Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 25

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no la llevando dentro del dicho término fuesen vacos, y Sus Altezas
los proveyesen á otras nuevas personas. Lo cuarto, que los Obispos,
por virtud de la bula del Papa Julio, declarasen la manera de traer
corona, y del hábito que habian de traer los de prima tonsura, la
cual fuese de grandor de un real castellano, y el cabello dos dedos
debajo de la oreja, y poco más bajo por detrás; la ropa de fuera fuese
tabardo, ó capuz cerrado, ó loba cerrada, ó abierta, tan larga que, á
lo ménos con un palmo, llegase al empeine, y que no fuesen coloradas,
ni verdes, ni amarillas, ni de otra color deshonesta. Item, que no
ordenasen de corona á ninguno si no supiese hablar y entender latin,
y que no puedan ordenar á quien tuviere dos ó tres hijos varones, más
de uno, porque no es que ninguno quiera todos los hijos para clérigos.
Item, en el guardar de las fiestas, se guarden las ordenadas por la
Iglesia, y no otras, aunque sean por voto y promesa, ni en los sínodos
se ordene que se guarden más de las que entónces se guardaban en la
isla Española, sino fuere cuanto á la solemnidad, y no para que los
cristianos las guarden. Item, que los Obispos no lleven diezmos de oro
y plata perlas, ni piedras preciosas, sino de las otras cosas, conforme
á la bula del Papa, y aquello, no en dineros, sino en los frutos, como
se llevaba en Castilla, y que ni por esta causa, ni por otra, _directe_
ni _indirecte_, no apartaran los indios de aquello que agora hacian
para el sacar el oro, ántes los animaran y aconsejaran que sirvan
mejor que hasta aquí en el sacar del oro, diciéndoles que es para
hacer guerra á los infieles, y las otras cosas que vieren que pueden
aprovechar para que los indios trabajasen bien. Item, que el arzobispo
de Sevilla, como metropolitano, ó su Fiscal, puedan estar é residir
en cualquiera de los dichos obispados, y ejercer su oficio, y que no
pueda poner el metropolitano por oficial á ninguno de los Prelados de
las dichas islas. Item, que ninguna persona pueda sacar oro ni traer
personas que lo saquen, sino estuvieren sometidos á la jurisdiccion
de Sus Altezas, y á las ordenanzas que allá se guardan, y paguen los
derechos que los seglares. Item, que los que tuvieren indios en las
minas, ni los mismos indios, no puedan ser convenidos ni traidos, ni
arrastrados, ni llamados por sus causas, ni ajenas, por ningun Juez,
durante las demoras, porque ésto se les dá por inducias de pan y
vino coger, por cuanto aquel es fructo de la tierra y se ha de dar en
lugar del oro, segun se da en Castilla. Item, en las causas civiles,
profanas, los que se eximieren por la corona, pierdan los indios y lo
que tuvieren en las minas, sino fuere la causa eclesiástica, porque
ésta se puede ventilar ante el Juez eclesiástico, sin pena. Esta fué la
capitulacion celebrada entre los Reyes y los primeros Obispos, parte
de la cual, cierto, muestra la ceguedad que en los del Consejo del Rey
entónces habia, y la poca noticia que el Rey tenia de la perdicion de
aquestas gentes míseras, y no ménos la ignorancia de los Obispos, y la
ceguedad de los del Consejo en que aconsejasen al Rey que forzase por
vía de contrato, cuasi violento, á que los Obispos se obligasen á no
impedir á los indios _directe_ ni _indirecte_ dejar de sacar oro, y,
lo que más es, á que los animasen y aconsejasen á que lo sacasen, como
quiera que de sí sea manifiesto por las leyes de los Emperadores que
ellos leian, y por historias que debieran haber leido, sacar metales
haberse dado por pena y muerte, cuasi natural, por gravísimos delictos,
como por experiencia harto larga, y no sé si se hobiese áun entónces
visto, que al cabo y al efecto de por sacar oro, ser destruidos y
muertos todos los innumerables vecinos indios desta isla, y de todas
estas islas. Item, el poco cuidado que los del Consejo habian tenido
en saber cómo, en el sacar del oro, á los indios les iba, si morian ó
vivian, como en la verdad, el año de 511 y 12, cuando ésto se trataba,
segun se dijo, habian, toda la mayor parte de la gente desta isla,
perecido; y porque digo la mayor parte, fué muy mal dicho, porque
parece cosa de escarnio, fué tanto la mayor parte, que de tres cuentos
de ánimas no habian quedado obra de 20.000. Razon fuera que el Consejo
del Rey tuviera cuenta con saber desta vendimia, y no de obligar á los
Obispos á aquello, á cuyo contrario, impugnar, y resistir, y extirpar,
como pestilencia vastativa de todas sus ovejas, eran obligados de
precepto natural y divino; más parece, cierto, haberse desvelado en
cómo habria oro el Rey, que en descargalle la conciencia, y de la
salvacion de aquestas gentes, cuya carga tenian ellos más que el
Rey sobre sí mismos, los entendimientos de los cuales, no sólo de la
ignorancia del derecho, pero de la del hecho, eran entenebrecidos.
Tambien fué poca lumbre, ántes parte de gruesas tinieblas, asentar en
la dicha capitulacion que los Obispos dijesen á los indios, para los
animar á sacar oro, que era para hacer guerra á los infieles, como
quiera que fuese cosa impertinente y ántes muy nociva, dar cuenta á los
indios que habia en el mundo otros algunos infieles sin ellos. La poca
y ninguna noticia que el Rey tenia de la perdicion destas gentes, asaz
se sigue de lo dicho, porque cuando los ciegos guian, ¿de los que van
tras ellos, qué se espera? Y así, cuando los de los Consejos de los
Reyes andan en tinieblas, ¡guay de los Reyes! y, por mejor decir, ¡guay
de los reinos!; y ésto así, más que en toda la redondez del mundo, ha
acaecido en estos infelicísimos reinos deste orbe todo destas Indias.
La ignorancia de los Obispos no ménos queda de lo dicho manifiesta,
pues se obligaban, á ojos ciegas, á no apartar por alguna causa á los
indios de sacar oro, como quiera que debian estar recatados en no se
obligar á lo que podia ser injusto y malo, que de cierto no sabian,
cuanto más que la misma obra les pudiera dar sospecha, diciendo sacar
oro y servir; si quizá no imaginaron que sacar oro no era otra cosa,
sino que, como fructa de los árboles, se cogia. Otorgóse la dicha
capitulacion en presencia de Francisco de Valenzuela, canónigo de
Palencia, y Notario público apostólico, en 3 dias de Mayo, año de 1512.


CAPÍTULO III.

En este tiempo ya los religiosos de Sancto Domingo habian considerado
la triste vida y aspérrimo captiverio que la gente natural desta isla
padecia, y cómo se consumian, sin hacer caso dellos los españoles que
los poseian, más que si fueran unos animales sin provecho, despues de
muertos solamente pesándoles de que se les muriesen, por la falta que
en las minas del oro y en las otras granjerías les hacian; no por eso
en los que les quedaba usaban de más compasion ni blandura, cerca del
rigor y aspereza con que, oprimir, y fatigar y consumirlos, solian. Y
en todo ésto habia entre los españoles más y ménos, porque unos eran
crudelísimos, sin piedad ni misericordia, sólo teniendo respeto á
hacerse ricos con la sangre de aquellos míseros, otros, ménos crueles,
y otros, es de creer, que les debia doler la miseria y angustia
dellos, pero todos, unos y otros, la salud y vidas, y salvacion de los
tristes, tácita ó expresamente á sus intereses solos, y particulares y
temporales, posponian. No me acuerdo cognoscer hombre piadoso, para con
los indios que le sirviesen, dellos, sino solo uno, que se llamó Pedro
de la Rentería, del cual abajo, si place á Dios, habrá bien que decir.
Así que, viendo y mirando, y considerando, los religiosos dichos,
por muchos dias, las obras que los españoles á los indios hacian,
y el ningun cuidado que de su salud corporal y espiritual tenian,
y la inocencia, paciencia inextimable y mansedumbre de los indios,
comenzaron á juntar el derecho con el hecho, como hombres de los
espirituales y de Dios muy amigos, y á tractar entre sí de la fealdad
y enormidad de tan nunca oida injusticia, diciendo así: «¿Estos no son
hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de la
caridad y de la justicia? ¿Estos, no tenian sus tierras propias, y sus
señores y señoríos? ¿Estos, hánnos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo
no somos obligados á predicársela, y trabajar con toda diligencia de
convertillos? Pues, ¿cómo siendo tantos y tan innumerables gentes las
que habia en esta isla, segun nos dicen, en tan breve tiempo, que
es obra de quince ó diez y seis años, han tan cruelmente perecido?»
Allegóse á ésto, que uno de los españoles que se habian hallado en
hacer las matanzas y estragos crueles que se habian hecho en estas
gentes, mató su mujer á puñaladas, por sospecha que della tuvo que le
cometia adulterio, y ésta era de las principales señoras naturales de
la provincia de la Vega, señora de mucha gente; éste anduvo por los
montes tres ó cuatro años, ántes que la Órden de Sancto Domingo á esta
isla viniese, por miedo de la justicia, el cual, sabida la llegada de
la Órden y el olor de sanctidad que de sí producia, vínose una noche
á la casa que, de paja, habian dado á los religiosos, para en que se
metiesen, y hecha relacion de su vida, rogó con gran importunidad
y perseverancia que le diesen el hábito de fraile lego, en el cual
entendia, con el favor de Dios, de servir toda su vida. Diéronselo con
caridad, por ver en él señales de conversion y detestacion de la vida
pasada, y deseo de hacer penitencia, la cual, despues, hizo grandísima,
y al cabo tenemos por cierto que murió mártir, porque suele Dios, en
los grandes pecadores, mostrar su inmensa misericordia, haciendo con
ellos maravillas; de su martirio diremos abajo, si á Dios pluguiere
que á su lugar lleguemos con vida, y será cuasi al cabo deste tercero
libro. Este, que llamaron fray Juan Garcés, y en el mundo Juan Garcés,
asaz de mí cognoscido, descubrió á los religiosos muy en particular
las execrables crueldades que él y todos los demas en estas inocentes
gentes habian, en las guerras y en la paz, si alguna se pudiera paz
decir, cometido, como testigo de vista. Los religiosos, asombrados de
oir obras, de humanidad y costumbre cristiana, tan enemigas, cobraron
mayor ánimo para impugnar el principio, y medio y el fin de aquesta
horrible y nueva manera de tiránica injusticia, y encendidos del calor
y celo de la honra divina, y doliéndose de las injurias que contra su
ley y mandamientos á Dios se hacian, de la infamia de su fe que entre
aquestas naciones, por las dichas obras, hedia, y compadeciéndose
entrañablemente de la jactura de tan gran número de ánimas, sin haber
quién se doliese ni hiciese cuenta dellas, como habian perecido y
cada hora perecian, suplicando y encomendándose mucho á Dios, con
contínuas oraciones, ayunos y vigilias, les alumbrase para no errar
en cosa que tanto iba, como quiera que se les representaba cuán nuevo
y escandaloso habia de se despertar á personas que en tan profundo y
abisal sueño, y tan insensiblemente dormian; finalmente, habido su
maduro y repetido muchas veces consejo, deliberaron de predicarlo en
los púlpitos públicamente, y declarar el estado en que, los pecadores
nuestros que aquestas gentes tenian y oprimian, estaban, y muriendo
en él, donde, al cabo de sus inhumanidades y cudicias, á rescibir su
galardon iban. Acuerdan todos los más letrados dellos, por órden del
prudentísimo siervo de Dios, el padre fray Pedro de Córdoba, Vicario
dellos, el sermon primero que cerca de la materia predicarse debia,
y firmáronlo todos de sus nombres, para que pareciese como no sólo
del que lo hobiese de predicar, pero que de parecer y deliberacion,
y consentimiento y aprobacion de todos procedia; impuso, mandándolo
por obediencia el dicho padre Vicario que predicase aquel sermon, al
principal predicador dellos despues del dicho padre Vicario, que se
llamaba el padre fray Anton Montesino, que fué el segundo de los tres
que trajeron la Órden acá, segun que arriba, en el libro II, cap. 54,
se dijo. Este padre fray Anton Montesino tenia gracia de predicar; era
aspérrimo en reprender vicios, y sobre todo, en sus sermones y palabras
muy colérico, eficacísimo, y así hacia, ó se creia que hacia, en sus
sermones mucho fructo; á éste, como muy animoso, cometieron el primer
sermon desta materia, tan nueva para los españoles desta isla, y la
novedad no era otra sino afirmar, que matar estas gentes era más pecado
que matar chinches. Y porque era tiempo del adviento, acordaron que
el sermon se predicase el cuarto domingo, cuando se canta el Evangelio
donde refiere el Evangelista Sant Juan: «Enviaron los fariseos á
preguntar á San Juan Baptista quién era, y respondióles: _Ego vox
clamantis in deserto_.» Y porque se hallase toda la ciudad de Sancto
Domingo al sermon, que ninguno faltase, al ménos de los principales,
convidaron al segundo Almirante que gobernaba entónces esta isla, y á
los oficiales del Rey, y á todos los letrados juristas que habia, á
cada uno en su casa, diciéndoles que el Domingo en la iglesia mayor
habria sermon suyo, y querian hacerles saber cierta cosa que mucho
tocaba á todos, que les rogaban se hallasen á oirlo. Todos concedieron
de muy buena voluntad, lo uno por la gran reverencia que les hacian,
y estima que dellos tenian, por su virtud y estrechura en que vivian,
y rigor de religion, lo otro, porque cada uno deseaba ya oir aquello
que tanto les habian dicho tocarles, lo cual, si ellos supieran ántes,
cierto es que no se les predicara, porque ni lo quisieran oir, ni
predicar les dejaran.


CAPÍTULO IV.

Llegado el domingo y la hora de predicar, subió en el púlpito el
susodicho padre fray Anton Montesino, y tomó por tema y fundamento de
su sermon, que ya llevaba escripto y firmado de los demas: _Ego vox
clamantis in deserto_. Hecha su introduccion y dicho algo de lo que
tocaba á la materia del tiempo del adviento, comenzó á encarecer la
esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles desta
isla, y la ceguedad en que vivian, con cuánto peligro andaban de su
condenacion, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta
insensibilidad estaban contínuamente zabullidos y en ellos morian.
Luégo torna sobre su tema, diciendo así: «Para os los dar á cognoscer
me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla,
y por tanto, conviene que, con atencion, no cualquiera, sino con todo
vuestro corazon y con todos vuestros sentidos, la oigais; la cual
voz os será la más nueva que nunca oisteis, la más áspera y dura y
más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oir.» Esta voz,
encareció por buen rato con palabras muy pungitivas y terribles, que
los hacia estremecer las carnes, y que les parecia que ya estaban en el
divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en universal encarecida,
declaróles cuál era ó qué contenia en si aquella voz. «Esta voz, dijo
él, que todos estais en pecado mortal y en el vivís y morís, por
la crueldad y tiranía que usais con estas inocentes gentes. Decid,
¿con qué derecho y con qué justicia teneis en tan cruel y horrible
servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habeis hecho tan
detestables guerras á estas gentes que estaban en sus tierras mansas
y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y extragos nunca
oidos, habeis consumido? ¿Cómo los teneis tan opresos y fatigados, sin
dalles de comer ni curallos en sus enfermemades, que de los excesivos
trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los
matais, por sacar y adquirir oro cada dia? ¿Y qué cuidado teneis de
quien los doctrine, y conozcan á su Dios y criador, sean baptizados,
oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres?
¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados á amallos como á
vosotros mismos? ¿Esto no entendeis, ésto no sentís? ¿Cómo estais en
tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto,
que en el estado que estais, no os podeis más salvar, que los moros
ó turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.» Finalmente,
de tal manera se explicó la voz que ántes habia muy encarecido,
que los dejó atónitos, á muchos como fuera de sentido, á otros más
empedernidos, y algunos algo compungidos, pero á ninguno, á lo que yo
despues entendí, convertido. Concluido su sermon bájase del púlpito
con la cabeza no muy baja, porque no era hombre que quisiese mostrar
temor, así como no lo tenia, ni se daba mucho por desagradar los
oyentes, haciendo y diciendo, lo que, segun Dios, convenir le parecia;
con su compañero váse á su casa pajiza, donde, por ventura, no tenian
qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les
acaecia. Él salido, queda la iglesia llena de murmuro, que, segun yo
creo, apenas dejaron acabar la misa. Puédese bien juzgar, que no se
leyó leccion de menosprecio del mundo á las mesas de todos, aquél
dia. En acabando de comer, que no debiera ser muy gustosa la comida,
júntase toda la ciudad en casa del Almirante, segundo en esta dignidad
y real oficio, D. Diego Colon, hijo del primero que descubrió estas
Indias, en especial los oficiales del Rey, Tesorero y Contador, Factor
y Veedor, y acuerdan de ir á reprender y asombrar al predicador y á
los demas, sino lo castigaban como á hombre escandaloso, sembrador
de doctrina nueva, nunca oida, condenando á todos, y que habia dicho
contra el Rey é su señorío que tenia en estas Indias, afirmando que
no podian tener los indios, dándoselos el Rey, y estas eran cosas
gravísimas é irremisibles. Llaman á la portería, abre el portero,
dícenle que llame al Vicario, y aquel fraile que habia predicado tan
grandes desvaríos; sale sólo el Vicario, venerable padre, fray Pedro
de Córdoba, dícenle con más imperio que humildad, que haga llamar al
que habia predicado. Responde, como era prudentísimo, que no habia
necesidad, que si su señoría y mercedes mandaban algo, que él era
Prelado de aquellos religiosos, y él responderia. Porfian mucho con él
que lo hiciese llamar; él con gran prudencia y autoridad, con palabras
muy modestas y graves, como era costumbre hablar, se excusaba y evadia.
Finalmente, porque lo habia dotado la divina Providencia, entre otras
virtudes naturales y adquísitas, era de persona tan venerable y tan
religiosa, que mostraba con su presencia ser de toda reverencia digno;
viendo el Almirante y los demas, que, por razones y palabras de mucha
autoridad, el padre Vicario no se persuadia, comenzaron á blandear
humillándose, y ruéganle que lo mande llamar, porque, él presente,
les quieren hablar, y preguntarles cómo y en qué se fundaban para
determinarse á predicar una cosa tan nueva y tan perjudicial, en
deservicio del Rey y daño de todos los vecinos de aquella ciudad y de
toda esta isla. Viendo el sancto varon que llevaban otro camino é iban
templando el brío con que habian venido, mandó llamar al dicho padre
fray Anton Montesino, el cual maldito el miedo con que vino; sentados
todos, propone primero el Almirante por sí é por todos su querella,
diciendo, que cómo aquel padre habia sido osado á predicar cosas en tan
gran deservicio del Rey, é daño de toda aquella tierra, afirmando que
no podian tener los indios, dándoselos el Rey que era señor de todas
las Indias, en especial habiendo ganado los españoles aquellas islas
con muchos trabajos, y sojuzgado los infieles que las tenian, y porque
aquel sermon habia sido tan escandaloso y en tan gran deservicio del
Rey é perjudicial á todos los vecinos desta isla, que determinasen que
aquel padre se desdijese de todo lo que habia dicho, donde no que ellos
entendian poner el remedio que conviniese. El padre Vicario respondió,
que lo que habia predicado aquel padre habia sido de parecer, voluntad
y consentimiento suyo y de todos, despues de muy bien mirado y
conferido entre ellos, y con mucho consejo y madura deliberacion se
habian determinado que se predicase como verdad evangélica, y cosa
necesaria á la salvacion de todos los españoles y los indios desta
isla, que vian perecer cada dia sin tener dellos más cuidado que
si fueran bestias del campo; á lo cual eran obligados, de precepto
divino, por la profesion que habian hecho en el bautismo, primero de
cristianos, y despues de ser frailes predicadores de la verdad, en lo
cual no entendian deservir al Rey, que acá los habia enviado á predicar
lo que sintiesen que debian predicar necesario á las ánimas, sino
serville con toda fidelidad, y que tenian por cierto que, desque Su
Alteza fuese bien informado de lo que acá pasaba, y lo que sobre ello
habian ellos predicado, se ternia por bien servido, y les daria las
gracias. Poco aprovechó la habla y razones della, que el sancto varon
dió en justificacion del sermon, para satisfacellos y aplacallos de la
alteracion que habian rescibido en oir que no podian tener los indios,
como los tenian, tiranizados, porque no era camino aquello porque su
cudicia se hartase, porque, quitados los indios, de todos sus deseos y
suspiros quedaban defraudados; y así, cada uno de los que allí estaban,
mayormente los principales, decia, enderezado al propósito, lo que se
le antojaba. Convenian todos en que aquel padre se desdijese el domingo
siguiente de lo que habia predicado, y llegaron á tanta ceguedad, que
les dijeron, si no lo hacian, que aparejasen sus pajuelas para se ir
á embarcar é ir á España; respondió el padre Vicario, por cierto,
señores, en eso podremos tener harto de poco trabajo. Y así era,
cierto, porque sus alhajas no eran sino uno hábitos de jerga muy basta
que tenian vestidos, y unas mantas de la misma jerga con que se cobrian
de noche; las camas eran unas varas puestas sobre unas horquetas que
llaman cadalechos, y sobre ellas unos manojos de paja, lo que tocaba al
recaudo de la misa, y algunos librillos, que pudiera quizá caber todo
en dos arcas. Viendo en cuán poco tenian los siervos de Dios todas las
especies, que les ponian delante, de amenazas, tornaron á blandear como
rogándoles que tornasen á mirar en ello, y que, bien mirado, en otro
sermon lo que se habia dicho se enmendase para satisfacer al pueblo,
que habia sido y estaba en grande manera escandalizado. Finalmente,
insistiendo mucho en que, para el primer sermon, lo predicado se
moderase y satisfaciese al pueblo, concedieron los padres, por
despedirse ya dellos y dar fin á sus frívolas importunidades, que fuese
así en buena hora, que el mismo padre fray Anton Montesino tornaria el
domingo siguiente á predicar, y tornaria á la materia, y diria sobre lo
que habia predicado lo que mejor le pareciese, y, en cuanto pudiese,
trabajaria de los satisfacer, y todo lo dicho declarárselo; ésto así
concertado, fuéronse alegres con esta esperanza.


CAPÍTULO V.

Publicaron ellos luégo, ó dellos algunos, que dejaban concertado con
el Vicario y con los demas, que el domingo siguiente, de todo lo
dicho se habia de desdecir aquel fraile; y para oir aqueste sermon
segundo, no fué menester convidallos, porque no quedó persona en toda
la ciudad que en la iglesia no se hallase, unos á otros convidándose,
que se fuesen á oir aquel fraile, que se habia de desdecir de todo
lo que habia dicho el domingo pasado. Llegada la hora del sermon,
subido en el púlpito, el tema que para fundamento de su retractacion y
desdecimiento se halló, fué una sentencia del Sancto Job, en el cap.
36, que comienza: _Repetam scientiam meam á principio, et sermones
meos sine mendatio esse probabo_. Tornaré á referir desde su principio
mi sciencia y verdad, que el domingo pasado os prediqué, y aquellas
mis palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas. Oido
éste su tema, ya vieron luégo los más avisados á dónde iba á parar,
y fué harto sufrimiento dejalle de allí pasar. Comenzó á fundar su
sermon y á referir todo lo que en el sermon pasado habia predicado,
y á corroborar con más razones y autoridades lo que afirmó, de tener
injusta y tiránicamente aquellas gentes opresas y fatigadas, tornando á
repetir su sciencia, que tuviesen por cierto no poderse salvar en aquel
estado, por eso, que con tiempo se remediasen, haciéndoles saber que
á hombre dellos no confesarian, más que á los que andaban salteando,
y aquello publicasen y escribiesen á quien quisiesen á Castilla; en
todo lo cual, tenian por cierto que servian á Dios, y no chico servicio
hacian al Rey. Acabado su sermon fuése á su casa, y todo el pueblo en
la iglesia quedó alborotado, gruñendo, y muy peor que ántes indignado
contra los frailes, hallándose, de la vana é inícua esperanza que
tuvieron, que se habia de retractar de lo dicho, defraudados, como si
ya que el fraile se desdijera, la ley de Dios, contra la cual ellos
hacian en oprimir y estirpar estas gentes, se mudara. Peligrosa cosa
es, y digna de llorar mucho de los hombres que están en pecados,
mayormente los que con robos y daños de sus prójimos han subido ó
mayor estado del que nunca tuvieron, porque más duro les parece, y áun
lo es, decaer dél, que echarse de grandes barrancos abajo; yo añido,
que es imposible dejallos por vía humana, si Dios no hace grande
milagro; de aquí es tener por muy áspero y abominable oirse reprender
en los púlpitos, porque miéntras no lo oyen, paréceles que Dios está
descuidado, y que la ley divina es revocada, porque los predicadores
callan. Desta insensibilidad, peligro y obstinacion y malicia, más
que en otra parte del mundo, ni género de gente, consumada, tenemos
ejemplos sin número y experiencia ocular, en estas nuestras Indias,
padecer cada dia la gente, de nuestra España. Tornando al propósito,
salidos de la iglesia furibundos, é idos á comer, tuvieron la comida no
muy sabrosa, sino, segun que yo creo, más que amarga; no curan más de
los frailes, porque ya tenian entendido que hablar en ésto con ellos
les aprovecha nada. Acuerdan, con efecto, escribillo al Rey en las
primeras naos, como aquellos frailes que á ésta isla habian venido,
habian escandalizado al mundo sembrando doctrina nueva, condenándolos á
todos para el infierno, porque tenian los indios y se servian dellos en
las minas y los otros trabajos, contra lo que Su Alteza tenia ordenado,
y que no era otra cosa su predicacion, sino quitalle el señorío y las
rentas que tenia en estas partes. Estas cartas, llegadas á la córte,
toda la alborotaron; escribe el Rey y envió á llamar al Provincial de
Castilla, que era el Prelado de los que acá estaban, porque aún no
era ésto provincia por sí, quejándose de sus frailes que acá habia
enviado, que le habian mucho deservido en predicar cosas contra su
estado, y alboroto, y escándalo de toda la tierra, grande, que luégo
lo remediase, si nó que él lo mandaria remediar. Veis aquí, cuán
fáciles son los Reyes de engañar, y cuán infelices se hacen los reinos
por informacion de los malos, y cómo se oprime en tierra que no suene
ni respire la verdad. Las cartas de más eficacia que á Castilla y al
Rey llegaron, fueron las del Tesorero Miguel de Pasamonte, de quien
arriba en el libro II hablamos, por tener con el Rey grande autoridad,
y ser Lope Conchillos, Secretario, ambos aragoneses, y el Rey viejo
y cansado, calidades que, para que el Rey entendiese la verdad, no
poco desayudaban. Enviadas las cartas, proveyeron de otra industria
harto eficaz para contra los frailes, y ésta fué la que los demonios
tienen muy usada para que su reino prevalezca, y el de Cristo y la
verdad, que es los nervios que lo sustentan, estén siempre combatidos
y amortiguados y anden bambaleándose, y para ésto, por ministros de
sus maldades, aunque con especie de bien y bondad, trabaja con todo su
poder de poner personas espirituales, porque tomar los malos y de vida
depravada, fácil cosa seria, las cautelas y maldades artificiosas, que
para salir con su propósito emprende, entendérselas y desbaratárselas.
Ya se dijo arriba, en el libro II, cap. 3.º, como en el año de 502
vinieron á esta isla ciertos buenos religiosos de la Orden de Sant
Francisco, cuyo Prelado y caudillo era un padre de presencia y religion
harto venerable, llamado fray Alonso del Espinal; éste, como se dijo,
era celoso y virtuoso religioso, pero no letrado, mas de saber lo que
comunmente muchos religiosos saben, y todo su estudio era leer en la
Suma angélica para confesar; á este venerable padre persuadieron todos
los Próceres de la ciudad que fuese á Castilla, por ellos, para hablar
y dar á entender al Rey, lo que los frailes dominicos habian predicado
contra lo que el Rey tenia ordenado, de tener los indios, y que,
teniéndolos, la isla estaba poblada de españoles, y se sacaba el oro y
á Sus Altezas las rentas se enviaban, y que, de otra manera, la tierra
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