Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 19

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como era pobre y tan esforzado, echaba luégo el negocio á puñadas y á
desafíos, el Nicuesa, como se tenia por más rico, y era sabio, decidor
graciosísimo, díjole un dia: «dad acá, pongamos cada 5.000 castellanos
en depósito, que os matareis conmigo, y no nos estorbemos agora nuestro
camino.» Todo el mundo sabia que Hojeda, un real que pusiese, no tenia;
en fin, con parecer de Juan de la Cosa, se concertaron con que el rio
grande del Darien, los dividiese, que el uno tomase al Oriente, y el
otro al Occidente; como el Almirante de ambas gobernaciones por muy
agraviado se sintiese, mayormente, como se dijo, de la de Veragua
y Jamáica, todo cuanto pudo contrarió al despacho dellos, y, para
impedilles lo de Jamáica, determinó de enviar á poblalla, y á aquel
caballero de Sevilla, Juan de Esquivel, de quien dijimos arriba que
habia sido Capitan en las guerras de Higuey, por su Teniente della,
al cual dijo cuando se iba á embarcar, como era osado, Hojeda, «que
juraba que si entraba en la isla de Jamáica, que le habia de cortar la
cabeza.» Partióse de este puerto con dos navíos y dos bergantines, y en
ellos 300 hombres, de los venidos para esto de Castilla, y los que se
llegaron de esta isla, y doce yeguas, á 10 ó 12 dias de Noviembre del
mismo año de 509. Y porque Diego de Nicuesa tenia más gruesa armada, y
se le llegó desta isla mucha gente isleña, lo uno, porque habia sido
casi por todos amado por su buena conversacion y por sus gracias, lo
otro, y que más los movió, porque de riqueza volaba, más que la de
Urabá, la fama de Veragua, fuéle necesario comprar otra nao, allende
cuatro y dos bergantines que trujo de Castilla, para llevarlos, y así
tardar más que Hojeda en su despacho; y porque, para cumplir con tanta
nao y tanta gente, tuvo necesidad de adeudarse, así en Castilla como
en esta isla; despues de llegado aquí, tuvo grandísimas angustias y
trabajos ántes que se despachase. La razon desto fué, porque como al
Almirante pesase tan íntimamente de que Nicuesa ni otro fuese á gozar
de Veragua, como de tierra que habia personalmente descubierto su
padre, y sus privilegios fuesen violados, ó él, ó por hacelle placer
á él, ó su Alcalde mayor ó otras personas movian á los acreedores que
impidiesen la partida de Nicuesa echándole embargos; de manera, que,
cuando cumplia con uno con prendas de sus haciendas ó dando fianzas,
salia otro y mostraba una obligacion ó cognoscimiento suyo con que
lo embargaba. Ultimamente, un dia, creyendo que ya lo tenia todo
averiguado, y 700 hombres muy lucidos, y embarcados, y seis caballos (y
por su Capitan general nombró á un Lope de Olano, que habia sido con
las cosas de Francisco Roldan, contra el Almirante viejo, los tiempos
pasados), despacha todas sus cinco naos que se hagan á la vela, con él
un bergantin, y deja el uno, para meterse en él, y ir luégo á tomallas,
quedando entendiendo en cierto despacho, y aquella misma tarde que las
naos salieron, yéndose al rio á embarcar, viene tras él la justicia
y échanle un embargo de 500 castellanos, y áun creo que le sacaron
de la barca, si no me he olvidado, porque yo vide lo que he contado.
Vuélvenlo á casa del Alcalde mayor del Almirante, que era el licenciado
Márcos de Aguilar, y allí mándanle que pague, sino que habrá de ir á la
cárcel; hace sus requerimientos al Alcalde mayor que le deje ir, pues
via ya salidas del puerto sus naos, y que iba en servicio del Rey, y
que si lo detenia, se perdia su armada, donde se arriesgaba más que 500
castellanos, los cuales él pagaria en llegando, y que al presente no
le era posible pagalles; respondia el Alcalde mayor que pagase, porque
el Rey no queria que ninguno la hacienda de otro llevase, y en esto
pasaban cosas muchas, que al triste de Nicuesa gravemente atribulaban,
y aunque pareció que industriosamente aquellos impedimentos se
rodeaban, valiérale mucho que allí lo detuvieran y muriera encarcelado,
segun el triste fin le estaba esperando. Estando en esto, sin saber
qué remedio tener, y fué maravilla no perder allí el seso aquella
tarde, segun estaba angustiado, sale de través un muy hombre de bien,
escribano desta ciudad, cuyo nombre me he olvidado y no quisiere
olvidado, y dice, «¿qué piden aquí al señor Nicuesa?» Respóndesele,
«500 castellanos»; dijo él, «asentá, escribano, que yo salgo por su
fiador de llano en llano, y vayan luégo á mi casa, que yo los pagaré de
contado.» El Nicuesa calla como espantado, de tan tempestivo consuelo
y socorro dudando; asienta el escribano la obligacion del que se
obligaba, y fírmala de su nombre, y desque Nicuesa vido que de veras se
hacia el acto, váse derecho á él casi sollozando, y dice, «dejáme ir
abrazar á quien de tanta angustia me ha sacado,» y así lo abraza. Esto
hecho, váse á embarcar en su bergantin para sus naos, que lo estaban
fuera del puerto esperando barloventeando, mirando siempre atras, si
venia tras él algun otro embargo. Salió despues de Alonso de Hojeda,
ocho dias, deste puerto, á 20 ó 22 dias de Noviembre del dicho año;
díjose, que en entrando en su nao la _Capitana_, comenzó á llamar de
borrachos á los pilotos y echar el punto en las cartas de marear, y
á querer guiar la danza; si ésto fué verdad, yo creo que llevaba el
juicio trastornado, porque no solian ser aquellas sus palabras, segun
la prudencia de que lo cognoscimos adornado. Partióse luégo tras ellos
Juan de Esquivel, con 60 hombres, á poblar la isla de Jamáica, y
éstos fueron los primeros que llevaron las guerras, y el pestilencial
repartimiento á aquella isla, y la destruyeron; dejó Nicuesa proveido
en sus haciendas que tenia en esta isla, que de 500 puercos, suyos ó
comprados, le hiciesen 1.000 tocinos en la Villa y puerto de Yaquimo,
80 leguas de este puerto abajo, como ya se ha dicho, que estaban en muy
buen paraje para dar con ellos en Veragua en cinco ó seis dias, yo los
vide hacer en la villa de Yaquimo, donde yo fuí, despues de Nicuesa
partido, y eran de los grandes y hermosos tocinos que en mi vida he
visto.


CAPÍTULO LIII.

Dejemos partidos los dos Gobernadores de esta isla para sus infelices
gobernaciones, que tales fueron al cabo, hasta que sea tiempo de tornar
á tratar de lo que, en tierra firme, por aquellos tiempos, á ellos y
á la tierra sucedió, que hay bien que recontar, y prosigamos lo que
concerniere al tiempo y gobernacion del segundo Almirante. Para que
sea, lo que adelante se dirá, más claro, es de presuponer, que despues
que el rey católico D. Hernando, el año de siete vino acá, á gobernar
los reinos de Castilla, por muerte del rey D. Felipe, desde Nápoles,
toda la gobernacion de estas Indias pendió principalmente del Obispo de
Búrgos, D. Juan Rodriguez de Fonseca, y del secretario Lope Conchillos,
los cuales eran muy privados del Rey, cada uno en su grado. Ya se ha
dicho en el primer libro, y en muchas partes destos libros ambos, como
el dicho Obispo, desde que fué Arcediano de Sevilla y se descubrieron
estas Indias, hasta este tiempo, y despues muchos años más, siempre
el dicho D. Juan Rodriguez de Fonseca, despues de Obispo que pasó por
diversos Obispados, tuvo de la gobernacion dellas todo el cargo, y con
él, principalmente por su autoridad y gran crédito que los Reyes dél
tuvieron, y tambien por su prudencia y capacidad, en lo que tocaba á
esto, se descuidaban, mayormente despues que el Rey vino de Nápoles,
como era viejo y enfermo, y bien cansado, puesto que con él se juntaban
otras personas de Consejo, notables letrados y no letrados, pero él era
el principal y presidia sobre todos, y su parecer se seguia en todo lo
que parecia tener color de bueno, por la mayor parte, por su autoridad
y por la experiencia que del hecho tenia de tantos años. El secretario
Conchillos, que entónces comenzaba, llegóse á él y seguia su voluntad,
como le via del Rey tan viejo privado, y finalmente, se hacia por acá
lo que ambos rodeaban, al ménos en aquellas cosas ordinarias y donde
no ocurrian nuevas dificultades. Ya se ha dicho tambien, como el dicho
Obispo, siempre tuvo acedía y no tomó sabor en los negocios y obras
de estos Almirantes; no se yo, que vide y oí mucho de esto, cuáles
hobiesen sido la causa ó causas, sino algunos puntos que arriba hemos
dado, que fueron harto livianos. Por ventura, sintiendo ésto los que
acá estaban, cobraban atrevimiento á no tener en cuanto debieran al
Almirante, así como dió lo mismo alguna y quizá mucha causa, en los
tiempos pasados, á la desvergüenza y alzamiento de Francisco Roldan,
contra su padre, primer Almirante, pues se jactaban que escribirian
al Obispo; y despues, cuando vino Alonso de Hojeda y alborotó la
provincia de Xaraguá, todos estribaban en el favor del Obispo, teniendo
por cierto que el Almirante no estaba en su gracia, segun que parece
arriba en el primer libro en algunos lugares. De aquí, creo que
se originó algo de lo que vamos hablando, conviene á saber, haber
engendrádose en esta isla, mayormente en esta ciudad, parcialidades;
una que volvia por el Almirante, y otra cuya cabeza era el tesorero
Pasamonte, y ésta se jactaba ser del Rey, como era muy favorescido
dél y del Obispo y de Conchillos, porque, segun creo, ambos, Tesorero
y Conchillos, eran aragoneses. Ayudaba mucho al bando del Tesorero,
ser su persona muy cuerda y de mucho ser y autoridad, y, á lo que
yo entendí ó creí cierto, por lo que cognoscí del Almirante y de su
condicion, noble y sin doblez, sin culpa suya todo esto se le rodeaba,
quizá, por algunas personas de las que habian sido desobedientes á su
padre de las reliquias de Francisco Roldan, ó de las que aquí quedaron
y despues vinieron, que querian bien al Comendador Mayor, todos los
cuales, sospecho que, pretendian deshacer al Almirante y quedarse con
la gobernacion, y hacer cada uno su casa. Y lo que sin gran ceguedad
de pasion, ó sin mayor malicia no pudo imaginarse, fué que, ó pensaban
ó fingian que el Almirante se podria ó querria en algun tiempo con
esta isla contra el Rey alzar, como á su padre levantaron, no teniendo
apénas que comer ni favor de ninguna parte. Y que esta maldad pensasen
ó fingiesen pareció, porque pasando por esta isla, para la de Cuba, uno
que iba por Contador del Rey, llamado Amador de Lares, muy diestro en
las cosas de la guerra, y que habia gastado muchos años en Italia, le
rogaron que fuese á ver las casas ó cuarto de casa que habia hecho el
Almirante, para ver si era casa fuerte de que pudiese tener sospecha
de algo. Fué á vella, y vido que estaba toda aventanada, ó llena por
todas partes de ventanas, porque así lo requeria la tierra por el
calor, y otras particularidades de casa muy llana; y burlo della y
más de los que aquello pensaban. Yo se lo oí esto al dicho contador
Amador de Lares. Creció cada dia más la malicia y envidia ó ambicion de
los de acá y de los de Castilla, ayudando algo, y quizá mucho, que el
Almirante no cumplia algunas Cédulas del Rey, que tocaban al interese
de los de Castilla y de los de acá, puesto que las obedecia, porque
le parecia que no convenia cumplillas, lo cual hacia por autoridad de
la Cédula que trujo, y arriba pusimos, y ansí escribian al Rey, y al
Obispo, y al secretario Conchillos lo que á sus paladares bien sabia,
y en disfavor del Almirante con sus colores y confitura del servicio
Real; lo que por todas estas Indias para corroborarse los oficiales del
Rey é ministros de su justicia en sus tiranías, se habia asaz usado.
Por estas invenciones y falsedades, á Castilla por cartas enviadas,
determinóse que se pusiesen ciertos jueces en esta isla y ciudad, que
se llamasen jueces de apelacion, á los cuales se apelase del Almirante
y de sus Alcaldes mayores; y aunque, si ellos fueran justos y usaran
sus oficios sólo para bien y guarda de la justicia, no parecia ser no
prudente provision (puesto que el Almirante la sintió mucho, porque
via que era para mayor daño suyo, y en perjuicio de sus privilegios
ponelle superior), pero ellos fueron siempre tales, que no tomaran
aquellos aquel oficio, sino por armas para destruir al Almirante y
echalle de esta isla, para mandalla ellos solos, los que despues
vinieron para señorear y robar la tierra y afligir y oprimir los que
poco podian y hoy pueden, no digo indios, porque muchos há que no
hay dellos memoria, sino los mismos españoles, como ellos afligieron
y oprimieron, y acabaron los indios. Proveyéronse por Jueces tres
licenciados, un licenciado llamado Marcelo de Villalobos, el licenciado
Juan Ortiz de Matienzio, y el bachiller Ayllon, que fué Alcalde mayor
de la Vega, como queda dicho en el capítulo 40, por el Comendador
Mayor, el cual venia ya licenciado, ó se llamó licenciado. Esta fué
la ponzoña principal que, de allí adelante lo que el cargo le duró,
entró en esta isla, en especial contra las cosas del Almirante, porque
renovó ó quiso vengar las cosquillas ó desabrimientos que hobo entre
el Almirante y el Comendador Mayor, ó los que quizá rescibió cuando
le tomó el Almirante residencia. Este se juntó con el Tesorero y con
otros criados del Obispo, que ya era de Búrgos, y con amigos y criados
del Comendador Mayor, los cuales, abierta ó casi abiertamente decian y
mostraban querer y seguir en destruir la casa y estado del Almirante;
y así lo hicieron grandes afrentas, y causaron muchas turbaciones con
la voz del servicio del Rey, de tal manera, que ya ni criados, ni
deudos, ni amigos osaban parecer ni hablar por miedo dellos. Envió
sus querellas el Almirante al Rey, suplicándole que enviase quien los
tomase residencia y á su Alcalde mayor, Márcos de Aguilar, y á los
demas sus oficiales; vino por juez de residencia un licenciado, que se
llamó Juan Ibañez de Ibarra, el cual, luégo que llegó, murió, y algun
rumor y sospecha hobo que se le dió con que muriese; murió tambien
el secretario Zabala, que con él vino para entender en la residencia
y negocios. Finalmente, tanto prevalecieron aquellos, todos, que se
llamaban servidores dél, contra el Almirante, que al cabo lo hobo de
enviar á llamar el Rey; y pasados grandes trabajos, angustias y gastos,
al cabo con ellas, desterrado de su casa, lo mataron, como dijo un
religioso en Sant Francisco desta ciudad, predicando á sus honras, como
abajo parecerá.


CAPÍTULO LIV.

Por este tiempo, en el año de 1510, creo que por el mes de Setiembre,
trujo la divina Providencia la Órden de Sancto Domingo á esta isla,
para lumbre de las tinieblas que entónces habia, y en todas estas
Indias se habian despues de engrosar y ampliar. El movedor primero, y
á quien Dios inspiró divinalmente la pasada de la Órden acá, fué un
gran religioso de la Órden, llamado fray Domingo de Mendoza, hermano
del padre fray García de Loaysa, que despues fué Maestro general de
la Órden, y confesor del Emperador y rey de España, Cárlos V, de este
nombre, y despues subió á ser Obispo de Osma, y despues Arzobispo de
Sevilla, y Cardenal y Presidente del Consejo destas Indias, y que por
más de veinte años las gobernó. Aquel hermano de este señor, llevó Dios
por otros pasos y caminos, y por otros grados más firmes y de mayor
seguridad lo levantó. Fué celosísimo de ampliar la religion, y que se
conservase en el prístino rigor, segun las antiguas sus constituciones,
y éste fué su principal fin, como fin que primero se ha de procurar,
no dejando de pretender el segundario, que es la salud y provecho de
las ánimas. Este padre fué muy gran letrado, casi sabia de coro las
partes de Sancto Tomás, las cuales puso todas en verso, para tenerlas
y traerlas más manuales, y, por sus letras, y más por su religiosa,
y aprobada y ejemplar vida, tenia en España grande autoridad. Para
su sancto propósito, halló á la mano un religioso llamado fray Pedro
de Córdoba, hombre lleno de virtudes y á quien Dios, nuestro Señor,
dotó y arreó de muchos dones y gracias corporales y espirituales.
Era natural de Córdoba, de gente noble y cristiana nacido, alto de
cuerpo y de hermosa presencia; era de muy escelente juicio, prudente
y muy discreto naturalmente, y de gran reposo. Entró en la órden de
Sancto Domingo, bien mozo, estando estudiando en Salamanca, y allí
en Santistéban se le dió el hábito; aprovechó mucho en las artes
y filosofía y en la teología, y fuera sumo letrado, si por las
penitencias grandes que hacia no cobrara grande y contínuo dolor de
cabeza, por el cual le fué forzado templarse mucho en el estudio, y
de quedarse con suficiente doctrina y pericia en las Sagradas letras,
y lo que se moderó en el estudio, acrecentólo en el rigor de la
austeridad y penitencia, todo el tiempo de su vida, cada y cuando las
enfermedades le dieron lugar. Fué tambien, con las otras gracias que
Dios le confirió, devoto y excelente predicador, y á todos daba, con
sus virtuosas y loables costumbres para en el camino de la virtud y de
buscar á Dios, loable y señalado ejemplo, tiénese por cierto que salió
desta vida tan limpio como su madre lo parió. Fué llevado de Salamanca,
con otros religiosos de mucha virtud, á Sancto Tomás de Avila, donde
por entónces resplandecia mucho la religion. A este bienaventurado
halló el padre fray Domingo de Mendoza dispuesto para que le ayudase á
proseguir aquesta empresa, y movió á otro, llamado el padre fray Anton
Montesino, amador tambien del rigor de la religion, muy religioso y
buen predicador. Persuadieron á otro santo varon, que se decia el padre
fray Bernardo de Sancto Domingo, poco ó nada experto en las cosas del
mundo, pero entendido en las espirituales, muy letrado y devoto y gran
religioso. Estos movidos y dispuestos para le ayudar, fué á Roma para
negociar con el Gaetano, que era entónces Maestro general de la Órden,
y trujo recaudos para pasar la Órden á estas partes, y, habida licencia
tambien del Rey, porque tuvieron necesidad que otra vez se tornase
ó hablar con el Maestro general para sus cosas de órden, quedóse el
padre fray Domingo de Mendoza para las negociar, y envió al dicho
padre fray Pedro de Córdoba, que tenia entónces edad de veintiocho
años, por Vicario de los otros dos, aunque más viejos, y un fraile
lego que les añidió. Estos cuatro religiosos trujeron la Órden á esta
isla; el fraile lego se tornó luégo á Castilla y quedaron los tres,
los cuales, comenzaron luego á dar de su religion y santidad suave
olor, porque rescibidos por un buen cristiano, vecino desta ciudad,
llamado Pedro de Lumbreras, dióles una choza, en que se aposentasen,
al cabo de un corral suyo, porque no habia entónces casas sino de
paja, y estrechas. Allí les daba de comer caçabí de raíces, que es pan
de muy poca sustancia, si se come sin carne ó pescado; solamente se
les daba algunos huevos, y de en cuando en cuando, si acaescia pescar
algun pescadillo, que era rarísimo. Alguna cocina de berzas, muchas
veces sin aceite, solamente con axí, que es la pimienta de los indios,
porque de todas las cosas de Castilla era grande la penuria que habia
en esta isla. Pan de trigo ni vino, áun para las misas, con dificultad
lo habia. Dormian en unos cadalechos, de horquetas y varas ó palos
hechos, y por colchones paja seca por encima; el vestido era de jerga
aspérrima, y una túnica de lana mal cardada. Con esta vida y deleitable
mantenimiento, ayunaban sus siete meses del año arreo, segun de su
Órden lo tenian y tienen constituido. Predicaban y confesaban como
varones divinos; y porque esta isla toda estaba (los españoles digo),
en las costumbres de cristianos pervertida, en especial en los ayunos y
abstinencias de la Iglesia, porque se comia carne los sábados y áun los
viérnes y todas las Cuaresmas, y habia, todas ellas, las carnecerías
tan abiertas, y tan sin escrúpulo y con tanta solemnidad, como las
hay por Pascua Florida, con sus sermones, y más creo que con su dura
penitencia y abstinencia, los redujeron á que se hiciese consciencia
dello y se quitase aquella glotonería en los tiempos y dias que la
Iglesia determina. Habia, esomismo, gran corrupcion en los logros y
usuras, tambien los desterraron é hicieron á muchos restituir; otros
efectos grandes, dignos de la religion y Órden de Sancto Domingo, se
siguieron de su felice venida. Y porque á la sazon que vinieron y
desembarcaron en este puerto y ciudad de Sancto Domingo, el Almirante
habia ido, con su mujer doña Maria de Toledo, á visitar la ciudad de
la Concepcion de la Vega, y estaban allí, fué luégo á dalles cuenta
de su venida el bienaventurado padre fray Pedro de Córdoba, no con
más fausto de ir á pié, comiendo pan de raíces y bebiendo agua fria
de los arroyos, que hay hartos, durmiendo en el campo y montes en el
suelo con su capa á cuestas, 30 leguas de harto trabajoso camino.
Rescibiólo el Almirante y doña María de Toledo, su mujer, con gran
benignidad y devocion, y hiciéronle reverencia, porque el venerable
y reverendo acatamiento, y sosiego y mortificacion de su persona,
aunque de veintiocho años, daba á entender á cualquiera que de nuevo lo
viese, su merescimiento. Creo que llegó sábado, y luégo domingo, que
acaecia ser entre las octavas de Todos Santos, predicó un sermon de la
gloria del Paraíso que tiene Dios para sus escogidos, con gran fervor
y celo; sermon alto y divino, é yo se lo oí, é por oírselo me tuve por
felice. Amonestó en él á todos los vecinos, que, en acabando de comer,
enviasen á la iglesia cada uno los indios que tenia en casa, de que se
servia. Enviáronlos todos, hombres y mujeres, grandes y chicos; él,
asentado en un banco y en la mano un crucifijo, y con algunas lenguas
ó intérpretes, comenzóles á predicar, desde la creacion del mundo
discurriendo, hasta que Cristo, Hijo de Dios, se puso en la Cruz. Fué
sermon dignísimo de oir é de notar, de gran provecho, no sólo para los
indios (los cuales nunca oyeron hasta entónces otro tal, ni áun otro,
porque aquel fue el primero que á aquellos y á los de toda la isla se
les predicó acabo de tantos años, ántes todos murieron sin haber oido
palabra de Dios), pero los españoles pudieran dél sacar mucho fructo. Y
si muchos de los tales se les hobieran predicado, algun más fructo se
hobiera hecho en ellos que se hizo, y más hobiera sido Dios cognoscido
y adorado, y mucho ménos ofendido. Finalmente, habiendo dado parte al
Almirante de lo que habia que dalle, y negociado en breves dias, se
tornó á esta ciudad, dejando á todos los que lo habian visto y oido
presos de su amor y devocion. Luégo, en los primeros navíos, segun
creo, vino el primer inventor desta hazaña, el padre fray Domingo de
Mendoza, con una muy buena compañía de muy buenos frailes; todos los
que entónces venian eran religiosos señalados, porque á sabiendas y
voluntariamente se ofrecian á venir, teniendo por cierto que habian
de padecer acá sumos trabajos, y que no habian de comer pan ni beber
vino, ni ver carne, ni andar los caminos cabalgando, ni vestir lienzo
ni paño, ni dormir en colchones de lana, sino con los manjares y rigor
de la Órden habian de pasar, y áun aquello muchas veces les habia de
faltar; y con este presupuesto se movian con gran celo y deseo de
padecello por Dios, con júbilo y alegría, y por ésto no venian sino
religiosos muy aventajados. Díjose, que cuando este padre fray Domingo
de Mendoza llegó, con su religiosa compañía, en la isla de la Gomera,
que es una de las de Canaria, hobo allí una mujer endemoniada, y rogado
que la visitase y conjurase, hízolo de grado; y hechos los conjuros y
forzando al espíritu inmundo que de allí saliese, trabadas pláticas,
preguntóle y forzóle que le dijese de dónde venia; respondió el demonio
que venia de las Indias; dijo entónces el padre: «¡Ah, don traidor,
que ya no os cale parar allá, pues la fé católica se lleva, y va en
ellas á predicarse, donde habeis rescibido gran daño, y ser dellas
desterrado.» Respondió el demonio: «Bien está, que algun daño me han
hecho y me hacen, pero por eso bien que no se sabrá el secreto en estos
cien años.» Esto se publicó que allí pasó, no me acuerdo quién me lo
dijo, y por mi descuido no lo supe del mismo padre fray Domingo, ó del
padre fray Pedro de Córdoba, y de otros muchos religiosos lo pudiera
bien saber y averiguar, porque tuve harto tiempo para ello. Si dijo
verdad el demonio, como la puede decir, cumpliendo la voluntad de Dios,
el tiempo lo declarará desque pasen cuarenta años, contando los ciento,
desde que estas Indias se descubrieron; y, por ventura, el secreto es
la claridad del engaño y ceguedad que hay cerca de las injusticias é
impiedades que estas gentes de nosotros han rescibido, no teniéndose
por pecados, que ha comprendido á todos los estados de España. En
fin, yo soy cierto que el tiempo, ó al ménos el dia del Juicio, se
declarará. Llegado, pues, el padre fray Domingo de Mendoza á este
pueblo y ciudad con su compañía, holgáronse inestimablemente el padre
fray Pedro de Córdoba y los que con él estaban, y como eran ya algun
número, y creo que pasaban de 12 ó 15, acordaron de consentimiento
de todos, con toda buena voluntad, de añadir ciertas ordenaciones y
reglas sobre las viejas constituciones de la Orden (que no hace poco
quien las guarda), para vivir con más rigor. Por manera que, ocupados
en guardar las nuevas y añididas reglas, estuviesen ciertos que las
constituciones antiguas, que los Santos padres de la Orden ordenaron,
estaban inviolablemente en su fuerza y vigor; y de una, entre otras,
me acuerdo que determinaron, que no se pidiese limosna de pan, ni de
vino, ni de aceite, cuando estuviesen sanos, pero si sin pedillo se lo
enviasen que lo comiesen, haciendo gracias á Dios: para los enfermos
podíase por la ciudad pedir. Y así les acaesció, dia de Pascua Florida,
no tener de comer sino una cocina de berzas, sin aceite, guisada con
sólo axí y sal. Vinieron muchos años guardando este rigor, al ménos
todo el tiempo que el felice padre fray Pedro de Córdoba vivió, y
pasaron grandes trabajos de penitencia, y florecia mucho la religion
en obediencia y pobreza, y, cierto, la primitiva del tiempo de Sancto
Domingo, aquí se renovó; y en tanto creció la fama de su santidad, que
el rey de Portugal escribió al Rey ó á los Prelados de la Orden, que
le enviasen de los frailes de Sancto Domingo destas Indias, ó para
reformar á Portugal, ó para poblar de nuevo la Orden en la India ó en
otra parte. Ordenaron que cada domingo y fiesta de guardar, despues de
comer, predicase á los indios un religioso, como el siervo de Dios,
fray Pedro de Córdoba, en la iglesia de la Vega habia principiado, y
á mí, que esto escribo, me cupo algun tiempo este cuidado; y así era
ordinario henchirse la iglesia, los domingos y las fiestas, de indios
de los que en casa á los españoles servian, lo que nunca en los tiempos
de ántes habian visto. En este mismo año, y en estos mismos dias que
el padre fray Pedro de Córdoba fué á la Vega, habia cantado misa nueva
un clérigo llamado Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los
antiguos de esta isla, la cual fué la primera que se cantó nueva en
todas estas Indias; y por ser la primera, fué muy celebrada y festejada
del Almirante y de todos los que se hallaron en la ciudad de la Vega,
que fueron gran parte de los vecinos desta isla, porque fué tiempo
de fundicion, á la cual, por traer cada uno el oro que habia, con
los indios que tenia, á fundirlo, ayuntábanse muchos, como cuando se
llegan las gentes á los lugares donde hay ferias, para sus pagamentos,
en Castilla; y porque no habia moneda de oro alguna, hicieron ciertas
piezas de oro, como castellanos y ducados contrahechos, que ofrecieron,
de diversas hechuras, en la misma fundicion donde se fundia y pagaba el
quinto al Rey, y otros hicieron arrieles para ofrecerle, segun que cada
uno queria ó podia. Moneda de reales se usaba, y destos le ofrecieron
muchos, y todo lo dió el misa-cantano al padrino, si no fueron
algunas piezas de oro, por ser bien hechas. Tuvo una calidad notable
esta primera misa nueva, que los clérigos que á ella se hallaron, no
bendecian, conviene á saber, que no se bebió en toda ella una gota de
vino, porque no se halló en toda la isla, por haber dias que no habian
venido navíos de Castilla.


CAPÍTULO LV.

Dejando la Órden de Sancto Domingo en el santo y religioso estado
que habemos contado, que fué una de las cosas pertenecientes á esta
isla, tornemos sobre lo que sucedió en la isla de Sant Juan, despues
de haber pasado á ella cristianos, y venida la gobernacion á Juan
Ponce, de quien se dijo arriba. Llegado, pues, el poder del Rey para
que Juan Ponce gobernase aquella isla, edificó un pueblo luégo de
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