Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 06

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Mayor, era á los indios tan perniciosa, ¿quién podrá dudar que no la
abominara y detestara? Mas por la infelicidad de los indios, despachada
esta Carta en fin del año de 503, porque fué á 20 de Diciembre, luégo
desde á pocos meses murió, y así quedaron de todo auxilio y remedio
humano desmamparados, como parecerá.


CAPÍTULO XIII.

Dicha la sustancia de la Carta de la reina doña Isabel, dirigida al
Comendador Mayor, sobre la órden que habia de tener, si órden fuera,
en hacer á los indios trabajar, fundada sobre la falsa informacion
que se le habia escrito, y declaradas las ocho partes que la carta
contenia, y que la Reina pretendia que se pusiesen en ejecucion, será
bien consiguientemente dar noticia cómo el dicho Comendador Mayor
entendió la Carta, ó al ménos, si no la entendió, cómo la ejecutó.
Cuanto, pues, á lo primero y principal que la Reina pretendia, y era
obligada pretender por fin, conviene á saber, la instruccion, doctrina
y conversion de los indios, ya dije arriba, y torno á decir y afirmar
con verdad, que por todo el tiempo que el Comendador Mayor esta isla
gobernó, que fueron cerca de nueve años, no se tuvo más cuidado de
la doctrina y salvacion dellos, ni se puso más por obra, ni hobo más
memoria ni cuenta della ni con ella, que si los indios fueran palos, ó
piedras, ó gatos, ó perros, y esto no sólo por el mismo Gobernador, y
á los que dió los indios que les sirviesen, pero ni por los religiosos
de Sant Francisco, que con él vinieron, que eran buenas personas,
los cuales, cerca dello, ninguna cosa hicieron ni pretendieron, sino
vivir en su casa, la desta ciudad, y otra que hicieron en la Vega,
religiosamente. Sólo esto ví que hicieron, conviene á saber, que
pidieron licencia para tener en sus casas algunos muchachos, hijos
de algunos Caciques, pero pocos, dos, ó tres, ó cuatro, y así, á los
cuales enseñaron á leer y escribir, pero no sé que más con ellos de
la doctrina cristiana y buenas costumbres aprendieron, mas de dalles
muy buen ejemplo, porque eran buenos y vivian bien. Cuanto á lo
segundo, que fué que señalase cierto número de gente á cada Cacique,
etc., deshizo los grandes y muchos pueblos que habia en esta isla,
y da á cada español de los que él quiso, á uno 50, y á otro 100, y
á otro más y á otro ménos, segun la gracia que cada uno alcanzaba
con él; y en este número entraban niños y viejos, y mujeres preñadas
y paridas, hombres principales y plebeyos, y los mismos señores y
Reyes naturales de los pueblos y de la tierra. Este repartir entre
los españoles los indios, vecinos y moradores de los pueblos, llamó y
llamaron el repartimiento. Dió tambien al Rey su repartimiento en cada
villa, como á un vecino que hacia sus labranzas y granjerías, y cogia
oro para el Rey; y porque de cada pueblo de indios se hacian muchos
repartimientos, dando á cada español cierto número, como es dicho,
dellos, con el uno dellos asignaba que fuese el señor ó Cacique, y
este daba al español á quien él más honrar y aprovechar queria; á los
cuales daba una Cédula de su repartimiento, que rezaba desta manera: «A
vos, fulano, se os encomiendan en el Cacique fulano, 50 ó 100 indios,
para que os sirvais dellos, y enseñaldes las cosas de nuestra sancta
fe católica.» Item, decia otra: «A vos, fulano, se os encomiendan en
el Cacique fulano, 50 ó 100 indios, con la persona del Cacique, para
que os sirvais dellos en vuestras granjerías y minas, y enseñaldes las
cosas de nuestra sancta fe católica,» y así todos cuantos habia en el
pueblo, por manera, que á todos, chicos y grandes, niños y viejos,
hombres, y mujeres preñadas y paridas, señores y vasallos, principales
y plebeyos, condenaba absolutamente á servidumbre, donde al cabo,
como se verá, morian. Esta fué la libertad, que de su repartimiento
consiguieron. Cuanto á lo tercero, que debiera tener respeto á las
grandes necesidades de las mujeres y hijos, y á que se ayuntaran cada
noche, ó al ménos cada sábado, aunque esto era injusto, como dijimos,
consintió que llevasen los españoles á los maridos á sacar oro, 10,
y 20, y 30, y 40, y 80 leguas, cierto, y las mujeres quedaban en las
estancias ó granjas, trabajando en las labores de la tierra, cavando,
no con azadas, ni arando con bueyes, sino, con unos palos tostados,
rompiendo la tierra, y sudando, en trabajos que no son iguales, con
mucho, á los mayores que los cavadores trabajan en Castilla. Estos
eran, hacer unos montones para el pan que se come; y esto, es alzar de
la tierra que cavan, cuatro palmos en alto, y doce piés en cuadro, y
destos hacer diez y doce mil juntos, que gigantes se molieran; y otros
oficios y trabajos no menores, ó poco ménos que estos, cualesquiera
que vian los españoles serles más provechosos para sacar dineros.
Por manera, que no se juntaba el marido con la mujer, ni se vian en
ocho ni en diez meses, ni en un año; y cuando al cabo deste tiempo
se venian á juntar, venian de las hambres y trabajos tan cansados
y tan desechos, tan molidos y sin fuerzas, y ellas, que no estaban
acá ménos, que poco cuidado habia de comunicarse maridalmente; desta
manera, cesó en ellos la generacion. Las criaturas nacidas, chiquitas
perecian, porque las madres, con el trabajo y hambre, no tenian leche
en las tetas; por cuya causa murieron en la isla de Cuba, estando yo
presente, 7.000 niños en obra de tres meses; algunas madres ahogaban
de desesperadas las criaturas; otras, sintiéndose preñadas, tomaban
hierbas para malparir, con que las echaban muertas. Por manera, que
los maridos morian en las minas, y las mujeres en las granjas, con los
trabajos dellas, y las criaturas nascidas por se les secar la leche,
y cesando la generacion para las por nacer, de necesidad habian, como
perecieron todos, en breve de perecer, y así se despobló esta tan
grande, y poderosa y fertilísima, aunque desdichada isla. Y es aquí
de considerar, que si en todo el mundo las dichas causas hobieran
concurrido, si haberse todo evacuado de todo el linaje humano, en tan
breves dias, fuera maravilla. Cuanto á la cuarta, que habia de ser
el alquilarse algun tiempo, y no siempre, é inducidos con dulzura y
piedad, etc; diólos el Comendador para que contínuamente trabajasen sin
darles descanso alguno, como parece por la Cédula del repartimiento, y
si alguna limitacion despues puso, de que yo, cierto, no me acuerdo,
al ménos esto es cierto, que se les daba por resuello, y que muchos y
los más servian y trabajaban en aquel tiempo, contínuamente; y, sobre
los trabajos importables, permitió ponellos y mandallos unos verdugos
españoles crueles, á los que andaban en las minas, unos llamados
mineros, y á los que andaban y trabajaban en las granjas ó estancias,
estancieros. Estos, tratábanlos con tanto rigor y austeridad, y por
modo tan inhumano, que no parecia sino que eran los ministros del
infierno, que de dia ni de noche no dan de holganza un momento.
Dábanles de palos ó varazos, de bofetadas, de azotes, de puntilladas,
nunca oyendo dellos otra más dulce palabra que perros, y porque por
las continuas impiedades y aspereza de los malos tractamientos de los
estancieros y mineros, y por los trabajos continuos, no tolerables, que
sin resollar sufrian, y con tener por cierto que nunca dellos habian de
salir, sino en ellos de morir, como vian que sus vecinos y compañeros
morian, que es lo que á los dañados en el infierno hace desesperar,
íbanse huyendo por los montes á esconder, criaron ciertos alguaciles
del campo, que los iban á montear y á traellos. Y en las villas y
lugares de los españoles, señaló y crió el Comendador Mayor un vecino,
el más honrado y caballero del pueblo, al cual puso nombre Visitador,
y á quien, por sólo el oficio, como por salario, sin el repartimiento
que le habia cabido de indios, le daba otros cien indios, que como los
otros le sirviesen. Estos eran los verdugos mayores ordinarios, y así,
como más honrados en el pueblo, tanto más que los otros eran crueles.
Ante estos presentaban los alguaciles del campo á los desventurados
indios huidos que de los montes traian; iba el acusador luego allí,
y este era el que los tenia en repartimiento, y les habian dado por
piadoso maestro, y acusábalos diciendo, que aquel indio ó indios era ó
eran unos perros que no le querian servir, y que cada dia se le iban
de puro bellacos haraganes, que los castigase bien. Luego el Visitador
los hacia amarrar á un poste, y él mismo, por sus propias manos, como
el más honrado, tomaba un rebenque de marineros alquitranado, que
llaman en las galeras anguilla, el cual es como una verga de hierro,
y dábale tantos de azotes y tan crueles al cuerpo desnudo, flaco,
en los huesos, hambriento, hasta que por muchas partes le reventaba
la sangre y lo dejaba por muerto, con protestacion y amenazas, que,
si otra vez se huia, que habia de hacer y acontecer. Nuestros ojos
vieron algunas veces muchas y grandes inhumanidades destas, y Dios es
testigo, que tantas fueron las que cometian y cometieron en aquellos
corderos, que, por mucho que dellas se diga, no pueden ser, de muchas
partes una, encarecidas. Cuanto á lo quinto, que habian de ser los
trabajos moderados, etc.; estos eran sacar oro, el cual es tal, que há
menester para sacallo de las entrañas de la tierra, ser los hombres
de hierro, porque se trastornan las sierras, lo de abajo arriba y de
arriba abajo, mil veces, cavando, y quebrando peñas y meneando piedras,
y para lavallo en los rios llevan la tierra acuestas, y allí están
los lavadores siempre metidos en el agua, y corvados los lomos, que
se quiebran por el cuerpo, y cuando la mina hace agua, sobre todos
los trabajos es, con los brazos y ciertas gamellas, de abajo arriba,
echalla fuera; y finalmente, para conjeturar y entender qué trabajo es
coger oro y plata, débese considerar, que los gentiles la mayor pena
que daban á los mártires, despues de la muerte, era condenallos para
sacar los metales. Y los reyes de Egipto no echaban en las minas á
sacar oro sino á los condenados por sus delitos, y á los que captivaban
en las guerras ó á los que levantaban algun grave testimonio, ó á los
que, por algun de servicio, incurrian en la ira del Rey, y tal era
el trabajo, que, porque no se huyesen, les echaba prisiones, y era
grande el número de la gente que en ello ocupaban, á los cuales, sin
descanso alguno, dias y noches, forzaban á trabajar, con injurias,
azotes y palos. Todo esto dice Diodoro, lib. IV, cap. 2.º: _Egipti
enim Reges, crimine damnatos omnes ac ex hostibus captos, insuper ob
aliquam falsam calumniam aut Regum iram in carcerem detrusos, aura
defodiendo deputant simul sumpta facinorum pena e magno quæstu ex
eorum labore percepto: illi compedibus vincti magnus hominum numerus
absque ulla intermissione, die nocteque exercentur nulla neque requie
concessa, omnique ablata fugiendi facultate_, Y más abajo: _Ab hoc
labore nunque conquiescunt, contumeliis verberibusque ad continuum
opus coacti_, etc. Tambien dice allí que les ponian propósitos, que
debian ser los verdugos, como acá dijimos, de los mineros; y, en el
lib. VI, cap. 9.º, el mismo Diodoro, del trabajo que es sacar oro nos
trae otros testigos, á nosotros los españoles, más cercanos, y estos
son la misma gente de España. Cuenta que los romanos, despues de haber
sojuzgado á España, compraban muchos esclavos, y de creer es que debian
ser dellos algunos españoles, y quizá todos, y que los enviaban y
tenian en las minas, y que era increible la riqueza que sacaban para
sus señores, aunque con grandes angustias y calamidad suyas; porque
de dia y de noche los constreñian á que cavasen, y que muchos, por el
excesivo trabajo, perecian, como quiera que ninguna holganza les diesen
ni tiempo para que resollasen, ántes, con azotes, á que de contino
estuviesen en la obra eran forzados; los cuales, raro, podian vivir
mucho, sino eran los muy robustos de fuerzas y vigor de ánimo; aquestos
más tiempo duraban en esta calamidad, y á los tales, por la grandeza
y gravedad de la miseria que padecian, más deseada era la muerte que
la vida. _Verum cum die noctuque in labore perseverent multi ex nimio
labore moriuntur: cum nulla eis ab opere detur requies aut laboris
intermissio, sed verberibus ad continuum opus coacti, raro diutius
vivunt. Robustiori quidam corporis et animi vigore, plurimum temporis
in ea versantur calamitate, quibus tamen ob miseriæ magnitudinem mors
est vita optabilior_, etc. Todo esto es de Diodoro, y lo que más se ha
dicho en romance. Por lo dicho parece que de naturaleza le debe ser
al oro apropiado morir los hombres del trabajo que generalmente hay
en sacallo, y ser tanto, que precian más la muerte que la vida por no
pasallo; y por consiguiente, queda probado, que no son imposibles las
calamidades, que, padecer los indios en sacallo, contamos; y plugiera á
Dios que no fueran necesarias, pues, en verdad, son pasadas y pasan hoy
donde quiera que los españoles con indios el oro sacan.


CAPÍTULO XIV.
En el cual se prosiguen la quinta y las otras tres partes de la carta
de la Reina, de que mal usó el Comendador Mayor, en perdicion de los
indios.

Duraban en las minas y en los trabajos dellas, al principio, seis
meses; despues ordenaron que ocho, que llamaban una demora, hasta el
tiempo que traian todo el oro cogido á la fundicion, y, fundido, tomase
el Rey su parte, y daban al que tenia repartimiento lo demas, puesto
que, por muchos años, nunca entraba en su poder ni áun un castellano,
porque todo lo debia á mercaderes ó á otros acreedores, y, con cuantas
angustias y tormentos á los indios, por sacar aquel infernal oro,
causaba, Dios se lo consumia todo, y nunca hombre dellos medraba. En
el tiempo que habia fundicion, les daban licencia que se fuesen á sus
pueblos, los que los tenian á dos, y á tres, y á cuatro jornadas.
¡Bien se puede juzgar cuáles llegarian, y qué descanso hallarian
en sus casas, habiendo estado ocho meses fuera dellas, dejando sus
mujeres y hijos desmamparados, si quizá no las habian llevado tambien
á los trabajos, y tornaban juntos maridos y mujeres, á llorar su vida
desventurada! ¿Qué refrigerio hallarian, habiendo de ir á buscar de
comer y trabajar en sus hacendejas, que hallaban hechas heriazos y
llenas de hierba, y faltándoles todo consuelo y recaudo? Los que de
40 ó 50 y 80 leguas habian venido, nunca tornaban á sus casas de 100,
10, sino que en las minas y en los otros trabajos, hasta que morian
estaban. Muchos de los españoles no tenian escrúpulo alguno de,
domingos y fiestas, trabajallos, y cuando ménos los trabajaban, era
que no sacasen aquel dia oro, sino en otras cosas, que no faltaban,
como hacer las casas ó remendallas de paja, y traer leña, y otras mil
semejantes en que los ocupaban; la comida que para sufrir tantos y
tales trabajos les daban, era pan caçabí, el cual, puesto que con harta
carne y otras cosas se pueden pasar bien los hombres, pero para sin
carne ó pescado, y manjar otro que le acompañe, tiene poca sustancia.
Así que su comida era de aquel pan caçabí, y mataba el minero un puerco
cada semana; comíase él los dos cuartos y más, y, para 30 y 40 indios,
echaba de los otros dos cuartos cada dia á cocer un pedazo, y repartia
entre los indios á cada uno una tajadilla, que seria como una nuez, y
con aquella, gastándola toda emplingando el caçabí, y con sopear en el
caldo, se pasaban; y es verdad, que estando el minero comiendo, estaban
los indios debajo la mesa, como suelen estar los perros y los gatos,
para, en cayéndose el hueso, arrebatallo, el cual chupaban primero, y,
despues de bien chupado, entre dos piedras lo majaban, y lo que dél
podian gozar con el caçabí lo comian, y así de todo el hueso no perdian
nada; y esta tajadilla de puerco, y los huesos dél, no lo alcanzaban
sino solamente los indios que en las minas á sacar oro andaban, porque
los de las estancias que cavaban y tenian otros grandes trabajos, en
su vida, mujeres ni hombres, nunca supieron, despues de entregados á
los españoles, qué cosa fuese carne, más del caçabí y otras raíces.
Personas hobo en la isla de Cuba (porque si tratando della se me
olvidare), que no teniendo, por su avaricia, qué dar de comer á los
indios que les hacian las labranzas, los enviaban á pacer al campo y
á los montes las frutas de los árboles que habia, dos y tres dias, y
con lo que traian en los vientres, les hacian trabajar otros dos ó
tres dias sin comer otro bocado; y desta manera hizo uno una labranza
que le valió 500 y 600 pesos de oro ó castellanos, y esto, él mismo
por su boca, en presencia de mí y de otros, lo contó por industriosa
hazaña. Cuanto á lo sexto, que era que el jornal fuese conforme á los
trabajos, etc., mandó el Comendador Mayor que les pagasen por jornal,
por la vida y trabajos y servicios que padecian y hacian que de suso se
han referido, no sé si podrá ser creido, pero yo digo verdad, y así
lo afirmo, que les mandó dar tres blancas en dos dias, y áun no fué
tanto, sino media blanca ménos, porque cada año ordenó que á cada un
indio se diese medio peso de oro, que son 225 maravedís, y estos que
se los pagasen en lo que bastase á comprar cosillas de Castilla, que
los indios llamaban cacóna, la media sílaba luenga, que quiere decir
galardon. Destos 225 maravedís, se podia comprar hasta un peine y un
espejuelo, y una sartilla de cuentas verdes ó azules, y es tambien
cierto que muchos años pasaron, que ni áun esto no les pagaban; y poco
hacian á su bien ni á la mitigacion de sus angustias, y hambres, y
calamidades; las cuales eran tantas, que ni ellos se dieran ni daban
nada por ello, porque todos sus deseos no subian más de comer y verse
hartos, porque siempre rabiaban de hambre, y de cómo saldrian de
vida tan desesperada. Este fué, pues, el premio y jornal que por tan
grandes trabajos y daños (que no eran ménos que perder los cuerpos y
las ánimas), les mandó pagar, conviene á saber, por dos dias, áun no
tres blancas; despues el tiempo andando, á cabo de muchos años, se les
aumentó el jornal hasta un peso de oro, por ciertas leyes que hicieron
hacer al rey D. Hernando, como, si Dios quisiere, se dirá, que no es
otro, que el dicho, menor escarnio. Cuanto á lo sétimo, que la Reina
pretendia, conviene á saber, que todo aquello cumpliesen los indios,
como personas libres que eran, y que no consintiese hacerles daño ni
agravio alguno, y que tuviesen libertad para entender en sus haciendas,
y descansar, y curarse, etc., bien claro ha parecido, segun creo, por
lo dicho, como totalmente les quitó su libertad y consintió ponellos
en la más áspera, y fiera, y horrible servidumbre y captiverio, que
ninguno puede entender sino la viera por sus ojos, no siendo libres
para cosa desta vida; y áun las bestias suelen tener libertad algunos
tiempos para ir á pacer al campo, y nuestros españoles no daban para
esto, ni para otra cosa, lugar á los indios miserandos, y así, los dió,
en la realidad de la verdad, perpétuamente por esclavos, pues nunca
tuvieron libre voluntad para hacer de sí nada ó algo, sino donde la
crueldad y cudicia de los españoles queria echarlos, no como á hombres
captivos, sino como bestias, que sus dueños, para lo que quieren
hacer dellas, las tienen atadas. Cuando algunas veces los dejaban ir
á su tierra á descansar, no hallaban vivas á sus mujeres ni hijos, ni
hacienda alguna de que comiesen, como se dijo, por no se las dejar
labrar; y así, no tenian otro remedio sino buscar raíces ó hierbas
del monte y del campo, y en el campo morir. Si enfermaban, que era
frecuentísimo en ellos, por los muchos y graves, y no acostumbrados
trabajos, y por ser de naturaleza delicadísimos, no los creian, y sin
alguna misericordia los llamaban perros, y que de haraganes lo hacian
por no trabajar, y, con estos ultrajes, no faltaban coces y palos; y
desque vian crecer el mal ó enfermedad, y que no se podian aprovechar
dellos, dábanles licencia que se fuesen á sus tierras, 20, y 30, y
50, y 80 leguas distantes, y para el camino, dábanles algunas raíces
de ajes y algun caçabí. Los tristes íbanse, y al primer arroyo caian,
donde morian desesperados; otros iban más adelante, y, finalmente, muy
pocos, de muchos, á sus tierras llegaban, y yo topé algunos muertos
por los caminos, y otros debajo de los árboles boqueando, y otros
con el dolor de la muerte dando gemidos, y, como podian, diciendo
«¡hambre! ¡hambre!», y esta fué la libertad y los buenos tractamientos
y cristiandad, y el no recibir agravios ni daños, que estas gentes con
la gobernacion y órden que puso el Comendador Mayor, cobraron. Cuanto á
la octava y final parte de la Carta de la reina doña Isabel, y que por
ella mostraba pretender, conviene á saber, que los indios comunicasen
con los españoles para que fuesen doctrinados y cristianos, y por
medio daba que los Caciques señalasen cierto número de gente para que
se alquilasen, en sí era difícil ó imposible y no proporcionada á que
los indios fuesen cristianos, ántes les era perniciosa y mortífera,
y se convertia en total destruccion de los indios; manifiesto es que
no se le daba poder ni se le podia dar, porque la Reina no lo tenia
para destruccion, sino para edificacion destas gentes, y esto habia el
Comendador Mayor de considerar. Item, debiera tambien mirar, que si la
Reina estuviera presente para que le constara tanto mal, no habia duda
sino que aquella órden la prohibiera y abominara. Cosa fué maravillosa
en aqueste tan prudente caballero, que cada demora que era de ocho
á ocho meses, y fué de año á año cuando se hacian las fundiciones
del oro, morian gran multitud de gente con aquellos trabajos, y no
cognosciese que la órden y gobernacion que cuanto á los indios habia
puesto era mortífera pestilencia, que con vehemencia estas gentes
consumia y asolaba, y que nunca la revocase y enmendase, por lo cual
no pudo él ignorar que no fuese pésimo é inícuo todo lo que habia en
esto constituido y ordenado, y, por consiguiente, ni ante Dios ni ante
los Reyes era excusado. Ante Dios, porque lo que constituyó era de sí
malo y contra la ley divina y natural, poner en áspera servidumbre y
captiverio y perdicion á hombres racionales libres, cuanto más que
via por experiencia, que de la perdicion dellos, aquella desórden era
la causa; ante los Reyes, porque totalmente salió y excedió, haciendo
todo el contrario de lo que por la Reina le era mandado. La enmienda
que desta perdicion hacia, es la siguiente: como via que las gentes se
apocaban, matando en las minas y estancias, cada demora ó cada año,
cada español los de su repartimiento, la mitad ó alguna buena parte, y
los mismos españoles, tambien, viendo que se les disminuian los indios
y acababan, no teniendo confusion de sus pecados, se lo suplicaban,
tornaba á echar todos los indios que habia en la isla, como dicen, en
la baraja, y esto era hacer nuevo repartimiento, en el cual rehacia el
número de los que habian muerto, que primero les habia dado, y esto á
los españoles más principales y dél más favorecidos; y, porque no habia
para todos de aquel paño, dejaba á muchos que no tenian tanto favor
sin repartimiento y sin dalles algo, y desta manera, cuasi cada dos ó
tres años, los repartimientos remendaba ó renovaba. Y porque despachada
esta Carta real, la Reina, como se dijo, murió luego, no supo de esta
cruel perdicion nada. Sucedió luego venir á reinar el rey D. Felipe y
la reina Doña Juana, y ántes que cosa de las Indias entendiese, murió
el rey D. Felipe, por cuya muerte estuvo el reino de Castilla sin Rey
presente, dos años; y así se entabló y calló la diminucion y perdicion
destas gentes miserables. Despues desto, vino á gobernar los reinos
el rey católico D. Hernando, al cual, ó se le encubrió, ó no se le
encareció como debiera, y áun porque pocas veces, ó ninguna, desto
se le dijo verdad, pasaron ocho años, muy poco ménos, que gobernó el
dicho Comendador Mayor, en los cuales se entabló y echó sus raíces esta
pestilente desórden, sin haber hombre que en ella hablase ni mirase, ni
pensase, y así se fueron consumiendo las multitudes de vecinos y gentes
que habia en esta isla, que, segun el Almirante escribió á los Reyes,
eran sin número, como arriba en el primero libro queda ya dicho, y en
tiempo de los dichos ocho años de aquel gobierno, perecieron más de
las nueve, de diez partes. De aquí pasó esta red barradera á la isla
de Sant Juan y á la de Jamáica, y despues á la de Cuba, y despues á la
tierra firme, y así cundió y inficionó y asoló todo este orbe, como
parecerá, placiendo á Dios, en sus lugares. Por manera, que del asiento
y desórden que aquel Comendador Mayor de Alcántara hizo y asentó en
esta isla, repartiendo los indios entre los españoles de la manera
dicha, por ilusion, cierto, y arte diabólica, procedió la perdicion y
acabamiento tan violento vehementísimo, que ha yermado y consumido, en
estas Indias, la mayor parte del linaje humano que en ellas estaba y
hallamos.
«La Reina: Doña Isabel, por la gracia de Dios, reina de Castilla,
de Leon etc.: Por cuanto el Rey, mi señor, é yo, por la Instruccion
que mandamos dar á don frey Nicolás de Ovando, comendador mayor de
Alcántara, al tiempo que fué por nuestro Gobernador á las islas y
tierra firme del mar Océano, hobimos mandado que los indios vecinos
y moradores de la isla Española fuesen libres y no subjetos á
servidumbre, segun más largamente en la dicha Instruccion se contiene,
y agora soy informada que, á causa de la mucha libertad que los dichos
indios tienen, huyen y se apartan de la conversacion y comunicacion de
los cristianos, por manera que, áun queriéndoles pagar sus jornales,
no quieren trabajar y andan vagabundos, ni ménos los pueden haber para
los doctrinar y traer á que se conviertan á nuestra sancta fe católica,
y que, á esta causa, los cristianos que están en la dicha isla, y
viven y moran en ella, no hallan quien trabaje en sus granjerías y
mantenimientos, ni les ayudan á sacar ni coger el oro que hay en la
dicha isla, de que á los unos y á los otros viene perjuicio; y porque
Nos deseamos que los dichos indios se conviertan á nuestra sancta fe
católica, y que sean doctrinados en las cosas della, y porque esto se
podria mejor facer comunicando los dichos indios con los cristianos que
en la dicha isla están, y andando tratando con ellos, y ayudando los
unos á los otros, para que la dicha isla se labre, y pueble, y aumenten
los frutos della, y se coja el oro que en ella hobiere, para que estos
mis reinos, y los vecinos dellos, sean aprovechados, mandé dar esta mi
Carta, en la dicha razon: por la cual mando á vos, el dicho nuestro
Gobernador, que, del dia que esta mi Carta viéredes en adelante,
compelais y apremieis á los dichos indios, que traten y conversen con
los cristianos de la dicha isla y trabajen en sus edificios, en coger
y sacar oro y otros metales, y en facer granjerías y mantenimientos
para los cristianos vecinos y moradores de la dicha isla, y fagais
pagar á cada uno, el dia que trabajare, el jornal y mantenimiento,
que, segun la calidad de la tierra, y de la persona, y del oficio, vos
pareciere que debieren haber, mandando á cada Cacique que tenga cargo
de cierto número de los dichos indios, para que los haga ir á trabajar
donde fuere menester, y para que, las fiestas y dias que pareciere, se
junten á oir y ser doctrinados en las cosas de la fe, en los lugares
deputados para que cada Cacique acuda con el número de indios que vos
les señaláredes, á la persona ó personas que vos nombráredes para que
trabajen en lo que las tales personas les mandaren, pagándoles el
jornal que por vos fuere tasado, lo cual hagan é cumplan como personas
libres, como lo son, y no como siervos; é faced que sean bien tratados
los dichos indios, é los que dellos fueren cristianos mejor que los
otros, é non consintades ni dedes lugar que ninguna persona les haga
mal ni daño, ni otro desaguisado alguno, é los unos ni los otros no
fagades nin fagan ende al, por alguna manera, so pena de la mi merced,
y de 10.000 maravedís para la mi Cámara, á cada uno que lo contrario
ficiere; y demás mando al home que les esta mi Carta mostrare, que los
emplacen y parezcan ante Mí en la mi corte, do quier que yo sea, del
dia que los emplazaren, fasta quince dias primeros siguientes, so la
dicha pena, so la cual mando á cualquier Escribano público que para
esto fuere llamado, que de, ende, al que se la notificare testimonio
sinado con su sino, porque yo sepa cómo se cumple mi mandado. Dada en
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