Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 14

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paisanos. Pero los catalanes, apegados a su antigua manera de guerrear,
hallaron arrimo en el gobierno supremo, desatendiéndose las reflexiones
juiciosas y militares de Blake, quien, en medio de sus conocimientos,
no gozaba de popularidad a causa de su mala estrella.
Ausente este general, no quedó Portago largo tiempo en el mando, pues
cayendo enfermo, dejó en su lugar a Don Jaime García Conde, sustituido
también en breve por el general más antiguo Don Juan Henestrosa. El
congreso catalán, después de expedir varias providencias en favor de la
defensa del principado, tomando para darlas más bien consejo de los
falsos conceptos del provincialismo que de atento e imparcial juicio,
se disolvió y quedó solo para el despacho de los negocios la junta
superior.
El somatén que se había levantado no produjo el efecto que esperaban
los catalanes. Apareció tarde y al caer Gerona, y no queriendo tampoco
los partidos desprenderse de sus respectivos contingentes para
prestarse mutuo auxilio, faltó el necesario concierto. Permaneció en
Vic el grueso del ejército español, teniendo apostado en el Grao de
Olot un cuerpo volante. Clarós estaba hacia Besalú, y Rovira camino de
Figueras, ambos con bastante fuerza a causa de los somatenes que se
les agregaron. Para despejar el país y asegurar las comunicaciones con
Francia marcharon contra ellos los generales Souham y Verdier. Hubo
con este motivo varios reencuentros de los que se contaron algunos
favorables para los somatenes. En los mismos días, el enemigo, que de
todos lados acometía, hizo de Francia inútiles esfuerzos contra el
valle de Arán.
Dispuso en seguida Augereau que 10.000 hombres suyos, yendo sobre Vic,
atacasen el ejército español. Trabáronse por aquella parte desde 1.º
de enero frecuentes y reñidos combates, honrosos para los españoles,
pues con fuerza inferior hicieron rostro a contrarios aguerridos. Pero
viendo los nuestros la superioridad de los franceses, celebraron el 12
consejo de guerra y determinaron replegarse hacia Manresa y Tarrasa,
dejando en Tona una división, al mando del general Porta. [Sidenote:
Varias acciones.] Siguieron aun entonces las refriegas. Los franceses
entraron en Vic, y avanzando se encontraron con los nuestros el 14 y
15, siendo de notar la acción habida en Moya, en la que los generales
O’Donnell y Porta rechazaron a los enemigos, de los que perecieron más
de 200. El primero peleó con ventaja, hasta como soldado y cuerpo a
cuerpo.
Urgíale en tanto al mariscal Augereau, aseguradas en algún modo sus
comunicaciones con Francia, abrir las de Barcelona, plaza que empezaba
a estar apurada por falta de bastimentos. Conveniente era para ello la
toma de Hostalrich, pero no cediendo el gobernador a las intimaciones,
[Sidenote: Bloqueo de Hostalrich.] Augereau, así que ocupó la villa,
dejó al coronel Mazzuchelli encargado de bloquear el castillo. Arrimó
también allí las fuerzas de Souham para alejar a los somatenes, y él en
persona dispúsose a marchar prontamente sobre Barcelona.
La población de esta ciudad había disminuido, careciendo de trabajo
los fabricantes y sus operarios, y avergonzada la mocedad de no acudir
al llamamiento que por medio de su congreso y junta continuamente
les hacía la provincia. El general Duhesme mandaba, como antes en
Barcelona, y con frecuencia se veía obligado a ir en busca de víveres,
teniendo que atacar a los somatenes y a una división que siempre
permaneció en el Llobregat, cuyas fuerzas reunidas estrechaban la
plaza, acorralando a veces dentro de ella a las tropas francesas.
[Sidenote: Va Augereau al socorro de Barcelona.]
Augereau, aunque hostigado por las guerrillas, se adelantó con el
convoy y 9000 hombres, y Duhesme, seguido de unos 2000, salió de
Barcelona hasta Granollers a su encuentro. De hacia Tarrasa desembocó,
para interceptar el socorro, el marqués de Campoverde, al paso que
Orozco, comandante de la división del Llobregat, llamaba de aquel lado
la atención.
[Sidenote: Descalabro de Duhesme en Santa Perpetua y en Mollet.]
Campoverde atacó el 20 en Santa Perpetua a Duhesme, haciéndole 400
prisioneros; juntósele después Porta, que acudió por Casteltersoll,
y ambos en Mollet cayeron sobre el 2.º escuadrón de coraceros y le
cogieron casi entero. Felizmente para la demás tropa del general
Duhesme, llegó a tiempo Augereau, libertando a un batallón que se
defendía en Granollers. En seguida pudieron los franceses sin obstáculo
meter el convoy en Barcelona.
[Sidenote: Entra Augereau en Barcelona.]
Aquel mariscal, cumpliendo de este modo con el principal objeto de su
expedición, quitó a Duhesme el gobierno de aquella plaza, nombró en su
lugar a Mathieu, y se replegó a Hostalrich, temiendo que de nuevo se le
estorbara el paso.
[Sidenote: O’Donnell nombrado general de Cataluña.]
Con tanta mayor razón se mostraba desconfiado, cuanto Don Enrique
O’Donnell iba a capitanear las tropas de Cataluña. Así lo ansiaba el
principado, y el 21 de enero se recibió la orden de la junta central,
a la sazón todavía existente, confiriendo a aquel general el mando
supremo.
O’Donnell, mozo activo y valiente, codicioso de gloria aunque algo
atropellado, se había atraído las voluntades de los catalanes con su
adhesión a la causa de la independencia y su gran intrepidez, mostrada
ya en el primer cerco de Gerona. Ahora, autorizado, empezó a obrar con
diligencia y a mejorar la disciplina. Distribuyó igualmente su ejército
en nuevas brigadas y divisiones, reconcentrando el 6 de febrero en
Manresa casi toda la fuerza disponible. Solo dejó en Martorell y línea
del Llobregat la 3.ª división, a las órdenes del brigadier Martínez.
[Sidenote: Ejército que junta.]
El nuevo general llegó pronto a tener consigo 8000 infantes y 1000
caballos bien dispuestos. El 14 de febrero atacó con feliz éxito a
los enemigos cerca de Moya, y el 19 se aproximó a Vic con ánimo de
desalojarlos. Siguió lo principal de su fuerza el camino que de Tona se
dirige a aquella ciudad, marchando una columna vía de San Cugat hasta
la altura del Vendrell, [Sidenote: Acción de Vic el 19 de febrero.]
donde se paró. A las nueve de la mañana la vanguardia, o sea cuerpo
volante mandado por Sarsfield, rompió el fuego. Una hora después
cundió por toda la línea, sostenido con tenacidad de ambas partes.
Mandaba a los franceses el general Souham. Carecían los nuestros de
cañones, no habiendo podido traerlos por lo fragoso de la tierra; no
más de dos tenían los contrarios. A las doce se reforzaron los últimos
con 2500 hombres que se les juntaron de Vic. Entonces O’Donnell, que
conservaba a sus inmediatas órdenes la división situada en las alturas
del Vendrell, bajó con ella al llano. Avivose el fuego y continuó
reciamente hasta las tres de la tarde, en cuya hora, flanqueado Porta,
que regía el ala izquierda, a pesar de los esfuerzos de O’Donnell
quedaron desbaratados los nuestros y se retiraron a Tona y Collsuspina.
Perdimos, entre muertos y heridos, 900 hombres, otros tantos
prisioneros; no fue corto el daño que experimentaron los franceses,
siendo reñida la acción aunque malograda para los españoles.
[Sidenote: Pertinaz defensa de Hostalrich.]
Aguardaba en el intermedio el mariscal Augereau a orillas del Tordera
refuerzos de Francia, y apretaba la división de Pino el bloqueo de
Hostalrich. Situado este castillo en una elevada cima, enseñorea
el camino de Barcelona, obstruyendo, de consiguiente, en tiempo
de guerra, las comunicaciones. Don Julián de Estrada, entonces
gobernador, resuelto a defenderle hasta el último trance, decía: «Hijo
Hostalrich de Gerona, debe imitar el ejemplo de su madre.» Cumplió
Estrada su palabra, desoyendo cuantas proposiciones se le hicieron de
acomodamiento. Desde el 13 de enero hasta el 20 del mes inmediato,
limitáronse los franceses a bloquear el castillo, mas en aquel día
comenzó horroroso bombardeo.
[Sidenote: Socorre de nuevo Augereau a Barcelona.]
Al propio tiempo fueron llegando a Augereau los refuerzos de Francia
que hicieron ascender su ejército al comenzar marzo a 30.000
combatientes, sin contar la guarnición de Barcelona. Escasa nuevamente
esta plaza de medios, tuvo Augereau que volver a su socorro, y
consiguió, no obstante pérdidas y tropiezos, meter dentro un convoy.
[Sidenote: Retírase O’Donnell a Tarragona.]
Semejante movimiento obligó a O’Donnell a replegarse, mayormente
coincidiendo con la correría que por aquel tiempo hizo Suchet sobre
Valencia. El 21 entró en Tarragona el general español, y acampó en las
cercanías el grueso de su ejército. Juntósele la división aragonesa del
Algas, o sea de Tortosa, compuesta de unos 7000 hombres. No se estuvo
O’Donnell quieto allí sino que luego ejecutó otros movimientos.
[Sidenote: Feliz ataque de D. Juan Caro.]
Tal fue el que verificó al concluirse marzo, noticioso de que en
Villafranca de Panadés se alojaba un trozo bastante considerable de
franceses. Envió, pues, contra ellos a Don Juan Caro, asistido de
6000 hombres. Viendo los enemigos que los nuestros se aproximaban,
se encerraron en el cuartel de aquella villa, fuerte edificio sito a
la entrada, pero en breve, a pesar de su precaución y resistencia,
tuvieron que capitular, cayendo prisioneros 700 hombres. Portose Caro
con destreza y bizarría, y quedó herido.
Sucediole en el mando Campoverde, quien marchó sobre Manresa para darse
la mano con Rovira, siendo el intento de O’Donnell distraer al enemigo,
y si era posible auxiliar a Hostalrich. El general Schwartz hacía por
aquellas partes frente a los somatenes, cuya tenacidad desconcertaba al
francés, y aun le causaba a veces descalabros. En principios de abril
tomó la resistencia tal incremento que, asustado Augereau, salió el
11 de Barcelona y se dirigió a Hostalrich, para impedir los socorros
que los españoles querían introducir en el castillo, como ya lo habían
conseguido una vez, guiados por el coronel Don Manuel Fernández
Villamil.
[Sidenote: Evacúan los españoles a Hostalrich.]
Sin embargo, todo ya era demás. La penuria del fuerte tocaba en su
último punto, faltando hasta el agua de los aljibes, única que surtía a
la guarnición. El bizarro gobernador, los oficiales y soldados habían
todos sobrellevado de un modo el más constante la escasez y miseria
que igualó, si no sobrepasó, la de Gerona. Mas desesperanzado Estrada
de recibir auxilio alguno, y prefiriendo correr los mayores riesgos a
capitular, resolvió salvarse con su gente de la que aún le quedaban
1200 hombres. A las diez de la noche del 12 púsose en movimiento, y
salió por el lado de poniente, descendiendo la colina de carrera. Cruzó
en seguida el camino real, y atravesando la huerta llegó, repelidos los
puestos franceses, a las montañas detrás de Masanas y a Arbucias. Mas
en aquel paraje, descarriado el valiente Estrada, tuvo la desgracia
de caer prisionero, con tres compañías. El resto, que ascendía a 800
hombres, sacole a buen puerto el teniente coronel de artillería Don
Miguel López Baños, quien el 14 entró en Vic, ciudad libre entonces
de franceses. Estrada no se rindió sino después de viva refriega, y
Augereau, aunque incomodado con que se le escapase la mayor parte de
la guarnición, hizo alarde en gran manera de haberse hecho dueño de
su gobernador. [Sidenote: El mariscal Macdonald sucede a Augereau
en Cataluña.] De poco le sirvió tan feliz acaso, pues no tardó en
desgraciarse con Napoleón, quien nombró para sucederle al mariscal
Macdonald. Dícese que contribuyeron a su remoción quejas de Suchet,
desazonado porque no le ayudaba debidamente en sus empresas.
[Sidenote: Parte Suchet a Lérida.]
De estas, una de las principales era la que por entonces, y después de
su retirada de Valencia, intentaba contra Lérida, conformándose con
la orden que se le dio de París. Así después de dejar un tercio de
su fuerza en Aragón, a las órdenes del general Laval, se enderezó con
lo restante a Cataluña. Pero destruido por los españoles el puente
de Fraga, y estando de aquel lado próximo el castillo de Mequinenza,
prefirió Suchet al camino más directo, el de Alcubierre, y estableció
en Monzón sus almacenes y hospitales.
[Sidenote: Entran sus tropas en Balaguer.]
Se hallaba a la sazón en Balaguer Don Felipe Perena con alguna fuerza,
y aunque es ciudad en que no quedan sino reliquias de sus antiguos
muros, interesaba a los franceses su posesión a causa de un famoso
puente de piedra que tiene sobre el Segre. Atento a ello, ordenó Suchet
al general Habert que atacase a los españoles. Mas Perena, creyendo
ser desacuerdo resistir a fuerzas tan superiores, cejó a Lérida, y los
franceses entraron en Balaguer el 4 de abril.
[Sidenote: Sitio de Lérida.]
El 13 embistió Suchet aquella plaza. Asentada Lérida a la derecha del
Segre, río que también allí se cruza por hermoso puente, ha sido desde
tiempos remotos ciudad muy afamada. En sus alrededores acabó César con
Afranio y Petreyo, del partido pompeyano, y antes, cuando estos ocupaban
la ciudad, pasó aquel caudillo grandes angustias, acampado en la altura
en donde ahora se divisa el fuerte de Garden. En la defensa de este,
y sobre todo en la del castillo, colocado al extremo opuesto del lado
del norte, en la cumbre de un cerro, consiste la principal fortaleza de
Lérida, si bien ambos no se prestan entre sí grande ayuda. Muro sin
foso ni camino cubierto, parte con baluartes, parte con torreones,
rodea lo demás del recinto. Algunas obras nuevas se habían ejecutado, a
saber: una a la entrada del puente, y también dos reductos, llamados del
Pilar y San Fernando, en la meseta de Garden, en el paraje opuesto a la
plaza, fuera de cuyos muros está situado aquel fuerte. La población, que
ya ascendía a más de 12.000 almas, se hallaba aumentada con los paisanos
que del campo se habían refugiado dentro. Contaba la guarnición 8000
hombres, inclusa la tropa de Perena. Mandaba como gobernador Don Jaime
García Conde.
Todavía los franceses no habían empezado los trabajos del sitio, y ya
Don Enrique O’Donnell pensó en hacer levantarle, o por lo menos en
socorrer la plaza. Ignoraba su intento el general francés, por lo que
el 21 de abril avanzó este hasta Tárrega, temiendo solo a Campoverde,
que vimos se adelantara hacia Manresa; tanto sigilo guardaban los
catalanes, de rara y laudable fidelidad.
[Sidenote: Desgraciada tentativa de O’Donnell para socorrer la plaza.]
O’Donnell se había el día antes puesto en marcha con 6000 infantes
y 600 caballos, y el 22, sabiendo por el gobernador de Lérida que
parte del ejército francés se había alejado de la plaza, miró como
asegurada su empresa. Empezó, pues, O’Donnell en la mañana del 23 a
aproximarse a la ciudad, siguiendo el llano de Margalef, repartida
su fuerza en tres columnas, una más avanzada por el camino real, las
otras dos por los costados. Desgraciadamente, sabedor al fin Suchet de
la salida de O’Donnell de Tarragona, tornó de priesa hacia Lérida, y
tomó oportunas disposiciones para que se malograse el plan del general
español. Caminaba este confiado en su triunfo, cuando de repente se vio
arremetido por fuerzas considerables. El general Harispe trabó luego
pelea con la 1.ª columna, y Musnier, saliendo de Alcoletge, acometió
a la que iba por la derecha del camino. Los nuestros se desordenaron,
principalmente la caballería, arrollada por un regimiento de coraceros.
O’Donnell, aunque sobrecogido con tal contratiempo, pudo juntar parte
de su gente, y antes de anochecer retirarse con ella en buen orden
camino de Montblanch. La pérdida de las dos columnas atacadas fue sin
embargo considerable, quedando prisioneros batallones enteros.
Los franceses, queriendo aprovecharse del terror que aquel descalabro
infundiría en los leridanos, embistieron en la misma noche los reductos
del fuerte de Garden. Dichosos los enemigos al principio en el ataque
del Pilar, salieron mal en el de San Fernando, teniendo que retirarse,
y aun evacuar el primero que ya habían ocupado.
Al día siguiente tanteó el general Suchet el ánimo del gobernador,
proponiendo a este, para hacerle ver lo inútil de la defensa, que
enviase personas de su confianza que por sí mismos examinasen la
pérdida que en el día anterior habían los españoles padecido en
Margalef. La réplica de García Conde fue enérgica y concisa. «Señor
general, dijo, esta plaza nunca ha contado con el auxilio de ningún
ejército.» Lástima que a las palabras no correspondiesen los hechos,
como en Zaragoza y Gerona.
Empezaron los franceses el 29 de abril los trabajos de trinchera,
escogiendo por frente de ataque el espacio que media entre el baluarte
de la Magdalena y el del Carmen, que era por donde embistió la plaza
el duque de Orleans en la guerra de sucesión.
Los sitiados no repelieron con grande empeño los aproches del enemigo.
Así, esta defensa no fue larga ni digna de memoria. Merece, no obstante,
honrosa excepción la resistencia que hizo, en la noche del 12 al 13 de
mayo, el reducto de San Fernando, ya bien sostenido, como arriba hemos
dicho, en una primera acometida. En la última se defendió con tal
tenacidad que de 300 hombres que le guarnecían apenas sobrevivieron 60.
Los franceses asaltaron el 13 del mismo mes la ciudad, y la entraron
sin tropezar con extraordinarios impedimentos. La guarnición se recogió
al castillo, en donde también se metieron casi todos los habitantes,
viendo que los acometedores no les daban cuartel. Crueldad ejecutada
de intento, para que hacinados muchos individuos en corto recinto
obligaran al gobernador a rendirse. Hubiera sin embargo García Conde
podido despejar aquella fortaleza echando fuera la gente inútil; pero
Suchet, para no desaprovechar la ocasión de acabar en breve el sitio,
empezó desde luego a tirar bombas, las cuales cayendo sobre tantas
personas apiñadas en reducido espacio, causaron en poco tiempo el
mayor estrago. [Sidenote: Entran los franceses en Lérida y ríndese su
castillo.] Blandeando el ánimo de García Conde con los lamentos de
mujeres, niños y ancianos, y forzado hasta cierto punto por la junta
corregimental, que creía que nada importaba la defensa del castillo si
la ciudad perecía, capituló el 14, habiendo los franceses concedido a
la guarnición los honores de la guerra. Ejemplo que siguió el fuerte
de Garden. Pérdida sensible la de Lérida, conquista que abría a los
invasores las comunicaciones entre Aragón y Cataluña.
Tachose a García Conde de traidor, opinión que adquirió crédito con
haber después abrazado el partido del gobierno intruso. Lo cierto es
que era hombre de limitados alcances, y juzgamos que su conducta más
bien dimanó de esto y de fatal desdicha que de premeditada maldad.
[Sidenote: También el fuerte de las Medas.]
Por entonces, para que las desgracias vinieran juntas, ocuparon también
los franceses el fuerte de la isla de las Medas, al embocadero del Ter,
puesto importante malamente entregado por el gobernador español, Don
Agustín Cailleaux.
Así iban de caída las cosas de Cataluña, no habiendo acontecido en lo
restante de mayo y en el inmediato junio sino acometidas parciales
de somatenes y guerrilleros, que siempre hostigaban al enemigo. Don
Enrique O’Donnell, molestado de sus heridas, dejó por unos pocos días
su puesto a Don Juan María de Villena. Contaba el ejército a pesar de
sus pérdidas 21.798 hombres, inclusas las guarniciones de las plazas,
entre las que Tarragona se miraba como la base de las operaciones. En
esta ciudad volvió O’Donnell a empuñar el 1.º de julio el bastón del
mando, con objeto de instalar allí el 17 del mismo mes un congreso
catalán, que de nuevo había convocado para reanimar el espíritu algo
abatido de los naturales, y buscar medio de oponerse con fuerza al
mariscal Macdonald, quien daba muestras de obrar activamente.
[Sidenote: Sucesos de Aragón.]
Por su parte el general Suchet, terminada la expedición de Lérida,
pensó en poner sitio a la plaza de Mequinenza. Mientras duró el de
la primera hubo muchos y parciales combates, ya en las comarcas
septentrionales de Cataluña que lindan con Aragón, y ya en Aragón
mismo. Aquí hizo contra los franceses de Alcañiz una tentativa
infructuosa Don Francisco de Palafox, destinado por la regencia a
aquellas partes, siendo más afortunado Don Pedro Villacampa en una
sorpresa que dio el 13 de mayo a los enemigos en Purroy, partido de
Calatayud, en donde cogió al comandante Petit con un convoy y más de
100 hombres.
Las ventajas conseguidas por aquel caudillo irritaron a los franceses,
quienes desde el 14 de mayo se pusieron a perseguirle, partiendo de
Daroca el general Chlopicki. Fuese retirando Villacampa, y no paró
hasta Cuenca. Siguieron de cerca su huella los enemigos, sin llegar
a aquella ciudad, pero dejando rastra de su paso en Molina y demás
pueblos del camino. Diversos choques de menor importancia acaecieron
también en otros puntos de Aragón, porfiado pelear que cansaba
sobremanera a los franceses.
[Sidenote: Sitio de Mequinenza.]
Del 15 al 20 de mayo embistió el general Musnier la plaza de
Mequinenza, importante por su situación y necesaria para enseñorear
el Ebro. Villa esta de 1500 vecinos, estriba su principal defensa en
el castillo, antigua casa fuerte de los marqueses de Aytona, colocado
en lo alto de una elevada montaña, de áspera e inaccesible subida por
todos lados, excepto por el de poniente, que se dilata en planicie,
cuyo frente amparan un camino cubierto, foso y terraplén abaluartado
revestido de mampostería. Guarnecían la plaza 1200 hombres. Gobernábala,
como antes, el coronel Don Manuel Carbón, y dirigía la artillería Don
Pascual Antillón, ambos oficiales muy distinguidos.
No tenía el castillo otros aproches sino los que ofrecía a la parte
occidental la planicie mencionada, y no era cosa fácil traer hasta
ella artillería. Pronto discurrió la diligencia francesa medio de
conseguirlo, abriendo desde Torriente y por la cima de las montañas
un camino que viniese a dar al punto indicado. Tuvieron los enemigos
concluida su obra el 1.º de junio, y en el intermedio no descuidaron
tomar en rededor y en ambas orillas del Ebro, y en las del Segre
su tributario, los puestos importantes. [Sidenote: La toman los
franceses.] Entraron los sitiadores la villa en la noche del 4 al 5, la
saquearon y prendieron fuego a muchas casas. Las tropas se refugiaron
en el castillo. El gobernador resistió allí cuanto pudo los ataques
de los franceses, mas, arruinadas ya las principales defensas y no
habiendo abrigo alguno contra los fuegos enemigos, se entregó el 8,
quedando la guarnición prisionera de guerra.
[Sidenote: Toman también el castillo de Morella.]
La víspera de la rendición había llegado a Mequinenza el general
Suchet, quien deseando sacar de su triunfo la mayor ventaja, despachó
dos horas después de la entrega al general Montmarie para que se
apoderase del castillo de Morella, lo que ejecutó dicho general sin
obstáculo el 13 de junio. Posesión que, aunque no tan importante como
la de Mequinenza, éralo bastante por estar situado aquel fuerte en
los confines de Aragón y Valencia, y porque así iban los franceses
preparándose a nuevas empresas, y afianzaban poco a poco y de un modo
sólido su dominación.
[Sidenote: Cádiz.]
No obstante, hallábase esta lejos de arraigarse. Los pueblos
continuaban casi por todas partes haciendo guerra a muerte a los
invasores, y la Isla gaditana, punto céntrico de la resistencia, no
solo mantenía la llama sagrada del patriotismo, sino que la fomentaba
procurando además acrecer y mejorar en su recinto las fortificaciones.
[Sidenote: Toman los franceses a Matagorda.]
De nada influyó para no llevar adelante semejante propósito la pérdida
de Matagorda, acaecida el 22 de abril. Situado aquel castillo no
lejos de la costa del caño del Trocadero, sostuviéronle con tenacidad
los ingleses, encargados de su defensa, y solo le abandonaron ya
convertido en ruinas. Luego mostró la experiencia lo poco que sus
fuegos perjudicaban a las comunicaciones por agua, y sus proyectiles a
la plaza.
[Sidenote: Manda Blake el ejército de la Isla.]
El mismo día de la evacuación del mencionado fuerte fondeó en bahía,
viniendo del reino de Murcia, Don Joaquín Blake, nombrado por la
regencia para suceder al de Alburquerque en el mando de la Isla
gaditana, cuyas fuerzas, sin contar las de los aliados ni la milicia
armada, ascendían de 17 a 18.000 hombres, engrosado el ejército con
los dispersos y reliquias que de la costa aportaban, y con nuevos
alistados, que acudían hasta de Galicia. A la llegada de Blake
considerose dicho ejército como parte integrante del denominado del
centro, que se alojaba en el reino de Murcia, repartiéndose entre
ambos puntos las divisiones en que se distribuía.
[Sidenote: Trasládase a Cádiz la regencia.]
El consejo de regencia trasladose el 29 de mayo de la Isla de León a
Cádiz, y escogió para su morada el vasto edificio de la aduana. Se le
reunió por aquellos días el obispo de Orense, que no había hasta el 26
arribado al puerto, retardado su viaje por la distancia, ocupaciones
diocesanas y malos tiempos.
[Sidenote: Varan en la costa dos pontones de prisioneros.]
En este mes nada muy importante en lo militar avino en Cádiz, sino
el haber varado en la costa de enfrente los pontones _Castilla_ y
_Argonauta_, llenos de prisioneros franceses. Aprovecháronse los que
estaban a bordo del primero de un furioso huracán que sopló en la noche
del 15 al 16 para desamarrar el buque y dar a la costa; eran unos
700, los más oficiales. Imitáronlos el 26 los del _Argonauta_, 600 en
número, sin que pudiesen estorbar su desembarco nuestras baterías y
cañoneras.
[Sidenote: Trato de estos.]
Con este motivo han clamoreado muchos extranjeros, y lo que es más
raro, ingleses, contra el mal trato dado a los prisioneros, y sobre
todo contra la dureza de mantenerlos tanto tiempo en la estrechura de
unos pontones. Nos lastimamos del caso y reprobamos el hecho, pero
ocupadas o invadidas a cada paso las más de nuestras provincias,
imposible era para custodia de aquellos buscar dentro de la península
paraje seguro y acomodado. La Gran Bretaña, libre y poderosa, permitió
también que en pontones gimiesen largos años sus muchos prisioneros.
Quisiéramos que nuestro gobierno no hubiese seguido tan deplorable
ejemplo, dando así justa ocasión de censura a ciertos historiadores de
aquella nación, tan prontos a tachar excesos de otros como lentos en
advertir los que se cometen en su mismo suelo.
[Sidenote: Pasan a las Baleares, su trato allí.]
El gobierno español, sin embargo, había resuelto suavizar la suerte de
muchos de aquellos desgraciados, enviando a unos a las islas Canarias
y a otros a las Baleares. Dichosos los primeros, no cupo a los últimos
igual ventura. Alborotados contra ellos los habitantes de Mallorca y
Menorca, a causa de la relación que de las demasías del ejército francés
les venían de la península, necesario fue conducirlos a la isla de
Cabrera, siendo al embarco maltratados muchos, y aun algunos muertos.
Aquella isla al sur de Mallorca, si bien de sano temple y no escasa de
manantiales, estaba solo poblada de árboles bravíos sin otro albergue
más que el de un castillo. Suministráronse tiendas a los prisioneros,
pero no las bastantes para su abrigo, como tampoco instrumentos con
que pudiesen suplir la falta de casas, fabricando chozas. Unos 7000 de
ellos la ocuparon, y llegó a colmo su miseria, careciendo a veces hasta
del preciso sustento, ora por temporales que impedían o retardaban los
envíos, ora también por flojedad y descuido de las autoridades. Feo
borrón que no se limpia con haber en ello puesto al fin las cortes
conveniente remedio, ni menos con el bárbaro e inhumano trato que
al mismo tiempo daba el gobierno francés a muchos jefes e ilustres
españoles, sumidos en duras prisiones y castillos, pues nunca la
crueldad ajena disculpó la propia.
[Sidenote: Resistencia en las Andalucías.]
Entre tanto el gobierno español no solo atendió en su derredor a
la defensa de la Isla gaditana, sino que también pensó en divertir
la atención del enemigo, molestándole en las mismas Andalucías y
provincias aledañas. Dos de los puntos que para ello se presentaban
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