Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 08

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mundo, pudiendo, con las flechas, clavallo y huir; pero preguntándoles
por su señor Cotubanamá, respondieron al Juan Lopez: «véelo, aquí
viene detras,» y diciendo esto, apartáronse para que pasase. Pasa Juan
Lopez, con su espada desnuda; como no lo habia visto ántes, y vídolo de
súbito, quiso flechar su arco; pero arremetió Juan Lopez con su espada,
y tírale un estocada; recógesela Cotubanamá, con ambas manos, pensó que
debia ser algun palo blanco, como no lo habia experimentado; corrió
Juan Lopez la espada, y sególe las manos; entónces, acudíale con otra.
Díjole Cotubanamá: _mayanimacaná, Juan Desquivel daca_; «no me mates,
porque yo soy Juan de Esquivel.» Luego, todos los indios, 11 ó 12,
huyeron, dejando al triste de su señor con Juan Lopez, que lo pudieran
muy bien matar, y el señor y ellos salvarse. Ya dijimos en el cap. 8.º,
como habian trocado los nombres él y el Capitan General. Púsole Juan
Lopez la punta del espada á la barriga, y la mano en el hombro, ó en
los cabellos, y como estaba sólo Juan Lopez, no sabia qué se hacer;
estando así rogándole que no lo matase que él era Juan de Esquivel,
aunque las manos tenia cortadas, corriendo sangre, con la derecha da
un vaiven al espada desviándola de la barriga, y juntamente arremete
con el Juan Lopez, que, como dije, tenia harto gran cuerpo y miembros y
fuerzas, y dá con él de espaldas sobre las peñas y cae sobre el espada,
y échale mano, con la mano, cuya llave dije ser de un gran palmo, de la
garganta y ahogábalo. Estando así, gaznando y quejándose como podia,
oyéronlo ciertos españoles, que iban por otro camino, que áun distaba
poco el uno del otro; tornaron hácia atras donde los caminos se habian
apartado, y entran por él, donde el Cacique á Juan Lopez maltrataba,
y llegó primero un ballestero, y con toda la ballesta desarmada, dió
un gran golpe al Cacique, que estaba encima del Juan Lopez, sobre todo
el cuerpo, que cuasi lo aturdió, y, levantándose, levantóse tambien
Juan Lopez, medio muerto, y allí lo prendieron con otros españoles que
luego llegaron. Maniatáronlo y lleváronlo á cierto pueblo que estaba
despoblado, donde acordaron los españoles de ir en busca de la mujer
y de los hijos del Cotubáno. Los 12 indios que vinieron con él, como
huyeron, fueron á dar aviso á la mujer y á los hijos de Cotubanamá, que
estaban en la cueva, del estado en que dejaban á su señor; creyendo que
ya sería muerto, creo que dejaron la cueva y huyeron á otros rincones
de la isla; pero tomados ciertos indios por los españoles, y traidos
donde Cotubanamá estaba, mandó que llevasen á ciertos españoles á la
cueva, y á otros indios que le trujesen á su mujer y hijos, y así fué.
Trajéronle su mujer y hijos, y de la cueva trujeron las alhajas que
allí tenia, como hamacas en que dormia y cosas de su servicio, que
tenian poco valor, porque, arriba de lo muy necesario, las gentes desta
isla Española, más que otras algunas, ninguna cosa poseian ni poseer
querian. Hallaron allí tambien tres ó cuatro espadas, y la cadena en
que llevaban los indios que habian hecho esclavos, y mataron á los
dos ó tres españoles que arriba dije, la cual, traida, echaron al
mismo Cotubanamá; al cual se trató de quemar vivo allí, como habian
quemado en parrillas á otros, sino que pareció que era mejor enviallo
á esta ciudad, en la carabela, porque aquí lo atenazasen, y así
recibiese mayores tormentos, como que hobiera cometido atroces delitos,
defendiendo su persona y Estado, y su tierra, de las opresiones que
comenzaban á padecer del Martin de Villaman y de sus compañeros, y
que eran comienzo y principio de las que sabian que todas las otras
gentes infinitas desta isla, padecian y habian padecido, por las
cuales habian ya perecido muchas dellas. Finalmente, lo metieron en
la carabela con sus prisiones, y trujeron á esta ciudad de Sancto
Domingo, y el Comendador Mayor se hobo con él menos cruelmente que
Juan de Esquivel y los españoles deseaban ó pensaban, porque lo hizo
ahorcar y no atenazarlo. Gloriábase Juan de Esquivel mucho, que tres
cosas habia hecho en esta isla buenas, la una traer merced de los
Reyes á esta isla, que no se pagase, del oro que se cogiese, más del
quinto; la otra, la matanza que habia hecho en la isleta Saona, en
la guerra pasada, de que arriba en el cap. 8.º hicimos mencion; la
tercera hazaña suya, de que se jactaba Juan de Esquivel, fué la prision
deste señor Cotubanamá. Algo más justa y más digna de fama loable,
fué la que hicieron el conde de Cabra y el Alcaide, de los donceles
del Rey Chiquito, y así lo nombraban, de Granada. Preso y muerto este
señor Cotubáno, y hechas las crueldades que, por ocho ó diez meses que
esta guerra duró, en ella se perpetraron, cayeron todas las fuerzas
de todas las gentes desta isla, que todas juntas eran harto pocas, y
los pensamientos y esperanza de nunca tener remedio, y así quedó toda
esta isla pacífica, si pacífica se pudiera con verdad decir, quedando
los españoles en tanta guerra con Dios, por la gran libertad en que
quedaron para poder oprimir estas gentes á su placer, sin embargo ni
impedimento alguno, chico ni grande, que se les pusiese y nadie les
resistiese, y así, las consumieron y aniquilaron de tal manera, que
los que vienen á esta isla pueden preguntar si los indios della eran
blancos ó prietos. Esta consumacion lamentable, y de tantas gentes,
todo el mundo sabe y la confiesa, y no dudan áun los que nunca á estas
tierras vinieron, por ser la fama tan vehemente; y es certísima, porque
mucho mayor fué la verdad de lo acaecido, que lo que ella suena. El
número de la gente que habitaban en esta isla era sin número, y así
lo escribió á los Reyes el Almirante viejo, y díjome el Arzobispo de
Sevilla, D. Diego de Deza, que fué de aquellos tiempos, que le habia
dicho el mismo Almirante, que habia contado un cuento y cien mil
ánimas. Pero estas fueron solas aquellas que estaban al rededor de
las minas de Cibao, como eran las que moraban en la gran Vega y otras
cercanas dellas, á las cuales impuso el cascabel de oro que diesen
por tributo, como arriba se dijo, en el primer libro, y con ellas
pudieron entrar alguna parte de la provincia de Xaraguá, que dieron
por tributo pan caçabí y algodon hilado y en pelo. Pero segun creo,
sin temor de que creyéndolo me engañe, más habia en toda la isla de
tres millones, porque en aquellos tiempos no se tenia cuenta con esta
provincia de Higuey, ni hombre habia ido á ella, ni á la de Haniguayába
y Guaycayarima, ni con la de Guahába, y con otros pedazos de esta isla.
Mandó poblar el Comendador Mayor, dos pueblos ó villas de españoles,
para tener esta provincia del todo segura, que más cabeza no alzase;
una, cerca de la mar, que fué nombrada Salvaleon, y la otra, dentro de
la tierra, llamada Sancta Cruz de Aycayágua, y, entre ambas, repartió
todos los pueblos de los indios, que sirviesen á los cristianos, que al
cabo los consumieron. Y así hobo en esta isla 17 villas de españoles,
que todas las gentes della asolaron, y fueron estas: esta de Santo
Domingo; otra en las minas viejas, ocho leguas de aquí, que se llamó
la Buenaventura; la tercera, el Bonao; la cuarta, la Concepcion; la
quinta, Santiago; la sexta, Puerto de la Plata; la sétima, Puerto Real;
la octava, Lares de Guahába; la novena, el Arbol gordo; la décima, el
Cotuy; la undécima, la villa de Azua; la duodécima, Sant Juan de la
Maguana; la décimatercera, Xaraguá; la décimacuarta, villa de Yaquimo;
la décimaquinta, la villa de Salvatierra; la décimasexta, de Salvaleon;
y la décimasétima, Sancta Cruz de Aycayágua, la penúltima sílaba
luenga.


CAPÍTULO XIX.

En estos tiempos habian mandado los Reyes, por su Carta y patente real,
y por la Instruccion de suso dicha que dió al Comendador de Lares, que
ningun español fuese osado á inquirir, ni agraviar, ni escandalizar
los indios vecinos y moradores de ninguna destas islas, ni de alguna
parte de tierra firme, ni prendiese, ni captivase indio alguno, ni lo
llevase á Castilla, ni llevar á otras partes, ni les hiciesen otro mal
ni daño alguno en sus personas y bienes, so graves penas, por celo
que tenian de que las gentes destas tierras recibiesen buen ejemplo y
buenas obras, para que pudiesen con facilidad ser traidas á nuestra
sancta fe católica, y fuesen cristianos; y, con este fin y propósito,
dieron licencia á algunos de España, que armasen para ir á rescatar
y contratar, y á que comunicasen de paz con ellos, porque, con la
comunicacion y amor de los cristianos, se aficionasen é induciesen á
las cosas de la cristiana religion. Pero como habian sido los años
pasados, escandalizados y gravemente damnificados de Alonso de Hojeda
y de Cristóbal Guerra, y de otros que con título de venir á rescatar
oro y perlas, pidieron á los Reyes licencia, muchas ó algunas islas
y partes de tierra firme, y señaladamente la tierra que despues se
llamó y hoy nombramos Cartagena, donde Cristóbal Guerra hizo grandes
violencias y tiranías; en algunas partes, comunicaron los indios con
los cristianos, pacíficamente, y otras, cognosciendo ya sus obras, no
los dejaron saltar en sus tierras, ántes les resistieron, y, peleando
con ellos, algunos mataron. De uno, ó de dos, ó de diez, que apénas
subian de tres los que mataban, hacian grandes quejas á los Reyes,
que por ser caníbales, que entónces llamaban los que ahora decimos
caribes, que son los que comen carne humana, no querian conversar con
los cristianos, ni los acogian en sus tierras, ántes los mataban; y
no decian las obras que ellos á los indios hacian, por las cuales, no
sólo matallos, pero bebelles la sangre y comelles la carne, segun la
manera que los hombres, algunos, tienen para vengarse de sus enemigos,
podian tener por justísima, por la causa eficacísima que ellos les
daban. Y como los desventurados indios no tenian, como nunca tuvieron,
quien por ellos abogase y defendiese, y dijese la verdad á los Reyes,
movidos por aquellas falsas informaciones, como siempre fueron en
estos negocios, muy nocivamente, de todos engañados, la Reina mandó
dar su Carta patente, toda en contrario de la primera, dando licencia
á todos los que quisiesen armar é ir á todas las islas y tierra firme,
y á los que fuesen á descubrir otras tierras de nuevo, que si no los
recibiesen y quisiesen oir para ser doctrinados en las cosas de nuestra
sancta fe católica, ni estar á su servicio y en su obediencia, los
pudiesen captivar y llevar á Castilla y á otras cualesquiera partes,
y vendellos, y aprovecharse dellos, sin que incurriesen en pena, de
las que se habian puesto en la prohibicion desto, alguna. Señaló la
Reina, en especial, las islas de Sant Bernardo, y la isla Fuerte y
las islas de Barú, todas las cuales han perdido su nombre, y no sabré
decir cuáles son, sino las de Barú, que están junto á Cartagena;
señaló tambien los puertos de Cartagena, que deben ser Cartagena la
que hoy nombramos, y por ventura el puerto de Sancta Marta. Y en la
dicha Carta real, dice la Reina, que mandó á los de su Consejo que
lo viesen y platicasen, y visto por ellos como los Reyes, con celo
que los dichos indios caníbales fuesen reducidos á nuestra sancta fe
católica, los habian requerido muchas veces que fuesen cristianos y se
convirtiesen, y estuviesen incorporados en la comunion de los fieles,
y so su obediencia, y viviesen seguramente, y tratasen bien á los
otros sus vecinos de las otras islas, los cuales, no solamente no lo
habian querido hacer, mas habian buscado y buscaban de se defender,
para no ser doctrinados ni enseñados en las cosas de nuestra sancta fe
católica, que contínuamente hacian guerra á sus súbditos, y habian
muerto muchos cristianos de los que iban á las dichas islas, por estar
como estaban, endurecidos en su mal propósito, idolatrando y comiendo
los dichos indios, fué acordado que debia mandar dar esta Carta, etc.
Todas estas son palabras de la dicha Carta de la reina doña Isabel,
de buena memoria, en las cuales, cierto, bien parece cómo suelen ser
engañados los Reyes, áun en el derecho, puesto que finjan los juristas
quel Príncipe tiene todas leyes y derecho dentro de su pecho, porque,
segun dicen ellos, tiene cabe sí grandes varones que florecen y abundan
en la ciencia y pericia dellos; parece tambien la grande ignorancia
y ceguedad que, desde su principio del descubrimiento destas Indias,
cayó en los ánimos y entendimientos, que tuvieron los del Consejo de
los reyes de Castilla, cerca desta materia. La que tuvieron los de
aquel tiempo es asaz, por lo dicho, manifiesta. ¿Qué mayor ignorancia
pudo ser de los del Consejo, que atribuir por culpa á una gente, nunca
ántes vista ni oida, y ella, que nunca imaginó haber otra sino ella en
el mundo, ni saber qué cosa fuese fe católica, ni convertirse, y ni
qué queria decir cristianos, mas de gente malvada, cruel, robadora,
matadora, ni comunion de fieles, y que nunca hombre de los nuestros,
por aquellos tiempos, supo palabra de su lengua, ni ellos de la
nuestra? Y que dijesen los del Consejo en la dicha Carta que les
habian requirido muchas veces que fuesen cristianos y se convirtiesen,
y que estuviesen incorporados en la comunion de los fieles, ¿era
decilles que el sol era claro, ya que supieran vocablos de su lengua
para decírselo, y que ellos lo entendieran, era tan fácil como si les
dijeran, dos y dos son cuatro? Item, ¿ya que lo entendieran, eran
obligados, luego luego, sin más razon y persuasion, ni deliberacion,
dar crédito á tales requirimientos, y sino luego creyesen, incurriesen
las penas de la dicha Carta? Item, ¿la fe católica, suélese dar á los
que nunca la recibieron ni oyeron, ni fueron obligados á la adivinar,
por requirimientos, aunque sean millares de veces hechos, de manera,
que si no la quisieren recibir, incurran en tan graves ó en algunas
penas? ¿Dejólo así ordenado Cristo, el dador principal de la fe? Item,
¿será obligada alguna nacion del mundo á creer á los que con armas,
robando y matando las gentes que estaban en sus tierras y casas,
seguros, sin les haber ofendido, como los españoles, primero que otra
cosa hiciesen, hicieron, como desto está el mundo lleno? Item, ¿no más
de porque los españoles les dijesen que obedeciesen por señores á los
reyes de Castilla, ya que tuvieran lengua para se lo decir, y ellos
lo entendieran, eran obligados á los creer, y por consiguiente, á se
sujetar á los Reyes, y á los obedecer, teniendo ellos sus naturales
Reyes? ¿No fueran juzgados por insipientes y por bestias, si tal
subjeccion concedieran y obedecieran? Item, ¿si los Reyes suyos
naturales, se dieran á los reyes de Castilla, no tuvieran los pueblos
derecho, por el mismo caso, de deponellos? ¿Y si los pueblos sin los
Reyes lo hicieran, no tuvieran mucha razon de tenellos por traidores
y arallos de sal como en España los Reyes, justamente, en tal caso,
lo hicieran? Item, ¿buscar vías y caminos, para de los españoles, que
tantos daños, y robos, y muertes recibian, se defender, era crímen
grande, como, áun á las bestias brutas, el derecho natural, la defensa
de su ser, les concede? Item, ¿no fué perniciosísimo testimonio
falso, decir contra ellos, que buscaban para se defender por no ser
doctrinados, ni enseñados en las cosas de la fe? ¿Y cuándo supieron, ó
quien les dió noticia, qué cosa era ser doctrinados ni enseñados, ni
qué cosa era fe? Manifiesta queda la ignorancia que los del Consejo de
la Reina y de los Reyes tuvieron del derecho, en cosa tan jurídica,
tan importante, tan peligrosa, tan dañosa, y tan provechosa si su
impericia del Consejo, tan irreparablemente, no lo errara. Y así,
tan grandes daños é injusticias, y nunca jamás reparables, á los del
Consejo de los Reyes se los imputó Dios, porque no les era lícito á
ellos ignorar derecho tan claro, pues los Reyes les dan honra y de
comer, por letrados y no por gentiles hombres, ni por muy hidalgos que
fuesen, porque otros habria más que ellos; y así, la ficcion de los
juristas, que todos los derechos residen dentro del pecho del Príncipe,
es harto incierta y débil, pues los de sus Consejos hicieron y hacen
cada dia tan intolerables yerros. Podemos tambien aquí notallos de
muy injustos, pues no guardaron la órden del derecho, ya que tuvieran
jurisdicion para hacer lo que hicieron, la cual por entónces los Reyes
no tuvieron, y en esto los engañaron, y mucho desirvieron, y esto fué,
condenar aquellas gentes, sin ser oidas ni defendidas, ni convencidas,
sino sólo por dicho y testimonio falsísimo de sus capitales enemigos,
que eran los españoles, que nunca otra cosa, sino roballos, oprimillos,
y captivallos, y destruillos, pretendieron. Nunca juicio tan pervertido
ni tan inícuo, en toda la redondez del orbe, jamás se vido, como la
historia presente, con verdad, delante de Dios, que sabe que verdad
aquí se escribe, será el verdadero testigo.


CAPÍTULO XX.

Dejemos esta isla en el estado que habemos dicho, y volvamos á tomar la
historia del viaje del Almirante, que dejamos. En el cap. 6.º y en el
cap. 5.º dijimos cómo partió de junto á este puerto de Sancto Domingo,
huyendo de la tempestad grande, que dijo ántes que habia de venir, y se
fué á salvar, despues de haber padecido todos sus cuatro navíos gran
daño y peligro, de la misma tormenta, que luego sobrevino, al puerto
Hermoso, ó Escondido; salido de allí, y tomada la vía del Poniente,
fué á dar al puerto de Yaquimo, que él llamaba del Brasil, que está
80 leguas deste de Sancto Domingo. De aquí salió á 14 de Julio, y,
queriendo ir hácia la tierra firme, tuvo muchas calmas, que no podia,
por falta de viento, andar nada; y acercóse á unas isletas, cerca de la
isla de Jamáica, las cuales no tenian agua, pero hicieron unas hoyas,
cerca de la mar, y hallaron agua dulce, de la cual tomaron la necesaria
para servicio de los cuatro navíos. Crescióle tanto la calma y falta de
viento, que las grandes corrientes lo llevaron á cerca de las muchas
isletas que están junto á la isla de Cuba, que él llamó, cuando desta
isla, el año de 494, fué á descubrir á la de Cuba, el Jardin de la
Reina. De allí, haciéndole tiempo, tornó sobre la tierra firme, y,
navegando, salieron vientos contrarios y corrientes terribles, á que no
podia resistir; anduvo forcejando sesenta dias con grandísima tormenta
y agua del cielo, truenos y relámpagos, sin ver sol ni estrellas, que
parecia que el mundo se hundia. No pudo ganar de camino, en todos
aquellos dias, sino 60 leguas; con esta grande tormenta, y forcejando
contra viento y corriente, como los navíos rescibian de la mar y de los
vientos, grandes golpes y combates, abríanseles todos; los marineros,
de los grandes trabajos y vigilias, y en mares tan nuevas, enfermaron
casi todos, y el mismo Almirante, de desvelado y angustiado, enfermó
cuasi á la muerte. Al cabo, con grandes dificultades, peligros y
trabajos inefables, llegó y descubrió una isla pequeña, que los indios
llamaban Guanaja, y tiene por vecinas otras tres ó cuatro islas menores
que aquella, que los españoles llamaron despues las Guanajas; todas
estaban bien pobladas. En esta isla mandó el Almirante á su hermano
D. Bartolomé Colon, Adelantado desta isla, que iba por Capitan del un
navío, que saltase en tierra á tomar nueva; saltó, llevando dos barcas
llenas de gente, hallaron la gente muy pacífica, y de la manera de
las destas islas, salvo que no tenian las frentes anchas, y, porque
habia en ella muchos pinos, púsole el Almirante por nombre la Isla de
Pinos. Esta isla dista del cabo que agora llaman de Honduras, donde
está ó estuvo la ciudad de españoles que llamaron Trujillo, y que agora
terná cinco ó seis vecinos, obra de 12 leguas; y porque algunos que,
despues que por aquí anduvo el Almirante, quisieron por aquí descubrir,
aplicaron ó quisieron aplicar á sí el descubrimiento de hasta aquí,
yo he visto muchos testigos presentados por parte del Fiscal, en el
proceso arriba dicho, los cuales fueron con el mismo Almirante en
este viaje, que afirman que el Almirante descubrió estas islas, ó la
principal destas de los Guanajes. Todas estas islas, y muchos puertos
y partes de la tierra firme, están ya descognoscidas, por mudalles los
nombres los que hacen las cartas de marear, en que no poca confusion
engendran, y áun son causa de hartos yerros y perdicion de navíos
rescibir la relacion de cada marinero. Así que, habiendo saltado el
adelantado en esta isla de los Guanajes, ó Guanaja, llegó una canoa
llena de indios, tan luenga como una galera, y de ocho piés de ancho;
venia cargada de mercaderías del Occidente, y debia ser, cierto, de
tierra de Yucatán, porque está cerca de allí, obra de 30 leguas, ó poco
más; traian en medio de la canoa un toldo de esteras, hechas de palma,
que en la Nueva España llaman petates, dentro y debajo del cual venian
sus mujeres, y hijos, y hacendejas, y mercaderías, sin que agua del
cielo ni de la mar les pudiese mojar cosa. Las mercaderías y cosas que
traian eran, muchas mantas de algodon, muy pintadas de diversas colores
y labores, y camisetas sin mangas, tambien pintadas y labradas, y de
los almaizares con que cubren los hombres sus vergüenzas, de las mismas
pinturas y labores. Item, espadas de palo, con unas canales en los
filos, y allí apegadas, con pez y hilo, ciertas navajas de pedernal,
hachuelas de cobre para cortar leña, y cascabeles, y unas patenas, y
grisoles para fundir el cobre; muchas almendras de cacao, que tienen
por moneda en la Nueva España, y en Yucatán, y en otras partes. Su
bastimento era pan de maíz y algunas raíces comestibles, que debian ser
las que en esta Española llamamos ajes y batatas, y en la Nueva España
camotes; su vino era del mismo maíz, que parecia cerveza. Venian en la
canoa hasta 25 hombres, y no se osaron defender ni huir, viendo las
barcas de los cristianos, y así los trujeron en su canoa á la nao del
Almirante; y, subiendo los de la canoa á la nao, si acaecia asillos
de sus paños menores, mostrando mucha vergüenza, luego se ponian las
manos delante, y las mujeres se cobrian el rostro y cuerpo con las
mantas, de la manera que lo acostumbraban las moras de Granada con sus
almalafas. Destas muestras de vergüenza y honestidad quedó el Almirante
y todos muy satisfechos, y tratáronlos bien, y, tomándoles de aquellas
mantas y cosas vistosas, para llevar por muestra, mandóles dar el
Almirante de las cosas de Castilla, en recompensa, y dejólos ir en
su canoa á todos excepto un viejo, que pareció persona de prudencia,
para que les diese aviso de lo que habia por aquella tierra; porque lo
primero que el Almirante inquiria, por señas, era, mostrándoles oro,
que le diesen nuevas de la tierra donde lo hobiese, y, porque aquel
viejo le señaló haberlo hácia las provincias de Oriente, por eso lo
detuvieron, y lleváronlo hasta que no le entendian su lengua. Despues,
diz que, lo enviaron á su tierra, no sé yo cómo pudo volver á ella
quedando sólo y sin canoa, y, quizá 100 leguas y 200 de mar, léjos de
su casa. Andando por aquí el Almirante, todavía creia que habia de
hallar nueva del Catay y del Gran Khan, y que aquellas mantas y cosas
pintadas comenzaban á ser principio de aquello que tanto él deseaba;
y como le vian los indios, con tanta solicitud, preguntar dónde habia
oro, debíanle de hartar de muchas palabras, señalándole haber mucha
cantidad de oro por tales y tales tierras, y que traian coronas de
oro en la cabeza, y manillas dello á los piés y á los brazos, bien
gruesas; y las sillas, y mesas, y arcas enforradas de oro, y las mantas
tejidas de brocado, y esto era la tierra dentro, hácia el Catayo.
Mostrábales corales, si los habia; respondian los indios que las
mujeres traian sartas dellos, colgados de las cabezas á las espaldas;
mostrábales pimienta y otras especerías, respondian que sí habia
en mucha abundancia; de manera, que cuanto vian que les mostraban,
tanto, por les agradar, les concedian, sin haber visto ni sabido ni
oido ántes cosa de las que les pedian. Decíanles más, que aquellas
gentes de aquellas tierras tenian naos y lombardas, arcos y flechas,
espadas y corazas, de todo lo que vian que los cristianos allí traian.
Imaginaba más el Almirante, que le señalaban que habia caballos, los
que nunca habian visto, ni el Almirante llevaba entónces consigo. Item,
que la mar bojaba á Cyguare, que debia ser alguna ciudad ó provincia
de los reinos del Gran Khan, y que de allí á diez jornadas estaba el
rio de Ganjes; y porque una de las provincias, que le señalaban los
indios ser rica de oro, era Veragua, creia el Almirante que aquellas
tierras estaban con Veragua, como está Tortosa con Fuenterrabía, cuasi
entendiendo que la una estuviese á una mar y la otra á la otra: y así
parece que imaginaba el Almirante haber otra mar, que agora llamamos
del Sur, en lo cual no se engañaba, puesto que en todo lo demas sí. Lo
cual todo, como se platicaba por señas, ó los indios de propósito le
burlaban, ó él ninguna cosa dellos, sino lo que deseaba, entendia. Todo
lo que está dicho escribió á los Reyes, quedando aislado, como se dirá,
en Jamáica, y el treslado de la carta tengo conmigo.


CAPÍTULO XXI.

Habiéndole señalado aquel indio viejo las provincias de Veragua y
otras, por ricas, y que estaban al Oriente, dejó de proseguir la vía
que llevaba del Poniente (la cual, si prosiguiera, ninguna duda debe
haber que no topara el reino de Yucatán y luego los de la Nueva España,
turándole los navíos), dió la vuelta por la vía de Levante y Oriente.
La primera tierra que de la firme vió, y se llegó á ella, fué una punta
que llamó de Caxinas, porque habia muchos árboles cuyo fruto es unas
manzanillas buenas de comer, que en la lengua de los indios desta isla
Española, llamaban, segun decia el Almirante, caxinas, aunque yo, que
supe algo della, no me acuerdo que tal nombre oyese. Las gentes que
moraban más cercanas de aquella punta de Caxinas traian vestidas unas
jaquetas pintadas, sin mangas como las dichas, y los almaizares con
que se cubrian las vergüenzas, que debian ser habidos de mercaderes de
la tierra de Yucatán, de donde la canoa que dijimos creemos que venia.
Salió el Adelantado, un domingo, á 14 de Agosto, con mucha gente de los
españoles, á tierra, á oir misa, y el miércoles siguiente tornó á salir
en tierra para tomar la posesion en nombre de los reyes de Castilla,
y estaban ya en la playa cien personas ó más, cargadas de bastimentos
y comidas de la tierra, como pan de maíz, gallinas, venados, pescados
y frutas, y, presentadas ante el Adelantado y los cristianos, se
retrajeron atrás sin hablar palabra. El Adelantado les mandó dar de
los rescates, como cascabeles, y sartas de cuentas y espejuelos y
otras menudencias. Otro dia, siguiente, amanecieron en el mismo lugar
más de doscientas personas, todos cargados de gallinas, y ansares y
pescado asado y de diversas especies de fríxoles, que son como habas,
y otras frutas. Es la tierra muy fresca, verde y hermosa, en la cual
habia infinidad de pinos, encinas de más de seis ó siete especies, y
de los árboles que llamaban en esta isla hobos, que nosotros llamamos
mirabolanos, fruta odorífera y sabrosa. Sintieron que habia leones
pardos, y ciervos, y otros animales, y pudieran sentir que habia hartos
tígres. Las gentes de por aquellas comarcas no tenian las frentes
anchas como las destas islas, eran de diversas lenguas; totalmente
desnudas algunas, otras, solamente las vergüenzas cubiertas, otras,
vestidas de unas jaquetas como las cueras, que les llegaban hasta el
ombligo, sin mangas. Tenian labrados los cuerpos con fuego, de unas
labores como moriscas, unos figurando leones, otros ciervos y otros
de otras figuras; los señores, ó más honrados entre ellos, traian por
bonetes unos paños de algodon blancos y colorados; algunos tenian en la
frente unos copetes de cabellos como una flocadura. Cuando se ataviaban
para sus fiestas, teñíanse algunos los rostros de negro, otros de
colorado, otros hacíanse rayas por la cara de diversas colores, y otros
teñian el pico de la naríz, otros se alcoholaban los ojos y los teñian
de negro, y estos atavíos tenian por mucha gala; y, porque habia otras
gentes por aquella costa que tenian las orejas horadadas, y tan grandes
agujeros, que cupiera un huevo de gallina bien por ellos, puso nombre
á aquella ribera la costa de la Oreja. De aquella punta de Caxinas
navegó el Almirante hácia el Oriente con muy grandes trabajos, contra
viento y contra las corrientes, á la bolina, como dicen los marineros,
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