Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 14

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las seis; todos por mal tratamiento é inhumanidad, que se habia usado
con ellos; unos á cuchillo, otros muertos á palos y mal tratamiento,
otros de hambre y mala vida que les era dada, la mayor parte muertos
en las sierras y arroyos, á donde iban huidos por no poder sufrir los
trabajos, de la cual falta de los dichos indios, se perdia grandísima
renta; y dice más, que bien que hobiese enviado á Castilla muchos
dellos y se hobiesen vendido, pero que era con propósito, que, despues
que fuesen instruidos en nuestra sancta fe y en nuestras costumbres y
artes y oficios, los tornarian á cobrar, y los volver á su tierra para
enseñar á los otros.» Todas estas son palabras del Almirante; y donosa
ignorancia fué la suya, si ignorancia fué y no cudicia, la cual tengo
yo por cierto que le acarreó las angustias que le vinieron, y lo que
agora en sus despachos y negocios padece ó padecia. En lo demas verdad
dijo, porque así fueron muertos y menoscabados los vecinos y moradores
naturales desta isla; pero él lloraba el diezmo del oro que sacara, si
no murieran, y los otros intereses temporales que por aquella causa
perdia. Tornando al propósito, D. Diego Colon, su hijo mayor, dió al
Rey la peticion siguiente: «Muy alto y muy poderoso Príncipe Rey,
nuestro señor: D. Diego Colon, en nombre del Almirante, mi padre,
humildemente suplico á Vuestra Alteza, se quiera acordar con cuántos
trabajos de su persona y peligros de su vida, el dicho Almirante,
mi padre, ganó las mercedes que Vuestra Alteza y la Reina, nuestra
señora (que santa gloria haya), le hicieron, y en cuánto servicio y
provecho de Vuestra Alteza suceden sus servicios, y mande que las
dichas mercedes le sean guardadas, mandándole restituir en lo que le
está tomado y ocupado, sin él merecerlo, segun que Vuestra Alteza se
lo tiene dicho de palabra, y escripto por carta, segun que verá por
este capítulo que aquí va, que fué en una carta que Vuestra Alteza
le escribió, al tiempo que se partió para ir á descubrir; y en esto
Vuestra Alteza administrará justicia, y descargará la Real consciencia
de la Reina, nuestra señora y la suya, y al Almirante y á mí nos hará
señalada y gran merced. Y si de volvelle la gobernacion de las Indias
fuere servido, el dicho Almirante le suplica sea servido en que vaya
yo, con que vayan conmigo las personas que Vuestra Alteza sea servido,
cuyo consejo y parecer yo haya de tomar.» Cuanto más peticiones al
Rey daban, tanto mejor respondia dando palabras y se lo dilataban.
Entre aquestas dilaciones, quiso el Rey que le tentasen de concierto
y partidos, para que hiciese renunciacion de los privilegios que le
habian concedido, y que por Castilla le harian la recompensa, y creí
que se le comenzó á apuntar que le darian á Carrion de los Condes y
sobre ello cierto estado. Desto fué muy mal contento el Almirante, y
vido indicios de que el Rey no le habia de cumplir lo que le habia con
la Reina tantas veces, de nuevo, por cartas y por palabras, allende lo
que rezaban sus privilegios, largamente prometido, y por este concepto
que tuvo, desde la cama, donde ya estaba muy enfermo, por una carta
se quejó al Arzobispo de Sevilla, diciendo así: «Y pues se parece que
Su Alteza no há por bien de cumplir lo que ha prometido por palabra
y firma, juntamente con la Reina (que haya sancta gloria), creo que
combatir sobre el contrario, para mí que soy un arador, sea azotar el
viento, y que será bien, pues que yo he hecho lo que he podido, que
agora deje hacer á Dios, nuestro Señor, el cual he siempre hallado muy
próspero y presto á mis necesidades, etc.» Estas son sus palabras; por
manera que lo remitia, como quien ningun otro remedio creia tener, al
divino juicio, é yo bien creo, cierto, que le habrá hecho justicia.
Estando el Rey en estas largas dilaciones con el Almirante, y el
Almirante, con ellas, puesto en gran tribulacion y angustia, con gran
enfermedad de la gota, que se le aumentaba y afligia más cada dia, el
Rey, que ya habia venido á Valladolid, se partió para Laredo á esperar
al rey don Felipe, su yerno, y la reina doña Juana, nuestra señora,
su hija. Luégo, desde á pocos dias, llegaron de Flandes los dichos
Reyes, y el Almirante rescibió grande alegría, oidas las nuevas, porque
se le resucitó la esperanza de alcanzar su justicia, que del rey D.
Hernando tenia perdida; puesto que quedó con harto dolor y afliccion
de su corazon, por no poder ir, ni poder enviar á D. Diego, su hijo,
por el impedimento de la enfermedad que padecia. Envió al Adelantado,
su hermano, que besase las manos á los Reyes por él y por su hijo, y
los escusase, y escribióles con él la presente epístola: «Serenísimos
é muy altos é muy poderosos señores Príncipes, Rey y Reina, nuestros
señores: Yo creo que Vuestras Altezas creerán que en ningun tiempo tuve
tanto deseo de la salud de mi persona, como he tenido despues que supe
que Vuestras Altezas habian de pasar acá, por la mar, por venirles á
servir, y ver la experiencia del cognoscimiento que con el navegar
tengo. A Nuestro señor le ha placido así; por ende, muy humilmente
suplico á Vuestras Altezas, que me cuenten en la cuenta de su real
vasallo y servidor, y tengan por cierto, que bien que esta enfermedad
me trabaja así agora sin piedad, que yo les puedo áun servir de
servicio que no se haya visto su igual. Estos revesados tiempos é otras
angustias en que yo he sido puesto, contra tanta razon me han llegado
á gran extremo; á esta causa no he podido ir á Vuestras Altezas, ni
mi hijo. Muy humildemente les suplico que resciban la intencion y
voluntad, como de quien espera de ser vuelto en mi honra y estado, como
mis escripturas lo prometen. La Sancta Trinidad guarde y acreciente el
muy alto y Real Estado de Vuestras Altezas.» Bien creo, cierto, que si
el Almirante viviera y el rey D. Felipe no muriera, que el Almirante
alcanzara justicia y fuera en su estado restituido.


CAPÍTULO XXXVIII.

Despachado su hermano el Adelantado para ir á besar las manos á los
Reyes nuevos, agravóse cada hora más al Almirante su enfermedad de
la gota, por el aspereza del invierno, y más por las angustias de
verse así desconsolado, despojado, y en tanto olvido sus servicios y
peligro su justicia, no embargante que las nuevas sonaban y crecian de
las riquezas destas Indias, yendo á Castilla mucho oro desta isla, y
prometiendo muchas más de cada dia. El cual, viéndose muy debilitado,
como cristiano, cierto, que era, rescibió con mucha devocion todos
los Sanctos Sacramentos, y llegada la hora de su tránsito desta vida
para la otra, dicen que la postrera palabra que dijo: _in manus
tuas, Domine, comendo spiritum meum_. Murió en Valladolid, dia de la
Ascension, que cayó aquel año á 20 de Mayo, de 1506 años; llevaron
su cuerpo ó sus huesos á las Cuevas de Sevilla, monasterio de los
Cartujos, de allí los pasaron y trujeron á esta ciudad de Sancto
Domingo, y están en la capilla mayor de la Iglesia catedral enterrados.
Tenia hecho su testamento, en el cual instituyó por su universal
heredero á D. Diego, su hijo, y, si no tuviese hijos, á D. Hernando,
su hijo natural, y si aquel no los tuviese, á D. Bartolomé Colon,
Adelantado, su hermano, y sino tuviese su hermano hijos, á otro su
hermano; y en defecto de aquél, al pariente más cercano y más llegado
á su línea, y así, para siempre, mandó que habiendo varon, nunca
le heredase mujer, pero no lo habiendo, instituyó que heredase su
estado mujer, siempre la más cercana á su línea. Mandó, á cualquiera
que heredase su estado, que no pensase ni presumiese de menguar el
mayorazgo, sino que ántes trabajase de lo acrecentar, mandando á sus
herederos, que con sus personas y estado y rentas dél sirviesen al
Rey y á la Reina, y al acrecentamiento de la religion cristiana.
Dejóles tambien obligacion de que todas las rentas que de su mayorazgo
procedieren, den y repartan la décima parte á los pobres en limosna.
Entre otras cláusulas de su testamento, se contiene esta: «Al Rey y á
la Reina, nuestros señores, cuando yo les serví con las Indias, digo
serví, que parece que yo por la voluntad de Dios, nuestro Señor, se
las dí como cosa que era mia, puédolo decir, porque importuné á Sus
Altezas por ellas, las cuales eran ignotas y escondido el camino, é
cuanto se falló dellas; é para las ir á descubrir, allende de poner el
aviso y mi persona, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para
ello, salvo un cuento de maravedís, é á mí fué necesario de gastar
el resto. Despues plugo á Sus Altezas, que yo hobiese en mi parte de
las dichas Indias, islas y tierra firme, que son al Poniente de una
raya que mandaron marcar sobre las islas de los Azores, y aquellas
del Cabo Verde, 100 leguas, la cual pasa de Polo á Polo, que yo
hobiese en mi parte, tercio y el ochavo de todo, y más el diezmo de
lo que resta en ellos, como más largo se amuestra por los dichos mis
privilegios é Cartas de merced, etc.» Estas son sus palabras, en el
dicho su testamento. Y así pasó desta vida, en estado de harta angustia
y amargura y pobreza, é sin tener, como él dijo, una teja debajo de
qué se metiese para no se mojar ó reposar en el mundo, el que habia
descubierto por su industria otro nuevo y mayor que el que de ántes
sabíamos felicísimo mundo. Murió desposeido y despojado del estado y
honra que con tan inmensos é increibles peligros, sudores y trabajos
habia ganado, desposeido ignominiosamente, sin órden de justicia,
echado en grillos, encarcelado, sin oirlo ni convencerlo, ni hacerle
cargos ni recibir sus descargos, sino como si los que lo juzgaban
fuera gente sin razon, desordenada, estulta, estólida y absurda, y más
que bestiales bárbaros. Esto no fué sin juicio y beneplácito divino,
el cual juzga y pondera las obras y fines de los hombres, y así los
méritos y deméritos de cada uno, por reglas muy delgadas, de donde
nace que lo que nosotros loamos él desloa, y lo que vituperamos alaba;
quien bien quisiere advertir é considerar lo que la historia, con
verdad, hasta aquí ha contado de los agravios, guerras é injusticias,
captiverios y opresiones, despojos de señoríos y estados y tierras,
y privacion de propia y natural libertad, y de infinitas vidas que á
Reyes y á señores naturales, y á chicos y á grandes, en esta isla, y
tambien en Veragua, hizo y consintió hacer absurda y desordenadamente
el Almirante, no teniendo jurisdiccion alguna sobre ellos, ni alguna
justa causa, ántes siendo él súbdito dellos por estar en sus tierras,
reinos y señoríos, donde tenian jurisdiccion natural, y la usaban y
administraban, no con mucha dificultad, ni áun con demasiada temeridad,
podrá sentir que todos estos infortunios y adversidades, angustias y
penalidades fueron, de aquellas culpas, el pago y castigo. Porque,
¿quién puede pensar que cayese tan gran señal, y obra de ingratitud
en tan reales y cristianísimos ánimos como eran los de los Reyes
católicos, que á un tan nuevo y tan señalado, y singular y único
servicio, no tal otro hecho á Rey alguno en el mundo, fuesen ingratos,
y de las palabras y promesas reales, hechas y afirmadas muchas veces
por dicho y por escripto, faltos? No es, cierto, creible, que no
cumplirle sus privilegios y mercedes por ellos debidamente prometidas
y concedidas por sus tan señalados servicios, por falta de los Reyes
quedase, sino solamente por la divina voluntad, que determinó, que de
cosa dello en esta vida no gozase, y así, no movia á los Reyes que lo
galardonasen, ántes los impidió, sin los Reyes incurrir en mácula de
ingratitud, y sin otro defecto que fuese pecado; de la manera que, sin
culpa de los mismos Reyes, y sin su voluntad y mandado, el comendador
Bobadilla, ó por ignorancia ó por malicia, violando la órden del
derecho y justicia, permitió que lo prendiese, aprisionase, despojase
de la dignidad y estado, y hacienda que poseia y al cabo desterrase
á él y á sus hermanos. Y lo que más se debe notar es, que no paró en
él ni en ellos la penalidad, sino que ha comprendido hasta la tercera
generacion en sus sucesores, en que está hoy, como, si place á Dios,
por la historia será declarado. Estos son los juicios altísimos y
secretísimos de Dios, de los nuestros muy distantes; y por esto será
cordura, para el dia postrimero, donde todo en breve se discutirá y
será claro á todo el orbe, reservallo. A la bondad y misericordia
de Dios plega de contentarse, rescibiendo por satisfaccion de las
culpas que en estas tierras que descubrió contrajo, las tribulaciones,
angustias y amarguras, con los peligros, trabajos y sudores, que toda
su vida padeció, porque en la otra vida le haya concedido perpétuo
descanso. Ninguno, cierto, de los que sus cosas supimos y supieron,
pudo negar que no tuviese buena y simple intencion, y á los Reyes
fidelidad, y esta fué tan demasiada, que, por servirlos, él mismo
confesó con juramento en una carta que les escribió de Cáliz, cuando
estaba para se partir para el postrer viaje, que habia puesto más
diligencia para los servir, que para ganar el Paraíso, y así parece
que, por permision de Dios, que le dieron el pago; y tengo yo por
cierto, que aqueste demasiado cuidado de querer servir los Reyes, y
con oro y riquezas querer agradallos, y tambien la mucha ignorancia
que tuvo, fué la potísima causa de haber en todo lo que hizo contra
estas gentes errado; aunque en los que aconsejaron por aquellos tiempos
á los Reyes, como ya queda dicho, fué mucho más culpable. Es aquí de
saber, que el Almirante murió tambien con otra ignorancia, y esta fué,
que tuvo por cierto que esta isla Española era la tierra de donde á
Salomon se traia el oro para el templo que la Sagrada Escriptura llama
Ofir ó Társis; pero en esto es manifiesto haberse engañado, porque en
esta isla nunca hobo tan gran copia de oro como de allí se llevaba, y
tambien, porque con el oro llevaban pavones y marfil, que son dientes
de elefantes, lo que nunca por este orbe indiano nuestro se vido ni
halló, mas se cree haber sido la gran isla Taprobana, de donde aquellas
cosas preciosas se llevaron á Jerusalen. Tambien dijo, que estas islas
y tierra firme estaban al fin de Oriente y comienzo de Asia; bien creo
yo que, sino hallara atravesada esta nuestra tierra firme, que llegara
ó pretendiera navegar y llegar al fin de Oriente, y principio de Asia,
que es la China, ó Malucos ó otras tierras por allí, á donde agora
navegan los portugueses, y para esto, bien le quedaban por navegar
más de otras 2.000 leguas para llegar á donde es el fin de Oriente y
principio de Asia, como él decia ser estas islas y tierra firme. Murió
tambien ántes que supiese que la isla de Cuba fuese isla, porque como
anduvo mucho por ella, y áun no llegó á pasar de la mitad, por las
grandes tormentas que padesció por la costa della, y de allí se tornó
á esta isla, y de camino descubrió á la de Jamáica, como en el libro
primero dijimos, siempre creyó que Cuba era punta ó cabo de tierra
firme; y para en aquellos tiempos, que parecia que de la obscuridad del
Océano pasada el mundo se abria, no fué maravilla.


CAPÍTULO XXXIX.

Concluida la historia del primer Almirante, que aquestas Indias mostró
primero que otro al mundo, conviene tornar al camino que la historia
llevaba, y despues á proseguir la gobernacion del Comendador Mayor en
esta isla Española, de donde la dejamos, y contar lo que en ella por
estos tiempos sucedió, y ver de allí adelante lo que por estas partes,
dentro de los diez años, fuere de memoria digno; y aunque sea tornar
un poco atras, pues perdió su lugar con la frecuencia de las cosas
referidas, todavía no perderá sazon aquí decillo. Esto es, que en el
año de 1501, los Reyes católicos suplicaron al Papa Alejandro VI, que
les habia concedido estas Indias, que les concediese los diezmos de
las islas de las Indias, no señalando cuáles, puesto que la intencion
de los Reyes fué pedir los desta isla Española, donde habia entónces
españoles, y de las otras partes donde creian que habian españoles de
poblar. Finalmente, les hizo gracia y donacion de los diezmos con tal
carga y condicion, que primero asignasen dote suficiente realmente,
y con efecto, segun la ordenacion de los diocesanos (sobre lo cual
encargó la consciencia á los diocesanos mismos), de los bienes de los
Reyes á todas las iglesias que se erigesen en las dichas islas, con
que se pudiesen mantener los Presidentes y Rectores dellas, y llevar
la carga que en ellas y para ejercer el culto divino, fuese necesario,
etc., donde dice así: _Hujusmodi supplicationibus inclinati, vobis et
successoribus vestris pro tempore existentibus ut insulis prædictis
ab illarum incolis et habitatoribus, etiam pro tempore existentibus,
postquam ille acquisitæ et recuperatæ fuerint ut præfertur, assignata
prius realiter et cum effectu juxta ordinationem tunc diocesanorum
locorum (quorum conscientias super hoc oneramus), ecclesiis in
dictis insulis erigendis, per vos et successores vestros præfatos,
de vestris et eorum bonis dote sufficienti, ex qua illis Presidentes
earumque Rectores se commode sustentare, et onera dictis ecclesiis pro
tempore incumbentia perferre ac cultum divinum ad laudem omnipotentis
Dei debite exercere, juraque episcopalia persolvere possint, decima
hujusmodi percipere et levare libere ac licite valeatis, auctoritate
apostolica tenore presentium de specialis dono gratiæ indulgemus_,
etc. Por esta gracia del Papa y auctoridad, llevaron los Reyes los
diezmos de esta isla por algunos años, sin que hobiese Obispos ni
erigidas iglesias catedrales; y proveian las iglesias, que era una
choza de paja, de ornamentos y de lo necesario, de su real hacienda,
y, en cada pueblo ó villa de españoles, ponian un clérigo por cura,
al cual mandaban dar de su hacienda 100 pesos de oro cada año, de á
450 maravedís cada peso, de valor. Hasta agora no he podido saber qué
auctoridad y jurisdiccion hobiesen tenido aquellos clérigos para ser
curas, y absolver de los pecados y administrar los Sacramentos á los
españoles, como fuesen puestos por el Rey, ó por su mando, siendo
persona seglar. Valieron los diezmos, cuando más valieron en esta isla,
por aquellos tiempos, hasta 20.000 castellanos, ó pesos de oro que
era lo mismo. Despues, muerta la reina doña Isabel (que haya gloria),
hízosele al Rey pesada y costosa carga proveer las iglesias y clérigos
de la manera dicha; y, por otras causas que le debieron de mover, abrió
mano de los diezmos y de la dicha obligacion, y suplicó al Papa que
criase Obispos, y así los crió, como en el principio del libro III, si
pluguiere á Dios, se dirá, porque aquel es su lugar. Tornando, pues, á
lo demas, despues que el Almirante salió del aislamiento y trabajos que
padeció en Jamáica, y fué á Castilla, sabido lo que habia descubierto,
acordaron luégo, un Juan Diaz de Solís y Vicente Yañez Pinzon, el
hermano de Martin Alonso Pinzon, de quien dijimos que ayudó al despacho
del Almirante en la villa de Palos, y fué con él y llevó consigo
al Vicente Yañez y á otro hermano, cuando vino el primer viaje á
descubrir estas Indias, segun que en el primer libro queda explicado,
de ir á descubrir é proseguir el camino que en el cuarto viaje, y
descubrimiento postrero, dejaba hecho el Almirante, los cuales fueron
á tomar el hilo desde la isla ó islas de los Guanajes, que dijimos
haber descubierto el Almirante en su postrer viaje, y dellas tornarse
hácia el Oriente. Estos dos descubridores navegaron, segun se puede
colegir de los dichos de los testigos, que el Fiscal presentó en el
pleito que trató con el Almirante segundo, de que habemos muchas veces
hecho mencion, hácia el Poniente, desde los Guanajes, y debieron llegar
en paraje del golfo Dulce, aunque no lo vieron porque está escondido,
sino que vieron la entrada que hace la mar entre la tierra que contiene
el golfo Dulce y la de Yucatán, que es como una gran ensenada ó bahía
grande. Llaman bahía los marineros, á la mar que está entre dos tierras
á manera de puerto, no muy guardado, la cual seria puerto, si no fuese
muy grande, y por ser muy capaz y no cerrado, llaman bahía, las letras
_i_ é _a_ postrera leidas, divisas. Así que, como vieron aquel rincon
grande que hace la mar entre las dos tierras, la una que está á la
mano izquierda, teniendo las espaldas al Oriente, y esta es la costa
que contiene el puerto de Caballos, y adelante dél el golfo Dulce,
y la otra de la mano derecha que es la costa del reino de Yucatán,
parecióles grande bahía, y por eso el Vicente Yañez en la deposicion
que con juramento hizo en el dicho proceso, presentado por testigo por
el Fiscal, dijo: que navegando desde la isla de los Guanajes, yendo la
costa de luengo, descubrieron una gran bahía, á la cual pusieron nombre
la gran bahía de la Navidad, y que de allí descubrieron las sierras de
Caria, y otras tierras mas adelante, y segun los otros testigos dicen,
volvieron al Norte. Y por todo esto parece que sin duda descubrieron
entónces mucha parte del reino de Yucatán, sino que como despues no
hobo alguno que prosiguiese aquel descubrimiento, no se supo más de
los edificios de aquel reino, de donde fácilmente fuera descubierta la
tierra y grandezas de los reinos de la Nueva España, hasta que, acaso,
se descubrió desde la isla de Cuba, como parecerá, si pluguiere á
Dios, en el libro III desta historia. Y es aquí de notar, que estos
descubridores principalmente pretendian descubrir tierra, por emulacion
del Almirante, y pasar de lo que él habia descubierto adelante, para
echar cargo á los Reyes, como si no hobiera sido el Almirante el
primero que abrió las puertas del Océano, de tantos millares de siglos
atras cerradas, y el que para descubrir dió á todos lumbre; y el Fiscal
del Rey todo su estudio ponia en probar que las partes de tierra firme,
que los otros descubridores descubrian, eran distintas tierras de las
que el Almirante habia descubierto, y diera mucho porque no fuera
tan luenga la tierra firme, á fin de disminuille sus privilegios,
para hacer á los Reyes ménos obligados á le agradecer los servicios
inestimables que les habia hecho, y á cumplir las mercedes que le
habian prometido, á él tan justamente y con tanta razon debidas; y esto
era grande injusticia. Á aquel propósito puso una pregunta, ¿si sabian
que lo que aquellos descubridores habian descubierto, era apartado
de lo que el Almirante descubriera? y allí tiraban los dichos de los
marineros, por la mayor parte, diciendo que era otra tierra; pero no
les preguntaban si era toda una tierra firme, ni ellos lo decian. Pero
otros, en especial dos honrados hombres que yo bien cognoscí, el uno
Rodrigo de Bastidas, de quien ya arriba hemos tratado, y un piloto,
Andrés de Morales, entendiendo el agravio que hacer al Almirante el
Fiscal pretendia, depusieron muchas veces, en diversos artículos del
dicho proceso, que la tierra que aquellos habian descubierto estaba
más al Occidente de lo que el Almirante habia descubierto, pero que
toda era una tierra. Item, que Vicente Yañez y Juan de Solís fueron á
descubrir abajo de Veragua, por aquella costa, pero que todo lo que
los unos y los otros, y todos cuantos habian descubierto de la tierra
que dicen firme, era todo una costa con lo que el dicho Almirante
primero descubrió. Otro, sin los dos, dice que era toda una costa desde
Paria, sino que son diversos nombres de las provincias, así como son
diversas lenguas. Esto declaraban los testigos entónces, porque lo
vian y sabian muy claro por sus mismos ojos, y agora no será menester
buscar testigos, sino á los especieros de Sevilla. Por manera, que no
se le puede negar al Almirante, si no es con gran injusticia, que así
como fué el primero descubridor destas Indias, lo fué de toda esta
nuestra tierra firme, y á él se le deben las gracias, descubriendo la
provincia de Paria, que es una parte de toda ella, porque él puso en
las manos á todos los demas el hilo, por el cual, puesto que durara
mucho más y estuviera en muy mayor distancia, hallaran el ovillo; y
así, justísimamente se le debian de cumplir las mercedes y guardar sus
privilegios en toda la tierra firme, aunque fuera mayor, como en esta
Española y en las otras islas, porque no era obligado á pasealla toda,
como ni el que toma posesion de una heredad, segun tratan los juristas.


CAPÍTULO XL.

Gobernaba el Comendador Mayor en esta isla los españoles con mucha
prudencia; era tenido y amado, y reverenciado dellos en gran manera
en estos dias. Tuvo una industria muy buena para tenellos á todos
muy subjectos, entre los cuales habia muchas personas principales y
caballeros, y fué esta: tenia mucho cuidado de saber cómo cada uno,
en el pueblo que era vecino, vivia, preguntando muy particularmente
á los que, de los pueblos á negociar con él, ó á esta ciudad, donde
él por la mayor parte del año residia, por sus negocios venian; si
sabia que alguno era inquieto ó de mal ejemplo, y mayormente si era
informado que ponia los ojos en alguna mujer casada, aunque no supiese
más dél de que pasaba por su calle algunas veces, y dello se concebia
en el pueblo alguna sospecha, ó que tuviese otro defecto que fuese
nocivo, y aunque no fuese mucho escandaloso al pueblo, enviábale muy
disimuladamente á llamar, y, venido, recibíalo con rostro alegre, y
mandábale que viniese á comer con él, como si le hobiera de hacer
nuevas mercedes. Preguntábale de los otros vecinos, de las haciendas
de cada uno, cómo se habian unos con otros, y de otras cosas que
él fingia querer saber; el que era venido estimaba de sí, que, por
tenelle por más virtuoso y mostralle más amor, y querelle tener por
privado y dalle más indios, el Comendador Mayor se informaba dél y en
aquello le favorescia. Y porque siempre llamaba los tales en tiempo
que habia navíos en el puerto, cuando ya estaban para se partir,
decíale: «fulano, mirad en qué navío destos quereis ir á Castilla;» y
el otro íbasele una color y veníale otra, y decía, «¿señor, por qué?»
Respondia, «no cureis de hacer otra cosa.» Replicaba, «señor, no tengo
con qué, ni áun para el matalotaje.» Decia el Comendador Mayor, «por
eso no quedará, porque yo os lo daré,» y hacíalo así. Desta manera, con
pocos que envió, tenia toda la isla tan sosegada, donde hobo, segun
oí, 10 ó 12,000 españoles, y muchos de ellos, como dije, hijodalgos y
caballeros, que por no enojallo no osaban menearse; yo cognoscí dos
caballeros, harto personas señaladas, y del Comendador mucho estimadas,
que, habiéndose topado en cierta parte de noche, y descalabrádose, no
fué menester que alguno los concertase, porque ellos se perdonaron,
abrazaron y concertaron, sólo porque el Gobernador no lo alcanzase á
saber ni lo sospechase. Y esto todo lo hacian y sufrian, solamente
porque á los que habia dado indios no se los quitase, desterrándolos á
Castilla, y á los que no los habia dado, porque se los diese; y ansí el
oro que venian á buscar, y consistia en que les diesen indios, no se
estorbase. Por manera, que toda la paz y concierto y obediencia que los
españoles acá al Gobernador tenian, y no osar cometer cosa que fuese
por el foro exterior castigable, sólo se fundaba en el interés y temor
de no perder los bienes temporales que esperaban, y todo esto sobre
los desventurados indios cargaba. Y es aquí de saber, que desterrar
de la manera dicha en aquellos tiempos alguno á Castilla, ninguna
muerte ni daño se le igualaba, y, á lo que por entónces estimábamos,
algunos escogieran ser ántes muertos, que, por aquella manera, desta
isla echados; la razon era, por no ir á sus tierras pobres, perdida la
esperanza de alcanzar acá lo que deseaban; y así el estado desta isla,
en aqueste tiempo, fué muy al revés del que tuvo los tiempos pasados,
porque la mayor pena que daban á los malhechores de Castilla, sacada
la muerte, era desterrados de allá para acá, como en el libro primero
mostramos, pero por el contrario, la más grave que agora se temia y
podia dar, fué desterrar los hombres de acá para allá. En este comedio
andaba la priesa muy encendida, en sacar el oro de las minas, y los
otros trabajos que para lo sacar se ordenaban (porque aquel era el
fin de los españoles y de todos sus cuidados), y por consiguiente, la
diminucion y muerte de los indios era necesaria, porque como ellos
eran acostumbrados á poco trabajo, por la fertilidad de la tierra,
que con casi ninguno la cultivaban y de sus fructos tenian abundancia
para sustentarse, y tambien por contentarse con solamente lo á la vida
necesario, allende ser de su naturaleza gente delicada, metidos en tan
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