Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 31

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hallaron, y entre ello, algunas piezas mohosas y escuras, que toparon
por los rincones, de muchos años ya olvidadas, afirmando con lágrimas
que no tenian ni podian haber más, que les diesen su señor. Desque vido
Cristóbal Guerra que traian aquellas piezas ahumadas y como cogidas del
estiercol, acordó creerlos que no tenian más, y sueltan al Cacique,
y, en una canoa, sólo, con un hacha de hierro que por satisfaccion le
dieron, se fué á tierra; y por esto creo habérseme dicho, cuando este
caso se me contaba, que áun no quisieron darles, á los que trujeron el
oro postrero, á su señor, sino que fuesen por más, y desque tan aína no
volvieron, dejáronlo, como es dicho, ir sólo, creyendo que no tenian
más que dar. Y es cierto, que creo que yo dejo mucho por decir de las
fealdades y crueldad que con este Cacique usaron, porque, como há tanto
tiempo que lo supe, se me ha mucho más olvidado, y siempre tuve aqueste
caso, aunque muchos he visto y se han hecho crueles en estas gentes,
é inhumanos, como abajo asaz parecerá, por uno de los más injustos,
feos, y en maldad más calificado. Pesaria el oro del cesto seiscientos
marcos, que valen 30.000 pesos de oro, ó castellanos de á 450
maravedís. Pero porque no dormia Dios cuando estas injusticias aquellos
pecadores Guerras cometian, mayormente Cristóbal Guerra, que debia ser
el más sin piedad, ó, al ménos, el que debia guiar la danza, porque no
se fuesen mucho gozando de tanta impiedad, quiso la divina justicia,
luego, por el castigo temporal sin el eterno, si despues no les valió
penitencia, obra tan perversa y nefanda, reprobar. Debia de estar
enfermo el Luis Guerra, hermano mayor, y que habia dado los dineros y
puesto de su hacienda para armar la primera vez, y la segunda ayudar;
luego, alzadas las anclas y hechos á la vela, espiró, perdida la vida,
y su sepultura fué en un seron, y fuera mejor ponerlo en el cesto, en
que le echaron á la mar. Desde á pocos dias, navegando ambos navíos
para España, por allí, cerca de la tierra que habian robado, como
andaban poco, y forcejando contra viento y corrientes, como entónces no
sabian tanto como ahora navegar, ni habia rodeos para la Habana, el un
navío tropieza, creo que de noche, ó de dia, en una peña ó isleta que
no vieron, ni cognoscian en aquel tiempo los peligros de por allí, y
ábrese por medio, y vuestro cesto, de oro lleno, y el costal de perlas,
y la mucha parte de la gente, vá todo á los abismos á parar. Divino y
manifestísimo juicio de Dios, todo poderoso, por el cual, quiso que tan
poco se gozase lo que con tanta ignominia de la cristiana religion, y
contra la natural justicia, se habia usurpado, cometiendo contra su
simple y pacífico prójimo, y áun Rey, tanta fealdad. ¿Qué concepto
formarian aquellas gentes simplicísimas de nuestra cristiandad? ¿Qué
nuevas volverian por la tierra dentro, de nuestra justicia y bondad?
Alguna gente de la del navío quedó asida en la mitad dél, porque se
abrió por medio, y otros algunos asiéronse á las tablas, que cada uno
cerca de sí pudo hallar. Como el otro navío vido perdido á el otro,
aunque estaba dél bien apartado, tuvo este aviso é industria de ponerse
hácia el medio, por donde las corrientes venian de la mar, y andando
barloventeando, llega el medio navío, con la gente que encima traia, y
cógenla toda, y cuantos venian en tablas desta manera se hobieron de
salvar. Destos acaeció, que un padre y un hijo, juntamente, tomaron una
tabla, y no era tan larga ó capaz que por ella, juntos ambos, pudiesen
escapar; dijo el padre al hijo: «hijo, sálvate tú con la bendicion de
Dios, y déjame á mí, que soy viejo, ahogar;» y así fué, que el hijo
tomó la tabla y se salvó, y el padre se ahogó: y este mismo hijo me
refirió todo cuanto arriba he dicho deste caso, y otras muchas cosas
más.


CAPÍTULO CLXXIII.

Despues de Cristóbal Guerra, ó poco despues que salió de Castilla
para su primer viaje, por el mes de Diciembre y fin del año de 1499,
Vicente Yañez Pinzon, hermano de Martin Alonso Pinzon, que vinieron con
el Almirante al principio del descubrimiento de estas Indias, segun
que arriba se há largamente contado, con cuatro navíos ó carabelas,
proveidas á su costa porque era hombre de hacienda, salió del puerto
de Palos, para ir á descubrir, por principio de Diciembre, año de
1499; el cual, tomado el camino de las Canarias, y de allí á las de
Cabo Verde, y salido de la de Santiago, que es una dellas, á 13 dias
de Enero de 1500 años, tomaron la vía del Austro y despues al Levante,
y andadas, segun dijeron, 700 leguas, perdieron el Norte y pasaron la
línea equinoccial. Pasados della, tuvieron una terribilísima tormenta
que pensaron perecer; anduvieron por aquella vía del Oriente ó Levante
otras 240 leguas, y á 26 de Enero vieron tierra bien léjos; esta fué
el Cabo que agora se llama de Sant Agustin, y los portugueses la
tierra del Brasil: púsole Vicente Yañez, entónces, por nombre, cabo de
Consolacion. Hallaron la mar turbia y blancaza como de rio, echaron la
sonda, que es una plomada con su cordel ó volantin, y halláronse en 16
brazas; van á la tierra y saltaron en ella, y no pareció gente alguna,
puesto que rastros de hombres, que, como vieron los navíos, huyeron.
Allí Vicente Yañez tomó posesion de la tierra en nombre de los reyes de
Castilla, cortando ramas y árboles, y paseándose por ella, y haciendo
semejantes actos posesionales jurídicos; aquella noche, hicieron cerca
de allí muchos fuegos, como que se velaban. El sol salido, otro dia, de
los cristianos 40 hombres, bien armados, salieron en tierra, y van á
los indios; de los indios salen á ellos treinta y tantos con sus arcos
y flechas, con grande denuedo, para pelear, y tras estos otros muchos.
Los cristianos comenzaron á halagarlos, por señas, y mostrándoles
cascabeles, espejos y cuentas, y otras cosas de rescates, pero ellos
no curaban dello, ántes se mostraban muy feroces y á cada momento se
denodaban para pelear; eran, segun dijeron, muy altos de cuerpo, más
que ninguno de los que allí iban de los cristianos. Finalmente, sin
reñir, se apartaron los unos y los otros, los indios se volvieron la
tierra dentro, y los cristianos á sus navíos; venida la noche, los
indios huyeron, que por todo aquel pedazo de tierra, no pareció persona
alguna; afirmaba Vicente Yañez, que la pisada de los piés de aquellos
era tan grande como dos piés medianos de los de nosotros. Alzaron las
velas y fueron más adelante, y hallaron un rio bajo, donde no pudieron
entrar los navíos; surgieron en la boca ó cerca della, salieron en las
barcas, con que entraron en el rio, la gente que pudo caber, bien á
recaudo, para tomar lengua y saber los secretos de la tierra; vieron
luego en una cuesta mucha gente desnuda, como es por allí toda ella,
hácia la cual enviaron un hombre bien aderezado de las armas que pudo
llevar, para que, con los meneos y señas de amistad que pudiese,
los halagase y persuadiese á que se llegasen á conversacion. El que
enviaron, llegóse algo á ellos, y echóles un cascabel para que con
él se cebasen y se allegasen; ellos echáronle una vara de dos palmos
dorada, y, como él se abajase á tomarla, arremeten todos ellos á lo
prender, cercándolo todos al derredor, pero, con su espada y rodela,
de tal manera se dió priesa á se defender, que no les dejó llegar,
hasta que los de las barcas, que estaban á vista y cerca, vinieron á
le socorrer; pero los indios vuelven sobre los cristianos con tanta
priesa, y disparan sus flechas tan espesas, que, ántes que se pudiesen
unos á otros guarecer, mataron dellos 8 ó 10, y algunos dijeron que
11, y otros muchos hirieron. Van luego á las barcas, y, dentro en el
agua, las cercan; llegan con gran esfuerzo hasta tomar los remos
dellas. Tomáronles una barca y asaetearon al que la guardaba dentro,
y muere; pero los cristianos con sus lanzas y espadas, desbarrigan y
matan los más dellos, como no tuviesen otras armas defensivas, sino
los pellejos. Bien pudieran excusar los cristianos estas muertes y
revueltas; ¿qué necesidad tenian de poner aquel cristiano en aquel
peligro, y por consiguiente, á todos ellos, sino que, si vian que no
querian los indios trato ni conversacion con ellos, fuéranse? pero
como no iban por fin de Dios alguno, sino pretendiendo su provecho
temporal, así curaban de llevar los medios, y, por tanto, fueron
reos de la perdicion suya y de aquellos. Viendo, pues, los nuestros
que tan mal les iba con aquellos, con harta tristeza de perder los
compañeros, alzaron las velas, y, por la costa abajo, 40 leguas al
Poniente descendieron; allí hallaron tanta abundancia, dentro en la
mar, de agua dulce, que todas las vasijas que tenian vacías hincheron.
Llegaba este agua dulce, como Vicente Yañez depone en su dicho, en el
muchas veces alegado proceso, dentro en la mar, 40 leguas, y otros
de los que fueron con él, dicen 30 (y áun muchas más es cuasi comun
opinion de los que yo via tratar deste rio en aquellos tiempos);
admirados de ver tan gran golpe de agua dulce, y, queriendo saber el
secreto della, llegáronse á tierra, y hallan muchas islas que están en
ella, todas graciosísimas, frescas y deleitables, y llenas de gentes
pintadas, segun dicen los que allí fueron, las cuales se venian á
ellos tan seguras como si toda su vida hobieran conversado amablemente
con ellos. Este rio es aquel muy nombrado Marañon; no sé por quién ni
por qué causa se le puso aquel nombre; tiene de boca y anchura, á la
entrada, segun dicen, 30 leguas, y algunos dicen muchas más. Estando
en él surtos los navíos, con el gran ímpetu y fuerza del agua dulce y
la de la mar, que le resistia, hacian un terrible ruido, y levantaba
los navíos cuatro estados en alto, donde no padecieron chico peligro;
parece aquí lo que acaeció al Almirante cuando entró por la boca de
la Sierpe y salió por la boca del Drago, y el mismo combate y pelea
juntamente, y peligro, hay donde el agua dulce se junta con la de
la mar, cuando la dulce corre con ímpetu y es mucha, y la playa es
descubierta, mayormente si la mar es de tumbo. Visto que por aquella
tierra y rio de Marañon, y gente della, no habia oro ni perlas, ni cosa
de provecho, que era el fin que los traia, acuerda tomar captivos 36
personas, que tomar pudieron, de aquellos humildes y mansos inocentes,
confesado por ellos, que á los navíos seguramente se les venian, para
que no quedase pedazo de tierra ni gente della, que no pudiese bien,
y con verdad, contar sus obras pésimas, y los que hoy, sin ceguedad,
las oimos podamos afirmar, sin escrúpulo de conciencia, haberse movido
estos á hacer estos descubrimientos, más por robar y hacerse ricos,
con daños y escándalos, captiverios y muertes destas gentes, que por
convertirlos; harto ciego, sin duda, de malicia será el que dudare
desto, aunque poco ménos les dió Dios el pago que á Cristóbal Guerra.
De allí, del rio Marañon, vinieron la costa abajo, la vuelta de Paria,
y en el camino hallaron otro rio poderoso, aunque no tan grande como el
Marañon, y, porque se bebió el agua dulce otras 25 ó 30 leguas en la
mar, le pusieron el rio Dulce. Creo que es este rio un brazo grande del
gran rio Yuyaparí, el cual dijimos en el cap. 134, que hace la mar ó
golfo Dulce que está entre Paria y la isla de la Trinidad, que estimaba
el Almirante salir del Paraíso terrenal; y aquel brazo y rio dulce que
de aqueste camino halló Vicente Yañez, tambien juzgo que es el rio
donde habita aquella gente buena, que nombramos los aruacas. Pasaron
adelante y entraron en Paria, y creo que tomaron allí brasil; aunque,
como hallaron la gente de Paria escandalizada por haberles muerto mucha
gente Cristóbal Guerra, ó otro salteador de los que allí llegaron,
segun arriba dijimos, y lo dijeron con juramento los mismos que fueron
con Vicente Yañez, y no osaban saltar en tierra, no sé como lo pudieron
tomar. De Paria navegaron á ciertas islas de las que están por el
camino de la Española, no supe con qué intencion, ni si en la costa de
Paria, ó en alguna de las islas dichas, le acaeció la tribulacion que
le vino: por el mes de Julio, estando surtos todos cuatro navíos en la
parte ó tierra donde era, súbitamente vino una tan desaforada tormenta,
que, á los ojos de todos, se hundieron los dos navíos con la gente;
el otro, arrebatólo el viento, rompiendo las amarras de las anclas, y
llévalo el viento con 18 hombres, y desaparece. El cuarto, sobre las
anclas, que debian ser grandes y buenos cables, tantos golpes dió en
él la mar, que, pensando que se hiciera pedazos, saltaron en la barca
y viniéronse á tierra, no les quedando de él alguna esperanza. Dijeron
que comenzaron á tratar, los pocos que allí estaban, que seria bien
matar á todos los indios que por allí moraban, porque no convocasen
los comarcanos y los viniesen todos á matar. Ellos pensaban en aquella
tierra buscar manera para vivir y remediarse; gentil remedio habian
hallado matando las gentes que no les habian ofendido en nada, por
ellos imaginar por aquella vía de salvarse, para que Dios les ayudase;
pero la bondad del misericordioso Dios no dió lugar á que cometiesen
tanta maldad, porque el navío que se habia desaparecido con los 18
hombres, volvió, y el que estaba allí presente, amansando la tormenta,
no se hundió. Con los dos navíos, vinieron á esta isla Española,
donde se rehicieron de lo que habian menester, y de aquí tomaron el
camino y llegaron á España en fin de Setiembre de 1500 años, tristes,
angustiados, lesas las conciencias, pobres, gastados los dineros que
puso de su hacienda Vicente Yañez en el armada, muertos los más de los
compañeros, dejando alborotada y escandalizada la tierra por donde
habian andado, é infamado la gente cristiana, y agraviados los que
habian hecho pedazos, y echándoles al infierno las ánimas, sin causa, y
los demas inocentes que captivaron, sacados y traidos de sus tierras,
privándoles de su libertad y de sus mujeres y hijos, padres y madres,
y de las vidas, por esclavos, solamente, que habian descubierto 600
leguas de costa de mar hasta Paria, gloriándose.


CAPÍTULO CLXXIV.

Tras Vicente Yañez salió otro descubridor, ó quizá destruidor, por
el mismo mes de Diciembre y año de 1499 años. Este fué un Diego de
Lepe, vecino del Condado, no sé si de Lepe ó de Palos y Moguer, pero
la más gente que fué con él, dicen, haber sido de Palos; llevó dos
navíos aderezados. De la isla del Fuego, que es una de las de Cabo
Verde, siguió hácia el Mediodia algo, y despues al Levante, por el
camino que hizo Vicente Yañez; llegaron al cabo de Sant Agustin, y
dicen que lo doblaron, pasando adelante algo. El Diego de Lepe tomó
posesion por los reyes de Castilla, haciendo en todos los lugares que
llegaba actos que se llaman posesionales, segun derecho necesarios; uno
dellos fué, que escribió su nombre en un árbol de grandeza extraña,
del cual, dijeron, que 16 hombres asidos de las manos, extendidos los
brazos, no pudieron abarcarlo. Cosa es esta increible pero posible,
porque los mayores los hay en estas islas y tierra firme, que parece no
haberlos en otras partes del mundo hallado, y todos los que por ellas
hemos andado, y visto las ceynas, que son muchos y grandes árboles,
como los hay, no nos espantamos. Entraron en el rio Marañon, y allí
robaron y saltearon la gente que pudieron, donde Vicente Yañez habia
tambien tomado con injusticia las 36 ánimas, que se venian pacíficos
é confiados á los navíos, y traídolos por esclavos. Parece, que como
quedaron del Vicente Yañez agraviados y experimentados, llegando el
Diego de Lepe, pusiéronse en armas, matáronle 11 hombres, y porque
siempre han de quedar los indios más lastimados, debian de matar muchos
dellos y prender los que más pudiesen por esclavos. Del rio Marañon,
viniéronse costeando la tierra firme por el camino que habia hecho
Vicente Yañez; de creer es que saltaria en algunos lugares, y lo
que allí saltearon y mal hicieron ellos se lo saben, y áun hoy mejor
que entónces, que ya son todos en la mar ó en la tierra sepultados.
Llegaron á Paria, y como hallaron las gentes della extrañadas y
alborotadas, por los muchos que le habian muerto, en pocos dias habia,
de los pasados (segun lo dice hombre de los mismos de Diego de Lepe y
en el cap. 171 fué tocado), debian de hacerles guerra y captivar los
que pudieron haber á las manos; y así lo confiesa otro de los que con
ellos se hallaron, y debia el Obispo de Badajoz de sabello, D. Juan
de Fonseca digo, y tomárselos, por eso dice aquel en su dicho, que
en la Paria tomó Diego de Lepe ciertos indios, los cuales, el dicho
Diego de Lepe, trajo en los navíos y los entregó al Obispo D. Juan de
Fonseca en esta ciudad de Sevilla. Estas son sus palabras; y fuera
justo que el Obispo lo castigara, y quizá lo hizo, si por ventura su
ceguedad, que en este negocio de las Indias siempre tuvo, no se lo
estorbaba. No supe destos qué más hicieron ni en qué pararon, porque,
en estos dias mismos, despues de los dichos descubridores castellanos
de aquella tierra firme, acaeció hacer el rey de Portugal armada para
ir á la India, y acaso descubrir la misma tierra, que ya los nuestros
habian descubierto y bojado, como dicen los marineros, y parecióme
no dejar de dar aquí noticia dello, puesto que sea obra de los
portugueses, porque al ménos no pretendan, por sólo su descubrimiento,
aquella tierra pertenecerles, y en Castilla no lo ignoremos. Envió,
pues, el rey de Portugal, D. Manuel, el primero de aquel nombre,
una bien proveida armada de trece velas grandes y menores, en las
cuales irian hasta 1.200 hombres, entre marineros y gente de armas,
toda gente muy lucida, y á vueltas de las armas materiales, dice
su historia, que mandó proveer de las espirituales, y estas fueron
ocho religiosos de la órden de San Francisco, cuyo Guardian fué fray
Enrique, el cual, despues, fué Obispo de Cepta y confesor del Rey,
varon de vida muy religiosa y gran prudencia. Envió eso mismo ocho
Capellanes y un Vicario para que administrasen los Santos Sacramentos
en una fortaleza que el rey de Portugal mandaba hacer, todos varones
escogidos, cuales convenia para aquella obra evangélica. Y dice el
historiador portugués, Juan de Barros, que el principal capítulo de
la instruccion que llevaba el Capitan de la Armada, que se llamaba
Pedro Álvarez Cabral, era, que primero que acometiese á los moros y á
los idólatras, con el cuchillo material y seglar, haciéndoles guerra,
dejase á los religiosos y sacerdotes usar del suyo espiritual, que
era denunciarles el Evangelio con amonestaciones y requirimientos de
partes de la Iglesia romana, pidiéndoles que dejasen sus idolatrías,
y diabólicos ritos y costumbres, y se convirtiesen á la fe de Cristo,
para que todos fuésemos unidos y ayuntados en caridad de ley y amor,
pues todos éramos obra de un Criador y redimidos por un Redentor,
que era Jesucristo, prometido por los Profetas y esperado por los
Patriarcas tantos mil años ántes que viniese, para lo cual, trujesen
todas las razones naturales y legales, usando de aquellas ceremonias y
actos que el derecho canónico dispone; y cuando fuesen tan contumaces
que no aceptasen esta ley de fe, y negasen la ley de paz que se debe
tener entre los hombres para conservacion de la especie humana, y
defendiesen el comercio ó conmutacion, que es el medio por el cual se
adquiere, y trata y conserva la paz y amor entre todos los hombres,
por ser este comercio el fundamento de toda humana policía, pero
con que los contratantes no difieran en ley y creencia de la verdad
que cada uno es obligado á tener y creer de Dios, que, en tal caso,
les pudiesen hacer guerra cruel á fuego y sangre. Esto dice aquella
Historia de Juan de Barros, libro V, cap. 1.º de su primera Década.
Por manera, que á porradas habian de recibir la fe, aunque les pesase,
como Mahoma introdujo en el mundo su secta, y tambien que, aunque
no quisiesen, habian de usar el comercio y trocar sus cosas por las
ajenas, si no tenian necesidad dellas. Miedo tengo que los portugueses
buscaban achaques, con color de dilatar la religion cristiana, para
despojar la India del oro y plata y especería que tenia, y otras
riquezas, y usurpar á los Reyes naturales sus señoríos y libertad,
como nosotros los castellanos habemos hallado para estirpar y asolar
nuestras Indias, y todo procede de la grande y espesa ceguedad, que,
por nuestros pecados, en Portugal y Castilla caer há Dios permitido;
y es manifiesto, que primero comenzó en Portugal que en Castilla,
como parece clarísimo en los principios, y medios, y fines que han
tenido los portugueses en la tierra de Guinea, como pareció arriba en
los capítulos 19, 22, 24 y 25. Gran ceguedad es, y plega á Dios que
no intervenga grande malicia, querer que los infieles de cualquiera
supersticiosa religion que puedan ser, fuera de herejes, que la fe
católica una vez hayan voluntariamente recibido, la reciban con
requerimientos y protestaciones y amenazas que si no la reciben,
aunque les sea persuadida por cuantas razones naturales quisiéremos,
por el mismo caso pierdan las haciendas, los cuerpos y las ánimas,
perdiendo miserandamente, por guerras crueles, las vidas; ¿qué otra
cosa esta se puede nombrar, sino que la paz, mansedumbre, humildad
y benignidad de Jesucristo, que, señaladamente y en particular, nos
mandó que de él aprendiésemos, y usásemos con todos los hombres
indiferentemente, y la religion cristiana, sin cesar, cada dia nos lo
acuerda, amonesta y predica, las convertiamos en la furibunda y cruel
ferocidad y costumbre espurcísima mahomética? Gentiles milagros se
hallaban los portugueses para confirmar la doctrina que los religiosos
habian predicado, roballos, captivallos, quemallos y hacellos pedazos;
fuera bien preguntalles, si fueron por esta vía y con estas amenazas,
ellos á la fe llamados: perniciosísima y muy palpable insensibilidad
fué á los principios y agora es esta. Poco ménos materia es decir ó
creer que los comercios y conmutaciones hayan de hacer las gentes
con otros no cognoscidos hombres, no voluntaria, sino contra toda su
voluntad y libertad; pero porque desta materia y destos errores, y
de la averiguacion y claridad dellos, habemos, con el favor divino,
largamente grandes volúmenes escrito, no es cosa conveniente á la
historia, en ello más alargar de lo dicho.
Partió, pues, la flota portuguesa, cuyo capitan fué Pedro Álvarez
Cabral, de Lisboa, lunes, á 9 dias del mes de Marzo, año de 1500, y
tomó su derrota para las islas de Cabo Verde, y de allí, por huir de la
costa Guinea, donde hay muchas y prolijas calmerías, metióse mucho á
la mar, que quiere decir á la mano derecha, hácia el Austro, y tambien
porque como sale muy mucho en la mar el cabo de Buena Esperanza, para
podello mejor doblar; y habiendo ya un mes que navegaba, siempre
metiéndose á la mar, en las ochavas de Pascua, que entónces fueron á
24 de Abril, fué á dar en la costa de tierra firme, la cual, segun
estimaban los pilotos, podia distar de la costa de Guinea 450 leguas,
y en altura del Polo antártico, de la parte de Sur, 10°. No podian
creer los pilotos que aquella era tierra firme, sino alguna gran
isla, como esta isla Española, que llamaban los portugueses Antella,
y para experimentallo, fueron por luengo de la costa un dia; echaron
un batel fuera, llegaron á la tierra y vieron infinita gente desnuda,
no prieta ni de cabellos torcidos como los de Guinea, sino luengo y
correntio y como el nuestro, cosa que les pareció muy nueva. Tornóse
luego el batel á dar nuevas dello, y que parecia buen puerto donde
podian surgir; llegóse la flota á tierra, y el Capitan mandó que
tornase allá, y, si pudiese, tomase alguna persona, pero ellos fuéronse
huyendo á un cerro, y juntos, esperaban qué querrian los portugueses
hacer; queriendo echar más bateles fuera y gente, vino un grande viento
y alzaron las anclas, y vánse por luengo de costa la vuelta del Sur,
donde les servia el viento, y surgieron en un buen puerto. Envió un
batel y tomó dos indios en una canoa; mandólos vestir de piés á cabeza
y enviólos á tierra: vinieron gran número de gente cantando, bailando
y tañendo ciertos cuernos y bocinas, haciendo saltos y bailes de
grande alegría y regocijo, que verlo era maravilla. Salió en tierra el
Capitan con la más de la gente, dia de Pascua, y al pié de un grande
árbol hicieron un altar, y dijo misa cantada el susodicho Guardian;
llegáronse los indios muy pacíficos y confiados, como si fuesen los
cristianos de ántes sus muy grandes amigos, y como vieron que los
cristianos se hincaban de rodillas y daban en los pechos, y todos los
otros actos que les veian hacer, todos ellos los hacian. Al sermon que
predicó el Guardian estaban atentísimos, como si lo entendieran, y
con tanta quietud y sosiego y silencio, que dice el historiador, que
movia á los portugueses á contemplacion y devocion, considerando cuan
dispuesta y aparejada estaba aquella gente para recibir doctrina y
religion cristiana. Despachó luego de allí el Capitan un navío al rey
de Portugal, el cual dice que recibió grande alegría con las nuevas
de la tierra nuevamente descubierta, y todo el reino. Dió licencia el
Capitan á la gente de los navíos aquel dia, despues de comer, para que
saliesen en tierra y se holgasen, y rescatasen con los indios cada uno
lo que quisiese; á trueque de papel y de pedazos de paño, y de otras
cosillas, les daban los indios papagayos y otras aves muy pintadas y
muy hermosas, de que habian muchas, de las plumas de las cuales tenian
sombreros y otras cosas muy lindas y hermosas hechas: dábanles ajes ó
patatas, y otras frutas, que habian, muchas. Fueron algunos portugueses
á las poblaciones, vieron infinitas arboledas, aguas y frescuras, y
tierra viciosísima y deleitable, muy abastada de maíz y otras cosas de
comer, y donde se hacia mucho algodon. Vieron allí un pece más grueso
que un tonel, de longura de dos toneles, la cabeza y ojos como de
puerco, las orejas como de elefante, no tenia dientes, en la parte de
abajo tenia dos agujeros, la cola de un codo y de ancho otro tanto, el
cuero era como de puerco de gordor de un dedo. En esta tierra mandó el
Capitan poner una cruz muy alta y muy bien hecha, y por esto se llamó
aquella tierra de Sancta Cruz, por los portugueses, algunos de años;
despues, el tiempo andando, como hallaron en ella brasil, llamaron
y hoy se llama la tierra del Brasil. Traia el Capitan 20 hombres
desterrados por malhechores, y acordó dejar allí dos dellos para que
supiesen los secretos de la tierra y aprendiesen la lengua, los cuales
los indios trataron muy bien, y, despues, el uno dellos sirvió de
lengua ó intérprete mucho tiempo en Portugal. Todo lo que aquí desto
he dicho, lo saqué de dos historiadores portugueses que escribieron
toda la historia, desde su principio, de la India; el uno es Juan de
Barros, en el libro V, cap. 2.º de su primera Década, y el otro es
Fernan Lopez de Castañeda, en el libro I, cap. 29 de la «Historia de la
India.» Parece, pues, bien probada manifiestamente la bondad natural,
simplicidad, hospitalidad, paz y mansedumbre de los indios y gente
de cuasi toda esta nuestra tierra firme, y cuan aparejados estaban,
ántes que hobiesen recibido agravios y daños de los cristianos, y
experimentado sus injusticias, para recibir la doctrina de nuestra
fe, y ser imbuidos en la religion cristiana, y á Cristo, criador
universal, todos atraidos, no solamente por testimonio de infinitos
que los hemos experimentado y visto, y abajo, en muchas partes desta
historia, larguísimamente se verá, y de todos los mismos castellanos
descubridores, de los cuales muchos eran dellos escandalizadores y
destruidores, que para que lo confesasen de su propio motivo, la
misma razon y fuerza de la verdad los constreñia, pero tambien ordenó
Dios que los portugueses fuesen desta verdad, por vista de ojos y
experiencia, testigos. Y esto se verá bien claro en los siguientes
capítulos.


CAPÍTULO CLXXV.

Si bien miramos, en todas las cosas que en este mundo visible acaecen,
hallaremos por experiencia lo que la Escritura divina nos enseña cerca
de la infalible providencia de Dios, conviene á saber, que uno de los
principales cuidados que Dios tiene, si se puede decir, porque con un
cuidado y un sólo acto lo gobierna y rige todo, es cerca de la prueba
y de la guarda y conservacion de la verdad; de aquí es lo que dice el
salmista David: _qui custodit veritatem in sæculum_, y por Esdras:
_veritas manet, et invalescit in æternum et vivit et obtinet in sæcula
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