Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 21

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por diversos lugares, buscando qué robar, toparon con el cuerpo de Juan
de la Cosa, que estaba reatado á un árbol, como un erizo asaetado; y
porque de la hierba ponzoñosa debia estar hinchado y disforme, y con
algunas espantosas fealdades, cayó tanto miedo en los españoles, que
no hobo hombre que aquella noche allí osase quedar. Vueltos al puerto,
Hojeda y Nicuesa confederados, Hojeda se despidió de Nicuesa y mandó
alzar sus velas para el golfo de Urabá, que era el fin de su jornada,
donde gozar de los bienes ajenos pensaba. Será bien aquí considerar,
porque por las cosas no pasemos como pasan los animales, ¿qué injuria
hicieron los vecinos del pueblo de Calamar á Hojeda y á Juan de la
Cosa, y á los que consigo llevaron? ¿qué haciendas les usurparon?
¿qué padres ó parientes les mataron? ¿qué testimonios les levantaron,
ó qué culpas otras contra ellos cometieron, estando en sus tierras y
casas pacíficos? Item, ¿fué alguna culpa, los del pueblo de Turbaco
matar á Juan de la Cosa y á los demas, yendo á hacer en ellos lo que
habian hecho los españoles á los del pueblo de Calamar? ¿y fuera culpa
vengable que lo hicieran, solamente por castigar y vengar la matanza
que los nuestros hicieron en los vecinos inocentes de Calamar? ¿Hobiera
gente ó nacion alguna en el mundo, razonable, que por autoridad de la
ley y razon natural, que no hiciera otro tanto? Todas las Naciones del
mundo son hombres, y de cada uno dellos es una no más la definicion,
todos tienen entendimiento y voluntad, todos tienen cinco sentidos
exteriores y sus cuatro interiores, y se mueven por los objetos dellos,
todos se huelgan con el bien y sienten placer con lo sabroso y alegre,
y todos desechan y aborrecen el mal, y se alteran con lo desabrido y
les hace daño, etc. Todo esto dice Tulio en el libro I, _De legibus:
Namet voluptate capiuntur omnes. ¿Quæ autem natio, non comitatem non
benignitatem non gratum animum et benefitii memorem diligit? ¿Quæ
superbos, quæ maleficos, quæ crudeles, quæ ingratos non aspernatur, non
odit?_ ¿Qué nacion hay que no ame y loe la mansedumbre, la benignidad,
el agradecimiento y el bien hacer? ¿Quién no aborrece ó le parecen mal
los soberbios, los crueles hombres y malos? Todo esto es de Tulio.
Item más, ¿Si mereció Diego de Nicuesa premio, ante Dios, en ayudar á
Hojeda con su gente para ir á vengar la muerte de Juan de la Cosa y
á su muerta compañía, y si tuvo algun título justo y derecho natural
que á ejercer aquella venganza lo obligase ó excusase, ó si fué la paz
y amistad de ambos, la del rey Herodes y del injusto juez Pilatos?
Pregunto tambien, si fué buena preparacion la que hizo Hojeda, y
tambien allí Nicuesa, para despues predicar la ley de Jesucristo,
evangélica, justa, sin mácula, mansa, pacífica y quieta, como algunos
pecadores sábios del mundo y segun el mundo, por sus escriptos y
palabras decir osan y enseñan. Tanto derecho adquirieron los vecinos
de aquella tierra, solamente por aqueste hecho que hicieron Hojeda y
Nicuesa (que fueron los primeros que de toda la tierra firme hasta
entónces descubierta, de propósito saltaron en tierra con ejército
á robar, y matar y captivar los vecinos della), que desde entónces,
hasta el dia del juicio, cobraron derecho de hacer contra todo español
justísima guerra, adquirieron razonable impedimento y causa probable
de, por muchos años, no rescibir la fe de Jesucristo, en tanto que
creyeran que la profesaban y guardaban aquellos. Infelices, cierto, en
ésto fueron, y bien lo probó Dios por el fin que todos hicieron.


CAPÍTULO LIX.

Salido Hojeda con sus navíos del puerto de Cartagena para su golfo de
Urabá, por vientos que tuvo contrarios paró en una isleta que está
de Cartagena, la costa abajo, 35 leguas, que se llamó isla Fuerte;
y allí, para enmendar el avieso de lo que habia en Cartagena hecho,
y porque Dios le ayudase para lo de adelante, captivó la gente que
pudo, y que no pudieron huir, é robó algun oro que tenian, con todo
lo demas que hallaron que les podia aprovechar. De allí entró en el
golfo de Urabá, y por él buscó el rio del Darien, que entre los indios
era muy celebrado de riqueza de oro y de gente belicosa, pero no lo
hallando, buscó por allí cierto lugar y desembarcó la gente, y sobre
unos cerros asentó un pueblo, al cual llamó la villa de Sant Sebastian,
tomándolo por abogado contra las flechas con hierba mortífera, que
por allí se tiraban y tiraron hartas. Pero como Dios ni sus Sanctos
no suelen dar ayuda á las injusticias é iniquidades, como eran en las
que éstos andaban, Sant Sebastian no curaba ni curó de guardallos, ni
al mismo Hojeda, como se verá; y ésta fué la segunda villa ó pueblo
de españoles, que en toda la gran tierra firme se pobló (la primera,
fué la que el Almirante viejo, que estas Indias descubrió, comenzó
á poblar en Veragua, como en el cap. 26 queda declarado), el cual,
aunque no se poblara, no se ofendiera Dios, ántes infinitos pecados se
excusaran. Andando por allí buscando asiento para edificar su pueblo,
salió de un rio un grande cocodrilo, que por error llaman lagarto,
y tomó con la boca de la pierna de una yegua que halló cercana, y
llevósela arrastrando al agua, y, allí ahogada, tuvo buena pascua.
Viéndose Hojeda con tan poca gente para sustentar la negra villa de
Sant Sebastian, y con miedo de la gente que él iba á inquietar, robar
y captivar, despachó el un navío de los que trujo á esta isla, con
el oro que habia robado y los indios captivado, para vendellos por
esclavos, para que le trujesen gente á fama de robar, y armas y otras
cosas necesarias; todo ésto se hacia en principio del año de 510.
Hizo en la villa de Sant Sebastian, que toda era de chozas ó casas de
paja, una fortaleza de madera muy gruesa, que, para contra indios,
si los españoles están sobre aviso, con poca resistencia que hagan,
mayormente si fuese cubierta de teja ó de tablas de palma, que cuasi
se hallan hechas, con no más de cortallas con una hacha, suele ser
como contra franceses Salsas; y como el principal y final cuidado, y
al que todos los otros cuidados se enderezan, de los que vienen de
España á estas partes, y entónces tan copiosamente se tractaba, sea
hoy y fuese entónces escudriñar donde habia más oro, supo Hojeda,
de ciertos indios que habia captivado, que cerca de allí estaba un
Rey, señor de mucha gente, llamado Tirufi, el cual tenia mucho oro.
Acordó de ir allá y no perder tan buen lance, y dejando la gente
que le pareció, para guarda del pueblo y fortaleza, llevó consigo
los demas; y porque ya era extendida la fama por todas las tierras,
de muchas leguas adentro, de las obras de los cristianos, y cuáles
paraban las gentes inocentes que estaban quietas en sus casas, sabiendo
que venian, saliéronles á rescibir despidiendo de sí, como si fuera
lluvia, tantas venenosas flechas; de las cuales, muchos de los de
Hojeda heridos, y que luégo rabiando morian, y ninguno dañificado de
los indios, acuerdan todos, y más diligentemente Hojeda, de volver las
espaldas, y corriendo y áun huyendo irse al refugio de su fortaleza.
Desde á pocos dias, comenzóles á faltar la comida que Juan de la Cosa
trujo de Castilla, y algun caçabí que cogieron desta isla, y, por no
esperar que del todo se les acabase, acordó Hojeda de hacer saltos
y entradas por la tierra, para buscar y traer comida, tomándola por
fuerza á los indios; y si oro hallasen de camino, de creer es que no
le desecharian. Llegaron á cierto pueblo y pueblos, salíanlos luégo al
camino los indios á rescibir, y con sus armas acostumbradas hirieron
y mataron algunos de los españoles, y por no perdellos todos, y á su
persona poner en peligro, dió la vuelta con los suyos, huyendo, á su
fuerza, siguiéndolos hasta encerrallos dentro los indios. Llegados
á su villa y fortaleza, tenian harto, los que en ella quedaron, que
hacer en enterrar los que morian, y curar los que no venian tan mal
tratados, y pocos de los que con hierba venian heridos, escapaban.
Desde á pocos dias acabarónsele todos los mantenimientos, y no osaban
salir de la fortaleza un paso, á buscallos á los pueblos de los indios,
segun de la hierba de las flechas estaban escarmentados; en tanto grado
estaban sin remedio de comida, que los sustentase, que comian hierbas
y raíces, áun sin cognoscer dellas si eran buenas ó mataderas y malas,
las cuales les corrompieron los humores, que incurrieron en grandes
enfermedades, de que murieron muchos; y estando uno por centinela ó
guardia, de noche velando, se le salió el alma, y otros tendíanse en el
suelo, sin otro dolor alguno, más de pura hambre, espiraban: no tenian
cosa que menor dolor y angustia les diese que la muerte, porque con
ella tenian estima que descansaban. Estando, pues, padeciendo, más que
viviendo, esta infelice vida, quiso Dios, sacando de los males de otros
algun consuelo, no desmamparallos; fué desta manera, que un vecino de
la villa de Yaquimo, esta isla abajo, llamado Bernardino de Talavera,
que tenia muy muchas deudas, como otros muchos en esta isla hobo (como
arriba hemos dicho, que, con cuantos indios en las minas mataban, nunca
Dios les hacia merced ni medraban); por huir de las cárceles, acordó
de se salir huyendo desta isla, y porque no habia donde, sino á una
de las dos gobernaciones de que vamos hablando, y, por ventura, se
habia con Hojeda concertado, ó por las nuevas que habian dado los que
Hojeda envió en el navío por bastimentos, de que ya Hojeda quedaba en
tierra rica poblado, concertóse con otros tramposos y adeudados, que
habia hartos, y otros tambien que por sus delitos andaban, por ventura,
absentados, de hurtar un navío que estaba en el puerto de la punta del
Tiburon, dos leguas del pueblo ó villa de Salvatierra de la Çabana,
al cabo occidental desta isla, que era de unos ginoveses que cargaban
de pan cacabí é de tocinos, para traer á esta isla é llevar á otras
partes; el cual así lo hizo con 70 hombres que á ello le ayudaron, los
cuales asomaron un dia donde Hojeda y los suyos perecian de hambre.
Fué no decible ni estimable el gozo y consuelo que rescibieron sus
ánimas, como si de muerte á vida resucitaran. Sacaron los bastimentos
que traia el navío, de pan y de carne, los cuales pagó Hojeda, en oro
ó en esclavos, á la persona que allí debia venir, que del navío tenia
cargo; y, segun la fama, que Hojeda tenia de mal partidor, porque dicen
que decia que temia, muchos años habia, de morir de hambre, debió de
partillo mal segun la hambre que todos padecian. Comenzaron á murmurar
los que ménos parte habian, contra Hojeda, y á tratar de se salir de
la tierra, y venir en los bergantines ó en el navío recien venido;
Hojeda complia con ellos, dándoles esperanza de la venida del bachiller
Anciso, que cada dia esperaban. En este tiempo no dejaban los indios
de venir á darles rebates, y cada dia dellos descalabraban; y como
cognoscian ya la ligereza de Hojeda, que el primero que salia contra
ellos era él y los alcanzaba, y que jamás flecha le acertaba, acordaron
de armarle una celada para lo herir é matar. Vinieron cuatro flecheros
con sus flechas bien herboladas, y pusiéronse tras ciertas matas, y
ordenaron que otros diesen grita é hiciesen rebato á la otra parte; lo
cual, puesto en obra, como lo habian concertado, dada la grita en la
parte contraria, sale Hojeda el primero de la fortaleza como volando,
y llegando frontero de los cuatro, que estaban en celada, desarman sus
arcos, y el uno dale por el muslo y pásaselo de parte á parte; vuélvese
Hojeda muy atribulado, esperando cada hora morir rabiando, porque
nunca, hasta entónces, hombre le habia sacado sangre, habiéndose visto
en millares, como ya se ha dicho, de ruidos, en Castilla y en estas
partes. Creyó aquella era la que le bastaba; y con este temor mandó
luégo que unas planchas de hierro en el fuego las blanqueasen, y, ellas
blancas, mandó á un cirujano que se las pusiese en el muslo herido,
ambas, el cirujano rehusó, diciendo que lo mataria con aquel fuego;
amenazóle Hojeda haciendo voto solemne á Dios, que si no se las ponia
que lo mandaria ahorcar. Esto hacia Hojeda, porque la hierba de las
flechas, ser ponzoñosa de frio excesivo, es averiguado. El cirujano,
pues, por no ser ahorcado, aplicóle las planchas de hierro blanqueadas,
la una á la una parte del muslo, y la otra á la otra, con ciertas
tenazas, de tal manera que no sólo le abrasó el muslo y la pierna, y
sobrepujó á la maldad de la ponzoña de la hierba, y la echó fuera, pero
todo el cuerpo le penetró el fuego en tanto grado, que fué necesario
gastar una pipa de vinagre, mojando sábanas y envolviéndole todo el
cuerpo en ellas; y así se tornó á templar el exceso que habia hecho el
fuego en todo el cuerpo. Esto sufrió Hojeda voluntariamente, sin que lo
atasen ni lo tuviesen; argumento grande de su grande ánimo y señalado
esfuerzo. Sanó desta manera, consumiendo la ponzoña fria de la hierba
con el vivo fuego.


CAPÍTULO LX.

Comidos tambien los bastimentos que trujo el navío que hurtó Bernardino
de Talavera, tornaron á hambrear y verse en el estrecho de hambre y
miseria que ántes tuvieron, y como se morian cada dia de hambre, y el
bachiller Anciso, con el socorro que esperaban, no venia, daban voces
contra Hojeda, diciendo los sacase de allí, pues todos perecian, y de
secreto murmuraban y trataban de hurtar los bergantines y venirse á
esta isla, y otras cosas que como aborridos y desesperados decian y
hacian. Visto por Hojeda su inquietud y miseria, determinó decilles y
poner por obra, que pues Anciso no venia, que él mismo determinaba de
venir á esta isla en la nao que habia llevado Bernardino de Talavera,
y llevalles mantenimiento y todo socorro, y que no tomaba de término,
para tornar á vellos ó para les enviar remedio, más de cincuenta
dias, los cuales pasados, sino hobiese venido ó enviado, les daba
licencia para que despoblasen el pueblo y se viniesen á esta isla en
los bergantines, ó hiciesen de sí lo que quisiesen; plugo á todos su
determinacion y salida de la tierra, para venir á esta isla, esperando
que más presto serian socorridos. Dejóles por su teniente é capitan á
Francisco Pizarro, que era uno dellos, y el que despues fué Marqués en
el Perú, hasta que Anciso viniese, que ya tenia elegido por su Alcalde
mayor; los 70 hombres ó la mayor parte dellos que habian venido con el
Bernardino de Talavera, viendo la miseria y peligros de las vidas que
los de Hojeda pasaban, no quisieron quedar en la tierra, sino volverse
á esta isla, escogiendo por menor mal lo que aquí les sucediese, que el
que allí, quedando, tenian por cierto que padecerian. Embarcóse, pues,
Hojeda con el Bernardino de Talavera y con los demas en aquel hurtado
navío, y no pudiendo tomar esta isla, fueron á dar á la de Cuba, y creo
que á la provincia y puerto de Xaguá, de que arriba en el cap. 41,
algunas cosas dijimos, donde áun no habian pasado á poblar españoles;
en la cual, saltando en tierra y desmamparando el navío, diéronse á
andar por la isla, camino del Oriente, para se acercar más á ésta.
Acaeció que ó en el navío, por el camino, ó ántes que se embarcasen, ó
despues de salidos á tierra en Cuba, ó sobre quién habia de capitanear,
ó por otras causas, que yo no curé de saber cuando pudiera saberlas,
revolviéronse Hojeda y Bernardino de Talavera, ó quizá que venian en
el navío alguno de los súbditos del mismo Hojeda, por vengarse de
algunos agravios que estimasen haber dél rescibido; finalmente, hechos
todos á una con el Talavera, prendieron al Hojeda, y preso lo llevaban
cuando iban por Cuba, camino, salvo que iba suelto porque tuvieron
muchas bregas y recuentros con los indios, y valia más Hojeda en la
guerra que la mitad de todos ellos; y como era tan valeroso en fuerzas
y ligereza y esfuerzo, trayéndolo preso los deshonraba á todos, y los
desafiaba, diciendo: «bellacos traidores, apartaos ahí, de dos en
dos, y me mataré con todos vosotros.» Pero ninguno habia que le osase
hablar ni llegarse á él; y porque como muchos indios, de los vecinos
de aquella isla de Cuba, eran naturales desta isla, y se habian huido
della por la destruccion y muerte que los españoles hacian y causaban
á las gentes de ésta, y cognoscian bien sus obras por experiencia,
item, las matanzas y despoblaciones que hacian en las gentes inocentes
de las islas de los Lucayos, cuando los vieron tantos juntos, creyendo
y temiendo que venian á les hacer otro tanto, salíanles al camino á
resistillos que no entrasen en sus pueblos, y, si pudieran, tambien
matallos, aunque eran tan pocas y tan débiles sus armas, que no tenian
sino unos simples arcos, y ellos gente pacífica y no osada á reñir con
nadie, que todos juntos aunque eran muchos les pudieran hacer como les
hicieron poco daño; pero porque los españoles venian flacos, y con gran
trabajo, por no pelear con los indios huian de los pueblos, llegándose
siempre á la costa de la mar, y habiendo andado más de 100 leguas,
hallaron junto á la mar una ciénaga que les llegaba á la rodilla y poco
más, y pensando que presto se acababa, proseguian su camino adelante;
andados dos ó tres dias, íbase ahondando la ciénaga, y, esperando que
no podria durar mucho más y por no tornar á andar lo que quedaba atras,
como habia sido muy trabajoso, todavía andaban más, la ciénaga crescia
más, así en la hondura como en alejarse. Desta manera anduvieron ocho
y diez dias por ella, con esperanza de que se acabaria, y con temor
de andar lo que dejaban atras andado, habiendo padecido incomparable
trabajo de sed y hambre, siempre á la cinta el lodo y el agua, noches
y dias, y para dormir subíanse sobre las raíces de los árboles mangles
y allí dormian algun sueño, harto inquieto, triste y amargo. La comida
era el caçabí y algun bocado de queso, si alguno lo alcanzó, y axí, que
es la pimienta de los indios, y algunas raíces de ajes ó batatas, como
zanahorias ó turmas de tierra, crudas, que era lo que cada uno llevaba
sobre sus cuestas en su mochila ó talega, y bebian del agua salobre
ó salada. Anduvieron más adelante, con la dicha esperanza de que se
acabaria camino tan mortal, y tanto más la ciénaga se les ahondaba
cuanto se dilataba más. Llegaban muchas veces á lugares, por ella, en
los cuales les llegaba el cieno y agua hedionda á los sobacos, y otras
que les subia sobre las cabezas, y otras más alto, donde se ahogaban
los que no sabian nadar. Mojábaseles la comida como las talegas andaban
nadando, y el caçabí, mojado, es luégo perdido, que de ningun provecho
puede ayudar, como lo podian ser obleas en un charco echadas. Traia
Hojeda en su talega, con la comidilla, una imágen de Nuestra Señora,
muy devota, y maravillosamente pintada, de Flandes, que el obispo D.
Juan de Fonseca, como lo queria mucho, le habia donado, con la cual
Hojeda tenia gran devocion, porque siempre fué devoto servidor de la
Madre de Dios; en hallando que hallaba algunas raíces de los dichos
árboles mangles, que suelen estar sobre el agua levantadas, parábanse
sobre ellas un rato á descansar, los que por allí se hallaban, porque
no todos venian juntos, sino unos que no tenian tantas fuerzas ni tanto
ánimo, quedábanse atras, y otros desmamparados, y otros más adelante;
sacaba Hojeda su imágen de su talega y poníala en el árbol, y allí la
adoraba y exhortaba á que los demas la adorasen, suplicando á Nuestra
Señora los quisiese remediar; y ésto hacia cada dia y muchas veces cada
y cuando hallaba oportunidad. Y porque les era imposible tornar atras,
por no reandar lo que con tantas angustias y daños habian andado, ya no
pensaban en volver hácia atras, sino en morir todos allí ahogados, ó de
hambre y sed, como ya muchos muertos quedaban, con sola la esperanza
de que la ciénaga se habia de acabar. Duróles la ciénaga 30 leguas, y
anduvieron por ella treinta dias con los trabajos y miseria que dichos
se están; murieron de hambre, y sed y ahogados, creo que de todos
ellos, que eran 70, la mitad. Cierto, que, aunque los trabajos que en
estas Indias los españoles han querido pasar, por buscar riquezas, han
sido los más duros y ásperos que hombres en el mundo nunca pasaron,
éstos que aquí Hojeda y los que con él venian padecieron, fueron de
los más grandes. Plugo á Dios que llegaron algunos, los más recios
y ligeros, y que más pudieron sufrir calamidad tan grande, hasta al
cabo, y hallaron un camino seguido, por el cual se dieron á andar, y
á obra de una legua llegaron á un pueblo de indios llamado Cueyba,
la y letra luénga, y llegados, cayeron como muertos de flacos. Los
indios de vellos quedaron espantados; dijéronles como atras quedaban
los demas en aquel doloroso trabajo, ó por señas, ó porque allí
venian algunos que de la lengua desta isla, que con la de aquella era
toda una, sabian algunos vocablos. Hallaron tanta piedad y compasivo
acogimiento en los indios, que no lo hallaran alguno dellos mejor en
casa de sus padres; á los que allí llegaron diéronles luégo de comer de
todo lo que tenian, que no era en poca abundancia, porque la isla de
Cuba en gran manera era de mantenimientos abundante, como, placiendo
á Dios, se dirá. Laváronlos, limpiáronlos, recreáronlos. El señor del
pueblo envió luégo mucha gente, con comida para los otros que en la
miseria y tristeza quedaban, mandándoles que los ayudasen á salir, y
los recreasen y alegrasen, y los que no pudiesen venir los trujesen
á cuestas, y entrasen por la ciénaga y buscasen los que faltaban.
Hiciéronlo los indios tan bien y mejor que les fué mandado, porque
cuando no son exacerbados y maltratados de nosotros ántes, siempre
así lo hacen. Traidos y llegados todos los que escaparon, fueron allí
servidos muchos dias, mantenidos, recreados y consolados, como si los
indios estimaran que fueran ángeles, y es cierto, que si 1.000 ó 10.000
fueran los españoles, si los indios quisieran matallos, segun venian,
uno ni ninguno dellos no quedara; y porque Hojeda, con la devocion que
á Nuestra Señora tenia, se habia mucho á su misericordia encomendado,
y hecho voto que saliendo salvo al primer pueblo, dejaría en él su
imágen, dióla al señor del pueblo, é hízole hacer una ermita ó oratorio
con su altar, donde la puso, dando alguna noticia de las cosas de Dios
á los indios, segun que él pudo hablarles, diciéndoles que aquella
imágen significaba á la Madre de Dios, que estaba en el cielo, Dios
y Señor del mundo, llamada Sancta María, de los hombres muy abogada.
Fué admirable la devocion y reverencia que á la imágen tuvieron desde
adelante, y cuán ornada tenian la iglesia de paños hechos de algodon,
cuán barrida y regada; hiciéronle coplas en su lengua, que en sus
bailes y regocijos que llamaban areítos, la i letra luenga, cantaban, y
al son de las voces bailaban. Yo llegué, algunos dias despues de este
desastre de Hojeda y su compañía, y vide la imágen puesta en el altar,
y la iglesia ó oratorio, de la manera dicha, compuesta y adornada. Y
cuando habláremos, si á Dios pluguiere, de las cosas de aquella isla,
en el libro III, contaré otras cosas cerca de la devocion que los
indios tenian con esta imágen, no dignas de ser calladas.


CAPÍTULO LXI.

Estuvieron en aquel pueblo los españoles todo lo que les plugo y
quisieron estar, sirviéndoles los indios como si fueran padres y
hermanos; y, despues de sanos y hartos y recreados, dadas las gracias
al Señor y á los demas, y con muchos indios cargados de comida y de sus
hatillos, que el Cacique ó señor les dió, que los guiasen y acompañasen
hasta ponellos en otros pueblos, pasado un despobladillo que por allí
hay, por ser tierra muy baja, que creíamos, los que despues por allí
pasamos, que otro tiempo debia ser aquello mar, finalmente, llegaron
á la provincia y pueblo llamado Macáca, la media sílaba luenga; allí
los rescibieron muy bien los indios, y hospedaron, como los indios
universalmente lo suelen hacer donde no han sido primero agraviados.
Los españoles, como se vian aislados, y no remedio para salir de
aquella para esta isla, y redujesen á la memoria estar españoles en
la de Jamáica, la cual distaba de donde habian llegado obra de 20
leguas, tractaron entre sí de quién se atreveria pasar en una canoa
ó barquillo de indios, á dar nuevas en Jamáica dellos, y del estado
en que estaban y habian venido. Ofrecióse luégo un Pedro de Ordás,
diciendo que él iria, (no me acuerdo si fué solo él ó le acompañó
alguno de los otros), rogaron al Cacique ó señor del pueblo que les
diese una canoa esquifada ó proveida de indios, para que pasasen á
Jamáica; hízolo de muy buena voluntad, y proveyóles de comida con
todo lo necesario, cuanto fué posible. Partiéronse y llegaron á la
isla, y dieron noticia á Juan de Esquivel, Teniente, que el Almirante
habia enviado allí, pocos dias habia, como en el capítulo 52 dijimos,
el cual proveyó luégo de una carabela que allí tenia proveida de
lo que habian menester, para que trujesen á Hojeda y á todos los
demas; y en ella envió á Pánfilo de Narvaez por Capitan, de quien
abajo hay bien que decir é de su desastrado fin. Llegada la carabela
al puerto de Macáca, como la vieron fué grande el alegría que todos
rescibieron, y Hojeda pidió al Cacique una canoa para que le llevase á
la carabela, y así como Pánfilo de Narvaez le vido, díjole con mucha
gracia: «Señor Hojeda, lléguese vuestra merced por esta parte, tomalle
hemos.» Respondió Hojeda: «Señor, mi remo no rema,» dando á entender
los desacatos y agravios que de Bernardino de Talavera y de los otros
habia rescibido. Rescibido en el navío, Pánfilo de Narvaez, que era
hombre honrado y de bien, y cognoscia bien á Hojeda, y lo que segun
la estimacion de los hombres merescia, le hizo grande acatamiento, y
trató como la persona que era; despues rescibió en el navío á todos
los otros, y llevólos á la isla de Jamáica. Juan de Esquivel, como
era caballero y se habia visto próspero, y despues muy caido, porque
habia seguido muchos años los vaivenes de la fortuna, como nos contó
algunas veces á ciertas personas que estábamos en esta isla con él
juntos, no curando de acordarse de las palabras de amenazas que Hojeda
le dijo en esta ciudad, al tiempo que se partia para esta su desdichada
empresa, que le cortaria la cabeza si á Jamáica iba, le hizo grande
acogimiento y hospedaje benigno, y mostró dulce y graciosa y familiar
conversacion, aposentándole en su casa y haciéndole servir como á su
persona misma. Pasados algunos dias, que descansó de tan trabajosa vida
como desde que salió desta isla Hojeda habia tenido, pasóse á ésta,
quedando Juan de Esquivel y él muy grandes amigos. Quedáronse allí
todos los más de aquellos que con Hojeda venian, no osando pasarse á
esta isla por miedo de la justicia, por el hurto de la nao y por las
afrentas que dellos habia Hojeda rescibido; pero sabido por la justicia
del Almirante, quedar en Jamáica, envióse por ellos en especial por
el Bernardino de Talavera. Trujéronlo preso, y creo que á otros con
él, que debian ser los culpados ó más culpados, y convencidos por su
ordinario juicio, sentenciaron á ahorcar á Bernardino de Talavera,
y ejecutóse la sentencia en él, y creo que tambien ahorcaron ó
afrontaron á otros con él, si no me he olvidado, por el mismo delito;
por lo que á Hojeda hicieron no creo que hubo castigo, porque no era
hombre Hojeda que los acusaria. Estuvo Hojeda en esta ciudad despues
desto muchos dias, y creo que fué más de un año, y yo lo vide; algunos,
que debian ser de los que con él mal estaban, y quizá de los que con
él habian desto viaje venido, lo aguardaron para lo matar una noche
que venia de pasar tiempo en conversacion buena con amigos, pero aína
les hobiera pesado de haberle acometido, porque creo que los corrió
por una calle adelante á cuchilladas, segun que siempre hacer solia en
semejantes refriegas. Al cabo, cuando plugo á Dios, no mucho despues
de lo dicho, que fuesen cumplidos sus dias, murió en esta ciudad de
su enfermedad, paupérrimo, sin dejar un cuarto, segun creo, de cuanto
habia rescatado y robado, para su entierro, de perlas y oro á los
indios, y dellos hechos esclavos muchas veces que á tierra firme habia
venido; mandó que lo enterrasen á la entrada, pasado el lumbral, luégo
allí, de la puerta de la iglesia y monasterio de Sant Francisco; y así
no acertaron los que dijeron que el Almirante queriendo prenderlo, se
habia retraido á Sant Francisco, y allí habia muerto de la herida que
en Urabá rescibido habia, porque, como dije, yo lo vide suelto, y libre
y sano, pasear por esta ciudad, y despues, yo salido de aquí, oí ser
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