De manera que Aréizaga, que
antes tropezaba con menos de 20.000, ahora a causa de sus detenciones,
marchas y contramarchas, tenía que habérselas con 34.000 por el frente,
sin contar con los 14.000 del cuerpo de Victor colocados hacia su
flanco derecho, pues juntos todos pasaban de 48.000 combatientes;
fuerza casi igual a la suya en número, y superiorísima en práctica y
disciplina.
[Sidenote: Batalla de Ocaña.]
Don Juan Carlos de Aréizaga escogió para presentar batalla la villa
de Ocaña, considerable y asentada en terreno llano y elevado a la
entrada de la mesa que lleva su nombre. Las divisiones españolas se
situaron en derredor de la población. Apostose él a la izquierda
del lado de la agria hondonada donde corre el camino real que va
a Aranjuez. En el ala opuesta se situó la vanguardia de Zayas con
dirección a Ontígola, y más a su derecha la primera división de Lacy,
permaneciendo a espaldas casi toda la caballería. Hubo también tropas
dentro de Ocaña. El general en jefe no dio ni orden ni colocación
fija a la mayor parte de sus divisiones. Encaramose en un campanario
de la villa, desde donde, contentándose con atalayar y descubrir el
campo, continuó aturdido, sin tomar disposición alguna acertada. El 4.º
cuerpo, del mando de Sebastiani, sostenido por Mortier, empeñó la pelea
con nuestra derecha. Zayas, apoyado en la división de Don Pedro Agustín
Girón, y el general Lacy batallaron vivamente, haciendo maravillas
nuestra artillería. El último sobre todo avanzó contra el general
Leval, herido, y empuñando en una mano para alentar a los suyos la
bandera del regimiento de Burgos, todo lo atropelló y cogió una batería
que estaba al frente. Costó sangre tan intrépida acometida, y entre
todos fue allí gravemente herido el marqués de Villacampo, oficial
distinguido y ayudante de Lacy. A haber sido apoyado entonces este
general, los franceses, rotos de aquel lado, no alcanzaran fácilmente
el triunfo; pero Lacy, solo, sin que le siguiera caballería ni tampoco
le auxiliara el general Zayas, a quien puso, según parece, en grande
embarazo Aréizaga, dándole primero orden de atacar y luego contra
orden, tuvo en breve que cejar, y todo se volvió confusión. El general
Girard entró en la villa, cuya plaza ardió; Dessolles y José avanzaron
contra la izquierda española, [Sidenote: Horrorosa dispersión. Pérdida
de Ocaña.] que se retiró precipitadamente, y ya por los llanos de la
Mancha no se divisaban sino pelotones de gente marchando a la ventura,
o huyendo azorados del enemigo. Aréizaga bajó de su campanario, no tomó
providencia para reunir las reliquias de su ejército, ni señaló punto
de retirada. Continuó su camino a Daimiel, de donde serenamente dio un
parte al gobierno el 20, en el que estuvo lejos de pintar la catástrofe
sucedida. Esta fue de las más lamentables. Contáronse por lo menos
13.000 prisioneros, de 4 a 5000 muertos o heridos, fueron abandonados
más de 40 cañones, y carros, y víveres, y municiones: una desolación.
Los franceses apenas perdieron 2000 hombres. Solo quedaron de los
nuestros en pie algunos batallones, la división segunda, del mando de
Vigodet, y parte de la caballería a las órdenes de Freire. En dos meses
no pudieron volver a reunirse a las raíces de Sierra Morena 25.000
hombres.
Conservó por algún tiempo el mando Don Juan Carlos de Aréizaga sin que
entonces se le formase causa, como se tenía de costumbre con muchos de
los generales desgraciados: ¡tan protegido estaba! Y en verdad, ¿a qué
formarle causa? Habíanse estas convertido en procesos de mera fórmula,
de que salían los acusados puros y exentos de toda culpa.
[Sidenote: Resultas.]
Terror y abatimiento sembró por el reino la rota de Ocaña, temiendo
fuese tan aciaga para la independencia como la de Guadalete. Holgáronse
sobremanera José y los suyos, entrando aquel en Madrid con pompa y a
manera de triunfador romano, seguido de los míseros prisioneros. De
sus parciales no faltó quien se gloriase de que hubiesen los franceses
con la mitad de gente aniquilado a los españoles. Hemos visto no ser
así; mas aun cuando lo fuese, no por eso recaería mengua sobre el
carácter nacional, culpa sería en todo caso del desmaño e ignorancia
del principal caudillo.
La herida de Ocaña llegó hasta lo vivo. Con haberlo puesto todo a la
temeridad de la fortuna, abriéronse las puertas de las Andalucías.
José quizá hubiera tentado pronto la invasión si la permanencia de los
ingleses en las cercanías de Badajoz, juntamente con la del ejército
mandado ahora por Alburquerque en Extremadura, y la del Parque en
Castilla la Vieja, no le hubiesen obligado a obrar con cordura antes de
penetrar en las gargantas de Sierra Morena, ominosas a sus soldados.
Prudente, pues, era destruir por lo menos parte de aquellas fuerzas, y
aguardar, ajustada ya la paz con Austria, nuevos refuerzos del norte.
[Sidenote: Se retira Alburquerque a Trujillo.]
El duque de Alburquerque, desamparado con lo ocurrido en Ocaña, se
aceleró a evitar un suceso desgraciado. La fuerza que tenía, de
12.000 hombres dividida en tres divisiones, vanguardia y reserva,
había avanzado el 17 de noviembre al Puente del Arzobispo para causar
diversión por aquel lado. Desde allí y con el mismo fin, siguiendo la
margen izquierda de Tajo, destacó la vanguardia, a las órdenes de Don
José Lardizábal, con dirección al puente de tablas de Talavera. Este
movimiento obligó a retirarse a los franceses alojados en el Arzobispo
enfrente de los nuestros; mas a poco, sobreviniendo el destrozo de
Ocaña, retrocedió el de Alburquerque y no paró hasta Trujillo.
[Sidenote: Movimientos del duque del Parque.]
Puso en mayor cuidado a los enemigos el ejército del duque del Parque,
sobre todo después de la jornada de Tamames. Motivo por que envió el
mariscal Soult la división de Gazan al general Marchand, camino de
Ávila, para coger al duque por el flanco derecho. El general español,
a fin de coadyuvar también a la campaña de Aréizaga, moviose con su
ejército, y el 19 intentó atacar en Alba de Tormes a 5000 franceses
que, advertidos, se retiraron.
[Sidenote: Acción de Medina del Campo.]
Prosiguió el del Parque su marcha, y noticioso de que en Medina del
Campo se reunían unos 2000 caballos y de 8 a 10.000 infantes, juntó el
23 a la madrugada sus divisiones en el Carpio a tres leguas de aquella
villa. Colocó la vanguardia en la loma en que está sito el pueblo,
ocultando detrás y por los lados la mayor parte de su fuerza. No
logró, a pesar del ardid, que los franceses se acercasen, y entonces
se adelantó él mismo a la una del propio día, yendo por la llanura con
admirable y bien concertado orden. Marchaba en batalla la vanguardia,
del mando de Don Martín de la Carrera, a su derecha, parte también
en batalla, parte en columnas, la tercera división regida por Don
Francisco Ballesteros, a la izquierda la primera, de Don Francisco
Javier de Losada; cubría la caballería las dos alas. Iba de reserva
la segunda división, a las órdenes del conde de Belveder, y dejose en
el Carpio, con su jefe el marqués de Castro-Fuerte, la 5.ª división,
o sea la de los castellanos. Los franceses, aunque reforzados con
1000 jinetes, cejaron a una eminencia inmediata a Medina. Empeñose
allí vivo fuego, y engrosados aún los enemigos con dos regimientos
de dragones y alguna infantería, cayeron sobre los jinetes del ala
derecha, que cedieron el terreno, con lo cual se vio descubierta la
3.ª división, que era la de los asturianos. Mas estos, valientes y
serenos, reprimieron al enemigo, en particular tres regimientos que le
recibieron a quema ropa con fuegos muy certeros. En la pelea perecieron
el intrépido ayudante general de la división, Don Salvador de Molina,
y el coronel del regimiento de Lena, Don Juan Drimgold. Rechazados o
contenidos en los demás puntos los franceses, sobrevino la noche, y
Parque durante dos horas permaneció en el campo de batalla. Después
obligado a dar alimento y descanso a su tropa, y avisado de que el
enemigo podría ser reforzado, antes de amanecer tornó al Carpio. Los
franceses por su parte no creyéndose bastante numerosos, se alejaron
para unirse a nuevos refuerzos que aguardaban.
Les llegaron estos de varias partes, y el general Kellermann, reuniendo
toda la fuerza que pudo, entre ella 3000 caballos, se mostró el 25
delante del Carpio. El duque del Parque, hasta entonces prudente y
afortunado caudillo, descuidose, y en vez de retirarse sin tardanza
viendo la superioridad de la caballería, temible en aquella tierra
llana, suspendió todo movimiento retrógrado hasta la noche del 26, y
entonces lo realizó, aguijado con el aviso de las lástimas de Ocaña;
cuya nueva, derramada por el ejército, descorazonó al soldado.
[Sidenote: Acción de Alba de Tormes.]
El 28 por la mañana entraron los nuestros en Alba, tristes y ya
perseguidos por la vanguardia enemiga. Asentada aquella villa a la
derecha del Tormes, comunica con la orilla opuesta por un puente
de piedra. El duque del Parque dejó dentro de la población, con
negligencia notable, el cuartel general, la artillería, los bagajes,
la mayor parte en fin de su fuerza, excepto dos divisiones que pasaron
al otro lado. Alegose por disculpa la necesidad de dar de comer a la
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