Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 02

Total number of words is 4534
Total number of unique words is 1507
30.8 of words are in the 2000 most common words
42.7 of words are in the 5000 most common words
48.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
derecha, [Sidenote: Ríndense 600 franceses.] tuvieron que rendirse
estos que en vano habían recorrido toda la izquierda, entregándose
prisioneros el 21 de mayo a los jefes Perena y Baget, en número de
unos 600 hombres. Encendiose más y más con hecho tan glorioso la
insurrección del paisanaje, y fue estimulado Blake a acelerar sus
movimientos.
[Sidenote: Entra Blake en Alcañiz.]
Ya este general después de su salida de Tortosa se había aproximado
a la división francesa que en Alcañiz y sus alrededores mandaba el
general Laval, obligándole a evacuar aquella ciudad el 18 del mes de
mayo. Los enemigos todavía no tenían por allí numerosa fuerza, pues
dicha división no permanecía entera y reunida en un punto, sino que,
acantonada, se extendía hasta Barbastro, mediando el Ebro entre sus
esparcidos trozos. Nada hubiera importado a los franceses semejante
desparramamiento si no perdieran a Monzón, y si impensadamente no
se hubiera aparecido Don Joaquín Blake, cuyos dos acontecimientos
supiéronse en Zaragoza el 20 a la propia sazón que Suchet acababa de
tomar el mando.
[Sidenote: Va Suchet a su encuentro.]
Se desvanecieron por consiguiente los planes de este general de mejorar
el estado de su ejército antes de obrar, y en breve se preparó a ir a
socorrer a su gente. Dejó en Zaragoza pocas tropas, y llevando consigo
la mayor parte de la segunda división marchó a reforzar la primera del
mando de Laval, que se reconcentraba en las alturas de Híjar. Juntas
ambas ascendían a unos 8000 hombres, de los que 600 eran de caballería.
Arengó Suchet a sus tropas, recordoles pasadas glorias, y yendo
adelante se aproximó a Alcañiz, en donde ya estaba apostado Don Joaquín
Blake. Contaba por su parte el general español, reunidas que fueron las
divisiones valenciana de Morella y aragonesa de Tortosa, 8176 infantes
y 481 caballos.
[Sidenote: Batalla de Alcañiz.]
La derecha al mando de Don Juan Carlos de Aréizaga se alojaba en el
cerro de los Pueyos de Fórnoles; la izquierda gobernada por Don Pedro
Roca permaneció en el cabezo o cumbre baja de Rodriguer, situándose el
centro en el de Capuchinos a las inmediatas órdenes del general en jefe
y de su segundo el marqués de Lazán. Corría a la espalda del ejército
el río Guadalope, y más allá se descubría colocada en un recuesto la
ciudad de Alcañiz.
A las seis de la mañana del 23 aparecieron los enemigos por el camino
de Zaragoza, retirándose a su vista la vanguardia española que regía
Don Pedro Tejada. Pusieron aquellos su primer conato en apoderarse
de la ermita de Fórnoles, atacando el cerro por el frente y flanco
derecho, al mismo tiempo que ocupaban las alturas inmediatas.
Contestaron con acierto los nuestros a sus fuegos, y repelieron después
con serenidad y vigorosamente una columna sólida de 900 granaderos,
que marchaba arma al brazo y con grande algazara. Queriendo entonces
el general Blake causar diversión al enemigo, envió contra su centro
un trozo de gente escogida al mando de Don Martín de Menchaca. No
estorbó esta atinada resolución el que Suchet repitiese sus ataques
para enseñorearse de la ermita de Fórnoles, si bien infructuosamente,
alcanzando gloria y prez Aréizaga y los españoles que defendían el
puesto. Enojados los franceses al ver cuán inútiles eran sus esfuerzos,
revolvieron sobre Menchaca, que acometido por superiores fuerzas
tuvo que recogerse al cerro de la mencionada ermita. Extendiose en
seguida la pelea al centro e izquierda española, avanzando una
columna enemiga por el camino de Zaragoza con tal impetuosidad que
por de pronto todo lo arrolló. Mandábala el general francés Fabre, y
sus soldados llegaron al pie de las baterías españolas del centro, en
donde los contuvo y desordenó el fuego vivísimo de los infantes, y el
bien acertado a metralla de la artillería que gobernaba Don Martín
García Loigorri. Rota y deshecha esta columna, tuvieron los enemigos
que replegarse, dejando el camino de Zaragoza cubierto de cadáveres.
Nuestras tropas picaron algún trecho su retirada, y no insistió Blake
en el perseguimiento por la desconfianza que le inspiraba su propia
caballería que anduvo floja en aquella jornada. Perdieron los españoles
de 200 a 300 hombres: los franceses unos 800, quedando herido levemente
en un pie el general Suchet. [Sidenote: Retírase Suchet a Zaragoza.]
Prosiguieron los últimos por la noche su marcha retrógrada, y tal era
el terror infundido en sus filas que esparcida la voz de que llegaban
los españoles echaron sus soldados a correr, y mezclados y en confusión
llegaron a Samper de Calanda. Avergonzados con el día volvieron en sí,
y pudo Suchet recogerse a Zaragoza, cuyo suelo pisó de nuevo el 6 de
junio.
Satisfecho Blake de haber reanimado a sus tropas con la victoria
alcanzada, limitose durante algunos días a ejercitarlas en las
maniobras militares, mudando únicamente de acantonamientos. La junta de
Valencia acudió en su auxilio con gente y otros socorros, y la central
estableciendo un parte o correo extraordinario dos veces por semana,
mantuvo activa correspondencia, remitiendo en oro y por conducto tan
expedito los suficientes caudales. Reforzado el general Blake y con
mayores recursos se movió camino de Zaragoza, confiado también en que
el entusiasmo de las tropas supliría hasta cierto punto lo que les
faltase de aguerridas.
Por su parte el general Suchet tampoco desperdició el tiempo que
le había dejado su contrario, pues acampando su gente en las
inmediaciones de Zaragoza, procuró destruir las causas que habían
algún tanto corrompido la disciplina. [Sidenote: Situación crítica de
Suchet.] Formó igualmente con objeto de evitar cualquiera sorpresa
atrincheramientos en Torrero y a lo largo de la acequia, barreó el
arrabal, mejoró las fortificaciones de la Aljafería, y envió camino de
Pamplona lo más embarazoso de la artillería y del bagaje.
En las apuradas circunstancias que le rodeaban no solo tenía que
prevenirse contra los ataques de Blake, sino también contra las
asechanzas de los habitantes, [Sidenote: Partidarios.] y los esfuerzos
de varios partidarios. De estos se adelantó orillas del Jalón un cuerpo
franco de 1000 hombres al mando del coronel Don Ramón Gayán, y por el
lado de Monzón e izquierda del Ebro acercose al puente del Gállego el
brigadier Perena. De suerte que otro descalabro como el de Alcañiz
bastaba para que tuviesen los franceses que evacuar a Zaragoza, y dejar
libre el reino de Aragón.
Afanado así el general Suchet y lleno de zozobra ocupábase sobre todo
en averiguar las operaciones de Don Joaquín Blake, cuando supo que este
se aproximaba. Preparose pues a recibirle, y dejando la caballería en
el Burgo, distribuyó los peones entre el monte Torrero y el monasterio
de Santa Fe, camino de Madrid, al paso que destacó a Muel al general
Fabre con 1200 hombres.
[Sidenote: Adelántase Blake a Zaragoza.]
El ejército español proseguía su movimiento, y engrosadas sus filas
con nuevas tropas reunidas de varias partes, pasaba su número de 17.000
hombres. De ellos hallábase el 13 avanzada en Botorrita la división de
Don Juan Carlos de Aréizaga, estando en Fuendetodos con los demás Don
Joaquín Blake. Noticioso este general de que Fabre se había adelantado
de Muel a Longares, apresuró su marcha en la misma tarde con intento de
coger al francés entre sus tropas y las de Aréizaga. Mas aquel viéndose
cortado del lado de Zaragoza, abandonó un convoy de víveres, y se
retiró a Plasencia de Jalón. Inútilmente corrió en su ayuda la segunda
división francesa, que ni pudo abrir la comunicación ni apoderarse
del puesto que en Botorrita ocupaba Aréizaga, teniendo al fin que
replegarse sabedora de que venía sobre ella el grueso del ejército
español.
Cerciorado de lo mismo el general Suchet y resuelto a combatir, tomó
sus disposiciones. La fuerza con que contaba ascendía a unos 12.000
hombres, debiéndose juntar en breve dos regimientos procedentes de
Tudela, y Fabre que desde Plasencia caminaba a Zaragoza. La disciplina
de sus soldados se había mejorado, mostrándose más serenos y animados
que en Alcañiz.
[Sidenote: Batalla de María.]
En la mañana del 15 el general Blake, luego que llegó a María, distante
dos leguas y media de Zaragoza, pasó más allá y cruzó el arroyo que
pasa por delante de aquel pueblo. Su ejército estaba distribuido en
columnas mandadas por coroneles, y le colocó sobre unas lomas repartido
en dos líneas. La primera de estas la mandaba Don Pedro Roca, y en ella
se mantuvo desde el principio Don Joaquín Blake. Estaba al frente de la
segunda el marqués de Lazán. Situose sobre la derecha, que era la parte
más llana, la caballería, capitaneada por el general Odonojú con algunos
infantes, apoyándose en el Huerba, cuyas dos orillas ocupaba. La fuerza
allí presente no pasaba de 12.000 hombres, continuando destacada en
Botorrita la división de Aréizaga compuesta de 5000 combatientes.
Enfrente, y a corta distancia del nuestro, se divisaba el ejército
francés, guiado por su general Suchet. Los españoles permanecían
quietos en su puesto, y los enemigos no se apresuraron a empeñar la
acción hasta las dos de la tarde que les llegó el refuerzo de los
regimientos de Tudela. Entonces habiendo dejado de antemano en Torrero
al general Laval para tener en respeto a Zaragoza, moviose Suchet por
el frente haciendo otro tanto los españoles. Dieron estos muestras de
flanquear con su izquierda la derecha de los enemigos, lo cual estorbó
el general francés reforzándola, hasta querer por aquella parte romper
nuestras filas. Separaba a entrambos ejércitos una quebrada que recibió
orden de cruzar el general Musnier, a quien no solo repelieron los
españoles, sino que reforzada su izquierda con gente de la derecha le
desordenaron y deshicieron. Acudió en su auxilio por mandato de Suchet
el intrépido general Harispe, consiguiendo, aunque herido, restablecer
entre sus tropas el ánimo y la confianza. En aquella hora sobrevino una
horrorosa tronada con lluvia y viento que casi suspendió el combate,
impidiendo a ambos ejércitos el distinguirse claramente.
Serenado el tiempo, pensó Suchet que sería más fácil romper la derecha
no colocada tan ventajosamente, y en donde se hallaba la caballería,
inferior a la suya en número y disciplina. Así fue que con una columna
avanzó de aquel lado el general Habert, precediéndole Vattier con dos
regimientos de caballería. Ejecutada la operación con celeridad se
vieron arrollados los jinetes españoles y rota la derecha, apoderándose
los franceses de un puentecillo por el cual se cruzaba el arroyo
colocado detrás de nuestra posición. Permaneció no obstante firme
en esta Don Joaquín Blake, y ayudado de los generales Lazán y Roca
resistió durante largo rato y con denuedo a las impetuosas acometidas
que por el frente y oblicuamente hicieron los franceses. Al fin,
flaqueando algunos cuerpos españoles, se arrojaron todos abajo de las
lomas que ocupaban, en cuyas hondonadas, formándose barrizales con la
lluvia de la tormenta, se atascaron muchos cañones, de los que en todo
se perdieron hasta unos quince. Fueron cogidos prisioneros el general
Odonojú y el coronel Menchaca, siendo bastantes los muertos.
[Sidenote: Retírase Blake a Botorrita.]
Retiráronse después los españoles sin particular molestia, uniéndose
en Botorrita a la división de Aréizaga, que lastimosamente no tomó
parte en la acción. Ignoramos las razones que asistieron a Don Joaquín
Blake para tenerla alejada del campo de batalla. Si fue con intento
de buscar en ella refugio en caso de derrota, lo mismo le hubiera
encontrado teniéndola más cerca y a su vista, con la diferencia de que,
empleados oportunamente sus soldados al desconcertarse la derecha, muy
otro hubiera sido el éxito de la refriega, bien disputada por nuestra
parte, recientes todavía los laureles de Alcañiz, y desasosegados
los franceses con la terrible imagen de Zaragoza, que a la espalda
aguardaba silenciosa su libertad.
El general Suchet volvió por la noche a aquella ciudad, mandando
al general Laval que de Torrero caminase a amenazar la retaguardia
de los españoles. Permaneció Don Joaquín Blake el 16 en Botorrita,
resuelto a aguardar a los franceses: pudiera haberle costado cara
semejante determinación si el general Laval, descarriado por sus guías,
no se hubiese retardado en su marcha. Admirose Suchet al saber que
Blake aunque derrotado se mantenía en Botorrita, de cuyo punto no se
hubiera tan pronto movido si el amo de la casa donde almorzó Laval
no le hubiese avisado de la marcha de este. Así el patriotismo de un
individuo preservó quizás al ejército español de un nuevo contratiempo.
[Sidenote: Retírase de Botorrita.]
Advertido Blake abrevió su retirada, sin que por eso hubiese antes
habido ningún empeñado choque. Siguiole Suchet el 17 hasta la Puebla
de Albortón, y el 18 ambos ejércitos se encontraron en Belchite. No
era el de Blake más numeroso que en María, pues si bien por una parte
se le unió la división de Aréizaga y un batallón del regimiento de
Granada procedente de Lérida, por otra habíase perdido en la acción
mucha gente entre muertos y extraviados, y separádose el cuerpo franco
de Don Ramón Gayán. Además la disposición de los ánimos era diversa,
decaídos con la desgracia. Lo contrario sucedía a los franceses, que
recobrado su antiguo aliento y contando casi las mismas fuerzas, podían
confiadamente ponerse al riesgo de nuevos combates.
[Sidenote: Batalla de Belchite.]
Está Belchite situado en la pendiente de unas alturas que le circuyen
de todos lados excepto por el frente y camino de Zaragoza, en donde
yacen olivares y hermosas vegas que riegan las aguas de la Cuba o
pantano de Almonacid. Don Joaquín Blake puso su derecha en el Calvario,
colina en que se respalda Belchite: su centro en Santa Bárbara, punto
situado en el mismo pueblo, habiendo prolongado su izquierda hasta
la ermita de nuestra señora del Pueyo. En algunas partes formaba el
ejército tres líneas. Guarneciéronse los olivares con tiradores, y se
apostó la caballería camino de Zaragoza. Aparecieron los franceses
por las alturas de la Puebla de Albortón, atacando principalmente
nuestra izquierda la división del general Musnier. Amagó de lejos la
derecha el general Habert, y tropas ligeras entretuvieron el centro
con varias escaramuzas. A él se acogieron luego nuestros soldados de
la izquierda, agrupándose alrededor de Belchite y Santa Bárbara, lo
que no dejó ya de causar cierta confusión. Sin embargo nuestros fuegos
respondieron bien al principio a los de los contrarios, y por todas
partes se manifestaban al menos deseos de pelear honradamente. Mas
a poco incendiándose dos o tres granadas españolas, y cayendo una
del enemigo en medio de un regimiento, espantáronse unos, cundió el
miedo a otros, y terror pánico se extendió a todas las filas, siendo
arrastrados en el remolino mal de su grado aun los más valerosos. Solos
quedaron en medio de la posición los generales Blake, Lazán y Roca, con
algunos oficiales; los demás casi todos huyeron o fueron atropellados.
Sentimos, por ignorarlo, no estampar aquí para eterno baldón el nombre
de los causadores de tamaña afrenta. Como la dispersión ocurrió
al comenzarse la refriega, pocos fueron los muertos y pocos los
prisioneros, ayudando a los cobardes el conocimiento del terreno.
Perdiéronse nueve o diez cañones que quedaban después de la batalla
de María, y perdiose sobre todo el fruto de muchos meses de trabajos,
afanes y preparativos. Aunque es cierto que no fue Don Joaquín Blake
quien dio inmediata ocasión a la derrota, censurose con razón en aquel
general la extremada confianza de aventurar una segunda acción tres
días después de la pérdida de la de María, debiendo temer que tropas
nuevas como las suyas no podían haber olvidado tan pronto tan reciente
y grave desgracia.
[Sidenote: Resultas desastradas de la batalla.]
Los franceses avanzaron el mismo 18 a Alcañiz. Los españoles se
retiraron en más o menos desorden a puntos diversos: la división
aragonesa de Lazán a Tortosa de donde había salido, la de Valencia
a Morella y San Mateo: acompañaron a ambas varios de los nuevos
refuerzos, algunos tiraron a otros lados. También repartiendo en
columnas su ejército el general francés, dirigió una la vuelta de
Tortosa, otra del lado de Morella, y apostó al general Musnier en
Alcañiz y orillas del Guadalope. En cuanto a él, después de pasar en
persona el Ebro por Caspe, de reconocer a Mequinenza y de recuperar a
Monzón, volvió a Zaragoza, habiendo dejado de observación en la línea
del Cinca al general Habert.
Ganada la batalla de Belchite, si tal nombre merece, y despejada la
tierra, figurose Suchet que sería árbitro de entregarse descansadamente
al cuidado interior de su provincia. En breve se desengañó, porque
animados los naturales al recibo de las noticias de otras partes, y
engrosándose las guerrillas y cuerpos francos con los dispersos del
ejército vencido, apareció la insurrección, como veremos después, más
formidable que antes, encarnizándose la guerra de un modo desusado.
[Sidenote: Pasa Blake a Cataluña.]
Desde Tortosa volvió el general Blake la vista al norte de Cataluña,
y en especial la fijó en Gerona, de cuyo sitio y anexas operaciones
suspenderemos hablar hasta el libro próximo, por no dividir en trozos
hecho tan memorable. En lo demás de aquel principado continuaron tropas
destacadas, somatenes y partidas incomodando al enemigo, pero de sus
esfuerzos no se recogió abundante fruto faltando en aquellas lides el
debido orden y concierto.
[Sidenote: Conspiración de Barcelona.]
Tampoco cesaban las correspondencias y tratos con Barcelona, y fue
notable y de tristes resultas lo que ocurrió en mayo. Tramábase
ganar la plaza por sorpresa. El general interino del principado,
marqués de Coupigny, se entendía con varios habitantes, debiendo
una división suya entrar el 16 a hurtadillas y por la noche en la
ciudad, al mismo tiempo que del lado de la marina divirtiesen fuerzas
navales a los franceses. Mas, avisados estos, frustraron la tentativa,
[Sidenote: Suplicio de algunos patriotas.] arrestando a varios de los
conspiradores que el 3 de junio pagaron públicamente su arrojo con la
vida. Entre ellos, reportado y con firmeza, respondió al interrogatorio
que precedió al suplicio el doctor Pou de la universidad de Cervera:
no menos atrevido se mostró un mozo del comercio llamado Juan Massana,
quien ofendido de la palabra traidor con que le apellidó el general
francés, replicole «el traidor es V. E. que con capa de amistad se ha
apoderado de nuestras fortalezas.» Recompensó el patíbulo tamaño brío.
Había alterado al gobierno de José la excursión de Blake en Aragón, a
punto de pedir a Saint-Cyr que de Cataluña cayese sobre la retaguardia
del general español. Graves razones le asistían para tal cuidado,
[Sidenote: Sucesos del mediodía de España.] pues además de las
inmediatas resultas de la campaña, temía el influjo que podía esta
ejercer en el mediodía de España, donde el estado de cosas cada día
presagiaba extensas e importantes operaciones militares. Por lo cual
será bien que volviendo atrás relatemos lo que por allí pasaba.
[Sidenote: Mariscal Victor.]
Después de la batalla de Medellín había sentado el mariscal Victor sus
reales en Mérida, ciudad célebre por los restos de antigüedades que aún
conserva, y desde la cual situada en feraz terreno se podía fácilmente
observar la plaza de Badajoz, y tener en respeto las reliquias del
ejército de Don Gregorio de la Cuesta. Para mayor seguridad de sus
cuarteles fortificó el mariscal francés la casa del _Conventual_,
residencia hoy de un provisor de la orden de Santiago, y antes parte de
una fortaleza edificada por los romanos, divisándose todavía del lado
de Guadiana, en el lugar llamado el Mirador, un murallón de fábrica
portentosa. En lo interior establecieron los franceses un hospital y
almacenaron muchos bastimentos.
[Sidenote: Patriotismo de Extremadura.]
De Mérida destacaron los enemigos a Badajoz algunas tropas e intimaron
la rendición a la plaza, confiados en el terror que había infundido la
jornada de Medellín y también en secretos tratos. Salió su esperanza
vana, respondiendo a sus proposiciones la junta provincial a cañonazos.
Era en esta parte tan unánime la opinión de Extremadura, que por
entonces no consiguió el mariscal Victor que pueblo alguno prestase
juramento ni reconociese el gobierno intruso. Solo en Mérida obtuvo
de varios vecinos, casi a la fuerza, que firmasen una representación
congratulatoria a José; mas el acto produjo tal escándalo en toda la
provincia, que al decretar la junta contra los firmantes formación de
causa, prefirieron estos comparecer en Badajoz y correr todo riesgo a
mancillar su fama con la tacha de traidores. Su espontánea presentación
los libertó de castigo. No era extraño que los naturales mirasen con
malos ojos a los que seguían las banderas del extranjero, cuando este
saqueaba y asolaba horrorosamente la desgraciada Extremadura.
[Sidenote: Inacción de Victor.]
Por lo demás Victor había permanecido inmoble después de lo de
Medellín, no tanto porque temiese invadir la Andalucía cuanto por
ser principal deseo del emperador la ocupación de Portugal. Ya
dijimos fuera su plan, que al tiempo que Soult penetrase aquel reino
vía de Galicia, otro tanto hiciesen Lapisse por Ciudad Rodrigo y
Victor por Extremadura. La falta de comunicaciones impidió dar a lo
mandado el debido cumplimiento, dificultándose estas a punto de que
se interrumpieron aun entre los dos últimos generales. Ocasionoles
tamaño embarazo Sir Roberto Wilson, quien, antes de pasar a Portugal en
cooperación de Wellesley, había destacado dos batallones al puerto de
Baños, y cortado así la correspondencia a los enemigos. Incomodados
estos con tales obstáculos, estuviéronlo mucho más con la insurrección
del paisanaje que cundió por toda la tierra de Ciudad Rodrigo,
[Sidenote: Pasa Lapisse de tierra de Salamanca a Extremadura.] de
manera que temiendo Lapisse no entrar en Portugal a tiempo, determinó
pasar a Extremadura y obrar de acuerdo con Victor. Así lo verificó
haciendo una marcha rápida sobre Alcántara por el puerto de Perales.
[Sidenote: Entra en Alcántara.]
Los vecinos de aquella villa trataron de defender la entrada
apostándose en su magnífico puente, mas, vencidos, penetraron los
franceses dentro, y en venganza todo lo pillaron y destruyeron, sin
que respetasen ni aun los sepulcros. Diéronse no obstante los últimos
priesa a evacuarla, continuando por la noche su camino, temerosos del
coronel Grant y de Don Carlos de España que seguían su huella, y los
cuales, entrando por la mañana en Alcántara, se hallaron con el espantoso
espectáculo de casas incendiadas y de calles obstruidas de cadáveres.
Se incorporó en seguida Lapisse con Victor en Mérida el 19 de abril.
[Sidenote: Únense Lapisse y Victor.]
Entonces prevaleciendo ante todo en la mente de los franceses la
invasión de Portugal, mandó José al mariscal Victor que en unión con
el general Lapisse marchase la vuelta de aquel reino. Parecía oportuno
momento para cumplir a lo menos en parte el plan del emperador, pues
a la propia sazón se enseñoreaba el mariscal Soult de la provincia de
Entre Duero y Miño.
[Sidenote: Marchan contra Portugal.]
Encaminose pues Victor hacia Alcántara, poniendo al cuidado de Lapisse
repasar el puente, ocupado a su llegada por el coronel inglés Mayne,
quien en ausencia de Wilson al norte de Portugal, mandaba la legión
lusitana. Quiso el inglés volar un arco del puente, y no habiéndolo
conseguido se replegó el 14 de mayo a su antigua posición de Castelo
Branco. Hasta allí, después de cruzar el Tajo, envió Lapisse sus
descubiertas por querer el mariscal Victor ir más adelante. [Sidenote:
Desisten de su intento.] Mas, aunque resuelto a ello, detuvieron a este
temores del general Mackenzie, el cual, según apuntamos en el libro
anterior, apostado en Abrantes al avanzar Wellesley a Oporto, salió al
encuentro de los franceses para prevenir su marcha. El movimiento del
inglés y voces vagas que empezaron a correr de la retirada de Soult de
las orillas del Duero, decidieron a Victor no solo a desistir de su
primer propósito, sino también a retroceder a Extremadura.
[Sidenote: Muévese Cuesta.]
Por su parte, Don Gregorio de la Cuesta, luego que supo la partida
de aquel mariscal, moviose con su ejército, rehecho y engrosado, y
puso los reales en la Fuente del Maestre, amagando sin estrecharle al
Conventual de Mérida que guarnecían los franceses. Victor al volver de
su correría se colocó en Torremocha, vigilando sus puestos avanzados
los pasos de Tajo y Guadiana. Pero su inútil tentativa contra Portugal,
el haber asomado ingleses a los lindes extremeños, y el reequipo y
aumento del ejército de Cuesta, dieron aliento a la población de las
riberas del Tajo, la cual, interceptando las comunicaciones, molestó
continuadamente a los enemigos. [Sidenote: Partidarios de Extremadura
y Toledo.] Mucho estimuló a la insurrección la junta de Extremadura,
enviando para dirigirla a Don José Joaquín de Ayesterán y a Don
Francisco Longedo, quienes de acuerdo con Don Miguel de Quero, que ya
antes había empezado a guerrear en la Higuera de las Dueñas, provincia
de Toledo, juntaron un cuerpo de 600 infantes y 100 caballos bajo
el nombre de voluntarios y lanceros de Cruzada del valle de Tiétar.
Recorriendo la tierra molestaron los convoyes enemigos, y fueron
notables más adelante dos de sus combates, uno trabado el 29 de junio
en el pueblo de Menga con las tropas del general Hugo, comandante de
Ávila, otro el que sostuvieron el 1.º de julio en el puente de Tiétar,
y de cuyas resultas cogieron a los franceses mucho ganado lanar y
vacuno. Se agregó después esta gente a la vanguardia del ejército de
Cuesta.
Mientras tanto el mariscal Victor, viendo lo que crecía el ejército
español, y temeroso de las fuerzas inglesas que se iban arrimando a
Castelo Branco, repasó el Tajo situándose el 19 de junio en Plasencia.
[Sidenote: Vuelan los franceses el puente de Alcántara.] Poco antes
envió un destacamento para volar el famoso puente de Alcántara,
admirable y portentosa obra del tiempo de Trajano, que nunca fuera
tan maltratada como esta vez, habiéndose contentado los moros y los
portugueses en antiguas guerras con cortar uno de sus arcos más
pequeños.
[Sidenote: Ejército de la Mancha.]
Otras atenciones obligaron luego a Victor a mudar de estancia. En
la Mancha y asperezas de Sierra Morena, después que Venegas tomó el
mando de aquel ejército, se habían aumentado sus filas, ascendiendo
el número de hombres a principios de junio a unos 19.000 infantes y
3000 caballos. Para no permanecer ocioso y foguear su gente, resolvió
Venegas salir en 14 del mismo mes de las estrechuras de la sierra y
sus cercanías, y recorrer las llanuras de la Mancha. Alcanzaron sus
partidas de guerrilla algunas ventajas, y el 28 de junio la división de
vanguardia, regida por Don Luis Lacy, escarmentó con gloria al enemigo
en el pueblo de Torralba.
La repentina marcha de Venegas asustó en Madrid a José, ya inquieto,
según hemos dicho, con la entrada de Blake en Aragón. [Sidenote: Va
a su encuentro sin fruto José Bonaparte.] Así fue que, al paso que
ordenó a Mortier que se aproximase por el lado de Castilla la Vieja a
las sierras de Guadarrama, previno al mariscal Victor que poniéndose
sobre Talavera le enviase una división de infantería y la caballería
ligera. Agregada esta fuerza a sus guardias y reserva, se metió José
desde Toledo en la Mancha, y uniéndose con el 4.º cuerpo del mando
de Sebastiani, avanzó hasta Ciudad Real. Venegas, que por entonces no
pensaba comprometer sus huestes, replegose a tiempo, y ordenadamente
tornó a Santa Elena. Penetró el rey intruso hasta Almagro, y no osando
arriscarse más adentro, se restituyó a Madrid devolviendo al mariscal
Victor las tropas que de su cuerpo de ejército había entresacado.
Tales fueron las marchas y correrías que precedieron en Extremadura
y Mancha a la campaña llamada de Talavera, la cual siendo de la
mayor importancia, exige que antes de entrar en la relación de sus
complicados sucesos, contemos las fuerzas que para ella pusieron en
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (3 de 5) - 03