Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 24

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con quien lo enviaban á llamar para que los gobernase; y porque,
como ya se dijo, venian á buscallo sin saber dónde estaba, pasábanse
con su nao de luengo de costa, y del puerto del Nombre de Dios, sino
fuera por un bergantin que Nicuesa habia enviado á las isletas que
allí junto estaban por bastimento, que tambien se llamaban islas del
Bastimento, por ser fértiles y tener muchas labranzas. Los que estaban
en el bergantin vieron venir la nao, que no poco consuelo y alegría,
de verla, tomaron; fueron luégo á ella, donde los unos á los otros
de su propio estado y propósito informaron. Fuéronse luégo al puerto
del Nombre de Dios, donde Colmenares y los que con él venian, de ver
á Nicuesa y á 60 personas (que ya no le quedaban más de 700 y tantos
que trujo), que haciendo la fortaleza con él estaban, tan flacos, tan
descaecidos, rotos y cuasi desnudos y descalzos, y en toda miseria y
tristeza puestos, quedaron espantados. No faltaron lágrimas, llantos
grandes y espesos, de ambas á dos partes, mayormente oidas las hambres,
las muertes y tan infelices desastres; Colmenares, con gran compasion,
cuanto podia, con palabras dulces y amorosas, dándoles esperanza de
que Dios los remediaria, en cuanto le era posible á Nicuesa consolaba,
mayormente diciéndole como los del Darien le enviaban á suplicar que
fuese á gobernarlos, donde habia buena tierra y tenian de comer, y
oro no faltaba, y allí descansaria mucho de los muchos y grandes
trabajos pasados. Con ésto, Nicuesa tomó algun resuello y descanso,
y con los mantenimientos que le traia y trujo, desterró de su pobre
casa la hambre, dando increibles gracias, por tanto consuelo y socorro
tan tempestivo, á Colmenares; y dijeron que aquel dia, guisada una
gallina de las que Colmenares trujo, por el alegría la cortó en el
aire, porque, como arriba se tocó, era Nicuesa muy gran trinchante,
oficio y gracia en casa de los grandes señores, los tiempos pasados,
no poco estimada. Pero como la prudencia de los hombres, cuando Dios
no la infunde, ser prudentes cuanto hombres muchas veces les aprovecha
poco, y otras muchas les daña, á Diego de Nicuesa, á quien cognoscí
yo, que en esta isla, de prudente fué muy estimado, y era en ella uno
de los más principales, hobo, al mejor tiempo, de faltalle. ¿Quién
pudiera pensar, de los que á Nicuesa cognoscieron, que estando en
tan desventurado estado, donde cada hora morir infelicísimamente, no
como quiera, sino en amarguras grandes, y de angustias dolorosísimas
cercado, esperaba, enviándolo á llamar para subjectársele los que
pudieran bien dejarlo, sacándolo de todos aquellos males, que acabadas
las lágrimas y llantos que tuvo con Colmenares, luégo públicamente
dijese que los habia de tomar el oro que habian en aquella tierra, sin
su licencia y beneplácito, habido, y sobre todo ellos castigallos?
¿Qué mayor imprudencia pudo hallarse, y qué yerro, en tal tiempo, á
éste puede ser comparado? É ya que los otros fueran dignos, como eran,
de ser despojados del oro que habian robado y por ello castigados
(no por la injuria que hicieron en ello á Nicuesa, pues él tambien
robaba, y por ésto castigallos él muy poco curaba, como ciego como
los otros, sino por roballo á sus dueños, y las muertes y escándalos
que en la tierra y gentes della causaban, por los cuales tambien Dios
á él castigaba), al ménos, hasta que fuera rescibido, disimulara.
Pero como nuestro Señor tenia determinado de lo castigar con su total
fenecimiento, por la matanza que hizo en Cartagena, y por las que
tenia en la intencion de hacer por aquella su gobernacion de Veragua,
y áun por los sudores que llevó á los indios desta isla, y las vidas
de los que por sacarle oro murieron, y por los saltos que hizo en
la isla de Sancta Cruz, captivando injustamente los indios que allí
tomó y vendió en ésta ó en la de Sant Juan por esclavos, por eso, para
cumplirse la voluntad y sentencia de Dios en él, no habian de faltar
ocasiones ni achaques. Hizo tambien otro yerro grande, y éste fué
dejar ir una carabela, y los que en ella fueron, delante, diciendo que
él queria ir á visitar ciertas isletas, que por aquella mar, en el
camino, estaban. Díjose que aquella noche Lope de Olano, que Nicuesa
traia siempre preso, habló con algunos de los que vinieron del Darien,
indignándolos, y que dijo al tiempo del embarcar públicamente: «¿Piensa
que le han de rescibir los de Hojeda como nosotros le rescibimos,
cuando venia perdido en Veragua?» Embarcóse, pues en el Nombre de Dios
en un bergantin, enviando la carabela delante, donde iba el bachiller
Corral y Diego Albitez, y otros, que avisaron de lo que habia dicho
de tomarles el oro y castigarlos, y de como era cruel y riguroso, y
tractaba, los que consigo traia y estaban, mal, y otras cosas, cuantas
pudieron para mudarles los ánimos; y llegado á las isletas, envió
delante al Veedor del Rey, llamado Juan de Cayzedo, ó Quizedo, en una
barca, que de secreto era su enemigo por ciertas cosas de su honra,
en que de Nicuesa se tenia por muy agraviado, para que dijese á los
del Darien como ya iba, como si le hobieran de salir á rescibir con
arcos triunfales. El veedor Quizedo no via la hora de verse fuera de
su poder, lo que muchos dias habia que deseaba, y, llegado al Darien,
impropera mucho á todos los que pretendian que Nicuesa los gobernase,
diciendo, ¿que cómo habian osado incurrir en tan grande error como
era, siendo libres, quererse someter á la gobernacion de Nicuesa, que
era un tirano, el cual era el peor hombre del mundo y más cruel, y que
peor tracta los que consigo trae, á los cuales toma todo lo que en
la guerra contra los indios se toma, diciendo que todos los despojos
son suyos, como traia propósito de hacer con ellos, como verian, y
por ello castigallos, porque todo lo habian tomado en aquella tierra
que era de su gobernacion? y otras palabras y razones terribles que
los asombraban. Pues como los del Darien oyesen tan duras nuevas,
por tantos testigos relatadas, temiendo ser maltratados, y amigos de
libertad y de no tener sobre sí yugo y superioridad, que, para su robar
y adquirir oro, les fuese á la mano, poca persuasion era menester para
movellos y alborotallos. Convertíanse contra sí mismos, de sí mismos
quejándose, porque tan inconsideradamente determinaron llamarlo. Quien
más en no rescibirlo á todos solicitaba fué Vasco Nuñez, porque más
que otro creia que, aceptándolo, aventuraba. Díjose que llamó á todos
los principales uno á uno, sin que el uno supiese del otro, y los
persuadió á que, pues habian errado en llamalle, que lo remediasen con
no rescibillo; llamó al escribano secretamente la misma noche, é hizo
una protestacion, y pidióle testimonio como él no era en lo que contra
Nicuesa se hacia, ántes estaba presto y aparejado para obedecelle y
hacer lo que le mandase, como Gobernador del Rey.


CAPÍTULO LXVIII.

Detúvose Nicuesa por aquellas isletas ocho dias, captivando algunos
indios de los que vivian en ellas, y quizá todos cuantos podia, sin
haberle á él ni á otro alguno ofendido, para que Dios hiciese bien
sus hechos. Llegado, pues, Nicuesa al desembarcadero del Darien,
vido á Vasco Nuñez á la ribera con muchos españoles armados, y uno,
que debia ser procurador del pueblo, que á altas voces le requeria,
que no desembarcase saltando en tierra, sino que se tornase á su
gobernacion, ó Nombre de Dios, donde ántes estaba; lo cual oido por
Nicuesa, quedó como pasmado, sin poder por un rato hablar palabra,
de ver tan súbita y contraria, de lo que traia en el pecho asentado,
mudanza. Recogido en sí, díjoles: «Señores, vosotros me habeis enviado
á llamar, y yo á vuestro llamado vengo, dejadme saltar en tierra y
hablaremos, y oirme heis, y oiros hé, y entendernos hémos, y despues
haced de mí lo que por bien tuviéredes.» Ellos, repitiendo los mismos
requirimientos, y protestando, que si descendia en tierra, que habian
de hacer y acontecer, y áun soltándose cada uno con más libertad de
la que era decente en algunas palabras, porque era ya tarde apartóse
aquella noche á la mar, desviado de la tierra, dejándolos para ver
si otro dia estarian de aquel intento; los cuales, no sólo no se
mudaron de su primera determinacion, pero, empeorándose, deliberaron
de prendello y echallo donde dañar no les pudiese. Otro dia llamáronlo
para prendelle; salió en tierra, y arremetiendo como desvariados á
tomallo, dió á huir por la playa ó ribera del rio adelante, é, como
era gran corredor, ninguno le pudo alcanzar, por mucho que corriese.
Ocurrió luégo Vasco Nuñez impidiendo al pueblo no prosiguiese más
adelante su desvarío, porque temió que pusieran las manos en él. Y
así, arrepentido de habelle sido contrario en su rescibimiento, de allí
adelante hizo por él, y reprendió mucho á todos su descomedimiento,
y refrenó al otro Alcalde ó Capitan, su compañero, Juan de Çamudio,
que era el que más se mostraba contra Nicuesa, y con él era todo el
pueblo. Rogábales Nicuesa, que si no lo querian por Gobernador, que lo
tomasen por compañero; respondian, que no querian, porque se entraria
por la manga y al cabo saldria por el cabezon. Replicaba Nicuesa, que
si no por compañero y en su libertad, lo tuviesen aprisionado con
hierros, porque más queria morir entre ellos que no en el Nombre de
Dios de hambre, ó á flechazos de indios ser muerto. Añidia más, que
se doliesen de 12.000 castellanos que habia gastado en aquel viaje y
armada, y los grandes infortunios que habia padescido por ello. Ningun
partido ni razon le admitieron ántes, cada uno mofaba dél y le decia
sus baldones y afrentas. Vasco Nuñez trabajaba mucho con el pueblo que
le admitiesen; uno, llamado Francisco Benitez, que era más que otro
locuaz, y que mucho se allegaba con Çamudio, el otro Alcalde, dando
voces, dijo que no se habia de rescibir tan mal hombre como Nicuesa.
Vasco Nuñez, muy de presto, ántes que su compañero se lo pudiese
impedir, mandóle dar cien azotes, los cuales llevó á cuestas, y viendo
que no podia ir contra el torrente y furia de todo el pueblo, envió
á decir á Nicuesa que se recogiese á sus bergantines, y que, si no
viese su cara, no saliese á tierra dellos. Nicuesa, temiendo que no le
prendiesen, mandó á ciertos ballesteros suyos que estuviesen metidos
en cierto cañaveral, mandándoles que cuando él hiciese la señal,
diesen en ellos. Sacó poco fruto de sus ballesteros, porque vinieron,
un Estéban de Barrantes, y Diego Albitez y Juan de Vegines, á decirle
de partes de todo el pueblo, que habiendo tractado de aquel negocio,
habian determinado de recibille por Gobernador, como lo era, con que
les perdonase la resistencia que hasta entónces se le habia hecho,
porque en fin era pueblo, y que á los primeros ímpetus no se suele
tener tanto acuerdo y miramiento. Nicuesa, no siguiendo el consejo
que Vasco Nuñez le habia dado, deste ofrecimiento fingido fué, más
de lo que debiera, crédulo, y no llamando á los suyos, salió de sus
bergantines, y púsose en las manos de los que morian por deshacelle.
Vino luégo Çamudio con mucha gente armada y prendióle, mandándole, so
pena de muerte, que luégo se partiese y no parase hasta presentarse en
España ante el Rey y los de su Consejo; y díjose que le constriñeron á
jurar, con amenazas que le hicieron que lo matarian, que se presentaria
en la corte ante el Rey. Visto Nicuesa claro su perdimiento, díjoles la
maldad y traicion que contra él cometian, porque aquella tierra donde
estaban entraba en los límites de su gobernacion, y que ninguno podia
en ella poblar ni estar sin su licencia, y el que allí estuviese era
su súbdito y subjecto á su jurisdiccion, porque él era en todo aquello
Gobernador por el Rey, é porque le querian echar donde muriese con tan
mal recaudo de navío y bastimentos, que protestaba de se quejar ante
el juicio de Dios de tan gran crueldad, como contra Dios y contra el
Rey, y contra él cometian, cuando no pudiese quejarse ante el Rey.
Ninguna cosa les movió á que templasen su furibundo y barbárico tumulto
y confusion, y así, lo llevaron preso hasta metello en el más ruin
bergantin que allí estaba. No sé si de industria escogieron el peor,
pero al ménos fué un bergantin viejo y harto mal aparejado, no sólo
para llegar á España, como ellos le mandaban, ni para esta isla, pero
ni áun para poder, seguramente, al Nombre de Dios, que de allí estaba
50 leguas, ir con él. Embarcáronse con él 16 ó 17 personas, de 60 que
le habian quedado, criados suyos, y otros, que, de lástima, seguir y
acompañarlo quisieron. Hízose á la vela con su bergantin, primer dia
de Marzo de 1511 años, el cual nunca jamás paresció, ni hombre de los
que con él fueron, ni dónde, ni como murió; algunos imaginaron que fué
á aportar en la isla de Cuba, y que allí los indios lo mataron, y que,
andando ciertos españoles por la isla, hallaron escrito en un árbol,
con letras esculpidas ó cavadas: «Aquí feneció el desdichado Nicuesa»;
pero yo creo que esto es falso, porque yo, uno de los primeros en
aquella isla, y que anduve por ella con otros, en sus principios, mucha
tierra, nunca ví ni oí que hobiese tal nueva. Lo que por más cierto se
puede tener es, que como él llevase tan mal recaudo de navío, y las
mares de por estas tierras sean tan bravas y vehementes, la mesma mar
le tragaria fácilmente, ó tambien, de pura hambre y de sed, muriese,
como no llevase sobrado, ni áun el necesario bastimento. Díjose que,
ántes que Nicuesa partiese de Castilla, uno que trataba de juzgar y
pronosticar las cosas venideras por astrología, dijo á Nicuesa, que
no partiese tal dia ó en tal signo; respondíole Nicuesa, que pues más
cuenta tenia con las estrellas que con Dios, Hacedor dellas, que no
traeria consigo á un hijo suyo que consigo traia. Tambien yo me acuerdo
haber, por aquellos tiempos, cierta cometa sobre esta isla, y, si no
me he olvidado, era de forma de un espada, y como que ardia, y dijeron
que un fraile habia entónces avisado á alguno de los que con él iban:
«Huid deste Capitan, porque los cielos muestran que ha de ser perdido.»
Lo mismo pudiera decir de los que iban con Alonso de Hojeda, puesto que
la misma persona de Hojeda no padeció tan calamitoso fin, pues murió en
esta ciudad, en su cama, como dicen, pero su gente harta mala ventura
tuvo, pues tantos rabiando, de la hierba ponzoñosa, murieron. Considere
aquí el lector el fin que hicieron estos dos primeros Capitanes, que
de propósito procuraron pedir gobernacion y autoridad del Rey, para
entrar en la tierra firme, á inquietar, infestar, turbar, robar, matar,
captivar, y destruir las gentes della, que, viviendo en sus tierras
tan apartadas de las nuestras, ni nos vieron, ni oyeron, ni buscaron,
ni en cosa nos ofendieron. Advierta eso mesmo, qué postremería fué la
de 800 hombres que consigo trujo Nicuesa, pues no le quedaron sino 60
cuando vino al Darien, y de aquellos se ahogaron ó perdieron con él
16 ó 17, y de aquellos 43 que restan, el uno fué Francisco Pizarro,
que mataron á estocadas en el Perú, que descubrió y destruyó, y los
demas, Dios sabe el fin que hicieron, y cuán amargas y tristes y
desventuradas muertes, y con cuántas angustias y trabajos, hambres y
sedes, cansancios y aflicciones, murieron. Y de la gente de Hojeda,
no escaparon, de 300, 30 ó 40, porque los que asentaron en el Darien,
todos eran, ó los más, de los que trujo el bachiller Anciso, y de los
que con Colmenares vinieron. Es bien, no ménos, mirar y notar si estas
muertes y perdiciones de estos Capitanes, ó Gobernadores primeros y
de sus gentes, si fueron milagros con los que Dios y su recto juicio
y justicia, quiso aprobar y justificar las demandas que traian, y los
fines que pretendian; item, si por ellos se aprobaron y justificaron
las obras semejantes, y los fines é intentos mismos que los
Gobernadores y Capitanes, que despues destos, en aquella tierra firme
sucedieron, perpetraron, trujeron, cometieron y pretendieron; creerá
cualquiera cristiano que no, porque áun las mismas sus postrimerías
de todos ellos dieron fiel testimonio dello, como referirá toda esta
historia, si place á Dios, en todos los libros que por escribir quedan.
Y porque todo lo que resta de decir destas Indias, sale del año décimo,
y, por consiguiente, pertenece al libro tercero, por ende á gloria de
Nuestro Señor, con lo dicho aquí, el segundo fenecemos.
_Laus Deo, pax vivis, requies defunctis._


HISTORIA
DE LAS INDIAS.

LIBRO TERCERO.


EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Comienza el libro tercero de la Historia general de las Indias escripta
por el Obispo de Chiapa, de la Órden de Sancto Domingo.


CAPÍTULO PRIMERO.

Referidas y explanadas quedan las cosas, que dignas fueron de poner
en historia, acaecidas en estas Indias, desde su descubrimiento, por
enteros diez y ocho años, contados desde el de 492 hasta el entero
año de 510; requiere la órden del decir y escribir, que al principio,
en el prólogo del primer libro, prometimos, contar lo que en los diez
años siguientes, desde el de 511 hasta el de 20 acaeció, que convenga
tener perpétua memoria. Y porque en esta tan difusa y general historia,
hobo muchas interpolaciones y pasaron muchos años, en los cuales se
interrumpia, por las inmensas y continuas ocupaciones que dentro y
fuera de la celda me ocurrieron, por cuya causa, de algunas cosas
escritas en los dos libros precedentes, que convenia hacer mencion, y
de los capítulos y lugares donde quedan puestas, lo mismo, y tambien
otras que ofrecian decir en éste tercero y en los demas, por ventura,
se podrán trastrocar, poniendo en un lugar lo que debiera poner en otro
por ende los benévolos lectores, aunque culpen la memoria, topando con
este defecto, pasen adelante á rescibir noticia de la verdad, que
aquí dárseles pretende, de la cual se ha tenido más cuidado que de
afeitar ni endulzorar palabras, y ni ocupar papel para cumplimientos
que no pasan de la superficie. Tenga, pues, nuestro tercero libro
principio, con el favor divino, de una provision espiritual que hizo
en estas Indias el Papa, en este undécimo año; ésta fué erigir las
primeras iglesias catedrales y criar los primeros Obispos que las
gobernasen. Para noticia de lo cual débese saber, que viviendo la
reina doña Isabel, que haya sancta gloria, y creo que por el año de
1503, al principio del pontificado del Papa Julio II, suplicaron
los Reyes al Papa proveyese de erigir iglesias y criar Obispos en
esta isla Española, porque habia ya mucha poblacion de españoles en
17 villas, como en el precedente libro referimos, puesto que con la
ceguedad del avaricia y priesa que todos tenian de haber oro y ser
ricos, no echaban de ver cómo cada dia los indios iban, de golpe, á
acabarse, haciendo grandes asonadas á los Reyes, que habia en ella
muchos pueblos, de españoles, poblados. Como quiera que no duraban
más tiempo las villas de los españoles de cuanto acababan de consumir
los indios, y dejados los pueblos ó villas dichas desiertas, luégo,
en viendo puerta abierta; y esta era determinar de pasar á la isla de
Sant Juan, y la de Jamáica ó Cuba, ó á la tierra firme, á sojuzgar,
con sus guerras crueles, los indios vecinos dellas, para el mismo fin
que tuvieron en ésta, conviene á saber, para echallos á las minas.
Luégo se salian desta isla lo mismo; y por la misma manera, despues
que habian muerto y destruido las gentes de las otras islas y partes
de tierra firme, las dejaban y se iban á otras á matar y á asolar las
gentes que en ellas habia, como pestilencia que, cosa que oliese á ser
hombre, habia de dejar viva. Así que, los Reyes, creyendo que tanto
pueblo y villas de españoles fueran en crecimiento, y la multitud de
los indios del todo no pereciera, porque siempre los encubrieron su
disminucion, ántes creian, segun yo creo, que iban en aumento, y con el
celo de la conversion dellos, suplicaron al Papa Julio II, como dije,
que erigiese iglesias y criase Obispos, el cual erigió una iglesia
metropolitana y cabeza de arzobispado, que llamó Hiagutensis; é no
pude atinar en qué provincia é lugar fuese la intencion de los Reyes
señalalla y pedilla, y del Papa constituilla, sino en la provincia
de Xaraguá, que como en la prosperidad desta isla era como la corte
della, como en el libro precedente dijimos, debieron creer los Reyes
que aquella fuera la más próspera, y así merecia ser cabeza de toda
ella. Por obispado erigió otra que nombró Vainensis; y ésta, no sé á
donde la situase, sino fué en la provincia de Vaynoa, hácia la parte
del Norte, donde estaba la villa de Lares de Guaháma, y la otra iglesia
catedral nombró Maguatensis, que debió ser en la Vega, que los indios
en su lengua llamaban Maguá, la última sílaba aguda, donde estaba
la villa de la Concepcion. Esto conjeturo por la conformidad de los
vocablos, que el Papa en su bula puso, con los de las mismas provincias
en lenguaje de los indios, si quizá los Reyes, informados desde esta
isla, nombraron al Papa los dichos lugares, mas siguiéndose por las
provincias y cantidad de la tierra, y gentes naturales della que á cada
iglesia aplicaban, que por los pueblos que de españoles entónces habia.
Hiagutensis, que fué el nombre de la del arzobispado, parece confinar
con el vocablo de la Yaguana, dentro del término de la provincia de
Xaraguá, ó quizá se tomó aquel nombre de la provincia de Higuey, que
es la más oriental desta isla que hallamos viniendo de Castilla. Para
estas tres iglesias, metropolitana una, y dos catedrales, presentaron
los Reyes al Papa tres personas cognoscidas por buenas, virtuosas y
religiosas; el uno fué el doctor, creo, en cánones, Pedro de Deza,
sobrino, segun entendí, de D. Diego de Deza, arzobispo de Sevilla,
fraile de Sancto Domingo, de quien arriba, en el libro I, hicimos
mencion; este Doctor nombraron para arzobispo Hiagutensis. El otro para
obispo de la iglesia Vainensis, fué un religioso de Sant Francisco,
llamado fray García de Padilla, no supe de qué provincia ó familia.
El tercero, para obispo Maguatensis, presentaron á un licenciado en
teología, canónigo de Salamanca, que se nombraba Alonso Manso; éste
cognoscí yo mucho, y era varon muy religioso y tenido por justo,
puesto que en las cosas temporales no muy experto. Cognoscí tambien al
primero, doctor Pedro Deza, no mucho, persona tenida por buena. Estos,
para Prelados, Arzobispo y Obispos, así nombrados para esta isla,
dilatóse la expedicion de las bulas por algunas causas, y, por ventura,
los Reyes no dieron priesa en ello, porque se les iba más luciendo,
de la disminucion y muerte destas gentes, algo. Entre tanto falleció
la reina doña Isabel, digna de memoria, y quedando el rey católico D.
Hernando, marido suyo, por Gobernador y Administrador de los reinos
de Castilla, por su hija, la reina doña Juana, impedida para reinar
ó gobernar, comenzándose á descubrir que no se podia ya encubrir ni
disimular el estrago y matanza que nuestros españoles hacian en los
vecinos, desta isla naturales, consumiéndolos en las minas, como en el
precedente libro se ha explicado, y que la isla se iba despoblando,
cognosció que en los sitios de las iglesias que el Papa tenia erigido
y señalado ya no habia á quien convertir ni predicar, sino era á los
pájaros y árboles: tornó el dicho Rey católico á informar y suplicar al
Papa, que porque aquellos sitios para las dichas iglesias señalados,
ya no eran dispuestos ni aptos para en ellos las edificar, lo uno,
por la misma disposicion de la tierra y sitio della, lo otro, por la
dificultad de los mantenimientos y cosas necesarias, (y estas dos
causas refiere en su bula el Papa, diciendo así: _Cum autem nuper
nobis constiterit, insulas et loca prædicta, ac ecclesiarum hujusmodi
existentiam, tum propter locorum situs, tum etiam comeatum et rerum
necessariarum difficultates nequaquam ac comoda existere_, etc.), y
pudiera mejor informar el Rey católico al Papa, que por haber muerto
las gentes de aquellos sitios y lugares, y estar despoblados de sus
naturales habitadores, ya no habia lugar, porque, en la verdad, no
habia, ni hoy hay en esta isla paso, donde no se pudiesen poblar y
asentar ciudades grandes y en ellas erigir catedrales, iglesias y
metropolitanas, segun es toda felice, y para dar fruto en ella, todas
las cosas á la vida necesarias, muy en abundancia, si hobieran los
nuestros usado della segun debian, y no las gentes della estirpado.
Así que, informando el Rey al Papa de que convenia mudar la órden de
los obispados ya dada, suplicóle que tuviese por bien, para en esta
isla, erigir dos iglesias catedrales y cesase la metropolitana, y otra
en la isla de Sant Juan, tambien catedral, las cuales fuesen sujetas á
la metropolitana de Sevilla, hasta que otra cosa Su Santidad ó la Sede
apostólica, en algun tiempo, ordenase. Los lugares para las iglesias
desta isla señaló el Rey, la villa de la Concepcion, que es en la Vega
grande, y el otro en la del puerto de Sancto Domingo, y para el tercero
obispado, el pueblo principal que habia en la isla de Sant Juan. El
Papa lo concedió así, como el Rey lo suplicó, suprimiendo y anulando
primero, de consentimiento expreso de los mismos tres electos, las
dichas tres iglesias erigidas en los dichos tres sitios y lugares,
y señaló y dió por título á la iglesia de la Vega, la Concepcion, y
á la de Sancto Domingo, Sancto Domingo, y á la de Sant Juan, Sant
Juan; á cada una de las cuales que eran villas, adornó con títulos y
privilegios de ciudades. Asignó por diócesi é subjetas del obispado
de Sancto Domingo, las villas de la Buena Ventura, la de Açuá, la de
Salvaleon, la de Sant Juan de la Maguána, la de Vera Paz, que era la
de Xaraguá, y la villa nueva de Yaquimo. Al obispado de la Concepcion,
subjetó y dió por término de diócesi, la villa de Santiago, la de
Puerto de Plata, la de Puerto Real, la de Lares de Guahába, la de
Salvatierra de la Çabana, y la de Sancta Cruz; olvidaron la villa
del Bonao, que no era la ménos que otras principal. A la iglesia de
Sant Juan dió por diócesi toda la isla, é fueron Obispos primeros
los mismos; de Sancto Domingo, el fray García de Padilla, y éste
murió en Castilla ántes que viniese acá, y creo que no consagrado; de
la Concepcion, fué el Doctor Deza, el cual vino consagrado y vivió
pocos años en la ciudad de la Concepcion, donde murió. El licenciado
Alonso Manso vino tambien Obispo consagrado, y vivió muchos años en
la dicha isla de Sant Juan, siendo siempre canónigo de Salamanca,
porque aceptó el obispado con retencion de la canongía. Concedió
los diezmos y primicias, el Papa, de todas las cosas, con toda la
autoridad, jurisdiccion espiritual y temporal, y todos los derechos y
preeminencias que á los obispos de España pertenecen de derecho y de
costumbre, de todo lo cual, excepto el oro y la plata, y otros metales,
y perlas y piedras preciosas en que ninguna parte tuviesen.


CAPÍTULO II.

Antes que las bulas destos obispados viniesen, ó ántes que los Obispos
primeros susodichos se consagrasen, hizo el Rey con ellos cierto
asiento y capitulacion; el primer capítulo de la cual fué, que les
hacia donacion de los diezmos, como los tenia del Papa concedidos,
segun en el precedente libro, capítulo 39, referimos, que el Papa
Alexandre á los dichos Reyes habia concedido; y esta donacion, porque
ellos y sus sucesores, con su clerecía, tuviesen cargo de rogar á Dios
por su vida y ánima, y de los Reyes sus sucesores, y por todos los
cristianos que, en descubrir é adquirir las dichas islas, murieron, y
que los dichos diezmos se repartan por los Obispos, clerecía, fábricas
y hospitales, y que á ello se obligasen por sí é por sus sucesores, y
en nombre de sus iglesias, que se guardará y complirá lo susodicho,
y lo que se dijere. El segundo capítulo fué, que las dignidades,
canongías y raciones y otros beneficios, sean á presentacion de Sus
Altezas. El tercero, que los beneficios que vacaren, ó se proveyeren
despues de la primera vez, se provean á los hijos legítimos, que
nacieren allá, de los españoles que de acá fueren á vivir á las
dichas islas, no los hijos de los indios, hasta que Sus Altezas ó
sus sucesores otra cosa determinen ó provean, por su suficiencia,
procediendo por oposicion y exámen, como en el obispado de Palencia;
con tal condicion, que los tales hijos de los vecinos, dentro de un año
y medio despues de proveidos, sean obligados de llevar ratihabicion y
aprobacion de Sus Altezas, y de sus sucesores de los tales beneficios,
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