Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 01

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HISTORIA
DE
LAS INDIAS.


HISTORIA
DE
LAS INDIAS
ESCRITA POR
FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS
OBISPO DE CHIAPA
AHORA POR PRIMERA VEZ DADA Á LUZ
POR
EL MARQUÉS DE LA FUENSANTA DEL VALLE
Y D. JOSÉ SANCHO RAYON.
TOMO III.
MADRID
IMPRENTA DE MIGUEL GINESTA
calle de Campomanes, núm. 8.
1875.


ADVERTENCIA PRELIMINAR.

El Argumento del libro II de esta Historia, que nos dejó hecho su
Autor, y que, adicionado con el número del capítulo en que cada uno de
los sucesos en él extractados se refiere, imprimimos á continuacion,
facilitará á nuestros lectores el uso del Índice del presente tomo.
Varios de los capítulos no han tenido cabida en dicho Argumento, por
resultar en él omitido lo que aquellos contienen; para subsanar esta
falta indicaremos aquí ligeramente la materia de que tratan:
Vuelto Cristóbal Colon á Sevilla, despues de muerta su protectora la
Reina Católica, hace vivas gestiones con el Rey para que le mande
guardar sus privilegios, restituyéndolo, en su hijo, en las mercedes y
en la posesion de sus títulos y dignidad (37), muriendo, sin conseguir
nada, en 20 de Mayo de 1506, en Valladolid(38). Concede el Papa á los
Reyes los diezmos de Indias; descubrimiento de una gran parte de la
costa de Yucatan por Juan Diaz de Solís y Vicente Yañez Pinzon(39).
Estado de la isla Española, durante la gobernacion del Comendador Mayor
(40 al 42), y despues, en tiempo del segundo Almirante, D. Diego Colon,
con noticia de varias intrigas movidas contra él por sus enemigos,
hasta que le llamaron los Reyes (53). Relacion bastante extensa de las
expediciones de Hojeda y Nicuesa, á Urabá y Veragua, de cuyo principio
se dió noticia en el cap. 52, concluyendo el libro con el desgraciado
fin de ambos conquistadores y de casi todos los que fueron con ellos
(57 al 68).
En los veinticuatro capítulos del libro III, incluidos tambien en este
tomo, despues de darse curiosas noticias sobre las primeras Iglesias
Catedrales y Obispados de Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico (1.º
y 2.º), se refiere el malísimo efecto producido entre los españoles
de la primera de aquellas islas por dos sermones que predicó el padre
fray Antonio Montesino, quejándose del mal tratamiento que daban á los
indios (3 al 5); de resultas de lo cual vienen á Castilla el padre
Montesino y fray Alonso del Espinal, y, despues de varias consultas y
pareceres encontrados, se promulgan en Búrgos en 27 de Diciembre de
1512 unas leyes sobre el repartimiento de los indios, para que fuesen
convertidos y bien tratados, las cuales censura amargamente nuestro
Autor, y poco despues, en 28 de Julio de 1513, una «Declaracion y
moderacion» de las mismas (6 al 19). Dáse noticia del descubrimiento
de la Florida por Juan Ponce de Leon (20) y de varios sucesos en la
isla de Cuba (21), de la cual se hace una curiosa descripcion(22 al 24).
Acompaña á este volúmen un _facsimile_ foto-litografiado de la
Dedicatoria al Colegio de San Gregorio de Valladolid, con que Las Casas
encabeza el segundo libro de su Historia, igual en un todo, hasta en la
fecha, á la del libro I, para que nuestros lectores conozcan la letra
del Obispo.


ARGUMENTO DEL LIBRO SEGUNDO

El libro II conterná la historia de diez años, comenzando del año de
1501, por todo el de 10 inclusive, puesto que algunas de las cosas
que al principio contaremos comenzaron ántes que saliese el de 500,
pero porque ésto acaeció pocos dias por andar del año, y duraron por
el de 501, pareció, por evitar confusion compartillas, comenzallas y
continuallas hasta darles fin, en este libro II.
Tratarse há del estado desta isla despues que al Almirante llevaron
preso á Castilla, gobernándola Bobadilla (capítulo 1.º). De algunos
descubrimientos, ó por decir más propiamente, segun arriba dijimos,
seguimientos, de lo que el Almirante habia descubierto (2). De cómo los
Reyes mandaron restituir al Almirante sus bienes y escripturas, y todo
lo que le habia tomado Bobadilla (4). De la provision que hicieron los
Reyes de otro Gobernador, que fué un Comendador de Lares, de la Órden y
Caballería de Alcántara, que se llamó don fray Nicolás de Ovando (3 y
6). De la venida de la Orden de Sant Francisco á esta isla (3). Del fin
que hizo el comendador Bobadilla y Francisco Roldan (5).
Del cuarto viaje que hizo el Almirante, de la costa de la mar que
anduvo, hasta dónde llegó, y de la provincia de Verágua (5, y 20 al
29). De como á la vuelta que hizo, y llegó á Jamáica, se le alzaron
ciertos rebeldes, y de las angustias y aflicciones que allí pasó (29
al 36). De como el Comendador de Lares repartió á los españoles todos
los indios desta isla, sin dejar alguno, contra la intincion y mandado
de la reina Doña Isabel, por lo cual fué causa de perecer toda la
gente desta isla, y por la misma causa que por ésto dió se introdujo
el repartimiento de los indios á los españoles, que despues llamaron
Encomiendas, en todas las Indias, y, por consiguiente, fué principio y
causa eficacísima que hayan perecido en todo este orbe tantos millones
de gentes, como abajo parecerá (13 y 14). De las guerras injustas que
el dicho Comendador de Lares hizo á los vecinos naturales dellas, y las
crueldades que en ellas se hicieron (7 al 10 y 15 al 18).
Como desta isla Española salió y procedió la pestilente y mortífera
ponzoña causativa de todos los males y estragos, y perdicion, que ha
vaciado de sus pobladores todas estas Indias, conviene á saber, las
conquistas y el repartimiento de los indios, dos cosas que, si en todo
lo poblado del mundo se hobieran introducido y durado lo que en estas
Indias dura hoy, no hobiera ya memoria del linaje humano (11, 12 y 19).
De cómo engañaron al rey D. Hernando para que diese licencia para traer
los moradores de las islas de los Lucayos á ésta, para servirse dellos,
y de los estragos y perdicion que en aquellas inocentísimas gentes se
hicieron, y como al cabo perecieron todas en muy breves dias (43 al 45).
De la ida primera de los cristianos á conquistar y repartir la gente
de la isla de Sant Juan (46). De como el Comendador de Lares, que ya
era Comendador Mayor, envió á bojar y rodear la isla de Cuba, que hasta
entónces no se sabia si era isla ó tierra firme (41). De la venida del
almirante D. Diego Colon, hijo y primer sucesor del Almirante primero
que este mundo descubrió (47 al 51). De la venida y armada de Nicuesa
para ir á conquistar y poblar á la provincia de Verágua (52). De la
armada que le vino á Hojeda de Castilla, estando él en esta isla, para
ir á conquistar y poblar la provincia y golfo de Urabá (52). De como
envió el almirante D. Diego á poblar de españoles á la isla de Sant
Juan (55). De como envió el almirante D. Diego á poblar á la isla de
Jamáica (56). De la venida de la Orden de Sancto Domingo á esta isla, y
de la primera Misa nueva que se cantó en ella (54). De como se acordó
enviar procuradores á Castilla, sobre que concediese el Rey á los
españoles desta isla el repartimiento perpétuo, quiero decir, que les
diesen los indios perpétuos, que los Gobernadores no se los pudiesen
quitar una vez dados, ó por ciertas vidas (52).
[Illustration]


HISTORIA
DE LAS INDIAS.


LIBRO SEGUNDO.


CAPÍTULO PRIMERO.

Despues de la partida de las dos carabelas, en que envió presos
el comendador Bobadilla al Almirante y á sus hermanos, trabajó de
contentar en cuanto pudo á los españoles que aquí estaban, que serian
por todos hasta 300 hombres, porque este era el número que el Almirante
habia informado á los Reyes que bastaban, para tener la isla y las
gentes della sojuzgadas; y así, mandaron los Reyes que aquestos 300
hombres con su sueldo, y parte con el del Almirante, como arriba ha
parecido, se sustentasen: porque bastaban y sobraban estos, y muchos
ménos que estos, para no sólo tener los indios pacíficos, sino llevaran
el camino que llevaron, pero áun para sojuzgallos y matallos á todos,
como al cabo los mataron, porque, teniendo 20 ó 30 caballos, bastaban
para los hacer á todos pedazos, mayormente habiendo amaestrado los
perros que tenian, porque con un perro, que un español consigo llevase,
iba tan seguro como si fuesen con él 50 y 100 cristianos. Y esto es,
áun á los ciegos de sus errores y pertinacia, más que claro, porque
una gente en cueros desnuda, sin otras armas defensivas ni ofensivas
más de sus flechas y arcos y unas varas tostadas, y sin fortalezas
ni muros de piedra tajada, sino en casas de paja, ¿qué ofensa pueden
hacer, ni defensa podrán tener contra gente armada de hierro, de
que son nuestras armas, con arcabuces, y entónces espingardas, con
caballos y lanzas, que en dos horas alcanza y alancea un mil y dos mil
hombres, y desbarrigan y despedazan cuantos quieren con las espadas?
Por lo dicho parece ser error el de Oviedo en su Historia, libro III,
cap. 4.º, donde dice que sin la gente que vino con los tres navíos
que despachó el Almirante desde la Gomera, cuando fué á descubrir á
Paria, esta isla se despoblara, quiere decir de cristianos, y que se
puede afirmar que por aquel socorro fué restaurada la vida de los
que acá estaban, y se sostuvo y no se perdió totalmente esta isla,
porque dicen que no osaban salir desta ciudad, ni pasar el rio desta
otra parte. Todo este encarecimiento endereza Oviedo, como todas sus
historias, para excusar las tiranías de los españoles, y acusar y
abatir estas tristes gentes desmamparadas. Manifiesto es, por infinitos
testimonios y argumentos arriba traidos, la mansedumbre, y pacífica
y modesta natural cualidad y condicion de los habitadores naturales
desta isla, y las pocas y leves, y cuasi ningunas, armas que tenian, y
cuánto nosotros con las nuestras les excediamos, y que, si viviéramos
con ellos segun cristianos, no tuviéramos necesidad de armas, ni
arcabuces, ni caballos, ni perros bravos, para todos atraellos. Despues
ya de, habiéndolos así exacerbado, estragado, muerto, despedazado y
destruido, que probasen á matarnos si pudiesen, uno aquí y otro allí
(porque muchos de nosotros juntos, ni que fuesen 30 juntos, si no los
tomaban durmiendo por ninguna industria podian), no era maravilla;
y así es cierto esto, que pocas veces se vido en todas estas Indias
que 50 ni 40 hombres juntos los matasen los indios, como adelante,
placiendo á Dios, se verá, mayormente habiendo entre ellos algunos de
caballo, si estuvieron sobre aviso. Así que, 300 hombres eran muchos
para defenderse y para matar todos los indios desta isla, los cuales
acá estaban ántes que aquellos que el Almirante envió y él llegase,
y si los envió y trujo, no fué porque fuesen más de 300 necesarios,
sino para enviar los flacos y enfermos, y los que morian por se ir á
Castilla, como arriba ha parecido. Tornando, pues, al propósito, como
el comendador Bobadilla quisiese agradar los 300 hombres que en esta
isla quedaban, lo primero determinó en breve los procesos de los que
estaban para ahorcar, y de Francisco Roldan y los demas que se habian
alzados, los cuales yo vide, no muchos dias despues, sanos y buenos, y,
como si no hobieran hecho nada, en sus casas contentos y honrados; no
supe ni oí que les hobiese dado alguna pena, porque en aquel tiempo no
tenia yo tal cuidado, ni se me dió nada por sabello. Con las libertades
y favores que á todos aquellos 300 dió el comendador Bobadilla, de
que no pagasen del oro que cogiesen, sino de 11 pesos uno, y ellos no
hobiesen ni pensasen de irlo á cavar, pedíanle que les diese indios
para que se lo sacasen y hiciesen labranza del pan. Mandó ó aconsejó
que se juntasen de dos en dos, haciendo compañía en las haciendas
y ganancias que granjeasen, para las cuales les señaló la gente de
tal y tal Cacique y señor, y así á todos, muy á placer dellos, los
contentó. Aquí viérades á la gente vil, y á los azotados y desorejados
en Castilla, y desterrados para acá por homicianos ó homicidas, y que
estaban por sus delitos para los justiciar, tener á los Reyes y señores
naturales por vasallos, y por más que bajos y viles y criados. Estos
señores y Caciques tenian hijas ó hermanas, ó parientas cercanas, las
cuales luego eran tomadas, ó por fuerza ó por grado, para con ellas
se amancebar; y así, todos estos 300 hidalgos estuvieron algunos años
amancebados y en continuo pecado mortal de concubinaria maldad, sin los
grandes pecados que cada dia y hora cometian, por ser opresores destas
gentes y tiranos. Estas señoras, que tenian por mancebas, llamaron sus
criadas, y así, tan sin vergüenza, delante unos de otros, decian, mi
criada fulana, y la criada de fulano, como si dijera, mi mujer y la
mujer de fulano. El Comendador hacia desto, al ménos para remediallo
y evitallo, poco caudal; deciales muchas veces: «aprovechaos cuanto
pudiéredes, porque no sabeis cuánto este tiempo os durará», de los
trabajos y sudores, aflicciones y muertes de los indios, haciendo
poco caso. Ellos, por tales favores y ayuda, esfuerzo y consejos, lo
adoraban y era dellos muy amado; cognoscian cuán más larga licencia
tenian agora, para vivir en la ley que escogian, que en el tiempo del
Almirante, porque el triste del Almirante, aunque por la ceguedad que
tenia, como todos entónces tuvieron, y que hasta estos tiempos nos ha
penetrado, y por el ánsia de contentar á los Reyes, como arriba se ha
explanado, de grandes é irreparables males y daños hechos á los indios,
fué causa, empero, si algunos daños que los españoles les hacian,
disimulaba, y tambien si dió licencia ó señaló á Francisco Roldan y á
otro alguno, que algun Cacique y señor, con su gente le hiciese alguna
labranza, y que le cogiesen algunos indios oro, parece ser esto raro
y muy raro, y cuasi por fuerza, por verse constreñido á contentallos,
por los levantamientos pasados, al ménos aquellos pecados viles, y la
vida tan suelta y tan ancha que tenian los que se llamaban cristianos,
no dejaba de abominalla; y porque no puede un hombre pecador, ni una
gente inficionada en uno ó en más pecados, parar en aquellos, sino que
la fuerza dellos, en mayor gravedad y número, ha de derrostrallos, no
hicieron por muchos años más cuenta ni escrúpulo de guardar cuaresmas,
ni viérnes, ni sábados, cuanto al ayunar y comer carne, que los dias de
Pascua. Como se vian ya señores de los señores y naturales, y servidos
y temidos de todas sus gentes, chicos y grandes, porque delante
dellos les temblaban las carnes, por las crueldades hechas en las
guerras pasadas, que cuando se les antojaba las renovaban presentes,
mayormente si la señora, hija ó hermana del señor, el español la tenia
para sí ocupada por criada, creyendo que, segun sus costumbres, eran
casados, cada dia iban creciendo en desconocerse á sí mismos, y en
mayor soberbia y presuncion, y regalos y menosprecio destas naciones
humílimas; levantándose, ya no curaban de andar á pié camino alguno,
aunque no tenian mulas ni caballos, sino á cuestas de los hombros de
los desventurados, si iban de priesa, ó como en literas, metidos en
hamacas, si iban despacio, y los que los llevaban remudándose, con todo
eso, habian de ir volando. Iban junto con él, indios que les llevasen
unas ojas grandes de árboles para hacelles sombra, y otros unas alas de
ansar, para hacelles aire; la recua de indios cargados, para las minas,
de pan caçabí, con cargas de asnos, yo vide muchos, y muchas veces
los hombros y las espaldas dellos, como de bestias, matadas. Donde
quiera que llegaban, en pueblos de los indios, en un dia les comian y
gastaban lo que á 50 indios abundara; el Cacique y todos los del pueblo
habian de traer lo que tuviesen y andar bailando delante. No sólo
estas obras de señorío y fausto vanísimo mostraban, pero tenian otras
mujeres, sin la criada principal, oficialas, como fulana, la camarera,
y fulana, la cocinera, y otros oficios semejantes. Yo cognoscí un
oficial carpintero de hacer órganos, de los de aquel tiempo y en
aquellos dias, que tenia destas mujeres oficialas. Dos maneras tenian
de sirvientes; una, todos los indios, muchachos comunmente y muchachas,
que habian tomado á sus padres andando por la isla matando y robando,
los cuales tenian continos noches y dias en sus casas, y estos se
llamaban naborías, que quiere decir en la lengua desta isla, criados;
la otra era, los indios que les hacian las labranzas y cogian el oro,
á temporadas, y se iban á sus pueblos despues de bien hambrientos,
molidos, flacos y cansados. Y era cosa de reir ver su presuncion y
estado vano como se aprobaba y autorizaba, con que no tenian una camisa
de lienzo de Castilla que se vestir, ni capa, ni sayo, ni calzas, sino
solamente una camisa de algodon encima de otra de Castilla, si la
alcanzaban, y si nó, la de algodon sola y las piernas de fuera, y en
lugar de borceguíes y zapatos, unas alpargates y unas antíparas. El
tractamiento y consuelo que hacian y siempre hicieron á los tristes, en
remuneracion de sus continos servicios y trabajos, era muchos azotes
y palos, y otra palabra no oian de su boca sino, perro, y pluguiera
á Dios que como á sus perros los tractaran, porque no mataran un
perro por mil castellanos, y no tenian en más matar 10 y 20 indios
cuando se les antojaba, á cuchilladas, y probando, por su pasatiempo,
las fuerzas, ó los filos de las espadas, que si fuera matar gatos. A
estos mismos acaeció, que dos muchachos, de hasta doce años, traian
sendos papagayos, y tomáronselos dos que tenian nombre de cristianos,
y por su placer, cortaron las cabezas á los muchachos. Otro tirano,
porque se enojó de un Cacique, porque no le trujo ó no le dió lo que le
demandaba, ahorcó 12 indios de sus vasallos, y otro 18, todos en una
casa. Otro asaeteó un indio, con pregon, diciendo que lo sentenciaba
porque no se dió priesa en traelle una carta que le enviaban. Deste
jaez son infinitos los casos y hazañas que han en estas gentes nuestros
cristianos celebrado. Padeciendo las gentes desta isla, estas y
otras tales, segun arriba se ha mostrado, obras, no de hombres sino
de diablos encarnados, como ellas eran mansísimas, humilísimas y en
paciencia, nunca otras semejantes, desque más no podian hacer, habiendo
probado sus guerrillas para se defender, huyéndose, principalmente
á los montes, y teniendo experiencia que en ninguna parte podian de
los españoles escaparse, sufrian y morian en las minas y en los otros
trabajos, cuasi como pasmados, insensibles y pusilánimes degenerando,
y dejándose morir, callando, desesperados; no viendo persona del mundo
á quien se pudiesen quejar ni que dellos se apiadase. Provino de
aquí, que ciegos hechos é insensibles los hombres desalmados, de no
sentir en sí tan inexpiables pecados, faltándoles todo amor y temor de
Dios, ni de hombres que los estorbase, no sólo los mataban sin algun
escrúpulo ni pensar que en ello pecaban, pero, usando perversamente,
de la paciencia, simplicidad natural, bondad, obediencia, mansedumbre
y servicios destas gentes, tan continos é incesables, en lugar
de admirarse, apiadarse y confundirse, y templar sus crueldades,
menospreciáronlas y apocáronlas en tanto grado, que de bestias
irracionales, en cuanto en sí fué, por todo el mundo las infamaron,
y así fueron causa que se pusiese duda por los que no los habian
visto, si eran hombres ó animales. De aquí sucedió otro peor error
y ceguedad, lamentable, que hobo quien dijese que de la fe católica
eran incapaces; herejía bestialísima, que con fuego se vengaría en
el que con pertinacia la porfiase. Sucedieron muchos inconvenientes
otros, como decir que habian menester tutores como niños, porque no
sabian gobernarse, porque si los dejaban no trabajarian y morirse
hian de hambre, todo enderezado á que de su poder no se los sacasen,
y como nunca hobo quien volviese por ellos ni clamase, ántes todos
han bebido de su sangre y comido de sus carnes, entablóse aquesta
perniciosa infamia de tal arte, que, por muchos tiempos y años, los
Reyes de Castilla y sus Consejeros, y todos géneros de personas,
los tuvieron, estimaron y tractaron por tales, hasta que Dios puso
á quien, como abajo parecerá, este sueño y tupimiento de juicio y
falsedad averiguada, á los Reyes y al mundo declarase; no por ser
ella de sí escura ni que tuviese necesidad de nuevo milagro y lumbre
sobrenatural para alcanzarse, pues no hay rústico de sayago, que, no
sólo la conozca, pero que de enseñalla á otros no pudiese jactarse,
sino que, descubriendo la causa della ser y haber sido la vehemente,
ciega y desordenada cudicia, de que proceden todos los daños y males,
se fué advirtiendo el pasmo que se habia echado por los primeros
tiranos y por todos los que en la misma damnacion sucedieron, que con
las mismas obras nefandas lo confirmaron, y hobiese alguna esperanza
que en algun tiempo se atajase. ¿Quién de los que algo saben ignora
que áun los animos de los muy sábios y generosos hombres, degeneren
y se hagan pusillos y tímidos y apocados, si son puestos en áspera y
diuturna servidumbre, opresos, afligidos, amedrentados, atormentados, y
siempre, por diversas vías ó maneras, maltratados, en tanto grado que
se olviden de ser hombres, no pudiendo alzar sus pensamientos á otra
cosa sino á la infelice, y dolorosa, y amarga vida que pasan? Y esta es
la principal de las industrias de los tiranos, para en sus usurpados
reinos sustentarse: oprimir y angustiar de contino á los más poderosos
ó más sabios, porque, ocupados en llorar y gemir sus calamidades, no
tengan tiempo ni corazon para pensar en su libertad, y así se acobardan
y degeneran en tímidos y pusilánimos, como en los capítulos 27 y 36
de nuestra otra Apologética historia se dijo largamente. Pues si los
sabios, y muy sabios, aunque fuesen griegos y romanos (como están
llenas las historias), muchas veces temieron esta adversidad por la
misma causa y la padecieron, y otras muchas gentes la experimentaron,
y los filósofos della hablaron, ¿qué podiamos pedir á estas
humildes, mansas, suaves y desnudas naciones, que tantos tormentos,
miedos, temores, servidumbres, muertes y diminucion padecian, sino
pusilanimidad inmensa, descorazonamiento profundo, aniquilacion en su
estima de su ser humano, admirándose y dudando de sí mismos, si eran
hombres ó eran gatos? ¿Quién, tambien, no juzgará de ciegos de pura y
profunda malicia, aunque sea un idiota de sayago, á los que hobiesen
osado sembrar, é infamar estos tan innúmeros pueblos, diciendo haber
menester tutores porque no se sabian gobernar, teniendo sus Reyes y
Gobernadores sus pueblos y casas, y gozando cada vecino y persona de
lo suyo, puesto que fuese poco, y comunicando unos con otros en los
actos humanos, así económicos como políticos y populares, viviendo en
tanta órden, concierto y toda paz? Poco y bajo entendimiento alcanza
el que no estima ser imposible vivir en congregacion mucha gente junta
(como esta es innumerable), sin justicia, órden y paz. Finalmente, se
arguye y manifiesta la ya dicha industriosa maldad de aquellos que
fingian y blasfemaban de la verdad, diciendo que los tutores les eran
necesarios para hacellos trabajar, porque no muriesen de hambre, y
será bien preguntarles que ¿en tantos mil años que estas Indias están
pobladas, si les enviaron de comer los españoles desde allá? Item,
¿si cuando acá, en fuerte hora para muchos de nosotros, llegamos, los
hallamos flacos y trasijados, y les dimos industria para que comiesen,
porque vivian no comiendo, y les trujimos de Castilla los manjares y
los hartamos, ó ellos á nosotros nos mataron nuestra hambre y libraron
millares de veces de la muerte, dándonos, no sólo los mantenimientos
necesarios, pero los supérfluos y demasiados? ¡Oh ceguedad maliciosa!
¡Oh ingratitud inícua, insensible y detestable! Destos, pues, primeros
destruidores desta isla, procedió esta mentirosa y perniciosa infamia,
y cundió todo este orbe contra estas multitudes de hijos de Adan, sin
razon y sin causa, tomando achaque y ocasion de la bondad, mansedumbre,
obediencia y simplicidad natural dellos, la cual debiera más movellos á
los amar y alabar, y áun aprender dellos estas naturales virtudes, que
no á los menospreciar, publicar por bestiales, robar, afligir, oprimir
y aniquilarlos, porque no hicieron más cuenta dellos que si fueran
estiércol de las plazas. Y esto baste, cuanto á dar noticia y razon
del estado de esta isla en tiempo del comendador Bobadilla, despues de
haber enviado á Castilla preso al Almirante.


CAPÍTULO II.

En este año de 500, como cada dia creciese la nueva de que la tierra
firme tenia oro y perlas, y los que iban por la costa della, por
rescate de cosillas de poco valor, como cuentas verdes y azules, y
otras colores, y espejuelos, y cascabeles, cuchillos y tijeras, etc.,
traian mucho provecho, y por poco que fuese, segun entónces estaba
España pobre de dinero, era tenido en mucho, y haciase mucho con ello,
y así crecia el ánsia de ser ricos en los nuestros, y hacia perder el
miedo de navegar mares tan profundas y de tan luenga distancia, nunca
jamás navegadas, mayormente los vecinos de Triana, que por la mayor
parte, ó cuasi todos, son marineros, un Rodrigo de Bastidas, vecino
de Triana, hombre honrado y bien entendido que debia tener hacienda,
determinó de armar dos navíos é ir á descubrir, juntamente con
rescatar oro y perlas, que era de todos el fin principal; concertóse
con algunos, y en especial con Juan de la Cosa, vizcaino, que por
entónces era el mejor piloto que por aquellas mares habia, por haber
andado en todos los viajes que habia hecho el Almirante; y alcanzada
de los Reyes licencia, ó del obispo don Juan de Fonseca, que todo, en
aquellos tiempos lo rodeaba y áun lo mandaba, hecho el dicho Bastidas
capitan, partió de Cáliz, porque allí entónces, comunmente, los
navíos se despachaban: no supe cuándo (lo pudiera bien saber dél),
por qué mes ó á cuántos, mas de que debia ser al principio del año.
Navegaron á la tierra firme por los rumbos y caminos que el Almirante,
cuando la descubrió, habia llevado, hasta que, tomado el hilo della,
fuéronla costeando. Por toda ella llegaban á los puertos y playas
donde podian llegar, con las gentes infinitas, que vian en la tierra,
contractando y rescatando, que es vocablo que nuestros españoles,
por trocar unas cosas con otras, han usado; y llegados al golfo y
provincia de Cuquibacoa, que agora llamamos Venezuela, que arriba en
el cap. 167 haberla descubierto Alonso de Hojeda mostramos, navegaron
la costa abajo, y pasaron por la ribera de la mar, de lo que nombramos
al presente Sancta Marta y Cartagena, y lo demas hasta la culata ó
ensenada, que es el golfo de Urabá, la última sílaba luenga; dentro
del cual se contiene la provincia del Darien, que por algunos años fué
por estas islas y en Castilla muy celebrada. Salieron del golfo de
Urabá, y fueron la costa del Poniente abajo, y llegaron al puerto que
llamaron del Retrete, donde agora está la ciudad y puerto que nombramos
del Nombre de Dios. De allí se tornaron, habiendo rescatado mucho
oro y perlas por toda la costa que anduvieron, y vinieron á parar al
golfo de Xaraguá desta isla, donde los navíos perdieron, y de allí se
fueron por tierra, la gente, á Sancto Domingo, que está 70 leguas, y
allí los vide yo entónces y parte del oro que habian habido. Decíase
que traian dos ó tres arcas de piezas de oro, que entónces se tenia
por riquezas grandes, y nunca tantas imaginadas. Trujo consigo ciertos
indios, no sé si tomados por fuerza ó vinieron con él de su grado,
los cuales andaban por la ciudad de Sancto Domingo, en cueros vivos,
como en su tierra lo usaban, y por paños menores traian sus partes
vergonzosas metidas dentro de unos canutos de fino oro, de hechura de
embudos, que no se les parecia nada. Tampoco sé si hizo en la tierra
ó costa de mar, por donde Bastidas anduvo, algunos daños y escándalos
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