Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 12
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del agua salada, para refrescarse, que más les angustiaba al cabo;
anduvieron con sus pocas fuerzas lo que pudieron, y ansí les anocheció
la segunda vez, sin vista de la isleta, que fué doblado el desmayo.
Plugo á Dios de los consolar, con que el Diego Mendez, al salir de
la luna, vido que salia sobre tierra, y el islote cobria la media
luna, como cuando hay éclipse, porque de otra manera no la pudieran
ver, por ser pequeño y á tal hora. Entónces todos, con gran placer
y excesiva alegría, esforzaron los indios, mostrándoles la tierra y
dándoles más tragos de agua, y tomaron tanto esfuerzo, que remaron y
fueron á amanecer con la isleta, y en ella desembarcaron; hallaron
la isleta toda de peña tajada, que bojará ó terná de circuito media
legua; dieron gracias á Dios, que los habia socorrido en tan gran
peligro y necesidad. Y como lo primero que pretendian era buscar agua,
no hallaron árbol en ella que fuese vivo, sino todo roquedo, pero,
andando de peña en peña, en los agujeros que los indios, en lengua
desta isla, llamaban jagueyes, hallaron del agua llovediza cuanta les
bastaba para henchir las barrigas sedientas, y las vasijas todas que
tenian; la cual todavía les fué perniciosa, porque, como venian tan
secos de la sed pasada, diéronse tanta priesa á beber, que algunos
de los míseros indios, allí murieron y otros incurrieron en graves
enfermedades, de manera que pocos ó ninguno fué dichoso de volver á su
tierra. Reposaron aquel dia hasta la tarde, los que estuvieron para
ello, recreándose como podian, comiendo marisco que hallaban por la
ribera, y encendieron fuego para lo asar, porque Diego Mendez llevaba
para lo encender aparejo; y porque ya estaban á vista del cabo desta
isla, que el Almirante llamó de Sant Miguel, y despues llamamos del
Tiburon, con codicia de acabar la jornada, y porque no les sobreviniese
algun tiempo contrario, caido el sol, tornaron al camino y á remar y
fueron á amanecer al dicho cabo, y esto fué al principio del cuarto dia
despues que partieron. Holgaron allí dos dias, y queriéndose volver
á Jamáica el Bartolomé Flisco, como el Almirante le habia mandado,
temieron los indios y los españoles de tornar á verse otra vez en los
peligros pasados, y así no se pudo tornar. No supe lo que despues se
hizo dél y de los indios, ni dónde pararon. Diego Mendez, que llebaba
priesa de pasar adelante, pasó en la canoa todo aquello que pudo por
mar; no supe dónde al cabo acordó de dejalla, bien creo que los indios
llevó consigo con sus cosas cargados, y así es muy verisímile que
ninguno dellos volvió á su mujer é hijos, ni vivió sino en servidumbre
triste y desconsolada. Finalmente, aportó á la provincia y pueblo de
Xaraguá, donde estaba el Comendador Mayor y habia hecho pocos dias de
ántes la crueldad é injusticia quemando tantos señores é ahorcando la
reina Anacaona, segun queda, en el cap. 9.º, declarado. Llegado Diego
Mendez á Xaraguá y dada la carta del Almirante al Comendador Mayor,
y hecha relacion de dónde y cómo venia, y de su mensaje, mostró el
Comendador Mayor haber placer de su venida; puesto que fué muy largo
en despachallo, porque, no sabiendo la simplicidad con que andaba el
Almirante, temia ó fingia temer que, con su venida, no hobiese en esta
isla algun escándalo cerca de las cosas pasadas, y que para ello venian
con Diego Mendez aquellos á tentar la disposicion de la tierra y de
la gente que con el Comendador Mayor estaba, por lo cual quiso primero
indagar ó escudriñar el pecho de Diego Mendez y los demas, ántes que á
dejallos ir adelante se determinase. Finalmente les dió licencia, con
importunidad, para pasar á esta ciudad y puerto de Sancto Domingo, al
ménos á Diego Mendez, para que hiciese lo que el Almirante, su amo, le
mandaba. Llegado Diego Mendez á esta ciudad, compró luégo un navío de
las rentas que el Almirante aquí tenia, y, bastecido de los bastimentos
y cosas necesarias, lo envió á Jamáica por fin de Mayo de 1504, y se
embarcó luégo para España, como traia ordenado por el Almirante.
CAPÍTULO XXXII.
Despachados aquellos dos Capitanes de las canoas, y partidos de Jamáica
en demanda desta isla, como dicho queda, los españoles que quedaban
comenzaron á enfermar, por los grandes trabajos que habian en todo el
viaje padecido; allegóse tambien la mudanza de los mantenimientos,
porque ya no tenian cosa que comiesen de las de Castilla, mayormente
no bebiendo vino, ni tenian tanta carne cuanta ellos quisieran, que
era la de aquellas hutias, y otros refrigerios que habian menester que
les faltaban. Los que dellos estaban sanos, tener aquella vida sin
esperanza de salir della presto, y tambien por estar inciertos del
cuándo saldrian, érales intolerable y cada hora se les hacia un año,
y, como estaban ociosos, de otra materia contínuamente no hablaban,
teniéndose por desterrados y de todo remedio alongados; de aquí pasaban
á murmurar del Almirante, diciendo que él no queria ir á Castilla, como
si le vieran que se estaba en grandes deleites recreando, padeciendo
como ellos las mesmas necesidades y enfermedad de gota de que por todos
los miembros era atormentado, que no podia mudarse de una cámara, y
hartas otras miserias y angustias que lo cercaban. Y alegaban que los
Reyes lo habian desterrado, y tampoco podia entrar en la Española,
como paresció, cuando llegó á este puerto, de Castilla, le fué vedado
que en él entrase, y que los que habia enviado en las canoas iban á
negociar sus cosas y no para traer ó enviar navíos y socorro para que
saliesen de aquella isla que tenian ellos por cárcel, y él no, sino
que de voluntad se queria estar allí, en tanto que aquellos con los
Reyes negociaban, y que si este artificio no hobiera, el Bartolomé
Flisco hobiera ya vuelto, segun que se habia ya publicado. Dudaban
tambien si hobiesen llegado á esta isla ó perecido en la mar, como
fuesen á tanto peligro, en aquellas canoas, tan luengo viaje, lo cual
si así acaeciese, nunca sería posible tener algun remedio, si ellos
por sus personas no lo procurasen, porque el Almirante no curaba de
buscarlo, por las razones dichas, y tambien porque, aunque quisiese,
no podia ponerse á algun peligro, por la gota que, como dicho es, lo
atormentaba, y que debian procurar pasar á esta isla, pues que estaban
sanos, ántes que como los otros enfermasen; no dejando de parlar más
adelante, conviene á saber, que ellos, en esta isla puestos, serian
mejor rescebidos del Comendador Mayor, cuando en más peligro al
Almirante dejasen, por estar el dicho Comendador Mayor mal con él: y
esta parece ser malévola invencion dellos, porque no es de creer que el
Comendador Mayor quisiese tanto mal al Almirante, y no ménos creible
es que el Almirante no le hobiese dado á ello jamás causa. Añadian
más, que idos á España, hallarian al obispo D. Juan de Fonseca, que
los libraría de cualquiera pena por desfavorecer al Almirante. Otras
razones harto maliciosas y dígnas de buen castigo alegaban, para se
persuadir á rebelion unos á otros, afirmando que siempre la culpa se
imputaria al Almirante, como lo habia sido en lo desta isla, cuando
las cosas de Francisco Roldan, y que ántes lo tomarian los Reyes por
achaque para quitalle lo que lo quedaba, y no guardalle cosa de los
privilegios que le habian dado. Estas y otras razones daban y conferian
entre sí; de los cuales fueron, de los principales, dos hermanos
llamados Porras, el uno que habia ido por Capitan de un navío de los
cuatro, y el otro por Contador de toda el Armada. Conjuráronse con
ellos 48 hombres, levantando por Capitan al un Porras; concertaron que,
para cierto dia y hora, todos estuviesen, con sus armas, aparejados.
Este dia fué á 2 de Enero de 1504 años, por la mañana: el Capitan
Francisco de Porras subió á la popa del navío, donde el Almirante
estaba, y dijo muy desatinadamente: «parécenos, señor, que no quereis
ir á Castilla, y que nos quereis tener aquí perdidos.» Y como el
Almirante oyese palabras de tan poca reverencia y con insolencia
dichas, y no acostumbradas, sospechando lo que podia ser, disimulando
la desvergüenza, con blandura respondióle: «ya veis la imposibilidad
que todos tenemos para nuestro pasaje, hasta que los que envié en las
canoas nos envien navíos en que vayamos, y Dios sabe cuánto yo lo
deseo, más que ninguno de los que aquí estamos, por mi bien particular
y por el de todos, pues estoy obligado á dar cuenta á Dios y á los
Reyes por cada uno; y ya sabeis que os he juntado muchas veces para
platicar en nuestro remedio, y á todos no ha parecido algun otro, pero,
si otra cosa os parece, juntaos y de nuevo se platique, y determínese
tomar el medio que mejor pareciere.» Respondió el Porras, que ya no
habia necesidad de tantas pláticas, sino que ó se embarcase luégo, ó
se quedase con Dios, y volvió las espaldas, con alta voz diciendo:
«porque yo me voy á Castilla con los que seguirme quisieren.» Entónces,
todos los conjurados con él, como estaban apercibidos, dijeron á voces:
«yo con él, yo con él, yo con el»; y saltando unos por una parte,
y otros por otra, tomaron los castillos y gabias, con sus armas en
la mano, sin tiento ni órden, clamando unos, «¡mueran!» otros, «¡á
Castilla!» y otros, «señor Capitan, ¿qué haremos?» Entónces, oyendo
tal barbarismo, el Almirante que estaba en la cama tullido de la gota,
pensando aplacallos, salió de la cama y cámara, cayendo y levantando,
pero tres ó cuatro personas de bien, criados suyos, arremetieron
y abrazáronse con él, porque la gente desvariada no lo matase, y
metiéronlo por fuerza en su cámara. Tornaron tambien al Adelantado,
que como valiente hombre, se habia puesto á la fresada, que es la viga
ó palo que atraviesa toda la nao junto á la bomba, con una lanza, y
por fuerza se la quitaron y metieron con su hermano en la cámara,
rogando al capitan Porras que se fuese él con Dios y no permitiese mal
de que á todos cupiese parte. Y que bastaba que para su ida no habia
quién lo estorbase, pues, siendo causa de la muerte del Almirante, no
podia ser que no hobiese sobre ella gran castigo, sin que aventurasen
ellos á conseguir por ella provecho alguno. De manera que, siendo
algo aplacado el alboroto, tomaron los conjurados hasta 10 canoas de
las que el Almirante á los indios habia comprado, en las cuales se
embarcaron con tanto regocijo y alegría, como si ya desembarcaran en
Sevilla; lo cual no hizo poco daño á los demas que no tuvieron parte en
la rebelion, porque viéndose quedar allí enfermos como desmamparados,
yéndose los que estaban sanos, crescióles la tristeza, y angustia,
y el ánsia de salir de allí, que de súbito arrebataban su hato y se
metian con ellos en las canoas, como que consistiera en sólo aquello
salvarse. Esto se hacia viéndolo y llorándolo todo, y á sí mismos y al
Almirante, aquellos muy pocos fieles que hobo de sus criados, y los
muchos enfermos que quedaban, los cuales perdian del todo la esperanza
de ser remediados; ninguna duda se tuvo, sino que si todos estuvieran
sanos, pocos ó ninguno dellos quedara. Salió el Almirante como pudo
de la cámara, y como mejor pudo, con dulces palabras, diciendo que
confiasen en Dios, que lo remediaria, y que él se echaria á los piés
de la Reina, su señora, que les galardonase muy bien sus trabajos,
y más aquella su perseverancia. El Porras con sus alzados, en las
canoas, tomaron el camino de la punta oriental de aquella isla, de
donde se habian partido Diego Mendez, y Bartolomé Flisco y los demas.
Por donde quiera que pasaban perpetraban mil desafueros y daños á los
indios, tomándoles los mantenimientos por fuerza, y todas las otras
cosas que les agradaban, diciendo que fuesen al Almirante que se las
pagase, y que sino se las pagase que lo matasen, porque, matándolo,
harian á sí mismos gran provecho, y excusarian que él á ellos no los
matase, como habia muerto á los indios desta isla y de la de Cuba, y á
los de Veragua, y que con este propósito para poblar allí se quedaba.
Llegados á la punta, con las primeras calmas acometieron su pasaje
para esta isla, con los indios que pudieron haber para remar en cada
canoa; pero como los tiempos no estuviesen bien asentados, y las canoas
llevasen muy cargadas, y, áun no andadas cuatro leguas, comenzase el
viento á turbarlos, y las oletas á los remojar, fué tanto su miedo,
que acordaron de se tornar, y porque áun no cognoscian el peligro de
las canoas para españoles, cuando vieron que el agua les entraba,
tomaron por remedio alivianarlas, y echar cuanto en ellas traian,
salvo una poquilla de comida y agua para tornarse, y solas las armas;
y porque el viento arreció, y la mar los mojaba más, pareciéndoles
estar en algun peligro, para aplacar á Dios y que los librase, acuerdan
con su devocion ofrecerle un sacrificio agradable, y éste fué echar
todos los indios que, les remaban á la mar, matándolos á cuchilladas.
Muchos dellos, viendo las espadas y la obra que pasaba, se lanzaron
á la mar, confiados de su nadar, pero despues de mucho nadar, dello
muy cansados, llegábanse á las canoas, para, asiéndose del bordo,
descansar algo; cortábanles con las espadas las manos y les daban
otras crueles heridas, por manera, que mataron 18, no dejando vivos
sino cual y cual, que las canoas les gobernasen, porque ellos no las
supieran gobernar: porque sino fuera por aquel interese propio, ningun
indio escapara que no lo mataran, en pago del buen servicio que los
hacian y habellos metido por fuerza ó por engaño, para servirse dellos
en aquel viaje. Vueltos á tierra, hobo entre ellos diversos pareceres
y votos, decian unos que sería mejor pasarse á la isla de Cuba, y que
tomarian los vientos Levantes y las corrientes á medio lado, y desde
allí atravesarian á esta isla, tomando el cabo de Sant Nicolás, que
no está de la punta ó cabo de Cuba, segun se ha dicho, 18 leguas;
otros afirmaban ser mejor volverse á los navíos y reconciliarse con el
Almirante, ó tomalle por fuerza lo que le quedaba de armas y rescates;
otros fueron de parecer, que ántes que cosa de aquellas se atentase,
debian esperar otra bonanza de calmas, para tornar otra vez á acometer
aquel pasaje, y en este asentaron. Estuvieron esperando las calmas
en el pueblo que estaba cerca de la punta, más de un mes, comiendo y
destruyendo toda la tierra comarcana, y, en fin, se embarcaron con
bonanza, y salieron una vez á la mar, y tornaba el viento á avivar, y
tornáronse; salieron otra vez, y de miedo, tambien se tornaron, y así,
viéndose desesperados de la pasada, dejaron las canoas y volviéronse
al pueblo muy desconsolados, y de allí, de pueblo en pueblo, unas veces
comiendo por rescatar, otras tomándolo aunque á los indios pesaba,
segun el poder ó resistencia en los pueblos y señores dellos hallaban.
CAPÍTULO XXXIII.
Despues que los alzados se fueron y andaban ocupados en la porfía de su
pasaje, procuró el Almirante de curar los enfermos que con él quedaban,
y en cuanto le era posible consolallos; trabajaba tambien de que se
conservase con los indios la paz y amistad, porque, con ella y con los
rescates, fuesen todos los españoles proveidos de mantenimientos, como
los indios lo hacian sin faltar, y así convalecieron los enfermos, y
los indios, por algunos dias, en las provisiones que solian traer,
perseveraron. Pero como los indios nunca tengan ni trabajen tener más
mantenimientos de los que les son necesarios, y hacer más de aquellos
tengan por trabajo, y los españoles gasten, y áun desperdicien más en
un dia que ellos comen en diez y en quince, y D. Hernando dice que en
diez y siete, hacíaseles carga no chica sustentarlos, como de ántes,
con abundancia; y así, acortábaseles la comida y no tenian tanto.
Allegóse á esto, ver como parte no chica de los españoles habian
alzádose contra el Almirante, y que los mismos los habian exhortado que
lo matasen, porque no queria quedar á poblar allí sino para matallos;
comenzaron á tenerlo en poco y á los que con él quedaron, por todo
lo cual, cada dia, en traer bastimentos aflojaban. De donde sucedió
verse no en poco aprieto y trabajo, porque, para se lo tomar por
fuerza, era menester salir todos con armas y por guerra, y dejar sólo
al Almirante; pues dejallo sólo á su voluntad, era padecer necesidad
grande, y que á poder de mucho rescate no pudieran remediarse. Plugo
á Dios, que los proveyó por nueva manera, con cierta industria del
Almirante, que lo que hobiesen menester no les faltase. Cuéntalo de
esta manera D. Hernando: que sabia el Almirante, que, desde á tres
dias, habia de haber eclipse de la luna, y envió á llamar los señores
y Caciques, y personas principales de la comarca, con un indio que
allí tenia desta isla, ladino en nuestra lengua, diciendo que les
queria hablar largo. Venidos un dia ántes del eclipse, díjoles que
ellos eran cristianos y vasallos y criados de Dios, que moraba en el
cielo, y que era señor hacedor de todas las cosas, y que á los buenos
hacia bien, y á los malos castigaba, el cual, visto que aquellos de
nuestra nacion se habian alzado, no habia querido ayudarles para que
á esta isla pasasen, como habian pasado los que él habia enviado;
ántes habian padecido, segun era en la isla notorio, grandes peligros,
pérdidas de sus cosas, y trabajos. Y lo mismo estaba enojado Dios
contra la gente de aquella isla, porque en traerles los mantenimientos
necesarios por sus rescates habian sido descuidados, y, con este enojo
que dellos tenia, determinaba de castigallos, enviándoles grande hambre
y hacelles otros daños; y que, porque por ventura no darian crédito á
sus palabras, queria Dios que viesen de su castigo en el cielo cierta
señal, y porque aquella noche la verian, que estuviesen sobre el aviso
al salir de la luna, y verian como salia muy enojada, y de color de
sangre, significando el mal que sobre ellos queria Dios envialles.
Acabado el sermon fuéronse todos; algunos con temor, otros quizá
burlando. Pero como, saliendo la luna, el eclipse comenzase, y cuanto
más subida fuese mayor el amortiguarse, comenzaron los indios á temer,
y tanto les creció el temor, que venian con grandes llantos, dando
gritos, cargados de comida á los navíos, y rogando al Almirante que
rogase á su Dios que no estuviese contra ellos enojado, ni les hiciese
mal, que ellos, de ahí adelante, traerian todos los mantenimientos que
fuesen menester para sus cristianos. El Almirante les respondió, que
él queria un poco hablar con Dios; el cual se encerró, entre tanto que
el eclipse crescia, y ellos daban gritos llorando é importunando que
los ayudase, y desque vido el Almirante que la creciente del eclipse
era ya cumplida, y que tornaria luego á menguar, salió diciendo que
habia rogado á Dios que no les hiciese el mal que tenia determinado,
porque le habia prometido de parte dellos, que de allí adelante
serian buenos, y tratarian, y proveerian bien á los cristianos, y que
ya Dios los perdonaba, y, en señal dello, verian cómo se iba quitando
el enojo de la luna, perdiendo la color y encendimiento que habia
mostrado. Los cuales, como viesen que iba menguando y al cabo del todo
se quitaba, dieron muchas gracias al Almirante, y maravillándose y
alabando las obras del Dios de los cristianos, se volvieron con grande
alegría todos á sus casas, y, allá llegados, no fueron negligentes
ni olvidaron el beneficio que creian haberles hecho el Almirante,
porque tuvieron grande cuidado de los proveer de todo lo que habian
menester con abundancia, loando siempre á Dios, y creyendo que les
podia hacer mal por sus pecados, y que los eclipses que otra vez habian
visto, debia ser como amenazas y castigo, que, por sus culpas, Dios
les enviaba. Tornando al propósito de la historia, como despues de
partidos Diego Mendez y Bartolomé Flisco, en las dos canoas, hobiesen
pasado ocho meses sin que hobiesen tenido nuevas de haber á esta isla
allegado, ó si fuesen muertos ó vivos, la gente que con el Almirante
quedó, que no se habia alzado, estaban con gran pena y cuidado, cada
hora haciéndoseles un año, y por tanto crecíales la impaciencia de
estar allí aislados, y estaban como desesperados. Sospechaban siempre
lo peor, como los que en angustias y trabajos muchos dias están
ejercitados, si Dios no les provee de algun consuelo interior con que
puedan sobrellevados; y así, unos decian que ya eran anegados en la
mar, otros que los indios los habian muerto en esta isla cuando por
alguna parte della pasasen, otros que de enfermedad y trabajo ó hambre
habrian perecido en el camino, como fuese tan largo y de mar trabajosa,
con vientos y corrientes, y de tierra muchas sierras ásperas.
Añadíase á la sospecha, que afirmaban los indios haber visto un navío
trastornado que lo llevaban las corrientes por la costa de Jamáica
abajo; lo cual, por ventura, fué industria y nueva que sembraron los
alzados, para quitar del todo la esperanza de remedio á los que con
el Almirante habian quedado. De manera que, teniendo casi por cierta
la imposibilidad de ser remediados, un maestre Bernal, boticario
valenciano, y unos dos compañeros, llamados Zamora y Villator, con
todos los demas que habian quedado enfermos, en mucho secreto hicieron
otra conjuracion para hacer lo mismo que los primeros; pero Nuestro
Señor tuvo por bien de proveer y obviar al peligro grande que deste
segundo levantamiento se le habia de recrecer al Almirante, y á sus
hermanos, y criados, y remediólo la divina Providencia con llegar un
carabelon que envió el Comendador Mayor, Gobernador desta isla, el cual
llegó una tarde cerca de donde los navíos encallados estaban. Vino en
él un Capitan, un Diego de Escobar, muy conocido mio, que habia sido
de los que en los tiempos de Francisco Roldan con él se habian, contra
el Adelantado, alzado; á este Diego de Escobar envió, porque sabia de
cierto que no se habia de hacer con el Almirante, porque le habia sido
enemigo por las cosas pasadas. Mandóle que no se llegase á los navíos
ni saltase en tierra, ni tuviese ni consintiese tener plática con
alguno de los que estaban con el Almirante, ni diese ni tomase carta.
No lo envió sino á ver qué disposicion tendria el Almirante y los que
con él estaban; el Almirante, quejándose dél, dijo que no lo envió á
visitar sino para saber si era muerto. Dejó el carabelon en la mar,
apartado, y saltó en la barca el Diego de Escobar, y llegó á echar una
carta del Comendador Mayor para el Almirante, y apartó la barca luégo,
y, desde léjos, dijo de palabra que el Comendador Mayor lo enviaba á
visitar de su parte, y que se le encomendaba mucho, pesándole de sus
trabajos, y porque no le podia enviar recaudo de navíos tan presto,
para en que fuese su persona y los demas, se sufriese hasta que se lo
enviase; presentóle un barril de vino y un tocino para entre tanto:
y desto me espanto, por ser el Comendador Mayor tan prudente y no
escaso, que no fuese en le enviar refresco más largo. Apartóse luégo
la barca, y fuése al galeon. Todos estos reguardos estimo que hizo y
mandó hacer el Comendador Mayor, porque como habia en esta isla de los
que habian sido sus criados, y de sus amigos, y tambien de los que le
habian sido rebeldes y enemigos, temia que por cartas ó por su persona,
siendo presente, hobiese algun escándalo en la tierra; el Almirante,
ó al ménos sus deudos, atribuíanlo á otro mal fin, conviene á saber,
á que muriese en Jamáica el Almirante, porque si fuese á Castilla los
Reyes le restituirian en su estado pristino, y entónces quitársele ya
la gobernacion desta isla y destas Indias. Esta intencion haber tenido
el Comendador Mayor, afirmar yo, cierto, no osaria, como quiera que
fuera malísima, y en la verdad, hablando más claro, todavía se tenia
la opinion que yo siempre tuve por falsa y maliciosamente fingida, ó
que contra el Almirante se envió por sus enemigos, conviene á saber,
que se queria alzar contra los Reyes y dar estas Indias á ginoveses,
ó á otra nacion fuera de Castilla, y á esto parece que el Comendador
Mayor proveia; pero si así fué, harto claro se muestra no haber razon
tan aparente para que tal sospecha se tuviese. Y desto se queja mucho
el Almirante á los Reyes en la carta que les escribió de Jamáica, donde
dice: «¿Quién creerá que un pobre extranjero se hobiese de alzar en tal
lugar contra Vuestras Altezas, sin causa y sin brazo de otro Príncipe,
y estando sólo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos mis
hijos en su real corte?» Estas son sus palabras y razones, las cuales,
cierto, no son frívolas.
CAPÍTULO XXXIV.
Debió decir Escobar al Almirante, que luégo se queria tornar á dar
nuevas al Comendador Mayor del estado en que quedaba, y si queria
escribir; el cual, luégo le escribió la carta siguiente: «Muy noble
señor: En este punto recebí vuestra carta, toda la leí con gran gozo;
papel ni péndolas abastarian á escribir la consolacion y esfuerzo
que cobré, yo y toda esta gente, con ella. Señor, si mi escribir con
Diego Mendez de Segura fué breve, la esperanza de suplir más largo,
por palabra, fué causa dello; digo de mi viaje, que en mil papeles no
cabria á recontar las asperezas de las tormentas y inconvenientes que
yo he pasado, etc.» Donde le cuenta muchas cosas de su viaje, y de la
riqueza de las tierras que dejaba descubiertas, y de como, llegando á
Jamáica, la gente que traia le hizo juramento de lo obedecer hasta la
muerte, y de como se le alzaron, etc. Y más abajo dice así: «Cuando
yo partí de Castilla, fué con grande contentamiento de Sus Altezas,
y grandes promesas, en especial, que me volverian todo lo que me
pertenece, y acrecentarian de más honra; por palabra y por escrito se
pasó esto. Allá, señor, os envió un capítulo de su carta, que dice
de la materia; con esto y sin ello, desque les comencé á servir yo
nunca tuve el pensamiento en otra cosa. Pídoos, señor, por merced, que
esteis cierto desto, dígolo porque creais que he de hacer y seguir
en todo vuestra órden y mandado sin pasar un punto. Escobar me diz,
señor, el buen tratamiento que han rescebido mis cosas, y que es sin
cuento, rescíbolo todo, señor, en grande merced, y agora no pienso
salvo en qué podia negar tanto; si yo hablé verdad en algun tiempo,
esto es una, que despues que os ví y cognoscí, siempre mi ánima estuvo
contenta de cuanto allá y en todo cabo á donde se ofreciese, por mí,
señor, haríades; con esta razon he estado siempre aquí alegre y bien
cierto de socorro, si las nuevas de tanta necesidad y peligro en que
estaba y estoy llegasen á su oido. No lo soy ni puedo escribir tan
largo como lo tengo firme; concluyo, que mi esperanza era y es, que
para mi salvacion gastaríades, señor, fasta la persona, y soy cierto
dello que ansí me lo afirman todos los sentidos. Yo no soy lisonjero
en fabla, ántes soy tenido por áspero, la obra, si hubiere lugar, fará
testimonio. Pídoos, señor, otra vez por merced, que de mí esteis muy
contento, y que creais que soy constante; tambien os pido por merced,
que hayais á Diego Mendez de Segura, mi encomendado, y á Flisco, que
sabe qué es de los principales de su tierra, y por tener tanto deudo
conmigo, y creed que no los envié, ni ellos fueron allá con artes,
salvo á haceros saber, señor, el tanto peligro en que yo estaba y
estoy hoy dia. Todavía, estoy aposentado en los navíos que tengo aquí
encallados esperando el socorro de Dios y vuestro, por el cual, los que
de mí descendieren, siempre le serán á cargo.» He querido poner aquí
estos pedazos de aquella carta, para que se vea con cuánta simplicidad
el Almirante andaba y escribia, y tambien como en aquellos tiempos no
habia el modo de escribir tan levantados de illustres y magníficos que
agora se usa en el mundo, que faltan vocablos para engrandecer los
títulos que se ponen en las cartas, no sólo á las personas illustres
y señaladas, pero á cualesquiera y de estados bajos. Rescebida esta
sola carta, partióse luégo el carabelon, y aunque con su venida todos
se holgaron y se suspendió el segundo trato y conjuracion, que querian
los que estaban con el Almirante contra él hacer, todavía, vista la
priesa que tuvo en partirse y sin rescibir carta ni hablar, ni querer
responder el capitan Diego de Escobar, ni otros de su compañía, á cosa
ninguna de las que les preguntaban, no quedaron sin sospecha que el
Comendador Mayor no quisiese que el Almirante no viniese á esta isla,
sino que allí quedase sin remedio, y, por consiguiente, los que con él
estaban; lo cual sintiendo el Almirante, trabajó de cumplir con ellos
diciendo que aquella presteza de la partida del galeon á él placia,
anduvieron con sus pocas fuerzas lo que pudieron, y ansí les anocheció
la segunda vez, sin vista de la isleta, que fué doblado el desmayo.
Plugo á Dios de los consolar, con que el Diego Mendez, al salir de
la luna, vido que salia sobre tierra, y el islote cobria la media
luna, como cuando hay éclipse, porque de otra manera no la pudieran
ver, por ser pequeño y á tal hora. Entónces todos, con gran placer
y excesiva alegría, esforzaron los indios, mostrándoles la tierra y
dándoles más tragos de agua, y tomaron tanto esfuerzo, que remaron y
fueron á amanecer con la isleta, y en ella desembarcaron; hallaron
la isleta toda de peña tajada, que bojará ó terná de circuito media
legua; dieron gracias á Dios, que los habia socorrido en tan gran
peligro y necesidad. Y como lo primero que pretendian era buscar agua,
no hallaron árbol en ella que fuese vivo, sino todo roquedo, pero,
andando de peña en peña, en los agujeros que los indios, en lengua
desta isla, llamaban jagueyes, hallaron del agua llovediza cuanta les
bastaba para henchir las barrigas sedientas, y las vasijas todas que
tenian; la cual todavía les fué perniciosa, porque, como venian tan
secos de la sed pasada, diéronse tanta priesa á beber, que algunos
de los míseros indios, allí murieron y otros incurrieron en graves
enfermedades, de manera que pocos ó ninguno fué dichoso de volver á su
tierra. Reposaron aquel dia hasta la tarde, los que estuvieron para
ello, recreándose como podian, comiendo marisco que hallaban por la
ribera, y encendieron fuego para lo asar, porque Diego Mendez llevaba
para lo encender aparejo; y porque ya estaban á vista del cabo desta
isla, que el Almirante llamó de Sant Miguel, y despues llamamos del
Tiburon, con codicia de acabar la jornada, y porque no les sobreviniese
algun tiempo contrario, caido el sol, tornaron al camino y á remar y
fueron á amanecer al dicho cabo, y esto fué al principio del cuarto dia
despues que partieron. Holgaron allí dos dias, y queriéndose volver
á Jamáica el Bartolomé Flisco, como el Almirante le habia mandado,
temieron los indios y los españoles de tornar á verse otra vez en los
peligros pasados, y así no se pudo tornar. No supe lo que despues se
hizo dél y de los indios, ni dónde pararon. Diego Mendez, que llebaba
priesa de pasar adelante, pasó en la canoa todo aquello que pudo por
mar; no supe dónde al cabo acordó de dejalla, bien creo que los indios
llevó consigo con sus cosas cargados, y así es muy verisímile que
ninguno dellos volvió á su mujer é hijos, ni vivió sino en servidumbre
triste y desconsolada. Finalmente, aportó á la provincia y pueblo de
Xaraguá, donde estaba el Comendador Mayor y habia hecho pocos dias de
ántes la crueldad é injusticia quemando tantos señores é ahorcando la
reina Anacaona, segun queda, en el cap. 9.º, declarado. Llegado Diego
Mendez á Xaraguá y dada la carta del Almirante al Comendador Mayor,
y hecha relacion de dónde y cómo venia, y de su mensaje, mostró el
Comendador Mayor haber placer de su venida; puesto que fué muy largo
en despachallo, porque, no sabiendo la simplicidad con que andaba el
Almirante, temia ó fingia temer que, con su venida, no hobiese en esta
isla algun escándalo cerca de las cosas pasadas, y que para ello venian
con Diego Mendez aquellos á tentar la disposicion de la tierra y de
la gente que con el Comendador Mayor estaba, por lo cual quiso primero
indagar ó escudriñar el pecho de Diego Mendez y los demas, ántes que á
dejallos ir adelante se determinase. Finalmente les dió licencia, con
importunidad, para pasar á esta ciudad y puerto de Sancto Domingo, al
ménos á Diego Mendez, para que hiciese lo que el Almirante, su amo, le
mandaba. Llegado Diego Mendez á esta ciudad, compró luégo un navío de
las rentas que el Almirante aquí tenia, y, bastecido de los bastimentos
y cosas necesarias, lo envió á Jamáica por fin de Mayo de 1504, y se
embarcó luégo para España, como traia ordenado por el Almirante.
CAPÍTULO XXXII.
Despachados aquellos dos Capitanes de las canoas, y partidos de Jamáica
en demanda desta isla, como dicho queda, los españoles que quedaban
comenzaron á enfermar, por los grandes trabajos que habian en todo el
viaje padecido; allegóse tambien la mudanza de los mantenimientos,
porque ya no tenian cosa que comiesen de las de Castilla, mayormente
no bebiendo vino, ni tenian tanta carne cuanta ellos quisieran, que
era la de aquellas hutias, y otros refrigerios que habian menester que
les faltaban. Los que dellos estaban sanos, tener aquella vida sin
esperanza de salir della presto, y tambien por estar inciertos del
cuándo saldrian, érales intolerable y cada hora se les hacia un año,
y, como estaban ociosos, de otra materia contínuamente no hablaban,
teniéndose por desterrados y de todo remedio alongados; de aquí pasaban
á murmurar del Almirante, diciendo que él no queria ir á Castilla, como
si le vieran que se estaba en grandes deleites recreando, padeciendo
como ellos las mesmas necesidades y enfermedad de gota de que por todos
los miembros era atormentado, que no podia mudarse de una cámara, y
hartas otras miserias y angustias que lo cercaban. Y alegaban que los
Reyes lo habian desterrado, y tampoco podia entrar en la Española,
como paresció, cuando llegó á este puerto, de Castilla, le fué vedado
que en él entrase, y que los que habia enviado en las canoas iban á
negociar sus cosas y no para traer ó enviar navíos y socorro para que
saliesen de aquella isla que tenian ellos por cárcel, y él no, sino
que de voluntad se queria estar allí, en tanto que aquellos con los
Reyes negociaban, y que si este artificio no hobiera, el Bartolomé
Flisco hobiera ya vuelto, segun que se habia ya publicado. Dudaban
tambien si hobiesen llegado á esta isla ó perecido en la mar, como
fuesen á tanto peligro, en aquellas canoas, tan luengo viaje, lo cual
si así acaeciese, nunca sería posible tener algun remedio, si ellos
por sus personas no lo procurasen, porque el Almirante no curaba de
buscarlo, por las razones dichas, y tambien porque, aunque quisiese,
no podia ponerse á algun peligro, por la gota que, como dicho es, lo
atormentaba, y que debian procurar pasar á esta isla, pues que estaban
sanos, ántes que como los otros enfermasen; no dejando de parlar más
adelante, conviene á saber, que ellos, en esta isla puestos, serian
mejor rescebidos del Comendador Mayor, cuando en más peligro al
Almirante dejasen, por estar el dicho Comendador Mayor mal con él: y
esta parece ser malévola invencion dellos, porque no es de creer que el
Comendador Mayor quisiese tanto mal al Almirante, y no ménos creible
es que el Almirante no le hobiese dado á ello jamás causa. Añadian
más, que idos á España, hallarian al obispo D. Juan de Fonseca, que
los libraría de cualquiera pena por desfavorecer al Almirante. Otras
razones harto maliciosas y dígnas de buen castigo alegaban, para se
persuadir á rebelion unos á otros, afirmando que siempre la culpa se
imputaria al Almirante, como lo habia sido en lo desta isla, cuando
las cosas de Francisco Roldan, y que ántes lo tomarian los Reyes por
achaque para quitalle lo que lo quedaba, y no guardalle cosa de los
privilegios que le habian dado. Estas y otras razones daban y conferian
entre sí; de los cuales fueron, de los principales, dos hermanos
llamados Porras, el uno que habia ido por Capitan de un navío de los
cuatro, y el otro por Contador de toda el Armada. Conjuráronse con
ellos 48 hombres, levantando por Capitan al un Porras; concertaron que,
para cierto dia y hora, todos estuviesen, con sus armas, aparejados.
Este dia fué á 2 de Enero de 1504 años, por la mañana: el Capitan
Francisco de Porras subió á la popa del navío, donde el Almirante
estaba, y dijo muy desatinadamente: «parécenos, señor, que no quereis
ir á Castilla, y que nos quereis tener aquí perdidos.» Y como el
Almirante oyese palabras de tan poca reverencia y con insolencia
dichas, y no acostumbradas, sospechando lo que podia ser, disimulando
la desvergüenza, con blandura respondióle: «ya veis la imposibilidad
que todos tenemos para nuestro pasaje, hasta que los que envié en las
canoas nos envien navíos en que vayamos, y Dios sabe cuánto yo lo
deseo, más que ninguno de los que aquí estamos, por mi bien particular
y por el de todos, pues estoy obligado á dar cuenta á Dios y á los
Reyes por cada uno; y ya sabeis que os he juntado muchas veces para
platicar en nuestro remedio, y á todos no ha parecido algun otro, pero,
si otra cosa os parece, juntaos y de nuevo se platique, y determínese
tomar el medio que mejor pareciere.» Respondió el Porras, que ya no
habia necesidad de tantas pláticas, sino que ó se embarcase luégo, ó
se quedase con Dios, y volvió las espaldas, con alta voz diciendo:
«porque yo me voy á Castilla con los que seguirme quisieren.» Entónces,
todos los conjurados con él, como estaban apercibidos, dijeron á voces:
«yo con él, yo con él, yo con el»; y saltando unos por una parte,
y otros por otra, tomaron los castillos y gabias, con sus armas en
la mano, sin tiento ni órden, clamando unos, «¡mueran!» otros, «¡á
Castilla!» y otros, «señor Capitan, ¿qué haremos?» Entónces, oyendo
tal barbarismo, el Almirante que estaba en la cama tullido de la gota,
pensando aplacallos, salió de la cama y cámara, cayendo y levantando,
pero tres ó cuatro personas de bien, criados suyos, arremetieron
y abrazáronse con él, porque la gente desvariada no lo matase, y
metiéronlo por fuerza en su cámara. Tornaron tambien al Adelantado,
que como valiente hombre, se habia puesto á la fresada, que es la viga
ó palo que atraviesa toda la nao junto á la bomba, con una lanza, y
por fuerza se la quitaron y metieron con su hermano en la cámara,
rogando al capitan Porras que se fuese él con Dios y no permitiese mal
de que á todos cupiese parte. Y que bastaba que para su ida no habia
quién lo estorbase, pues, siendo causa de la muerte del Almirante, no
podia ser que no hobiese sobre ella gran castigo, sin que aventurasen
ellos á conseguir por ella provecho alguno. De manera que, siendo
algo aplacado el alboroto, tomaron los conjurados hasta 10 canoas de
las que el Almirante á los indios habia comprado, en las cuales se
embarcaron con tanto regocijo y alegría, como si ya desembarcaran en
Sevilla; lo cual no hizo poco daño á los demas que no tuvieron parte en
la rebelion, porque viéndose quedar allí enfermos como desmamparados,
yéndose los que estaban sanos, crescióles la tristeza, y angustia,
y el ánsia de salir de allí, que de súbito arrebataban su hato y se
metian con ellos en las canoas, como que consistiera en sólo aquello
salvarse. Esto se hacia viéndolo y llorándolo todo, y á sí mismos y al
Almirante, aquellos muy pocos fieles que hobo de sus criados, y los
muchos enfermos que quedaban, los cuales perdian del todo la esperanza
de ser remediados; ninguna duda se tuvo, sino que si todos estuvieran
sanos, pocos ó ninguno dellos quedara. Salió el Almirante como pudo
de la cámara, y como mejor pudo, con dulces palabras, diciendo que
confiasen en Dios, que lo remediaria, y que él se echaria á los piés
de la Reina, su señora, que les galardonase muy bien sus trabajos,
y más aquella su perseverancia. El Porras con sus alzados, en las
canoas, tomaron el camino de la punta oriental de aquella isla, de
donde se habian partido Diego Mendez, y Bartolomé Flisco y los demas.
Por donde quiera que pasaban perpetraban mil desafueros y daños á los
indios, tomándoles los mantenimientos por fuerza, y todas las otras
cosas que les agradaban, diciendo que fuesen al Almirante que se las
pagase, y que sino se las pagase que lo matasen, porque, matándolo,
harian á sí mismos gran provecho, y excusarian que él á ellos no los
matase, como habia muerto á los indios desta isla y de la de Cuba, y á
los de Veragua, y que con este propósito para poblar allí se quedaba.
Llegados á la punta, con las primeras calmas acometieron su pasaje
para esta isla, con los indios que pudieron haber para remar en cada
canoa; pero como los tiempos no estuviesen bien asentados, y las canoas
llevasen muy cargadas, y, áun no andadas cuatro leguas, comenzase el
viento á turbarlos, y las oletas á los remojar, fué tanto su miedo,
que acordaron de se tornar, y porque áun no cognoscian el peligro de
las canoas para españoles, cuando vieron que el agua les entraba,
tomaron por remedio alivianarlas, y echar cuanto en ellas traian,
salvo una poquilla de comida y agua para tornarse, y solas las armas;
y porque el viento arreció, y la mar los mojaba más, pareciéndoles
estar en algun peligro, para aplacar á Dios y que los librase, acuerdan
con su devocion ofrecerle un sacrificio agradable, y éste fué echar
todos los indios que, les remaban á la mar, matándolos á cuchilladas.
Muchos dellos, viendo las espadas y la obra que pasaba, se lanzaron
á la mar, confiados de su nadar, pero despues de mucho nadar, dello
muy cansados, llegábanse á las canoas, para, asiéndose del bordo,
descansar algo; cortábanles con las espadas las manos y les daban
otras crueles heridas, por manera, que mataron 18, no dejando vivos
sino cual y cual, que las canoas les gobernasen, porque ellos no las
supieran gobernar: porque sino fuera por aquel interese propio, ningun
indio escapara que no lo mataran, en pago del buen servicio que los
hacian y habellos metido por fuerza ó por engaño, para servirse dellos
en aquel viaje. Vueltos á tierra, hobo entre ellos diversos pareceres
y votos, decian unos que sería mejor pasarse á la isla de Cuba, y que
tomarian los vientos Levantes y las corrientes á medio lado, y desde
allí atravesarian á esta isla, tomando el cabo de Sant Nicolás, que
no está de la punta ó cabo de Cuba, segun se ha dicho, 18 leguas;
otros afirmaban ser mejor volverse á los navíos y reconciliarse con el
Almirante, ó tomalle por fuerza lo que le quedaba de armas y rescates;
otros fueron de parecer, que ántes que cosa de aquellas se atentase,
debian esperar otra bonanza de calmas, para tornar otra vez á acometer
aquel pasaje, y en este asentaron. Estuvieron esperando las calmas
en el pueblo que estaba cerca de la punta, más de un mes, comiendo y
destruyendo toda la tierra comarcana, y, en fin, se embarcaron con
bonanza, y salieron una vez á la mar, y tornaba el viento á avivar, y
tornáronse; salieron otra vez, y de miedo, tambien se tornaron, y así,
viéndose desesperados de la pasada, dejaron las canoas y volviéronse
al pueblo muy desconsolados, y de allí, de pueblo en pueblo, unas veces
comiendo por rescatar, otras tomándolo aunque á los indios pesaba,
segun el poder ó resistencia en los pueblos y señores dellos hallaban.
CAPÍTULO XXXIII.
Despues que los alzados se fueron y andaban ocupados en la porfía de su
pasaje, procuró el Almirante de curar los enfermos que con él quedaban,
y en cuanto le era posible consolallos; trabajaba tambien de que se
conservase con los indios la paz y amistad, porque, con ella y con los
rescates, fuesen todos los españoles proveidos de mantenimientos, como
los indios lo hacian sin faltar, y así convalecieron los enfermos, y
los indios, por algunos dias, en las provisiones que solian traer,
perseveraron. Pero como los indios nunca tengan ni trabajen tener más
mantenimientos de los que les son necesarios, y hacer más de aquellos
tengan por trabajo, y los españoles gasten, y áun desperdicien más en
un dia que ellos comen en diez y en quince, y D. Hernando dice que en
diez y siete, hacíaseles carga no chica sustentarlos, como de ántes,
con abundancia; y así, acortábaseles la comida y no tenian tanto.
Allegóse á esto, ver como parte no chica de los españoles habian
alzádose contra el Almirante, y que los mismos los habian exhortado que
lo matasen, porque no queria quedar á poblar allí sino para matallos;
comenzaron á tenerlo en poco y á los que con él quedaron, por todo
lo cual, cada dia, en traer bastimentos aflojaban. De donde sucedió
verse no en poco aprieto y trabajo, porque, para se lo tomar por
fuerza, era menester salir todos con armas y por guerra, y dejar sólo
al Almirante; pues dejallo sólo á su voluntad, era padecer necesidad
grande, y que á poder de mucho rescate no pudieran remediarse. Plugo
á Dios, que los proveyó por nueva manera, con cierta industria del
Almirante, que lo que hobiesen menester no les faltase. Cuéntalo de
esta manera D. Hernando: que sabia el Almirante, que, desde á tres
dias, habia de haber eclipse de la luna, y envió á llamar los señores
y Caciques, y personas principales de la comarca, con un indio que
allí tenia desta isla, ladino en nuestra lengua, diciendo que les
queria hablar largo. Venidos un dia ántes del eclipse, díjoles que
ellos eran cristianos y vasallos y criados de Dios, que moraba en el
cielo, y que era señor hacedor de todas las cosas, y que á los buenos
hacia bien, y á los malos castigaba, el cual, visto que aquellos de
nuestra nacion se habian alzado, no habia querido ayudarles para que
á esta isla pasasen, como habian pasado los que él habia enviado;
ántes habian padecido, segun era en la isla notorio, grandes peligros,
pérdidas de sus cosas, y trabajos. Y lo mismo estaba enojado Dios
contra la gente de aquella isla, porque en traerles los mantenimientos
necesarios por sus rescates habian sido descuidados, y, con este enojo
que dellos tenia, determinaba de castigallos, enviándoles grande hambre
y hacelles otros daños; y que, porque por ventura no darian crédito á
sus palabras, queria Dios que viesen de su castigo en el cielo cierta
señal, y porque aquella noche la verian, que estuviesen sobre el aviso
al salir de la luna, y verian como salia muy enojada, y de color de
sangre, significando el mal que sobre ellos queria Dios envialles.
Acabado el sermon fuéronse todos; algunos con temor, otros quizá
burlando. Pero como, saliendo la luna, el eclipse comenzase, y cuanto
más subida fuese mayor el amortiguarse, comenzaron los indios á temer,
y tanto les creció el temor, que venian con grandes llantos, dando
gritos, cargados de comida á los navíos, y rogando al Almirante que
rogase á su Dios que no estuviese contra ellos enojado, ni les hiciese
mal, que ellos, de ahí adelante, traerian todos los mantenimientos que
fuesen menester para sus cristianos. El Almirante les respondió, que
él queria un poco hablar con Dios; el cual se encerró, entre tanto que
el eclipse crescia, y ellos daban gritos llorando é importunando que
los ayudase, y desque vido el Almirante que la creciente del eclipse
era ya cumplida, y que tornaria luego á menguar, salió diciendo que
habia rogado á Dios que no les hiciese el mal que tenia determinado,
porque le habia prometido de parte dellos, que de allí adelante
serian buenos, y tratarian, y proveerian bien á los cristianos, y que
ya Dios los perdonaba, y, en señal dello, verian cómo se iba quitando
el enojo de la luna, perdiendo la color y encendimiento que habia
mostrado. Los cuales, como viesen que iba menguando y al cabo del todo
se quitaba, dieron muchas gracias al Almirante, y maravillándose y
alabando las obras del Dios de los cristianos, se volvieron con grande
alegría todos á sus casas, y, allá llegados, no fueron negligentes
ni olvidaron el beneficio que creian haberles hecho el Almirante,
porque tuvieron grande cuidado de los proveer de todo lo que habian
menester con abundancia, loando siempre á Dios, y creyendo que les
podia hacer mal por sus pecados, y que los eclipses que otra vez habian
visto, debia ser como amenazas y castigo, que, por sus culpas, Dios
les enviaba. Tornando al propósito de la historia, como despues de
partidos Diego Mendez y Bartolomé Flisco, en las dos canoas, hobiesen
pasado ocho meses sin que hobiesen tenido nuevas de haber á esta isla
allegado, ó si fuesen muertos ó vivos, la gente que con el Almirante
quedó, que no se habia alzado, estaban con gran pena y cuidado, cada
hora haciéndoseles un año, y por tanto crecíales la impaciencia de
estar allí aislados, y estaban como desesperados. Sospechaban siempre
lo peor, como los que en angustias y trabajos muchos dias están
ejercitados, si Dios no les provee de algun consuelo interior con que
puedan sobrellevados; y así, unos decian que ya eran anegados en la
mar, otros que los indios los habian muerto en esta isla cuando por
alguna parte della pasasen, otros que de enfermedad y trabajo ó hambre
habrian perecido en el camino, como fuese tan largo y de mar trabajosa,
con vientos y corrientes, y de tierra muchas sierras ásperas.
Añadíase á la sospecha, que afirmaban los indios haber visto un navío
trastornado que lo llevaban las corrientes por la costa de Jamáica
abajo; lo cual, por ventura, fué industria y nueva que sembraron los
alzados, para quitar del todo la esperanza de remedio á los que con
el Almirante habian quedado. De manera que, teniendo casi por cierta
la imposibilidad de ser remediados, un maestre Bernal, boticario
valenciano, y unos dos compañeros, llamados Zamora y Villator, con
todos los demas que habian quedado enfermos, en mucho secreto hicieron
otra conjuracion para hacer lo mismo que los primeros; pero Nuestro
Señor tuvo por bien de proveer y obviar al peligro grande que deste
segundo levantamiento se le habia de recrecer al Almirante, y á sus
hermanos, y criados, y remediólo la divina Providencia con llegar un
carabelon que envió el Comendador Mayor, Gobernador desta isla, el cual
llegó una tarde cerca de donde los navíos encallados estaban. Vino en
él un Capitan, un Diego de Escobar, muy conocido mio, que habia sido
de los que en los tiempos de Francisco Roldan con él se habian, contra
el Adelantado, alzado; á este Diego de Escobar envió, porque sabia de
cierto que no se habia de hacer con el Almirante, porque le habia sido
enemigo por las cosas pasadas. Mandóle que no se llegase á los navíos
ni saltase en tierra, ni tuviese ni consintiese tener plática con
alguno de los que estaban con el Almirante, ni diese ni tomase carta.
No lo envió sino á ver qué disposicion tendria el Almirante y los que
con él estaban; el Almirante, quejándose dél, dijo que no lo envió á
visitar sino para saber si era muerto. Dejó el carabelon en la mar,
apartado, y saltó en la barca el Diego de Escobar, y llegó á echar una
carta del Comendador Mayor para el Almirante, y apartó la barca luégo,
y, desde léjos, dijo de palabra que el Comendador Mayor lo enviaba á
visitar de su parte, y que se le encomendaba mucho, pesándole de sus
trabajos, y porque no le podia enviar recaudo de navíos tan presto,
para en que fuese su persona y los demas, se sufriese hasta que se lo
enviase; presentóle un barril de vino y un tocino para entre tanto:
y desto me espanto, por ser el Comendador Mayor tan prudente y no
escaso, que no fuese en le enviar refresco más largo. Apartóse luégo
la barca, y fuése al galeon. Todos estos reguardos estimo que hizo y
mandó hacer el Comendador Mayor, porque como habia en esta isla de los
que habian sido sus criados, y de sus amigos, y tambien de los que le
habian sido rebeldes y enemigos, temia que por cartas ó por su persona,
siendo presente, hobiese algun escándalo en la tierra; el Almirante,
ó al ménos sus deudos, atribuíanlo á otro mal fin, conviene á saber,
á que muriese en Jamáica el Almirante, porque si fuese á Castilla los
Reyes le restituirian en su estado pristino, y entónces quitársele ya
la gobernacion desta isla y destas Indias. Esta intencion haber tenido
el Comendador Mayor, afirmar yo, cierto, no osaria, como quiera que
fuera malísima, y en la verdad, hablando más claro, todavía se tenia
la opinion que yo siempre tuve por falsa y maliciosamente fingida, ó
que contra el Almirante se envió por sus enemigos, conviene á saber,
que se queria alzar contra los Reyes y dar estas Indias á ginoveses,
ó á otra nacion fuera de Castilla, y á esto parece que el Comendador
Mayor proveia; pero si así fué, harto claro se muestra no haber razon
tan aparente para que tal sospecha se tuviese. Y desto se queja mucho
el Almirante á los Reyes en la carta que les escribió de Jamáica, donde
dice: «¿Quién creerá que un pobre extranjero se hobiese de alzar en tal
lugar contra Vuestras Altezas, sin causa y sin brazo de otro Príncipe,
y estando sólo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos mis
hijos en su real corte?» Estas son sus palabras y razones, las cuales,
cierto, no son frívolas.
CAPÍTULO XXXIV.
Debió decir Escobar al Almirante, que luégo se queria tornar á dar
nuevas al Comendador Mayor del estado en que quedaba, y si queria
escribir; el cual, luégo le escribió la carta siguiente: «Muy noble
señor: En este punto recebí vuestra carta, toda la leí con gran gozo;
papel ni péndolas abastarian á escribir la consolacion y esfuerzo
que cobré, yo y toda esta gente, con ella. Señor, si mi escribir con
Diego Mendez de Segura fué breve, la esperanza de suplir más largo,
por palabra, fué causa dello; digo de mi viaje, que en mil papeles no
cabria á recontar las asperezas de las tormentas y inconvenientes que
yo he pasado, etc.» Donde le cuenta muchas cosas de su viaje, y de la
riqueza de las tierras que dejaba descubiertas, y de como, llegando á
Jamáica, la gente que traia le hizo juramento de lo obedecer hasta la
muerte, y de como se le alzaron, etc. Y más abajo dice así: «Cuando
yo partí de Castilla, fué con grande contentamiento de Sus Altezas,
y grandes promesas, en especial, que me volverian todo lo que me
pertenece, y acrecentarian de más honra; por palabra y por escrito se
pasó esto. Allá, señor, os envió un capítulo de su carta, que dice
de la materia; con esto y sin ello, desque les comencé á servir yo
nunca tuve el pensamiento en otra cosa. Pídoos, señor, por merced, que
esteis cierto desto, dígolo porque creais que he de hacer y seguir
en todo vuestra órden y mandado sin pasar un punto. Escobar me diz,
señor, el buen tratamiento que han rescebido mis cosas, y que es sin
cuento, rescíbolo todo, señor, en grande merced, y agora no pienso
salvo en qué podia negar tanto; si yo hablé verdad en algun tiempo,
esto es una, que despues que os ví y cognoscí, siempre mi ánima estuvo
contenta de cuanto allá y en todo cabo á donde se ofreciese, por mí,
señor, haríades; con esta razon he estado siempre aquí alegre y bien
cierto de socorro, si las nuevas de tanta necesidad y peligro en que
estaba y estoy llegasen á su oido. No lo soy ni puedo escribir tan
largo como lo tengo firme; concluyo, que mi esperanza era y es, que
para mi salvacion gastaríades, señor, fasta la persona, y soy cierto
dello que ansí me lo afirman todos los sentidos. Yo no soy lisonjero
en fabla, ántes soy tenido por áspero, la obra, si hubiere lugar, fará
testimonio. Pídoos, señor, otra vez por merced, que de mí esteis muy
contento, y que creais que soy constante; tambien os pido por merced,
que hayais á Diego Mendez de Segura, mi encomendado, y á Flisco, que
sabe qué es de los principales de su tierra, y por tener tanto deudo
conmigo, y creed que no los envié, ni ellos fueron allá con artes,
salvo á haceros saber, señor, el tanto peligro en que yo estaba y
estoy hoy dia. Todavía, estoy aposentado en los navíos que tengo aquí
encallados esperando el socorro de Dios y vuestro, por el cual, los que
de mí descendieren, siempre le serán á cargo.» He querido poner aquí
estos pedazos de aquella carta, para que se vea con cuánta simplicidad
el Almirante andaba y escribia, y tambien como en aquellos tiempos no
habia el modo de escribir tan levantados de illustres y magníficos que
agora se usa en el mundo, que faltan vocablos para engrandecer los
títulos que se ponen en las cartas, no sólo á las personas illustres
y señaladas, pero á cualesquiera y de estados bajos. Rescebida esta
sola carta, partióse luégo el carabelon, y aunque con su venida todos
se holgaron y se suspendió el segundo trato y conjuracion, que querian
los que estaban con el Almirante contra él hacer, todavía, vista la
priesa que tuvo en partirse y sin rescibir carta ni hablar, ni querer
responder el capitan Diego de Escobar, ni otros de su compañía, á cosa
ninguna de las que les preguntaban, no quedaron sin sospecha que el
Comendador Mayor no quisiese que el Almirante no viniese á esta isla,
sino que allí quedase sin remedio, y, por consiguiente, los que con él
estaban; lo cual sintiendo el Almirante, trabajó de cumplir con ellos
diciendo que aquella presteza de la partida del galeon á él placia,
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