Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 18

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en recibiendo nuestro segundo mandado, obedeceldas y complildas
enteramente como os lo enviare á mandar, sin poner en ello dilacion
alguna. Fecha en el Realejo, á 13 de Diciembre de 1508. Yo el Rey.--Por
mandado de Su Alteza, Lope Conchillos.»
Dióle poder para tomar residencia al Comendador Mayor y á sus dos
Alcaldes mayores. Habidos los despachos y besado las manos al Rey,
se partió el Almirante con su mujer, Doña María de Toledo, para
Sevilla, con mucha casa; trujo consigo á sus dos tios, el Adelantado D.
Bartolomé Colon, y D. Diego Colon, hermanos de su padre, de quien ya en
el libro I hablamos muy largo. Trujo tambien consigo á su hermano don
Hernando Colon, y algunos caballeros é hijos dalgo, casados, y algunas
doncellas para casar, como las casó despues en esta isla con personas
honradas y principales; trujo por Alcalde mayor á un licenciado,
Márcos de Aguilar, natural de la ciudad de Ecija, muy buen letrado y
experimentado en oficios de judicatura, en especial habia sido Alcalde
de la justicia en Sevilla, que es en ella muy principal cargo; trujo
á un licenciado Carrillo, tambien de quien abajo se dirá. Partió de
Sant Lúcar con una buena flota, creo que por fin de Mayo, ó principio
de Junio; trujo muy próspero tiempo y felice viaje, y entró por este
puerto desta ciudad de Sancto Domingo, por el mes de Julio, año de
1509.


CAPÍTULO L.

A la sazon que el Almirante llegó á este puerto, el Comendador Mayor
estaba en la tierra dentro, en la villa de Santiago, 40 leguas desta
ciudad, porque holgaba estar allí alguna parte del año, cuando podia,
por la sanidad y alegría del pueblo, y tener una legua de allí aquel
rio muy gracioso, llamado Yaquí; allende tambien que se iba allí,
por estar más cerca de las otras villas dichas, para, los que con él
quisiesen venir á negociar, escusarles el trabajo de venir á esta
ciudad. Ya dijimos tambien arriba, como habia puesto á un sobrino
suyo, llamado Diego Lopez de Salcedo, por Alcaide desta fortaleza, el
cual tambien acaeció estar fuera de aquí en una hacienda ó estancia
suya, cerca de aquí, por ventura para volver á dormir á ella, cuando
el Almirante vino. Pues como ninguno hobiese en la fortaleza, que
tuviese cargo de guardalla, aquel dia, sino fuesen gente de servicio,
así como lo supo el Almirante y desembarcó, fuése derecho con su mujer
y casa á aposentar en ella. Cuando el Alcaide vino, halló que otro la
poseia y mandaba la tierra. Escribióse luégo al Comendador Mayor como
el Almirante era venido, el cual, sabido el descuido de su sobrino
en la fortaleza, hobo gran enojo, y reprendiólo ásperamente, y tuvo
razon. Llegado á esta ciudad, fué luégo á ver al Almirante y á doña
María de Toledo, su mujer, los cuales le hicieron grande y gracioso
recibimiento, y él no menor reverencia á ellos. Hobo grandes fiestas
y representaciones, estando todos tres y los tios y hermano del
Almirante presentes, donde tambien ocurrieron de toda la isla muchos
caballeros y muy lucida gente. Acabadas las fiestas ó casi en ellas,
para las aguar, porque no haya en esta vida consuelo ni alegría sin
mezcla, sobrevino una tormenta y tempestad de las que hay por estas
mares y tierras, que los indios llamaban huracán, la última luenga, que
no dejó de toda esta ciudad cuasi casa enhiesta. Eran entónces las
casas de paja y de madera, y habia pocas de piedra. Destruyó las más
de las naos que estaban en este puerto, y entre ellas la en que habia
venido el Almirante, que fué muy grande y muy hermosa, con 500 ó 600
quintales de bizcocho que áun no se habia desembarcado, y otras cosas
que allí en ella se perdieron. Tomóse la residencia al Comendador Mayor
y á sus dos Alcaldes mayores; bien creo que la dieron buena, porque
como el Comendador era tan prudente, amigo de justicia y bueno, no les
consintiera hacer cosa que no debiesen, y tambien porque el licenciado
Alonso Maldonado era muy hombre de bien, justiciero y que se holgaba
siempre más de concertar los pleiteantes que no que viniesen ante él á
pedir su derecho. El otro bachiller Ayllon, que presidia en la Vega,
no era tan humano, y algunas injusticias hizo. Y es aquí de considerar
juntamente y de reir, aunque con más verdad podríamos afirmar que con
justa razon era cosa de llorar, que no se hacia entónces, y, en muchos
años despues, cuenta ninguna, en las residencias, de los agravios y
perdicion que padecian los indios, y que todos los jueces eran en
destruillos, y los consentian oprimir é destruir, más que si aquellos
delitos fueran ir á cortar madera de los árboles que nunca tuvieron
dueño. Todas las culpas que venian á parar á las residencias, y que
eran por culpas tenidas, no eran otras sino si el juez habia dicho
alguna mala palabra segun la soberbia entónces habia, ó si lo echó
en la cárcel por palabras que dijo á otro que de tanta pena no eran
dignas, ó si le impidió que no echase tan aína los indios á las minas.
Estas y otras culpas semejantes se acusaban y ponian por cargos á los
Gobernadores y jueces en las residencias, no que hobiesen asolado
y muerto en las minas y trabajos, cada demora, 100 y 200 indios,
hécholos azotar, y apalear y matar de hambre, muy más cruelmente
que los otros crueles vecinos. Y debiérase tomar residencia y dar
por cargo al Comendador Mayor, haber inventado el cruel y tiránico
repartimiento, por el cual desposeyó á los señores naturales de sus
señoríos, privóles de su natural libertad, y hízolos servir, habiendo
de ser servidos; deshizo los pueblos, y todos los indios desta Isla
entregó en servidumbre, desparcidos, á sus capitales enemigos, que los
consumieron, y que cada demora via que se acababan, y no curaba dellos
ni á ponelles remedio se movia. De cómo los dejó morir sin fe y sin
Sacramentos, y otras infinitas injusticias que les hizo y les consintió
hacer, dignísimas de capital y durísimo castigo. Si estos cargos se le
pusieran y se hobieran de castigar en él y en sus Alcaldes mayores,
pero en él principalmente, manifiesto es á quien tuviera juicio, que no
pagara, aunque, siendo suyos, vendiera los reinos de Castilla y con mil
vidas que tuviera; pero miedo tengo que no fué digno que destas culpas
hiciese residencia en esta vida, plega á Dios, que la que Dios le tomó
en su divinal juicio, le haya sido favorable, porque, en verdad, yo le
amaba, fuera destos yerros en que ciegamente incurrió. Y porque se vea
más claro la ceguedad suya ó de los jueces suyos y de aquel tiempo,
quiero referir una cosa, que mostrará la rectitud de la justicia, ó,
por mejor decir, la estulticia de que aquellos usaban, y en qué estima
tenian á los inocentes indios, que pecaban los pecadores y pagaban la
pena los justos y que eran sin culpa. Hacia un delito grave, ó ménos
grave, un español, no porque matase indio ni lo tractase mal, porque
éstas no eran culpas ni jamás se castigó por ellas hombre alguno, sino
por otras causas que ofendiesen unos españoles á otros, la pena comun
y cuotidiana que cada dia se daba, era, que aquel hiciese á su costa
tal camino, ó diese tantos peones, ó hiciese otras obras públicas. La
costa era, que enviaba á los tristes opresos indios que tenia, para que
derrocasen y allanasen las sierras y levantasen los valles, con sus
sudores y trabajos, hambreando y llorando, y algunos exalaban allí el
espíritu. Estas eran las sentencias que los jueces daban y las penas
que padecian los españoles por sus delitos, no haciendo más caso de
las ánimas de los indios, que si fueran caballos ó otros animales, y
los condenaban en que dieran tantas bestias para traer tantas cargas,
ó carretadas, etc. Esta ceguedad, con las demas que arriba se han
notado, ¿cómo pudieron al Comendador Mayor y á sus jueces por alguna
causa ó color escusar? pero pasemos adelante. Tomada la residencia
tal cual, porque en lo demas que no tocase á indios no hallo cosa
(porque yo estuve aquí lo más del tiempo que él gobernó), en que con
razon algun español dél pudiese quejarse, aparejó para se partir para
Castilla, como el Rey le envió á mandar. Este Comendador Mayor tuvo sus
repartimientos de indios que tomó para sí; no creo que echó algunos
á las minas, sino para que le hiciesen labranzas de caçabí é de los
fructos de la tierra, para mantener la gente de su casa, porque para
su persona todo le venia de Castilla, y así tenia estancias ó granjas,
como las llaman en España. Yo cognoscí una con muchos indios en la
Vega, junto á la ciudad de la Concepcion, y otra ó otras creo yo que
tenia cerca desta ciudad de Sancto Domingo; la que yo cognoscí en la
Vega, no tuvo más doctrina para los indios, ni hobo mayor cuidado
dellos en ella, que tuvieron los otros españoles vecinos, que ni por
pensamiento les pasaba tenerlo. Cosa fué aquesta digna de maravilla,
que tanta ceguedad hobiese, aunque no se sirvieran de los indios, en
olvidar aquel precepto divino que todos tenemos, de enseñar é instruir
á los que ignoraban las cosas divinas, sin el cognoscimiento de las
cuales salvarse los hombres es imposible, cuanto más sirviéndose
destas gentes que con sus trabajos y angustias, y con perdicion de
su libertad y de sus propias vidas, parecian comprar la doctrina
de Cristo. Tuvieron tambien repartimientos de indios sus Alcaldes
mayores, y ninguno los dejaba de tener de los que acá tenian del Rey
oficios. La hacienda principal que el Comendador Mayor acá tuvo, que yo
sintiese, era una renglera de casas que hizo edificar en la calle de la
Fortaleza, que está más propincua al rio, en ambas á dos aceras; las de
una acera dejó para el Hospital de los pobres de esta ciudad de Sancto
Domingo, y las de la otra para su órden de Alcántara, que milita debajo
de la bandera de Sant Benito. Díjose que pidió dineros prestados para
salir desta isla. Finalmente, fué, cierto, ejemplo de honestidad y de
ser libre de cudicia este buen caballero en esta isla, donde pudiera
con mucha facilidad, en lo uno y en lo otro, corromperse. Despachó el
Almirante á su hermano don Hernando, que seria de edad de diez y ocho
años, para que fuese á estudiar á Castilla, porque era inclinado á
las ciencias y á tener muchos libros, y enviólo por Capitan general
de la flota, donde fué el Comendador Mayor por súbdito suyo cuanto
duró la navegacion; cosa fué notada, que una persona tan señalada y
digna de veneracion, y en dignidad de Comendador Mayor constituido,
y que habia sido Gobernador mayor de todas las Indias, fuese subjeta
de un muchacho de diez y ocho años; no pareció bien áun á los mismos
que querian bien al Almirante. A la sazon era Presidente del Consejo
real D. Alvaro de Portugal, hermano del duque de Berganza, portugués,
pariente de la reina doña Isabel, y que fué privado de los Reyes, que
se vino á Castilla en tiempo de las guerras y discordias que hobo en
aquellos tiempos entre Castilla y Portugal; oí decir, que habia dicho
el D. Alvaro, que habia de hacer tomar una residencia al Comendador
Mayor, que otra tal no se hobiese tomado, amenazándolo. Sospeché yo que
lo habia dicho por haber tenido noticia del estrago que habia hecho el
Comendador Mayor en la provincia de Xaraguá, quemando tantos señores
juntos, y ahorcando á Anacaona, hermana de Behechío, rey de allí; no
se si en la sospecha me engañé. De aquella matanza é injusticia tan
inhumana, en el cap. 9.º hicimos mencion. Finalmente, partió desta isla
el Comendador Mayor, por el mes de Setiembre del mismo año de 509, y
llegó á Castilla, bueno, al cabo del año. De cómo lo rescibió el Rey,
no lo supe, mas de que estando el Rey en Sevilla, y mandando celebrar
Capítulo la órden de Alcántara, en el mismo Capítulo, en cuatro dias,
murió, muy pocos dias despues que hobo de acá llegado. Ya habrá visto
cómo acertó en inventar ó entablar el repartimiento de los indios, y
desparcillos entre los españoles como si fueran cabras, pestilencia
vastativa y cruel que todas estas Indias ha estirpado, y las otras
obras que cerca y contra los indios hizo.


CAPÍTULO LI.

Lo que conviene aquí tractar, segun la órden de nuestra historia, es
de la persona y gobernacion del segundo Almirante, llamado D. Diego
Colon; el cual, segun parece por lo que vivió, más fué heredero de
las angustias é trabajos y disfavores de su padre, que del Estado
honras y preeminencias que con tantos sudores y aflicciones ganó.
Fué persona de grande estatura, como su padre, gentil hombre, y los
miembros bien proporcionados, el rostro luengo, y la cabeza empinada,
y que representaba tener persona de señor y de autoridad; era muy
bien acondicionado, y de buenas entrañas, más simple que recatado ni
malicioso; medianamente bien hablado, devoto y temeroso de Dios, y
amigo de religiosos, de los de Sant Francisco en especial como lo era
su padre, aunque ninguno de otra órden se pudiera dél quejar, y mucho
ménos los de Sancto Domingo. Temia mucho de errar en la gobernacion
que tenia á su cargo, encomendábase mucho á Dios suplicándole lo
alumbrase para hacer lo que era obligado; trujo poder de encomendar
los indios desta isla; porque, fuera desta, no habia poblacion de
españoles en otra parte, ni habian en otra parte destas Indias entrado
de asiento á los sojuzgar y estragar. Tomó indios para sí y para Doña
María de Toledo, su mujer, y diólos á sus tios el Adelantado y D.
Diego y á sus criados y personas honradas que vinieron de Castilla con
él, aunque algunos trujeron para que se los diese Cédulas del Rey.
Fueron tractados los indios, en este tiempo primero del Almirante,
con la priesa de sacar oro, y con el descuido de proveellos de comida
y remedio, y para sus corporales necesidades, y en dalles doctrina y
cognoscimiento de Dios, de la manera y peor que de ántes en tiempo del
Comendador Mayor. Habia en esta isla cuando el Almirante vino 40.000
ánimas, que no restaban ya, de tres ó cuatro cuentos, más que matar;
por manera, que en obra de un año, desque vino el tesorero Pasamonte,
que dijimos haber 60.000, eran perecidos los 20.000 dellos. Proveyó,
luégo como vino, sabido las nuevas que habia traido Juan Ponce de
haber oro en la isla de Sant Juan, de enviar gente y un Teniente
suyo y Gobernador para que la poblase y gobernase; por su Teniente y
Gobernador, envió un caballero, natural de la ciudad de Ecija, llamado
Juan Ceron, y á Miguel Diaz, criado que habia sido del Adelantado,
su tio, los tiempos pasados, y le habia caido en suerte la mitad del
grano de oro grande, segun referimos arriba, por Alguacil Mayor; fuese
tambien á vivir á aquella isla el ya dicho Juan Ponce con su mujer é
hijos, y un caballero gallego, D. Cristóbal de Sotomayor, hijo de la
condesa de Camina, y hermano del conde de Camina, Secretario que habia
sido del rey D. Felipe, que habia venido con el mismo Almirante. Fueron
tambien otras muchas personas que habian venido con el Almirante,
desque vieron que ya en esta isla no habia indios para tantos, ni
sabian donde ir á parar yéndoseles gastando la laceria que habian
traido de Castilla. Deste caballero, D. Cristóbal de Sotomayor, se
dijo que el Rey enviaba por Gobernador de esta isla de Sant Juan, y
que el Almirante acá no lo consintió, pero esto parece no poder ser
por estas razones: una es, porque aún en Castilla no habia memoria
de que fuera desta Española se hobiese de poblar tierra alguna, ni
se sabia della si era tierra para poblarse de españoles ó no, porque
no habia entrado hombre de los nuestros por ella, mas de saltar en
la costa para tomar agua y leña; lo otro, porque las nuevas del oro
della trujo Juan Ponce al Comendador Mayor, y nadie las supo fuera
desta ciudad, porque cuando él vino con ellas, era ya desembarcado
el Almirante aquí; lo otro, porque el dicho D. Cristóbal vino sólo y
mondo, como dicen, con solos sus criados, harto pocos, y no traia de
Castilla un cuarto para gastar; lo otro, porque el Rey enviaba por
Gobernador al Almirante de todas estas Indias, y no habia luégo de
enviar juntamente Gobernador de parte dellas; lo otro, porque quedaba
pleito pendiente sobre la gobernacion y vireinado de todas ellas,
mayormente destas islas, de que ninguna duda habia en que fueron
descubiertas personalmente por su padre, y no haria el Rey luégo, sin
haber habido sentencia en ello, innovacion. Lo que yo creo, y entónces,
yo estando presente en esta ciudad, me parece haber sentido, sino me
he olvidado, que queria el D. Cristóbal que el Almirante lo enviara
por su teniente de Gobernador, y pienso que al principio lo envió,
y despues proveyó á Juan Ceron; y paréceme que aquesto es lo ménos
dudoso, si, como dije, la memoria de cerca de cincuenta años que han
pasado no me dejó. Finalmente, el uno ó otro duraron en el oficio un
año ó poco más, y ellos comenzaron á repartir los indios, y fueron
los primeros que aquesta pestilencia del repartimiento sacaron de
esta isla y llevaron á la de Sant Juan, y así fué la primera, despues
desta, que padeció esta plaga y calamidad. Llegado el Comendador Mayor
á Castilla, ó por hacer bien á Juan Ponce, ó al Almirante mal, hizo
relacion al Rey de como habia enviado á Juan Ponce á la isla de Sant
Juan, y habia descubierto mucha cantidad de oro, y que era hombre muy
hábil y que le habia servido en las guerras mucho, que Su Alteza le
debia proveer de aquella gobernacion, ó de cargo que en ella mandase.
El Rey le proveyó de la dicha gobernacion, pero como Teniente del
Almirante sin que el Almirante le pudiese quitar. Tomada la gobernacion
por provision del Rey, no le faltaron achaques, ó él se los buscó,
como es comun costumbre de los jueces acá, cuando quieren vengarse de
alguno sin tener temor de Dios ni del Rey, como está léjos el recurso;
prendió al Juan Ceron, y á Miguel Diaz, Alguacil mayor, y enviólos
presos á Castilla para que se presentasen en la corte, y esta fué la
primera sofrenada y disfavor que el Almirante, despues de acá llegado,
rescibió. Luégo, desde á pocos dias, rescibió otra poco menor: Tambien
vinieron con el Almirante dos hermanos, Cristóbal de Tapia, uno, por
Veedor de las fundiciones, el cual tenia la marca y sello con que se
marcaba, despues de fundido, el oro; y el otro, Francisco de Tapia,
por Alcaide de esta fortaleza, criados entrambos del obispo D. Juan
Rodriguez de Fonseca, de quien, muchas veces, arriba en el primer libro
y en éste, habemos hablado. Llegados á esta ciudad y entrado, como se
dijo, el Almirante y su casa en la fortaleza, presentó Francisco de
Tapia su provision de como era ya la tenencia della por el Rey; el
Almirante dilató cuanto pudo el cumplimiento de la provision, estándose
dentro, reacio, della, pareciéndole, por ventura, que á él pertenecia
por sus privilegios proveer ó señalar tres personas, y que el Rey
escogiese una dellas, como en los otros oficios se habia de hacer, y,
entre tanto, pensó escribir sobre ello. Avisaron los Tapias, segun es
verisímile, al obispo Fonseca, como el Almirante se habia entrado en
la fortaleza, y que presentada la provision del Alcaidía de Francisco
de Tapia, no habia querido complilla; no hobo llegado á noticia del
Obispo esta carta, cuando por los aires viniera la sobre carta real,
si fuera posible, pero baste que vino en los primeros navíos; envió
á mandar el Rey al Almirante, so graves penas, que luégo saliese de
la fortaleza y la entregase al tesorero Miguel de Pasamonte, para que
la tuviese hasta que mandase lo que se habia de hacer della; y de
creer es, que la Cédula desto, no vino poco reprensiva, porque no se
haria sino como quisiese y ordenase el Obispo. El Almirante luégo se
salió de la fortaleza, y fuése á posar á un cuarto de casa, que fué lo
primero que en esta ciudad, Francisco de Garay, criado del Almirante
primero, y que fué uno de los dos que hallaron el grano grande que
arriba dijimos, edificó la más propincua del desembarcadero sobre el
rio; estando allí el Almirante, procuró de hacer casa en que viviese,
y comenzó y acabó un muy buen cuarto, en el mejor lugar que por cerca
del rio habia, el cual posee agora el almirante don Luis, su hijo.
Pasados algunos meses, despues que el tesorero Pasamonte rescibió en
depósito la fortaleza, le vino mandado del Rey para que la entregase al
Francisco de Tapia, como Alcaide que hacia della, y con ella le mandó
dar 200 indios; éste era el principal salario que á los oficiales del
Rey se daba, y por haber éstos morian, y eran los que primero que los
de los particulares, por su grande cudicia y crueldad, y por tener más
favor, perecian; y despues de muertos la mitad ó el tercio de aquellos
200, en cada demora, presentaban la Cédula diciendo que el número que
el Rey les mandaba dar no lo tenian complido, y así tornábanse á echar
en la baraja todos los indios de la isla, y tornábanse á repartir, y
complíase aquel número de 200 indios, dejando sin indios á las personas
particulares que no tenian favor, segun que arriba se dijo.


CAPÍTULO LII.

Estando las cosas desta isla y de la de Sant Juan, y del Almirante
segundo, en el estado dicho, sucedió luégo, en este año de 509,
lo siguiente: Hobo un vecino en esta isla y en la ciudad de la
Concepcion, que decian de la Vega, de que muchas veces habemos á la
memoria repetido, llamado Diego de Nicuesa, que habia venido con
el Comendador Mayor, hijodalgo, que habia servido de trinchante á
D. Enrique Enriquez, tio del Rey católico, persona muy cuerda y
palanciana y graciosa en decir, gran tañedor de vihuela, y sobre todo
gran ginete, que sobre una yegua que tenia, porque pocos caballos en
aquel tiempo áun habian nacido, hacia maravillas. Finalmente, era uno
de los dotados de gracias y perfecciones humanas, que podia haber
en Castilla; sólo tenia ser mediano de cuerpo, pero de muy buenas
fuerzas, y tanto que, cuando jugaba á las cañas, el cañazo que él daba
sobre la adarga los huesos decian que molia. Este hidalgo, luégo que
llegó á esta isla, se acompañó con un vecino de los 300 que en esta
isla estaban, y que más hacienda de labranzas de la tierra, hecha
con indios, tenia, comprándole la mitad ó el tercio della, en 2 ó en
3.000 pesos de oro, fiada, á pagar sacando de los fructos de ella, que
entónces era gran deuda, y poniendo, el Diego de Nicuesa, los indios
de repartimiento que el Comendador Mayor le dió, en la compañía. El
tiempo andando, á costa de los sudores y trabajos de los indios, y
de la muerte de algunos dellos, sacó tanta cantidad de oro de las
minas, que pagó las deudas y quedó con 5 ó 6.000 castellanos de oro,
y mucha hacienda; y éstos por aquel tiempo era mucha riqueza en esta
isla y en estas Indias, porque, como queda muchas veces dicho, no
habia otra tierra poblada de españoles, sino ésta y la de Sant Juan,
que comenzó, como dije, poco habia. Cayeron en un aviso los vecinos
españoles desta isla, segun su parecer muy sotil, conviene á saber,
enviar procuradores al Rey que les concediese los indios perpétuos ó
por tres vidas, como los tenian por voluntad del Rey la cual no duraba
más de cuanto al que gobernaba placia. Este reguardo procuraban porque
no fuese en manos del Gobernador, cada y cuando que se le antojase,
quitarles los indios, como cada dia hacian. Para este mensaje y
procuracion, escogieron al dicho Diego de Nicuesa por procurador, y
á otro hidalgo muy prudente y virtuoso, llamado Sebastian de Atodo,
tambien, de aquella ciudad de la Vega, vecino. Estos, idos á Castilla,
propuesta su embajada y suplicacion al Rey, concedióles, creo que
entónces, que los tuviesen por una vida, pero despues se enviaron otros
procuradores que alcanzaron dos vidas, y despues se dieron priesa
por alcanzar tres vidas. Y esta fué cosa digna de admiracion, y no
sé si diga más digna de risa, ver la ceguedad que en todos, chicos y
grandes, habia, que se les morian cada dia los indios por sus crueles
tiranías, por las cuales, todos los indios de esta isla se acabaron,
no pasada, de muchos, la media vida, y toda su solicitud era que
el Rey se los diese perpétuos ó por tres vidas. Destos tupimientos
de los entendimientos, para sí mismos, y para los que los daños y
perdiciones padecian, tan nocivos, que los nuestros siempre tuvieron
en estas Indias, y comprendieron á muchos géneros de personas en
Castilla, verá innumerables cualquiera prudente lector, si leyendo
esta historia estuviese advertido. Así que Diego de Nicuesa, negociado
aquesta buena demanda para esta isla, negoció para sí otra tan buena
empresa, donde sudase y pagase los dineros, que, de los sudores y
trabajos y captiverio de los indios, habia adquirido; esta fué pedir
la gobernacion de la provincia de Veragua, por el olor de las nuevas,
que de la riqueza della, el Almirante primero que la descubrió, habia
dado y él oido, la cual se le concedió, aunque cierto era y notorio
haberla el Almirante descubierto, y estar sobre el cumplimiento de sus
privilegios pleito movido. A la sazon tambien se despachaba y despachó
la gobernacion de la provincia del golfo de Urabá, que es al rincon
que hace la mar en la tierra firme, pasada la tierra de Cartagena, de
que arriba hemos algo dicho, en el primero y en el presente libro,
para Alonso de Hojeda, que estaba en esta isla esperándola, porque
como el obispo D. Juan de Fonseca lo amase y tuviese como por criado,
aunque nunca lo fué, por ser valiente hombre y muy suelto, y lo hobiese
siempre favorescido, como arriba hemos alguna vez referido, en su
ausencia, le proveyó de la dicha gobernacion; la cual creo yo, que fué
á mover y negociar el piloto Juan de la Cosa, que con él habia andado
rescatando perlas y oro, y áun inquietando las gentes por aquella
costa de tierra firme, los años pasados, segun arriba queda dicho.
Así que, concedidas estas dos gobernaciones, que fueron las primeras
con propósito de poblar dentro de la tierra firme, señaló por límites
de la de Hojeda, desde el cabo que agora se dice de la Vela, hasta
la mitad del dicho golfo de Urabá, y á la de Nicuesa, desde la otra
mitad del golfo hasta el cabo de Gracias á Dios, que descubrió el
Almirante viejo, como en el cap. 21 queda escripto; dióseles á ambos
Gobernadores la isla de Jamáica, para que de allí se proveyesen de los
bastimentos que hobiesen menester: Dios sabe si habian de ser bien
ó mal habidos. Púsoles el Rey títulos á las gobernaciones; á la de
Hojeda nombró, el Andalucía, y Castilla del Oro á la de Nicuesa, las
cuales ambas dieron mucha pena al Almirante, mayormente la de Diego
de Nicuesa, por la causa dicha, y lo que más sintió fué dalles á la
isla de Jamáica, que el Rey y todo el mundo sabia haberla descubierto
su padre, con todas estotras islas, de lo cual ningun litigio habia.
Y porque Alonso de Hojeda era muy pobre, que no tenia, ó muy poco lo
que haber podia, para los gastos de navíos y bastimentos y gente que
traer se requeria, creo que Juan de la Cosa, con su hacienda y de
amigos y compañeros, allegó á fletar una nao, y uno ó dos bergantines,
dentro de los cuales, metidos los bastimentos que pudo y obra de 200
hombres, vino á esta ciudad y puerto de Sancto Domingo, donde fué de
Hojeda bien rescibido. Diego de Nicuesa, como más poderoso de dineros
y de haciendas, que tenia en esta isla, engrosó más su armada y trujo
cuatro navíos grandes y dos bergantines, y mucho más aparato y gente,
y llegó y entró en este puerto desde á pocos dias; pero de camino,
para que Dios hiciese sus hechos, vínose por la isla de Sancta Cruz,
que está 12 ó 15 leguas de la de Sant Juan, y salteó ciento y tantos
indios que vendió por esclavos, aquí y en Sant Juan, de camino, y
dijo que trujo licencia del Rey para hacerlo. Estaba entónces aquí un
bachiller llamado Martin Hernandez de Anciso, que habia ganado á abogar
en pleitos 2.000 castellanos, que por aquel tiempo valian más que hoy
valen 10.000; viendo á Hojeda con tan poca sustancia para su empresa,
ó el mismo Alonso de Hojeda le rogó que le ayudase ó favoreciese con
su industria y dinero, el bachiller luégo lo hizo, porque compró un
navío y cargólo de bastimentos, segun pudo, y para ésto quedó en esta
isla, para luégo con alguna gente seguille; Hojeda le constituyó desde
luégo por su Alcalde mayor en todo el distrito de su Andalucía. Juntos
en esta ciudad los dos nuevos Gobernadores, Hojeda y Nicuesa, cada
uno procurando su despacho de llevar gente y bastimentos, comenzaron
á rifar sobre los límites de sus gobernaciones y sobre la isla de
Jamáica; queria cada uno dellos que la provincia del Darien cayese
dentro de sus límites; y así andaban cada dia de mal en peor, de tal
manera que, que se matasen un dia, creiamos los que los viamos. Hojeda
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