Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 18

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escasa fuerza y la índole bisoña de esta tropa no hubiera podido
detener, cuanto menos rechazar, las numerosas huestes de Massena. Tan
cierto es que de un hilo cuelga la suerte de las armas, aun gobernadas
por generales los más advertidos.
Puesto el mariscal francés en Boyalvo, marchó sobre Coimbra. En aquel
tránsito no estaba el país tan destruido y talado como hasta Buçaco.
No se cumplieron allí rigurosamente las disposiciones de Wellington,
parte por creerse lejano el peligro, parte también porque a la regencia
portuguesa, gobierno nacional, no le era lícito llevar a efecto órdenes
tan duras con la misma impasibilidad y fortaleza que al brazo de hierro
de un general que, aunque aliado, era extranjero.
[Sidenote: Los franceses en Coimbra.]
Hubo, por tanto, en Coimbra desbarato y confusión, y si bien los vecinos
desampararon la ciudad, con la precipitación se dejaron víveres y otros
recursos al arbitrio del enemigo. No le aprovecharon sin embargo a
este: Junot, a pesar de órdenes contrarias del general en jefe, permitió
o no pudo impedir el pillaje.
[Sidenote: Condeixa.]
De aquí nació que agolpándose muchedumbre de población fugitiva de
aquella ciudad y otras partes a los desfiladeros que van a Condeixa,
hubo de comprometerse la división de Craufurd, que cubría la retirada
del ejército aliado, porque, detenida en su marcha, se dio lugar a
que se aproximaran los jinetes enemigos. A su vista suscitose gran
desorden, y si hubieran venido asistidos de infantería, quizá hubieran
destrozado a Craufurd. Este consiguió, aunque a duras penas, poner en
salvo su división.
[Sidenote: Desórdenes en el ejército inglés.]
Lo apacible del tiempo había favorecido en su retirada a los ingleses,
abundaban en provisiones, y no obstante cometieron excesos, a punto de
robar sus propios almacenes. El cuartel general se estableció en Leiría
el 2 de octubre, y creciendo la perturbación y las demasías, hubiéranse
quizá repetido en compendio las escenas deplorables del ejército de
Moore, a no haber Lord Wellington reprimido el desenfreno con castigos
ejemplares y con vedar que los regimientos más díscolos entrasen en
poblado.
El saqueo de Coimbra y sus desórdenes impidieron también, por su parte,
al mariscal Massena moverse de aquella ciudad antes del 4, respiro
que aprovechó a los ingleses. No obstante, acometiendo de repente los
enemigos a Leiría, se vieron aquellos al pronto sobrecogidos. Atajados
al fin los ímpetus del francés, prosiguieron la retirada los aliados,
yendo su derecha por Tomar y Santarén, la izquierda por Alcobaza y
Óbidos, el centro por Batalha y Rio Maior: enviose fuerza portuguesa a
guarnecer a Peniche, pequeña plaza orillas de la mar.
[Sidenote: Sorprende Trant a los franceses de Coimbra.]
No bien hubo el mariscal Massena salido de Coimbra, cuando el coronel
Trant, viniendo desde el Vouga con milicia portuguesa, pudo el 7
sorprender en aquella ciudad a los franceses que la custodiaban,
coger a los que se habían fortificado en el convento de Santa Clara,
apoderarse, en una palabra, de 5000 hombres, contados heridos y
enfermos, y asimismo de los depósitos y hospitales. Al siguiente día
llegaron también, con sus milicianos, los jefes Miller y Juan Wilson, y
tomaron, extendiéndose por la línea de comunicación, 300 hombres más.
No detuvo a Massena semejante contratiempo, ni tampoco las lluvias,
que empezaron a ser muy copiosas. En nada reparaba la impetuosidad
francesa, [Sidenote: Alcoentre.] y el 9, en Alcoentre, viose
sorprendida una brigada de artillería inglesa, y hasta perdió sus
cañones. Costó mucho recobrarlos. Parecida desgracia ocurrió el 10 a la
división de Craufurd en Alenquer, [Sidenote: Alenquer.] permaneciendo
este general muy descuidado cuando tenía cerca un enemigo tan
diligente. El terror fue grande, y aunque se disipó, no por eso dejó de
correr la voz de que aquella división había sido cortada; por lo cual,
temeroso Hill de la suerte de la 2.ª línea, que era la más importante,
se echó atrás para cubrirla, y dejó desamparada la primera desde
Alhandra a Sobral, cosa de dos leguas. Felizmente los enemigos no lo
notaron, y antes de la madrugada del 11 tornó Hill a sus anteriores
puestos. Infiérese de aquí lo poco firme que todavía andaba el ánimo
del ejército inglés.
[Sidenote: Los ingleses en las líneas.]
Había este ido entrando sucesivamente en las líneas de Torres Vedras, y
admirábase, no teniendo de ellas cumplida idea. No menos se maravilló, al
acercarse, el mariscal Massena, quien hasta pocos días antes ni siquiera
sabía que existiesen. Ignorancia pasmosa, ya dimanase del sigilo con
que se habían construido obras de tal importancia, ya de la falta de
secretas correspondencias de los enemigos en el campo aliado.
Massena gastó algunos días en reconocer y tantear las líneas; se
trabaron varias escaramuzas, la más seria el 14, cerca de Sobral. Fue
herido el general inglés Harvey, y en Villafranca mató el fuego de una
cañonera al general francés Sainte-Croix.
[Sidenote: Massena no las ataca.]
No vislumbrando Massena, después de su examen, probabilidad de forzar las
líneas, consultó con los otros jefes principales del ejército, y juntos
decidieron pedir refuerzos a Napoleón, y reducir en cuanto fuese dado a
bloqueo las operaciones. Estableció, de consiguiente, Massena su cuartel
general en Alenquer, situó el cuerpo de Reynier en Villafranca, el de
Junot mirando a Sobral, y mantuvo el de Ney en Ota, a retaguardia.
[Sidenote: Formidable fuerza y posición de Wellington.]
Por su parte, el ejército de Lord Wellington estaba distribuido así: la
derecha, a las órdenes de Hill, en Alhandra; la izquierda, que mandaba
Picton, en Torres Vedras; Wellington mismo y Beresford en el centro, el
último tenía su cuartel general en Monte Agraço, el primero en Quinta de
Peronegro, cerca de Enxara dos Cavaleiros. Fuese el ejército británico
reforzando, y cubriéronse sus huecos con tropas de Inglaterra y Cádiz;
[Sidenote: Únesele con dos divisiones Romana.] también se le unió
de Badajoz, antes de acabar octubre, el marqués de la Romana, con dos
divisiones mandadas por los generales Carrera y Don Carlos O’Donnell,
que ambas componían unos 8000 hombres.
Juzgó conveniente, además, Lord Wellington no solo tener a su disposición
fuerza real y efectiva bien organizada, sino igualmente gran avenida
de hombres que aumentasen el número y las apariencias. Así la milicia
cívica de Lisboa, la de la provincia de la Extremadura portuguesa y sus
ordenanzas se metieron en el recinto de las líneas, pues allí podían
ser útiles y representar aventajado papel. Creció tanto la gente que,
al rematar octubre, recibían raciones dentro de dichas líneas 130.000
hombres, de los que 70.000 pertenecían a cuerpos regulares y dispuestos
a obrar activamente; guardaban casi todos los castillos y fuertes de la
primera y segunda línea la milicia y artillería portuguesas; la tercera,
que era la última y más reducida, la tropa de marina inglesa.
Tan enorme masa de gente, abrigada en estancias tan formidables,
teniendo a su espalda el espacioso y seguro puerto de Lisboa, y con
el apoyo y los socorros que prestaban el inmenso poder marítimo y la
riqueza de la gran Bretaña, ofrece a la memoria de los hombres un caso
de los más estupendos que recuerdan los anales militares del mundo.
¡Qué recursos asistían al dominador de Francia para superar tantos y
tantos impedimentos!
[Sidenote: Moléstase también al enemigo fuera de las líneas.]
Por de fuera de las líneas no descuidó Wellington el que se hostilizase
al enemigo. La milicia del norte de Portugal le punzaba por la espalda
y se comunicaba con Peniche, hacia donde se destacó un batallón español
de tropas ligeras y un cuerpo de caballería inglesa, también sostenidos
por una columna volante que salía de Torres Vedras a hacer sus
excursiones, y por el pueblo de Óbidos en estado de defensa. Del otro
lado maniobraba la milicia de la Beira baja, dándose la mano con la del
norte y apoyada por [Sidenote: Don Carlos España.] Don Carlos España
que, con una columna móvil, había pasado el Tajo y obraba la vuelta de
Abrantes, villa esta en poder de los aliados y fortificada. De suerte
que los franceses estaban metidos como en una red, costándoles mucho
avituallarse y formar almacenes.
[Sidenote: Situación crítica de los franceses.]
En la lejanía dañábales igualmente el continuo pelear de los
partidarios españoles de León, Castilla y provincias vascongadas, que
dificultaban los convoyes y socorros e interrumpían la correspondencia
con Francia. No menos los desfavoreció la guerra que por las alas
hacían las tropas españolas, ya en la frontera de Galicia, ya en
Asturias y también en Extremadura.
[Sidenote: Galicia.]
De las primeras, Galicia, aunque libre, ceñía sus operaciones a hacer
de cuando en cuando correrías hasta el Órbigo y el Esla, de donde,
según ya quedó apuntado, solían los enemigos arrojar a los nuestros,
obligándolos a replegarse a los puertos de Manzanal y Foncebadón,
y aun al Bierzo. El general Mahy continuaba mandando, como antes,
aquel ejército, cuyas fuerzas apenas llegaban a 12.000 hombres y
pocos caballos, todo no muy arreglado. Y, ¡cosa de admirar!, los
gallegos, que se habían esmerado tanto en defender sus propios hogares,
mostráronse perezosos en cooperar fuera de su suelo al triunfo de la
buena causa. Mas esto pendió mucho, aquí como en las demás partes,
de las autoridades, y no de reprensible falta en el carácter de los
habitantes. Aquellas, por lo general, eran flojas y adolecían de los
vicios de los gobiernos anteriores, careciendo de la previsión y bien
entendida energía que da la ciencia práctica del gobierno.
Las operaciones, pues, del general Mahy fueron muy limitadas. Ocuparon,
sin embargo, sus tropas por dos veces a León, e inquietaron con
frecuencia, y a veces con ventaja, a los franceses. Distinguiéronse
en semejantes reencuentros los oficiales superiores Meneses y Evia.
Diósele después a Mahy el mando de las tropas de Asturias, para que,
reuniendo este al que ya tenía, se procediese más de concierto. Al
fin, autorizósele también con la capitanía general de Galicia, y se
creyó de este modo que, poniendo en una mano la supremacía militar del
distrito y la de las fuerzas activas de ambas provincias, tomarían los
movimientos de la guerra rumbo más fijo. Mahy, en consecuencia, y para
obrar de acuerdo con la junta de Galicia y hacer que de un solo centro
partiesen las providencias convenientes, pasó a la Coruña en 2 de
septiembre, y dejó en su lugar, al frente del ejército, a Don Francisco
Taboada y Gil, que vimos en Sanabria. Colocó este general las tropas
en Manzanal y Foncebadón, con puestos destacados sobre las avenidas
de la Puebla de Sanabria por un lado, y por otro sobre Asturias, vía
de las Babias. Formose asimismo una columna volante de 2000 hombres,
al mando del coronel Mascareñas, que particularmente maniobraba hacia
León, la cual desbarató algunas tropas del enemigo en la Robla antes de
acabar octubre, y en San Feliz de Órbigo al empezar noviembre. También
el 26 de aquel mes, en Tábara, Don Manuel de Nava sorprendió a los
franceses y les hizo algunos prisioneros. Mas el único beneficio que de
tales operaciones resultó, ciñose a obligar al enemigo a que mantuviese
fuerzas bastantes en las riberas del Órbigo y del Esla.
Mahy no alcanzó nada importante con su ida a la Coruña. Habían traído
allí fusiles de Inglaterra y otros auxilios, de que no se sacó gran
fruto. Las autoridades discurrían, es cierto, mucho entre sí, y aun
ideaban planes, pero casi todos ellos o no llegaron a plantearse o se
frustraron. Hombre de sanas intenciones, escaseaba Mahy de nervio y de
aquella voluntad firme que imprime en la mente de los demás respeto y
sumisión.
[Sidenote: Asturias.]
Dejamos en abril las tropas de Asturias colocadas en la Navia y en el
país montuoso que sigue casi la misma línea. Las primeras se componían
de la división de Galicia, y las mandaba Don Juan Moscoso: las otras,
que eran las asturianas, Don Pedro de la Bárcena, a quien se había
agregado con su cuerpo franco Don Juan Díaz Porlier. Atacó Moscoso el
17 de mayo en Luarca a los franceses. Por desgracia nuestras tropas
flaquearon, y con pérdida volvieron a ocupar su primera línea. A
Bárcena, acometido al mismo tiempo, sucediole igual fracaso. Conservose
íntegro el cuerpo de Porlier, que en seguida se situó en el puente de
Salime, a la derecha de Moscoso.
Se retiró a poco este del principado, cuyo mando supremo militar
confirió la regencia de Cádiz a Don Ulises Albergotti, hombre muy
anciano e incapaz de desempeñar encargo que en aquel tiempo requería
gran diligencia. El nuevo general permaneció en Navia, y allí, en 5 de
julio, acometiéronle los franceses, penetrando por el lado de Trelles.
Estaba Albergotti desprevenido, y con el sobresalto no paró hasta Meira
en Galicia. Los enemigos extendieron sus correrías a Castropol, límite
de aquel reino y de Asturias. Dos días antes, el 3, Bárcena, que había
avanzado hacia Salas, también fue atacado y se recogió a la Pola de
Allande.
Mahy entonces, como general en jefe de todas las fuerzas de Galicia y
Asturias, quiso poner remedio a tan repetidas desgracias, hijas las
más de descuido en algunos jefes y de mala inteligencia entre ellos,
y meditó un plan para desembarazar de enemigos el principado. Envió,
pues, 600 hombres que reforzasen la división gallega, mandó que esta
partiese a Salime y comunicase con Bárcena, y además destacó del grueso
del ejército de Galicia, que estaba en el Bierzo, un trozo de 1500
hombres al cargo de D. Esteban Porlier, el cual, cruzando el puerto
de Leitariegos, debía obrar mancomunadamente con las fuerzas de
Asturias. [Sidenote: Expediciones de Porlier por la costa.] Al propio
tiempo, el otro Porlier [Don Juan Díaz] estaba destinado a llamar, con
la infantería de su cuerpo franco, la atención de los franceses del
lado de Santander, embarcándose a este propósito en Ribadeo a bordo, y
escoltado de cinco fragatas inglesas.
Semejante plan hubiera podido realizarse con buen éxito si Mahy,
usando de su autoridad, hubiera hecho que todos los jefes concurriesen
prontamente a un mismo fin. Porlier dio la vela de Ribadeo, dirigiendo
la expedición marítima el Comodoro inglés Roberto Mends. Amagaron
los aliados varios puntos de la costa y tomaron tierra en Santoña,
puerto que, bien fortificado, hubiera sido en el norte de España un
abrigo tan inexpugnable como lo eran en el mediodía las plazas de
Gibraltar y Cádiz. Tal deseo asistía a Porlier, pero su expedición,
puramente marítima, no llevaba consigo los medios necesarios para
fortificar y poner en estado de defensa un sitio cualquiera de la
marina. Desembarcó, sin embargo, en varios parajes además de Santoña,
cogió 200 prisioneros, desmanteló las baterías de la costa, alistó en
sus banderas bastantes mozos del país ocupado, y felizmente tornó a la
Coruña con la expedición el 22 de julio.
Repitió este activo e infatigable jefe otra tentativa del mismo género
el 3 de agosto, y aportó a la ensenada de Cuevas, entre Llanes y
Ribadesella. Dirigiose a Potes, deshizo en las montañas de Santander
algunas partidas enemigas, y retrocediendo a Asturias obró de consuno
con Don Salvador Escandón y otros jefes de guerrillas que lidiaban al
oriente del principado.
Bárcena, por su parte, también avanzó, y el 15 de agosto tuvo en
Linares de Cornellana un reencuentro con los franceses. Siguiéronse
otros, y parecía que pronto se vería Oviedo libre de enemigos,
favoreciendo las empresas de la tropa reglada las alarmas de varios
concejos, nombre que, como dijimos, se daba al paisanaje armado de la
provincia. Pero no fue así: cuando unos jefes avanzaban, se retiraban
otros, y nunca se llevó a cabo un plan bien concertado de campaña.
Teníase, sí, en sobresalto al enemigo, forzábaselo a conservar en
aquellas partes considerable número de gente, mas la guerra, yendo al
mismo son en el principado de Asturias que en la frontera de Galicia,
no reportó las ventajas que se hubieran sacado con mayor unión y vigor
en las autoridades y ciertos caudillos.
[Sidenote: Extremadura.]
Fue importante, si no siempre favorable en sus resultas, la asistencia
que dio Extremadura a la campaña de Portugal, pues por lo menos se
entretuvo el cuerpo del mariscal Mortier, y se impidió que, metiéndose
en el Alentejo, quitase a Lisboa los auxilios que aquel territorio
suministraba.
Dimos cuenta hasta entrado julio de las operaciones más principales
del ejército de dicha provincia de Extremadura, que se llamaba de la
izquierda. Privado este del apoyo del general Hill, había puesto Lord
Wellington en manos del general en jefe, marqués de la Romana, la plaza
de Campomayor, y enviádole a mediados de agosto una brigada portuguesa,
a las órdenes de Madden.
Aun sin tales arrimos continuaban las tropas de Extremadura
incomodando con mayor o menor ventura al enemigo. Ya al retirarse
Reynier le siguieron la huella los soldados de Don Carlos O’Donnell,
cogieron a los que se rezagaban, y el 31 de julio el jefe España se
apoderó de 100 hombres que guardaban una torre y casa fuerte sita
en la confluencia del Almonte y Tajo, cerca de donde se divisan los
famosos restos del puente romano de Alconétar, que el vulgo apellida de
Mantible, nombre célebre en algunas historias españolas de caballería.
Mas por este lado hubo la desgracia de que en Alburquerque, con la
caída de un rayo se volase, casi al mismo tiempo que en Almeida, un
almacén de pólvora, accidente que causó daños y ruinas.
La guerra que hasta aquí había hecho el ejército de Extremadura no
dejó de ser prudente y acomodada a las circunstancias y a la calidad
de sus tropas, si bien se quejaban todos de la indolencia y dejadez
del general en jefe. Y así, más bien que por premeditado plan de este,
dirigiéronse las operaciones según el valor o el buen sentido de los
generales subalternos, los cuales evitaban grandes choques, y solo
parcialmente hostigaban al enemigo y le traían en continuo movimiento.
Quiso Romana en agosto probar por sí fortuna y dar a la campaña nuevo
impulso y mayor ensanche. En consecuencia, saliendo de Badajoz el 5,
se unió a las divisiones de los generales Ballesteros y La Carrera
que se hallaban en Salvatierra, ambas a las órdenes de Don Gabriel de
Mendizábal, y juntos se adelantaron, recogiéndose atrás a Llerena los
franceses que había en Zafra. [Sidenote: Refriega en Cantaelgallo.]
Aguardaron estos en las alturas de Villagarcía, y los nuestros se
colocaron en las de Cantaelgallo, separadas de las primeras por un
valle. Los enemigos atacaron el 11, y valiéndose de diestras maniobras,
estuvieron próximos a envolver a los infantes españoles si La Carrera,
con la caballería, no los hubiera sacado de tan mal paso. Portose
asimismo con habilidad y honra la artillería. Se retiró Romana a
Almendralejo, y los franceses volvieron a Zafra.
No pasaron por entonces más adelante porque, como en aquella guerra
tenían a un tiempo que acudir a tantas partes, luego que en una
triunfaban los llamaba a otra algún suceso desagradable o inesperado.
Verificose particularmente en Extremadura este trasiego, este
continuado ir y venir, distrayendo la atención de las tropas de Mortier
ya las ocurrencias del condado de Niebla, ya las de Ronda u otros
lugares.
[Sidenote: En Fuente de Cantos.]
Después de lo que aconteció en Cantaelgallo, fueron reforzadas las
tropas españolas con los jinetes del general Butrón que ocupaban otros
sitios, y con los portugueses ya indicados, al mando de Madden. Quietos
los franceses y aun replegados de nuevo, avanzó Butrón a Monesterio,
y se colocó La Carrera, con su división de caballería y la artillería
volante, en Fuente de Cantos. Vinieron los enemigos sobre ellos el 15
de septiembre, en número de 13.000 infantes y 1800 caballos. Butrón
se incorporó a Carrera y ambos pelearon bien hasta que, oprimidos por
la superioridad enemiga, empezaron a retirarse. Los franceses tenían
oculta parte de su tropa, casi a espaldas de los nuestros, y cargando
de improviso, introdujeron desorden y se apoderaron de algunos cañones.
Mayor hubiera sido la desgracia de los españoles a no haber acudido
pronto en su favor el inglés Madden, apostado con los portugueses en
Calzadilla, quien contuvo a los jinetes franceses y aun los escarmentó.
El general Butrón también después, en Azuaga, les cogió 100 hombres.
Paráronse los nuestros en Almendralejo, y los enemigos no pasaron de
Zafra y de los Santos de Maimona.
Prosiguió de este modo la guerra sin ningún considerable empeño, y
Romana saliendo, como hemos dicho, para Lisboa, se juntó en octubre
con el ejército inglés. Determinación que tomó de propia autoridad,
y no de acuerdo con el gobierno supremo. Cierto es que no hubiera
obtenido Romana la aprobación de aquel a haberle consultado, pues claro
era que las tropas que llevó consigo hacían más falta para cubrir la
Extremadura española, y aun para impedir la entrada de los franceses
en el Alentejo, que en las líneas de Torres Vedras, abundantemente
provistas de gente y de medios de defensa. Antes de partir nombró
Romana, para que le reemplazase en el mando en jefe, a Don Gabriel de
Mendizábal, puso a Badajoz como si estuviera amagado de sitio, y mandó
que la junta y demás autoridades se trasladasen a Valencia de Alcántara.
Tenía inmediata correlación con las operaciones del ejército de
Extremadura la guerra que se hacía en el condado de Niebla, en la
serranía de Ronda y en otros lugares de la Andalucía.
[Sidenote: Expedición de Lacy a Ronda.]
Se daba desde Cádiz pábulo a semejante lucha por medio de auxilios y de
algunas expediciones marítimas. Hízose a la vela la primera de estas el
17 de junio, compuesta de 3189 hombres de buenas tropas, a las órdenes
del general Don Luis Lacy, y dirigió su rumbo a Algeciras, en donde
desembarcó. Tenía por objeto dicha empresa fomentar la insurrección
de la serranía de Ronda, adoptando un plan que constantemente
mantuviese allí la guerra. El que proponía Lacy, siguiendo en parte los
pensamientos del general Serrano Valdenebro, comandante de la sierra,
se presentaba como el más adecuado y consistía en establecer de mar a
mar, quedando Gibraltar a la espalda, una línea de puntos fortificados
que abrigasen respectivamente ambos flancos cuando se obrase ya en uno
o ya en otro de ellos. Se habilitaban también en lo interior de la
sierra varios castillejos, antiguos vestigios de los moros, colocados
los más en parajes casi inaccesibles. El ejército había de obrar no
en masa sino en trozos, reuniéndose solo en determinadas ocasiones, y
se dejaba a cargo del paisanaje guarnecer los castillos, y suplir con
reclutas las bajas del ejército en Cádiz. Mas para realizar este plan
necesitábase tiempo, y no era probable que los franceses se descuidasen
y permitiesen el que se llevara a efecto.
Lacy, luego que hubo desembarcado, se encaminó a Gaucín, desde donde
quiso acercarse a Ronda. En esta ciudad se habían los franceses
fortalecido en el antiguo castillo y formado varios atrincheramientos:
tomar uno y otro a viva fuerza no era maniobra fácil ni pronta,
principalmente conservando los enemigos en Grazalema una columna móvil.
Limitose, pues, Lacy a hacer algunos movimientos, y a contener a veces
los ímpetus del enemigo. Le ayudaban los partidarios, favorecidos del
conocimiento que tenían del terreno, siendo los de más nombre Don José
de Aguilar, Don Juan Becerra y Don José Valdivia. También los ingleses,
de acuerdo con el general español, enviaron al este de la sierra 800
hombres que sirviesen de apoyo en cualquier desmán.
Inquietos los franceses con la expedición, y persuadidos de que si se
mantenía firme en los montes de Ronda, desasosegaría continuamente las
fuerzas que sitiaban a Cádiz, y aun las de Sevilla y Málaga, diéronse
priesa a frustrar tales intentos. Y así, al paso que el general Girard
buscaba a Lacy hacia el frente, destacó el mariscal Victor tropas del
primer cuerpo por el lado de poniente, y Sebastiani otras del 4.º por
el de levante. De manera que, temeroso Don Luis Lacy de ser envuelto,
se trasladó a la fuerte posición de Casares, embarcándose después en
Estepona y Marbella. Tomó a poco tierra en Algeciras, y tornando a
San Roque se corrió otra vez a la banda de Marbella, a fin de alentar
y socorrer la guarnición de aquel castillo que, bajo el mando de Don
Rafael Cevallos Escalera, burló diversas tentativas que para ocuparle
hizo el enemigo. Don Francisco Javier Abadía, comandante de San Roque,
aunque asistido de escasa fuerza, cooperó igualmente a los movimientos
de Lacy, y llamó por Algeciras la atención de los franceses.
Pero al fin, agolpándose estos en gran número a la sierra, se reembarcó
la expedición, y regresó a Cádiz el 22 de julio. No se sacaron de ella
más ventajas que la de molestar a los enemigos y divertirlos de otras
operaciones, particularmente de las que intentaba en Extremadura,
tan conexas con las de Portugal. Poca o mala inteligencia entre las
tropas de línea y los paisanos desfavoreció la empresa. Para aquellas
había oscura gloria y mucho trabajo en la guerra de partidarios, única
que convenía en la sierra; no así para los otros, habituados a tales
peleas, y cuya ambición de fama estaba satisfecha con que se pregonasen
sus hazañas en el ejido de sus pueblos.
[Sidenote: Al Condado de Niebla.]
Ni un mes se pasó sin que el mismo Don Luis Lacy, con otra expedición,
saliese de Cádiz llevando rumbo opuesto al anterior de Ronda, esto es,
al condado de Niebla. [Sidenote: Situación de esta comarca.] En dicha
comarca proseguía el general Copons entreteniendo al enemigo, que, bajo
el mando del duque de Aremberg, hacía con una columna móvil excursiones
en el país, y le molestaba. La junta de Sevilla contribuía desde
Ayamonte al buen éxito de las operaciones de Copons, y oportunamente
formó de la isla llamada Canela, en el Guadiana, un lugar de depósito
resguardado de los ataques repentinos del enemigo. En breve aquel
terreno, antes arenoso y desierto, se convirtió en una población donde
se albergaron muchas familias, refugiándose a veces los habitantes
de aldeas enteras y villas invadidas. Construyéronse allí barracas,
almacenes, pozos, hornos, y se fabricaron en sus talleres monturas,
cartuchos y otros pertrechos de guerra. Al fin, fortificáronse también
sus avenidas, de manera que se hizo el punto casi inexpugnable.
Constaba la expedición de Lacy de unos 3000 hombres, y escoltábala
fuerza sutil, española e inglesa, al mando la primera de Don Francisco
Maurelle, y la segunda al del capitán Jorge Cockburn. Desembarcó la
gente el 23 de agosto, a dos leguas de la barra de Huelva, entre las
Torres del Oro y de la Arenilla. La fuerza sutil se metió por la ría
que forman a su embocadero las corrientes del Odiel y el Tinto, con
propósito de ayudar la evolución de tierra y atacar por agua a Moguer.
En este sitio tenían los franceses 500 infantes y 100 caballos que,
sorprendidos, se retiraron, no asistiendo mayor dicha a otros tantos
que corrieron a su socorro de San Juan del Puerto.
Copons, al desembarcar Lacy, se hallaba en Castillejos, 12 leguas
distante, y habiéndose por desgracia retardado el pliego que le
anunciaba el arribo, no pudo acudir a la costa con la puntualidad
deseada, malográndose así el coger entre dos fuegos a los franceses que
estaban avanzados. Vino Copons, sin embargo, a Niebla, y se puso luego
en comunicación con Lacy. Los pueblos recibieron a este con el júbilo
más colmado, y fiados en su apoyo dieron a los enemigos terrible caza.
Pero no teniendo otra mira la expedición de Don Luis Lacy sino la de
divertir al francés de Extremadura, en tanto que el ejército de Romana
también por su lado se movía, miró aquel general como concluido su
encargo luego que le amenazaron superiores fuerzas, y de consiguiente
se reembarcó el 26 del mismo agosto. Desagradó en el condado lo rápido
de la excursión, y muchos pensaron que, sin comprometer su gente,
hubiera podido Lacy permanecer allí más tiempo, y maniobrar en unión
con el general Copons. Desamparados los pueblos, padecieron nuevas
molestias del enemigo, en especial Moguer, que se había declarado
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