Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 21

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Evacuaron luego la ciudad, y en agosto sucedió a Bassecourt en el
mando Don José Martínez de San Martín, que también de médico se había
convertido en audaz partidario. Recorría la tierra hasta el Tajo, en
cuyas orillas escarmentó a veces la columna volante que capitaneaba en
Tarancón el coronel francés Forestier.
[Sidenote: En Castilla la Vieja.]
Cundía igualmente voraz el fuego de la guerra al norte de las sierras
de Guadarrama. Sosteníanse los más de los partidarios en otro libro
mencionados, y brotaron otros muchos. De ellos, en Segovia, Don Juan
Abril; en Ávila, Don Camilo Gómez; en Toro, Don Lorenzo Aguilar; y
distinguiose en Valladolid la guerrilla de caballería, llamada de
Borbón, que acaudillaba Don Tomás Príncipe.
Aquí mostrábase el general Kellermann contra los partidarios tan
implacable y severo como antes, portándose, a veces, ya él o ya los
subalternos, harto sañudamente. Hubo un caso que aventajó a todos
en esmerada crueldad. Fue, pues, que preso el hijo de un latonero
de aquella ciudad, de edad de doce años, que llevaba pólvora a las
partidas, no queriendo descubrir la persona que le enviaba, aplicáronle
fuego lento a las plantas de los pies y a las palmas de las manos para
que con el dolor declarase lo que no quería de grado. El niño, firme
en su propósito, no desplegó los labios, y conmoviéronse, al ver tanta
heroicidad, los mismos ejecutores de la pena, mas no sus verdaderos
y empedernidos verdugos. ¿Y quién, después de este ejemplo y otros
semejantes, solo propios de naciones feroces y de siglos bárbaros,
extrañará algunos rigores, y aun actos crueles de los partidarios?
Don Juan Tapia, en Palencia; Don Jerónimo Merino, en Burgos; Don
Bartolomé Amor, en La Rioja, y en Soria Don José Joaquín Durán, ya
unidos, ya separadamente, peleaban en sus respectivos territorios,
o batían la campaña en otras provincias. Eligió la junta de Soria a
Durán, comandante general de su distrito. Siendo brigadier fue hecho
prisionero en la acción de Bubierca, y habiéndose luego fugado,
se mantenía oculto en Cascante, pueblo de su naturaleza. Resolvió
dicha junta este nombramiento [que mereció en breve la aprobación
del gobierno] de resultas de un descalabro que el 6 de septiembre
padecieron en Yanguas sus partidas, unidas a las de La Rioja. Causolo
una columna volante enemiga que regía el general Roguet, quien
inhumanamente mandó fusilar 20 soldados españoles prisioneros, después
de haberles hecho creer que les concedía la vida.
Durán se estableció en Berlanga. Su fuerza, al principio, no era
considerable; pero aparentó de manera que el gobernador francés de
Soria, Duvernet, si bien a la cabeza de 1600 hombres de la guardia
imperial, no osó atacarle solo, y pidió auxilio al general Dorsenne,
residente en Burgos. Por entonces ni uno ni otro se movieron, y dejaron
a Durán tranquilo en Berlanga.
Tampoco pensaba este en hacer tentativa alguna hasta que su gente
fuese más numerosa y estuviese mejor disciplinada. Pero habiéndosele
presentado en diciembre los partidarios Merino y Tapia, con 600
hombres, los más de caballería, no quiso desaprovechar tan buena
ocasión, y les propuso atacar a Duvernet, que a la sazón se alojaba,
con 600 soldados, en Calatañazor, camino del Burgo de Osma. Aprobaron
Merino y Tapia el pensamiento, y todos convinieron en aguardar a los
franceses el 11, a su paso por Torralba. Apareció Duvernet, trabose la
pelea, y ya iba aquel de vencida cuando de repente la caballería de
Merino volvió grupa y desamparó a los infantes. Dispersáronse estos,
tornaron Tapia y su compañero a sus provincias, y Durán a Berlanga,
en donde sin ser molestado continuó hasta finalizar el año de 10,
procurando reparar sus pérdidas y mejorar la disciplina.
[Sidenote: Santander y provincias vascongadas.]
Tomó a su cargo la Montaña de Santander el partidario Campillo,
aproximándose unas veces a Asturias, y otras a Vizcaya, mas siempre con
gran detrimento del enemigo. Mereció por ello gran loa, y también por
ser de aquellos lidiadores que, sirviendo a su patria, nunca despojaron
a los pueblos.
La misma fama adquirió en esta parte Don Juan de Aróstegui, que
acaudillaba en Vizcaya una partida considerable con el nombre de
Bocamorteros. Sonaba en Álava desde principios de año Don Francisco
Longa, de la Puebla de Arganzón, quien en breve contó bajo su mando unos
500 hombres. Pronto rebulló también en Guipúzcoa Don Gaspar Jáuregui,
llamado el Pastor porque soltó el cayado para empuñar la espada.
[Sidenote: Expedición de Renovales a la costa cantábrica.]
Estas provincias vascongadas, así como toda la costa cantábrica, de
suma importancia para divertir al enemigo y cortarle en su raíz las
comunicaciones, habían llamado particularmente la atención del gobierno
supremo, y por tanto, además de las expediciones referidas de Porlier,
se idearon otras. Fue de ellas la primera una que encomendó la regencia
a Don Mariano Renovales. Salió este al efecto de Cádiz, aportó a la
Coruña, y hechos los preparativos, dio de aquí la vela el 14 de octubre
con rumbo al este. Llevaba 1200 españoles y 800 ingleses, convoyados
por 4 fragatas de la misma nación y otra de la nuestra, con varios
buques menores. Mandaba las fuerzas de mar el comodoro Mends.
Fondeó la expedición en Gijón el 17, a tiempo que Porlier peleaba
en los alrededores con los franceses; mas no pudiendo Renovales
desembarcar hasta el 18, diose lugar a que los enemigos evacuasen
aquella villa, y que Porlier, atacado por estos, unidos a los de
afuera, se alejase. Renovales se reembarcó, y el 23 surgió en Santoña;
vientos contrarios no le permitieron tomar tierra hasta el 28; espacio
de tiempo favorable a los franceses que, acudiendo con fuerzas
superiores en auxilio del punto amagado, obligaron a los nuestros
a desistir de su intento. Además, la estación avanzaba y se ponía
inverniza, con anuncios de temporales peligrosos en costa tan brava;
por lo mismo, pareciendo prudente retroceder a Galicia, aportaron los
nuestros a Vivero. Allí, arreciando los vientos, se perdió la fragata
española Magdalena y el bergantín Palomo, con la mayor parte de sus
tripulaciones. Grande desdicha que si en algo pendió de los malos
tiempos, también hubo quien la atribuyese a imprevisión y tardanzas.
[Sidenote: Navarra. Espoz y Mina.]
Causó al principio desasosiego a los franceses esta expedición, que
creyeron más poderosa; pero tranquilizándose después al verla alejada,
pusieron nuevo conato, aunque inútilmente, en despejar el país de las
partidas, perturbándolos en especial Don Francisco Espoz y Mina, que
sobresalió por su intrepidez y no interrumpidos ataques.
A poco de la desgracia de su sobrino, había allegado bastante gente,
que todos los días se aumentaba. Sin aguardar a que fuese muy numerosa,
emprendió ya en abril frecuentes acometidas, y prosiguió los meses
adelante atajando las escoltas y combatiendo los alojamientos
enemigos. Impacientes estos y enfurecidos del fatigoso pelear,
determinaron en septiembre destruir a tan arrojado partidario. Valiose
para ello el general Reille, que mandaba en Navarra, de las fuerzas que
allí había y de otras que iban de paso a Portugal, juntando de este
modo unos 30.000 hombres.
Mina, acosado, para evitar el exterminio de su gente, la desparramó
por diversos lugares, encaminándose parte de ella a Castilla y parte a
Aragón. Guardó él consigo algunos hombres, y más desembarazado, no cesó
en sus ataques, si bien tuvo luego que correrse a otras provincias.
Herido de gravedad, tornó después a Navarra para curarse, creyéndose
más seguro en donde el enemigo más le buscaba. ¡Tal y tan en su favor
era la opinión de los pueblos, tanta la fidelidad de estos!
Antes de ausentarse dio en Aragón nueva forma a sus guerrillas, vueltas
a reunir en número de 3000 hombres, y las repartió en tres batallones y
un escuadrón: confirió el mando de dos de ellos a Curuchaga y a Górriz,
jefes dignos de su confianza. La regencia de Cádiz le nombró entonces
coronel y comandante general de las guerrillas de Navarra; pues estos
caudillos, en medio de la independencia de que disfrutaban, hija de
las circunstancias y de su posición, aspiraban todos a que el gobierno
supremo confirmase sus grados y aprobase sus hechos, reconociéndole
como autoridad soberana y único medio de que se conservase buena
armonía y unión entre las provincias españolas.
Recobrado Mina de su herida, comenzó, al finalizar octubre, otras
empresas, y su gente recorrió de nuevo los campos de Aragón y Castilla
con terrible quebranto de los enemigos. Restituyose en diciembre a
Navarra, atacó a los franceses en Tievas, Monreal y Aibar, y cerrando
dichosamente la campaña de 1810, se dispuso a dar a su nombre, en las
sucesivas, mayor fama y realce.
Júzguese por lo que hemos referido cuantos males no acarrearían las
guerrillas al ejército enemigo. Habíalas en cada provincia, en cada
comarca, en cada rincón: contaban algunas 2000 y 3000 hombres, la
mayor parte 500 y aun 1000. Se agregaron las más pequeñas a las más
numerosas, o desaparecieron, porque como eran las que por lo general
vejaban los pueblos, faltábales la protección de estos, persiguiéndolas
al propio tiempo los otros guerrilleros, interesados en su buen
nombre y a veces también en el aumento de su gente. No hay duda que
en ocasiones se originaron daños a los naturales, aun de las grandes
partidas; pero los más eran inherentes a este linaje de guerra,
pudiéndose resueltamente afirmar que, sin aquellas, hubiera corrido
riesgo la causa de la independencia. Tranquilo poseedor el enemigo de
extensión vasta de país, se hubiera entonces aprovechado de todos sus
recursos transitando por él pacíficamente, y dueño de mayores fuerzas,
ni nuestros ejércitos, por más valientes que se mostrasen, hubieran
podido resistir a la superioridad y disciplina de sus contrarios,
ni los aliados se hubieran mantenido constantes en contribuir a la
defensa de una nación cuyos habitantes doblaban mansamente la cerviz a
la coyunda extranjera.
[Sidenote: Cortes.]
Tregua ahora a tanto combate, y lanzándonos en el campo no menos vasto
de la política, hablemos de lo que precedió a la reunión de cortes, las
cuales, en breve congregadas, haciendo bambolear el antiguo edificio
social, echaron al suelo las partes ruinosas y deformes, y levantaron
otro que si no perfecto, por lo menos se acomodaba mejor al progreso
de las luces del siglo, y a los usos, costumbres y membranzas de las
primitivas monarquías de España.
[Sidenote: Remisa la regencia en convocarlas.]
Desaficionada la regencia a la institución de cortes, había postergado
el reunirlas, no cumpliendo debidamente con el juramento que había
prestado al instalarse «de contribuir a la celebración de aquel augusto
congreso en la forma establecida por la suprema junta central, y en
el tiempo designado en el decreto de creación de la regencia.» Cierto
es que en este decreto aunque se insistía en la reunión de cortes ya
convocadas para el 1.º de marzo de 1810, se añadía: «si la defensa del
reino... lo permitiere.» Cláusula puesta allí para el solo caso de
urgencia, o para diferir cortos días la instalación de las cortes; pero
que abría ancho espacio a la interpretación de los que procediesen con
mala o fría voluntad.
[Sidenote: Clamor general por ellas.]
Descuidó pues la regencia el cumplimiento de su solemne promesa, y
no volvió a mentar ni aun la palabra cortes sino en algunos papeles
que circuló a América, las más veces no difundidos en la península,
y cortados a traza de entretenimiento para halagar los ánimos de los
habitantes de ultramar. Conducta extraña que sobremanera enojó, pues
entonces ansiaban los más la pronta reunión de cortes, considerando
a estas como áncora de esperanza en tan deshecha tormenta. Creciendo
los clamores públicos, se unieron a ellos los de varios diputados de
algunas juntas de provincia, los cuales residían en Cádiz, y trataron
de promover legalmente asunto de tanta importancia. Temerosa la
regencia de la común opinión, y sabedora de lo que intentaban los
referidos diputados, resolvió ganar a todos por la mano, suscitando
ella misma la cuestión de cortes, ya que contase deslumbrar así y dar
largas, o ya que, obligada a conceder lo que la generalidad pedía,
quisiese aparentar que solo la estimulaba propia voluntad y no ajeno
impulso. A este fin, llamó el 14 de junio a Don Martín de Garay, y le
instó a que esclareciese ciertas dudas que ocurrían en el modo de la
convocación de cortes, no hallándose nadie más bien enterado en la
materia que dicho sujeto, secretario general e individuo que había sido
de la junta central.
[Sidenote: Las piden diputados de las juntas de provincia.]
No por eso desistieron de su intento los diputados de las provincias,
y el 17 del propio junio comisionaron a dos de ellos para poner en
manos de la regencia una exposición enderezada a recordar la prometida
reunión de cortes. Cupo el desempeño de este encargo a Don Guillermo
Hualde, diputado por Cuenca, y al conde de Toreno [autor de esta
historia], que lo era por León. Presentáronse ambos, y después de haber
el último obtenido venia, leído el papel de que eran portadores,
alborotose bastantemente el obispo de Orense, no acostumbrado a oír y
menos a recibir consejos. Replicaron los comisionados, y comenzaban
unos y otros a agriarse, cuando, terciando el general Castaños,
amansáronse Hualde y Toreno, y templando también el obispo su ira
locuaz y apasionada, humanose al cabo; y así él como los demás regentes
dieron a los diputados una respuesta satisfactoria. Divulgado el
suceso, remontó el vuelo la opinión de Cádiz, mayormente habiendo su
junta aprobado la exposición hecha al gobierno, y sostenídola con otra
que a su efecto elevó a su conocimiento en el día siguiente.
[Sidenote: Decreto de convocación. (* Ap. n. 12-2.)]
Amedrentada la regencia con la fermentación que reinaba, promulgó
el mismo 18 un decreto,[*] por el que, mandando que se realizasen
a la mayor brevedad las elecciones de diputados que no se hubiesen
verificado hasta aquel día, se disponía además que en todo el próximo
agosto concurriesen los nombrados a la Isla de León, en donde luego
que se hallase la mayor parte, se daría principio a las sesiones.
Aunque en su tenor parecía vago este decreto, no fijándose el día de
la instalación de cortes, sin embargo la regencia soltaba prendas que
no podía recoger, y a nadie era ya dado contrarrestar el desencadenado
ímpetu de la opinión.
[Sidenote: Júbilo general en la nación.]
Produjo en Cádiz, y seguidamente en toda la monarquía, extremo
contentamiento semejante providencia, y apresuráronse a nombrar
diputados las provincias que aún no lo habían efectuado, y que gozaban
de la dicha de no estar imposibilitadas para aquel acto por la
ocupación enemiga. En Cádiz empezaron todos a trabajar en favor del
pronto logro de tan deseado objeto.
[Sidenote: Dudas de la regencia sobre convocar una segunda cámara.]
La regencia, por su parte, se dedicó a resolver las dudas que, según
arriba insinuamos, ocurrían acerca del modo de constituir las cortes.
Fue una de las primeras la de si se convocaría o no una cámara de
privilegiados. En su lugar vimos cómo la junta central dio antes de
disolverse un decreto, llamando bajo el nombre de estamento o cámara de
dignidades a los arzobispos, obispos y grandes del reino; pero también
entonces vimos como nunca se había publicado esta determinación. En
la convocatoria general de 1.º de enero, ni en la instrucción que la
acompañaba, no había el gobierno supremo ordenado cosa alguna sobre su
posterior resolución: solo insinuó en una nota que igual convocatoria
se remitiría «a los representantes del brazo eclesiástico y de la
nobleza.» Las juntas no publicaron esta circunstancia, e ignorándola
los electores, habían recaído ya algunos de los nombramientos en
grandes y en prelados.
Perpleja con eso la regencia, empezó a consultar a las corporaciones
principales del reino sobre si convendría o no llevar a cumplida
ejecución el decreto de la central acerca del estamento de
privilegiados. Para acertar en la materia, de poco servía acudir a los
hechos de nuestra historia.
[Sidenote: Costumbre antigua.]
Antes que se reuniesen las diversas coronas de España en las sienes
de un mismo monarca, había la práctica sido varia, según los estados
y los tiempos. En Castilla desaparecieron del todo los brazos del
clero y de la nobleza después de las cortes celebradas en Toledo en
1538 y 1539. Duraron más tiempo en Aragón; pero colocada en el solio,
al principiar el siglo XVIII, la estirpe de los Borbones, dejaron en
breve de congregarse separadamente las cortes en ambos reinos, y solo
ya fueron llamadas para la jura de los príncipes de Asturias. Por
primera vez se vieron juntas, en 1709, las de las coronas de Aragón
y Castilla, y así continuaron hasta las últimas que se tuvieron en
1789, no asistiendo ni aun a estas, a pesar de tratarse algún asunto
grave, sino los diputados de las ciudades. Solo en Navarra proseguía la
costumbre de convocar a sus cortes particulares el brazo eclesiástico y
el militar, o sea de la nobleza. Pero además de que allí no entraban en
el primero exclusivamente los prelados, sino también priores, abades y
hasta el provisor del obispado de Pamplona, y que del segundo componían
parte varios caballeros sin ser grandes ni titulados, no podía servir
de norma tan reducido rincón a lo restante del reino, señaladamente
hallándose cerca, como para contrapuesto ejemplo, las provincias
vascongadas, en cuyas juntas, del todo populares, no se admiten ni aun
los clérigos. Ahora había también que examinar la índole de la presente
lucha, su origen y su progreso.
La nobleza y el clero, aunque entraron gustosos en ella, habían obrado
antes bien como particulares que como corporaciones, y lo más elevado
de ambas clases, los grandes y los prelados no habían por lo general
brillado ni a la cabeza de los ejércitos, ni de los gobiernos, ni de
las partidas. Agregábase a esto la tendencia de la nación, desafecta
a jerarquías, y en la que reducidos a estrechísimos límites los
privilegios de los nobles, todos podían ascender a los puestos más
altos sin excepción alguna.
[Sidenote: Opinión común en la nación.]
Mostrábase en ello tan universal la opinión que, no solo la apoyaban
los que propendían a ideas democráticas, mas también los enemigos de
cortes y de todo gobierno representativo. Los últimos no, en verdad,
como un medio de desorden [había entonces en España acerca del
asunto mejor fe], sino por no contrarrestar el modo de pensar de los
naturales. Ya en Sevilla, en la comisión de la junta central encargada
de los trabajos de cortes, los señores Riquelme y Caro, que apuntamos
desamaban la reunión de cortes, una vez decidida esta, votaron por
una sola cámara indivisa y común, y el ilustre Jovellanos por dos:
Jovellanos, acérrimo partidario de cortes y uno de los españoles más
sabios de nuestro tiempo. Los primeros seguían la voz común: guiaban al
último reglas de consumada política, la práctica de Inglaterra y otras
naciones. Entre los comisionados de las juntas residentes en Cádiz,
fue el más celoso en favor de una sola cámara Don Guillermo Hualde, no
obstante ser eclesiástico, dignidad de chantre en la catedral de Cuenca
y grande adversario de novedades. Contradicciones frecuentes en tiempos
revueltos, pero que nacían aquí, repetimos, de la elevada y orgullosa
igualdad que ostenta la jactancia española, manantial de ciertas
virtudes, causa a veces de ruinosa insubordinación.
[Sidenote: Consulta la regencia al consejo reunido.]
La regencia consultó sobre la materia, y otras relativas a cortes, al
consejo reunido. La mayoría se conformó en todo con la opinión más
acreditada, y se inclinó también a una sola cámara. Disintieron del
dictamen varios individuos del antiguo consejo de Castilla, [Sidenote:
Respuesta de este. Voto particular.] de cuyo número fueron el decano
Don José Colón, el conde del Pinar, y los señores Riega, Duque Estrada,
y Don Sebastián de Torres. Oposición que dimanaba, no de adhesión a
cámaras, sino de odio a todo lo que fuese representación nacional:
por lo que en su voto insistieron particularmente en que se castigase
con severidad a los diputados de las juntas que habían osado pedir la
pronta convocación de cortes.
Cundió en Cádiz la noticia de la consulta, junto con la del dictamen
de la minoría, y enfureciéronse los ánimos contra esta, mayormente no
habiendo los más de los firmantes dado al principio del levantamiento,
en 1808, grandes pruebas de afecto y decisión por la causa de la
independencia. De consiguiente, conturbáronse los disidentes al
saber que los tiros disparados en secreto, con esperanza de que se
mantendrían ocultos, habían reventado a la luz del día. Creció su temor
cuando la regencia, para fundar sus providencias, determinó que se
publicase la consulta y el dictamen particular. No hubo entonces manejo
ni súplica que no empleasen los autores del último para alcanzar el
que se suspendiese dicha resolución. Así sucedió, y tranquilizose la
mente de aquellos hombres, cuyas conciencias no habían escrupulizado
en aconsejar a las calladas injustas persecuciones, pero que se
estremecían aun de la sombra del peligro. Achaque inherente a la
alevosía y a la crueldad, de que muchos de los que firmaron el voto
particular dieron tristes ejemplos años adelante, cuando sonó en España
la lúgubre y aciaga hora de las venganzas y juicios inicuos.
[Sidenote: Consulta del consejo de estado.]
Pidió luego la regencia, acerca del mismo asunto de cámaras, el parecer
del consejo de estado, el cual convino también en que no se convocase
la de privilegiados. Votó en favor de este dictamen el marqués de
Astorga, no obstante su elevada clase; del mismo fue Don Benito de
Hermida, adversario en otras materias de cualesquiera novedades.
Sostuvo lo contrario Don Martín de Garay, como lo había hecho en la
central, y conforme a la opinión de Jovellanos.
[Sidenote: No se convoca segunda cámara.]
No pudiendo resistir la regencia a la universalidad de pareceres,
decidió que las clases privilegiadas no asistirían por separado a las
cortes que iban a congregarse, y que estas se juntarían con arreglo al
decreto que había circulado la central en 1.º de enero.
[Sidenote: Modo de elección.]
Según el tenor de este y de la instrucción que le acompañaba,
innovábase del todo el antiguo modo de elección. Solamente en memoria
de lo que antes regía se dejaba que cada ciudad de voto en cortes
enviase por esta vez, en representación suya, un individuo de su
ayuntamiento. Se concedía igualmente el mismo derecho a las juntas de
provincia, como premio de sus desvelos en favor de la independencia
nacional. Estas dos clases de diputados no componían, ni con mucho,
la mayoría, pero sí los nombrados por la generalidad de la población
conforme al método ahora adoptado. Por cada 50.000 almas se escogía un
diputado, y tenían voz para la elección los españoles de todas clases
avecindados en el territorio, de edad de 25 años, y hombres de casa
abierta. Nombrábanse los diputados indirectamente, pasando su elección
por los tres grados de juntas de parroquia, de partido y de provincia.
No se requerían para obtener dicho cargo otras condiciones que las
exigidas para ser elector y la de ser natural de la provincia, quedando
elegido diputado el que saliese de una urna o vasija en que habían de
sortearse los tres sujetos que primero hubiesen reunido la mayoría
absoluta de votos. Defectuoso, si se quiere, este método, ya por ser
sobradamente franco, estableciendo una especie de sufragio universal,
y ya restricto a causa de la elección indirecta, llevaba, sin embargo,
gran ventaja al antiguo, o a lo menos a lo que de este quedaba.
[Sidenote: El antiguo de España.]
En Castilla, hasta entrado el siglo XV, hubo cortes numerosas y a las que
asistieron muchas villas y ciudades, si bien su concurrencia pendió
casi siempre de la voluntad de los reyes, y no de un derecho reconocido
e inconcuso. A los diputados, o sean procuradores, nombrábanlos los
concejos formados de los vecinos, o ya los ayuntamientos, pues estos,
siendo entonces por lo común de elección popular, representaban con
mayor verdad la opinión de sus comitentes, que después, cuando se
convirtieron sus regidurías, especialmente bajo los Felipes austriacos,
en oficios vendibles y enajenables de la corona; medida que, por
decirlo de paso, nació más bien de los apuros del erario que de
miras ocultas en la política de los reyes. En Aragón, el brazo de las
universidades o ciudades, y en Valencia y Cataluña, el conocido con
el nombre de real, constaban de muchos diputados que llevaban la voz
de los pueblos. Cuáles fuesen los que hubiesen de gozar de semejante
derecho o privilegio no estaba bien determinado, pues según nos
cuentan los cronistas Martel y Blancas, solo gobernaba la costumbre.
Este modo de representar la generalidad de los ciudadanos, aunque
inferior, sin duda, al de la central, aparecía, repetimos, muy superior
al que prevaleció en los siglos XVI y XVII, decayendo sucesivamente
las prácticas y usos antiguos, a punto que en las cortes celebradas
desde el advenimiento de Felipe V hasta las últimas de 1789 solo se
hallaron presentes los caballeros procuradores de 37 villas y ciudades,
únicas en que se reconocía este derecho en las dos coronas de Aragón y
Castilla. Por lo que con razón asentaba Lord Oxford, al principio del
siglo XVIII, que aquellas asambleas solo eran ya _magni nominis umbra_.
[Sidenote: Poderes que se dan a los diputados.]
Conferíanse ahora a los diputados facultades amplias, pues además de
anunciarse en la convocatoria, entre otras cosas, que se llamaba la
nación a cortes generales «para restablecer y mejorar la constitución
fundamental de la monarquía», se especificaba en los poderes que
los diputados «podían acordar y resolver cuanto se propusiese en
las cortes, así en razón de los puntos indicados en la real carta
convocatoria, como en otros cualesquiera, con plena, franca, libre
y general facultad, sin que por falta de poder dejasen de hacer cosa
alguna, pues todo el que necesitasen les conferían [los electores] sin
excepción ni limitación alguna.»
[Sidenote: Llámanse a las cortes diputados de las provincias de América
y Asia.]
Otra de las grandes innovaciones fue la de convocar a cortes las
provincias de América y Asia. Descubiertos y conquistados aquellos
países a la sazón que en España iban de caída las juntas nacionales,
nunca se pensó en llamar a ellas a los que allí moraban. Cosa, por
otra parte, nada extraña atendiendo a sus diversos usos y costumbres,
a sus distintos idiomas, al estado de su civilización, y a las ideas
que entonces gobernaban en Europa respecto de colonias o regiones
nuevamente descubiertas, pues vemos que en Inglaterra mismo donde nunca
cesaron los parlamentos, tampoco en su seno se concedió asiento a los
habitadores allende los mares.
Ahora que los tiempos se habían cambiado, y confirmádose solemnemente
la igualdad de derechos de todos los españoles, europeos y
ultramarinos, menester era que unos y otros concurriesen a un congreso
en que iban a decidirse materias de la mayor importancia, tocante a
toda la monarquía que entonces se dilataba por el orbe. Requeríalo así
la justicia, requeríalo el interés bien entendido de los habitantes
de ambos mundos, y la situación de la península, que, para defender
la causa de su propia independencia, debía granjear las voluntades de
los que residían en aquellos países, y de cuya ayuda había reportado
colmados frutos. Lo dificultoso era arreglar en la práctica la
declaración de la igualdad. Regiones extendidas, como las de América,
con variedad de castas, con desvío entre estas y preocupaciones,
ofrecían en el asunto problemas de no fácil resolución. Agregábase la
falta de estadísticas, la diferente y confusa división de provincias
y distritos, y el tiempo que se necesitaba para desenmarañar tal
laberinto, cuando la pronta convocación de cortes no daba vagar, ni
para pedir noticias a América, ni para sacar de entre el polvo de los
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