Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 11

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daño. Los de la barca paráronse á mirar la pelea, no queriendo salir
á ayudallos estando cuasi junto á la orilla del rio, respondiendo
el Capitan dellos á los que lo reprendian, que por temor que los de
tierra, queriendo huir á la barca, la anegaran y así se perdieran
todos, y tambien porque, como aquella barca fuese de la nao del
Almirante, perdiéndose quedaba el Almirante á gran peligro en la mar,
donde estaba, siendo costa brava; y en la verdad, cualquiera barca, ó
navío sin barca, grandes y ciertos son los peligros que pasa, y así,
decia que no queria hacer otra cosa más de lo que el Almirante le
mandaba, que era llevar agua. El Capitan, queriendo despacharse presto
con su agua, para llevar al Almirante la nueva de lo que pasaba,
subióse el rio arriba, hasta donde no llegaba ni se mezclaba con la
dulce el agua salada, puesto que, por el peligro que habia de las
canoas de los indios, le amonestaron algunos que no pasase adelante;
respondió que aquel peligro él no lo temia pues á él habia salido, y
fuera, por el que le podia mandar, enviado. Prosiguió el rio arriba,
que es muy hondable, de una parte y de otra de monte y arboledas, hasta
dentro del agua, muy cerrado, si no es algunas senditas que los indios
tienen hechas para descender á pescar, y donde meten y esconden sus
canoas. Como los indios viesen la barca una legua desviada del pueblo,
el rio arriba, salieron de una parte y de la otra, de lo más espeso de
las riberas, con muchas de sus canoas, que son muy ligeras, con grandes
alaridos y bocinas, muy seguros, y comenzaron á cercar la barca, que no
llevaba sino siete ó ocho remadores, y el Capitan con otros dos ó tres
sobresalientes, que no podian mampararse de la lluvia de las lanzas
que los indios les echaban, con las cuales hirieron los más de ellos,
y entre ellos al Capitan, al cual dieron muchas heridas, y, con ellas,
de animar los suyos valientemente no cesaba; pero, como eran combatidos
de todas partes, sin se poder menear ni aprovecharse de las lombardas
que en la barca llevaban, ninguna industria ni esfuerzo del Capitan,
ni las fuerzas de todos juntos, les aprovechó nada. Finalmente, dieron
con una lanza por el ojo derecho al Capitan, de que cayó muerto, y así
los demas, infelicemente, allí acabaron. Uno sólo, por caer al agua en
el hervor de la pelea é irse por debajo nadando, salió á la orilla,
donde los indios no lo vieron, y éste llevó al pueblo la nueva del
desastre de la barca. Sucedió en ellos tan gran descorazonamiento y
desmayo, viéndose tan pocos y los más heridos, y aquellos muertos, y el
Almirante fuera, en la mar, sin barca, y á peligro de no poder tornar
á parte donde les pudiese venir ó enviar socorro, que, perdida toda
esperanza, determinaron de no quedar en la tierra; y sin obediencia ni
deliberacion, ni mando del Adelantado, pusieron su ida por obra, y se
entraron en el navío para salirse fuera á la mar, pero no pudieron
salir porque la boca se habia tornado á tapar. Tampoco pudieron enviar
barca ni persona que pudiese dar aviso al Almirante de lo que pasaba,
por la gran resaca y quebrazon ó reventazon de las olas de la mar,
que á la boca quebraba, y el Almirante no padecia chico peligro donde
estaba surto con su nao, por ser aquella costa toda brava, y estar sin
barca, y la gente que tenia ménos, que los indios en la barca mataran;
y así, todos, los de tierra y los de la mar, estaban puestos en grande
angustia, peligro y sospecha, y demasiado cuidado. Añadióse, al temor
y daños rescibidos de los que estaban en tierra, ver venir á los de la
barca muertos el rio abajo, con mil heridas, y sobre ellos numerosa
cantidad de cuervos, ó unas aves hediondas y abominables, que llamamos
auras, que no se mantienen sino de cosas podridas y sucias, las cuales
venian graznando y revolando, comiéndolos, como rabiando; cada cosa
destas era tormento, á los de tierra, intolerable, y no faltaba quien
cada una dellas tomase por agüero, y estuviese con sospecha de que, con
desastrado fin, la vida se le acabase. Y ésto más se lo certificaba
ver los indios, que, con la victoria, mayor esfuerzo y confianza de
los acabar, de hora en hora, cobraban, no dejándolos resollar un sólo
credo, por la mala disposicion del pueblo, que mucho los desayudaba;
y todavía los acabaran, si no tomaran por remedio de pasarse á una
gran playa escombrada, á la parte oriental del rio, á donde hicieron
un baluarte de sus arcas y de pipas de los bastimentos, y asestaron á
trechos su artillería, y así se defendian, porque no osaban los indios
asomar fuera del monte, temiendo el daño que las pelotas les hacian,
tiradas con las lombardas.


CAPÍTULO XXIX.

No sin gran cuidado, sospecha y angustia estaba el Almirante viendo que
habia diez dias que la barca enviara, y que della ni de los del pueblo
sabia cosa ninguna, temiendo tambien su gran peligro, por el lugar, tan
ajeno de seguridad, donde tenia su nao y los otros navíos, mayormente
careciendo de su barca, que, como queda dicho, es uno y quizá el sumo
de los peligros. Esperaba que amansase la mar para enviar otra barca,
que supiese la causa de la tardanza de la primera, y tambien saber de
la disposicion de los del pueblo, temiendo siempre no les hobiese algo
adverso acaecido. Sobrevínole otro dolor que acrecentó los cuidados
que ántes tenia; que los hijos y deudos del rey Quibia, que estaban
presos en uno de los dos navíos para llevarlos á Castilla, se soltasen
por gran maravilla. La industria que tuvieron para se soltar, fué
aquesta: como los encerraban de noche debajo de cubierta, y cerraban el
escotilla (que es la boca cuadrada, de obra de cuatro palmos en cuadro,
con su cobertura, y por encima della echan una cadena con su candado y
llave, de manera, que es como si metiesen los hombres en un pozo ó en
una sima, y los tapasen con cierta puerta con su llave por encima); en
aquel navío, y comunmente en los grandes, la escotilla está más alta
que un estado, y algunas veces que dos, y como los indios no podian
alcanzar á lo alto de la escotilla, llegaron muy sotilmente muchas
piedras, del lastre del navío, en derecho de la boca del escotilla,
de que hicieron un monton, cuanto los pudo levantar á que alcanzasen
arriba, y porque dormian ciertos marineros encima de la escotilla, no
echaban la cadena, porque les lastimara si la pusieran: júntanse todos
los indios una noche, y, con las espaldas afirmando por debajo, dan
un gran rempujon, que dieron con la escotilla, y con los marineros
que dormian encima, de la otra parte del navío, y saltando muy de
presto, dieron consigo en la mar, los principales de todos ellos, pero
acudiendo la gente del navío al ruido, muchos dellos, no tuvieron lugar
de saltar, y así, cerrando prestamente la escotilla los marineros,
echaron la cadena, y quedaron debajo los tristes, los cuales, viéndose
desesperados, y que ya no podian tener remedio para escaparse de las
manos de los españoles, y que nunca verian ya sus mujeres y hijos, ni
se verian en libertad, con las cuerdas que pudieron haber, los hallaron
por la mañana todos ahorcados, teniendo los más dellos los piés y las
rodillas por el plan, que es por las postreras tablas del navío, y
por el lastre, que son las piedras que están sobre ellas, porque no
habia tanta altura para poderse ahorcar, y, en fin, desta manera se
ahorcaron, y así, de los presos de aquel navío, ninguno se escapó de
muerto ó huido. Todo esto dice D. Hernando, de donde parece que más
presos debian tener en los otros navíos. Dice más D. Hernando: «que,
aunque la falta de aquellos muertos é idos no hiciese en los navíos
mucho daño, parecia que, demás de acrecentarse las desdichas, podria á
los de tierra recrecerse, que, porque quizá el Cacique ó señor Quibia,
por razon de haber sus hijos, holgara de tomar paz con los cristianos,
y viendo que no habia prenda por quien temer, les haria más cruda
guerra.» Por lo cual parece la poca cuenta que D. Hernando hace de los
crímenes que allí se hicieron, prendiendo tan injustamente aquella
gente, y de haber sido causa de que aquellos tristes se ahorcasen, y
de tan grande escándalo como quedó por toda aquella tierra, é infamia
del nombre cristiano. Y es aquí de no pasar sin hacer alguna reflexion,
y considerar qué aparejo hallaran los predicadores del Evangelio,
que despues á predicar por ella fueran, y qué fama de cristianos;
y si fueran culpables, porque á todos los mataran, no queriendo, y
aborreciendo oir nuevas ni palabras de Jesucristo, por ser Dios de
los cristianos. Tambien se considere aquí, si Quibia, rey de aquella
tierra, tuvo derecho y justicia de hacer la guerra que hizo á los
del pueblo y á su Capitan, el Adelantado. Item, si era maravilla
que ocurriesen las desdichas que D. Hernando dice, al Almirante y á
toda su compañía, y que todos los elementos y cielos, y lo que en
ellos se contiene, le fuesen contrarios, haciendo él y los suyos á
aquellas gentes inocentes, que nunca le hicieron injuria ni daño, tan
irreparables daños y execrables injurias é injusticias. Tornemos al
hilo de lo que refiere D. Hernando. Como el Almirante y los que con él
estaban, con tantos adversos acaecimientos y sospechas estuviesen tan
atribulados y á merced de las amarras, que era, como dicho es, grande
peligro, sin saber de la barca y de los del pueblo, no faltó quien
se ofreciese á decir, que, pues aquellos indios, por sólo salvar sus
vidas, se habian atrevido á echarse á la mar, estando más de una legua
de tierra, que ellos, por salvarse á sí y á tanta gente, se atreverian
á salir á nado, si con una barca que quedaba los llevasen hasta donde
las ondas no reventaban. Visto por el Almirante la buena voluntad y
ánimo de aquellos marineros, holgóse mucho, y aceptó su ofrecimiento;
mandó que fuese la barca y los llevase hasta un tiro de escopeta, de
tierra, porque sin gran peligro no podia llegarse más cerca de la
tierra, por las grandes ondas que en la playa reventaban. Desde allí,
Pedro de Ledesma, piloto de Sevilla, de que arriba hemos hecho mencion,
fué el que osó echarse á nado, y, con varonil ánimo, cuándo encima y
cuándo debajo de los andenes, ó rengleras de las ondas de la mar, que
iban reventando, hobo de salir á tierra, donde supo el estado todo de
la gente, y como afirmaban generalmente, que ningunos quedarian en
ella tan vendidos y á tanto peligro, sin remedio, como allí estaban,
y por esta causa suplicaban al Almirante que no se partiese sin
recogerlos, porque era dejallos condenados á la cierta muerte, si
allí los dejaba, los cuales ninguna cosa trataban sino de aparejarse,
para en ablandando el tiempo meterse en algunas canoas que tenian de
indios, é irse á los navíos, porque con sola una barca que les habia
quedado no lo podian hacer; y protestaban, que si el Almirante no lo
hiciese, que ellos se meterian en el navío que les quedaba, y se irian
por esa mar, poniéndose á cualquiera peligro, donde la ventura los
echase, y no faltaban ya entre ellos algunos motines y desobediencias
al Adelantado y á los otros Capitanes. Con estas nuevas, y respuesta ó
disposicion dellos, se volvió como vino aquel piloto, Pedro de Ledesma,
nadando, á la barca que por allí le esperaba, y lo tomaron, y fué á dar
relacion de todo lo que pasaba al Almirante. Sabido por el Almirante el
desbarate y muertes de los que perecieron en la barca, y la indignacion
de los indios contra ellos, y que no se podia fácilmente aplacar como
estuviesen tan lastimados y agraviados, la disposicion y propósito de
no querer quedar los Españoles, que le movió principalmente más que
otro de los dichos inconvenientes, determinó de los recoger, aunque
no sin gran peligro, por tener los navíos en costa tan brava, sin
algun abrigo ni esperanza de salvarse á sí y á ellos, si el tiempo
más arreciara. Quiso Dios, por su bondad, que dentro de ocho dias que
allí estuvo, á beneficio sólo de las amarras, el tiempo abonanzó, y
los de tierra, con su barca y con dos canoas grandes, atadas una con
otra porque no se trastornasen, pudieron comenzar á recoger sus cosas,
procurando cada uno de no se dormir para el embarcar; y así, en obra
de dos dias, no quedó cosa en tierra de cuanto tenian, si no fué el
casco del navío, que por la mucha bruma estaba innavegable. Todos así
embarcados, se hicieron á la vela en los tres navíos, tomando el camino
por la costa arriba del Levante; llegaron á Bel puerto, y allí fueron
forzados á desmamparar el un navío, por la mucha agua que hacia, que no
podian vencer ni agotar. De allí pasaron arriba del puerto del Retrete,
á una tierra que tenia junto muchas isletas, que el Almirante llamó las
Barbas, y creo que hoy es el que pintan en las cartas el golfo de San
Blás; y cuando no nos cataremos, estos que hacen cartas les pornán de
Sant Nicolás, segun cada dia se escriben novedades. Pasaron más diez
leguas adelante, y aquí fué lo postrero que de tierra firme vieron,
y aquí la dejaron. De lo cual parece que no puso el Almirante nombre
al puerto que hoy llamamos de Cartagena, segun algunos han dicho; lo
uno, porque de donde dice D. Hernando que dejaron la tierra firme al
puerto de Cartagena hay buenas 60 leguas, lo otro, porque es claro que
si allí hobieran llegado, y pusiera nombre puerto de Cartagena á aquel
puerto, como fuese cosa harto señalada, que, pues decia otros nombres
que ponia el Almirante á lugares no tan principales, D. Hernando este
no callara. Yo creo que aquel nombre debió poner Rodrigo de Bastidas, y
Juan de la Cosa, ó quizá Cristóbal Guerra, que fueron los que aquella
tierra, primero que otros, descubrieron y cognoscieron, y tambien la
escandalizaron. Dejada, pues, la tierra firme, 1.º de Mayo de 1503,
volvieron la vía del Norte, para tomar la isla Española, y á cabo de
diez dias, ó á 10 del dicho mes, fueron á dar sobre dos isletas, que
ellas llenas, y la mar en rededor della, eran cuajadas de tortugas,
que parecia todo unos peñascales, por cuya causa les puso el Almirante
por nombre las Tortugas. Estas isletas, son las que hoy llaman en las
cartas del marear, los Caimanes que están, al Poniente, 25 leguas
ó poquitas más, de Jamáica, y 45 al Sur de la isla de Cuba, porque
en todo aquel camino que el Almirante agora anduvo no hay otras.
Yendo todavía el camino del Norte, adelante de las isletas dichas,
30 leguas, fueron á surgir al Jardin de la Reina, que son un gran
número de isletas, juntas á la isla de Cuba por la parte del Sur ó
Mediodia. Estando allí surtos, casi á 10 leguas de Cuba, con mucha
hambre y trabajo porque no tenian que comer sino bizcocho y algun
aceite, y muy poco vinagre, trabajando de dia y de noche, con tres
bombas, echando agua fuera, porque se iban los navíos á fondo, comidos
de bruma, sobrevínoles una noche tan grande tormenta, que garró el un
navío sobre el del Almirante, que es arrastrar las anclas, y juntarse
un navío sobre otro, que hizo pedazos toda la proa, y á sí mismo, el
navío, la popa; rompiéronse los cables ó maromas de las anclas, y fué
grande el peligro y riesgo que padecieron aquella noche. Salieron de
allí, é llegáronse á la tierra de Cuba, y aportaron á un pueblo de
indios, llamado Macáca, la media sílaba luenga, donde tomaron refresco
de caçabí, y otras cosas que los indios les dieron, creo que de buen
grado, porque tal era la gente de aquella isla, no ménos que las otras.
Salidos de allí, fueron en demanda de la isla de Jamáica, porque los
vientos y corrientes no los dejaban ir á la Española; iban los navíos
tan abiertos, que se les iban al fondo, que por ninguna fuerza ni
industria bastaba á vencer el agua con tres bombas cada navío, y en
alguno llegaba el agua cerca de la cubierta. La víspera de Sant Juan
llegaron á un puerto de Jamáica, llamado Puerto Bueno, y aunque bueno
para contra la tormenta de la mar, pero malo para se mamparar de la
sed y de la hambre, porque ni agua ni poblacion de indios alguna
tenia. Pasado el dia de Sant Juan partieron para otro puerto, llamado
Santa Gloria, con el mismo peligro y trabajo, en el cual entrados, no
pudiendo ya más sostener los navíos, encalláronlos en tierra lo más
que ser pudo, que seria un tiro de ballesta della, juntos el uno con
el otro, bordo con bordo; y con muchos puntales, de una parte y de
otra, los firmaron de tal manera, que no se podian mover, los cuales
se hinchieron de agua casi hasta la cubierta, sobre la cual, y por
los castillos de popa y proa, se hicieron estancias donde la gente se
aposentase.


CAPÍTULO XXX.

Puestos sus navíos así á recaudo, y haciendo dellos su morada, luego
los indios, que era buena gente y mansa (éstas son palabras de D.
Hernando, que allí estaba), vinieron en sus canoas á venderles de
sus cosillas é bastimentos, con deseo que tenian de haber de las de
Castilla, y, porque no hobiese debates ó rencillas entre los españoles,
por las compras, y unos tomasen más de lo que habia menester, y á otros
faltase lo necesario, constituyó el Almirante dos personas que tuviesen
cargo de la compra ó rescate de lo que los indios trujesen, y que cada
tarde, por sus suertes, dividiesen por la gente de los navíos lo que
hobiesen aquellos rescatado, porque ya en los navíos no tenian cosa con
que se mantener. Habiánseles gastado los bastimentos, dellos que habian
comido, dellos que se les habian podrido, y dellos que se perdieron
al embarcar con la prisa en el rio de Belem; y dice D. Hernando,
que les suplió Nuestro Señor aquella falta con llevarlos á aquella
isla, que entónces estaba muy poblada de indios, y floreciente de
mantenimientos, y deseosos de sus rescates, con cuya codicia de todas
las comarcas venian á rescatar de lo que tenian. Para efecto desto, y
porque los españoles no se desmandasen por la isla, quiso el Almirante
fortalecerse en la mar y no hacer asiento en tierra, porque segun
somos, dice D. Hernando, descomedidos, ningun castigo, ni mandamiento
bastara para detener la gente que no se fuera por los lugares y casas
de los indios, y les tomaran lo que tenian, y provocaran á sus mujeres
é hijas, de modo que no pudieran dejar de haber con ellos muchas
contiendas y revueltas, y se perdiera nuestra amistad, é hobiéramos
de tomar por fuerza la comida, y nos viéramos en gran necesidad ó
aprieto, lo cual no hobo por estar la gente encastillada en los
navíos, de donde no podian salir sino por cuenta y con licencia, lo
cual fué á los indios más agradable, que por cosa de muy poco precio,
nos traian lo necesario, porque si eran una ó dos hutias, que son como
conejos, dábaseles tanta hoja de laton como el cabo de una agujeta, y
si eran tortas de pan, á que llaman caçabí, hecho de raíces ralladas,
dábaseles dos ó tres contezuelas verdes ó amarillas, y si era cosa
de más calidad lo que traian, dábanles un cascabel. Á las veces, á
los Reyes y principales señores se les daba un espejuelo ó un bonete
colorado, ó unas tijeras, por tenelles muy contentos; remediados y
fuera de laceria quedaban con estas dádivas. Rescató el Almirante diez
canoas para servicio de los navíos encallados, y de la gente que en
ellos con él estaba. Con esta órden de rescate y manera de conversar
con los indios, estaba la gente española bien proveida y abastada
de mantenimientos, y los indios, sin pesadumbre de la vecindad y
conversacion dellos, los comunicaban. Concertada su vida de la manera
dicha, tractaba el Almirante con los principales españoles, qué remedio
tendrian para salir de aquella cárcel, y al ménos llegar hasta esta
isla Española. Veíanse casi de todos los remedios humanos privados; de
venir navío por allí alguno, por entónces, no se podia esperar, sino
sólo por divino milagro; hacerlo de nuevo, faltábales todo lo más de
lo que para hacello era necesario, mayormente oficiales. Despues de
muchos dias, y muchas veces los convenientes ó inconvenientes peligros
y remedios platicados y comunicados, fué la final conclusion, en que
el Almirante se resolvió, hacer saber al Comendador Mayor, que aquesta
isla gobernaba, y al hacedor que el mismo Almirante aquí tenia, de la
manera que en Jamáica él y su gente aislado quedaba, para que se le
enviase un navío de las rentas que tenia en esta isla, proveido de
bastimentos y de lo demas necesario, para en que acá pasasen. Para este
negocio, no poco dificultoso, nombró dos personas de cuya fidelidad y
esfuerzo, y cordura, él tenia confianza, porque para ponerse á tanto
peligro, entrando en canoas, barquillos de un madero, para pasar un
golfo tan grande, que de punta á punta, de Jamáica á esta isla, tiene
20 y 25 leguas, sin otras 35 que habia desde donde estaban hasta la
dicha punta oriental de Jamáica, necesario era esfuerzo de buen ánimo,
y prudencia, y fidelidad no ménos para lo que se les encomendaba. En
este golfo hay sólo una isleta ó peñol, que está ocho leguas desta
isla Española, llamada Navasa. Fué aquesta empresa, de pasar á esta
isla de aquella, obra de gran esfuerzo y generoso ánimo, porque las
canoas facilísimamente se trastornan poco ménos que una calabaza,
como sean un palo cavado y no tengan un palmo de vivo; los indios
no padecen en ellas casi peligro, porque si se trastornan, échanse
á nado, y con calabazas echan el agua fuera, y tórnanse á entrar en
ellas, porque no se hunden, sino andan sobre el agua, como sean de
un palo. Estas personas fueron, un Diego Mendez de Segura, que habia
venido por Escribano mayor de aquella flota, persona bien prudente, y
honrada, y muy bien hablada, la cual yo muy bien cognoscí, é la otra,
un Bartolomé de Flisco, ginovés, tambien digno de aquel mensaje. Cada
uno destos dos se metió en su canoa con seis españoles de compañía y 10
indios que remasen; al Diego Mendez mandó que, llegado á esta ciudad
de Sancto Domingo, pasase á Castilla, con sus cartas, á dar cuenta á
los Reyes de su viaje; al Bartolomé Flisco, que llegase hasta tomar
tierra de esta isla Española, y de allí se volviese á Jamáica, para
dar cuenta como Diego Mendez habia pasado adelante. Habia desde do
quedaba el Almirante con su gente, á esta ciudad de Sancto Domingo, 200
leguas largas. Escribió á los Reyes una larga carta, cuyo traslado yo
tengo al presente, dándoles cuenta de todo su viaje, de las angustias,
trabajos, peligros y grandes adversidades que le habian ocurrido, de
la tierra que de nuevo habia descubierto, y de las minas ricas de
Veragua, repitiendo los servicios que habia hecho á Sus Altezas en el
descubrimiento deste mundo nuevo, y trabajos en él pasados, llorando
su prision y de sus hermanos, y haberles tomado todo lo que tenian de
hacienda, en su prision, juntamente con haber sido despojado de su
honra y estado, que con tan señalado, y nunca otro tal, servicio hecho
á Reyes del mundo, lo hobo merecido y ganado. Estas postreras palabras,
no el Almirante las dijo en su carta, sino yo las añido, porque me
parece semejante encarecimiento serle debido; y mucho más adelante,
suplicóles por la restitucion de su Estado, y satisfaccion de sus
agravios, y castigo de los que injustamente le habian sido contrarios.
Invoca sobre esto al cielo, y la tierra que lloren sobre él, diciendo:
«yo he llorado hasta aquí, haya misericordia el cielo, llore por mí la
tierra, llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia», cuasi
diciendo, de aquí adelante. Encarecia la pobreza que tenia, diciendo
no tener en este siglo una teja donde se metiese, ántes, si queria
comer ó dormir, se habia de ir al meson á cabo de veinte años que les
habia servido, y con tan inauditos trabajos, los cuales, á él y á sus
hermanos, habian poco aprovechado; muestra tener dolor de carecer de
los Santos Sacramentos de la Iglesia, mayormente quedando enfermo,
como quedaba, lleno de gota, especialmente, si en aquel destierro y
aislamiento el ánima le saliese del cuerpo; afirma, que este postrero
viaje, no lo hizo para ganar honra, ni hacienda, como si dijera,
porque ya la tenia ganada, sino sólo por servilles con sana intencion
y celo. Suplícales, finalmente, que desque á Castilla llegue, le den
licencia y tengan por bien su ida á Roma, y á otras romerías, y con
esto acaba su carta, suplicando á la Sancta Trinidad su vida y alto
estado guarde y acreciente; hecha en las Indias, en la isla de Jamáica,
á 7 de Julio de 1503. Escribió tambien el Almirante al Comendador
Mayor, que aquesta isla gobernaba, notificándole la necesidad en
que quedaba y encomendándole sus mensajeros, que los aviase para su
despacho, y favoreciese para que se le enviase algun navío á su costa,
en que pudiese á esta isla pasar con la gente que con él quedaba. Con
estas cartas, y otras para Castilla, y lo demas que convenia escribir,
despachó al Diego Mendez, y á Bartolomé Flisco, con sus dos canoas,
metida en cada una, cada indio, su calabaza de agua y algunos ajes y
pan caçabí, é los españoles con solas sus espadas y rodelas, y el
bastimento de agua y pan, y carne de las hutias ó conejos que pudo
caber en las canoas, que no podia ser mucho demasiado. Y porque para
entrar en tan gran golfo de la mar brava, como es toda la deste Océano,
y mayormente entre islas, en tan flaca especie de barcos para nosotros,
porque para los indios, como dije, ménos peligro y daño reciben que
nosotros en naos grandes, fué necesario, despues que llegaron á la
punta de la isla de Jamáica, y distaba de donde quedaba el Almirante 30
leguas, esperar que la mar amansase, y hiciese alguna gran calma, para
atravesar y comenzar su viaje, fué, hasta la dicha punta, el Adelantado
por tierra, con alguna gente, para si por caso, los indios de por
allí, no impidiesen á las dichas canoas, ó les hiciesen algun daño.
Despues se volvió poco á poco á los navíos, viniendo por los pueblos
alegremente conversando, dejándolos todos en su amistad.


CAPÍTULO XXXI.

Estando así en la punta ó cabo oriental de la isla de Jamáica las dos
canoas, sobrevínoles una muy buena calma, como la deseaban, y una
noche, ofreciéndose á Dios, partiéronse del Adelantado, y comenzaron
á navegar á costa de los brazos de los 10 indios, que voluntariamente
quisieron ayudallos con sus trabajos, y áun peligro de sus vidas, como
parecerá. Hízoles aquella noche y el dia siguiente buena calma, y
navegaron, remando los indios con unas palas, de que usan por remos,
de muy buena voluntad, y, como el calor era muy grande y llevaban poca
agua para se refrigerar, echábanse los indios de cuando en cuando en la
mar, nadando; tornaban de refresco al remo, y así caminaron tanto, que
perdieron de vista la tierra de Jamáica. Llegada la noche, remudábanse
los españoles y los indios, para el remar, y hacer la vela ó guardia.
Velaban los españoles, porque los indios, con el trabajo y sed, no se
tornasen ó hiciesen otro algun daño; llegados, al siguiente dia, ya
todos estaban muy cansados, pero animando cada cual de los Capitanes
á los suyos, é tomando ellos tambien sus ratos el remo, y mandándoles
que almorzasen, para recobrar fuerzas y aliento de la mala noche,
tornaron á su trabajo no viendo más que cielo y agua, y puesto que
aquello bastase para ir muy desconsolados y afligidos, podríase decir,
lo de Tántalo, que tenia el agua á la boca, y de sed rabiaba, y así
estos, iban junto al agua y cercados de agua, y bañados con agua, pero,
para matar la sed, poco les prestaba, como fuese de la mar y salada.
Los indios, con el sol y gran calor, y continuo trabajo de remar,
diéronse más priesa de la que convenia en beber de sus calabazas, y
así de presto las vaciaron, y como la sed, con sol recio y calma, sea
trabajo intolerable, cuanto más entraba el segundo dia de su partida,
tanto crescia más el calor y la sed á todos, por manera, que á medio
dia ya les faltaban las fuerzas para poder trabajar. Los Capitanes que
llevaban sus barriles de agua, los socorrian y esforzaban con dalles,
de cuando en cuando, algunos tragos y así los sostuvieron hasta el
frescor de la tarde. Allende la sed que padescian con el gran trabajo
de haber remado dos dias y una noche, lo que más los atormentaba, era
el temor de haber errado el camino derecho, donde habian de topar la
isleta llamada Navasa, que, segun dijimos, estaba de la punta desta
Española ocho leguas, donde creian repararse. Aquella tarde habian
echado ya un indio á la mar, de pura sed, ahogado, y otros estaban
echados en el plan ó suelo de la canoa, tendidos de desmayados. Los que
más vigor y ánimo y mejor subjecto tenian, estaban inestimablemente
tristes y atribulados, esperando cada momento la muerte que al otro
habia llevado. El refrigerio último que tenian, era tomar en la boca
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