Historia de las Indias (vol. 3 de 5) - 22

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fallecido. Este fué el fin de Alonso de Hojeda, que tantos escándalos
y daños en esta isla (como en el primer libro queda dicho), hizo á
indios; éste fué el primero que hizo la primera injusticia en esta
isla, usando de jurisdiccion que no tenia, cortando las orejas á un
señor Rey y Cacique, que con mayor y más cierto derecho, jurisdiccion y
justicia propia, por el derecho natural concedido, pudiera á él y los
que con él iban, y al mismo Almirante que los envió (como á injustos
y violentos tiranos, invasores de los reinos y tierras, y señoríos
ajenos), justiciar y hacer pedazos. Hojeda fué tambien el que por maña
y cautela, ó por manera ilícita, prendió y trujo á la Isabela preso
al rey Caonabo, que se ahogó estando en cadenas en cierto navío, para
llevar á Castilla contra toda justicia y razon. Este fué asimismo
el que infestó á tierra firme, y á otras destas islas, que nunca le
ofendieron, y llevó dellas muchos indios á vender por esclavos á
Castilla, como queda en el primer libro dicho. Y finalmente, lo que
agora en éste su postrero viaje por la provincia de Cartagena y el
golfo de Urabá hizo, y fué causa que Nicuesa hiciese, con otros muchos
insultos, que, si yo cayera en los tiempos pasados en ello, pudiera
dél mismo sabellos, y de otras muchas personas que con él anduvieran,
para referirlos; y porque no cometió ménos que otros (al ménos que los
de aquellos primeros tiempos, porque de los que despues sucedieron
otros le excedieron ciento por uno), pudiera y debiera padecer otro más
desastrado fin, pero yo lo atribuyo que por honra de la Madre de Dios,
de quien se afirmaba ser muy devoto, quiso dispensar con él la divina
justicia en que muriese en su paz, y en su cama, quito de barahundas,
para que tuviese tiempo de llorar sus pecados, en esta ciudad do Sancto
Domingo. Y plega ó haya placido á Dios de haberle dado cognoscimiento,
ántes de la muerte, de haber sido pecados los males que hizo á indios.


CAPÍTULO LXII.

Tornemos á tractar de los que quedaron en la fortaleza de Urabá, los
cuales, despues de partido Alonso de Hojeda, padeciendo extremas
angustias y hambres, esperaron todavía los cincuenta dias que
de término les habia dejado, y viendo que ni venia ni enviaba,
determinaron deshacer y dejar el pueblo, y en los bergantines, para
esta isla, embarcarse; y haciendo cuenta de los que podrian caber en
ellos, vieron que para llevar á todos, que debian de ser hasta 60,
no eran capaces; por lo cual no hallaron otro remedio, sino esperar
que la hambre y enfermedades, y tambien los indios con sus flechas,
los menoscabasen hasta quedar tantos cuántos los bergantines pudiesen
llevar. No pasaron muchos dias que la hambre y las angustias, y los
indios peleando contra ellos, porque iban á sus pueblos á tomalles
la comida, de tal manera los apocaron, que pudieron bien caber y
tener lugar en los bergantines, y que les sobrase. Habian dejado
cuatro yeguas vivas, para su defensa, porque con ellas los indios se
asombraban, éstas hicieron tasajos y echaron en sal, y metido lo que
más pudieron meter, entraron en los dos bergantines, yendo por Capitan
del uno, Francisco Pizarro, y del otro, un Valenzuela. Hiciéronse á la
vela, seis meses despues que allí habian entrado; salidos del golfo de
Urabá, y siendo, cerca de la isla Fuerte, obra de 20 leguas, salidos á
la mar, dió un golpe de mar al bergantin de Valenzuela, que lo metió
con todos los que llevaba debajo del agua, donde, á vista de Pizarro y
de los que con él iban y oyendo los gritos dellos, todos se ahogaron;
dijeron los del otro bergantin, que vieron una ballena ó otro pece muy
grande, que con la cola les hizo pedazos el timon ó gobernario. Pizarro
fuése con su bergantin á entrar y escaparse en el puerto de Cartagena,
y él que entraba vido venir un navío y un bergantin; esperóle, y era
el bachiller Anciso, el cual lo traia cargado de bastimentos, y 150
hombres y doce yeguas, y algunos caballos, y puercas con sus berracos
para criar. Traia tambien muchos tiros de pólvora, y lanzas, y espadas
y otras armas, y trujera más de la gente que habia en esta isla, muy
adebdada, porque concertó con muchos que se saliesen á la costa de
la mar del Sur, en los puertos que habia hasta el cabo de la isla, y
que él iria con su navío y bergantin por ellos, y los iria tomando
cuantos hallase; pero, sabido por el Almirante, mandó que fuese una nao
armada con él, hasta dejallo pasado desta isla, porque los acreedores
se lo requirieron. Con toda la diligencia que se puso, no dejó Vasco
Nuñez de Balboa de ir en el navío, metido en una pipa vacía; díjose
que contra voluntad y sin saberlo Anciso. Este Vasco Nuñez era uno de
los que muchas deudas debia, vecino del postrero pueblo desta isla,
al Occidente, llamado Salvatierra de la Çabana, donde tenia indios de
repartimiento, natural de Badajoz. Era mancebo de hasta treinta y cinco
ó pocos más años, bien alto y dispuesto de cuerpo, y buenos miembros y
fuerzas, y gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho
trabajo; éste habia venido á la tierra firme, cuando vino á descubrir
é rescatar Bastidas, de quien arriba hicimos mencion. Salidos á la
mar, salió él de su pipa, y dijeron que desque lo vido Anciso se movió
á mucha ira contra él, certificándole que lo habia de hacer echar en
una isla despoblada, pues merecia muerte por las leyes; pero, dello
por se humillar, y dello porque otros á Anciso rogaron, se aplacó
Anciso, y así Vasco Nuñez se quedó porque tenia Dios determinado de
hacer otra cosa dél, por su mal. Así que, llegado Anciso al bergantin,
y cognoscido que era de la gente de Hojeda, creyó que se venian sin
licencia y huyendo se absentaban; y como era Alcalde mayor por el
Hojeda, como se dijo atras, quiso luégo prendellos y castigallos, no
curando ni creyendo que Hojeda fuese salido de allí, ni de lo que
más de sus infortunios alegaban. Pero referidos en particular los
trabajos, hambres y muertes que habian pasado, y mostrada la provision,
que Hojeda, de Capitan, dejó á Francisco Pizarro, comenzó á creer
Anciso lo que le parecia no poder haber pasado. Sintiendo y mostrando
de lo acaecido gran dolor, díjoles, que ya que aquello era pasado, que
por la postura y contrato que él con Hojeda habia puesto, era todavía
obligado á llegar hasta Urabá, y allí esperalle y entre tanto hacer lo
que pudiese de su parte; ellos, como de tan desesperada vida y peligros
se habian escapado, tornarse á ellos como de la misma muerte reusaban,
rogándole que por ninguna vía se lo mandase, y que él no lo debia
hacer, porque como ellos no se viese y desease, y que si no quisiese
que á esta isla se tornasen, que se fuese á la gobernacion de Veragua,
donde Nicuesa estaba. Finalmente, dello por ruegos y persuasiones,
y poniéndoles delante cebo para movellos, que saltarian en tierra
y harian esclavos para traer ó enviar á esta isla, dello mostrando
imperio como Justicia mayor, hobo de hacer que á Urabá tornasen, pero
ántes que de Cartagena partiesen, tuvo necesidad el navío de Anciso
de tomar agua y adobar la barca del navío, que se le habia quebrado.
Para ésto echó cierta gente en tierra con los oficiales, y, estando
adobando la barca, vinieron muchas gentes de los indios (como estaban
hostigados de los estragos que habian hecho en aquella provincia Hojeda
y Nicuesa), con sus arcos y flechas, y cercáronlos, y ni los indios les
acometieron, ni tampoco á los indios los cristianos, y así los tuvieron
tres dias cercados. En todos tres dias cada gente estaba sobre aviso,
velándose y aparejada para si la otra intentaba algo, puestos los
ojos en la otra, sin descuidarse. Estando en esta disposicion ambas,
salieron dos españoles dentre los otros á henchir y traer del rio,
que allí estaba junto, una botija de agua, á los cuales, como viesen
los indios moverse, arremetieron muy de presto 10 indios, con uno que
parecia ser su Capitan, y cercan los dos españoles y apuntan en ellos
las flechas con ojos airados, amagándoles como que los querian tirar,
pero no desarmaban los arcos. Visto esto, el uno de los dos da de
huir donde los muchos estaban adobando la barca, quedando el otro sin
temor, y con palabras de afrenta llamándolo. Tornó el otro, y dícele
que hablase á los indios en su lenguaje, porque habia ya, de los indios
que por allí habian captivado y robado, aprendido algunos vocablos de
su habla. Comenzólos á hablar, y como los indios oyeron palabras de su
lengua, espantados, comienzan á blandear y segurarse, y preguntáronle
que quién eran sus Capitanes, y qué querian ó buscaban. Respondió el
español, que eran gente que venían de otras tierras sin hacer mal á
nadie, y que se maravillaban que ellos les perturbasen, saltando en
aquella costa con necesidad, y mirasen lo que hacian, porque vernian
dellos mucha gente armada y los harian mucho daño. Avisado Anciso
que los indios tenian presos ó no dejaban venir los dos cristianos,
salió del navío con mucha gente armada, con harto miedo de las flechas
venenadas, su poco á poco yendo para ellos; el que los entendia hizo
señal que no acometiesen nada, porque los indios no querian sino paz,
porque creian que eran Hojeda y Nicuesa, que sin culpa suya les habian
hecho tan grandes daños, matándolos, y quemándolos, y llevando tantos
captivos como les habian llevado, en los cuales venian á vengarse,
pero, pues no eran dellos ni les habian hecho agravio, que á los que
no les dañaban no era su intencion dañarles, porque hacer el contrario
era malo. Y para señal dello dejaron los arcos y las flechas, y van
de presto y traénles pan de su maíz y pescado salado, y vino de sus
brebajes, y así quedaron pacíficos y en amistad de los cristianos.
Este caso refiere tambien Pedro Mártir, en su segunda Década, cap. 1.º
la cual escribió al Papa Leon X. Buena señal es ésta de que aquellas
gentes de Cartagena, que ante los Reyes habian sido de bravas, y que
hacian, sin causa, mal á los cristianos, infamadas, como en el cap.
19 contamos, que si no se les hobieran hecho daños, poco habia que
trabajar para, por amor y obras cristianas, y de hombres de razon,
ganallas; pues habiendo tan pocos dias que rescibidos de Hojeda y
Nicuesa tan irreparables males y estragos, y áun teniendo justísima
guerra por ellos contra todo español, tuvieron tanto sufrimiento y
moderacion á no acometer á estos luégo, saltando en su tierra sin su
licencia, hasta ver si eran de los que les habian tan injustamente
maltratado, ó si de nuevo los venian á infestar como los pasados.
Y estas particularidades fuera bien que los del Consejo del Rey
examinaran, como, segun Dios y razon áun humana, eran obligados;
pero por su gran ignorancia, como queda dicho, y áun presumpcion de
ser letrados, erraron mil veces en el derecho que no les era lícito
ignorarlo, y así tuvieron, de lo que tanto importaba, ningun cuidado.


CAPÍTULO LXIII.

Tornando al propósito de la historia, partióse Anciso de Cartagena
para Urabá, llevando consigo el bergantin, con Francisco Pizarro, y
los que de tantos infortunios se habian con él escapado; el cual,
entrando en el puerto, por descuido del marinero que llevaba el timon
ó gobernario, dió la nao en cierta arena ó bajo, que está en la punta
oriental de aquella entrada, la cual, con la resaca, que son las olas
que quiebran en la ribera, y con la corriente que allí hace, cuasi en
un momento fué hecha la nao pedazos; en el bergantin y en la barca,
con mucho peligro, se salvó la gente, cuasi desnudos todos, y con
algunas armas, de los bastimentos salvaron una poca de harina, y algun
bizcocho, y algunos quesos; las yeguas, y caballos y puercas, todas se
ahogaron. Todos estos argumentos y claras señales de aprobar Dios las
estaciones en que los ciegos pecadores andaban. Salidos de éste modo á
tierra comenzaron á hambrear, comian palmitos y fructos ciertos de las
palmas, socorriólos Dios, con topallos con muchas manadas de puercos
monteses de la misma tierra, que son más pequeños que los nuestros,
de cuyas carnes por algunos dias se mantuvieron; acabados los puercos
monteses, y faltándoles lo suyo, era por fuerza que habian de ir á
tomar lo ajeno, y no es excusado ante Dios, quien se pone y expone á
tal peligro. Acuerda luégo Anciso ir con 100 hombres, á inquietar y
robar y matar los que en sus casas, sin haberle injuriado ni hecho
otro daño alguno, pacíficos vivian, por tomarles violentamente su
comida, pero no sin riesgo de su propia vida; lo que tocaba al alma,
por entónces, poco escrúpulo ni cuidado habia. Salidos ciertas leguas,
toparon, no 100, como ellos iban, ni 1.000 ni 2.000 armados con
arcabuces, ni otra especie de artillería, sino con sólos desnudos y
tres indios; los cuales con tanto denuedo y esfuerzo acometieron á los
100 que llevaba Anciso, como si fueran dos, y los indios 1.000; sueltan
sus flechas llenas de ponzoñoso veneno, tan de presto, que ántes que
los españoles tuviesen lugar de revolverse, tenian clavados muchos,
y muchos rabiando muertos, y gastadas ó vacías las aljabas de sus
flechas, sin errar alguna, botaron á huir que parescian viento. Tórnase
Anciso con los que quedaron vivos, por muchas maneras atribulados é
infelices, torna la opinion y las voces y consejos, que ántes habia,
de salir é dejar aquella tierra, como á enemiga de sus vidas, y es de
creer que Francisco Pizarro y los de su compañía zaheririan é acusarian
su porfia de venir á ella al bachiller Anciso; ayudaba la opinion que
la dejasen, haber ya quemado los indios la fortaleza que Hojeda hizo,
y treinta casas que los españoles allí tenian, y áun díjose que el
mismo Anciso se quiso hurtar de su gente y venir á esta isla en los
bergantines, aunque despues, segun dijeron, con juramento aquesta culpa
satisfizo. Estando todos en aquesta extrema tristeza, no sabiendo qué
hacerse, oyendo cada uno á cada cual su sentencia, dijo Vasco Nuñez
de Balboa: «Yo me acuerdo que los años pasados, viniendo por esta
costa con Rodrigo de Bastidas, á descubrir, entramos en este golfo, y
á la parte del Occidente, á la mano derecha, segun me parece, salimos
en tierra, y vimos un pueblo de la otra banda, de un gran rio, y muy
fresca y abundante tierra de comida, y la gente della no ponia hierba
en sus flechas.» Todos, sin dudar en cosa de lo que Vasco Nuñez dijo,
concurrieron en un parescer, que luégo se fuese á buscar el rio y el
pueblo que Vasco Nuñez decia; este rio es el que los indios llamaban
el Darien, que dicen que es otro Nilo en Egipto. Salta luégo Anciso y
Vasco Nuñez con los que más cupieron en los bergantines y en la barca
del navío perdido, van allá, y hallan verdad, todo lo que Vasco Nuñez
habia dicho; pero desque los indios vieron, y el señor dellos que
se llamaba Cemaco, los bergantines españoles, como habian oido sus
obras, mujeres y niños, que no eran para pelear, enviados huyendo,
de los varones juntáronse obra de 500, y esperaron á los españoles
en un cerrillo. Como Anciso y los suyos vieron á los indios así
aparejados para pelear, temiendo más la ponzoña de la hierba que las
personas, (porque sin ella, para contra españoles, poco y nada pueden),
hincáronse de rodillas y con mucha devocion, segun la que les parecia
que tenian, encomendáronse á Dios y hicieron voto á Nuestra Señora,
como en Sevilla dicen, del Antigua, con cuya imágen toda la ciudad
tiene gran devocion, de, si les diese vencimiento, la primera iglesia
é pueblo que hiciesen por allí, intitulalla que se llamase Sancta
María del Antigua, y más desto, que enviarian un romero á Sevilla para
que le ofreciese, por todos, algunas joyas de oro y plata que con él
enviarian. Hízoles obligar á todos, con juramento que les tomó, que
ninguno huyese ni volviese las espaldas, á muerte ó á vida; hechas
todas estas diligencias, armados de sus espadas, lanzas y rodelas,
arremeten á los indios, y los indios, desnudos, á ellos, tirando sus
flechas, como de niños, como les faltase hierba; ellos con las espadas,
cortándolos por medio, y con las lanzas, en un credo alanceando cada
uno 20, pusieron al cabo en huida los que quedaron vivos. Entraron en
el pueblo, y halláronlo todo, como lo habian menester, lleno de comida;
otro dia entraron por la tierra y los montes que por ella habia, y
hallaron algunos barrios ó casas vacías de gente, por haber todas
huido, pero llenas de vasos, y otras alhajas de casa para el cuotidiano
servicio, y de cosas hechas de algodon, como naguas para las mujeres,
que son como medias faldillas, donde hobieron mucho algodon hilado y
con pelo, y lo que más ellos deseaban y andaban á buscar, con tantos
peligros del ánima y del cuerpo, muchas piezas de oro, que se ponian
en los pechos y en las orejas, y en otras partes, joyas de diversas
hechuras, que hasta 10.000 castellanos de oro fino pesarian.
De diferente manera hallo en mis memoriales viejos, habida relacion de
los que creo que se hallaron en ésto, conviene á saber, que el cacique
Cemaco, señor de aquella tierra, luégo se aplacó y rescibió de paz
los españoles, y les dió graciosos, de su voluntad, entendiendo lo
que buscaban 8 ó 10.000 pesos de oro, pero que le preguntaron donde
se cogia de aquello, y respondió que les venia del cielo; forzándolo
que dijese la verdad, dijo, que las piezas grandes las cogian de 25
leguas de allí, y lo menudo, de unos rios de por allí cerca. Dijéronle
que fuese á mostrallos, respondió que le placia, pero que queria ir
primero á llamar unos indios suyos, que fuesen con él; notificó á los
indios, lo que los españoles pretendian, respondiéronle los indios que
no lo descubriese, porque nunca saldrian de aquella tierra, por lo cual
el Cacique se fué á esconder á un pueblo ó tierra de un vasallo suyo.
Fueron tras él, y prendiéronlo; pregúntanle que dónde cogian aquel oro,
respondió, como ántes, que le venia del cielo. Dánle grandes tormentos,
por los cuales descubrió las minas; finalmente, soltóse despues, y
recogió sus gentes y amigos, y viene contra los españoles, y entónces
debian hacer sus oraciones y voto el bachiller Anciso.....[2].
Con este gran triunfo muy alegres, Anciso envió por los otros
compañeros que quedaron á la otra banda oriental de aquel golfo, por
no caber en los bergantines, los cuales, como los vieron, y oidas las
nuevas de la abundancia de la comida y fertilidad de las tierras, y más
de ser de oro ricas, ¿quién podrá encarecer el regocijo que hobieron,
bañados de alegría? Con este favor de haber salido verdad lo que Vasco
Nuñez dijo, y siendo él la guía sucedelles tan próspero, que mejor
esperallo no podian, cobró Vasco Nuñez mucha reputacion entre todos
aquellos españoles, y á tener amigos, y en sí mismo más estimacion de
la que debia. No es razon de pasar de aquí sin alguna consideracion de
cristiandad, y no insensiblemente como lo harian los gentiles, que ni
áun los cuerdos dellos, por semejantes cosas, fácilmente, sin mirar
en ellas, pasarian. ¡Que hobiese tan tupida ceguedad en aquellos, y
mayormente en el bachiller Anciso, que paresce que por sus leyes
debiera más presto sentilla, que disponiendo de infestar, matar, y
captivar, y robar á una gente apartada, en su tierra y casas segura sin
les haber ofendido, no ménos que las otras inocentísimas, que ni los
indios á españoles, ni españoles á los indios habian visto, hiciesen
oracion á Dios, y hiciesen votos á la Vírgen Maria del Antigua, porque
les ayudasen y favoresciesen á perpetrar tan impías, tan crueles,
tan violentas, tiránicas, y de Dios tan ignominiosas y afrentosas
injusticias! ¿Qué otra cosa era lo que allí en aquellas oraciones y
votos hacian, sino hacer ó tomar por compañero á Dios y su Madre Sancta
María, de los robos, homicidios, y captiverios é infamias de la fe, y
sangre que derramaban, y rapiñas que perpetraban, partícipes? Daban á
Dios y á su Sancta Madre oficios, que no son de otros propios, sino
de los demonios y de sus ministros. Los que en las obras del diablo
andan ocupados, como estos andaban, matando, captivando, robando y
escandalizando los inocentes que mal nunca les merescieron, é infamando
la fe de Jesucristo, y, por consiguiente, impidiendo que gentes no se
convirtiesen, no tienen necesidad de ayuda de Dios, sino del diablo; y
aquel, por las obras tales, con el diablo vive, y aunque busque y pida
la ayuda de Dios, no la hallará, como el ladron que vá á hurtar, que
se encomienda á Dios que le ayude á que salga en salvo con el hurto, y
el que entre en algun lugar para cometer fornicacion, porque no sabe
la Justicia de Dios dar favor á los crímenes é injusticias. Todo ésto
es de Sant Crisóstomo, sobre San Mateo: _Qui in diaboli iniquitatibus
ambulat diaboli adjutorium necessarium habet. Colonus diaboli auxilium
si quæsierit non inveniet. ¿Vidisti aliquando euntem ad furtum, Deum
orare ut bene prosperetur in furto? ¿Aut qui vadit ad fornicationem
numquid signum crucis ponit sibi in fronte, ut non comprehendatur
in crimine? Quod si fecerit non juvatur, quia nescit justitia Dei
patrocinium dare criminibus._ Esto es de Sant Crisóstomo; véalo bien
el cristiano lector, y determine si hobo lugar la sentencia de Sant
Crisóstomo en Anciso y en su compañía. Considere tambien, si nombrar la
iglesia del título de Sancta María del Antigua, y enviar á la capilla
de la Vírgen, que está en Sevilla, las joyas que le prometieron por
voto, si fué á Dios y á su Sancta Madre acepto sacrificio. No debiera
de ignorar Anciso aquello que en el Eclesiástico está escripto, y áun
en los «Decretos», si los profesó, lo pudiera haber visto: _Immolantes
ex inicuo oblatio est maculata_. _Dona iniquorum non probat Altissimus,
nec respicit in oblationibus iniquorum_, etc. Y que aunque Dios les
permitió hacer los grandes pecados que allí cometieron, y quiso que
saliesen con victoria, los tristes inocentes indios vencidos, no se
debieran de tener por sanctos y devotos de Dios, estimando que por
sus oraciones fueron oidos y favorescidos, porque Dios suele sacar de
nuestras maldades los fructos para su gloria y honra que determina,
porque, de otra manera, nunca los permitiria. El fructo que de aquellos
insultos y obras infernales Dios sacaria, sería algun predestinado
que allí tenia, puesto que no fuese más de sólo uno; pero no por eso
se sigue que apruebe las obras de los que, haciendo contra su ley é
mandamientos, inexpiablemente le desirven. Y cabe bien aquí lo que
refieren las historias de aquel Alexandre Magno, que traia en el mundo
el mismo oficio que los españoles han traido y traen por todas estas
Indias, infestando, escandalizando, matando, robando, captivando,
subjetando y usurpando los reinos ajenos y gentes que nada les debian.
Este, siendo infiel idólatra, enemigo del linaje humano, infernalísimo,
llegando á los montes Caspios, donde habian sido puestos y desterrados,
llevados captivos, los diez tribus de Israel, por Teglaphalasar y
Salmanazar, reyes de los Asirios, del cual captiverio se tracta en
el capítulo 15 y 17 del IV de los Reyes, los cuales no podian salir
de allí por edicto público, que se les puso por los mismos Reyes
ya dichos, enviáronle á suplicar, como lo vieron que señoreaba el
mundo, les diese licencia para salir y volverse á su tierra, que era
Jerusalen y la de promision; y como Alexandre preguntase la causa de
su destierro, fuéle respondido, que porque apostataron, dejando á su
Dios de Israel por adorar los becerros de oro, que les constituyó por
dioses Jeroboan, y les ofrecieron sacrificio, y que por los profetas
les estaba profetizado que nunca habian de salir, por aquel pecado,
de captiverio. Entónces respondió Alexandre, que dignos eran de ser,
más de lo que estaban, encerrados, y que él queria más estrechamente
los encerrar. Mandó luégo á su ejército que, con tierra y cal y otros
materiales, hiciesen otras sierras ó montes para cerrar los montes
Caspios, que debian tener alguna abertura ó entrada, para donde los
diez tribus desterrados estaban; pero como viese Alexandre ser obra que
sobrepujaba las fuerzas humanas, hizo oracion á Dios de Israel, que él,
con su poder, aquella obra perficcionase. Luégo se juntaron las dos
sierras ó montes, por manera que ya no se puede aquel lugar andar, ni
entrar ni salir nadie. Señal manifiesta, que no es la voluntad de Dios
que aquellos diez tribus, ni alguna persona dellos, de allí salgan;
saldrán cerca de la fin del mundo, y harán en los hombres grandes
estragos. Todo esto dice el Maestro de las Historias escolásticas
sobre Esther, cap. 5.º, y el Vicentio en el «Speculo historial», libro
V, cap. 43, y otros historiadores. El Burgense, en las adiciones al
Nicolao de Lira, expone á la larga el cap. 18 de Esaías de aquellos
diez tribus, conforme á lo que queda dicho. Tambien refiere Josepho,
en el fin del libro II, de las «Antigüedades», que yendo Alexandre
contra Dario, y no habiendo camino por donde pasase su ejército, se le
abrió la mar que llaman Pamphilica ó mar Pamphilico, por voluntad de
Dios, porque determinó de destruir por manos de Alexandre el reino de
los Persas. Esto es de Josepho. Así que, aplicando todo ésto á nuestro
propósito, pues oyó Dios la oracion de Alexandre, infiel y turbador
sangriento del linaje humano, y por ella quiso hacer aquel señalado
milagro, para cumplir su divina voluntad en lo que tenia determinado,
sin merecimiento ni provecho suyo, pues se fué á los infiernos al
cabo, no debió de presumir Anciso, ni los que con él estaban, que,
porque orasen y Dios les diese victoria, que pareciese, y lo fuese,
milagro, que de allí se siguiese que aquellas obras, y las semejantes
que hacian, Dios las aprobase, siendo tan injustas y por su ley tan
reprobadas; y por tanto, si penitencia en el artículo de la muerte no
les valió, yo temo que se han visto en trabajo, y plega á Dios que no
sea peor que el de Alexandre, porque más que los infieles y en mayor
grado de gravedad pecan los cristianos, en cualquiera género de pecado.
Lo mismo deben temer de sí todos los que por estas Indias en tales
estaciones andan.


CAPÍTULO LXIV.

En cumplimiento, pues, de su voto, acordó Anciso y todos de asentar
luégo allí una villa que se llamase Sancta María del Antigua del
Darien, que era nombre propio del pueblo de los indios, ó del rio
grande que por allí pasa ó pasaba, porque ya todo está por allí, como
en lo demás, asolado; y para prueba de su sanctidad, por quien Dios
hacia milagros, comenzó luégo á crecer la grande ambicion, entre
aquellos nuevos pobladores, que tenian en sus pechos, y que con sus
compañeras los habia llevado allá, y, segun se dijo, el principio
de todas las disensiones fué Vasco Nuñez de Balboa. Como ya tenia,
como se dijo, entre los otros autoridad, trabajaba de secreto con
los que sentia tener amistad, que quitasen la obediencia á Anciso,
diciendo no tener ya jurisdiccion, pues habian salido de los límites
de la gobernacion de Hojeda, cuyo era en ellos Alcalde mayor; y no
decian mal, si verdad era que aquella tierra salia de los dichos
términos, como creo ser verdad, si lo demás fuera agua limpia, que no
pretendiera él mandar. Pero, cierto, mejor dijeran que ni Anciso con
todos ellos, ni juntado con ellos Hojeda, tenian una punta de alfiler
de jurisdiccion, pues estaban en reinos y tierras ajenas, donde habia
y señoreaban propios y naturales Reyes y señores, con justa é legítima
y natural jurisdiccion, á la cual Hojeda y todos ellos eran subjectos,
aunque les pesara, y eran obligados, so pena de incurrir en grandes
pecados de inobediencia, de obedecer á los Caciques, señores y Reyes
de aquellos reinos, y cumplir sus mandamientos, y vivir segun sus
leyes miéntras en la tierra estuvieran, en todo aquello que no fuera
contrario á nuestra santa fe y cristiana religion. Y ésto verán los que
quisieren leer nuestro libro, escripto en latin, cuyo título es: _De
unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem_, más claro
que el sol. Tornando al propósito, andando en estos secretos tractos
unos con otros, mandó Anciso, presumiendo de Alcalde mayor, que ninguno
fuese osado, so pena de muerte, rescatar con los indios oro alguno;
Dios supo con qué intento, al ménos todos creian ó murmuraban, que por
haberlo él para sí todo. De ésto indignados todos, porque aquel daño
tuvieron por comun, acuerdan de quitalle la obediencia y el mando,
diciendo que no tenia poder ni jurisdiccion sobre ellos, por la causa
dicha y otras razones que alegaron; Anciso privado é impedido del
mando y gobierno, acuerdan entre todos elegir Alcaldes y Regidores, y
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