Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 16

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Richard, haciéndole pasar por el mismo Kolly. Abocose primero en 6 de
abril con Amézaga el disfrazado espía; mas los príncipes, rehusando dar
oídos a la proposición, denunciaron a Richard, como emisario inglés,
al gobernador de Valençay Mr. Berthemy, ora porque en realidad no se
atrevieran a arrostrar los peligros de la huida, ora más bien porque
sospecharan ser Richard un echadizo de la policía. Terminose aquí
este negocio, en el que no se sabe si fue más de maravillar la osadía
de Kolly, o la confianza del gobierno inglés en que saliera bien una
empresa rodeada de tantas dificultades y escollos.
[Sidenote: Cartas de Fernando.]
Publicose en el _Monitor_, con la mira sin duda de desacreditar a
Fernando, una relación del hecho acompañada de documentos, y antes en
el mismo año se habían ya publicado otros, de que insertamos parte en
un apéndice de los libros anteriores. Entre aquellos de que aún no
hemos hablado, pareció notable una carta [Sidenote: (* Ap. n. 11-11.)]
que Fernando había escrito a Napoleón en 6 de agosto de 1809,[*]
felicitándole por sus victorias. Notable también fue otra de 4 de
abril de 1810,[*] [Sidenote: (* Ap. n. 11-12.)] del mismo príncipe a
Mr. Berthemy, en que decía: «lo que ahora ocupa mi atención es para
mí un objeto del mayor interés. Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo
de S. M. el emperador, nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta
adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por
mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y
entera obediencia a sus intenciones y deseos.» No se esparcían mucho
por España estos papeles, y aun los que los leían considerábanlos como
pérfido invento de Napoleón. A no ser así, ¡qué terrible contraste
no hubiera resaltado entre la conducta del rey, y el heroísmo de la
nación!


RESUMEN
DEL
LIBRO DUODÉCIMO.

_Ejército francés que se destina a Portugal. Mariscal Massena, general
en jefe. — Sitio de Ciudad Rodrigo. — Herrasti, su gobernador. —
Situación de Wellington. — Don Julián Sánchez. — Capitula la plaza. —
Gloriosa defensa. — Clamores contra los ingleses por no haber socorrido
la plaza. — Excursión de los franceses hacia Astorga y Alcañices. —
Toman la Puebla de Sanabria. — La pierden. — La ocupan de nuevo. —
Campaña de Portugal. — Estado de este reino y de su gobierno. — Plan de
Lord Wellington. — Fuerza que mandaba. — Subsidios que da Inglaterra.
— Posición de Wellington. Devastación del país. — Líneas de Torres
Vedras. — Dicho de Wellington a Álava. — Preparativos y fuerza de
los franceses. — Escaramuzas. Fuerte de la Concepción. — Combate
del Coa. — Sitio de Almeida. — Vuélase. — Capitula. — Proscripciones
y prisiones en Lisboa. — Temores de los ingleses. — Repliégase
Wellington. — Dificultades que tiene Massena. — Aguíjale Napoleón.
— Empieza Massena la invasión. — Posición de Wellington y medidas
que toma. — Descripción del valle de Mondego. — Distribución de los
cuerpos de Massena. — Muévese sobre Celórico y Viseo. — Entran sus
avanzadas en Viseo. — Continúa Wellington su retirada. — Ataca Trant
la artillería y equipajes franceses. — Detiénese Wellington en Buçaco.
— Acción de Buçaco. — Cruza Massena la sierra de Caramula. — Los
franceses en Coimbra. — Condeixa. — Desórdenes en el ejército inglés.
— Sorprende Trant a los franceses de Coimbra. — Alcoentre. — Alenquer.
— Los ingleses en las líneas. — Massena no las ataca. — Formidable
fuerza y posición de Wellington. — Únesele con dos divisiones Romana.
— Moléstase también al enemigo fuera de las líneas. — Don Carlos de
España. — Situación crítica de los franceses. — Galicia. — Asturias.
— Expediciones de Porlier por la costa. — Extremadura. — Refriega en
Cantaelgallo. — En Fuente de Cantos. — Expedición de Lacy a Ronda. — Al
condado de Niebla. — Situación de esta comarca. — Operaciones en Cádiz.
— Fuerza sutil de los enemigos. — Fuerzas de los aliados en Cádiz y la
Isla. — Blake en Murcia. — Sebastiani se dirige a Murcia. — Medidas
que toma Blake. — Se retira Sebastiani. — Insurrecciones en el reino
de Granada. — Expedición contra Fuengirola y Málaga. — Avanza Blake a
Granada. — Acción de Baza, 3 de noviembre. — Provincias de Levante. —
Valencia. — Choques en Morella y Albocácer. — Avanza Caro y se retira.
— Caro huye de Valencia. — Le sucede Bassecourt. — Cataluña. — Su
congreso. — O’Donnell. — Macdonald. — Convoyes que lleva a Barcelona. —
Ejército español de Cataluña. — Intenta Suchet sitiar a Tortosa. — Sus
disposiciones. — Salidas de la plaza y combates parciales. — Adelanta
Macdonald a Tarragona. — Se retira. — Dificultades con que tropieza. —
Avístase en Lérida con Suchet. — Macdonald incomodado siempre por los
españoles. — Sorpresa gloriosa de La Bisbal. — Y de varios puntos de
la costa. — Guerra en el Ampurdán. — Eroles manda allí. — Campoverde
en Cardona. — Otro convoy para Barcelona. — No adelantan los enemigos
en el sitio de Tortosa. — Convoyes que van allí de Mequinenza. — Los
atacan los españoles. — Carvajal en Aragón. — Villacampa infatigable
en guerrear. — Andorra. — Las Cuevas. — Alventosa. — Combate de la
Fuensanta. — Nuevos convoyes para Tortosa. — Combates parciales. —
Los españoles desalojados de Falset. — Movimiento de Bassecourt. —
Acción de Ulldecona. — Macdonald socorre a Barcelona y se acerca a
Tortosa. — Formaliza el sitio Suchet. — Deja O’Donnell el mando. —
Partidas en lo interior de España. — En Andalucía. — En Castilla la
Nueva. — En Castilla la Vieja. — Santander y provincias Vascongadas.
— Expedición de Renovales a la costa Cantábrica. — Navarra. Espoz y
Mina. — Cortes. — Remisa la regencia en convocarlas. — Clamor general
por ellas. — Las piden diputados de las juntas de provincia. — Decreto
de convocación. — Júbilo general en la nación. — Dudas de la regencia
sobre convocar una segunda cámara. — Costumbre antigua. — Opinión común
en la nación. — Consulta la regencia al consejo reunido. — Respuesta
de este. — Voto particular. — Consulta del consejo de estado. — No se
convoca segunda cámara. — Modo de elección. — El antiguo de España. —
Poderes que se dan a los diputados. — Llámanse a las cortes diputados
de las provincias de América y Asia. — Elección de suplentes. — Opinión
sobre esto en Cádiz. — Parte que toma la mocedad. — Enojo de los
enemigos de reformas. — Número que acude a las elecciones. — Temores
de la regencia. — Restablece todos los consejos. — Quiere el consejo
real intervenir en las cortes. — No lo consigue. — Señálase el 24 de
septiembre para la instalación de cortes. — Comisión de poderes. —
Congojosa esperanza de los ánimos._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO DUODÉCIMO.

[Sidenote: Ejército francés que se destina a Portugal: mariscal Massena
general en jefe.]
Proseguían los franceses en su intento de invadir el reino de Portugal
y de arrojar de allí al ejército inglés, operación no menos importante
que la de apoderarse de las Andalucías, y de más dificultosa ejecución,
teniendo que lidiar con tropas bien disciplinadas, abundantemente
provistas y amparadas de obstáculos que a porfía les prestaban la
naturaleza y el arte. Destinaron los franceses para su empresa los
cuerpos 6.º y 8.º, ya en Castilla, y el 2.º, que luego se les juntó
yendo de Extremadura. Formaban los tres un total de 66.000 infantes y
unos 6000 caballos. Nombrose para el mando en jefe al duque de Rívoli,
el célebre mariscal Massena.
Antes de pisar el territorio portugués, forzoso les era a los franceses
no solo asegurar algún tanto su derecha, como ya lo habían practicado
metiéndose en Asturias y ocupando a Astorga, sino también enseñorearse
de las plazas colocadas por su frente. [Sidenote: Sitio de Ciudad
Rodrigo.] Ofrecíase la primera a su encuentro Ciudad Rodrigo, la cual,
después de varios reconocimientos anteriores y de haber hecho a su
gobernador inútiles intimaciones, embistieron de firme en los últimos
días del mes de abril.
A la derecha del Águeda y en paraje elevado, apenas se puede contar
a Ciudad Rodrigo entre las plazas de tercer orden. Circuida de un
muro alto antiguo y de una falsabraga, domínala al norte, y distante
unas 290 toesas, el teso llamado de San Francisco, habiendo entre
este y la ciudad otro más bajo con nombre del Calvario. Cuéntanse dos
arrabales, el del Puente, al otro lado del río, y el de San Francisco,
bastante extenso, y el cual, colocado al nordeste, fue protegido con
atrincheramientos; se fortalecieron, además, en su derredor varios
edificios y conventos como el de Santo Domingo, y también el que se
apellida de San Francisco. Otro tanto se practicó en el de Santa Cruz,
situado al noroeste de la ciudad, y por la parte del río se levantaron
estacadas y se abrieron cortaduras y pozos de lobo. Despejáronse los
aproches de la plaza y se construyeron algunas otras obras. Se carecía
de almacenes y de edificios a prueba de bomba, por lo que hubo de
cargarse la bóveda de la torre de la catedral y depositar allí y en
varias bodegas la pólvora, como sitios más resguardados. La población
constaba entonces de unos 5000 habitantes, y ascendía la guarnición
a 5498 hombres, incluso el cuerpo de urbanos. Se metió también en la
plaza, con 240 jinetes, Don Julián Sánchez, e hizo el servicio de
salidas. [Sidenote: Herrasti, su gobernador.] Era gobernador Don Andrés
Pérez de Herrasti, militar antiguo, de venerable aspecto, honrado y de
gran bizarría, natural de Granada, como Álvarez el de Gerona, y que
así como él, había comenzado la carrera de las armas en el cuerpo de
Guardias españolas.
[Sidenote: Situación de Wellington.]
Confiaban también los defensores de Ciudad Rodrigo en el apoyo que
les daría Lord Wellington, cuyo cuartel general estaba en Viseo y se
adelantó después a Celórico. Su vanguardia, a las órdenes del general
Craufurd, se alojaba entre el Águeda y el Coa, y el 19 de marzo,
en Barba del Puerco, hubo, entre cuatro compañías suyas y unos 600
franceses que cruzaron el puente de San Felices, un reñido choque, en
el que, si bien sorprendidos al principio los aliados, obligaron, no
obstante, en seguida a los enemigos a replegarse a sus puestos. Uniose
en mayo a la vanguardia inglesa la división española de Don Martín de
la Carrera, apostada antes hacia San Martín de Trevejo.
Viniendo sobre Ciudad Rodrigo, apareciéronse los franceses el 25 de
abril vía de Valdecarros, y establecieron sus estancias desde el cerro
de Matahijos hasta la Casablanca. Descubriéronse igualmente gruesas
partidas por el camino de Zamarra, y continuando en acudir hasta junio
tropas de todos lados, llegáronse a juntar más de 50.000 hombres, que
se componían de los ya nombrados 6.º y 8.º cuerpos y de una reserva
de caballería, que guiaban el mariscal Ney y los generales Junot y
Montbrun. El primero había vuelto de Francia y tomado el mando de su
cuerpo, con la esperanza de ser el jefe de la expedición de Portugal.
Por demás hubiera sido emplear tal enjambre de aguerridos soldados
contra la sola y débil plaza de Ciudad Rodrigo, si no hubiera estado
cerca el ejército anglo-portugués.
Tuvo el 6.º cuerpo el inmediato encargo de ceñir la plaza; situose el
8.º en San Felices y su vecindad, y se extendió la caballería por ambas
orillas del Águeda. Pasose el mes de mayo en escaramuzas y choques,
distinguiéndose varios oficiales, y sobre todos D. Julián Sánchez.
[Sidenote: Don Julián Sánchez.] Maravillose de las buenas disposiciones
y valor de este el comandante de la brigada británica Craufurd, que
desde Gallegos había pasado a Ciudad Rodrigo a conferenciar con el
gobernador. Era el 17 de mayo, y de vuelta a su campo escoltaba al
inglés Sánchez, cuando se agolpó contra ellos un grueso trozo de
enemigos. Juzgaba Craufurd prudente retroceder a la plaza, mas Don
Julián, conociendo el terreno, disuadiole de tal pensamiento, y con
impensado arrojo, acometiendo al enemigo en vez de aguardarle, le
ahuyentó, y llevó salvo a sus cuarteles al general inglés.
Intimaron el 12 de nuevo los franceses la rendición, y Herrasti, sin
leer el pliego, contestó que excusaban cansarse, pues ahora no trataría
sino a balazos.
Los enemigos, después de haber echado dos puentes de comunicación entre
ambas orillas y completado sus aprestos, avivaron los trabajos de sitio
al principiar junio.
El 6 verificaron los cercados una salida, mandada por el valiente
oficial Don Luis Minayo, que causó bastante daño a los franceses,
e hicieron hoyos en las huertas llamadas de Samaniego, en donde
se escondían sus tiradores, incomodando con sus fuegos a nuestras
avanzadas. Continuaron adelantando los franceses sus apostaderos, y a
su abrigo, en la noche del 15 al 16 de junio abrieron la trinchera que
arrancaba en el mencionado teso, y que los enemigos dilataron aunque a
costa de mucha sangre por su derecha y por el frente de la plaza. 400
hombres de las compañías de cazadores y el batallón de voluntarios de
Ávila, capitaneados por el entendido y valeroso oficial Don Antonio
Vicente Fernández, se señalaron en los muchos reencuentros que hubo
sostenidos siempre por nuestra parte con gloria.
Teniendo ya los enemigos el 22 muy adelantadas sus líneas, y de modo
que imposibilitaban el maniobrar de la caballería, resolviose que Don
Julián Sánchez saliese del recinto con sus lanceros y se uniese a Don
Martín de la Carrera. Ejecutose la operación con intrepidez, y el
denodado Sánchez, a la cabeza de los suyos, dirigiéndose a las once de la
noche por la dehesa de Martín Hernando, forzó tres líneas enemigas con
que encontró, y matando y atropellando logró gallardamente su intento.
Acometieron los sitiadores en la noche del 23 el arrabal de San
Francisco y, en especial, los conventos de Santo Domingo y Santa Clara,
pero fueron rechazados. Lo mismo practicaron en el arrabal del Puente,
si bien tuvieron igual o semejante suerte. A la verdad no fueron estos
sino simulados ataques.
Apareció como verdadero el que dieron contra el convento de Santa Cruz,
situado, según queda dicho, al noroeste de la plaza. Cercáronle en efecto
por todos lados, de noche, escalaron las tapias de su frente, y quemando
la puerta principal se metieron en la iglesia, a cuyas paredes aplicaron
camisas embreadas. Pensaron en seguida asaltar el cuerpo del edificio,
en donde se alojaba la tropa que guarnecía el puesto y que constaba
de 100 soldados, a las órdenes de los capitanes Don Ildefonso Prieto y
Don Ángel Castellanos. Los defensores repelieron diversas acometidas,
y habiendo de antemano y con maña practicado una cortadura en la
escalera de subida, al trepar por ella con esfuerzo los granaderos
franceses, quitaron los nuestros unos tablones que cubrían la trampa y
cayeron los acometedores precipitados en lo hondo, en donde perecieron
miserablemente, junto con un brioso oficial que los capitaneaba, el
sable en una mano y en la otra una hacha de viento encendida. Duró la
pelea cerca de tres horas, firmes los españoles, aunque rodeados de
enemigos y casi chamuscados con las llamas que consumían la iglesia
contigua. Recelosos los franceses con lo acaecido en la escalera, no
osaban penetrar dentro, y al fin, fatigados de tal porfía, y expuestos
también al fuego continuo de la plaza, se retiraron, dejando el terreno
bañado en sangre. Honraron a nuestras armas con su defensa las tropas
del convento de Santa Cruz: fue su acción de las más distinguidas de
este sitio.
Ocupados hasta ahora los franceses en los ataques exteriores y en sus
preparativos contra la plaza, molestados asimismo y continuamente por
los sitiados, y prevenidos a veces en sus tentativas, no habían aún
establecido sus baterías de brecha. Atrasó también las operaciones
el haberse retardado la llegada de la artillería gruesa, detenida en
su viaje a causa del tiempo que, lluviosísimo, puso intransitables los
caminos.
Por fin, listos ya los franceses, descubrieron el 25 de junio 7
baterías de brecha coronadas de 46 cañones, morteros y obuses, que
con gran furia empezaron a disparar contra la ciudad balas, bombas y
granadas. Se extendía la línea enemiga desde el teso de San Francisco
hasta el jardín de Samaniego.
Respondió la plaza con no menor braveza, acudiendo en ayuda de la tropa
el vecindario sin distinción de clase, edad ni sexo. Entre las mujeres
sobresalió una del pueblo, de nombre Lorenza, herida dos veces, y hasta
dos ciegos, guiado uno por un perro fiel que le servía de lazarillo,
se emplearon en activos y útiles trabajos, y tan joviales siempre y
risueños entre el silbar y granizar de las balas, que gritaban de
continuo en los parajes más peligrosos: «Ánimo muchachos; viva Fernando
VII, viva Ciudad Rodrigo.»
Los enemigos dirigieron el primer día sus fuegos contra la ciudad para
aterrarla, y empezaron el 26 a batir en brecha el torreón del Rey,
que del todo quedó derribado en la mañana siguiente. Hiciéronles los
españoles, por su parte, grande estrago, bien manejada su artillería,
cuyo jefe era el brigadier Don Francisco Ruiz Gómez.
El 28 intimó de nuevo el mariscal Ney la rendición a la plaza, y
habiendo ya entonces llegado al campo francés el mariscal Massena,
que antes había pasado por Madrid a visitar a José, hízose a su
nombre dicha intimación, honorífica sí, aunque amenazadora. Contestó
dignamente Herrasti diciendo, entre otras cosas: «Después de 49 años
que llevo de servicios, sé las leyes de la guerra y mis deberes
militares... Ciudad Rodrigo no se halla en estado de capitular.»
Sin embargo, imaginándose el oficial parlamentario que parte de la
confianza del gobernador pendía de la esperanza de que le socorriese
Lord Wellington, propúsole entonces de palabra despachar a los reales
ingleses un correo, por cuyo medio se cerciorase de cuál era el intento
del general aliado. Convino Herrasti, mas Ney, sin cumplir lo ofrecido
por su parlamentario, renovó el fuego y adelantó sus trabajos hasta 60
toesas de la plaza.
Descontento el mariscal Massena con el modo adoptado para el ataque,
mejorole y trazó dos ramales nuevos hacia el glacis y enfrente de
la poterna del Rey, rematándolos en la contraescarpa del foso de
la falsabraga. Desde allí socavaron sus soldados unas minas para
volar el terreno y dar proporción más acomodada al pie de la brecha.
Contuviéronlos algún tanto los nuestros, y los ingenieros, bien
dirigidos por el teniente coronel Don Nicolás Verdejo, abrieron una
zanja y practicaron otros oportunos trabajos, contrarrestando al mismo
tiempo la plaza con todo género de proyectiles los esfuerzos de los
enemigos.
En el intermedio, en vano estos habían acometido repetidas veces el
arrabal de San Francisco. Constantemente rechazados, solo le ocuparon
el 3 de julio, en que los nuestros, para reforzar los costados de la
brecha, le habían ya evacuado, excepto el convento de Santo Domingo.
El gobernador, siempre diligente, velaba por todas partes, y el 5
ideó una salida a cargo de los capitanes Don Miguel Guzmán y Don José
Robledo, cuyas resultas fueron gloriosas. Empezaron los nuestros su
acometida por el arrabal del Puente, y después, corriéndose al de San
Francisco por la derecha del convento de Santo Domingo, sorprendieron a
los enemigos, les mataron gente y destruyeron muchos de sus trabajos.
Con esto, enardecidos los españoles, cada día se empeñaban más en la
defensa. Sustentábalos también todavía la esperanza de que viniese a
su socorro el ejército inglés, no pudiendo comprender que los jefes de
este, tan numeroso y tan inmediato, dejasen a sangre fría caer en poder
de los franceses plaza que se sostenía con tan honroso denuedo. Salió
no obstante fallida su cuenta.
Las baterías enemigas crecieron grandemente, y el 8 algunas de ellas
enfilaban ya nuestras obras. La brecha abierta en la falsabraga y en
la muralla alta de la plaza ensanchose hasta 20 toesas, con lo que, y
noticioso el gobernador de que los ingleses, en vez de aproximarse, se
alejaban, resolvió el 10 capitular de acuerdo con todas las autoridades.
[Sidenote: Capitula la plaza.]
A la sazón preparábanse los enemigos a dar el asalto, y tres de sus
soldados arrojadamente se habían ya encaramado para tantear la brecha.
Enarbolada por los nuestros bandera blanca, salió de la plaza un
oficial parlamentario, quien encontrándose con el mariscal Ney, volvió
luego con encargo de este de que se presentase el gobernador en persona
para tratar de la capitulación. Condescendió en ello Herrasti, y Ney,
recibiéndole bien y elogiándole por su defensa, añadió que era excusado
extender por escrito la capitulación, pues desde luego la concedía
amplia y honorífica, quedando la guarnición prisionera de guerra.
El mariscal Ney dio su palabra en fe de que se cumpliría lo pactado, y
según la noticia que del sitio escribió el mismo Herrasti, llevose a
efecto con puntualidad. Fueron sin embargo tratados rigorosamente los
individuos de la junta, porque, encarcelados con ignominia y llevados a
pie a Salamanca, trasladáronlos después a Francia.
En este asedio quedaron de los españoles fuera de combate 1400
soldados; del pueblo, unos 100. Perdieron por lo menos 3000 los
franceses. [Sidenote: Gloriosa defensa.] Massena encomió la defensa,
pintándola como de las más porfiadas. «No hay idea [decía en su
relación] del estado a que está reducida la plaza de Ciudad Rodrigo,
todo yace por tierra y destruido, ni una sola casa ha quedado intacta.»
[Sidenote: Clamores contra los ingleses por no haber socorrido la
plaza.]
Enojó a los españoles el que el ejército inglés no socorriese la plaza.
Lord Wellington había venido allí desde el Guadiana, dispuesto y aun
como comprometido a obligar a los franceses a levantar el sitio. No
podía, en este caso, alegarse la habitual disculpa de que los españoles
no se defendían, o de que estorbaban con sus desvaríos los planes bien
meditados de sus aliados. El marqués de la Romana pasó de Badajoz al
cuartel general de Lord Wellington y unió sus ruegos a los de los
moradores y autoridades de Ciudad Rodrigo, a los del gobierno español
y aun a los de algunos ingleses. Nada bastó. Wellington, resuelto a
no moverse, permaneció en su porfía. Los franceses, aprovechándose de
la coyuntura, procuraron sembrar cizaña, y el _Monitor_ decía: «Los
clamores de los habitantes de Ciudad Rodrigo se oían en el campo de
los ingleses, seis leguas distante, pero estos se mantuvieron sordos.»
Si nosotros imitásemos el ejemplo de ciertos historiadores británicos,
abríasenos ahora ancho campo para corresponder debidamente a las
injustas recriminaciones que con largueza y pasión derraman sobre las
operaciones militares de los españoles. Pero, más imparciales que
ellos, y no tomando otra guía sino la de la verdad, asentaremos, al
contrario, prescindiendo de la vulgar opinión, que Lord Wellington
procedió entonces como prudente capitán, si para que se levantase
el sitio era necesario aventurar una batalla. Sus fuerzas no eran
superiores a las de los franceses, carecían sus soldados de la
movilidad y presteza convenientes para maniobrar al raso y fuera
de posiciones, no teniendo tampoco todavía los portugueses aquella
disciplina y costumbre de pelear que da confianza en el propio valer.
Ganar una batalla pudiera haber salvado a Ciudad Rodrigo, pero no
decidía del éxito de la guerra: perderla destruía del todo el ejército
inglés, facilitaba a los enemigos el avanzar a Lisboa, y dábase a la
causa española un terrible, ya que no un mortal, golpe. Con todo, la
voz pública atronó con sus quejas los oídos del gobierno, calificando,
por lo menos, de tibia indiferencia la conducta de los ingleses. Don
Martín de la Carrera, participando del común enfado, se separó, al
rendirse Ciudad Rodrigo, del ejército aliado y se unió al marqués de la
Romana.
[Sidenote: Excursión de los franceses hacia Astorga y Alcañices.]
Envió en seguida el mariscal Massena algunas fuerzas que arrojasen
allende las montañas al general Mahy, que había avanzado y estrechaba
a Astorga. Retirose el español, y el general Sainte-Croix atacó en
Alcañices a Echevarría, que de intendente se había convertido en
partidario y tenido ya anteriormente reencuentros con los franceses.
Defendiose dicho Echevarría en el pueblo con tenacidad y de casa en
casa. Arrojado, en fin, perdió en su retirada bastante gente que le
acuchilló la caballería enemiga.
[Sidenote: Toman la Puebla de Sanabria.]
Por entonces quisieron también los franceses apoderarse de la Puebla
de Sanabria, que ocupaba con alguna tropa Don Francisco Taboada y Gil.
Aquella villa, solo rodeada de muros de corto espesor y guarecida de
un castillo poco fuerte, ya vimos como la entraron sin tropiezo los
franceses al retirarse de Galicia, habiéndola después evacuado. Su
conquista no les fue ahora más difícil. Taboada la desamparó, de acuerdo
con el general Silveira, que mandaba en Braganza. Enseñoreose por tanto
de ella el general Serras, y creyendo ya segura su posesión, se retiró
con la mayor parte de su gente y solo dejó dentro una corta guarnición.
[Sidenote: La pierden.]
Enterados de su ausencia los generales portugués y español, revolvieron
sobre la Puebla de Sanabria el 3 de agosto, y después de algunas
refriegas y acometidas, la recuperaron en la noche del 9 al 10. Cayó
prisionera la guarnición, compuesta de suizos, a los que se les
prometió embarcarlos en la Coruña bajo condición de que no volverían a
tomar las armas contra los aliados.
[Sidenote: La ocupan de nuevo.]
En breve tornó, y de priesa, en auxilio de la plaza el general Serras,
con 6000 hombres. A su llegada estaba ya rendida, pero Taboada y
Silveira juzgaron prudente abandonarla, no teniendo bastantes fuerzas
para resistir a las superiores de los enemigos. Lleváronse los
prisioneros, y Serras de nuevo se posesionó de la villa y su castillo,
cuya anterior toma, con la pérdida de los suizos, le costaba más de lo
que militarmente valía.
[Sidenote: Campaña de Portugal.]
Comenzó, entre tanto, el mariscal Massena la invasión de Portugal.
Pasaremos a hablar, aunque con rapidez, de acontecimiento de tanta
importancia, refiriendo antes los preparativos y medios de defensa que
allí había, como también la situación de aquel reino.
[Sidenote: Estado de este reino y de su gobierno.]
Después de la evacuación que en el año pasado de 1809 efectuó el
mariscal Soult de las provincias septentrionales de Portugal, puede
aseverarse que ni esta nación ni su ejército habían tomado parte
activa o directa en la lucha peninsular. Achacaron algunos la culpa a
la flojedad del gobierno de Lisboa, y muchos al influjo que ejercía
la Inglaterra, cuyo gabinete acabó por ser árbitro de la suerte de
aquel país, no conviniendo a la política británica, según se creía,
el que se estableciese íntima unión entre Portugal y España. Hubo de
los gobernadores del reino [nombre que se daba a los individuos de la
regencia portuguesa] quien se disgustó de tal predominio, y así se
verificaron por este tiempo mudanzas en las personas que componían
aquella corporación. El marqués de las Minas se retiró, y se agregaron
a los que quedaban otros gobernadores, de los que fue el más notable
y principal Sousa, hermano de los embajadores portugueses residentes
en el Brasil y en Londres. Poco después, en septiembre, entró también
en la regencia Sir Carlos Stuart, a la sazón embajador de Inglaterra
en Lisboa. Del ejército, además del mando inmediato dado a Beresford,
disponía en jefe, como mariscal general de Portugal, Lord Wellington,
independiente del gobierno y absoluto en todo lo relativo a la
fuerza combinada anglo-portuguesa, de cualquiera clase que fuese.
Igualmente se confirió la dirección suprema de la marina al almirante
inglés Berkeley. En fin, el gabinete del Brasil, o por mejor decir,
las circunstancias, arreglaron de modo la administración pública de
Portugal que, conforme a la expresión de un historiador inglés, en esta
parte nada sospechoso, aquel reino [*] [Sidenote: (* Ap. n. 12-1.)]
«fue reducido a la condición de un estado feudatario.»
Por lo mismo, no con mayor resignación que el marqués de las Minas,
se sometían algunos de los otros gobernadores del reino, aun de los
nuevos, a la intervención extraña. Las reyertas eran frecuentes y
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