Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 15

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duros y acerbos trabajos, de un extremo á otro, no poco á poco sino de
súbito, acelerados, forzado era que no podian con la vida, en ellos,
mucho tiempo durar; y bien pareció, pues cada demora, que eran los
seis ó ocho meses que tenian las cuadrillas de indios en las minas,
sacando oro, hasta que se traia todo á fundir, se morian la cuarta y
áun la tercia parte. ¿Quién podrá contar las hambres y aflicciones,
malos y crueles tratamientos, que, no sólo en las minas, pero en las
estancias y donde quiera que trabajaban, padecian los desventurados?
Los que enfermaban, ya queda dicho que no eran creidos, diciendo que lo
hacian de haraganes y bellacos por no trabajar; y cuando la calentura
y la enfermedad hablaba por ellos, clamando estar enfermos de verdad,
dábanles un poco de pan caçabí, é unas pocas de ajes, raíces como
turmas de tierra, y enviábanlos á su tierra que estaba 10, y 15, y 20,
y 50 leguas, que se curasen, y áun no con pensamiento que se curasen,
sino que se fuesen donde quisiesen por no curallos; lo que, cierto,
no hacian, cuando alguna yegua de las suyas, porque entónces no habia
caballos, enfermaba. Viéndose así aquestas gentes, en tan infelice y
abatido y mortífero estado, por salir presto dél, muchos se mataban,
bebiendo de aquel agua ó zumo, que arriba dijimos salir de las raíces
de que hacen el pan caçabí, que tiene virtud de matar bebiéndola sin
dalle un hervor al fuego, y si se lo dan queda como vinagre muy bueno,
y llámanlo bien; las mujeres, si se empreñaban, tomaban hierbas para
echar las criaturas muertas, y desta manera, perecieron en esta isla
muchas gentes. Hombre hobo casado, que tomaba una vara ó vardasca, y
se iba á donde los indios cavando trabajaban, y á los que no hallaba
sudando, dábales de varazos diciendo; «¿no sudais, perros? ¿no sudais?»
La mujer se iba por su parte con su vara en la mano á donde las
mujeres indias trabajaban en hacer pan, mayormente cuando las raíces
rallaban, y á las que no hallaban sudando, daban de varazos, diciendo
las mismas palabras: «¿no sudais, perras? ¿no sudais?» Y, por justo
juicio de Dios, ellos despues más dolorosamente sudaron, porque
ambos á dos, con hijos é hijas, niños que parecian unos ángeles, y
con otras personas hermanas y cuñadas, y con el oro que con aquellas
obras buenas y justicia habian ganado, que era no poca cantidad, los
vide por mis ojos en el Puerto de Plata, desta isla, embarcar para
se ir á Castilla, creyendo ir á gozar dello y descansar, y nunca más
parecieron, habiéndose hundido con todo ello en la mar; destos castigos
que Dios ha hecho en reprobacion y venganza destas crueldades, que con
estas gentes se han obrado, habemos visto hartos, y, si place á Dios,
algunos dellos, notables, abajo se referirán. Y, porque el licenciado
Alonso Maldonado tenia gran trabajo en el ejercicio de la justicia de
toda esta isla, envió el Comendador Mayor á Castilla que le enviasen
un letrado para que llevase parte de sus trabajos, y así vino en este
tiempo un bachiller, llamado Lúcas Vazquez de Ayllon, natural de
Toledo, hombre muy entendido y muy grave, al cual hizo el Comendador
Mayor, Alcalde mayor de la ciudad de la Concepcion, con todas las otras
villas que están por aquella parte desta isla, como fueron, la villa
de Santiago, Puerto de Plata, Puerto Real, y Lares de Guahába. Este
bachiller Ayllon despues fué á Castilla, y tornó licenciado y por Oidor
de la Audiencia que aquí está. Dióle, luégo que vino, el Comendador,
400 ó 500 indios, porque éste era el principal salario con que pagaban
todos los servicios, los cuales al cabo mató, ó la gran parte dellos,
en sus minas y granjerías.


CAPÍTULO XLI.

En todo este tiempo faltó Rey en Castilla, desde el año de 504 hasta el
de 507, porque como en el de cuatro murió la reina doña Isabel, y el
de cinco vinieron á reinar el rey D. Felipe y la reina doña Juana, y
el rey D. Felipe murió luégo en aquel año, y la Reina, por su perpétua
enfermedad, no estuvo para gobernar, siguióse de aquí estar los reinos
de Castilla sin Rey y sin dueño, presente al ménos, desde el año de
cuatro, al fin dél, hasta el de siete, que vino el rey D. Hernando,
de Nápoles; porque aunque desque murió la reina doña Isabel estuvo
presente aquel año el rey D. Hernando, y lo gobernaba, pero cada dia
esperaba la reina doña Juana al rey D. Felipe, y no faltaron embarazos
y ocupaciones al Rey, y no tuvo noticia entera de la perniciosa
desórden que el Comendador Mayor habia puesto en esta isla, repartiendo
los indios de la manera dicha, y como por ella perecian todos: y si la
tuvo, porque, en la verdad, el Almirante le avisó dello, como arriba ya
dejamos dicho, ó no la creyó, ó con otros más vehementes pensamientos,
que entónces le ocupaban la intencion ó atencion, no la entendió, ó
della no curó. Venido el rey D. Felipe, fuése el rey D. Fernando á
Nápoles; murió luégo el rey D. Felipe, vacó la gobernacion, hasta
que el año de siete tornó de Nápoles el rey D. Hernando. Y así, con
estos embarazos y mudanzas, tuvo lugar de se entablar y asentar esta
pestilencia del repartimiento, sin que se sintiese ni hobiese persona
que en ella mirase, pereciendo cada dia, como es dicho, tantos, porque
no habia otro fin á que la intencion y cuidados se enderezasen, sino
á sacar oro; de la perdicion, y como se consumian los indios, ninguna
cosa curando, y el que debia más que los otros mirar en ello, que era
el Comendador Mayor, que lo habia ciegamente ordenado, y le incumbia
remediallo, aunque via cada hora morir estas gentes y despoblarse esta
isla, como ligado de su insensibilidad, ó no advertia ó no se le daba
nada. Venido el Rey el año de siete de Nápoles, no siendo informado
del estrago que acá destas gentes míseras pasaba, no se tractaba sino
del oro que se sacaba, que por entónces era mucho, pero de los tristes
que por sacallo morian, y de la sangre humana que costaba, y, lo que
más doloroso es, de las ánimas, que, sin fe y sin Sacramentos, salian
desta vida, ni se decia ni se preguntaba. Solamente sonó en los oidos
de muchas gentes, que tras el Rey vinieron de Nápoles, que allá le
habian servido y no pagado, y con importunidades le pedian la paga,
que en las Indias se sacaba mucho oro, y que quien alcanzase á tener
un repartimiento de indios ternia oro, y sería bienaventurado. Cayeron
algunos y quizá muchos, viendo que el Rey no los hacia mercedes, en
suplicarle que les hiciese merced de dalles indios en esta isla,
porque se querian venir á vivir acá. El Rey, por cumplir con ellos
y echallos de sí, no sabiendo lo que daba, ni, dando los indios, en
qué paraban, dió á algunos Cédulas para el Gobernador, mandando que
les diese 200 indios, como á los otros vecinos desta isla los daba,
muchas de las cuales el Comendador Mayor no cumplia, puesto que las
obedeciese, mayormente si aquellos eran personas principales, que
enviaban las Cédulas, y en Castilla se quedaban, diciendo que aquellos
no servian, quedando allá, en nada, y otras razones que le movian para
no aceptallas; pero que diese indios á éstos de nuevo venidos, ó no
los diese, ninguno los rescibia que no los mataba. En estos dias el
Comendador Mayor mandó á un piloto llamado Andrés de Morales, de que
arriba hemos hecho alguna mencion, que anduviese todos los rincones
desta isla y pusiese por escripto cuántos rios, y cuántas sierras, y
cuántos montes, y cuántos valles, con la dispusicion de cada uno, que
en ellos hallase. No pude ver yo esta descripcion despues que caí en
buscarla, puesto que muchos años ántes, si cayera en ello, me la diera
el mismo Andrés de Morales. Pienso que la terná Alonso de Sancta
Cruz, cosmógrafo, vecino de Sevilla, porque destas cosas tiene en su
poder hartas. Acordó tambien por este tiempo, que era el año de 508,
el Comendador Mayor, enviar á descubrir del todo á la isla de Cuba,
porque hasta entónces no se sabia si era isla ó tierra firme, ni hasta
dónde su longura llegaba, y tambien á ver si era tierra enjuta, porque
se decia que lo más era lleno de anegadizos, ignorando lo que el
Almirante, cuando la descubrió el año de 94, habia visto en ella, como
se dijo en el libro I. Para este descubrimiento, envió por Capitan á un
hidalgo gallego, llamado Sebastian de Campo, criado de la reina doña
Isabel, de los que habian venido con el primer Almirante, cuando vino á
poblar esta isla el segundo viaje. Partió este Sebastian de Campo con
dos navíos, y en cada uno sólos marineros, porque no iba sino á saber
si aquella tierra era isla ó cabo de tierra firme, como es dicho; el
cual, segun creo, fué por la parte del Norte, y la rodeó toda y entró
en algunos puertos, y creo que porque uno de los navíos, ó ambos,
tuvieron necesidad de darse carena, que es renovalles ó remendalles las
partes que andan debajo del agua, y ponelles pez y sebo, entraron en
el puerto que agora decimos de la Habana, y allí se la dieron, por lo
cual se llamó aquel puerto, el Puerto de Carenas. Este puerto es muy
bueno y donde pueden caber muchas naos, en el cual yo estuve de los
primeros, despues deste descubrimiento. De allí prosiguió adelante, al
Poniente, y halló el cabo de la isla, que hoy se llama el Cambo ó punta
de Sant Anton (no sé quién se lo puso, ni por qué ocasion), y está de
aquel puerto 50 leguas, pocas más ó ménos; tornó hácia el Oriente por
la costa del Sur, doblando el dicho cabo, y entró en el puerto que
llamamos de Xagua, porque así llamaban los indios aquella provincia;
este puerto es de los mejores y más seguros para mil naos, que pueden
hallar en el mundo. Aquí estuvo Sebastian de Campo con sus dos navíos,
muy á su placer, bien servido de los indios, de infinitas perdices como
las de Castilla, salvo que son algo menores; tuvo tambien abundancia
de lizas, porque no podia encarecerse la multitud que dellas hay en
este puerto. Tenian los indios corrales dellas, como el puerto es tan
quieto, donde contenian millones dellas, no ménos ciertas que si las
tuvieran dentro en sus casas, en un estanque ó alberca; en su mano era
sacar muchas ó pocas, segun querian. Los corrales eran de cañas juntas
unas con otras, hincadas en el cieno que tiene allí la mar, como sea,
segun dije, tan quieta, que no puede salir una ni ninguna dellos, y
son tan grandes cuanto quieren hacerlos, aunque lleguen á un tiro de
piedra. De allí se vino costeando la isla, y trujo al Comendador las
nuevas de ser isla; en lo cual gastó, sino me he olvidado, ocho meses.
Bien creo, que si más el oficio el Comendador Mayor tuviera, que la
enviara á poblar de españoles muy presto, sabido que era tierra enjuta
y buena. Por este tiempo se descubrió junto á la villa de Puerto Real,
en cierta sierra, cobre muy rico, porque tenia una buena parte de oro
á vueltas, y parecíasele en la tez ó superficie por de fuera; envió el
Comendador Mayor á cierto oficial que dello se le entendia para que
lo viese, y éste se lo encareció tanto y afirmó con tanta eficacia su
riqueza, que, dándole crédito el Comendador Mayor, lo escribió al Rey
con el mismo encarecimiento, afirmando que se habia descubierto cierta
sierra de cobre, del cual se sacaria más provecho y riquezas que de
todas las minas de oro, y no era entónces lo que se sacaba dellas poco.
El Rey, por ventura, concibió destas nuevas grande esperanza, de que
á España vernian grandes tesoros; y, si no me he olvidado, escribió
tambien al Rey, que mandase proveer de muchos oficiales de aquello,
y de herramientas y diversos instrumentos otros, en lo cual se gastó
mucho, y él acá puso diligencia é hizo muchos gastos, comenzando á
derrocar sierras y trastornar montes, segun que pedia y ordenaba aquel
susodicho hombre. Pero con todos los gastos, y trabajos y angustias
que padecieron los indios, al cabo hallóse tan poco del cobre, que,
con mucha cuantidad, el fructo que de allí sacaron no llegó al costo;
y venidos los instrumentos que el Rey envió, fué harta la pena que
rescibió el Comendador Mayor, porque hobo de escrebir al Rey el
contrario de lo que habia certificado, de que no quedó poco corrido,
segun su mucha prudencia y autoridad, y el Rey, quizá, no sin alguna
displicencia dél. Ya dijimos en el primer libro, cerca del fin, como
los 300 españoles, que cuando el Comendador vino acá estaban, vivian
vida muy á la larga, y entre otras licencias que para ella escogieron
y se tomaron, fué, por grado ó por fuerza, tomar las señoras de los
pueblos ó sus hijas por amigas, que llamaban criadas, con las cuales
estaban en pecado; los padres ó madres dellas y sus vasallos creian
que las tenian por sus legítimas mujeres, y con esta opinion se las
daban, y así pasaban, y eran de todos adorados. En estos dias estaban
buenos religiosos de Sant Francisco, en especial uno llamado fray
Antonio, creo, de los Mártires, que reprendia mucho aquel pecado
de tener aquellos aquellas señoras por mancebas, é insistia con el
Comendador Mayor que se las quitase, ó que les mandase que con ellas
se casasen; y así lo mandó que lo hiciesen dentro de cierto tiempo,
donde no, que las dejasen. Esta fué una de las grandes tribulaciones
que poderles venir estimaron, porque habia ya muchos dellos que estaban
en figura de muy honrados, aunque no de demasiada generosidad y casta,
y otros, que, aunque hijodalgos eran, y pudieran muy á honra suya
vivir con los padres de aquellas señoras y con ellas, como fuesen
Reyes y Reinas y de noble sangre cuanto á lo natural, pero era tanta
su amencia presuntuosa, y soberbia destestable, y menosprecio que
tenian destas gentes, viniendo á sus tierras andrajosos y á matar la
hambre, que en Castilla no se hartaban de pan, que no les pudo venir
mayor tormento, despues de la muerte, que mandallos con ellas casar,
teniéndolo por grandísimo deshonor y afrenta. Pero por no perder el
servicio y abundancia y señorío que con ellas poseian, hobieron de
pasar carrera; que no les fué menos áspera que si la pasaran, como
suele decir el refran. Ellos casados, y que en la verdad sucedian en
el estado y señorío de sus mujeres (y ningun derecho hobo en esta isla
para rescibir justamente servicio y provecho de los indios, si este
no), el Comendador Mayor debiera por ello de favorecerlos, pero hizo
una grande injusticia y disparate con cuanta prudencia tenia; esta
fué, que así como se casaron, los quitó los indios de sus mujeres, y
diólos á otros, y en otra parte dióles á ellos. ¿Qué mayor ceguedad,
despues de las pasadas, ni cosa más irracional? Movióse, segun se dijo,
porque los tales españoles no tuviesen presuncion, viéndose señores y
se alzasen á mayores, ó no sé qué otras cosas no bien consideradas, y
así añidió injurias á injusticias, y agravios á agravios, privando á
las señoras naturales de sus estados y vasallos, y consiguientemente
á los españoles, sus maridos, que sucedian en la administracion del
señorío, y tambien á los indios sus vasallos, que con servir á su
natural señora, fueran mejor tractados, aunque los maridos fueran
ruines; y no ménos agravió y privó á los hijos, que dellas y dellos
procedieron, de lo que de derecho natural y de las gentes, y áun por el
divino, por la sucesion se les debia, los cuales yo vide desposeidos, y
sin memoria ni vestigio de ser viva persona, de muchas gentes vasallos
de sus madres. Y así fué causa que más aína muriesen, que murieran, los
tristes indios.


CAPÍTULO XLII.

Cuando el Comendador Mayor, siendo Comendador de Lares, vino, segun
es dicho, á gobernar esta isla, vinieron con él cuatro oficiales de
la Hacienda real, que enviaron los Reyes, conviene á saber, Tesorero,
llamada Villacorta, creo que natural de Olmedo, Contador, cuyo nombre
fué Cristóbal de Cuéllar, y de Cuéllar natural, que habia servido de
Copero al príncipe D. Juan, natural de Cuéllar, y el Veedor, llamado
Diego Marque, natural de Sevilla; del nombre del Factor no me acuerdo.
Vino tambien allí por fundidor y marcador del oro un platero de los
Reyes, llamado Rodrigo del Alcázar, hombre muy prudente, que pudiera
tan bien gobernar pueblos como hacer joyas ó piezas de plata; éste
trujo de merced, que de todo el oro que se fundiese y marcase hobiese
de ciento uno, no creyendo los Reyes que le daban tanto como le dieron,
como hasta entónces las minas no sonasen y fuese poco el oro que se
hobiese sacado, y todo el estado destas Indias, en la estimacion de
todos, por no haber henchido á Castilla de tesoros en tres dias,
estaba muy caido y cuasi menospreciado, no haciendo mucho caudal de
los tesoros espirituales destas infinitas ánimas, que para que se las
salvásemos, nos habia Dios puesto en las manos. Así que, vino aquel
platero, Rodrigo del Alcázar, por fundidor ó marcador, con la centena
parte de todo el oro que se sacase de renta, con la cual, si le durara,
comprara en Castilla un buen Estado; pero como los Españoles, despues
que se les repartieron los indios, se dieron priesa en echallos á las
minas, y tan copiosamente dieron las riquezas y abundancia de oro que
tenian en sus entrañas, y el Rodrigo del Alcazar, por consiguiente,
adquiriese tanto de su centena parte, los oficiales y quizá tambien
el Comendador Mayor, avisaron á los Reyes haber sido aquella merced
exorbitante; y así, los Reyes, ó el Rey sólo, siendo la Reina muerta,
revocó la merced á Rodrigo del Alcázar. Cuatro fundiciones se hicieron
á los principios, cada año, dos en el pueblo de la Buenaventura, ocho
leguas desta ciudad, en la ribera de Hayna, donde se fundia el oro que
de las minas nuevas y viejas se sacaba; las otras dos se hacian en
la ciudad de la Vega ó Concepcion, y allí se traia á fundir todo el
oro que se sacaba de las minas de Cibao, y de todas aquellas partes,
que eran hartas, porque de muchos rios se sacaba. En cada fundicion
de las que se hacian en la villa de Buenaventura, se fundia 110.000,
y 112.000, y 116.000, y 18, y no pasaba de 120.000, pesos de oro; en
las fundiciones de la Vega comunmente se fundian, 125 y 130.000, y
treinta y tantos mil, y no llegaban á 40.000 pesos. Por manera, que
las fundiciones de la Vega hacian ventaja á las de la Buenaventura, en
15 y 20, y algunos más millares de castellanos, y así se sacaban por
entónces de toda esta isla cada año, 450 y 60.000 pesos, ó castellanos
de oro, pocos más ó pocos ménos; y así tenia Rodrigo del Alcázar,
platero del Rey, 4.500 pesos de oro de renta en cada un año, muy pocos
ménos; que para en aquel tiempo fué merced señalada, por lo cual le
duró poco, y así le fué quitada. Cada dia se iban disminuyendo las
fundiciones, como iban muriendo los desdichados que con sus sudores
y hambres y vida desesperada lo sacaban; y esta diminucion de los
pesos de oro debiera de advertir y estimular al Comendador Mayor, y
á los mismos cudiciosos que por sacar oro los mataban, á considerar
cuánto mejor les fuera, para sus haciendas, y para haber oro, sacarlo
despacio, y dar de comer á los indios para que más tiempo les duraran,
ya que compasion de verlos perecer, con su gran crueldad, no les
moviera, pero la ceguedad de todos los privó deste cuidado. Otra
ocasion les ofrecia Dios para que advirtieran su grande pecado (aunque
suele ser muy más escura y ménos pensada de los que con robos y daños
ajenos enriquecerse trabajan), y esta fué, por juicio manifiesto de
Dios, que con cuanto oro de contino sacaban, nunca hobo hombre que
medrase; traian sus 500, 800 y 1.000 pesos de oro á la fundicion, cada
uno, y ninguno salia della con un sólo peso de oro, ántes muchos della
iban presos á la cárcel, por las deudas en que, ó por los gastos que
en vestidos ó jaeces y otros excesos hacian, ó porque en comprar parte
de haciendas unos de otros se adeudaban; porque sacado el quinto para
el Rey, lo demas se repartia entre los acreedores, cada uno por su
antigüedad, y así se salian vacías las manos, con sólo la triste ánima,
por las muertes y aflicciones y crueldades que habian dado y usado con
los indios, á las penas infernales obligada. Túvose por gran maravilla
que salió uno sólo, llamado Juan de Villoria, de la fundicion, con
dos ó tres barras de oro, descubiertas, y dando en unas con otras en
las manos, y atribuyéronlo á que era hombre piadoso, y trataba los
indios ménos mal; puesto que tambien concurrieron algunas otras causas,
como es, que habia venido poco habia de Castilla y traido hacienda de
allá, y entró en los indios, que le dieron, sin necesidad; y áun éste
no se escapó del mismo juicio y castigo de Dios, despues, el tiempo
andando, si Dios quisiere, se declarará. Finalmente, nunca, con cuanto
oro sacaron y por sacallo con cuantas gentes murieron, ninguno se
halló que medrase. Fué tambien una regla, en esta isla, general, que
los que no echaban los indios á las minas, sino que los ocupaban en
otras granjerías y trabajos, como ménos reprobados y ménos aflictivos
de los inocentes indios, tuvieron ménos necesidad y más medraban.
Tornando al propósito de la historia de los oficiales del Rey, que con
el Comendador Mayor vinieron, murió desde á poco tiempo el Tesorero
Villacorta, el cual habia traido consigo, por oficial de sus cuentas,
un mancebo cuerdo, llamado Sancta Clara, natural de Salamanca, muy
hábil, gran contador, y en muchos otros dones, para entre hombres,
gracioso; por los cuales, todos, y más el Comendador Mayor, le amaba
y daba todo favor; muerto su amo, el Tesorero, quiso hacer en él el
Comendador Mayor, confiando de su habilidad y cordura, por manera, que
depositó en él el oficio de Tesorero, hasta tanto que lo proveia el
Rey desde allá. Túvolo algunos años el Sancta Clara, y porque entónces
no habia arca de tres llaves, como agora la hay, tenia el Tesorero sólo
todo el oro del Rey debajo de una sola llave suya, tomando el Contador
solamente la razon del oro, que en poder del Tesorero entraba; por
cuya causa tuvo el Sancta Clara lugar de gastar de los dineros del Rey
cómo y cuando queria y le parecia. Compró muchas y grandes haciendas
en esta isla, y hizo banquetes y fiestas al Comendador Mayor, y otros
gastos, que no pudiera, ni tenia de que los hacer, sino tuviera los
dineros del Rey. Un convite hizo, creo que dia del Corpus Christi, al
Comendador Mayor y á caballeros y personas principales, en esta ciudad
de Sancto Domingo, en gran manera excesivo y muy costoso, y entre otras
cosas señaladas que en él hobo, fué, que los saleros se sirvieron, por
sal, llenos de oro menudo, como lo sacaban de las minas de Cibao. Con
esta desórden de gastar, padecia mucha jactura la hacienda del Rey, y
era cosa de maravillar que el Comendador Mayor, siendo la persona que
habemos dicho, y no dejaremos de decir, ser muy prudente, no poner
con tiempo remedio en exceso tan descubierto, como aquel hacia en la
hacienda del Rey, habiéndosele de imputar por haber confiádola dél.
Pero no faltó quien al Rey avisase, como eran los oficiales del Rey,
en especial el Contador, que se llamaba Cristóbal de Cuéllar, que era
hombre de valor, y criado antiguo de los Reyes, y que no estaba muy
bien con el Comendador Mayor, porque no le habia dado los indios que
él queria, ó cuantos, ó donde queria. Envió el Rey un Contador de
cuentas, mandando que la tomasen al Sancta Clara, con cuanto rigor
conviniese. Tomáronle las cuentas y alcanzáronle por 80.000 pesos de
oro; secrestáronle todas sus haciendas, y mandó el Comendador Mayor
que se vendiesen en almoneda, en la cual siempre se halló presente, y
usó en ella de tanta prudencia é industria, que la hizo valer mucho
más de lo que valiera. Tenia una piña en la mano, que es fruta muy
excelente, y comenzaba entónces á darse en esta isla, y apregonándose
un atajo de yeguas, ó otras cosas de mucho precio, poníanselas en 500
ó 1.000 pesos; decia el Comendador Mayor, quien la pusiere en 1.500
le daré esta piña. Respondia el que más presto podia, mia es, señor,
la piña; y habia muchos que lo dijeran, y decian, porque, no por las
piezas que pujaban, que quizá no valian la mitad de lo que daban por
ellas, ni tampoco por la piña, sino porque sabian que agradaban al
Comendador Mayor y le compraban su gracia para, despues, les diese más
indios, ó más provechos sobre los que tenian. Desta manera y con esta
industria, hizo valer la hacienda de Sancta Clara 92.000 pesos de oro,
por manera que hizo pago al Rey de los 80.000 que le habia alcanzado
y sobráronle 12.000; y porque todos los tomaron para el Rey, porque
dió en pago algunas deudas que le debian, que se fueron, ó murieron
los deudores, y así faltaban al Rey ciertos millares de pesos de oro,
despues, muchos años, andaba el Sancta Clara, y, muerto él, su hijo,
suplicando que le satisfaciesen algo, pero no alcanzó nada, porque no
se debió de averiguar qué se le debia. Este Sancta Clara fué vecino
mucho tiempo y bien honrado en esta ciudad de Sancto Domingo. Entre
otros, que escribieron al Rey el mal recaudo de su hacienda, fué
Rodrigo del Alcázar, platero susodicho, cognoscido por prudente y que
tenia crédito con el Rey, éste juzgando ser el oficio de Tesorero en
esta isla de mucha calidad y requirirse gran cordura y fidelidad en la
persona que lo tuviese, escribió al Rey que debia enviar Su Alteza,
para que lo tuviese, una tal persona, como era Antonio de Fonseca, en
Castilla. Fué Antonio de Fonseca, en Castilla, un caballero valeroso,
muy señalado y muy prudente, y muy estimado, privado de los Reyes
católicos, contador mayor de Castilla, que es el más preeminente oficio
que en su casa y corte Real tienen, y era hermano del obispo D. Juan
de Fonseca, que tuvo, desde que se descubrieron estas Indias, por
muchos años cargo dellas, de quien arriba en muchas partes se ha hecho
mencion y se hará abajo, si Dios quisiere. El Rey católico, entendiendo
ser así encarecido el cargo en esta isla, de Tesorero, acordó enviar
para él una persona, cierto, veneranda, de grande cordura, prudencia,
experiencia y autoridad, aragonés, criado suyo viejo, llamado Miguel
de Pasamonte, señaladamente honesto, y de quien se tuvo opinion
haber sido casto toda su vida. Este llegó á esta isla en el mes de
Noviembre de 1508; diósele tanta honra, que lo llamaban en las Cartas
y Cédulas reales, Tesorero general de todas estas Indias, habiendo
Tesoreros en tierra firme y en las otras islas; esto no se si procedia
de voluntad del Rey, ó de solos los Secretarios que el Rey entónces
tenia. Finalmente, por ser la persona tal como es dicho, cobró aquel
oficio, en estas tierras, más nombre y mayor estimacion que el oficio
de Contador, como quiera que sea el contrario en Castilla. Tuvo tanto
crédito con el Rey miéntras el Rey vivió, que casi toda la disposicion
y gobernacion destas Indias por su relacion y parecer se ordenaba y
disponia. Cuando este Tesorero vino, que fué, como dije, año de 508,
habia, contados en esta isla todos los indios, 60.000 personas; de
manera, que desde el año de 494, en el cual comenzó su desventura,
como pareció en el libro I, capítulo 90, hasta el de 508, que fueron
catorce años, perecieron en las guerras y enviar por esclavos á vender
á Castilla, y en las minas y otros trabajos, sobre tres cuentos de
ánimas que en ella habia. Esto ¿quién lo creerá de los que en los
siglos venideros nacieren? yo mismo que lo escribo y vide, y sé lo más
dello, agora me parece que no fué posible; pero ya es hecho necesario
por nuestros grandes pecados, y será bien que con tiempo lo lloremos.


CAPÍTULO XLIII.

Viendo los españoles que tenian cargo de consumir los indios en las
minas, sacando oro, y en las otras sus granjerías y trabajos, con
que los mataban, que cada dia se les hacian ménos, muriéndoseles, no
teniendo más consideracion de á su temporal daño, y lo que perdian
de aprovecharse, cayeron en que sería bien suplir la falta de los
que perescian, naturales desta isla, trayendo á ella de las otras
islas la gente que se pudiese traer, para que su negocio y granjería
de las minas y otros intereses no cesasen; y para esto pensaron con
esta industriosa falsedad de engañar al Rey D. Hernando. Fué aquesta
cautela dolosa tal, conviene á saber, que le hicieron saber, ó por
cartas ó por procurador que á la corte enviaron (lo cual no es de creer
que se hizo sin parecer y consentimiento del Comendador Mayor), que
las islas de los Lucayos, ó Yucayos, vecinas desta Española y de la
de Cuba, estaban llenas de gente, donde estaban ociosos y de ninguna
cosa aprovechaban, y que allí nunca serian cristianos, que Su Alteza
diese licencia á los vecinos españoles desta isla, para que armasen
algunos navíos en que los trujesen á ella, donde serian cristianos y
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