Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 07

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la villa de Medina del Campo, á 20 días del mes de Diciembre, año del
nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de 1503 años.--Yo la Reina.--Yo
Gaspar de Gricio, Secretario del Rey y de la Reina, nuestros señores,
la fice escrebir por su mandado de la Reina, nuestra señora.» Y en
las espaldas de la dicha Carta está escripto y firmado lo siguiente:
«_Jo. Eps. Cartha. Franciscus, licenciatus. Jo. licenciatus, Fidus
Tello, licenciatus, Licenciatus Caravajal, Licenciatus de Santiago_.
Registrada: _Licenciatus Polanco_. Francisco Diaz, Chanciller.»


CAPÍTULO XV.

Dada cuenta de dónde y cómo y cuándo tuvo principio abierto y formal
el repartimiento de los indios á los españoles, y quién fué el que con
solemnidad y autoridad, aunque propia y no de los Reyes, le dió nombre,
que tanto despues fué por todas estas Indias celebrado, y que ha sido
causa de su despoblacion y destruicion de las gentes, naturales dellas,
como si place á Dios se verá, lo que viene luego de aquel tiempo
que deba contar la historia, que fué pocos meses más ó pocos ménos,
contemporáneo, es la guerra que se tornó á hacer contra los indios de
la provincia de Higuey; aquella provincia, que, cuando llegamos con
el Comendador Mayor, estaba agraviada por haber muerto al señor de la
isleta de Saona, y, segun la estima de los españoles, estaba alzada y
rebelada, contra la cual se hizo la guerra, que arriba en el cap. 8.º
hicimos mencion. Esta se movió por esta ocasion: ya dijimos, dónde
arriba, que el fin de la primera fué con cierto asiento que hizo Juan
de Esquivel, Capitan general, y los otros Capitanes, con aquella gente
de la provincia, que hiciesen ciertas labranzas de pan para el Rey, que
era lo que entónces mucho valia, y áun siempre ha sido la principal
riqueza desta isla, y que no vernian á esta ciudad de Sancto Domingo
á hacer algun servicio, ni saliesen de su tierra; porque esto es y
ha sido de los indios en todas partes siempre aborrecido y temido.
Dijimos tambien como habia quedado allí, en una fortaleza de madera,
por Capitan, un hombre llamado Martin de Villaman, con nueve otros
españoles. Este, segun dije, y los que con él quedaron, como estaban
bien vezados á tener en poco los indios, y mandarlos con austeridad
y potencia, forzábanlos á traer el pan que habian sembrado para el
Rey, á esta ciudad; ó á que viniesen á hacer acá alguna labranza,
y, lo que yo tengo por cierto, por la luenga y contínua experiencia
que tengo, y no hay hombre en todas las Indias que esto no sepa ni lo
niegue, por las grandes importunidades y rigurosos malos tratamientos
que les hacian, tomándoles las hijas ó parientas, y quizá las mujeres,
porque esto es lo primero y que más en poco se tiene por los nuestros
en estas tierras, finalmente, por lo uno y por lo otro, ó por todo,
no pudiéndolos sufrir, juntóse mucha gente, y vinieron sobre ellos y
matáronlos, y quemaron la fortaleza. Pienso, si no me he olvidado, que
escapó, de los nueve, uno, que trujo las nuevas dello á esta ciudad
de Sancto Domingo. Sabido por el Comendador Mayor, manda apregonar
la guerra contra los de aquella provincia, á fuego y á sangre; mandó
apercibir toda la gente que se pudo sacar de las villas de los
españoles, instituyó por Capitan general, y por Capitan de la gente
de la villa de Santiago, juntamente, al ya nombrado caballero Juan de
Esquivel. Desta ciudad fué por Capitan un Juan Ponce de Leon, de quien,
abajo, si pluguiere á Dios, habrá que decir, y por Capitan de la Vega,
conviene á saber, de la villa de la Concepcion, que en aquel tiempo era
el principal pueblo de españoles desta isla, nombró por Capitan á Diego
de Escobar, de quien arriba, en el primer libro, dijimos haber sido uno
de los de la compañía de Francisco Roldan. De la villa del Bonao no me
acuerdo quién fué por Capitan. Creo que se juntarian por todos obra
de 300, y no llegarian á 400 hombres, como en la otra de que hablamos
en el cap. 8.º Fuéronse á juntar todos, por diversos y distantes
caminos, á cierta provincia, creo que llamada Ycayágua, la media sílaba
luenga, propincua de la de Higuey, cuyos vecinos llevaban el yugo de
la servidumbre de los españoles, con más paciencia y más equanimidad.
Lleváronse de allí cierto número de indios de guerra, con sus armas,
los cuales, en los de Higuey, alzados, no hicieron poca guerra, ni poco
daño. Las gentes de la provincia de Higuey tenian sus pueblos dentro,
en los montes, y estos montes son llanos como una mesa llana, y sobre
aquella mesa comienza otra mesa, de la misma manera llana y montuosa,
más alta 50 y más estados, al cual se subia con gran dificultad, que
apénas pueden subir gatos. Estas mesas son de 10 y 15 leguas de largo y
ancho, y todas soladas, como si lo fuesen á mano, de lajas de peña viva
muy áspera, como puntas de diamante. Tienen infinitos ojos ó hoyos,
de cinco y seis palmos en torno, llenos de tierra colorada, la cual,
para su pan caçabí, es fertilísima y admirable, porque poniendo una
rama ó dos de la planta de donde salen las raíces de que se hace, todo
aquel agujero ó hoyo se hinche de sola una raíz, cuanto el cabe, y áun
sembrando en aquellos agujeros ó hoyos dos ó tres pepitas de nuestros
melones, se crian de la misma manera, tan grandes, que no hay botijas
de media arroba, de las de España, mayores, finísimos y odoríferos, y,
como sangre, colorados. Por esta fertilidad tenian aquellas gentes sus
pueblos en aquellas montañas llanas. Dentro de aquellos montes llanos
talaban los árboles cuanto era menester, para hacer una plaza, segun el
pueblo era chico ó grande; y, hecha la plaza, ella en medio, talaban
y hacian cuatro calles en cruz, muy anchas y de un tiro de piedra en
largo. Estas calles hacian para pelear, porque sin ellas no se pudieran
menear, segun los montes son espesos, y las rocas ó peñas y piedras
que hay, tambien muy ásperas, aunque llanas. Así que, llegada la gente
de los españoles á los límites de aquella provincia, y sentida por las
gentes della, hacen por todas partes muchas ahumadas, unos pueblos á
otros avisándose, y luego ponian las mujeres, y los hijos, y viejos
en cobro, en lo más secreto que ellos hallar podian y sabian de los
montes. Lléganse más los españoles, y en cierto lugar llano y monte
desembarazado, asientan su real para que se pudiesen aprovechar de los
caballos, y, desde allí, proveer á dónde y cómo habian de guerrear.
Allí asentados, todo su principal cuidado era y es, á los principios,
como debe ser en todas las guerras, prender alguno de los contrarios
para que descubran los secretos propósitos y disposicion, y gente y
fuerzas que en ellos hay; y así se tomaban, y, tomados, atormentaban,
y algunos descubrian, y otros ántes se dejaban morir que descubrir
la verdad, si sus señores se lo mandaban. Entrados del todo los
españoles y llegando á los pueblos, hallaban los indios de los pueblos
comarcanos, juntos en un pueblo, que era el más apropiado, y, en las
calles, aparejados con sus arcos y flechas, pero desnudos, en cueros, y
las barrigas por broqueles, para pelear; y era estraña su grita, que,
si así como ponian miedo con sus alaridos, lo pusieran con las armas,
no les hobiera ido con los españoles tan mal. Esperaban el primer
ímpetu de los españoles, aventando sus flechas, harto de léjos, que,
cuando llegaban, iban tan cansadas, que apénas mataran un escarabajo.
Desarmadas en los cuerpos desnudos las ballestas principalmente, porque
por entónces, pocas eran ó ningunas las espingardas, viendo caer muchos
dellos, luego se iban retrayendo, y pocas veces ó ninguna esperaban
las espadas. Algunos habia, que así como le daban la saetada, que le
entraba hasta las plumas, con las manos se sacaba la saeta y con los
dientes la quebraba, y, escupida, la arrojaba con la mano hácia los
españoles, como que con aquella injuria, que les hacia, se vengara, y
luego, allí, ó poco despues, caia muerto. Pasados aquellos primeros
tiros, viendo lo poco que con las ballestas de los españoles ganaban,
todo su refugio y defensa no era sino huir cada casa ó vecindad por su
parte. Allí, por la espesura de los montes y aspereza de la tierra,
porque todo se andaba sobre peñas, como es dicho, muy ásperas, poco
duraba tras ellos el alcance. Pero porque siempre, ó las más de las
veces, ó allí en el conflicto, ó mayormente andando cuadrillas de
españoles á cazar indios por los montes, se tomaban algunas espías,
ó algunos que de una parte á otra pasaban, á estos tales dábanles
increibles tormentos para que descubriesen dónde se habia huido la
gente, y en qué lugares y en cuántas partes. Llevaban estos por
guías, con cordeles al pescuezo atados, y algunos, desque llegaban
á algun despeñadero, por llevar tras sí al español que lo llevaba
del cordel, se despeñaba, porque así se lo habia el señor ó Cacique
mandado. Llegada la cuadrilla de los españoles á donde los infelices
tenian arrinconados sus ranchos, daban en ellos, donde veríades hacer
sus efectos, en aquellos cuerpos desnudos, las espadas. Allí no se
perdonaba á hombre viejo ni niño, ni mujer parida ni preñada. Despues
de hechos grandes estragos, prendian muchos por los montes, destos que
del cuchillo se habian escapado, á todos los cuales les hacian poner
sobre un palo la una mano, y con el espada se la cortaban, y luego la
otra, á cercen, ó que en algun pellejo quedaba colgando, y decíanles,
«andad, llevad á los demas esas cartas.» Por decir, «llevad las nuevas
de lo que se ha de hacer dellos, segun que con vosotros se ha obrado»;
íbanse los desventurados, gimiendo y llorando, de los cuales, pocos ó
ningunos, segun iban, escapaban, desangrándose, y no teniendo por los
montes, ni sabiendo donde ir á hallar alguno de los suyos, que les
tomase la sangre ni curase; y así, desde á poca tierra que andaban,
caian sin algun remedio ni mamparo.


CAPÍTULO XVI.

Desbaratados y desparcidos los de los pueblos, que se habian juntado
en alguno de los más convenientes para resistir á los españoles, iban
á dar en otro pueblo donde sabian que estaban los indios esperándolos.
Entre otros, fueron al más principal, que era el del rey y señor
Cotubanamá ó Cotubáno, que dijimos en el cap. 8.º que habia trocado
el nombre con Juan de Esquivel, Capitan General, y era su guatiao,
como hermano en armas; este Cacique y señor era estimado por el más
esforzado de toda aquella provincia, y era el más lindo y dispuesto
hombre, que, entre mil hombres de cualquiera nacion, creo yo que se
hallara; tenia el cuerpo mayor que los de los otros, creo tambien
que tenia una vara de medir entera de espalda á espalda, la cintura
la ciñeran con una cinta de dos palmos ó muy poquito más; tenia la
llave de las manos de un gran palmo; los brazos, y las piernas, y
todo lo demas, á los otros miembros muy proporcionado, el gesto no
hermoso, sino de hombre fiero y muy grave; su arco y flechas era de
doblado gordor que los de los otros hombres, que parecian ser de
gigante. Finalmente, este señor era de tan señalada disposicion, que
los españoles, todos, de velle se admiraban. Guardé para este lugar
hablar dél, así en particular, lo que parece que tenia su lugar en
el cap. 8.º, porque no entónces yo lo vide, sino en esta temporada y
guerra segunda que se les hizo. Asi que, determinados los españoles
de ir al pueblo deste señor, donde tenian nueva que habia mucha gente
ayuntada para les resistir, y por ser entre todos, y más que ninguno,
por su persona y esfuerzo, nombrado y estimado, fueron todos derechos
allá, y llegados á cierto pedazo de la ribera de la mar, hallaron dos
caminos, que iban por el monte, al pueblo. El uno, muy escombrado,
cortadas las ramas y todo lo que podia embarazar; en este, á la entrada
del pueblo, tenian los indios una celada, para dar á los españoles en
las espaldas, donde no recibieran poco daño; el otro camino estaba muy
cerrado, lleno de árboles cortados y atravesados, que ni áun gatos
pudieran por él andar, pero los españoles, como siempre saben darse á
recaudo, sospecharon luego aquello haber sido de industria ordenado; y
así, sospechando algun engaño, dejaron el camino abierto, y vánse, con
muy gran dificultad, por el cerrado. De una legua ó legua y media, que
habria al pueblo desde la mar, la media legua estaba el camino, de la
manera dicha, con madera ocupado, y, en pasarla, los españoles, tirando
y cortando palos se cansaron harto, y así pasaron; todo lo demas del
camino estaba sin embarazo, de donde tomaron mayor indicio que los
indios, industriosamente los echaban por el otro camino para les hacer
daño. Yendo por el camino adelante, muy sobre aviso, acábanlo de andar,
y, junto al pueblo, dan en los indios que estaban en la celada, por
las espaldas, y desarman en ellos las ballestas, donde todas ó las más
emplearon; saltan luego todo el resto de los indios, recogiéndose á
las calles, y allí tiran infinitas flechas, desde léjos, como suelen,
por miedo de las espadas, como juego de niños, y así hicieron en los
españoles ningun daño; dellos fueron hartos, de las saetas, heridos y
bien lastimados. Con todo esto se acercaban y peleaban con piedras,
no con hondas tiradas, sino con las manos, porque hondas nunca las
usaron ni las alcanzaron, de que allí habia grande abundancia, con su
grita, que ponian en el cielo, mostrando siempre grande gana de pelear
y echar de su tierra los que destruidores de su nacion estimaban. No
desmayaban porque vian caer muchos de sí mismos asaeteados, ántes
parecia que cobraban vigor, y otra cosa fuera si las armas tuvieran
á las de los españoles iguales. Contaré una hazaña digna de ser oida
y alabada, que allí vide hacer á un indio, cierto, señalada, si la
pudiera dar á entender cómo pasó contándola. Apartóse de todos los
otros, que, como dicho es, con piedras y sus flechas peleaban, un
indiazo, bien alto, desnudo en cueros como los otros, desde arriba
hasta abajo, con sólo un arco y una sola flecha, haciendo señas, como
desafiando que saliese á él algun cristiano. Estaba por allí cerca un
español llamado Alejos Gomez, muy bien dispuesto y alto de cuerpo, y en
matar indios harto experimentado, y que tenia grande ventaja á todos
los españoles desta isla, en cortar de un espada, porque cortaba un
indio por medio de una cuchillada. Este, apartóse de los demas, y dijo
que lo dejasen con el indio, que lo queria él ir á matar. Las armas
que llevaba eran, una espada ceñida y una daga ó puñal, y una media
lanza, y cubierto bien con una grande adarga de juego de cañas. Como
el indio lo vido apartarse, váse á él como si fuera armado de punta
en blanco y el español algun gato. El Alejos Gomez, pone la media
lanza en la mano del adarga, y pelea con el indio con piedras, que,
como dije, habia hartas. El indio no hacia más, sino amagalle con la
flecha como que queria soltalla, y andaba de una parte á otra, dando
saltos, guardándose de las piedras, con tanta ligereza como si fuera
un gavilan. Desque todos los españoles los vieron pelear desta manera,
y los indios asimismo, cesaron de la pelea por mirallos; unas veces el
indio daba un salto contra el Alejos Gomez, que parecia que lo queria
clavar, él cobríase todo con el adarga, temiendo que ya era clavado.
Tornaba á tomar piedra el Alejos Gomez y á tiralle, y el indio saltando
y amagándole; todo esto él desnudo en cueros, como su madre lo parió,
y con sola una flecha, puesta en su arco; y, porque duró la pelea un
muy gran rato, fueron sin número las piedras que le tiró, estando cada
momento ambos cuasi juntos, y es cierto que con ninguna le acertó.
Finalmente, andando desta manera ambos á dos, tuvo el indio en tan poco
al español, que se fué acercando á él en tanto grado, que arremetió á
él y púsole la flecha cuasi al arquillo del adarga, hizo harto Alejos
Gomez en hacerse como un ovillo, cubriéndose con su adarga, y como lo
vido tan junto á sí, deja las piedras y toma la lanzuela, y arrojasela
creyendo que ya lo tenia clavado, pero da el indio un salto á través,
y váse riendo y mofando con su arco y flecha sin la haber soltado de
la mano, y con su cuerpo desnudo, sano y salvo. Acuden los indios
todos con gran grita y risa, escarneciendo de Alejos Gomez y de los
demas de su compañía, dando grandes favores á su comiliton, por su
soltura y ligereza, y no ménos esfuerzo, digno de ser loado. Quedaron
los españoles admirados, y el mismo Alejos Gomez más alegre que si lo
matara, y no poco todos al indio loando. Fué, cierto, espectáculo de
grande alegría, y que no hobiera Príncipe alguno, de los nuestros de
España ni de otra nacion, que no se holgara de verlo y de remunerar al
indio con merced señalada. Todo lo que he dicho es verdad, porque yo lo
vide de la manera que lo he contado. Duró la pelea toda entre indios y
españoles, de la manera dicha, desde las dos de la tarde que llegaron,
hasta que los despartió la noche.


CAPÍTULO XVII.

Otro dia no pareció hombre ninguno de los indios, sino, como vian que
no podian prevalecer contra los españoles, mostrada la primera vista,
y gana de se defender y pelear, como está dicho, luego á los montes
huian, donde habian puesto las mujeres y hijos, y los demas que no
eran para pelear. Pues como este señor Cotubanamá, fuese, como dicho
queda, el más fuerte para entre ellos, y más estimado, y no hobiese
sacado más fruto para contra los españoles que los demas, no hobo ya
de aquí adelante señor, ni gente, que en su pueblo osase esperar, sino
que todos trabajaron de retraerse y esconderse donde mejor podian,
en los más breñosos y escondidos montes; ya no restaba qué hacer á
los españoles sino desparcirse por cuadrillas, y andar á montear los
indios que podian escudriñar y prender por los montes, y lo principal
que inquirian era topar con los Caciques y señores, y á Catubanamá,
sobre todos. Salian cuadrillas por diversas partes, y escudriñaban
los rastros por los caminos, que eran harto ciegos y angostos. Habia
hombres tan diestros en buscar indios, que de una hoja de las del
suelo, podrida, caidas de los árboles, vuelta de la otra parte, sacaban
el rastro é iban por él á dar donde habia juntas mil ánimas; porque
los indios, andando por aquellos montes, con tanta sotileza andaban,
como anduviesen desnudos y descalzos, que no hacian 20 ni 30 juntos,
más rastro, que si pasara un sólo gato, pero no les bastaba. Otros
españoles habia, que de sólo el olor del fuego, porque los indios,
donde quiera que están, tienen fuego, de mucho trecho, y de léjos,
tomaban el rastro. Desta manera, las cuadrillas de los españoles,
andando, muchas veces cazaban algun indio, y á tormentos descubria
dónde la otra gente estaba; llevándolo atado iban allá, hallábanlos
descuidados, daban en ellos, y cuantos huir no podian, como mujeres,
niños y viejos, metian á espada, porque lo principal que pretendian
era hacer grandes crueldades y estragos, para meter miedo por toda
la tierra y viniesen á darse. Todos los que tomaban á vida, como los
mancebos y hombres grandes, cortaban ambas á dos manos, y enviaban,
como se dijo, con cartas; fueron sin número á los que cortaron desta
manera las manos, y más los que mataron. Holgábanse por extraña
manera en hacer crueldades, unos más crueles que otros en derramar,
con nuevas y diversas maneras, sangre humana. Hacian una horca luenga
y baja, que las puntas de los piés llegasen al suelo, porque no se
ahogasen, y ahorcaban 13 juntos, en honor y reverencia de Cristo,
Nuestro Redentor, y de sus doce Apóstoles; y así, ahorcados y vivos,
probaban en ellos sus brazos y sus espadas. Abríanlos de un revés por
los pechos, descubríanles las entrañas; otros hacian de otras maneras
estas hazañas. Despues de así desgarrados, áun vivos, poníanles fuego
y quemábanlos; liaban el indio todo con paja seca, y poníanle fuego y
quemábanlo. Hombre hobo que á dos criaturas, que serian hasta de dos
años, les metió por la hoya de la garganta una daga, y así degollados
los arrojó en las peñas. Todas estas obras y otras, extrañas de
toda naturaleza humana, vieron mis ojos, y agora temo decillas, no
creyéndome á mí mismo, si quizá no las haya soñado. Pero en la verdad,
como otras tales y peores, y muy más crueles y sin número, se hayan
perpetrado en infinitas partes destas Indias, no creo que de aquestas
me he olvidado. Algunas veces, siguiendo algunas cuadrillas algunos de
los rastros que se han dicho, sin otra guia, iban á dar donde habia
mucha gente ayuntada, que no quisieran hallar tanta, porque los indios,
viendo que los españoles eran pocos, desque los contaban tornaban sobre
sí, y con piedras y á flechazos, de cerca, los fatigaban: y así fué una
vez, que 13 españoles siguieron un rastro, y fueron á dar con 1.000 ó
2.000 ánimas entre mujeres y niños, chicos y grandes; llevaban cuatro
ballestas, y sus rodelas y lanzas y espadas, á los cuales acometen
los indios muy denodados; los españoles sueltan las ballestas y
hácenseles luego las cuerdas pedazos. Los indios fatíganlos á pedradas
y flechazos, los cuales rescibian en las rodelas y adargas, pero no
llegaban junto á ellos, para con las porras ó mancanas hundilles los
cascos, porque sólo que el de la ballesta, que tenia siempre armada,
les amagaba como que la queria soltar, ninguno habia que se les osase
acercar, y con solos aquellos ademanes de la ballesta, se libraron,
que no los matasen, dos horas ó tres que duró el combate, hasta que,
por maravilla, se oyó la grita en el Real de los españoles, que yendo
de paso, habia cerca de allí, aquella tarde, parado. Entónces ocurrió
toda la más gente del Real, y van por el rastro de los 13 españoles, y
llegan allá; dan en los indios de fresco, desmayan los indios, ponénse
en huida, hácese gran matanza, y la presa de los captivos, mujeres y
niños, y de otras edades, fué grande. En estos comedios, todos los
españoles padecieron grandes hambres, porque regla general en estas
Indias es, que como entran y han entrado siempre guerreando y huyen
los indios dellos, y ellos no traen la comida de España, ni se dan
maña para hacer el pan destas tierras, ni haber los otros manjares,
que padezcan grandes hambres y mueran muchos dellos, como han muerto
infinitos, ésles necesario. Las gentes que se captivaban repartian por
los españoles los Capitanes, dándoselos por esclavos. Cada uno echaba
en cadenas, si las tenia, los que le daban, ó de otra manera tenia
cuidado de guardallos; iban dos ó tres españoles juntos, llevando 10 ó
12 y 15 y 20 esclavos, apartándose del Real, por los montes, á sacar
ciertas raíces, llamadas guayagas, la media sílaba breve, de que en
aquella provincia sola, se hacia cierto pan; y una vez descuidáronse
los tres ó cuatro españoles, y, aunque tenian sus espadas y rodelas,
arremeten á ellos los esclavos, y, con los ramales de las cadenas y con
piedras, matáronlos: ellos, despues unos á otros se desherraron, y, en
señal de su victoria, llevaron las cadenas y las espadas á presentar
al señor Cotubanamá. A todos los indios que se prendian y cortaban
las manos, y en quien se ejercitaban las susodichas crueldades,
decíaseles que así los habian á todos de lastimar y matar si no se
daban. Respondian que si vernian, sino que temian las amenazas del rey
Cotubanamá, que les enviaba siempre á decir que no se diesen á los
españoles, si nó, que, despues de idos, los habia de matar. Lo uno,
por esto, y lo otro, por la persona que era tan señalada, y porque era
cierto, que sino se prendia, ó de otra manera se daba ó venia de paz,
que la tierra no habian de poder sujetar, todo el intento principal
de los Capitanes y españoles era preguntar dónde Cotubanamá estaba, y
dónde se podia hallar. Finalmente, se tuvo nueva que se habia pasado
á la Saona, y que allí estaba sin gente con su mujer y hijos, pero
muy vigilante y á buen recaudo. De allí adelante acordó el Capitan
general, Juan de Esquivel, de pasar allá, como le pareció que allí le
habia ido bien con la matanza que habia hecho en aquella isla, y así,
trabajó de irse acercando hácia la tierra del mismo Cotubáno, que, como
dicho queda, era de la isla dicha, la tierra frontera y más cercana,
solas dos leguas de mar en medio. En este tiempo, prendieron ciertos
señores principales, y mandólos el Capitan general quemar vivos,
y creo que fueron cuatro, porque de tres no tengo que dudar. Para
quemallos, hicieron ciertos cadalechos sobre cuatro ó seis horquetas,
puestas unas varas á manera de parrillas, y en ellos los Caciques muy
bien atados; debajo pusieron muy buen fuego, y comenzándose á quemar,
daban gritos extraños, que oirlos, las bestias me parece que no lo
pudieran tolerar. Estaba el Capitan general en un aposento, apartado
de allí alguna distancia, donde tambien oia sus dolorosos gemidos y
gritos lamentables, y porque de oillos rescibia pena, ó por quitalle el
reposo, ó quizá de lástima y piedad, envió á mandar que los ahogasen;
pero el alguacil del Real, que ejecutaba la inícua sentencia, y era
el verdugo de aquel acto, hízoles meter palos en las bocas, porque no
sonasen ni oyese el Capitan los alaridos y gemidos que daban, y así se
quemasen abrasados, como si le hobieran muerto á todo su linaje. Todo
esto yo lo vide, con mis ojos corporales mortales.


CAPÍTULO XVIII.

Ya se tenia entendido por los españoles que no se habian de subjectar
los indios de la provincia, en tanto que el rey Cotubanamá no se
hobiese tomado, é ya que sabia que se habia pasado á la isleta de
Saona, el Capitan general, Juan de Esquivel, determinó de seguille y
pasar allá, para lo cual proveyó, que una carabela que proveia el Real
de pan caçabí, y vino, y quesos, y otras cosas de Castilla, que desta
ciudad de Sancto Domingo se les enviaba, viniese á cierta parte, siendo
de noche, para que allí tomase la gente que con él habia de pasar en la
dicha isleta, de manera que el Cotubanamá ni sus espías lo sospechasen.
Tenia el dicho Cacique y señor esta costumbre y aviso, despues que á
ella pasó, para se guardar de los españoles: en medio de la isleta
estaba una cueva grande, donde tenia su mujer y sus hijos, y él estaba,
desque vido que la carabela andaba por allí, aunque era ordinario
verla, por la razon que se dijo de proveer el Real, tenia sus espías en
los lugares donde se podrian desembarcar, y él, cada dia, al cuarto del
alba, iba, con 12 indios, de los más dispuestos y valientes que consigo
tenia, á la mar y el puerto ó desembarcadero, de donde más temia que la
carabela podia echar gente en tierra y hacelle mal. Una noche embarcóse
Juan de Esquivel, con 50 hombres, en la tierra frontera de la isla,
que, como he dicho, estaba della dos leguas de mar, y fué á desembarcar
ya cuasi que amanecia. Las espías, que eran dos indios, tardáronse, por
manera, que saltaron en la isla, primero, 20 ó 30 españoles, y subieron
cierta peña, muy alta, poco ántes que las espías, á especular la mar
y carabela, llegasen. Ciertos españoles ligeros, que iban delante,
prendieron las espías, trujéronlas al capitan Juan de Esquivel, y
preguntados dónde quedaba ó estaba el rey Cotubanamá, dijeron que
allí cerca venia; sacó un puñal el Capitan, y dió de puñaladas al
uno, triste indio espía, y el otro, átanlo y llévanlo por guía. Iban
delante algunos españoles, corriendo, y sin órden, cada uno presumiendo
de señalarse en la prision de Cotubanamá; hallan dos caminos, van por
el de á mano derecha, los más de los españoles, sólo uno acertó á
tomar el de la izquierda, porque, como toda la isla es montes bajos,
no se puede ver hombre á otro, aunque esté medio tiro de herron dél.
Aqueste sólo hombre, que tiró por aquel camino, se llamaba Juan Lopez,
labrador, harto bien alto y dispuesto, y de fuerzas, y no ménos
ejercitado en desgarrar indios, ó, al ménos, era de los que andaban en
estas estaciones, porque era de los viejos que en esta isla Española
se habian en las tales obras ejercitado. El cual, áun poco entrado en
el camino, topó 12 indios, grandes y valientes, desnudos, como todos
andaban, con sus arcos y flechas, en renglera, uno tras otro (porque
así andan todos, y, tambien, aunque quisieran, por la estrechura del
camino y espesura del monte, no pudieran venir de otra manera), y el
postrero era Cotubanamá, que traia un arco, segun ya dije, como de
gigante, y una flecha, con tres puntas de hueso de pescado, como un pié
de gallo, que si él la empleara en algun español, sin corazas, bien
pudiera, de vivir más, descuidarse. Como los indios que venian delante
al español vieron, enmudecieron, pensando que sobre ellos venia todo el
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