Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 26

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no se podia sustentar, y que ésto habia causado grande escándalo y
alboroto en toda la isla é inquietud de las conciencias, y suplicase á
Su Alteza, por todos ellos, lo mandar remediar, y otras muchas cosas,
cuantas vieron que para la perseverancia de sus tiranías les podian
aprovechar. Finalmente, trabajaron enviar frailes contra frailes, por
meter el juego, como dicen, á barato. El bueno del padre francisco,
fray Alonso del Espinal, con su ignorancia no chica, aceptó el cargo
de la embajada, no advirtiendo que lo enviaban á detener en captiverio
é injusta servidumbre, en la cual era cierto perecer tantos millares
y cuentos de hombres, prójimos inocentes, como habian perecido, y al
cabo fenecieron sin quedar uno ni ninguno, como abajo parecerá, en lo
cual pecaban mortalísimamente, y eran obligados, _in solidum_, de todos
los daños y de lo que con esta tiranía adquirian, á total restitucion.
No sé yo cómo la ignorancia del padre dicho lo podrá excusar de no ser
partícipe de todos aquellos tan calificados pecados mortales. No osaré
afirmar que lo que aquí diré ayudase á aceptar tal cargo, y ésto fué
que en los repartimientos de los pasados, dieron uno á lo ménos, y yo
lo sé, al monesterio de Sant Francisco de la ciudad de la Concepcion,
en la Vega, para con que se mantuviese los religiosos que allí moraban,
y creo, que pues al de la Concepcion lo daban, que lo debieran de
dar al monesterio de la ciudad de Sancto Domingo, porque estos dos
monesterios habia de Sant Francisco en esta isla; otra casa hobo en la
villa de Xaraguá, pero no tenia sino dos, ó tres ó cuatro frailes, y
por eso no debieron de dalles indios. Del repartimiento de indios que
yo sé que dieron al monesterio de la Vega, no lo daban á los mismos
frailes, (lo cual áun fuera mejor para los indios, porque los tractaran
los religiosos con más piedad), sino que los quedaba á un vecino
español del pueblo, para que se aprovechase dellos, y enviase á los
frailes él la comida de cada dia; enviábales pan caçabí é ajes, que son
otras raíces, y carne de puerco, que todo era laceria (porque ni pan
de trigo, ni vino, sino era para las misas, ni lo comian, ni bebian,
ni lo vian), á seis ó ocho frailes que habia, y no creo que llegaban á
ocho, y echaba el vecino los indios á las minas, y era voz y fama muy
clara, que le cogian cada demora, que duraba ocho ó diez meses, 5.000
castellanos ó pesos de oro, de las minas, y por ventura tenia más de
otras granjerías. Por manera, que, por título que daba de comer á los
frailes, perecian los desventurados de los indios, como los demas, en
las minas y en las otras granjerías. Tambien fué aquesta, no chica
ceguedad de aquellos religiosos, aunque buenos, cierto, no caer en el
gran peligro y daño que incurrian, pues, aunque no era cuasi nada de
valor lo que á ellos en aquella comida se les recrecia, todavía morian
los indios teniéndolos aquél con su título, y así digo, que no sé si
con la simplicidad de aquel padre, Prelado de todos ellos, aquello de
tener con nombre de Sant Francisco, de aquella manera aquellos indios,
para que aceptasen la embajada por los españoles contra los indios
y contra los frailes de Sancto Domingo, algun más motivo, y lo que
yo creo por cierto es, que todo lo que aquel padre hizo y hacia, era
con simplicidad é ignorancia, no advirtiendo en la maldad é iniquidad
que el mensaje y cargo que sobre sí tomaba contenia, y afirmo que,
de su bondad y religion, nunca duda tuve, porque él de mí, y yo dél,
teniamos y tuvimos mucha noticia. Ha llegado el tiempo de la partida:
no tuvo necesidad de andar con el alforja á mendigar las cosas que
habia menester, para su matalotaje, porque á él se lo aparejaron tal,
que si el mismo Rey se hobiera de embarcar no le fuera más, y quizá,
ni tan proveido, ni tan abundantemente aparejado, porque pensaban y
esperaban todos que por él habian de ser redimidos y remediados; y
el remedio era persuadir al Rey, que les dejase los indios en sus
repartimientos, sin que ninguno les fuese á la mano hasta acaballos,
como los acabaron. Escribieron todos en su favor, haciéndolo ya santo
canonizado, á quien Su Alteza podia dar todo el crédito que un santo, y
tan experimentado de los dominicos, que no sabian lo que se decian, que
ayer habian venido, y de los indios ni de la tierra tenian experiencia
de nada. Todo su bien y negocio creian que pendia de acreditar al padre
fray Alonso del Espinal, y desacreditar los dominicos, que contra sus
pecados habian predicado. Escribieron al obispo de Búrgos, D. Juan de
Fonseca, y á Lope Conchillos, Secretario, que todo lo gobernaban,
en favor del dicho padre, y al camarero Juan Cabrero, aragonés, del
Rey muy privado, y á todos los demas que sabian para con el Rey poder
ayudalle, y á los del Consejo Real, que para en las cosas de las Indias
se juntaban; porque no habia entónces Consejo de las Indias formado y
del Consejo real apartado.


CAPÍTULO VI.

Viendo los frailes de Sancto Domingo la diligencia y orgullo que toda
la ciudad traia, en enviar al padre fray Alonso del Espinal á Castilla,
para excusar las excusaciones de sus pecados y á ellos culpallos,
tractaron en su acuerdo (bien creo yo cierto, que no sin muchas y
afectuosas oraciones y lágrimas), que, ¿qué harian sobre este caso
no poco árduo? Deliberaron, al cabo, que fuese tambien á Castilla el
mismo padre fray Anton Montesino, que lo habia predicado, porque era
hombre, como se dijo, de letras, y en las cosas agibles experimentado,
y de gran ánimo y eficacia, para que volviese por sí é por ellos, y
diese cuenta y razon de su sermon, y de las razones que los habian
movido á determinarse de predicarlo. Esto determinado, salieron á pedir
limosna por el pueblo para la comida de su viaje; bien pueden creer
todos los que ésto leyeren, que no se le guisó tan presto como al dicho
padre, y que algunos baldones rescibirian de algunos desconcienciados,
aunque segun la santidad con que vivian, y dellos por la ciudad era
clara, en gran manera reverenciados. Y finalmente, no faltaron algunas
personas cuerdas y timoratas que les ayudaron para que el padre fray
Anton Montesino llevase que comer para su viaje. Partidos los padres
sobredichos, cada uno en su navío, el uno con todo el favor del mundo,
que por hombres se le podia dar, y el otro desfavorecido de todos, pero
puesta toda su confianza en Dios, por las oraciones de los que acá
quedaban, llegaron á Castilla sanos y salvos, y de allí fuéronse cada
uno por su camino á la corte, bien es de creer que primero fué cada uno
á dar cuenta á los Prelados de su Órden de su venida y negociacion. Y
como el Rey habia mandado llamar al Provincial de Castilla, y se le
quejó de los frailes que habia enviado á esta isla de haber predicado
cosas contra su servicio, y en escándalo de la tierra, encargándole que
lo remediase, como se dijo, luégo el Provincial escribió al Vicario
fray Pedro de Córdoba, y á todos, como el Rey estaba informado contra
ellos, haber predicado cosas contra su servicio y muy escandalosas, que
mirasen bien lo que habian dicho, y que, si eran cosas que convenia
retractarse, lo hiciesen, porque cesase tan grande escándalo como en
el Rey y en la corte se habia engendrado, diciendo primero que estaban
maravillados haber ellos afirmado cosa en el púlpito que no fuese digna
de sus letras y prudencia y hábito. Finalmente, la carta del Provincial
fué prudentemente moderada, por la mucha confianza que tenia de la
prudencia, religion y letras, del dicho padre fray Pedro de Córdoba, y
de los demas religiosos que con él estaban, segun el Rey habia mostrado
estar indignado por las informaciones que le habian hecho los de acá
por sus sacrílegas cartas. Llegado el padre francisco, fray Alonso del
Espinal á la corte, y entrado en palacio, recibióle el Rey como si
fuera el ángel Sant Miguel, que Dios le enviara, por la gran estima que
dél tenia ya el Rey, y por las cartas que de acá se le habian enviado,
y el secretario Conchillos, y el obispo de Búrgos, quizá, le habian
encarecido su persona y auctoridad; mandóle el Rey traer silla y que
se asentase, y, asentado, créese que favoreció la parte izquierda de
los que lo enviaban contra los frailes dominicos y contra los indios
desdichados, y la razon que para ésto se puede traer es, porque ni el
Rey le mandara sentar, ni desde allí fuera de todos tan venerado y áun
celebrado, porque siempre que venia á hablar al Rey le traian silla,
y el Rey le mandaba sentar; mandó asimismo, que siempre se hallase en
los Consejos, cada y cuando desta materia de los indios se tractase.
Cognoscido el favor que el Rey le daba, por todos los de palacio y
los de fuera de palacio, y que traia tan justa demanda, conviene á
saber, que los indios sirviesen á los españoles, y se sacase el oro de
las minas, y desta isla á España las riquezas se derivasen, no habia
puerta cerrada ni otro algun obstáculo para que las veces que quisiese
hablar al Rey no hablase, ni reverencia, ni besar de las manos y del
hábito, que por toda la corte no le sobrase. Llegó despues á la corte,
algunos dias, cuando pudo, el padre dominico fray Anton Montesino,
y sabido por todos que venia en contrario del padre francisco,
afirmando que no podian tener los indios, por ser contra razon y ley
divina, y violarse la natural justicia, todos lo aborrecian, ó al
ménos desfavorecian, y hablaban dél como de inventor de novedades y
escandaloso, y áun algunos de los favorecidos, y que por teólogos y
predicadores del Rey se tenian, presumieron de le decir palabras harto
soberbias y descomedidas. Llegaba á la puerta de la cámara del Rey, por
hablarle y darle cuenta y relacion de lo que habia predicado, y de la
ceguedad y crueldad que cerca de la injusta servidumbre y perdimiento
que los indios padecian, y la multitud que dellos en tan poco tiempo
habian perecido, y en llegando á la puerta, dábale el portero con la
puerta en lo ojos, y, con palabras no muy modestas, diciendo que no
podia hablar al Rey, le despedia. Esta es averiguada costumbre del
mundo, y áun regla general que Dios en todo él tiene, ó permitida ó
establecida, conviene á saber, que todos aquellos que pretenden seguir
y defender la verdad y la justicia sean desfavorecidos, corridos,
perseguidos y mal oidos, y, como desvariados y atrevidos, y monstruos,
entre los otros hombres tenidos, mayormente donde interviene pelea de
arraigados vicios; y la más dura suele ser la que impugna el avaricia y
codicia, y, sobre todas, la que no puede sufrirse como terribilísima,
si se le allega resistencia de tiranía. Por el contrario, los que
dan favor _directe_ ó _indirecte_, ó por ignorancia y simplicidad,
ó por agradar con buen ó mal intento, ó tambien, quizá, por su gran
malicia, á los negocios temporales y útiles que los hombres pretenden
para su crecimiento, segun lo que ellos en sí imaginan, puesto que
rebosen de falsedad y de injusticia, manifiesto es á todos, sin que se
produzcan testigos, cuánta parte suelen tener en todo lugar y entre
todas personas grandes y chicas, cuán estimados, cuán honrados y
venerados, cuán tenidos por cuerdos y prudentes; de lo cual se podrán
traer y colegir muchos ejemplos, asaz claros en esta Historia de las
Indias. Tornando al hilo, andando el dicho padre fray Anton Montesino
muy afligido y corrido, y así, desechado de todos, como he dicho,
principalmente de no poder hablar al Rey, llegóse un dia á la puerta
de la cámara del Rey, á rogar al portero que lo dejase entrar como
entraban otras personas, porque tenia cosas que informalle, que tocaban
mucho á su servicio; pero el portero, lo que las otras veces solia
hacer con él, hizo, el cual, como abriese á otro la puerta, no cuidando
que el religioso á tanto se atreveria, descuidado un poquito, el padre
fray Antonio y su compañero, que era un fraile lego, religioso, bueno,
con gran ímpetu entran dentro de la puerta en la cámara del Rey, á
pesar del portero, donde se hallaron cuasi junto al estrado del Rey;
dijo luégo el padre Montesino: «Señor, suplico á Vuestra Alteza, que
tenga por bien de me dar audiencia, porque lo que tengo que decir son
cosas muy importantes á vuestro servicio.» El Rey, benignamente le
respondió: «Decid, padre, lo que quisiéredes.» Llevaba el dicho padre
un pliego de papel, escripto por capítulos, de las crueldades, en
particular, que se habian hecho, en las guerras y fuera dellas, en los
indios vecinos desta isla, que habia bien visto y hallándose en ellas
el fraile que dijimos arriba, que, de los pecadores que las habian
perpetrado, habia el hábito de fraile lego rescibido. Llevaba tambien
por memoria en su pliego los tratamientos que, despues de los estragos
de las guerras, en el servicio y trabajos de las minas, y en los demas
les hacian. Hincóse, pues, de rodillas el padre fray Antonio, ante los
píes del Rey, y saca su memorial, y comiénzalo á leer, y refiere como
los indios, estando en sus casas y tierras sin ofender á ninguno desta
vida, entraban los españoles y les tomaban las mujeres, y las hijas, y
los hijos para servirse dellos, y á ellos, llevándolos cargados con sus
camas y haciendas, haciéndoles otros muchos agravios y violencias, los
cuales, no pudiéndolos sufrir, huíanse á los montes, y cuando podian
haber algun español desmandado, matábanlo como á capital enemigo; iban
luégo á hacelles guerra, y, para metelles el temor en el cuerpo,
hacian en ellos, desnudos, en cueros y sin armas ofensivas, estragos
nunca oidos, cortándolos por medio, haciendo apuesta sobre quién le
cortaba la cabeza de un piquete, quemándolos vivos, y otras crueldades
esquisitas; entre otras, le dijo, que burlando unos españoles entre
sí, estando cabe un rio, tomó uno dellos un niño de obra de un año ó
dos, y echólo por encima de los hombros en el rio, y porque el niño
no se sumió luégo, sino que estuvo encima del agua un poquito, volvió
la cabeza y dijo: «¿Aún bullís, cuerpo de tal, bullís?» Dijo el Rey:
«¿Eso es posible?» Respondió el religioso: «Ántes es necesario, porque
pasó así, y no puede dejar de ser hecho, pero como Vuestra Alteza es
piadoso y clemente, no se le parece que haya hombre que tal pudiese
hacer; ¿Vuestra Alteza, manda hacer esto? bien soy cierto que no lo
manda.» Dijo el Rey: «No, por Dios, ni tal mande en mi vida.» Acabados
los estragos y matanzas de las guerras, refiere las crueldades de
los repartimientos y mactamientos que se hacian en las ánimas, y los
otros trabajos, la falta de los mantenimientos y olvido de la salud
corporal, ni cura en sus enfermedades; de cómo las mujeres que se
sentian preñadas tomaban hierbas para echar muertas las criaturas, por
no vellas ó dejallas en aquellos infernales trabajos; el ningun cuidado
de dalles algun cognoscimiento de Dios, ni consideracion de las ánimas
más que si sirvieran de animales. Leido su memorial, y el Rey algo
lastimado y enternecido de oir cosas tan inhumanas, suplicóle que se
apiadase de aquestas gentes, y mandase poner el remedio necesario ántes
que del todo se acabasen; el Rey dijo que le placia y mandaria entender
con diligencia luégo en ello, y así, el padre fray Antonio se levantó,
y, besadas al Rey las manos, se salió, habiendo aquel dia, á pesar del
portero, bien negociado.


CAPÍTULO VII.

El Rey mandó luégo que con los de su Consejo, que para ésto mandó
señalar, se juntasen algunos teólogos; los del Consejo fueron en
aquel tiempo el obispo de Palencia, que despues fué de Búrgos, D.
Juan Rodriguez de Fonseca, de quien arriba se ha hecho hartas veces
mencion, y á quien, desde su descubrimiento, los Reyes cometieron la
gobernacion destas Indias, y era como Presidente, aunque no habia
Consejo por sí de Indias, como se ha dicho. El otro fué Hernando de
Vega, varon prudentísimo, y por tal estimado en toda Castilla; el
otro fué el licenciado Luis Zapata, persona prudente y principal
entre los licenciados, y más del Rey, que otro, querido, y que por la
auctoridad que alcanzaba con el Rey, con quien, segun era opinion de
muchos, sólo consultaba las mercedes que habia de hacer, por lo cual le
llamaban algunos el Rey chiquito; aunque éste y Hernando de Vega, y el
licenciado Móxica, no estoy cierto que entrasen en esta junta, despues
sí, muchas veces. Otro fué, de los que á esta junta concurrieron, el
licenciado Sanctiago, varon cristiano, y de muy buena voluntad. Fué
otro el doctor Palacios Rubios, doctísimo en su facultad de jurista,
estimado en ella más que todos, y por bueno y buen cristiano tambien
tenido, éste, como muy letrado é inclinado á escribir en derecho,
como muchas otras obras en derecho escribió, comenzó desde entónces
á escribir cierto libro que intituló: _De insulis Occeanis_, el cual
despues prosiguió y acabó siguiendo en el error de _Hostiensis_,
fundando sobre él el título que los reyes de Castilla tienen á las
Indias; y, cierto, si sobre aquella errónea y áun herética opinion,
sólo, estribara el derecho de los Reyes á las Indias, harto poco les
cupiera jurídicamente de lo que en ellas hay. Y ciertamente, mucho
parece que se alargó en el dicho su libro, pretendiendo dar sabor al
Rey, más que desabrille, por lo cual, quizá, permitió Dios que el Rey
le hiciese pocas mercedes, puesto que dél era harto bien querido.
Con todo esto, siempre, como de su natura era bueno, en cuanto pudo
favoreció á los indios, como abajo parecerá. Señalóse otro del Consejo
para esta congregacion, que fué el licenciado Móxica, tambien hombre
letrado y de virtud. Otro fué tambien nombrado, conviene á saber, el
licenciado de Sosa, que despues murió obispo de Almería, persona de
mucha virtud, y que favoreció mucho los indios, el tiempo adelante
desque fué más instruido, como el licenciado Santiago y el doctor
Palacios Rubios; estos fueron los de quien me acuerdo, no sé si me
olvido alguno. Con estos juristas mandó el Rey que se juntasen los
teólogos siguientes, conviene á saber: el maestro fray Tomás Durán, y
el maestro fray Pedro de Covarrubias, frailes de Sancto Domingo; fué
tambien nombrado un clérigo, predicador tambien del Rey, llamado el
licenciado Gregorio. Y porque por aquellos tiempos era estimado por más
señalado letrado el padre fray Matías de Paz, catedrático de teología
en la Universidad de Salamanca, fraile de la misma Órden de Sancto
Domingo, trabajó muy mucho el dicho padre fray Antonio Montesino que el
Rey lo enviase á llamar, que residia, siendo catedrático, como dijimos,
en Salamanca. La corte, cuando ésto se tractaba, estaba en Búrgos; de
los que estaban cabe el Rey, algunos, impedian que aquel padre maestro
fray Matías de Paz no se llamase, porque no querian tanta luz cuanta
creian que habia de dar en esta materia el dicho padre, y siempre se
cognosció, cada dia más y más, los que al Rey aconsejaban, huir este
negocio de los indios de claridad de la verdad, mayormente desque
los del Consejo comenzaron á tener parte interesal en los trabajos
y sudores, y muertes de los indios, como parecerá. Bien creo que no
eran todos, pero tambien sospecho que eran algunos, y quizá los más.
Finalmente, por la suma solicitud y diligencia del padre fray Antonio
Montesino, el Rey hobo de mandar que se enviase á llamar el dicho
padre maestro fray Matías de Paz; y como el padre fray Antonio fuese de
todos tractado por muy extraño, y todos los de la corte, al ménos de
los de palacio y de los oficiales y que desto tractaban, no lo pudiesen
ver ni áun pintado, vivia muy penado, porque todo se le encubria y no
sabia dónde atinar, ni á qué portillo acudir, ni qué remediar, temiendo
que en las juntas que se hacian, donde cada dia entraba el dicho padre
francisco, fray Alonso del Espinal, no habiendo quien volviese por
los indios, alguna cosa en su mayor perjuicio se determinase. Acordó
un dia de ir á Sant Francisco y esperar á la portería que saliese el
dicho padre fray Alonso para ir á la junta, de quien, como se ha dicho,
se hacia grande caudal, como ni del derecho ni del hecho supiese nada
para aprovechar, puesto que pudiera bien testificar muchas y grandes
tiranías, y crueldades, y obras inhumanas, que él y yo que ésto
escribo vimos juntamente, en destruccion de las gentes desta isla,
perpetrar. Saliendo, pues, del monasterio de Sant Francisco el padre
fray Alonso, llegóse á él el padre fray Antonio Montesino, y dijo que
le queria hablar; paróse á oille, y el padre fray Antonio hácele una
vehemente y cominatoria plática, diciéndole con vehemencia, como él
solia predicar: «Vos, padre, ¿habeis de llevar desta vida más deste
hábito andrajoso lleno de piojos que á cuestas traeis? ¿Vos, buscais
otros bienes más de servir á Dios? ¿Por qué os enfuscais con estos
tiranos? ¿Vos no veis que os han tomado por cabeza de lobo, para en sus
tiranías se sustentar? ¿Por qué sois contra aquellos tristes indios
desmamparados? ¿En ésto les pagais los sudores de que, hasta agora, vos
y vuestros frailes habeis comido? ¿Vos no habeis visto mejor que yo las
detestables crueldades, que, en las injustas guerras, contra ellos han
cometido, en las cuales os habeis presente hallado? ¿No sabeis y habeis
visto, y no dudais que hoy y cada dia los matan en las minas y en los
otros trabajos, con tanto olvido de humanidad, que á las mismas bestias
no pueden peor tratar? ¡y pluguiese á Dios que como á sus bestias los
tractasen! ¿Por qué, padre, quereis perder tantos años que habeis
traido á cuestas ese hábito, en tanta penitencia y religion, por cosa
que no echais en vuestra bolsa nada, sino por agradar, yendo los ojos
cerrados, á los que no se hartan de beber sangre humana, no viendo el
daño tan manifiesto que haceis á aquellos desventurados, sin persona
viviente que vuelva por ellos, haciendo obra como haceis, tan contra
justicia y caridad?» Estas y otras muchas palabras le dijo, con las
cuales le hizo temblar las carnes, porque, ciertamente, tenia especial
gracia y hervor en persuadir las cosas que tocaban al ánima, y tenia en
ello tanta eficacia, que pocos le oian que no saliesen compungidos ó
enmendados. En la ciudad de Sancto Domingo estaba una mujer sentenciada
á que la ahorcasen, y de tal manera sentia la muerte con impaciencia,
que no queria confesarse, y así iba impenitente y desesperada; llamaron
al padre fray Antonio Montesino, un poco ántes que la sacasen para la
justiciar, el cual le dijo así como entró, aspérrimamente aquestas
palabras: «¡Vos no os quereis confesar, mujer perdida! ¿No sabeis que
os habeis de ver dentro de un hora, delante el riguroso juicio de
Dios, que luégo os ha para siempre de condenar á las penas infernales?
¿Qué haceis, decid? Tornad, triste de vos, sobre vos, no os perdais.»
De tanta eficacia fueron estas palabras, que la mujer, como atónita
y asombrada, como si ya ardiera en las eternales llamas, pide que se
quiere confesar y comulgar, y ansí, contrita y contenta de morir, fué
ahorcada. Cuasi desta manera acaeció al padre fray Alonso del Espinal,
que tornando sobre sí (como en fin fuese buen religioso y no pecase
sino por ignorancia), dijo al padre fray Antonio Montesino: «Padre,
sea por amor de Dios la caridad que me habeis hecho en alumbrarme; yo
he andado engañado con estos seglares, ved vos lo que os parece que yo
haga y así lo compliré.» Respondióle: «Padre, que en todas vuestras
obras, pareceres y palabras defendais desta y desta manera los indios,
y siempre sed contra esos pecadores españoles, que sabeis vos cuánto
por destruillos con sus codicias trabajan; y cuando se tractare ésto,
responded ésto, y cuando viéredes cosa que convenga decirme, avisadme.»
Finalmente, desde adelante le fué buen amigo, y le daba aviso de lo
que en la congregacion se tractaba, de donde colegia el padre fray
Antonio lo que le convenia negociar y avisar á alguno ó algunos de los
que habia que le ayudaban, como era el doctor Palacios Rubios, y el
licenciado Santiago, y el licenciado Sosa.


CAPÍTULO VIII.

Estaban en la corte á la sazon, segun creo, Francisco de Garay, de los
antiguos desta isla, de quien habemos hecho arriba mencion, y haremos
más si á Dios pluguiere, y Juan Ponce de Leon, y un Pero García de
Carrion, mercader, hombre de auctoridad en su manera, y otros vecinos
desta isla, y que tenian en la servidumbre muchos indios, y habian
muerto hartos dellos por sus propias codicias é intereses; destos
algunos habian sido enviados por Procuradores sobre que el Rey les
diese los indios perpétuos, ó por tres vidas, como en el precedente
libro se dijo; otros, que habian ido por sus particulares negocios.
Todos estos, ó algunos dellos, fueron los primeros, segun yo entendí
y siempre tengo entendido, que infamaron los indios en la corte de no
saberse regir, é que habian menester tutores, y fué siempre creciendo
esta maldad, que los apocaron, hasta decir que no eran capaces de la
fe, que no es chica heregía, y hacellos iguales de bestias, como si
tantos millares de años que estas tierras estaban pobladas, llenas de
pueblos y gentes, y teniendo sus Reyes y señores, viviendo en toda paz
y sosiego, en toda abundancia y prosperidad, aquella que la naturaleza,
para vivir y multiplicarse _in immenso_ los hombres, requiere, hobieran
habido menester nuestras tutorías, las cuales, plugiera á Dios, que ni
ellos hobieran cognoscido, ni nosotros usurpádolas y usado dellas tan
contra justicia, porque dellos inmensos, en cuerpos y en ánimas, no
hobieran perecido, y de nosotros no se viera como se ha visto alguno, y
se verá muy mayor terrible castigo. Este menosprecio é infamia destas
gentes, por respeto de nosotros inocentísimas, les sucedió por nuestra
grande soberbia é inhumanidad, y por su gran mansedumbre, paciencia,
humildad y obediencia, que á todas las cosas las hallábamos á la mano,
y para cualquiera, por difícil que fuese, que las queríamos. Estos
hombres pecadores, ó algunos dellos, introdujeron esta mancilla,
informaron á la larga á los que entraron en la junta, y de creer es, y
yo así lo creo, que algunos de los que allí entraron, más propincuos á
las orejas del Rey, le informaban contra los indios lo que á los otros
oian, ó por que pensaban en ello defender, ó favorecer el título del
Rey, ó porque no les faltaba propósito, como al cabo pareció, de haber
y tener, siendo ellos absentes y viviendo en la corte, para embolsar
oro, indios. Este fué siempre, desde aqueste tiempo principalmente,
aunque tambien comenzaron desde el año de 500, como pareció en el
libro II, cap. 1.º, hasta hoy que es el año de 1559, el fin de los
españoles; y así lo entablaron por todo este orbe, conviene á saber,
infamar y decir cuantos males podian hacer creibles de los indios, y
por principal, que eran bestias y holgazanes y amaban la ociosidad, y
que no se sabian regir, por fingir necesidad que pareciese convenir
tenerlos y servirse dellos en aquella infernal servidumbre en que los
pusieron, diciendo ponerlos en policía y para los hacer trabajar, y
que así Dios y el Rey serian dellos servidos. Ya está visto arriba,
en los dos libros precedentes, la policía en que los pusieron, y el
fructo que Dios y el Rey por sus tutorías de los indios sacaron, como
sea ya manifiesto, y áun confesado por los mismos destruidores de los
indios, cuán justamente, en muchas partes destas Indias, pudieran los
indios poner á los españoles en más razonable y humana policía, y mejor
regimiento que ellos traian y áun tenian en Castilla. Juntados, pues,
los letrados muchas veces, y platicado sobre la gobernacion que debia
ponerse á los indios desta isla, porque de las demas partes deste orbe
no se tractaba, porque no habia españoles si no en ésta y en la de
Sant Juan, y de Jamáica, y ninguno en la tierra firme; habidas todas
las falsas informaciones que los seglares quisieron dar, y la cierta,
que el padre fray Antonio Montesino dar pudo, (y ésta consistia en
que las gentes infieles, mayormente aquestas, debian ser traidas á
la fe con dulzura, y amor, y libertad, y dádivas, y no con aspereza,
servidumbre y tormentos como estos padecian, como se lee de Sant
Silvestre, que atraia los gentiles á la fe con dones que les daba, y
que la servidumbre que estas padecian, era condenada por Dios, como
parecia por Ecequiel, cap. 34, _Væ pastoribus Israel qui pascebant
semet ipsos_, que eran amenazas contra el Rey, si no los remediaba;
decia, eso mesmo, que decir que aquestas gentes eran incapaces de la
doctrina y de la fe, era contradecir á la bondad y omnipotencia de
su Hacedor, etc.), determinaron los susodichos teólogos y juristas,
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