Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 04

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con malas nuevas. Disculpose solamente para no avanzar con la falta
de víveres, pareciendo a algunos que si realmente tal escasez afligía
al ejército, no era oportuno modo de remediarla permanecer en el
lugar en donde más se sentía, cuando yendo adelante se encontrarían
países menos devastados, y ciudades y pueblos que ansiosamente y con
entusiasmo aguardaban a sus libertadores.
[Sidenote: Llega Soult a Extremadura.]
Por tanto, creyose en general que, si bien no abundaban las vituallas, la
detención del ejército inglés pendía principalmente de los movimientos
del mariscal Soult, quien, según aviso recibido en 30 de julio, intentaba
atravesar el puerto de Baños, defendido por el marqués del Reino con
cuatro batallones, dos destacados anteriormente del ejército de Cuesta
y dos de Béjar. A la primera noticia pidió Lord Wellington que tropa
española fuese a reforzar el punto amenazado, y dificultosamente
recabó de Don Gregorio de la Cuesta que destacase para aquel objeto
en 2 de agosto la quinta división del mando de Don Luis Bassecourt:
poca fuerza y tardía, pues no pudiendo el marqués del Reino resistir a
la superioridad del enemigo se replegó sobre el Tiétar, entrando los
franceses en Plasencia el 1.º de agosto.
[Sidenote: Va Wellington a su encuentro.]
Cerciorados los generales aliados de tan triste acontecimiento,
convinieron en que el ejército británico iría al encuentro de los
enemigos, y que los españoles permanecerían en Talavera para hacer
rostro al mariscal Victor, en caso de que volviese a avanzar por aquel
lado. Las fuerzas que traían los franceses constaban del quinto,
segundo y sexto cuerpo, ascendiendo en su totalidad a unos 50.000
hombres. Precedía a los demás el quinto, a las órdenes del mariscal
Mortier, seguíale el segundo, a las inmediatas de Soult, que además
mandaba a todos en jefe, y cerraba la marcha el sexto capitaneado por
el mariscal Ney. Fue de consiguiente Mortier quien arrojó de Baños
al marqués del Reino, extendiéndose ya hacia la venta de la Bazagona
por una parte y por otra hacia Coria, cuando el 3 de agosto pisó Soult
las calles de Plasencia, y cuando Ney cruzaba en el mismo día los
lindes extremeños. Tal y tan repentina avenida de gente asoló aquella
tierra frondosísima en muchas partes, no escasa de cierta industria, y
en donde aún quedan rastros y mijeros de una gran calzada romana. El
general Beresford, que antes estaba situado con unos 15.000 portugueses
detrás del Águeda, siguió al ejército francés en una línea paralela, y
atravesando el puerto de Perales llegó a Salvatierra el 17 de agosto,
desde cuyo punto trató de cubrir el camino de Abrantes.
[Sidenote: Tropas que se agolpan al valle del Tajo.]
Íbanse de esta manera acumulando en el valle o prolongada cuenca que
forma el Tajo desde Aranjuez hasta los confines de Portugal muchedumbre
de soldados, cuyo número, inclusos los ejércitos de Venegas y
Beresford, rayaba en el de 200.000 hombres de muchas y varias naciones.
Siendo difícil su mantenimiento en tan limitado terreno, y corto el
tiempo que se requería para reunir las masas, era de conjeturar que
unos y otros estaban próximos a empeñar decisivos trances. Pero en
aquella ocasión, como en tantas otras, no aconteció lo que parecía más
probable.
Lord Wellington, informado de que el mariscal Soult se interponía entre
su ejército y el puente de Almaraz, resolvió pasar por el del Arzobispo
y establecer su línea de defensa detrás del Tajo. [Sidenote: Cuesta se
retira de Talavera.] Por su parte Don Gregorio de la Cuesta, temeroso
también de aguardar solo en Talavera a José y Victor, que de nuevo se
unían, abandonó la villa y se juntó en Oropesa con la quinta división
y el ejército británico. Desazonó a Wellington la determinación del
general español por parecerle precipitada, y sobre todo por no haber
puesto el correspondiente cuidado en salvar los heridos ingleses que
había en Talavera. Desatendió por tanto y con justicia los clamores
de Don Gregorio de la Cuesta, que insistía en que se conservase la
posición de Oropesa como propia para una batalla. Cruzó pues Wellington
el puente del Arzobispo, y estableció su cuartel general en Deleitosa
el 7 de agosto, poniendo en Mesas de Ibor su retaguardia. Envió también
por la orilla izquierda de Tajo al general Craufurd con una brigada y
seis piezas, el cual llegó felizmente a tiempo de cubrir el paso de
Almaraz y los vados.
[Sidenote: El ejército aliado se pone en la orilla izquierda del Tajo.]
Forzado, bien a su pesar, el general Cuesta a seguir al ejército inglés,
pasó el 5 el puente del Arzobispo, hacia donde con presteza se
agolpaban los enemigos. Prosiguió su marcha por la Peraleda de Garvín
a Mesas de Ibor, dejando en guarda del puente a la quinta división del
cargo de Don Luis Bassecourt, y por la derecha en Azután, para atender a
los vados, al duque de Alburquerque con 3000 caballos. Mas apenas había
llegado Cuesta a la Peraleda, cuando ya eran dueños los enemigos del
puente del Arzobispo.
Acercándose allí de todas partes el quinto cuerpo, se había colocado su
jefe Mortier en la Puebla de Naciados. Estaba a la sazón en Navalmoral
el mariscal Ney, y Soult desde el Gordo había destacado caballería
camino de Talavera para ponerse en comunicación con Victor, de vuelta
ya este el 6 en aquella villa. Así todas las tropas francesas podían
ahora darse la mano y obrar de acuerdo.
[Sidenote: Paso del Arzobispo por los franceses.]
Reconcentráronse pues para forzar el paso del Arzobispo el quinto
y segundo cuerpo, al tiempo que Victor por el puente de tablas de
Talavera debía llamar la atención de los españoles, y aun acometerlos
siguiendo la izquierda del Tajo. A las dos de la tarde del 8
formalizaron los franceses su ataque contra el paso del Arzobispo;
dirigíalo el mariscal Mortier. El calor del día y el descuido propio de
ejércitos mal disciplinados hizo que no hubiese de nuestra parte gran
vigilancia, por lo cual en tanto que los enemigos embestían el puente
cruzaron descansadamente un vado 800 caballos suyos, guiados por el
general Caulincourt, quedando unos 6000 al otro lado prontos a ejecutar
lo mismo. Procuraron los españoles impedir el paso del Arzobispo
abriendo un fuego muy vivo de artillería, ajenos de que Caulincourt,
pasando el vado acometería, como lo hizo, por la espalda. Solo había en
el puente 300 húsares del regimiento de Extremadura que contuvieron
largo rato los ímpetus de los jinetes enemigos, a quienes hubiera
costado caro su arrojo si Alburquerque hubiese llegado a tiempo. Pero
los caballos de este, desensillados y sin bridas, tardaron en prepararse,
acudiendo después atropelladamente, con cuya detención y falta de orden
diose lugar a que vadease el río toda la caballería francesa, que
ayudada de algunos infantes desconcertó a nuestra gente, de la cual
parte tiró a Guadalupe y parte a Valdelacasa, perdiéndose cañones y
equipajes.
Afortunadamente, no prosiguieron los enemigos más adelante, dirigiendo
sus fuerzas a otros puntos, por lo que los aliados pudieron mantenerse
tranquilos; los ingleses sobre la izquierda hacia Almaraz con su
cuartel general en Jaraicejo, los españoles sobre la derecha con el
suyo en Deleitosa, atentos también a proteger la posición de Mesas de
Ibor. [Sidenote: Deja Cuesta el mando. Sucédele Eguía.] Don Gregorio
de la Cuesta, abrumado con los años, sinsabores e incomodidades de
la campaña, hizo dimisión del mando el 12 de agosto, sucediéndole
interinamente, y después en propiedad, Don Francisco de Eguía.
[Sidenote: Nuevas disposiciones de los franceses.]
Puestos los aliados a la orilla izquierda del Tajo, y temiendo José
movimientos en Castilla la Vieja, cuyas guarniciones estaban faltas de
gente, determinó, siguiendo el parecer de Ney, suspender las operaciones
del lado de Extremadura. Así lo tenía igualmente insinuado Napoleón
desde Schönbrunn con fecha de 29 de julio, desaprobando que se
empeñasen acciones importantes hasta tanto que llegasen a España nuevos
refuerzos que se disponía a enviar del norte. Conforme a la resolución
de José, situose Soult en Plasencia, reemplazó en Talavera al cuerpo de
Victor el de Mortier, y retrocedió con el suyo a Salamanca el mariscal
Ney.
[Sidenote: Encuéntranse Wilson y Ney en el puerto de Baños.]
Caminaba el último tranquilamente a su destino sin pensar en enemigos,
cuando de repente tropezó en el puerto de Baños con obstinada
resistencia. Causábala Sir Roberto Wilson, quien, abandonado, y
estando el 4 de agosto en Velada sin noticia del paradero de los
aliados, repasó el Tiétar, y atravesando acelerada e intrépidamente
las sierras que parten términos con las provincias de Ávila y
Salamanca, fue a caer a Béjar por sitios solitarios y fragosos. Desde
allí, queriendo incorporarse con los aliados, contramarchó hacia
Plasencia por el puerto de Baños, a la propia sazón que el mariscal
Ney revolvía sobre Salamanca. La fuerza de Wilson, de 4000 hombres, la
componían portugueses y españoles. Dos batallones de estos, avanzados
en Aldeanueva, defendieron a palmos el terreno hasta la altura del
desfiladero, en donde se alojaban los portugueses. Sostúvose Wilson
en aquel punto durante horas, y no cedió sino a la superioridad del
número: según la relación de tan digno jefe, sus soldados se portaron
con el mayor brío, y al retirarse, los hubo que respondiendo a
fusilazos a la intimación del enemigo de rendirse, se abrieron paso
valerosamente.
[Sidenote: Extorsiones del ejército de Soult.]
El cuerpo del mariscal Soult mientras permaneció en tierra de
Plasencia, acostumbrado a vivir de rapiña, taló campos, quemó pueblos,
y cometió todo género de excesos. Al obispo de Coria Don Juan Álvarez
de Castro, anciano de ochenta y cinco años, [Sidenote: Muerte violenta
del obispo de Coria.] postrado en una cama, sacáronle de ella
violentamente merodeadores franceses, y sin piedad le arcabucearon.
Parecida atrocidad cometieron con otros pacíficos y honrados ciudadanos.
[Sidenote: Ejército de Venegas.]
En tanto, José pensó en hacer frente al general Venegas, que por su
parte había puesto en gran cuidado a la corte intrusa adelantándose al
Tajo en 23 de julio, al tiempo que el general Sebastiani retrocedió
a Toledo. Era el ejército de Don Francisco Venegas de los mejor
acondicionados de España, y sobresalían sus jefes entre los más
señalados. Estaba distribuido en cinco divisiones que regían: la
primera Don Luis Lacy; la segunda Don Gaspar Vigodet; la tercera Don
Pedro Agustín Girón; la cuarta Don Francisco González Castejón, y la
quinta Don Tomás de Zeráin. Gobernaba la caballería el marqués de Gelo.
Ya hablamos de su fuerza total.
[Sidenote: Su marcha.]
El 27 de julio dispuso el general Venegas que la primera división
pasase a Mora, cayendo sobre Toledo, al paso que él se trasladaba a
Tembleque con la cuarta y quinta, y avanzaban a Ocaña la segunda y
tercera. Ejecutose la operación, yendo hasta Aranjuez en la mañana del
29. Un destacamento de 400 hombres, mandados por el coronel Don Felipe
Lacorte, se extendió a la cuesta de la Reina, en donde dispersó tropas
del enemigo y les cogió varios prisioneros.
En tal situación, parecía natural que Venegas se hubiera metido en
Madrid, desguarnecido con la salida de José vía de Talavera. [Sidenote:
Nómbrale la junta capitán general de Castilla la Nueva.] Aguijón
era para ello el nombramiento que el mismo día 29 recibió de la
central, encargándole interinamente el mando de Castilla la Nueva, con
prevención de que residiese en Madrid. Pero siendo el verdadero motivo
de concederle esta gracia el disminuir el influjo pernicioso de Cuesta,
caso que nuestras tropas ocupasen la capital, se le advertía al mismo
tiempo que no se empeñase muy adelante, pues los ingleses, con pretexto
de falta de subsistencias, no pasarían del Alberche.
Hubiera aún podido detener a Venegas para entrar en Madrid el parte
que el 30 le dio Lacy desde Nuestra Señora de la Sisla, de que enemigos
se agolpaban a Toledo, si en el mismo día no hubiese también recibido
oficio de Cuesta anunciando la victoria de Talavera, coligiéndose de
ahí que la gente divisada por Lacy venía más bien de retirada que con
intento de atacarle. Sin embargo se limitó Venegas a reconcentrar su
fuerza en Aranjuez, apostando en el puente largo la división de Lacy
que había llamado de las cercanías de Toledo.
[Sidenote: Su incertidumbre.]
Permanecía así incierto, cuando el 3 de agosto le avisó Don Gregorio de
la Cuesta cómo se retiraba de Talavera. Con esta noticia parecía que
quien se había mostrado circunspecto en momentos favorables, seríalo
ahora mucho más y con mayor fundamento. Pero no fue así, pues en vez
de retirarse, tomó el 5 disposiciones para defender el paso del Tajo.
Apostó en sus orillas las divisiones primera, segunda y tercera, al
mando todas de Don Pedro Agustín Girón, que debían atender a los vados
y a los puentes Verde, de Barcas y la Reina, quedándose detrás camino
de Ocaña con las otras dos divisiones el mismo Venegas.
[Sidenote: Defiende el paso del Tajo en Aranjuez.]
Los franceses se presentaron en la ribera derecha a las dos de la tarde
del mismo 5, y empezaron por atacar la izquierda española colocada
en el jardín del infante Don Antonio, acometiendo después los tres
puentes. A todas partes acudía el general Girón con admirable presteza,
y en particular a la izquierda, apoyando sus esfuerzos los generales
Lacy y Vigodet. No menos animosos se mostraban los otros jefes y
soldados, y los hubo que apenas curados de sus heridas volvían a la
pelea. Los franceses viendo la porfía de la defensa abandonaron al
anochecer su intento. Perdimos 200 hombres; los enemigos 500, estando
más expuestos a nuestros fuegos.
Bastábale a Venegas la ventaja adquirida para que satisfecho se
retirase con honra; mas creciendo su confianza permaneció en Ocaña,
y se aventuró a una batalla campal. Los franceses frustrado su deseo
de pasar el Tajo por Aranjuez, hicieron continuos movimientos con
dirección a Toledo, lo cual excitó en Venegas la sospecha de que
querían atravesar hacia allí el río, y cogerle por la espalda. Situó en
consecuencia su ejército en escalones desde Aranjuez a Tembleque, en
donde estableció su cuartel general, enviando la quinta división sobre
Toledo. En efecto, los franceses pasaron en 9 de agosto el Tajo por
esta ciudad y los vados de Añover, y el 10 juntó el general español sus
fuerzas en Almonacid.
[Sidenote: Batalla de Almonacid.]
En la creencia de que los franceses solo eran 14.000, repugnábale a
Don Francisco Venegas desamparar la Mancha, inclinándose a presentar
batalla. Oyó, sin embargo, antes la opinión de los demás generales,
la cual coincidiendo con la suya, se acordó entre ellos atacar a los
franceses el 12, dando el 11 descanso a las tropas. Mas en este día
previnieron los enemigos los deseos de los nuestros trabando la acción
en la madrugada.
Componíase la fuerza francesa del cuarto cuerpo, al mando de Sebastiani,
y de la reserva, a las órdenes de Dessolles y de José en persona, cuyo
total ascendía a 26.000 infantes y 4000 caballos. Situáronse los
españoles delante de Almonacid y en ambos costados. El derecho le
guarnecía la segunda división, el izquierdo la primera, y ocupaban el
centro la cuarta y quinta. Quedó la reserva a retaguardia, destacándose
solo de ella dos o tres cuerpos. Distribuyose la caballería entre ambos
extremos de la línea, excepto algunos jinetes que se mantuvieron en el
centro.
Empezó a atacar el general Sebastiani antes que llegase su reserva,
dirigiéndose contra la izquierda española. Viose, por tanto, muy
comprometido un cuerpo de la primera división, y a punto de tener
que replegarse sobre los batallones de Bailén y Jaén, que eran dos
de los destacados de la tercera división. Ciaron también estos de
la cresta de un monte a la izquierda de la línea donde se alojaban,
herido mortalmente el teniente coronel de Bailén Don Juan de Silva.
Inútilmente fue a su socorro el general Girón, hasta que desplegando
al frente de las columnas enemigas Don Luis Lacy, con lo restante de
su primera división contuvo a aquellas y las rechazó, apoyado por la
caballería.
A la sazón llegó el general Dessolles con parte de la reserva francesa,
y animando a los soldados de Sebastiani renovose con más ardor la
refriega. Viéronse entonces también acometidas la cuarta y quinta
división española; la última, colocada a la derecha de Almonacid,
dio luego indicio de flaquear; mas la otra sostúvose bizarramente,
distinguiéndose los cuerpos de Jerez, Córdoba y Guardias españolas,
guiado el segundo con conocimiento y valentía por Don Francisco
Carvajal. Cargaba igualmente la caballería, y anunciábase allí la
victoria cuando, muerto el caballo del comandante de aquellos jinetes,
vizconde de Zolina, hombre de nimia superstición aunque de valor no
escaso, parose este tomando por aviso de Dios la muerte de su caballo.
Entretanto acudió José con el resto de la reserva al campo de batalla,
y rota la quinta división que ya había flaqueado, penetraron los
franceses hasta el cerro del castillo, al que subieron después de una
muy viva resistencia. Llegó con esto a ser muy crítica la situación
del ejército español, en especial la de la gente de Lacy, por lo
cual Venegas juzgó prudente retirarse. Para ello ordenó a la segunda
división del mando de Vigodet, que era la menos comprometida, que
formase a espaldas del ejército. Ejecutó dicho jefe esta maniobra con
prontitud y acierto, siguiendo a su división la cuarta, del cargo de
Castejón.
[Sidenote: Retirada del ejército español.]
No bastó tan oportuna precaución para verificar la retirada
ordenadamente, pues asustados algunos caballos con la voladura de
varios carros de municiones, dispersáronse e introdujeron desorden.
De allí, no obstante, con más o menos concierto, dirigiéronse todas las
divisiones por distintos puntos a Herencia, y en seguida a Manzanares.
[Sidenote: Su dispersión.] En esta villa, corriendo entre la caballería
la voz falsa y aciaga de que los enemigos estaban ya a la espalda en
Valdepeñas, desrancháronse los soldados, y de tropel y desmandadamente
no pararon hasta Sierra Morena, en donde, según costumbre, se juntaron
después y rehicieron. Costó a los españoles la batalla de Almonacid
4000 hombres, unos 2000 a los franceses.
Tan desventajosamente finalizó esta campaña de Talavera y la Mancha,
comenzada con favorable estrella. No se advirtió sin embargo en sus
resultas, a lo menos de parte de los españoles, lo que comúnmente
acontece en las guerras, en las que, según con razón asienta
Montesquieu, no suele ser lo más funesto las pérdidas reales que
en ellas se experimentan, sino las imaginarias y el desaliento
que producen. Lo que hubo de lastimoso en este caso fue haber
desaprovechado la ocasión de lanzar tal vez a los franceses del Ebro
allá y sobre todo la desunión momentánea de los aliados, a la que
sirvió de principal motivo la falta de bastimentos.
[Sidenote: Contestaciones con los ingleses sobre subsistencias.]
Cuestión ha sido esta que ya hemos tocado, y no volveríamos a renovarla
si no hubiese tenido particular influjo en las operaciones militares,
y mezcládose también en los vaivenes de la política. Hubo en ella por
ambas partes injusticia en las imputaciones, achacándose a la central
mala voluntad y hasta perfidia, y calificando esta de mero pretexto
las quejas, a veces fundadas, de los ingleses. Todos tuvieron culpa,
y más las circunstancias de entonces, juntamente con la dificultad
de alimentar un ejército en campaña cuando no es conquistador, y de
prevenir las necesidades por medio de oportunos almacenes. Se equivocó
la central en imaginar que con solo dar órdenes y enviar empleados se
abastecería el ejército inglés y español. A aquellas hubieran debido
acompañar medidas vigorosas de coacción, poniendo también cuidado en
encargar el desempeño de comisión tan espinosa a hombres íntegros y
capaces. Cierto que a un gobierno de índole tan débil como la central,
érale difícil emplear la coacción, sobre todo en Extremadura, provincia
devastada, y en donde hasta las mismas y fértiles comarcas del valle y
vera de Plasencia, primeras que habían de pisar los ingleses, acababan
de ser asoladas por las tropas del mariscal Victor. Pero hubo azar en
escoger por cabeza de los empleados a Lozano de Torres, quien, al paso
que bajamente adulaba al general en jefe inglés, escribía a la central
que eran las quejas de aquel infundadas: juego doble y villano, que
descubierto, obligó a Wellington a echar con baldón de su campo al
empleado español.
De parte de los ingleses hubo imprevisión en figurarse que a pesar de
los ofrecimientos y buenos deseos de la central, podría su ejército
ser completamente provisto y ayudado. Ya había este padecido en
Portugal falta de muchos artículos, aunque en realidad el gobierno
británico allí mandaba, y con la ventaja de tener próxima la mar.
Mayores escaseces hubieran debido temer en España, país entonces por
lo general más destruido y maltratado, no pudiendo contar con que
solo el patriotismo reparase el apuro de medios después de tantas
desgracias y escarmientos. Creer que el gobierno español hubiera de
antemano preparado almacenes, era confiar sobradamente en su energía y
principalmente en sus recursos. Los ingleses sabían por experiencia lo
dificultoso que es arreglar la hacienda militar o sea _comisariato_,
pues todavía en aquel tiempo tachaban ellos mismos de defectuosísimo
el suyo, y no era dable que España, en todo lo demás tan atrasada
respecto de Inglaterra, se le aventajase en este solo ramo y tan de
repente.
En vano pensó la junta suprema remediar en parte el mal enviando a
Extremadura a D. Lorenzo Calvo de Rozas, individuo suyo, y en cuyo
celo y diligencia ponía firme esperanza. Semejante determinación, que
no se tomó hasta 1.º de agosto, llegaba ya tarde, indispuestos los
ánimos de los generales entre sí, y agriados cada vez más con el escaso
fruto que se sacaba de la campaña emprendida. De poco sirvió también
para concordarlos la dejación voluntaria que hizo Cuesta de su mando,
anhelada por los mismos ingleses y expresamente pedida por su ministro
en Sevilla. Lord Wellington viendo que la abundancia no crecía [*]
[Sidenote: (* Ap. n. 9-3.)] cual deseaba, y que sus soldados enfermaban
y perecían sus caballos, declaró que estaba resuelto a retirarse
a Portugal. Entonces Eguía y Calvo hicieron, para desviarle de su
propósito, nuevos ofrecimientos, concluyendo con decirle el primero
que, a no ceder a sus instancias, creería que otras causas y no la
falta de subsistencias le determinaban a retirarse. Otro tanto y con
más descaro escribiole Calvo de Rozas. Ásperamente replicó Wellington,
indicando a Eguía que en adelante sería inútil proseguir entre ellos la
comenzada correspondencia.
[Sidenote: Llegada a España del marqués de Wellesley.]
Algunos, no obstante, mantuvieron esperanzas de que todo se compondría
con la venida a Sevilla del marqués de Wellesley, hermano del general
inglés y embajador nombrado por S. M. B. cerca del gobierno de España.
Había llegado el marqués a Cádiz el 4, y acogídole la ciudad cual
merecía su elevada clase y la fama de su nombre. No nos detendremos en
describir su entrada, mas no podemos omitir un hecho que allí ocurrió
digno de memoria. Fue, pues, que queriendo el embajador, agradecido
al buen recibimiento, repartir dinero entre el pueblo, Juan Lobato,
zapatero de oficio, y de un batallón de voluntarios, saliendo de entre
las filas díjole mesuradamente: «Señor Excelentísimo, no honramos a V.
E. por interés sino para corresponder a la buena amistad que nuestra
nación debe a la de V. E.» Rasgo muy característico y frecuente en el
pueblo español. Pasó después a Sevilla el nuevo embajador y reemplazó
a Mr. Frere, a quien la junta dio el título de marqués de la Unión
en prueba de lo satisfecha que estaba de su buen porte y celo. Uno
de los primeros puntos que trató Wellesley con la junta fue el de la
retirada de su hermano. [Sidenote: Plan de subsistencias.] Recayendo
la principal queja sobre la falta de provisiones, rogole el gobierno
español que le propusiese un remedio, y el marqués extendió un plan
sobre el modo de formar almacenes y proporcionar transportes, como
si el estado general de España y el de sus caminos y sus carruajes
estuviese al par del de Inglaterra. No obstante los obstáculos
insuperables que se ofrecían para su ejecución, aprobolo la central,
quizá con sus puntas de malicia, sin que por eso se adelantase cosa
alguna. [Sidenote: Retírase Wellington a Badajoz y fronteras de
Portugal.] Lord Wellington había ya empezado el 20 de agosto, desde
Jaraicejo, su marcha retrógrada, y deteniéndose algunos días en Mérida
y Badajoz, repartió en principios de septiembre su ejército entre
la frontera de Portugal y el territorio español. Muchos atribuyeron
esta retirada al deseo que tenía el gobierno inglés de que recayese
en Lord Wellington el mando en jefe del ejército aliado. Nosotros,
sin entrar en la refutación de este dictamen, nos inclinamos a creer
que, más que de aquella causa y de la falta de subsistencias, que en
efecto se padeció, provino semejante resolución del rumbo inesperado
que tomaron las cosas de Austria. Los ingleses habían pasado a España
en el concepto de que prolongándose la guerra en el Norte, tendrían
los franceses que sacar tropas de la península, y que no habría por
tanto que luchar en las orillas del Tajo sino con determinadas fuerzas.
Sucedió lo contrario, atribuyendo después unos y otros a causas
inmediatas lo que procedía de origen más alto. De todos modos, las
resultas fueron desgraciadas para la causa común, y la central, como
diremos después, recibió de este acontecimiento gran menoscabo en su
opinión.
[Sidenote: Conducta y tropelías del gobierno de José.]
El gobierno de José, por su parte, lleno de confianza, había aumentado
ya desde mayo sus persecuciones contra los que no graduaba de amigos,
incomodando a unos y desterrando a otros a Francia. Confundía en sus
tropelías al prócer con el literato, al militar con el togado, al
hombre elocuente con el laborioso mercader. Así salieron juntos, o unos
en pos de otros, a tierra de Francia el duque de Granada y el poeta
Cienfuegos, el general Arteaga y varios consejeros, el abogado Argumosa
y el librero Pérez. Mala manera de allegar partidarios, e innecesaria
para la seguridad de aquel gobierno, no siendo los extrañados hombres
de arrojo ni cabezas capaces de coligación. Expidiéronse igualmente
entonces por José decretos destemplados, como lo fueron el de disponer
de las cosechas de los habitantes sin su anuencia, y el de que se
obligase a los que tuviesen hijos sirviendo en los ejércitos españoles
a presentar en su lugar un sustituto o dar en indemnización una
determinada suma. Estos decretos, como los demás, o no se cumplían o
cumplíanse arbitrariamente, con lo que, en el último caso, se añadía a
la propia injusticia la dureza en la ejecución.
La guerra de Austria, aunque había alterado algún tanto al gobierno
intruso, no le desasosegó extremadamente, ni le contuvo en sus
procedimientos. [Sidenote: Opinión de Madrid.] Llegole más al alma la
cercanía de los ejércitos aliados y el ver que con ella los moradores
de Madrid recobraban nuevo aliento. Procuró por tanto deslumbrarlos
y divertir su atención haciendo repetidas salvas que anunciasen las
victorias conseguidas en Alemania; mas el español, inclinado entonces
a dar solo asenso a lo que le era favorable, acostumbrado además a las
artimañas de los franceses, no dando fe a lejanas nuevas, reconcentraba
todas sus esperanzas en los ejércitos aliados, cuya proximidad en
vano quiso ocultar el gobierno de José. [Sidenote: Júbilo que allí
hubo el día de Santa Ana.] Tocó en frenesí el contentamiento de los
madrileños el 26 de julio, día de Santa Ana, en el que los aldeanos que
andan en el tráfico de frutas de Navalcarnero y pueblos de su comarca,
esparcieron haber llegado allí y estar de consiguiente cercano a la
capital Sir Roberto Wilson y su tropa. Con la noticia, saliendo de sus
casas los vecinos, espontáneamente y de montón se enderezaron los más
de ellos hacia la puerta de Segovia para esperar a sus libertadores.
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