Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 13

Total number of words is 4526
Total number of unique words is 1557
30.0 of words are in the 2000 most common words
42.8 of words are in the 5000 most common words
49.5 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
desmanes de las tropas extranjeras. La milicia cívica, ya decretada por
José en julio de 1809, y en la que se negaban por lo general a entrar
los habitantes de otras partes, disgustó menos en Andalucía donde hubo
ciudades que se prestaron sin repugnancia a aquel servicio.
Por ello, y por el modo con que en aquellos reinos había sido recibido
el intruso, motejaron acerbamente a sus habitadores los de las otras
provincias de España, tachando a aquellos naturales de hombres escasos
de patriotismo y de condición blanda y acomodaticia. Censura infundada,
porque las Andalucías, singularmente el reino de Granada, no solo
habían hecho grandes sacrificios en favor de la causa común, sino
que, igualmente al tiempo de la invasión, estuvieron muy dispuestos a
repelerla. Faltoles buena guía, estando abatidas y siendo de menguado
ánimo sus propias autoridades. Cierto es que en estas provincias era
mayor que en otras el número de indiferentes y de los que anhelaban
por sosiego, lo cual en gran parte pendía de que, atacado tarde aquel
suelo, considerábase a España como perdida, y también de que, habiendo
los habitantes sido de cerca testigos de los errores y aun injusticias
de los gobiernos nacionales, ignoraban los perjuicios y destrozos de la
irrupción y conquista extranjera, males que no habían por lo general
experimentado, como lo demás del reino. Desengañados pronto, empezaron
a rebullir, y las montañas de Ronda y otras comarcas mostraron no menos
bríos contra los invasores que las riberas del Llobregat y del Miño.
[Sidenote: Vuelve a Madrid.]
Las delicias y el temple de Andalucía, que recordaban a José su mansión
en Nápoles, hubieran tal vez diferido su vuelta a Madrid, si ciertas
resoluciones del gabinete de Francia no le hubiesen impelido a regresar
a la capital, en donde entró el 13 de mayo: resoluciones importantes, y
en cuyo examen nos ocuparemos luego que hayamos contado los movimientos
que hicieron los franceses en otras provincias de España, algunos de
los cuales concurrieron con los de las Andalucías.
[Sidenote: Nueva invasión de Asturias.]
Tales fueron los que ejecutaron sobre Asturias y Valencia, juntamente
con el sitio de Astorga. Tomó el primero a su cargo el general Bonnet.
Manteníase aquel principado como desguarnecido, después que, al mando
de Don Francisco Ballesteros, se alejó de sus montañas la flor de sus
tropas. Quedaban 4000 soldados escasos en la parte oriental, hacia
Colombres, y 2000 de reserva en las cercanías de Oviedo; sin contar
con unos 1000 hombres de Don Juan Díaz Porlier, quien antes de esta
invasión de Asturias, abriendo portillo por medio de los enemigos,
recorrió el país llano de Castilla, tocó en La Rioja, y divirtiendo
grandemente la atención de los franceses, tornó en seguida a buscar
abrigo en las asperezas de donde se había descolgado. Linaje de
empresas que perturbaban al enemigo, y diferían por lo menos, si no
trastrocaban, sus premeditados planes.
[Sidenote: Llano Ponte.]
Continuaban mandando en el principado el general Don Antonio Arce y
la junta nombrada por Romana; permaneciendo al frente de la línea de
Colombres D. Nicolás de Llano Ponte. Este, no más afortunado ahora
que lo había sido en la campaña de Vizcaya, cejó sin gran resistencia
cuando, en 25 de enero, le atacaron 6000 franceses a las órdenes del
general Bonnet. Los españoles, en verdad inferiores en número, solo
hubieran podido sacar ventaja de algunos sitios favorables por su
naturaleza. Forzaron los enemigos el puente de Purón, en donde nuestra
artillería, bien servida, les causó estrago. Llano Ponte replegose
precipitadamente hacia el Infiesto, y el general Arce con las demás
autoridades evacuaron a Oviedo, haciendo alto por de pronto en las
orillas del Nalón.
[Sidenote: Porlier.]
Alteró algún tanto el gozo de los invasores la intrepidez de Don Juan
Díaz Porlier, quien, noticioso de la irrupción francesa en Asturias,
metiose en lo interior del Principado, viniendo de las faldas
meridionales de sus montañas, en donde estaba apostado. Atacó por la
espalda las partidas sueltas de los enemigos, cogió a estos bastantes
prisioneros, y caminando la vuelta de la costa por Gijón y Avilés,
se situó descansadamente en Pravia, a la izquierda de las tropas y
dispersos que se habían retirado con el general Arce. Imitaron a
Porlier Don Federico Castañón y otros partidarios que se colocaron en
el camino real de León, por cuyo paraje con sus frecuentes acometidas
molestaban a los contrarios.
[Sidenote: Entra Bonnet en Oviedo.]
El general Bonnet ocupó a Oviedo el 30 de enero, de cuya ciudad, como
en la primera invasión, habían salido las familias más principales.
En esta entrada se portó aquel general con sobrada dureza, habiendo
ejecutado algunos actos inhumanos: amansose después y gobernó con
bastante justicia, en cuanto cabe al menos en un conquistador hostigado
incesantemente por una población enemiga.
[Sidenote: Evacúa la ciudad.]
A pocos días de estar en Oviedo, temeroso Bonnet de los movimientos de
Porlier y demás partidarios, desamparó la ciudad y se reconcentró en
la Pola de Siero. Confiados demasiadamente los jefes españoles con tan
repentina retirada, avanzaron de sus puestos del Nalón, se posesionaron
de Oviedo, y apostaron en el puente de Colloto la vanguardia mandada
por Don Pedro Bárcena. Los franceses, que no deseaban sino ver
reunidos a los nuestros, para acabar con ellos más fácilmente por la
superioridad que les daba en ordenada batalla su práctica y disciplina,
[Sidenote: Ocúpala de nuevo.] revolvieron el 14 de febrero sobre las
tropas españolas, y atropellándolo todo recuperaron a Oviedo y asomaron
el 15 a Peñaflor, en cuyo puente los detuvieron algunos paisanos,
[Sidenote: Castellar y defensa del Puente de Peñaflor.] mandados
animosamente por el oficial de estado mayor Don José Castellar, que ya
se señaló allá, en San Payo, y ahora quedó aquí herido.
[Sidenote: Bárcena. Retíranse los españoles al Narcea.]
Don Pedro Bárcena, volviendo también a reunir su gente, a la que se
agregaron otros dispersos, rechazó a los franceses en Puentes de Soto,
y se sostuvo allí algún tiempo. Pero al fin, amenazándole continuamente
enemigos numerosos, juzgó prudente recogerse a la línea del Narcea,
quedando solo sobre la izquierda, en Pravia, orillas del Nalón, Don
Juan Díaz Porlier. Encomendose entonces el mando del ejército de
operaciones al mencionado Bárcena, hombre sereno y de gran bizarría.
[Sidenote: Don Juan Moscoso.] Ayudaba en todo con sus consejos y
ejemplo el coronel Don Juan Moscoso, jefe de estado mayor, que en el
arte de la guerra era entendido y aun sabio.
[Sidenote: El general Arce.]
El general Arce, amilanado a la vista de los peligros de una invasión
que le cogía desprevenido, resolviose a dejar el mando de la provincia;
mas antes, con intento de poder alegar que estaba concluida la
comisión que le había llevado allí, determinó restablecer la junta
constitucional que Romana a su antojo había destruido, y para ello
ordenó que los concejos nombrasen, según lo hicieron, diputados que
concurriesen a formar la citada corporación; desmoronándose de este
modo la obra levantada por Romana, obra de desconcierto y arbitrariedad.
[Sidenote: Conducta escandalosa de Arce y del consejero Leiva.]
Como quiera que fuese loable la medida de Arce, mirose esta como nacida
de las circunstancias, más bien que del buen deseo de deshacer una
injusticia y de granjearse las voluntades de los asturianos. Dio fuerza
a la opinión que acerca de su partida enunciamos, el que dicho general
y su compañero de comisión, el consejero Leiva, se llevaron consigo, so
color de sueldos atrasados, 16.000 duros. Paso que debe severamente
condenarse en un tiempo en que el hacendado y hasta el hombre del
campo, se privaban de sus haberes por alimentar al soldado, a veces en
apuros y en extrema desdicha.
[Sidenote: Nueva instalación de la junta general del Principado.]
La nueva junta se instaló en Luarca el 4 de marzo, y no desmayando
con la ausencia de Don Antonio Arce, nombró en su lugar a Don José
Cienfuegos, general de la provincia e hijo suyo; formando al mismo
tiempo un consejo de guerra, con cuyo acuerdo se dirigiesen las
operaciones militares.
[Sidenote: Auxilio de Galicia.]
De Galicia llegó luego, en auxilio de Asturias, una corta división de
2000 hombres, con lo que, alentados los jefes, determinaron atacar el
19 de marzo a las tropas francesas. Hízose así acometiendo el grueso
de nuestra fuerza del lado del puente de Peñaflor al mismo tiempo que
se llamaba por la derecha la atención del enemigo, y que Porlier por
la izquierda, embarcándose en la costa, caía sobre las espaldas a
la orilla opuesta del Nalón. [Sidenote: Desampara Bonnet a Oviedo.]
Ejecutada con ventura la maniobra, evacuó Bonnet a Oviedo y no paró
hasta Cangas de Onís; así para reforzarse, como también para ir en
busca de acopios y pertrechos de guerra, que solo muy escoltados podían
llegar a su ejército.
[Sidenote: Se enseñorea por tercera vez de la ciudad.]
Con mayor circunspección que en la ocasión anterior se adelantaron
esta vez los nuestros, sacando además de Oviedo todos los útiles de
la fábrica de armas. Precaución tanto más oportuna, cuanto Bonnet
engrosado y de refresco tornó en breve y obligó a los nuestros a
retirarse, enseñoreándose por tercera vez de la capital el 29 del mismo
marzo. Los españoles se recogieron entonces a su antigua línea del
Nalón, poniendo su derecha en el Padrún, camino real de León, y su
izquierda en Pravia.
Ni aun allí los dejaron quietos por largo tiempo los franceses,
teniendo que refugiarse, después de varios y reñidos choques, las tropas
de Asturias y Porlier a Tineo y Somiedo, y la división gallega al
Navia. Prosiguieron durante abril los reencuentros, sin que les fuese
dable a los enemigos dominar del todo el Principado.
[Sidenote: Estado de Galicia.]
La ocupación de este no se hubiera prolongado a haber puesto la junta
del reino de Galicia mayor esmero en cooperar a que se evacuase.
Dicha autoridad se hallaba instalada desde el mes de enero, y si bien
contaba entre sus individuos hombres de conocido celo e ilustración,
no desplegó sin embargo la conveniente energía, desaprovechando los
muchos recursos que ofrecía provincia tan populosa. Así, ni aumentó en
estos meses considerablemente su ejército, ni tampoco se atrevió al
principio a poner debido coto a los atrevimientos y oposición de la
junta subalterna de Betanzos, harto desmandada.
[Sidenote: Alboroto del Ferrol. Muerte de Vargas.]
Con las reyertas que de aquí y de otras partes nacían, no solo se
descuidaban los asuntos de la guerra, únicos entonces de urgencia, sino
que se dio margen a que en el mes de febrero gente aviesa suscitase
en el Ferrol un alboroto. Fue en él víctima del furor popular el
comandante de arsenales Don José María de Vargas, sirviendo de pretexto
para el motín los atrasos que se debían a la maestranza. Restablecido
el sosiego, formose causa a algunas personas, y castigose con el último
suplicio a una mujer del pueblo que se probó haber sido la que primero
acometió e hirió al desgraciado Vargas.
La junta de Galicia, disculpándose además, para no ayudar a Asturias,
con los temores de que los franceses invadiesen su propio suelo por el
lado de Astorga, cuya ciudad amenazaban y sitiaron luego, desatendió
las reclamaciones de aquella provincia, ni convino tampoco en adoptar
la proposición que su junta le hizo de nombrar de acuerdo ambas
corporaciones un mismo jefe militar; puesto que la regencia a causa de
la distancia no podía con prontitud acudir al remedio de los males que
causaba la división.
[Sidenote: Mahy, general de las tropas de aquel reino.]
Solo el general Mahy, a quien se había confiado el mando superior de
las tropas de Galicia, procuró por sí y en cuanto pudo auxiliar al
principado. Mas el asedio de Astorga, y tener que cubrir el Bierzo,
obligábanle a permanecer en Lugo y Villafranca con las principales
fuerzas de su ejército, que eran poco considerables.
[Sidenote: Sitio de Astorga.]
No le incomodaron, sin embargo, tanto como temiera los franceses,
cuya mira se enderezaba a Portugal; habiéndolos también detenido la
defensa de Astorga, más porfiada de lo que permitía la flaqueza de sus
fortificaciones. Ciudad aquella antigua, nunca fue plaza en los tiempos
modernos, cercándola un muro viejo flanqueado de medios torreones. Tres
arrabales facilitaban su acceso, careciendo de foso, estacada y de
toda obra exterior. La población, antes de 600 vecinos, ahora menguada
con sus muchos padecimientos. En el intermedio que corrió desde el
anterior ataque del pasado octubre hasta el de esta primavera del año
de 1810, se trató de mejorar el estado de sus defensas, fortaleciendo
principalmente el arrabal de Reitibia con fosos, estacadas, cortaduras
y pozos de lobo. Se formaron cuadrillas de paisanos, y la guarnición
ascendía a unos 2800 hombres. Continuaba siendo gobernador Don José
María de Santocildes.
En febrero estaban los franceses alojados en las riberas del Órbigo,
hacia donde los nuestros, para aumentar el repuesto de sus víveres,
extendían las correrías. El 11 del mes el general Loison, con 9000
hombres y seis piezas de campaña, se presentó delante de la ciudad,
haciendo el 16 intimación de rendirse. Contestó a ella negativamente
Santocildes, y entonces el general francés se alejó de la plaza, sin
que por eso cesasen sus guerrillas de tirotearse diariamente con las
nuestras. Así se prosiguió hasta que el 21 de marzo pensaron los
franceses en formalizar el sitio.
Habíase arrimado hacia aquella parte el general Junot, duque de
Abrantes, encargado del mando del 8.º cuerpo, vuelto a formar de nuevo,
y uno de los que habían de componer el ejército que Napoleón destinaba
contra los ingleses de Portugal. Habiéndose Santocildes opuesto a
recibir un pliego que Junot le expidiera, comenzó desde luego este
los trabajos del sitio. Impidieron su progreso los cercados, y aun
el 26 rechazaron una tentativa de los sitiadores sobre el arrabal de
Reitibia. Escaseaban los españoles de cañones, y los que había solo
eran de menor calibre; carecíase también de municiones; abundaba,
sí, el entusiasmo de la tropa y del paisanaje. Por ambos lados se
escaramuzaba sin cesar, manteniendo los sitiados la esperanza de ser
socorridos por el general Mahy, que permanecía en el Bierzo, cuyas
avenidas observaban atentamente los franceses, trabándose a veces pelea
entre unos y otros.
Mientras tanto, concluida el 19 de abril la batería de brecha,
rompieron los enemigos el fuego en el siguiente día con piezas de
grueso calibre, y se dirigieron contra la puerta de Hierro, por donde
aportillaron el muro. Con las granadas se incendió la catedral,
quemándose parte de ella y varias casas contiguas. El vecindario y la
guarnición se defendían con serenidad y denuedo. Practicable a poco
tiempo la brecha, aunque Junot intimó por segunda vez la rendición,
amenazando pasar a cuchillo soldados y moradores, se desechó su
propuesta y se prepararon todos a repeler el asalto. Emprendiéronle
los enemigos, embistiendo a la misma sazón que la brecha abierta en
la puerta de Hierro, el arrabal de Reitibia. Duró el ataque desde la
mañana hasta después de oscurecido. Los sitiados rechazaron con el
mayor valor todas las acometidas sin que los franceses consiguiesen
entrar la ciudad. [Sidenote: Capitula.] Vecinos y militares se
mostraban resueltos a insistir en la defensa, mas desgraciadamente
era imposible. Ya no quedaban sino 24 tiros de cañón, pocos de fusil;
estando además desfogonadas las piezas y rotas sus cureñas. En tal
angustia, reunidas las autoridades, determinaron la entrega. Solo
en el ayuntamiento hubo un anciano de más de 60 años, y de nombre
el licenciado Costilla, [Sidenote: Licenciado Costilla.] imagen por
su esfuerzo de los antiguos varones de León, que levantándose de su
asiento prorrumpió en las siguientes y enérgicas palabras: «Muramos
como numantinos.»
Decidida la rendición, se posesionaron los enemigos de Astorga el 22
de abril, en virtud de capitulación honrosa. Computose la pérdida que
experimentamos en aquel sitio en 200 hombres; superior la de los
contrarios.
De esta manera, los franceses de Castilla asegurando poco a poco su
flanco derecho, y teniendo en suspenso las provincias del norte
mientras José ocupaba las Andalucías, se disponían al propio tiempo,
según veremos en el libro próximo, a invadir a Portugal.
[Sidenote: Aragón.]
Por su lado Suchet trató en Aragón de llamar igualmente la atención
de los españoles moviéndose hacia Valencia. Antes había este general
ocupádose en sosegar su provincia y sobre todo Navarra, cuyo reino
bastantemente tranquilo en un principio, comenzó a rebullir en tanto
grado que con trabajo transitaban los correos franceses, y apenas
era reconocida la autoridad intrusa fuera de la plaza de Pamplona.
[Sidenote: Mina el mozo.] Mina el mozo causaba tamaña mudanza.
Obedecido por todas partes, y nunca descubierto ni vendido, dominaba la
comarca y aun obligó en enero al gobernador de Navarra a entrar con él
en tratos para el canje de prisioneros.
Disgustado el gobierno francés con tener a sus puertas tan osado
enemigo, encomendó al general Suchet el restablecimiento de la
tranquilidad en Navarra. Burló Mina por algún tiempo con su diligencia
y maña los intentos de los franceses, y especialmente los del general
Harispe, encargado en particular de perseguirle. Acosado al fin, no
solo por este, sino también por tropas que se destacaron de hacia
Logroño, y otras que salieron de Pamplona, desbandó su gente y ocultó
sus armas, aguardando reunir de nuevo aquella luego que los enemigos
le dejasen algún respiro. La osadía de Mina era tal que, aun después,
yendo Suchet a Pamplona con objeto de arreglar la administración
francesa, bastante desordenada, disfrazose de paisano y se metió cerca
de Olite en un grupo deseoso de ver pasar en el tránsito al general su
contrario. Arrojo a que también impelía la seguridad con que era dado
recorrer la tierra a los españoles que guerreaban contra los franceses.
[Sidenote: Expedición de Suchet sobre Valencia.]
El general Suchet, compuestas las cosas de Navarra, y llegando allí
de Francia nuevas tropas, tornó a Aragón disponiéndose a invadir
el reino de Valencia. Proyecto que le fue indicado por el príncipe
de Neufchatel, quien, finalizada la campaña de Austria, volvió a
desempeñar el empleo de mayor general de los ejércitos franceses en
España, no obstante el mando en jefe dado al rey José: complicación de
supremacías que causaba, por decirlo de paso, encontradas resoluciones,
señaladamente en las provincias rayanas de Francia. Modificáronse, al
parecer, por otras posteriores las primeras insinuaciones que respecto
a Valencia había hecho el príncipe de Neufchatel; pero no pudiendo
tampoco las últimas calificarse de órdenes positivas, prefirió Suchet
someterse a una terminante y clara que recibió del intruso, escrita
en Córdoba el 27 de enero, según la cual se le prevenía que marchase
rápidamente la vuelta del Guadalaviar. No llegó el pliego a manos de
Suchet hasta el 15 de febrero, siendo dificultosa la travesía por
hormiguear los guerrilleros.
Resuelto el general francés a la empresa, dejó en Aragón alguna
fuerza que amparase las comarcas más amenazadas por los partidarios,
y fortaleció varios puntos. Tres divisiones, en que se distribuían
las reliquias del ejército español de Aragón después de la dispersión
de Belchite, llamaban con particularidad su atención. Era una la que
estaba a las órdenes de Don Pedro Villacampa, situada cerca de Villel,
partido de Teruel, en un campo atrincherado, del que no sin trabajo la
desalojó el general polaco Chlopicki; otra, la que cubría la línea del
Algas, regida por Don Pedro García Navarro, que luego pasó a Cataluña;
y la última, la que andaba entre el Cinca y Segre a cargo de Don Felipe
Perena; divisiones todas no muy bien pertrechadas, pero que contaban
unos 13.000 hombres.
Ascendiendo ahora el primer cuerpo enemigo, con los refuerzos venidos
de Francia, a 30.000 combatientes, érale a Suchet más fácil tener en
respeto a los aragoneses, asegurar las diversas comunicaciones y partir
a su expedición de Valencia, para la cual llevó de 12 a 14.000 soldados
escogidos.
Empezó pues a realizar su plan, y el 25 de febrero llegó en persona a
Teruel. En consecuencia, el general Habert, con una columna de cerca de
5000 hombres, se dirigió el 27 sobre Morella, debiendo continuar por
San Mateo y la costa, y casi al propio tiempo, con la división de Laval
y la brigada de Paris, componiendo en todo unos 9000 soldados, partió
de Teruel, siguiendo la ruta de Segorbe, el mismo Suchet. Al ponerse
en marcha, recibió de París la orden por duplicado [habiendo sido
interceptada la primera] de desistir de la expedición de Valencia y
formalizar los sitios de Lérida y Mequinenza; pero tarde ya para variar
de rumbo, a pesar de la responsabilidad en que incurría, llevó adelante
su propósito.
[Sidenote: Estado de este reino y de la ciudad.]
La fama de la inminente invasión llegó muy en breve a la ciudad de
Valencia, en donde con el temor se desencadenaron las pasiones. El
general Don José Caro, en lugar de dirigirlas al único y laudable
fin de la defensa, fuese miedo, fuese deseo de satisfacer odios y
personales rivalidades, dio rienda suelta a todo linaje de excesos y
a enojosas venganzas. No compensó hasta cierto punto tan reprensible
conducta con activas y oportunas providencias militares: medio seguro
de reprimir los malévolos, y de tener en su favor la gran mayoría de
los honrados ciudadanos. Un año era corrido desde que Caro mandaba, y
ni se había fortificado Murviedro ni otros puntos importantes, ni el
ejército de línea se había aumentado más allá de 11.000 hombres. La
población en parte se encontraba armada, mas tan oportuna providencia
antes bien había nacido de la espontaneidad de los habitantes, que de
disposición enérgica de la autoridad superior; flojedad común a casi
todos los jefes y juntas de España, suplida, en cuanto era dado, por
el buen seso y ánimo de los naturales.
En tanto, las dos columnas francesas avanzaban. La de Morella entró sin
resistencia en la villa y ocupó el castillo, abandonado por el coronel
Miedes. La de Teruel se aproximó a Alventosa, en donde la vanguardia
del ejército valenciano estaba colocada detrás del barranco por donde
corre el Mijares. Al principio, las guerrillas, capitaneadas por Don
José Lamar, alcanzaron ventajas; mas luego, recibida orden de Caro de
replegarse sobre Valencia, y al tiempo que los franceses trataban ya
de envolver la izquierda española, se retiraron los nuestros el 2 de
marzo sobradamente de prisa, pues dejaron abandonados cuatro cañones de
campaña. Entraron después los franceses en Segorbe, ciudad que pillaron
desamparada por los habitadores.
Llegó el 3 a Murviedro el general Suchet, en donde se le juntó con su
columna el general Habert. No estando todavía fortificado aquel sitio,
que lo fue de la antigua y célebre Sagunto, se sometió la ciudad;
encaminándose en seguida a Valencia los enemigos, ya más gozosos por
comenzar a competir desde allí el cultivo del hombre con la lozanía de
la vegetación.
Según se iban los franceses aproximando a la ciudad, crecía en ella la
fermentación, y más se desbocaba Don José Caro en cometer tropelías.
Envió a San Felipe de Játiva la junta superior, y creó una comisión
militar de policía, instrumento de sus venganzas. Cierto que para
ellas había un pretexto honroso en secretos tratos que el enemigo
mantenía dentro de Valencia; pero en vez de solo descargar sobre los
culpados la justicia de las leyes, arrestáronse indistintamente y para
satisfacer enemistades buenos y malos patriotas.
[Sidenote: Malógrasele a Suchet su expedición.]
En tal estado, presentáronse los franceses delante de Valencia el 5 de
marzo, estableciendo Suchet en el Puig su cuartel general. Ocuparon
fuera de los muros, y a la izquierda del Guadalaviar, el arrabal de
Murviedro, el colegio de San Pío V, el palacio real, el convento de la
Zaidía y otros, extendiéndose al Grao y su comarca en gran detrimento
de los pueblos. Intimó el 7 el general Suchet a Don José Caro la
rendición, quien en este caso respondió cual debía. Se mantuvo Suchet
hasta el 10 en las cercanías esperando a que estallase en su favor
dentro de la ciudad una conmoción, mas saliendo fallida su esperanza y
temeroso de las guerrillas que se formaban en su derredor, levantó el
campo en la noche del 10 al 11 y retrocedió por donde había venido.
[Sidenote: Pozoblanco.]
Grande algazara y justa alegría se manifestó en Valencia al saberse el
alejamiento del enemigo. Mas no por eso cesó Caro en sus persecuciones.
Varios de los presos, aunque inocentes, continuaron encarcelados, y
fue ahorcado el barón de Pozoblanco. Dudamos aún si este infeliz era o
no delincuente, y si en realidad había seguido correspondencia con el
enemigo. Natural de la isla de la Trinidad, unían en otro tiempo a él
y a Caro estrechos vínculos, que tuvieron principio cuando el último
visitaba como marino las costas americanas. Convirtiose después en odio
la antigua amistad, y se acusó a Caro de haber usado en aquel lance de
la potestad suprema no imparcial ni desapasionadamente.
[Sidenote: Ventajas de los españoles en Aragón.]
Suchet, al retirarse, se encontró con muchos paisanos armados que se
habían levantado a su espalda, y también con la noticia de que el reino
de Aragón, aprovechándose de su ausencia, comenzaba de nuevo a estar
muy movido. En efecto, Don Pedro Villacampa, revolviendo el 7 de marzo
sobre Teruel, había entrado la ciudad y obligado al coronel Plicque a
encerrarse con su guarnición en el seminario, ya de antes fortificado.
No contento aun así el español, había salido a esperar y cogido en la
venta de Malamadera, a corta distancia de Teruel, un convoy enemigo
procedente de Daroca. Apoderose de 4 piezas, de unos 200 hombres y de
muchas municiones. Otro tanto hizo por opuesto lado con una compañía
de polacos avanzada en Alventosa. El seminario, estrechado por los
nuestros y próximo a caer en sus manos, se libertó el 12 de marzo con
la llegada del ejército de Suchet, que forzó a Villacampa a alejarse.
D. Felipe Perena también por el Cinca había hecho sus correrías,
destruyendo en Fraga el puente y los atrincheramientos enemigos.
El 17 volvió Suchet a Zaragoza, y quiso ante todo acabar con Mina
el mozo, que por su lado se había igualmente adelantado a las Cinco
Villas. Inquietó bastante este caudillo en aquellos días a los
franceses, [Sidenote: Cae prisionero Mina el mozo.] mas, perseguido en
Aragón por el gobernador de Jaca y el general Harispe, y en Navarra por
Dufour, cayó desgraciadamente el 31 en poder de los puestos franceses,
que al cogerle le maltrataron. Sin detención lleváronsele a Francia,
y le encerraron en el castillo de Vincennes, donde permaneció, como
tantos otros españoles, hasta 1814. [Sidenote: Sucédele su tío Espoz
y Mina.] Sucediole su tío, el renombrado Don Francisco Espoz y Mina,
quien con sus hechos y mejor fortuna oscureció las breves glorias de su
sobrino.
Arregladas las cosas de Aragón, trató Suchet de cumplir con lo que se
le había mandado de París, sitiando a Lérida. No por eso estaba bajo su
dependencia Cataluña, encomendada al mariscal Augereau, dejando solo
a cargo del primero el asedio de las plazas que formaban, por decirlo
así, cordón entre aquel principado y las provincias rayanas.
[Sidenote: Estado de Cataluña.]
De luto había cubierto a Cataluña la caída de Gerona. Don Joaquín
Blake, por su parte, no admitiéndole la central la dejación que
repetidamente había hecho de su mando, se separó de autoridad propia
en 10 de diciembre de su ejército, poniendo interinamente a su cabeza
al marqués de Portago. Motivó semejante resolución haber aprobado la
central, contra el dictamen de dicho general, lo determinado por el
congreso catalán de levantar 40.000 hombres de somatén. Blake quería
crear cuerpos de línea y no reuniones informes de indisciplinados
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 14