Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 09

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que apénas se andan cada dia cinco leguas, y ni dos muchas veces; van
los navíos dando vueltas cuatro y cinco y más horas hácia una parte,
y otra hácia otra, y desta manera se ahorra lo poco que se anda, y
algunas veces se pierde lo que se ha ganado en dos, de una vuelta. Y,
porque habiendo 60 leguas de la punta de Caxinas á un cabo de tierra
que entra mucho en la mar, tardó, con estos trabajos, en llegar el
Almirante, y de allí vuelve la tierra y se encoge hácia el Sur, por lo
cual, los navíos podian mejor y bien navegar, púsole nombre á aquel
cabo, el cabo de Gracias á Dios; y esto dice el Almirante que fué
á 12 de Setiembre del mismo año de 502. Pasado el cabo de Gracias á
Dios, tuvieron necesidad de tomar agua y leña; mandó el Almirante ir
las barcas á un gran rio que allí parecia, donde, por la creciente de
la mar y la corriente del rio que se combatian, se perdió la una de
las barcas, con toda la gente que traia, y, por este desastre, púsole
nombre del Desastre, al rio. El Domingo, á 17 de Setiembre, fueron
á echar anclas entre una isleta llamada Quiribri, y en un pueblo en
la tierra firme, llamado Cariarí. Allí hallaron la mejor gente, y
tierra, y estancia que habian hasta allí hallado, por la hermosura de
los cerros y sierra, y frescura de los rios y arboledas, que se iban
al cielo de altas, y la isleta verde, fresquísima, llana, de grandes
florestas, que parecía un vergel deleitable; llamóla el Almirante
la Huerta, y está del dicho pueblo Cariarí, la última luenga, una
legua pequeña. Está el pueblo junto á un graciosísimo rio, á donde
concurrió mucha gente de guerra, con sus armas, arcos y flechas, y
varas, y macanas, como haciendo rebato, y mostrando estar aparejados
para defender su tierra. Los hombres traian los cabellos trenzados,
revueltos á la cabeza, y las mujeres cortados, de la manera que los
traen los hombres nuestros; pero, como los cristianos les hicieron seña
de paz, ellos no pasaron adelante, mas de mostrar voluntad de trocar
sus cosas por las nuestras. Traian mantas de algodon y jaquetas de
las dichas, y unas águilas de oro bajo, que traian al cuello. Estas
cosas traian nadando á las barcas, porque aquel dia, ni otro, los
españoles no salieron á tierra. De todas ellas no quiso el Almirante
que se tomase cosa, por, disimulando, dalles á entender que no hacian
cuenta dello, y cuanto más dellas se mostraba menosprecio, tanta mayor
cudicia é importunidad significaban los indios de contratar, haciendo
muchas señas, tendiendo las mantas como banderas, y provocándolos á
que saliesen á tierra. Mandóles dar el Almirante cosas de rescate
de Castilla, mas desque vieron que los cristianos no querian de sus
cosas, y que ninguno salia é iba á contratar con ellos, todas las
cosas de Castilla, que habian rescibido, las pusieron liadas junto
á la mar, sin que faltase la menor dellas, casi diciendo, «pues no
quereis de las nuestras tomaos las vuestras», y así las hallaron todas
los cristianos otro dia, que salieron en tierra. Y como los indios,
que por aquella comarca estaban, sintieron que los cristianos no se
fiaban dellos, enviaron un indio viejo, que parecia persona honrada,
y de estima entre ellos, con una bandera puesta en una vara, como que
daban seguridad; y traia dos muchachas, la una de hasta catorce años,
y la otra de hasta ocho, con ciertas joyas de oro al cuello, el que
las metió en la barca, haciendo señas que podian los cristianos salir
seguramente. Salieron, pues, algunos á traer agua para los navíos,
estando los indios modestísimos y quietos, y con aviso de no se mover,
ni hacer cosa por donde los españoles tomasen ocasion de tener algun
miedo dellos. Tomada el agua, y como se entrasen en las barcas para
se volver á los navíos, hacíanles señas que llevasen consigo las
muchachas y las piezas del oro que traian colgadas del cuello; y, por
la importunacion del viejo, lleváronlas consigo, y era cosa de notar
las muchachas no mostrar señal de pena ni tristeza, viéndose entregar
á gente tan extraña, y feroz, y de ellos, en vista, y habla y meneos,
tan diversa, ántes mostraban un semblante alegre y honesto. Desque el
Almirante las vido, hízolas vestir, y dalles de comer y de las cosas
de Castilla, y mandó que luego las tornasen á tierra, para que los
indios entendiesen que no eran gente que solian usar mal de mujeres,
pero llegando á tierra, no hallaron persona á quien las diesen; por
lo cual las tornaron al navío del Almirante, y allí las mandó aquella
noche tener, con toda honestidad, á buen recaudo. El dia siguiente,
juéves, á 29 de Setiembre, las mandó tornar en tierra, donde estaban
ya 50 hombres, y el viejo que las habia traido las tornó á rescibir,
mostrando mucho placer con ellas, y volviendo á la tarde las barcas
á tierra, hallaron la misma gente con las mozas, y ellas y ellos
volvieron á los cristianos todo cuanto se les habia dado, sin querer
que dello quedase alguna cosa. Otro dia, saliendo el Adelantado á
tierra, para tomar lengua, y hacer informacion de aquella gente,
llegáronse dos indios de los más honrados, á lo que parecia, junto á
la barca donde iba, y tomáronlo en medio por los brazos hasta sentarlo
en las hierbas muy frescas de la ribera, y preguntándoles algunas
cosas por señas, mandó al escribano que escribiese lo que decian; los
cuales se alborotaron de tal manera viendo la tinta y el papel, y que
escribian, que los más echaron luego á huir, creyóse que por temor que
no fuesen algunas palabras ó señales para los hechizar, porque, por
ventura, se usaban hechizos entre ellos, y presumióse, porque, cuando
llegaban cerca de los cristianos, derramaban por el aire unos polvos
hácia ellos, y de los mismos polvos hacian sahumerios, procurando que
el humo fuese hácia los cristianos, y por este mismo temor, quizá, no
quisieron que quedase con ellos cosa de las que les habian dado de las
nuestras. Reparados los navíos de lo que habian menester y oreados los
bastimentos, y recreada la gente que iba enferma, mandó el Almirante
que saliese su hermano el Adelantado con alguna gente á tierra, para
ver el pueblo, y la manera y trato que los moradores dél tenian; donde
vieron que dentro de sus casas, que eran de madera cubiertas de cañas,
tenian sepulturas en que estaban cuerpos muertos, secos y mirrados, sin
algun mal olor, envueltos en unas mantas ó sábanas de algodon, y encima
de la sepultura estaban unas tablas, y en ellas esculpidas figuras de
animales, y en algunas la figura del que estaba sepultado, y con él
joyas de oro y cuentas, y cosas que por más preciosas tenian. Mandó el
Almirante tomar algunos de aquellos indios, por fuerza, para llevar
consigo y saber dellos los secretos de la tierra. Tomaron siete, no
sin gran escándalo de todos los demás, y, de los siete, dos escogió,
que parecian los más honrados y principales; á los demas dejaron ir
dándoles algunas cosas de las de Castilla, dándoles á entender por
señas, que aquellos tomaban por guías, y despues se los enviarian. Pero
poco los consoló este decir, por lo cual, luego, el siguiente dia, vino
á la playa mucha gente, y enviaron cuatro por embajadores al navío del
Almirante; prometian de dar de lo que tenian, y que les diesen los dos
hombres, que debian ser personas de calidad, y luego trujeron dos
puercos de la tierra, en presente, que son muy bravos, aunque pequeños.
No quiso restituirles los dos presos el Almirante, sino mandó dar á
los mensajeros que habian venido algunas de las bujerías de Castilla
y pagarles sus porquezuelos que habian traido, y saliéronse á tierra
con harto desconsuelo de aquella violencia é injusticia de tomalles
aquellos por fuerza, y llevárselos contra voluntad de todos ellos,
dejando sus mujeres y hijos huérfanos. Y quizá eran señores de la
tierra ó de los pueblos, los que les detenian, injustamente, presos;
y así, tuvieron de allí en adelante justa causa y claro derecho de no
se fiar de ningun cristiano, ántes razon jurídica para hacelles justa
guerra, como es manifiesto.


CAPÍTULO XXII.

Entre otros lugares que el indio viejo, que habian tomado y detenido
de la canoa, en la isla de los Guanajes, y otros indios, nombraron al
Almirante, que habia ó eran tierras de oro, fué uno llamado Caravaró.
Levantó, pues, las anclas desta provincia ó pueblos de Cariarí, 5 de
Octubre, y navegó á la de Caravaró, la última luenga, hácia el Oriente,
donde habia una bahía de mar, de seis leguas de longura y de ancho más
de tres, la cual tiene muchas isletas, y tres ó cuatro bocas, para
entrar los navíos y salir muy buenas con todos tiempos, y por entre
aquellas isletas van los navíos, como si fuesen por calles, tocando las
ramas de los árboles, en la járcia y cuerdas de los navíos; cosa muy
fresca y hermosa. Despues de haber surgido y echado anclas los navíos,
salieron las barcas á una de aquellas isletas, donde hallaron 20 canoas
ó navecitas de un madero, de los indios, y la gente dellas vieron en
tierra desnudos, en cueros del todo, solas las mujeres cubierto lo
vergonzoso; traia cada uno su espejo de oro al cuello, y algunos una
águila, y comenzándoles á hablar los dos indios que traian de Cariarí,
perdieron el temor, y dieron luego un espejo de oro, que pesaba 10
ducados, por tres cascabeles, diciendo que allí, en la tierra firme,
habia mucho de aquello, muy cerca de donde estaban. El dia siguiente, á
7 de Octubre, fueron las barcas á tierra firme, y toparon diez canoas
llenas de gente, todas con sus espejos al cuello, de oro. Tomaron
dellas dos hombres que parecian ser dellos los más principales, para,
con los dos de Cariarí, saber los secretos de la tierra. Dice cerca
desto un testigo, llamado Pedro de Ledesma, piloto señalado, que yo
cognoscí, que salieron á los navíos 80 canoas, con mucho oro, y que
no quiso el Almirante rescibir alguna cosa. Su hijo del Almirante,
D. Hernando Colon, que allí andaba, puesto que niño de trece años, no
hace mencion de 80 canoas, pero pudo ser que viniesen 80, una vez 10,
y otras 20, y así llegasen á 80, y es de creer que mejor cuenta ternia
desto el piloto dicho, que era de cuarenta y cinco y más años, que no
el niño de trece. Los dos hombres que aquí desta canoa tomaron traian
al cuello, el uno, un espejo que pesó 14 ducados, y el otro un águila
que pesó 22, y estos afirmaban, que de aquel metal, pues tanto caso dél
hacian, una jornada y dos de hallí habia harta abundancia. En aquesta
bahía era infinita la cuantidad que habia de pescado, y en la tierra
muchos animales de los arriba nombrados. Habia muchos mantenimientos
de las raíces y de grano, y de frutas. Los hombres andaban totalmente
desnudos, y las mujeres de la manera de las de Cariarí. Desta tierra
ó provincia de Carabaró, pasaron á otra, confin della, que nombraban
Aburená, la última luenga, la cual es, en todo y por todo, como la
pasada. Desta salieron á la mar larga, y, 12 leguas adelante, llegaron
á un rio, en el cual mandó el Almirante salir las barcas, y, llegando
á tierra, obra de 200 indios, que estaban en la playa, arremetieron
con gran furia contra las barcas, metidos en la mar hasta la cinta,
esgrimiendo con sus varas, tañendo bocinas y un atambor, mostrando
querer defender la entrada en su tierra de gente á ellos tan extraña;
echaban del agua salada con las manos hácia los españoles, y mascaban
hierbas y arrojábanlas contra ellos. Los españoles disimulaban,
blandeándolos y aplacándolos por señas, y los indios que traian
hablándolos, hasta tanto que, finalmente, se apaciguaron, y se llegaron
á rescatar ó contratar los espejos de oro que traian al cuello, los
cuales daban por dos ó tres cascabeles; hobiéronse allí entónces 16
espejos de oro fino, que valdrian 150 ducados. Otro dia, viérnes, á
21 de Octubre, tornaron las barcas á tierra, al sabor del rescate;
llamaron á los indios desde las barcas, que estaban cerca de allí, en
unas ramadas que aquella noche hicieron, temiendo que los españoles no
saliesen á tierra y les hiciesen algun daño, pero ninguno quiso venir
á su llamado. Desde á un rato, tañen sus bocinas ó cuernos, y atambor,
y, con gran grita, lléganse á la mar de la manera que de ántes, y,
llegando cerca de las barcas, amagábanles como que les querian tirar
las varas si no se volvian á sus navíos, y se fuesen, pero ninguna
les tiraron; mas á la buena paciencia y humildad de los españoles, no
pareció que era bien sufrir tanto, por lo cual sueltan una ballesta
y dan una saetada á un indio dellos, en un brazo, y tras ella pegan
fuego á una lombarda, y dando el tronido, pensando que los cielos se
caian y los tomaban debajo, no paró hombre de todos ellos, huyendo
el que más podia, por salvarse. Salieron luego de las barcas cuatro
españoles, y tornáronlos á llamar, los cuales, dejadas sus armas, se
vinieron para ellos como unos corderos seguros, y como si no hobieran
pasado nada. Rescataron ó conmutaron tres espejos, excusándose que no
traian al presente más, por no saber que aquello les agradaba. Desta
tierra pasó adelante á otra llamada Catiba, y echando anclas en la boca
de un gran rio, la gente della, con cuernos y atambores, se andaba
toda moviendo, y apedillando. Enviaron á los navíos una canoa con
dos hombres, para ver qué gente nueva era, y qué queria. Habláronles
los indios que se habian tomado atras, y luego entraron en la nao
del Almirante, con mucha seguridad, y, por induccion del indio de
Cariarí y de los otros, se quitaron los espejos de oro, que traian al
cuello, y diéronlos al Almirante, y el Almirante les mandó dar de las
cosas y rescates de Castilla. Salidos estos á tierra, vino luego otra
canoa con tres hombres, y sus espejos al cuello, los cuales hicieron
lo mismo que los primeros. Conciliada ya desta manera el amistad,
salieron las barcas á tierra, donde hallaron mucha gente con el Rey
de aquella provincia, ó pueblos, el cual, ninguna diferencia mostraba
tener de los otros, salvo estar cubierto con una hoja de árbol, porque
llovía, y el acatamiento y reverencia que todos le tenian. Él fué el
primero que rescató su espejo, y dió licencia que los suyos tambien
rescatasen con los cristianos. Fueron por todos 19 espejos, de fino
oro. Pedro de Ledesma, el piloto que arriba dije, depuso en el pleito,
de que ya he hecho algunas veces mencion, presentado por el Fiscal,
que en uno de los puertos por donde andaban entónces, llamado Hurira,
se rescataron 90 marcos de oro por tres docenas de cascabeles; y este
debia ser uno de cinco pueblos, ó todos cinco, donde, salido de la
boca de aquel gran rio, el Oriente arriba, fué luego el Almirante, y
segun dijo D. Hernando Colon, su hijo, allí habia mucho rescate, y
entre ellos estaba Veragua, donde los indios de atras decian que se
cogia el mucho oro, y se labraban los espejos que rescataban. Destos
pueblos fueron á una poblacion llamada Cubija ó Cubiga, donde, segun
la relacion que los indios daban, se acababa la tierra del rescate, la
cual comenzaba desde Carabaró y fenecia en aquella poblacion Cubiga ó
Cubija, que serian obra de 50 leguas de costa de mar. De aquí subió el
Almirante la mar arriba, por el Oriente, como venia, y fué á entrar, en
2 dias de Noviembre, en un puerto mucho bueno, que por ser tal lo llamó
puerto Bello, que estaba obra de seis leguas del que agora llamamos el
Nombre de Dios. El puerto es muy grande y muy hermoso; entró en él por
medio de dos isletas, y, dentro dél, pueden llegarse las naos, muy en
tierra, y salir voltejando si quisieren. Toda la tierra de la redonda
del puerto es la tierra graciosísima, estaba toda labrada y llena de
casas, á tiro de piedra y de ballesta la una de la otra, que parecia
todo una huerta pintada, y de las más hermosas que se habian por toda
aquella costa visto. Allí estuvieron siete dias, por las muchas lluvias
y matos tiempos que les hizo, y en todos ellos vinieron canoas de toda
la comarca, á contratar con los cristianos las comidas y frutas que
tenian, y ovillos de algodon hilado, muy lindo, lo cual, todo, daban
por cosillas de laton, como eran, alfileres y cabos de agujetas, y si
tuvieran oro tambien por ellos lo dieran.


CAPÍTULO XXIII.

Pasados los siete dias, salieron de Bel puerto ó puerto Bello, en 9
de Noviembre, y fueron ocho leguas, y, con malos tiempos, volvieron
atras y entraron en el puerto que llamamos el Nombre de Dios, al
cual llamó el Almirante puerto de Bastimentos, porque todas aquellas
comarcas y tres isletas, que estaban por allí, eran llenas de labranzas
y maizales. Vieron una canoa de indios, y adelantóse una barca llena
de españoles tras ella, por tomar lengua de alguno dellos, pero los
indios, huyendo, dábanse priesa á remar, temiendo si les querian
hacer mal, y como los alcanzasen, llegando la barca como á un tiro
de piedra, echáronse todos á la mar para huir nadando, y cuanto los
marineros remaban, y llegaba la barca junto á ellos, zabullíanse, como
hacen las aves de agua, é iban á salir por debajo del agua un tiro
de ballesta y dos desviados de la barca, por una parte ó por otra; y
esto duró más de grande media legua. Era una fiesta bien de ver, y
de harto pasatiempo y alegría, ver lo que trabajaban los marineros
en su barca por tomar alguno, y cuan en valde, pues á ningun indio
tomaron, y los indios todos se fueron riendo y mofando, á tierra, de
los marineros, y los marineros, vacíos y corridos, se volvieron á las
naos. Estuvieron aquí hasta 23 de Noviembre, adobando los navíos y
la vasija del agua, y, salidos, fueron hácia el Oriente, y llegaron
á una tierra llamada Guija ó Guiga, y salidas las barcas á tierra,
estaban ya esperando los cristianos sobre trescientas personas con
deseos de rescatar sus mantenimientos, y algunas joyuelas de oro que
traian en las orejas y narices; pero no quiso el Almirante parar allí
mucho, más sábado, á 26 del mismo mes, entraron en un portezuelo,
al cual puso el Almirante nombre Retrete, por su estrehura, porque
no cabian en él arriba de cinco ó seis navíos juntos, y la entrada
era por una boca de hasta quince ó veinte pasos de ancho, y de ambas
partes los arracifes que sobreaguaban, que son peñas como puntas de
diamantes, y la canal entre ellos era tan hondable, que, á allegarse
un poco á la orilla, pueden saltar en tierra desde las naos; y esto
fué principal remedio para no se perder los navíos, segun el angostura
era, y la causa deste peligro fué la relacion falsa que hicieron los
marineros que en las barcas entraron primero adelante á sondar ó
conocer la hondura que por allí habia y peligros, por el ansia que
tenian siempre de salir á tierra á rescatar ó contratar con los indios
de la tierra. Por esto parece que el puerto del Retrete no es el que
agora llamamos del Nombre de Dios, como arriba dijimos por relacion de
otros, sino más adelante, hácia el Oriente. Estuvieron aquí los navíos
nueve dias, por los vientos que corrian muy forzosos y contrarios. Al
principio de estos dias, venian los indios muy pacíficos y mansos,
con toda simplicidad, á hacer sus rescates con los cristianos, pero
despues que los españoles se salian sin licencia del Almirante de los
navíos, escondidamente, y se iban por las casas de los indios, y, como
gente disoluta y cudiciosa, les hacian mil agravios, diéronles causa
á que se alterasen de tal forma, que se hobo de quebrar la paz con
ellos, y pasaban algunas escaramuzas; y como ellos, de cada dia se
juntasen en mayor copia, osaban ya venir hasta cerca de los navíos,
que, como dijimos, estaban con el bordo á tierra, pareciéndoles que
podian hacer el daño que quisiesen, aunque les saliera bien por el
contrario, si el Almirante no tuviera siempre respecto á mitigallos
con sufrimiento y buenas obras. Todo esto dice don Hernando, hijo del
Almirante; donde parece quién fué y era la causa de que los indios
se escandalizasen y tuviesen por mala gente á los cristianos, y no
quisiesen con ellos paz. Parece tambien, si aquellas gentes, desde
su descubrimiento, fueran tractadas por amor y justicia, segun dicta
la razon natural, y prosiguiera siempre adelante con ellos la vía de
comercio y contratacion pacífica y moderada, y mucho más si fuera
cristiana, como justamente hobiéramos dellos todo lo que de oro y
riquezas tenian y abundaban, por nuestras cosillas de no nada, y cuánta
paz y amor entre nosotros y ellos se conciliara, y, por consiguiente,
cuán cierta y fácil fuera su conversion á Cristo, y cuánto la Iglesia
universal se gozara de tener tan infinitos hijos cristianos. Añide más
D. Hernando: «que, visto su demasiado atrevimiento, por espantallos,
mandaba tirar el Almirante alguna lombarda de cuando en cuando, y
que ellos respondian con gran grita, dando con sus bastones en las
ramas de los árboles, haciendo grandes amenazas y mostrando no tener
temor del sonido ó estruendo de las lombardas, pensando que debian
ser como los truenos secos sin rayos, no más de para causar espanto;
y, que porque no tuviesen tan gran soberbia, ni menospreciasen á los
cristanos, mandó que una vez tirasen una lombarda contra una cuadrilla
de gente que estaba junta y apeñuscada en un cerrito, y dando por medio
dellos la pelota, hízoles cognoscer que aquella burla era tambien rayo
como trueno, por tal manera, que despues, áun tras los montes, no se
osaban asomar.» Esto dice D. Hernando, y así parece que debia de haber
muerto algunos dellos la pelota de la lombarda; y, cierto, harta mal
enmienda de los escándalos que los españoles habian causado á aquellas
pacíficas gentes, y poco sufrimiento y ménos buenas obras en esto hizo
el Almirante, por no más de porque no tuviesen tan gran soberbia, y
no menospreciasen los cristianos, con la lombarda matallos, siendo
ellos primero escandalizados y agraviados, mostrándose tan pacíficos
y amigos, y los españoles, por el contrario, haber sido culpados, y
quizá muy culpados, lo que, por ventura, D. Hernando calla. Cierto,
mejor sufrimiento fuera castigar con rigor el Almirante á los que
los habian agraviado y escandalizado en presencia dellos, para que
pareciera pesarle dello, y ser sólos culpados aquellos, y con palabras
ó señas, y mucho más con dádivas y buenas otras obras, satisfacellos,
que no á grandes pecados añadir otros más detestables, con que mayores
daños les hicieron. Dice tambien D. Hernando, que la gente de aquella
tierra era la más bien dispuesta que hasta entónces se habia visto en
estas Indias; eran altos de cuerpo y enjutos, de muy buenos gestos. La
tierra toda rasa, y de mucha hierba y poca arboleda. En el puerto habia
grandísimos lagartos que salian á dormir en seco, los cuales lanzan de
sí un olor que parece que allí está todo el almizcle del mundo, y son
tan carniceros, que si hallan un hombre durmiendo en tierra, lo llevan
arrastrando al agua para comello, puesto que son muy cobardes y huyen
cuando son acometidos. Estos son los verdaderos cocodrilos de los que
se dice abundar el rio Nilo; hay muchos en los rios que salen á esta
mar que decimos del Norte, pero muchos más, sin número, en los que
corren á la mar del Sur.


CAPÍTULO XXIV.

Andando en esto habia grandes tempestades y contrarios tiempos, cuasi
siempre, unos dias más que otros; y viendo el Almirante impedirle los
tiempos Levantes y Nordestes, que son brisas fuertes, de ir adelante,
siguiendo la vía que llevaba del Oriente, lúnes, 5 dias de Diciembre,
determinó de volver atras, para certificarse de las minas del oro,
que ser muy ricas, en la provincia de Veragua, le habian dicho; así
que, aquel mesmo dia, llegó á Bel puerto, que serian hasta 10 leguas
al Occidente. Siguiendo su camino, el dia siguiente asoma un viento
gueste, que es Poniente, contrarísimo al camino que habia querido tomar
de nuevo, y próspero para el que llevaba y habia deseado por tres
meses, que lo puso en muy grande aprieto. No quiso tornar la vía del
Oriente, para la cual bien le sirviera, por la incertidumbre que cada
dia experimentaba de los vientos. Forcejó contra los vientos, crecióle
la tormenta, y anduvieron nueve dias sin esperanza de vida. Dice el
Almirante en la carta, que desde la isla de Jamáica escribió á los
Reyes, que nunca ojos vieron la mar tan alta ni tan brava, y la espuma
della que parecia arder en fuego. El viento estorbaba ir adelante y no
daba lugar para correr á la mar larga, ni para socorrerse con alguna
punta de tierra ó cabo. Un dia y una noche pareció que ardia en vivas
llamas el cielo, segun la frecuencia de los truenos y relámpagos y
rayos que caian, que cada momento esperaban de ser abrasados todos, y
los navíos hundidos á pedazos, segun los vientos eran espantables. Los
truenos eran tan bravos y tan espesos, que pensaban los de un navío que
los de los otros disparaban el artillería, demandando socorro porque
se hundian. Con todo esto eran tantas y tan espesas las lluvias y
aguas del cielo, que, en dos ni en tres dias, no cesaba de llover á
cántaros, que no parecia sino que resegundaba otro Diluvio. La gente de
los navíos estaba tan molida, turbada, enferma y de tantas amarguras
llena, que, como desesperada, deseaba más la muerte que la vida; viendo
que todos cuatro elementos contra ellos tan cruelmente peleaban. Temian
el fuego, por los rayos y relámpagos; los vientos unos contrarios de
otros tan furiosos y bravos y desmensurados; el agua de la mar que los
comia, y la de los cielos que los empapaba; la tierra por los bajos
y roquedos de las costas no sabidas, que, hallándose cabe el puerto,
donde consiste el refugio de los mareantes, por no tener noticia
dellos ó por no les saber las entradas, escogen los hombres ántes
pelear y contrastar con bravos vientos y con la espantosa soberbia
de la mar, y con todos los otros peligros que hay, que llegarse á la
tierra, que, como más propicia y á nosotros más agradable y natural,
entónces más deseamos. Sobrevínoles otro peligro y angustia, sobre
todos los relatados, y esta fué una manga que se suele hacer en la mar.
Esta es como una nube ó niebla que sube de la mar hácia el aire, tan
gruesa como una cuba ó tonel, por la cual sube á las nubes el agua,
torciéndola á manera de torbellino, que cuando acaece hallarse juntas
las naos, las anega y es imposible escapar. Tuvieron por remedio decir
el Evangelio de San Juan, y así la cortaron, y creyeron por la virtud
divina haber escapado. Padecieron en estos dias terribles trabajos, que
ya no habia hombre que pensase, por solos los cansancios y molimientos,
con vida escapar. Dióles Dios un poco de alivio dándoles un dia ó dos
de calmas, en los cuales fueron tantos los tiburones que acudieron á
los navíos, que les ponian espanto y no ménos en gran temor, tomándolos
por agüeros, algunos, que no fuese alguna mala señal. Pero, sin ser
agüero, podia ser señal natural, como las toninas ó delfines lo es de
tormenta cuando sobreaguan, como arriba en el capítulo 5.º dimos alguna
relacion. Hicieron grande matanza dellos con anzuelos de cadena, que
no les fueron poco provechosos para hacer bastimento, porque tenian
ya falta de viandas, por haber ya ocho meses que andaban por la mar,
y así consumido la carne y pescado que de España habian sacado, dello
comido y dello podrido por los calores y bochorno, y tambien la humedad
que corrompe las cosas comestibles por estas mares; pudrióseles tanto
el bizcocho, y hinchióseles de tanta cantidad de gusanos, que habia
personas que no querian comer ó cenar la maçamorra que, del bizcocho y
agua, puesta en el fuego, hacian, sino de noche, por ver la multitud
de los gusanos que dél salian y con él se cocian. Otros estaban ya tan
acostumbrados por la hambre á comerlos, que ya no los quitaban, porque
en quitarlos se les pasaria la cena; tantos eran. En este camino hácia
Veragua, en obra de 15, 20 ó 30 leguas, fueron cosas espantosas las
que con los tiempos contrarios les acaecieron. Salian de un puerto,
y no parecia sino que el viento contrario, de industria, los estaba
esperando como tras un canton, para resistillos. Volvian con la fuerza
dél hácia el Oriente; cuando no se cataban, venia otro que los volvia
impetuosamente al Poniente, y esto tantas y tan diversas veces, que no
sabia el Almirante ni los que con él andaban qué decir ni hacer. Por
todos estos temporales tan adversos y diversos, que parece que nunca
hombres navegantes padecieron en tan poco camino, como desde Bel puerto
hasta Veragua, otros tales, puso por nombre á aquella costa, la costa
de los Contrastes. En todo este tiempo, el Almirante padecia enfermedad
de gota, y sobre ella estas angustias y trabajos, y la gente, lo mismo,
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