Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 13

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porque más aína viniesen navíos para los llevar á todos, pues él, sin
ellos, no habia de salir de aquella isla, y aquel galeon ó carabelon
para todos no bastaba; y, finalmente, con la vista del carabelon, y
con las nuevas que en él vinieron, que Diego Mendez habia llegado en
salvo, quedaron todos algo alegres y consolados, y con esperanza de su
remedio. El Almirante, que deseaba la reversion y reduccion de los que
andaban alzados, por él estar dellos seguro, y porque no alborotasen y
damnificasen las gentes de aquella isla, determinó de hacelles saber lo
que pasaba para que cesasen sus sospechas, rogándoles encarecidamente
tornasen á su obediencia y amor, perdonándoles todo lo que contra
él habian en su rebelion cometido, y ofreciéndoles todo el buen
tratamiento que se les pudiese hacer de su parte; para este mensaje,
nombró dos personas de bien, que que con él estaban, y que con los más
dellos tenian crédito y amistad; y porque creyesen haber venido el
carabelon, les envió parte del tocino, el cual no habian visto hartos
dias, ni pensaron verlo tan presto. Llegados estos dos mensajeros,
salió luégo al camino el Porras, su Capitan, con algunos pocos de los
que más se fiaba, porque no se moviese ni provocase la demas gente
al pesar y arrepentimiento de lo que habian hecho; pero no lo pudo
tanto encubrir, que no entendiesen todos las nuevas de la venida del
carabelon, y de la llegada de Diego Mendez, y de la salud de los que
con el Almirante estaban, y de la renovacion de la esperanza de salir
de aquella isla, con la venida que se esperaba de los navíos, que Diego
de Escobar profirió que vernian por parte del Comendador Mayor. Oida,
pues, su embajada, y despues de muchas consultas de los principales de
quien más se fiaba, en fin, se resolvieron en que no querian fiarse del
Almirante, ni del perdon y promesas que les enviaba, pero que habian
por bien de andarse pacíficamente por la isla, si les prometiese de
darles navío en que se fuesen si dos viniesen, ó si fuese uno sólo que
les diese el medio; y que entre tanto, porque ellos habian perdido
sus ropas y rescates por la mar, partiese con ellos lo que tenia.
Respondiendo los mensajeros no ser aquellas honestas ni razonables
condiciones, los atajaron diciendo, que sino se las concedia por amor
y de su voluntad, que ellos lo tomarian á su pesar y á discrecion; y,
con este recaudo, se vinieron vacíos los mensajeros, quedando diciendo
á su compañía, el Porras y otros, que el Almirante era persona cruel
y vindicativa, y que todos aquellos cumplimientos eran engaños, y que
puesto que no tuviesen temor dél, porque no osaria hacerles daño alguno
por el favor que ellos en la corte tenian, habia razon de temer la
venganza que so color de castigo en los comunes haria; y que por esta
causa Francisco Roldan, y los que le siguieron, cuando se alzaron en
esta isla, no se habian fiado ni de sus ofertas, lo cual les salió
á bien, y fueron tan favorescidos que le hicieron llevar en hierros
á Castilla, y que menor causa ni esperanza tenian ellos para hacer
lo mismo. Y porque la venida de la carabela no moviese los ánimos de
los que consigo tenia, diciendo las nuevas de la llegada de Diego
Mendez y lo demas, decíales que no habia sido carabela verdadera,
sino fantástica, y por nigromancia fabricada, ó que la habia visto el
Almirante y los suyos en sueños, porque el Almirante sabia mucho de
aquellas artes; pues no era cosa creedera, que si fuera carabela no
comunicara con ella la gente que tenia consigo, y no se hobiera tan
presto desaparecido: y corroboraban sus razones con esta, que si fuera
carabela, el Almirante y su hijo y hermano se metieran en ella, y se
fueran, pues tanta necesidad tenian dello. Con estas y otras razones y
persuasiones, los tornaron á afirmar en su rebelion y desobediencia, y
que todos determinasen de ir á los navíos á tomar por fuerza las armas,
y rescates, y lo que más tomar les conviniese, y, sobre todo, prender
al Almirante, hermano é hijo.


CAPÍTULO XXXV.

Averiguada verdad es, y sellada en las Sagradas letras, que cuando
Dios determina de atajar la maldad con presente castigo, permite que
ni basten ruegos, ni ofrecimientos, ni amenazas, para que los malos
se diviertan de sus perversos caminos, sino que, viendo no vean, y
oyendo no oigan, porque incurran en las penas decretadas por el divino
juicio. Así fué de aquestos alzados contra el Almirante, con tanto
escándalo y daño de la gente natural de aquella isla, los cuales,
como hobiesen gravemente ofendido, y cada dia ofendiesen á Dios, así
en la desobediencia contra el Almirante y causándole tantas amarguras
sin razon ni causa justa, mayormente si le habian hecho el juramento
que arriba se dijo, y le hobiesen hecho tantas injurias, y de nuevo
quisiesen hacelle duras injusticias proponiendo de irle á robar lo que
tenia, los indios que mataron á cuchilladas en las canoas, y por toda
la isla violencias y agravios infinitos, los cuales determinó la divina
justicia que no pasasen inpunidos, áun en esta vida, por eso los cegó
y ensordeció Dios, para que ni oyesen ni viesen las ofertas y ruegos
humildes del Almirante, porque padeciesen la caida de su soberbia y
jactura que poco despues les vino. Así que, prosiguiendo su furibunda
y estulta porfía, caminaron la vía de los navíos, y llegando hasta un
cuarto de legua dellos, en pueblo de indios, que llamaban Mayma, donde
despues, algunos años pasados, cuando allí fueron á poblar españoles,
hicieron un pueblo que llamaron Sevilla, sabido por el Almirante con
el propósito que venian, envió á su hermano el Adelantado, para que
con buenas razones pudiese de aquella maldad desviallos, y traellos ó
obediencia y al amor del Almirante; llevó consigo 50 hombres, no del
todo todos sanos, sino algunos flacos, y en lo demas bien armados. Y
como ya llegasen por una ladera un tiro de ballesta del pueblo dicho,
envió á los mismos dos mensajeros que les habia enviado ántes, para
que les persuadiesen y requiriesen con la paz, y que hobiese por bien
Francisco de Porras, su Capitan, que en cosas de concierto y de paz se
hablase; pero como ellos eran muchos más y más sanos, y ejercitados
más en trabajos, por ser marineros, y cognosciesen los que iban con el
Adelantado ser muchos ménos, y gente de palacio, más delicada, y no del
todo bien sanos, elevándose sobre sí en soberbia y menospreciándolos,
porque se cumpliese la escriptura, _ante ruinam exaltabitur cor_, no
dieron lugar que los mensajeros llegasen á hablallos, ántes, todos
juntos, hechos un escuadron, con sus lanzas y espadas desenvainadas,
y con gran grita, clamando «muera, muera», arremetieron á la gente, y
con ella el Adelantado, habiéndose primero juramentado, seis de los
principales, de no se apartar uno de otro, yendo contra la persona
del Adelantado hasta matallo, porque él muerto, de los demas no se
hacia caso. Pero de otra manera les sucedió, de sus pensamientos muy
contraria, porque hallaron en el Adelantado tan buen recaudo, que á
los primeros encuentros cayeron cinco ó seis, y los más dellos fueron
de los juramentados contra el Adelantado. El Francisco de Porras, su
Capitan, que era hombre esforzado, vínose derecho al Adelantado y
tiróle una cuchillada que le hendió toda la rodela hasta la manija y
llegó á herille la mano, y cuando quiso no pudo sacar el espada, y así,
llegaron y lo prendieron, tomándolo á vida; no supe, cuando lo pudiera
saber, qué heridas le hobiesen dado. El Adelantado, que era valentísimo
hombre, da en los demas con mucho ánimo, que en poco espacio fueron
muertos muchos, y, entre ellos, el Juan Sanchez de Cáliz, á quien se
habia soltado el rey Quibia llevándolo preso en la canoa de Veragua, y
un Juan Barba, que fué el primero que se vido cuando se alzaron sacar
contra el Almirante espada. Cayeron algunos otros muy mal heridos; por
manera que fueron todos desbaratados, y, como gente vil y traidores,
volvieron las espaldas. El Adelantado quiso ir en seguimiento dellos,
si algunos de los más honrados que con él fueron no se lo estorbaran
diciendo que aquello bastaba por castigo, y que no convenia llevallo
hasta el cabo; y dejado por esta razon de ir en alcance, volvióse el
Adelantado y los que le ayudaron, con esta victoria, á los navíos,
llevando preso al Francisco de Porras y á otros, donde fueron con
alegría rescibidos del Almirante y de los que con él habian quedado,
y daban gracias á Dios por aquel vencimiento, por el cual tenian por
cierto que todos de la muerte se habian librado, ó de grandes afrentas
y trabajos: y así fueron aquellos, de su soberbia, humillados. De
los del Adelantado, sólo él fué herido, como se dijo, en la mano,
y un maestresala del Almirante, que, de un muy chico bote de lanza
que le dieron en una cadera, murió; no muriendo el piloto Pedro de
Ledesma, de quien dijimos arriba que salió á tierra nadando en Belem ó
saber qué se habian hecho los del pueblo y de la barca, y era de los
alzados, á quien dieron tan terribles heridas, que parece, á hombre,
imposible poderse más fieras ni peores dar. E tenia una en la cabeza,
que se le parecian los sesos, otra en el hombro, que, como perdiz,
le tenian descoyuntado y le colgaba del aslilla todo el brazo, y la
una pantorrilla, á raíz del hueso, desde la corva, cortada y colgando
hasta el tobillo, y el un pié, como quien le pusiera una suela ó
chinela, cortado desde el calcañar hasta los dedos; y así, caido en el
suelo, llegaban los indios del pueblo á él, y con palillos habríanle
las heridas para ver las llagas que hacian las espadas, y cuando le
molestaban decia, «pues si me levanto», y con sólo aquello botaban á
huir como asombrados, y no era maravílla, porque era un hombre fiero y
de cuerpo muy grande, y la voz gruesa. Como era valentísimo, debíase
de defender validísimamente, y por eso pudo ser muchos tener lugar
de así desgarrado. Estuvo aquel dia de la pelea y el siguiente hasta
la tarde, sin que ninguno supiese dél ni le diese una gota de agua,
donde parece ser de subjecto admirable. Sabido en los navíos, fueron
por él, y pusiéronlo allí cerca, en una casa de paja, que sola la
humedad y los mosquitos bastara para matallo; comenzólo á curar un
cirujano, el cual, por falta de trementina, segun la que era menester,
le quemó las heridas con aceite, las cuales fueron muchas más de las
dichas, que juraba el cirujano que cada dia, de los ocho primeros que
le curó, heridas nuevas le hallaba, y finalmente, con todas escapó, y
yo le vide despues desto en Sevilla, sano como si no hobiera padecido
nada, pero no muchos dias pasados, desque yo lo vide, oí decir que lo
habian muerto á cuchilladas. Pasada la pelea, otro dia, lúnes, á 20
de Mayo de 1504, todos los que habian della escapado, viéndose así de
Dios castigados y humillados, enviaron una peticion firmada de todos
al Almirante, confesando en ella todas sus maldades y crueldades, y
la mala intencion con que lo hacian, y suplicándole que, usando con
ellos de misericordia, los perdonase, porque ellos se arrepentian muy
de corazon de su rebelion y desobediencia pasada, y que cognoscian
haberles dado Dios, por ella, el pago, y por tanto querian tornar á
su obediencia, y prometiendo serville fielmente desde adelante; lo
cual, juraban y juraron sobre un crucifijo, y un misal, con pena,
que si lo quebrantasen, que ningun sacerdote ni otro cristiano los
pudiese oir de confesion, y que no les valiese la penitencia, y que
renunciaban los Sanctos Sacramentos de la Iglesia, y que al tiempo de
su muerte no les valiesen bulas ni indulgencias, y que se hiciese de
sus cuerpos como de malos y renegados cristianos, no enterrándolos en
sagrado, sino en el campo, como herejes, y renunciaron y quisieron que
el Sancto Padre no les absolviese, ni Cardenales, ni Arzobispos, ni
Obispos, ni otro sacerdote, etc.: á todas estas execrables penas los
pecadores se obligaron, si este juramento quebrantasen. El Almirante
se holgó de recebillos y perdonallos, con tal condicion, que Francisco
de Porras, su Capitan, quedase siempre en la prision, bien guardado,
como estaba, y porque en los navíos no estarian tanto á su contento,
y porque no faltarian entre los alzados y no alzados, palabras y
resabios, y afrentas, por las culpas perdonadas, y tambien porque era
difícil tanta gente junta estar bien aposentada y proveida de las
comidas necesarias, determinó el Almirante de envialles un Capitan con
rescates, para que anduviesen por la isla, y él los gobernase hasta
tanto que viniesen los navíos que cada dia esperaban, y Dios sabe en
cuánto perjuicio y escándalo de los indios andaban.


CAPÍTULO XXXVI.

Estando las cosas de Jamáica en este dicho estado, y en ella cumplido
un año desque allí llegaron, llegó el navío que Diego Mendez habia
fletado y proveido de lo necesario; vino tambien una carabeleta
con él. Trajo el navío un Diego de Salcedo, criado del Almirante,
que creo tenia en esta ciudad para cobrar sus rentas, con el cual
escribió al Almirante el Comendador Mayor. Quejábase mucho el
Almirante del Comendador Mayor, porque tan tarde le proveyó de navíos,
atribuyéndoselo á industria dolosa, porque allí pereciese, pues en un
año entero nunca fué proveido; y dijo que no lo proveyó hasta que por
el pueblo desta ciudad se sentia y murmuraba, y los predicadores en los
púlpitos lo tocaban y reprendian. Embarcáronse el Almirante y todos
los demas, y hiciéronse á la vela á 28 de Junio de 1504; navegaron con
mucho trabajo por ser los vientos y corrientes contínuamente contrarios
que vienen con las brisas. Llegando á la isleta que llamamos Beata,
que está junto á esta isla, 20 leguas de Yaquimo, que el Almirante
llamaba el puerto del Brasil, pasar desta isleta, para venir á este
puerto de Sancto Domingo, es muy difícil, porque allí son más recias
las corrientes, que acaecia estar un navío detenido allí, sin poder
pasalla, ocho meses. Miéntras estaba forzosamente allí el Almirante
detenido, quiso hacer saber al Comendador Mayor, como iba por deshacer
cuanto en sí era la vehemente sospecha, puesto que vana y frívola, que
dél sentia. La carta envió ó con algun marinero por tierra, que está
desta ciudad cerca de 50 leguas, ó envió delante, que, como más ligera,
pudo pasar las corrientes, la carabeleta. La carta fué del tenor
siguiente:
«Muy noble señor: Diego de Salcedo llegó á mí con el socorro de los
navíos que vuestra merced me envió, el cual me dió la vida y á todos
los que estaban conmigo; aquí no se puede pagar á precio apreciado. Yo
estoy tan alegre, que, despues que le vide, no duermo de alegría; no
que yo tenga en tanto la muerte como tengo la victoria del Rey y de
la Reina, nuestros señores, que han rescebido. Los Porras volvieron á
Jamáica, y me enviaron á mandar que yo les enviase lo que yo tenia,
so pena de venir por ello á mi costa, y de hijo y de hermano y de los
otros que estaban conmigo, y, porque no cumplí su mando, pusieron en
obra, por su daño, de ejecutar la pena; hobo muertes y hartas feridas,
y en fin, nuestro Señor, que es enemigo de la soberbia é ingratitud,
nos los dió á todos en las manos: perdonélos y los restituí, á su
ruego, en sus honras. El Porras, Capitan, llevó á sus Altezas, porque
sepan la verdad de todo. La sospecha de mí, se ha trabajado de matar á
mala muerte, mas Diego de Salcedo todavía tiene el corazon inquieto;
lo por qué, yo se que no lo pudo ver ni sentir, porque mi intencion
es muy sana, y por esto yo me maravillo. La firma de vuestra carta
postrera folgué de ver, como si fuera de D. Diego ó de D. Fernando; por
muchas honras y bien vuestro, señor, sea, y que presto vea yo otra que
diga «el Maestre.» Su noble persona y casa, nuestro Señor guarde. De
la Beata, á donde forzosamente me detiene la brisa. Hoy sábado, á 3 de
Agosto. Fará, señor, vuestro mandado.»
La firma que hacia era desta manera:
S.
S. A. S.
X. M. Y.
Xp̅o̅. ferens.
Dice que Diego de Salcedo, su criado, tenia el corazon inquieto,
porque via que no podia quitar ó matar la sospecha que del Almirante,
su señor, áun se tenia. Lo que dice, que vista la firma de aquella
postrera carta del Comendador Mayor, se habia holgado, díjolo porque
fué la primera, para él, en que habia Comendador Mayor, como ántes
Comendador de Lares firmase y fuese; parece que entónces le llegó la
nueva de como le habian hecho los Reyes Comendador Mayor. Finalmente,
llegó á este puerto y ciudad de Sancto Domingo á 13 dias de Agosto del
dicho año de 1504. Salióle á rescibir el Comendador Mayor con toda
la ciudad, haciéndole reverencia y fiesta. Dejóle su casa en que se
aponsetase, y allí le hizo servir muy complidamente. Quejóse mucho
dél el Almirante, porque con todas estas obras que mostraban amistad
y benevolencia, le hizo muchos agravios y obras que tuvo el Almirante
por afrentas; y así, creia que todos los cumplimientos que con él hacia
eran hechos fingidamente. Uno fué, que, trayendo él preso al Francisco
de Porras, Capitan de los alzados, y teniéndolo en el navío en hierros,
lo hizo sacar y quitalle las prisiones y ponello en libertad en su
presencia. Intentó eso mesmo de castigar á los que habian sido con
el Almirante, y tomado armas para su defensa, y prendido á aquel, y
á los otros herido y muerto, y de cognoscer destas causas y delitos
que en aquel viaje y armada se habian hecho, no perteneciéndole á
él, sino al Almirante, como á Capitan general della, aquel juicio.
Presentaba el Almirante sus provisiones, y no las admitia ni cumplia,
diciendo que aquellas no se entendian hablar con él; y, diz que, todo
esto hacia el Comendador Mayor con falsa disimulacion y risa. Duraron
estas vejaciones hasta tanto que se adobó aquel navío que los trujo de
Jamáica y se fletó una nao en que el Almirante y su hermano, y hijo y
criados, fuesen á Castilla; toda la otra gente se quedó en esta isla, y
desta pasaron algunos á la de Sant Juan, cuando fueron á poblalla, ó,
por mejor decir, destruilla. Hízose á la vela en 12 dias de Setiembre
del mismo año de 1504, y luégo, en saliendo deste rio, á dos leguas,
se rajó al navío el mástel, á raíz de la cubierta, por lo cual el
Almirante lo mandó volver á este puerto, y prosiguió él su viaje en la
nao; y habiéndoles hecho buen tiempo hasta cuasi el tercio del golfo,
dióles una tan terrible tormenta que se vieron en gran peligro de
perderse. Un sábado, 19 de Octubre, siendo ya la tormenta cesada, y
ellos con algun sosiego, vínoseles todo el mástel abajo, hecho cuatro
pedazos, pero el esfuerzo del Adelantado y la industria del Almirante,
aunque por la gota en la cama muy fatigado, lo remediaron, haciendo
un mastelete de la entena, engrosando y fortaleciendo la mitad della
con las latas y madera de los castillos que deshicieron. Quebróseles
despues, en otra tormenta que padecieron, la contramesana, por manera
que parecia perseguir al Almirante muy particularmente la fortuna, sin
dalle algun descanso, para que toda su vida fuese trabajos y angustias.
Navegó de aquesta manera 700 leguas, y al cabo, por la voluntad de
Dios, llegó y entró en el puerto de Sant Lúcar de Barrameda, y de allí
fué á parar y descansar por algunos dias en Sevilla.


CAPÍTULO XXXVII.

Llegado el Almirante á Sevilla, para que sus adversidades rescibiesen
el colmo que más le podia entristecer y amargar en la vida, supo
luégo como la reina doña Isabel, que tenia por todo su mamparo y
su esperanza, era fallecida pocos dias habia; ningun dolor, ningun
trabajo, ninguna pérdida, ni perder la misma vida, le pudo venir,
que mayor afliccion, tristeza, dolor, llanto y luto le causara, que
oir tales nuevas, porque aquella señora y felice Reina, así como fué
la que principalmente admitió su primera empresa del descubrimiento
destas Indias, como en el primer libro queda visto, así ella fué la
que lo favorecia, esforzaba, consolaba, defendia, sostenia, como
cristianísima y de tan inestimable servicio, como del Almirante
rescibió, muy agradecida. El Rey católico, no se con qué ó con cuál
espíritu, por el contrario, no sólo no le mostraba obras ni señales
de agradecimiento, pero en cuanto en sí era, lo desfavorecia en las
obras, puesto que no le faltaban cumplimientos de palabra. Creyóse,
que si él con buena consciencia y no con detrimento de su honra y
fama pudiera, que pocas ó ninguna de las cláusulas de los privilegios
que al Almirante por él y por la Reina, tan debida y justamente se
habian concedido, le guardara. No pude atinar ni sospechar cuál fuese
deste desamor y no real miramiento, para con quien tantos y tan
egrégios y nunca otros tales á algun Rey hechos, servicios le hizo, la
causa, sino fuese haber hecho mayor impresion en su ánimo los falsos
testimonios que al Almirante se levantaron, y dar más crédito á los
émulos del Almirante, que siempre tuvo cabe sí, que darles debiera,
de los cuales yo alcancé á sentir algo de personas muy privadas del
Rey, que le contradecian. Así que, habiendo reposado algunos dias en
Sevilla, de tanta frecuencia de trabajos, el Almirante partióse para
la corte por el mes de Mayo, año de 1505, la cual estaba en Segovia;
y llegando él y su hermano el Adelantado, á besar las manos al Rey,
rescibióles con algun semblante alegre, no tanto cuanto requerian sus
luengas navegaciones, sus grandes peligros, sus inmensos trabajos y
aspérrimos. Hízoles relacion el Almirante, de lo que habia navegado,
de la tierra que dejaba descubierta, de la riqueza de la provincia de
Veragua, y de su destierro y aislamiento que tuvo en Jamáica, entero
un año, de la desobediencia y levantamiento de los Porras y de los
demas, y finalmente, de todas las particularidades y acaescimientos,
peligros y trabajos del viaje. Pasados algunos dias, cuando vido que
era tiempo, suplicóle diciendo así: «Muy alto Rey, Dios, nuestro
Señor, milagrosamente me envió acá porque yo sirviese á Vuestra
Alteza; dije milagrosamente, porque fuí á aportar á Portugal, á donde
el Rey de allí entendia en el descubrir más que otro, él le atajó
la vista, oido y todos los sentidos, que en catorce años no le pude
hacer entender lo que yo dije. Tambien dije milagrosamente, porque
hobe cartas de ruego de tres Príncipes, que la Reina, que Dios haya,
vido y se las leyó el doctor de Villalon, Vuestra Alteza, despues que
hobo cognoscimiento de mi decir, me honró y fizo merced de títulos
de honra; agora mi empresa comienza á abrir la puerta y dice que es
y será lo que siempre yo dije. Vuestra Alteza es cristianísimo, yo y
todos aquellos que tienen noticia de mis fechos, en España y en todo
el mundo, creerán que Vuestra Alteza, que me honró al tiempo que no
habia visto de mí salvo palabras, que agora que ve la obra, que me
renovará las mercedes que me tiene fechas con acrescentamiento, y así
como me prometió por palabra y escripto y su firma: y si esto hace,
sea cierto que yo le serviré estos pocos de dias que Nuestro Señor
me dará de vida, y que espero en él, que segun lo que yo siento y me
parece saber con certeza, que yo haré sonar mi servicio, que está por
hacer, á la comparacion de lo hecho, ciento por uno, etc.» El Rey
le respondió, que bien via él que le habia dado las Indias, y habia
merecido las mercedes que le habia hecho, y que para que su negocio se
determinase sería bien señalar una persona; dijo el Almirante, «sea la
que Vuestra Alteza mandaré», y añidió: «¿quién lo puede mejor hacer
que el Arzobispo de Sevilla, pues habia sido causa, con el Camarero,
que Su Alteza hobiese las Indias?» Esto dijo, porque este Arzobispo de
Sevilla, que era D. Diego de Deza, fraile de Sancto Domingo, siendo
maestro del Príncipe D. Juan, insistió mucho con la Reina que aceptase
aquesta empresa, y lo mismo hizo el camarero Juan Cabrero, aragonés,
que fué muy privado del Rey, segun dijimos en el libro I. Respondió
el Rey al Almirante, que lo dijese de su parte al Arzobispo; el cual
respondió, que para lo que tocaba á la hacienda y rentas del Almirante,
que se señalasen letrados, pero no para la gobernacion; quiso decir,
segun yo entendí, porque no era menester ponello en disputa, pues era
claro que se le debia. Como en esto el Rey pusiese dilaciones, tornóle
á suplicar el Almirante, que su Alteza se acordase de sus servicios
y trabajos, y de su injusta prision, y con cuánto abatimiento de su
persona y honor del estado, en que Sus Altezas por sus servicios le
levantaron y honraron, sin culpa suya habia sido despojado. Y por
tanto mostrase, como Rey justo y agradecido, su real benignidad, en
mandalle guardar y cumplir sus privilegios, que Su Alteza y la Reina
le habian concedido, restituyéndolo en su hijo, en las mercedes y en
la posesion de sus oficios, dignidad y estado que le habian hecho;
de todo lo cual habia sido de hecho, sin ser oido, ni defendido, ni
convencido y sin sentencia, y así contra todo derecho, privado; y
mayormente se acordase de las recientes promesas que Su Alteza y la
Reina le hicieron por su Carta real, cuando se queria partir para
este postrero viaje, conviene á saber, que tuviese por cierto que
sus privilegios le serian guardados enteramente, y cumplirian las
mercedes en ellos contenidas, y se le harian otras de nuevo, porque
estaban de propósito de lo más honrar y acrecentar, como parescia por
la carta que de Valencia de la Torre, le mandaron escribir, firmada
de sus reales nombres, la cual pusimos en el cap. 4.º, á la letra,
como la tenemos en nuestro poder, autorizada. Hablando con el Rey otra
vez en Segovia, le dijo, á cierto propósito, que no queria pleito ni
pleitear, sino que Su Alteza tomase sus privilegios y escripturas, y,
de lo que por ellas le pertenecia, le diese lo que mandase, y porque
él estaba muy fatigado y se queria ir á un rincon que pudiese haber,
á descansar; el Rey, recognosciendo que él le habia dado las Indias,
le dijo que no se fuese, porque él estaba de propósito, no solamente
darle lo que por sus privilegios le pertenecia, pero que de su propria
y real hacienda, le queria hacer mercedes. Favorecíale tambien mucho
el Arzobispo de Toledo, don fray Francisco Jimenez, fraile de Sant
Francisco, y otras personas principales en la corte. Remitieron su
negocio al Consejo de los descargos de la consciencia de la Reina ya
muerta, y de la del Rey mismo; hobo dos consultas, y no salió nada;
creyó el Almirante, que por ser su negocio de tan gran importancia,
no queria el Rey determinar sin la Reina, su hija, que cada dia la
esperaban con el rey D. Felipe, y con esta creencia tuvo un poco
de esperanza, pero no cesaba de dar peticiones al Rey. Entre otras
muchas, hallo la presente, que decia desta manera. «Serenísimo y muy
alto Rey, en mi pliego se escribió lo que mis escripturas demandan,
ya lo dije, y que en las reales manos de Vuestra Alteza estaba el
quitar ó poner, y que todo seria bien hecho. La gobernacion y posesion
en que yo estaba, es el caudal de mi honra, injustamente fuí sacado
della, grande tiempo há que Dios, nuestro Señor, no mostró milagro tan
público, que el que lo hizo le puso con todos los que le fueron en
ayuda á ésto. En la más escogida nao que habia en 34, y en la mitad
dellas, é á salida del puerto, le enfundió, que ninguno de todos ellos
le vido en qué manera fué ni cómo. Muy humildemente suplico á Vuestra
Alteza que mande poner á mi hijo, en mi lugar, en la honra y posesion
de la gobernacion que yo estaba, con que toca tanto á mi honra, y en
lo otro haga Vuestra Alteza como fuere servido, que de todo rescibiré
merced; que creo que la congoja de la dilacion deste mi despacho,
sea aquello que más me tenga así tullido.» Estaba ya muy tollido en
la cama, de la gota. Lo que dice del hundimiento de la nao y de los
que allí perecieron, dícelo por el Comendador Bobadilla que le envió
preso, y por Francisco Roldan y los demas que le habian perseguido.
Dió cierto memorial, en el cual referia los daños y pérdidas de
sus rentas, y provechos que se le habian recrecido por no le haber
guardado y cumplido sus privilegios, que eran grandes intereses; y
entre muchos, dice aqueste; «que los indios desta isla Española eran
y son, dice él, la riqueza della, porque ellos son los que cavan y
labran el pan y las otras vituallas á los cristianos, y los sacan el
oro de las minas, y hacen todos los otros oficios é obras de hombres
y de bestias de acarreto. Dice que está informado, que despues que
salió desta isla, son muertos de los indios della, de siete partes
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